Feria ayer. VI

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Esta fotografía de la calle los Mártires, en la villa de Feria, debió de ser realizada a comienzo de los años setenta del pasado siglo.

Mártires

     «La calle de los Mártires está, prácticamente, dividida en toda su longitud por un barranco cuya altura se hace más acusada a medida que se prolonga y desciende. Lo que le confiere un notable movimiento de volúmenes y desniveles. Su adaptación al terreno la hace sinuosa. Fue siempre una de las calles de la Villa con mayor vitalidad: tránsito de los devotos que acudían a los Mártires; paso obligado de entierros, desde que se construyó el cementerio; y camino que conducía al Pilar de Arriba. Desembocaba al “Arroíto”, donde surgía una frondosa alameda, con una fuente muy frecuentada por los vecinos en los días de la “fiesta de los Santos Mártires y a la que acudían a por agua”, antes de articularse la calle Consolación, que era simple camino hacia la ermita.»

     Fragmento de La villa de Feria, T. II, página 45, de José Muñoz Gil

Fraga en Feria

El domingo 5 de octubre de 1969, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, visitó la localidad de Feria.

Fraga llegó, la mañana de ese día, procedente de la vecina ciudad de Zafra, donde había pasado la noche anterior.

La Hoja del lunes del día 6 de octubre de 1969 recogía así la noticia:

DÍAZ AMBRONA Y FRAGA IRIBARNE PRESIDIERON EN ZAFRA DIVERSOS ACTOS

     El ministro de Información y Turismo, que pernoctó anoche en esta ciudad, fue agasajado por el Ayuntamiento con una cena, en la caseta municipal del real de la feria.

    Por la mañana, tras oir misa en la iglesia parroquial, el señor Fraga Iribarne se trasladó al vecino pueblo de Feria, siendo cumplimentado por el alcalde. El ministro dirigió unas palabras al vecindario que le había recibido cariñosamente. Visitó luego la iglesia parroquial y se trasladó al castillo del duque de Feria, regresando a Zafra.

    Don Manuel Fraga Iribarne acompañó al ministro de Agricultura, don Alfonso Díaz Ambrona, que había llegado por la mañana para inaugurar el primer mercado nacional permanente de ganados, visitando con éste y las jerarquías del segundo de los ministerios citados, todas sus dependencias e instalaciones. […]

    Seguidamente, el ministro de Información y Turismo, emprendió viaje a Llerena para seguir a Alburquerque y regresar esta noche a Madrid.

Pero fue el diario Hoy del día 7 de octubre de 1969 el que ofreció más información sobre aquel hecho.

Reproducimos a continuación la información más relevante sobre aquella visita, tal como aparecía en el citado diario. Lástima que no aportara ninguna documentación fotográfica sobre la misma:

EL SR. FRAGA IRIBARNE VISITÓ FERIA, LLERENA Y ALBURQUERQUE

Estudió las posibilidades de promoción turística de ellos, quedando admirado de los castillos de Feria y Alburquerque y de la iglesia y plaza de Llerena.

Por la noche regresó a Madrid satisfecho de su viaje

     El pasado domingo, el ministro de Información y Turismo, don Manuel Fraga Iribarne, realizó la serie de visitas programadas para su segunda jornada de estancia en la provincia.

     Antes de las ocho de la mañana ya estaba levantado, luego de pernoctar en el Parador de Turismo de Zafra. Se hallaba acompañado del director general de Empresas y Actividades Turísticas, don León Herrera; don José Manuel Fraga Estévez, hijo del ministro; gobernador civil, señor Gerona de La Figuera; presidente de la Diputación, señor Carracedo Blázquez; delegado provincial de Información y Turismo, señor Cerón Bailo; y consejero nacional por la provincia, señor Robina Domínguez.

    Visitaron el solar ofrecido por el Ayuntamiento para la construcción de la Oficina de Turismo segedana, que el ministro prometió saldría de sus obras. Se encuentra en un ángulo de la plaza Nueva.

Misa

     A las ocho y media el ministro, séquito y autoridades que le acompañaban oyeron misa en la Iglesia parroquial ex Colegiata de Nuestra Señora de la Candelaria, que ofició el arcipreste, don Manuel Ibáñez López.

     Durante lal misa, un hombre que se hallaba en el templo se sintió repentinamente enfermo y fue asistido por el gobernador civil ebn su calidad de doctor en Medicina.

Visita a Feria

     Finalizada la santa misa, el ministro decidió adelantar en más de media hora el programa previsto y se dirigió hacia la localidad de Feria, que dispensó al señor Fraga Iribarne un cariñoso recibimiento con numerosas pancartas (algunas escritas en castúo), banderas, colgaduras, música y todo el vecindario que aplaudió al señor Fraga, quien luego de saludar en la plaza central a las autoridades locales que le presentó el alcalde, don Eladio Buzo Casillas, se dirigió a la iglesia de San Bartolomé, que admiró detenidamente, para proseguir al Castillo en una mañana de niebla y amenazante de lluvia.

     El alcalde, señor Buzo Casillas, pronunció un discurso en el que comenzó diciendo que nunca había tenido el alto honor de dar la bienvenida a tan destacada personalidad. Hizo historia del pueblo aportando datos, fechas, nombres y detalles. Dijo que el Castillo de Feria, por su origen y situación, era el centro de la ruta de los castillos, y por las tierras que domina es llamado «el faro de Extremadura». Hizo un elogio del Caudillo y su Gobierno y terminó dándole un abrazo y rogándole que se lo diera en nombre de todo Feria al Jefe del Estado. Fue muy aplaudido.

     El ministro de Información y Turismo agradeció el recibimiento tributado y las cariñosas palabras del alcalde de Feria. El señor Fraga elogió la iglesia y el castillo visitados y prometió estudiar su posible promoción turística.

El ministro y el alcalde de Feria en una foto tomada casi un año antes, con motivo de la inauguración del Parador de Zafra

     Finalizada la visita a Feria, donde fue despedido con las mismas muestras de simpatía que a su llegada, el señor Fraga y séquito regreso a Zafra, donde, como reseñamos en otro lugar de este diario, asistió a la inauguración del I Mercado Nacional Permanente de Ganado.

    De Zafra prosiguió viaje hacia Llerena. […]

“El Ayuntamiento de Feria pretende adquirir el castillo ducal y ofrecerlo a la campaña por Universidad de Badajoz”, por Antonio Santander de la Croix

El 26 de julio de 1964 aparecía en el diario Hoy de Badajoz un curioso reportaje en el que se hablaba, entre otras cuestiones, de la intención del Ayuntamiento de Feria de adquirir el castillo de la localidad para ofrecerlo a la campaña pro Universidad de Extremadura.

Van apareciendo a lo largo del artículo distintos personajes y actividades características de aquellos momentos.

Reproducimos a continuación la información tal como aparece en el citado diario:

 «Siempre que se va o viene de Badajoz a Zafra, llama poderosamente la atención un castillo y un pueblecito recamado a su vera: Feria.

  Los ojos sin querer se van hacia él, de día, con idea de adivinar lo que en el bello paraje se encierra. De noche se van los ojos tras las luces de Feria que anclada en las olas rocosas que dan sede a su castillo parece soñar las más grandes epopeyas del primer conde de Feria, el gran prócer extremeño Lorenzo Suárez de Figueroa, también llamado el Magnífico.

                                        Panorámica de Feria, años 60

  Feria y su castillo, más o menos lejano de la carretera general de Sevilla, nos atrae a su cumbre. Desde que llegamos a estas tierras de Dios, siempre que fuimos o venimos por dicha carretera sentimos la llamada, inevitable, pero no es pueblo que quede junto a ella: hay que hacer propia intentona para llegar a él. Recientemente, acompañando al delegado provincial de Información y Turismo señor Nevado Carpintero y al secretario de la Delegación Sr. Narváez vimos colmados nuestros deseos.

UN GRAN AMIGO

  El alcalde de Feria, don Eladio Buzo Casillas, también es un amigo de los primeros. Lo conocí en Zafra, a poco de mi llegada, hablándome con gran entusiasmo del castillo de Feria, para poner un repetidor de televisión. Entonces no existía el de Arroyo de San Serván.

 Todavía está en pie el ofrecimiento para instalar en Feria si se precisa algún repetidor más –nos dice al saludarnos el señor Buzo Casillas.

  Asomándose a la magnífica balconada del Casino, apunta con el dedo al castillo que corona nuestras cabezas diciendo:

   –Ahí es un sitio ideal. Después de comer subiremos.

  Recién llegados, con el calor metido en la carne, apetece la cerveza fresca, pero me tuvieron que llamar varias veces porque me quedé extasiado en el balcón, contemplando el majestuoso panorama: kilométros y kilómetros de extensión en la mínima superficie de las pupilas.

  –Eso no es nada, nos dice don Eladio– desde el castillo se ven por lo menos veinte pueblos. Los días despejados se alcanza hasta los montes de Toledo.

¡MADRECITA! QUIEN TUVIERA

  Me vino entonces a la memoria una copla que me parece que se la oí a nuestro compañero Antonio Pesini alguna vez al pasar cerca de Feria por la carretera de Badajoz a Sevilla.

"¡Madrecita!, quién tuviera
la tierra que se divisa 
desde el castillo de Feria."

  Yo me conformaría con la que llega a los ojos desde el maravilloso balcón del Casino.

  Pese a que el calor cae de plano en este verano extremeño, en Feria, por su altura, corre un airecito fresco. Da gusto andar por las calles cuando nos dirigimos a la fonda del pueblo: a «Casa Daniel». El hospedaje cautiva por su limpieza y por detalles ornamentales que no son propios, corrientes, en los pueblos. Daniel, el fondista, es un tipo humano que todo el día debe estar con la brocha, la escoba y el martillo, cuidando cualquier deterioro natural por el uso y habitación de los viajeros. Uno siente ganas de quedarse unos días en la tranquila y mimada fonda de Daniel a descansar como los ángeles y a comer como el chiquillo del esquilador.

EL BUEN PAN DE FERIA

  Después de almorzar en la simpática fonda se reciben fuerzas hasta para subir a pie al castillo. Y eso es lo que hicimos. No sin antes pasar por el Casino a tomar café y copa. Hablamos de buen pan de Feria, excelente, ¡qué rico! Del que no hay en Badajoz. Podríamos llevarnos uno a la capital, pero la jornada fue tan apretada que tuvimos que salir de prisa sin acordarnos.

  Con don Eladio Buzo Casilllas, que no se apartó un momento de nosotros, dispensándonos toda clase de amabilidad, y el secretario del Ayuntamiento, señor Montes de Oca, hicimos la subida al castillo por calles de inmaculada blancura y pulquérrima limpieza, con profusión de flores en ventanas u balcones. El alcalde, hombre muy fino e inteligente, captó nuestra sorpresa:

  –Aquí la limpieza la cuidamos mucho. El gobernador civil ha tomado nuestro sistema como modelo para la provincia.

 Uno de los guardias municipales que nos acompañan, en nuestra excursión al castillo, nos enseña el bando que reproducimos por lo curioso. Dice así:

CURIOSO BANDO

  «Don Eladio Buzo Casillas, alcalde presidente del Ayuntamiento de esta villa de Feria, hago saber: Que aprobadas las ordenanzas para el ejercicio de 1964, entre otros está establecido el arbitrio de revoco de fachadas por lo que se advierte a todo el vecindario que un plazo comprendido entre el 1 de mayo y el 31 de julio han de quedar blanqueadas todas la fachadas, jarás y demás paredes que den al exterior y que sus dueños deseen queden exentas de arbitrio. Para ello en el Ayuntamiento se está confeccionando un padrón del que se darán de baja las paredes, jarás, etc., que sus dueños se personen a manifestar haberlas blanqueado y tras la comprobación correspondiente, no causando baja las que no cumplan este requisito. Lo que se hace publico para general conocimiento y cumplimiento de todo el vecindario.»

  Vistas de la calle Albarracín con el castilo al fondo, mediados del siglo XX

  –Por lo general todos los vecinos cumplen –nos dice el alcalde. Y el que no, se le aplica el arbitrio y blanquea el concejo.

  Pero no solo llama la atención la blancura de las casas, sino la limpieza de los tejados. Es más, vemos en varios de ellos a personas moviendo tejas.

  –Al paso que se blanquea se suele dar un repaso a los tejados –dice.

LOS ZAPATOS DE NARVÁEZ

  La antesala del castillo son unas eras en las que aprovechando el viento varias personas hacen operaciones de limpia. De aquí, un camino, conduce a la fortaleza que imprime el carácter guerrero de la antigua Feria. Los pies tropiezan con unos pedruzcos, de color un tanto marrón.

  –No son piedras –nos dice el señor Montes de Oca– son escorias de las fundiciones de hierro que había en tiempo en Feria. En la sierra Herrera, próxima aquí, hay yacimientos.

  El que más veces debió tropezar fue el señor Narváez, que terminó por «cargarse» unos zapatos nuevecitos. El día que subimos al castillo de Medellín, le sucedió la misma cosa. El amigo Narváez, por esta campaña en favor de los castillos, lo menos que debe pedir a la Asociación Nacional de Amigos de los Castillos es que, siempre que tenga que subir a alguno de ellos, le regale un par de zapatos por si acaso.

  A la puerta de las murallas que rodean el colosal torreón de homenaje, existen testigos de una iglesia que hubo en tiempos, y fue parroquia de Feria, en cuyos contornos se han encontrado restos humanos que hacen suponer que existiera, también, en dicho lugar el cementerio.

UN CASTILLO QUE DA TRIGO

  Pero la mayor sorpresa es encontrar, al traspasar la entrada del castillo, un campo de trigo, en el terreno aprovechable del mismo, en la plaza de armas. Si en el pueblo corría el aíre, en el castillo, su atalaya, se está que da gusto. No importa que haga calor. Se respira a las mil maravillas y entran ganas de quedarse allí perdidos los ojos en la tierra que se divisa.

  –Hay una leyenda que dice que existe un camino subterráneo por el que se comunica con el castillo de Nogales –nos dice el secretario.

  A nosotros que nos gusta creer todo lo que nos dicen de los castillos, buscamos el agujero, encontramos varios, cisternas, refugios… pero no damos con el de Nogales. ¡Pero la leyenda es tan bonita…!

  La vista de Feria desde su atalaya es inconmensurable: es muchísimo mayor de lo que parece desde la carretera de Sevilla. La villa es hermosa. Tiene el orgullo de haber dado a duques y condes su nombre. Ellos le dieron a cambio por armas heráldicas, las cinco hojas de higuera de los Figueroas –es árbol que abunda próximo al castillo- alternando muchas veces con el cuartelado oscuro de los Manuel, descendiente de este nombre, hijo de Fernando III el Santo, apellido de la esposa del primer conde de Feria.

PARA LA FUTURA UNIVERSIDAD

  Los hoy deteriorados recintos se agarran a las rocas del cerro con las torres de su línea defensiva y la central mole cuadrada de la del homenaje, perfectamente conservada. En 1241, ganó a los moros este baluarte el maestre de Santiago don Pedro Gómez Mengo; pero el actual fue obra del primer conde de Feria a quien Enrique IV en 1460 concedió el condado, convertido por Felipe II en 1567 en ducado con el quinto conde.

                                              Vistas del Castillo de Feria

  El Ayuntamiento –nos dice el alcalde– piensa adquirirlo a sus actuales dueños los duques de Medinaceli y ofrecerlo como aportación a la campaña pro Universidad extremeña.

  Celebrando las palabras del señor Buzo Casillas, descendemos de la cumbre, desde la que se divisan tantos castillos, tierras y pueblos que fueron de la gran casa, la más importante de toda Extremadura que tomó nombre de esta bella y limpia ciudad de Feria, a la que hicimos un completo recorrido por su paseo de circunvalación, visitando la ermita, las nuevas escuelas –donde con grandes esfuerzos se construye un campo de deportes– plaza de la iglesia, que por el brillo de su enlosado puede llamarse «de los espejos», etc. En la puerta de la parroquia de san Bartolomé los viejos del pueblo descansan en animada tertulia. El alcalde llamó a uno de ellos y le preguntó simpáticamente, que de qué cosa tocaba «hablar mal».

  El vejete, con cara redondita, ojos alegres, y dulce expresión, saltó como un rayo:

   –De nadie. ¿De quién vamos a hablar mal?

   –Estos señores son de confianza –dijo el alcalde–. Vamos a tomar con ellos unas cervezas.

  Terminó por confesarnos que no había salido del pueblo desde que hizo la «mili» en Sevilla y que le gustaba más la cerveza que la «gaseosa de pito» que se bebía en su tiempo. Que cuando era mozo trabajaban de sol a sol por cuarenta reales todo el verano y encima tenían que llevar a la mujer para que les ayudara.

  En un momento que se ausentó el alcalde le dije que podía hablar mal de él.

  –No, es una «güena persona»– me espetó.»

Corito

Corito es el gentilicio con el que se les conoce a los naturales de la villa de Feria desde tiempos remotos. Nada se sabe del porqué de esta curiosa denominación, por lo que se han buscado las más variopintas explicaciones al origen del término. Sin embargo, como ha señalado José Muñoz en su obra titulada La villa de Feria, deben haber existido razones poderosas para que a los habitantes de Feria se les llame coritos y no se les reconozca otro gentilicio más que éste.

                         Coritos en la procesión de la Santa Cruz. Foto de La Voz de Feria

Para algunos el origen del término se debe al carácter elevado de la población. Según esta circunstancia corito vendría a significar habitante de las alturas. Según otros, el nombre haría referencia a la procedencia norteña de los primeros individuos que llegaron a la villa tras la Reconquista: asturianos, gallegos, vizcaínos y leoneses, a los que se les llamaba coritos.

Santos Coco, en su Vocabulario extremeño, recoge el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de segador o guadañador:

CORITO
Guadañador. (Malpartida de Plasencia). 
Santos Coco. Vocabulario extremeño. Revista de Estudios Extremeños

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) recoge, además de las referidas al carácter montañés o norteño, otras curiosas acepciones del término que no consideramos significativas en el origen del gentilicio:

CORITO, TA
Del lat. corium 'piel'.
1. adj. Desnudo o en cueros.
2. adj. Encogido y pusilánime.
3. m. y f. montañés (‖ natural de la Montaña).
4. m. y f. asturiano (‖ natural de Asturias).
5. m. Obrero que lleva a hombros los pellejos de mosto o vino desde el lagar a las cubas.
    Real Academia Española ©

Especialmente completa resulta la información que recoge la conocida Enciclopedia Espasa-Calpe sobre esta palabra:

El Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, impreso en 1611, también recoge el término:

Pero no es nuestro propósito hacer ninguna aportación más sobre el tema. Ya lo trató ampliamente José Muñoz Gil en su conocida obra La villa de Feria. Solamente vamos a recoger algunos pocos textos literarios con los que nos hemos ido encontrando y en los que aparece el vocablo corito, tenga o no relación con el significado que se les da a los naturales de Feria.

EL TÉRMINO CORITO EN LA LITERATURA

El camino, de Miguel Delibes

Según la primera definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), corito significa desnudo o en cueros. Corito es un adjetivo que deriva del término latino curium, que significa piel, por lo que esta primera acepción es bastante lógica, pero poco probable de que sea el origen del gentilicio. También hay que considerar que el vocablo coroto puede oírse en algunos lugares de Extremadura para referirse a una persona desnuda. Viudas Camarasa recoge el término en su Diccionario extremeño, usado en la población pacense de Salvaleón para referirse a una clase de higo.

CORITO. m (Salvaleón). Clase de higo..
CORITO. m (Malpartida de Plasencia). Guadañador.
    Viudas Camarasa, A. Diccionario extremeño

Con ese significado de desnudez, nos hemos encontrado con esta palabra en El camino, la conocida novela de Miguel Delibes. El genial escritor vallisoletano lo utiliza en el Capítulo XI de su magnífica novela para narrarnos el episodio de una mujer que se suicidó, por un mal de amores, lanzándose corita desde un puente:

    «Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse con él en el banco de piedra rayano a la carretera. A Quino, el Manco, le gustaba charlar con los niños más que con los mayores, quizá porque él, a fin de cuentas, no era más que un niño grande también. En ocasiones, a lo largo de la conversación, surgía el nombre de la Mariuca, y con él el recuerdo, y a Quino, el Manco, se le humedecían los ojos y, para disimular la emoción, se propinaba golpes reiteradamente con el muñón en la barbilla. En estos casos, Roque, el Moñigo, que era enemigo de lágrimas y de sentimentalismos, se levantaba y se largaba sin decir nada, llevándose a los dos amigos cosidos a los pantalones. Quino, el Manco, les miraba estupefacto, sin comprender nunca el motivo que impulsaba a los rapaces para marchar tan repentinamente de su lado, sin exponer una razón. Jamás Quino, el Manco, se vanaglorió con los tres pequeños de que una mujer se hubiera matado desnuda por él. Ni aludió tan siquiera a aquella contingencia de su vida. Si Daniel, el Mochuelo, y sus amigos sabían que la Josefa se lanzó corita al río desde el puente, era por Paco, el herrero, que no disimulaba que le había gustado aquella mujer y que si ella hubiese accedido, sería, a estas alturas, la segunda madre de Roque, el Moñigo. Pero si ella prefirió la muerte que su enorme tórax y su pelo rojo, con su pan se lo comiera.»

Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, con Quino el Manco.

La pícara Justina, de Francisco López de Úbeda

Como señalamos anteriormente, Francisco Santos Coco recoge en su Vocabulario extremeño el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de guadañador o segador.

Hay algunas teorías que apuntan a éste como el origen del término corito para referirse a los nativos de Feria. Debe tenerse en cuenta que a los de Feria se les ha dado tradicionalmente bien el difícil arte de la siega. Incluso hoy no es raro oír hablar de aquellas cuadrillas de coritos que iban por los campos buscando trabajo como segadores.

En la novela titulada La Pícara Justina, Francisco López de Úbeda emplea el término corito para referirse a los asturianos, a los que también llama guañinos (guadañadores) «porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros». En el capitulo titulado De los trajes de montañeses y coritos de esta novela picaresca, dice Justina, la joven villana de origen judío, protagonista y narradora de la misma:

   «Yo gustaría ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria –y más ahora, que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma ínclita e ilustre naturaleza…
Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto.
Asturianos, llamados guañinos
   Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros.
Asturianos llamados coritos, y por qué.
   Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdicción y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de Ribadavia, que engendra vino de color de oro.
Pernina de Oviedo.
   Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina.
Asturianos, hijos de Pernina porque andan en piernas.
   Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues se sabe que los muchachos han tomado licencia para dar vayas a los más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.
Postura y figura de los asturianos.
   Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la cinta. Paréme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había enemigos que no podían morir- si no es con puñal de madera, era negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas, en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa, me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.
Razonamiento de Justina y un asturiano.
   Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas incomprehensibles que agotan el entendimiento.
  Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían, traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros tuve curiosidad.
   Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:
   –Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os habéis empañado?
   El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la redoma llena.
   Respondió:
   –Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí, digo en Potosí.»

Lámina de la primera edición de La pícara Justina, 1605

Queda claro que por coritos, el autor de la obra, se está refiriendo a los asturianos, pero nos resulta cuanto menos curiosa la aparición de las expresiones duquesa de Feria, corito y Badajoz tan juntos en este pasaje de la novela.

Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho, de Francisco de Quevedo y Villegas

Y terminamos nada menos que con don Francisco de Quevedo. Sabemos que el gran escritor cordobés conoció personalmente a don Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria. Mostró gran interés por su trayectoria militar y política, y se refirió a él en sus cartas y en su obra. Pero no solo conocía al duque, también sabía mucho en torno a la Casa de Feria y, lo que más puede llamarnos la atención, conocía bastante bien la palabra que nos interesa.

Socorro en la plaza de Constanza. Retrato de Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba, III Duque de Feria. Vicente Carducho

Quevedo escribió un romance titulado Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho. La composición trata sobre una de las corridas en honor al Príncipe de Gales, que se celebró en Madrid el día 4 de mayo de 1623, a la que acudió el Feria con sus gentes y en la que parece que llovió más que el día que enterraron a Bigote. Quevedo nos describe el suceso con su característico y fino humor. En ella aparece la palabra corito con el significado relacionado con los naturales de la villa de Feria.

Reproducimos a continuación el comienzo del romance:

«Floris, la fiesta pasada,
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros,
no saliera más aguada.
Yo vi nacer ensalada
en un manto en un terrado,
y berros en un tablado;
y en atacados coritos,
sanguijuelas, no mosquitos,
y espadas de Lope Aguado.
Viose la plaza excelente,
con una y otra corona,
tratada como fregona:
con lacayos solamente.
Corito resplandeciente
y gallego relumbrante;
mucho rejón fulminante,
mucho céfiro andaluz,
mucho Eleno con su cruz,
y poco diciplinante…»

No cabe duda de que por coritos, Quevedo se referiría (así lo recoge Fernando Serrano Manga en su obra La segura travesía del Agnus Dei) a la gente del círculo del duque de Feria, don Gómez Suárez de Figueroa, al que más adelante llama Corito resplandeciente, nada más y nada menos. Toda una suerte que uno de los grandes de nuestra literatura utilizara el gentilicio con el que se les conoce a los nativos de la blanca villa de Feria desde tiempos lejanos. Genial don Francisco.

“Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos”

En 2001, apareció, editada por la Diputación de Badajoz, la obra titulada Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos, que formaba parte de un ambicioso proyecto dedicado a las comarcas de la provincia de Badajoz coordinado por Justo Vila. Se trata de una monografía, bellamente ilustrada, coordinada por el escritor Justo Vila, con textos de ADENEX, Guillermo S. Kurtz, José María Lama, Aniceto Delgado Méndez, María F. Sánchez, Dulce Chacón y el mismo Vila, y magníficas fotografías de J. Enrique Capilla y Antonio de la Cruz.

«Las comarcas de la provincia de Badajoz, en su mayor parte, asientan su identidad (tanto o más que en la cercanía de las localidades que las integran o en la similitud de sus ecosistemas) en la historia y en la voluntad de trabajo en común de sus gentes.

Zafra–Río Bodión es una comarca singular que nace a partir de territorios y pasados muy diversos, lo que lejos de diluir su identidad, la enriquece. Por una parte, la comarca es Tierra de Barros santiaguista –Calzadilla, Los Santos, La Fuente– y por otra es Sierra y Dehesa templarias –Burguillos, Valverde, Atalaya, Valencia del Ventoso–. Zafra–Río Bodión es el segmento central del territorio del antiguo señorío de Feria –La Morera, La Parra, Feria, La Lapa, Alconera, espacio de transición entre Los Barros y La Sierra–, y es el territorio de Medina de las Torres y Puebla de Sancho Pérez, ambas santiaguistas, articulados en torno al camino que conducía a Contributa Iulia Ugultuniae, la ciudad romana que vertebraba la comarca en tiempos antiguos.

Cuatro espacios con rasgos físicos e historias bien definidos que, como conjunto, se explican por el magnetismo que sobre ellos ejerce una ciudad, la que da nombre a la comarca. De alguna forma, es el electroimán de Zafra el que explica a unos territorios y a unas gentes que, libremente, han decidido construir unidos su futuro.

Pasado y presente, rasgos físicos y cercanía, lo urbano y lo rural, y sobre todo la voluntad de vivir en comunidad. Eso es Zafra-Río Bodión, una conciencia de ser que, aunque inmaterial, alienta su existencia.

La comarca es un espacio de contrastes que gira en torno a la ciudad que le da nombre, un lugar casi sin término municipal que, lejos de sentirse comprimido dentro de sus medievales murallas, se alzó ya entonces como complemento perfecto del mundo campesino que lo rodeaba.

Mientras que en el entorno los pueblos se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, Zafra ofrecía espacios públicos para el comercio de esos productos. De esa vocación nacerían sus mercados y ferias hace más de seiscientos años. Una de ellas, la de San Miguel, sigue atrayendo cada otoño a miles de hombres y mujeres llegados desde todos los rincones de Extremadura, la vecina Andalucía, el Alentejo portugués y cientos de lugares más.

La comarca de Zafra–Río Bodión es múltiple y es una. Se trata de un territorio que, con un gran peso histórico sobre sus espaldas, estás salpicado de bellos escenarios, siempre cambiantes en sus formas y colorido. Un territorio que ha sabido conservar formas, ritos y fiestas de hondas raíces, conformando un legado patrimonial del más alto valor. Un territorio jaspeado de casas blasonadas y palacios, murallas, atalayas y castillos, iglesias góticas, renacentistas y barrocas, y una serie de hermosísimos entramados urbanos –enriscados unos, con vocación de llano otros– que siempre cautivan al visitante.»

Clic en la imagen para ver vídeo sobre la comarca

LA VILLA DE FERIA EN «ZAFRA-RÍO BODIÓN: LA ROSA DE LOS VIENTOS»

Como no podía ser de otro modo, Feria aparece referenciada en numerosas partes de la obra.

Recogemos, a continuación, el comienzo de la crónica de viaje que realiza el escritor Justo Vila por las tierras de la villa de Feria y con la que se inicia el libro:

    «Cuando Gómez cumplió nueve años, su padre, Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago desde 1387, se acordó de la promesa que le había hecho al nacer y lo llevó a Feria en impresionante marcha que empezó en Mérida, pasó por Almendralejo y dejó atrás Villalba por el camino de Jerez.
    Han pasado los años y Gómez Suárez aún recuerda el encantamiento en que se vio sumido cuando, viniendo por la llanura interminable, surgió de repente ante sus ojos el morro altísimo y serrado de la silenciosa fortaleza árabe. Del viaje, además de esto, lo que recuerda el primer señor de Feria es el agradable olor de trigo recién segado y la extraña confusión que experimentó al ver a una partida de chiquillos del color de la tierra escapando ante el séquito a través de las claras aguas del Guadajira. Era la primera vez en su vida que veía huir a los hijos de los campesinos al paso de los caballos y en verdad que no entendía nada.
    Ahora, anciano y cansado (¿puede un hombre sentirse viejo a los cuarenta y seis años?, Gómez Suárez tiene la impresión de que desde aquí, desde las torres de la vieja cerca mora, se puede ver toda la Extremadura. Sin duda, exagera, pero al menos puede contemplar casi todo lo que le pertenece. Poco después de aquel primer viaje, su padre habría de conseguir autorización del rey Enrique Tercero para crear un mayorazgo con las villas de Feria, Zafra y La Parra. Y él, Gómez Suárez de Figueroa, primer titular del señorío, había añadido a sus dominios los burgos, lugares y caseríos de las tierras de Villalba, Nogales, Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey. Con el paso de los años, su hijo Lorenzo (el que mandó construir el alcázar de Zafra), incorporaría, por donación de Juan Segundo, La Morera y La Alconera; y en tiempos de su nieto, Gómez Segundo, el señorío anexionaría las tierras de Torre de Miguel Sesmero, Almendral y Salvaleón, llegando a sumar los dominios extremeños de esta familia de origen gallego tantos kilómetros cuadrados como tiene la actual comarca de Zafra-Río Bodión.

                       Vistas de Feria y su castillo. Foto de La Voz de Feria

    Seiscientos años después, un viajero viene hacia Feria por donde casi nunca viene nadie –el camino antiguo de Badajoz–, siguiendo los apacibles valles de La Morera y La Parra, entre las sierras de María Andrés y Madroñera, un paisaje solitario y callado, casi secreto, con el embrujo de una leyenda escrita en un espejo. En la plaza de La Parra, que tiene distintos niveles, compiten en hermosura lo civil y lo religioso, ayuntamiento e iglesia. El primero es un edificio mudéjar con dos plantas, arquería de ladrillo y soportales. La iglesia es una impresionante obra de mampostería y ladrillo, de variada morfología, que presenta distintas cotas en sus fachadas, a causa del desnivel del terreno, y en cuyo interior se puede sentir el encanto de la religiosidad dolorosa.
    Está el viaje en su primera jornada y ya anda el viajero dudando sobre la conveniencia o no de cumplir con los horarios, trechos y rutas establecidos de antemano. Es tan hermoso este valle y tan evocadoras las piedras trabajadas de La Morera y La Parra que de buena gana se quedaría aquí no una sino todas las jornadas que ha programado para conocer el conjunto de la comarca. Esto es lo malo de viajar más por pasión que por capricho. O lo bueno. Cualquiera sabe. En fin, no se le tengan en cuenta al viajero sus incertidumbres o no llegaremos nunca a Feria, que aguarda allí al fondo, cerrando el valle como un lucero de piedra que tan pronto aparece como se oculta.
    De la vieja fortaleza árabe de Feria no queda casi nada, sólo unas pocas piedras, clandestinas, tostadas por el sol y hastiadas por siglos de silencio. Lo que en este sitio queda es el castillo que los Suárez de Figueroa levantaron al agonizar la Edad Media. Y queda, sobre todo, la torre del homenaje, enorme, de gruesos muros de mampostería y planta cuadrada con los ángulos redondeados, una auténtica fortaleza por sí sola, que tiene zona inferior maciza, cuatro niveles de edificación y terraza defensiva, desde la que el viajero puede ver lo mismo que aquel Suárez de Figueroa al que siendo niño trajo hasta aquí su padre, el todopoderoso maestre de Santiago, para mostrarle el mundo entero. Sin duda, tanto el maestre como quien –apenas cumplidos los doce años de edad– había de ser primer señor de Feria, exageraban, ya se ha dicho, pera esa, precisamente, es la impresión que da la vista desde aquí, dada la inmensidad de montes y campos y el canto majestuoso de los pueblos rojos y lechosos, esparcidos en el horizonte de la comarca, como puntos de la rosa de los vientos. (La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra. La comarca se hace a partir de esta ciudad, sostiene José María Lama, con localidades que pertenecieron al antiguo señorío de los Suárez de Figueroa, pueblos que surgieron en el territorio de la antigua Contributa Iulia Ugultuniae y villas que se desgajan de otros territorios –Los Barros santiaguistas y La Sierra y La Dehesa templarias–.)
    A los pies del castillo, Feria desarrolló su entramado de calles y callejones por la falda de la sierra, hasta llegar al llano, dibujando rincones de un gran atractivo, como el de la Cruz, que a veces es un estallido de macetas, o la apacible plaza con arquería donde se levantan el ayuntamiento (altivo y soleado) y la iglesia de San Bartolomé (dulce y sombría). Luego, mientras busca la salida hasta la salida hacia Burguillos del Cerro, el viajero oye un ruido hiriente, agudo: el viento, que llevaba días dormidos entre las almenas de arriba, acaba de despertar y suena a chocar de espadas en la encrucijada de calles retorcidas. Al sur, sobre la Sierra Vieja, se están formando unas nubes tenues que motean la ladera como si fuera un vestido desmesurado de lunares. Fuera de eso, todo es un acorde de luz y concordia que se extiende hasta el infinito por la dolorosa carretera que lleva a Burguillos del Cerro (…)»
Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos / Justo Vila 

 

«La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra»

 

Álbum de cuentos y leyendas tradicionales de Extremadura

En 1995, la Consejería de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura publicó la obra titulada Álbum de cuentos y leyendas tradicionales de Extremadura, del Grupo Alborán, con motivo del convenio suscrito entre la propia Consejería de Cultura y Patrimonio y el Grupo Alborán de Investigación en Didáctica y Literatura con el objeto de difundir la literatura tradicional extremeña y su proyección en el aula, a través de actividades de animación a la lectura, como el taller de Cuentos y Leyendas.

    «Cuando hablamos de cuentos y leyendas tradicionales es fácil «recalar» en ciertos tópicos, que van desde cierta nostalgia trasnochada hasta la «charlatanería» más desprovista de fundamento. La memoria viva de la colectividad –que eso es la cultura– no se deja asir en la foto fija de unas creencias inmóviles como una estatua, sino justamente en su recreación viva y adaptada al dinamismo histórico de la comunidad. Quiere eso decir que los cuentos y leyendas de nuestra Extremadura no son postales de «nuestro tipismo» o retablos hieráticos de nuestro pasado, sino agua huidiza, patrimonio vivo, no de piedras, pero si de palabras, tejido con la materia de los sueños, de los deseos, de la fe –en el caso de las leyendas religiosas– y, sobre todo, del esfuerzo y de la esperanza, porque, al fin y al cabo, los cuentos y las leyendas hablan simbólicamente de un aquí o de un ahora preñado de dificultades pero donde siempre es posible el compartir heroico y solitario. O, como decíamos en otro trabajo, la historia/Historia oral de Extremadura, en ese doble plano de fabular el vivir cotidiano en clave de Juan el Oso o de la Serrana de la Vera, de la Virgen de los Remedios o la mártir Eulalia de Mérida.

   Por eso, además, es singularmente difícil moverse en un campo tan resbaladizo, o acotar las lindes en un terreno en que se mezclan la historia y la antropología, la literatura y el folklore, la religiosidad y el mundo profano. De esta naturaleza multidisciplinar deriva también la vocación de llegar a muy distintos lectores de este libro.»

Acceso a la edición digital de la obra en la página de la Biblioteca Virtual Extremeña (BVE)

LA VILLA DE FERIA EN «ÁLBUM DE CUENTOS Y LEYENDAS TRADICIONES DE EXTREMADURA»

«Vecinos del pueblo
y concurrentes,
disimulad las faltas 
y sed prudentes»

Dentro de esta obra, Álbum de cuentos y leyendas tradicionales de Extremadura, podemos encontrar información sobre La Entrega, auto sacramental que se representa en la villa de Feria durante las fiestas de la Santa Cruz.

Según José Muñoz Gil, «La Entrega, considerada por algunos folcloristas como una de las manifestaciones de teatro religioso popular más genuina de nuestra región y única quizá en su género en el folclore nacional, es lo que ha distinguido al área geográfica del Señorío de Feria. Con ligeras variantes, introducidas por aportaciones locales, antiguamente se representaba en numerosos pueblos del Ducado, incluso en otras poblaciones próximas a él.

Se trata de una pieza de teatro popular religioso, de carácter versificado, de orígenes y autor desconocidos, aunque Matías Ramón Martínez afirma que ya existía en el primer tercio del siglo XVII, y cuyo texto ha estado sometido a innumerables alteraciones e interpolaciones, donde un coro va narrando en forma cantada, con la tradicional y reiterativa melodía, el hallazgo del Lignum Crucis por Santa Elena, mientras los actores van desarrollando la acción con una lentitud casi litúrgica y donde apenas tiene cabida la forma dialogada.»

«La Entrega».  40º Aniversario. Vídeo de La Hermandad de la Santa Cruz

A continuación se reproduce el artículo titulado La Entrega de la Santa Cruz (auto popular de Feria). En él aparece el texto, versificado, completo del auto que se representa la noche del 2 mayo en la plaza de la blanca villa de Feria, que  escenifica la búsqueda del lignum crucis por Santa Elena, con las indicaciones necesarias para su desarrollo. Dicho texto ha sido elaborado a partir de los manuscritos aportados por Dionisia Lozano, vecina de Feria, y adaptados por José Muñoz Gil, con ayuda de Antolín Gómez Hurtado. La información adicional es obra de Luis Guisado Macías:

La Entrega. Vídeo de Antonio Fernández Becerra

Además del citado artículo, en este libro aparecen dos interesantes apartados más dedicados a Las Cruces de Feria y a La Entrega: La tradición popular de las Cruces de Feria y su posible conexión con los condes D. Pedro Fernández de Córdoba y Dª Ana Ponce de León, de José Muñoz Gil, y La Entrega, teatro popular religioso en la villa de Feria, de Antonio Vera Ramírez.

Dichos artículos pueden consultarse también en el enlace anteriormente señalado de la Biblioteca Virtual Extremeña (BVE).

Monumentos artísticos de Extremadura

En 1986 apareció, editada por la Editora Regional de Extremadura, la obra titulada Monumentos artísticos de Extremadura, que supuso una contribución más al proceso de recuperación y conocimiento de los elementos de la identidad cultural extremeña.

El proyecto surgió de las manos y el estudio de profesores e investigadores extremeños, dirigidos por Salvador Andrés Ordax, y tuvo una excelente acogida por parte de los amantes y estudiosos del Patrimonio de Extremadura. Posteriormente, la obra ha sido revisada y reeditada en sucesivas ocasiones.

La última publicación renovada, de 2006, consta de dos volúmenes, con gran profusión de fotografías a todo color. Contiene, agrupados por cada localidad, los monumentos más importantes de la región extremeña.

Como señala el director de la obra en la Introducción de la misma, se pretende que la citada publicación «contribuya a un mejor conocimiento y divulgación del la riqueza monumental de Extremadura, cada vez mejor conocida y apreciada, y sirva de referencia para posteriores desarrollos y aplicaciones.»

FERIA EN “MONUMENTOS ARTÍSTICOS DE EXTREMADURA”.

En el Tomo I de la obra, bajo la entrada de Feria, encontramos la siguiente información referente a la villa de Feria:

Feria

Conjunto histórico-arqueológico

Emplazada en la estribación más oriental de la Sierra de San Andrés, de espalda a los espacios fragosos que se inician tras de ella en dirección a mediodía y abierta por el norte a la amplia penillanura que se extiende hasta el Guadiana, esta población representa el modelo característico de asentamiento dispuesto sobre una ladera en fuerte pendiente. El núcleo se orienta hace el sureste, con vocación hacia los terrenos llanos y fértiles en que se inicia la Tierra de Barros, y se cobija al amparo de un formidable castillo erigido en lo alto de la cima, desde donde atalaya dominando amplias extensiones de terreno.

Posible castro turdetano según Ortiz de Tovar, es también identificado por algún autor como la Seria de los Celtas, y la Fama Iulia romana, encontrándose en sus proximidades restos que permiten suponerlo como centro habitado en época visigoda. En la etapa de la dominación árabe acogió a pobladores musulmanes que ya dispusieron en ese lugar una fortificación o alcazaba de adobe, como antecedente del posterior castillo cristiano.

El lugar fue reconquistado para los cristianos por el Maestre de la Orden de Santiago D. Pedro González Mengo en 1241, con ocasión de las campañas desencadenadas por Fernando III para el asalto final a Jaén, Córdoba y Sevilla, y en cuyo transcurso se ocuparon extensos territorios en el ámbito sudoriental de la Baja Extremadura, así como numerosas poblaciones y fortalezas en ellos contenidos.

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                                                        Feria. Vista desde el sur

Perteneció este núcleo a la Orden de Santiago como tierra de repoblación en el siglo XIII, pasando posteriormente a la jurisdicción de la ciudad de Badajoz. En 1394, junto con los lugares de La Parra y Zafra, fue donado por Enrique III de Castilla a D. Goméz Suárez de Figueroa para fundar el Señorío de Feria, del que las tres localidades mencionadas constituyen el conjunto originario.

La fortaleza actualmente existente es la erigida por los señores de Feria sobre el anterior recinto árabe entre 1460 y 1513. En la cima del mismo cerro donde se situó el castillo ya existía, con anterioridad a éste, la primitiva ermita de la Candelaria, a cuyo alrededor se nucleó la población originaria durante un período que cabe considerar comprendido, aproximadamente, entre mediados del siglo XIII y mediados del XV. Desde época muy temprana, sin embargo, las construcciones tendieron a descender de este punto; extendiéndose progresivamente hace abajo por la ladera, en dirección al suroeste. La disposición de edificaciones en tal sentido pronto dio lugar a la configuración de nuevos tejidos con unas calles orientadas de suroeste a noreste, siguiendo las curvas de nivel del cerro para mejor adaptarse a la topografía en tanto que las travesías o formaciones transversales secundarias, así como el conjunto de la población en general, descienden sobre la fuerte pendiente. Manteniendo esta vocación en su crecimiento, la población se fue alejando progresivamente del núcleo originario alrededor de la parroquia primitiva, de manera que, en el siglo XV, ésta había quedado aislada en la cima del cerro junto al castillo. Al disminuir su feligresía, quedó reducida a ermita, hasta que, finalmente, concluyó al ser abandonada por completo, lo que significó la destrucción progresiva de su fábrica, de la que, en la actualidad, no quedan más que algunos indicios de viejos cimientos.

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                                                     Feria. Vista desde el castillo

 Ante tal dinámica de crecimiento por parte de la población, se impuso la necesidad de erigir otra parroquia en lugar más cómodo al caserío moderno, eligiéndose como emplazamiento para el nuevo templo el extremo oriental del conjunto últimamente figurado.

En las postrimerías del siglo XV, estaba ya abierto al culto bajo la advocación de San Bartolomé. El dato de la elección de un nuevo patronazgo puede tomarse como indicativo de que, en tal momento, la iglesia de la Candelaria aún se encontraba en uso.

En la actualidad, la parroquia de San Bartolomé aparece en el centro de la población toda vez que, el desarrollo de la misma, tomando al templo como foco de referencia para la expansión del caserío, pronto desbordó aquella con la disposición de nuevas edificaciones, para acabar rodeándola según el proceso habitual en los núcleos de configuración medieval.

Según la tradición local –no existe documentación que lo corrobore–, la nueva parroquia de San Bartolomé se levantó, a su vez, sobre otra vieja ermita existente, posiblemente dedicada ya a esta advocación, fenómeno que resulta frecuente en la zona en la época bajomedieval, como sucede en La Parra, Jerez de los Caballeros, Higuera de Vargas, Fuente del Maestre y otras localidades.

Frente a la plaza formada delante de la iglesia, por el lado de la epístola, se encuentra la Casa del Concejo, edificación con soportales y arcadas de ladrillo, de carácter mudéjar que, junto con las que configuran el flanco sur de aquélla, perimetran un espacio recoleto, de reducidas dimensiones y acusado desnivel, donde se centraliza la vida social de la localidad. Por la zona posterior de la parroquia, tras su ala del lado del evangelio, se respetó un alargado espacio libre, destinado a «terreno» o «coso» en tiempos antiguos, sobre el que posteriormente se organizó una nueva plaza o paseo, alineada perpendicularmente con relación a la parroquia, en un alarde de ingenio y practicismo para su adaptación a las irregularidades del terreno.

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                                              Feria. Vista general desde el castillo

No poca influencia en la tendencia del pueblo a expansionarse descendiendo por la ladera del cerro del Castillo, debe atribuirse a la localización «del Grifo», situada en el ámbito de la casa del Cabildo y la parroquia de San Bartolomé, y que, junto con dos cisternas o aljibes existentes en el castillo, fueron durante cierto tiempo los únicos puntos de suministro de agua para la población.

El núcleo histórico más antiguo de la Feria actual puede considerarse configurado entre los siglos XIV y XV, adoptando la característica estructura en «media luna», según secuencias de edificaciones dispuestas en paralelo respecto de las curvas de nivel, que descienden por la ladera a partir del foco generador de las inmediaciones de la fortaleza situada en la cima.

El diseño de esta parte de la población responde al esquema típico medieval, con calles estrechas, tortuosas, y de acusada pendiente, sobre todo las que atacan el cerro directamente en perpendicular, para unir en línea el castillo con el ámbito de la parroquia. Resultan representativas las que, conservando sus denominaciones tradicionales, aún son conocidas como calles Tagarete, Castillo, Albarracín, de Atrás, Acera, Franco, Pozo, etc., y las callejas Montero, Clemente o Bujero.

A partir de la parroquia, la organización del tejido urbanístico se materializa mediante manzanas de mayores proporciones que, aprovechando las posibilidades de una topografía irregular, como corresponde a un terreno de pronunciadas colinas, confieren a la planta de este núcleo el aspecto de una mano abierta con los cinco dedos extendidos, que se continúan por los caminos a Zafra, Burguillos, Salvatierra, y Fuente del Maestre. Aquélla, en su interior, determina el centro desde el que radialmente se disponen las vías de la localidad, entre las que permanecen espacios abiertos ocupados por grandes corralones, olivares y terrenos de cultivo.

El conjunto, en general, es un prodigio de pragmatismo por la insuperable inteligencia cin que las edificaciones y las calles se adaptan a las irregularidades del asentamiento.

Delante de las viviendas se disponen, para permitir el acceso desde el exterior, elementos configurando escaleras o rampas, conocidos como «Calzadas» o «Barrancos» que, en ocasiones, ocupan grandes extensiones, en tanto que otras veces se multiplican como módulos individuales en la fachada de cada casa. Significativos son los de las calles «Manceñía» y Zafra.

                                                          Feria. Vista desde el sur

Además de las dos plazas situadas sobre ambos flancos de la iglesia parroquial, sólo otras dos, de muy reducidas dimensiones, existen en el pueblo: la llamada «del Pilarito» y la conocida como de la «fuente del Grifo», ampliación de la de la iglesia y articulada con ésta por medio del edificio del Concejo, al dificultar la naturaleza del asentamiento la disposición de espacios diáfanos.

Las casas responden al modelo de edificación popular propio del ámbito rural bajoextremeño. De ordinario son de reducidas proporciones en planta, debido a que la naturaleza del terreno no permite las amplias extensiones habituales en las zonas de llano. Mayoritariamente son de un sólo piso con doblado utilizando bóveda como sistema de cubierta. Las fachadas aparecen encaladas de blanco y a veces ostentan zócalos, aunque resulta más habitual su reducción a una mínima franja en el entronque del muro con el suelo, denominada «cinta». Los remates suelen ser de cornisa en alero vivo con sencillas molduras de terraja.

A finales del siglo XVI la población estaba constituida por unas 275 casas. A mediados del XVII constaba con un número sensiblemente igual. A mediados del XVIII habían aumentado hasta cerca de las 350 y en 1850 sumaban exactamente 456. En el primer tercio de la centuria actual eran 750 y según el censo de 1980 totalizaban en dicha época prácticamente un millar: 964.

A excepción de un amplio edificio con arcos interiores situado en la plaza del Paseo, antiguo Pósito, ningún otro de entidad destacada –ermitas, palacios, casonas– ni elementos morfológicos de significación especial aparecen en la esta localidad, cuyo insuperable encanto y atractivo derivan del conjunto armónico de una arquitectura tradicional muy poco alterada en sus características seculares.

“Feria, Faro de Extremadura”, de Francisco Croche de Acuña

   Feria, Faro de Extremadura, texto y fotos de Francisco Croche de  Acuña. Tríptico publicado por el Ministerio de Información y Turismo, en 1973.

«Madrecita, quien tuviera
la tierra que se divisa 
desde el castillo de Feria.»

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Feria ayer. V

Vistas de la calle Albarracín con el castillo al fondo, Feria, 1973

Esta fotografía de la calle Albarracín, en la villa de Feria, debió de ser realizada a comienzo de los años setenta del  pasado siglo.

Albarracín

     «Próximos a los escarpes rocosos, adaptándose al terreno en apretada articulación y caprichosa conjunción de sencillos volúmenes, con amplio dominio visual sobre la llanura se encuentra el Albarracín. Ocupa el extremo norte del conjunto urbano y lo limita el camino del Venero que transcurre por la ladera de la sierra. No es preciso advertir la clara procedencia arábiga de este término, que se une a otros topónimos como prueba del rastro de lo mudéjar y morisco por este lugar, pero que a la hora de buscar el sentido de su aplicación resulta de difícil interpretación. Sea por derivación del árabe al-barrán, que hace referencia al espacio exterior, que está fuera del poblado, es decir, parte del conjunto que está extrarradio del núcleo urbano, donde vivía el que no tenía vecindad; o aplicado como lugar, donde se cría y abunda el albarraz, hierba piojera, según el Diccionario de Autoridades, llamada así por el efecto que causa y es usada a tal fin, es lo cierto que fue aplicada para denominar todo el paraje en el que se desarrolló el tejido formado por las actuales calles de Ana Ponce de León, Albarracín y su travesía, que va a unirse al callejón del Venero. En tal sentido, como lugar o paraje amplio, fue utilizado este nombre antiguamente…»

Fragmento de La villa de Feria, T. II, página 28, de José Muñoz Gil

“Feria en el Catálogo monumental de España. Provincia de Badajoz”, por José Ramón Mélida

A principios del siglo XX se diseñó un ambicioso proyecto cultural: el Catálogo Monumental de España. Con él se pretendía inventariar y describir el patrimonio histórico-artístico y arqueológico de cada una de las provincias españolas con objeto de su publicación.

El Catálogo Monumental de España tuvo su origen en el Real Decreto de 1 de junio de 1900, que ordenaba la catalogación completa y ordenada de las riquezas históricas o artísticas de la nación. Por primera vez se comenzaba una recogida exhaustiva de información sobre los bienes culturales, con la fotografía como instrumento de documentación gráfica.

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MÉLIDA, José Ramón
Catálogo Monumental de España. Provincia de Badajoz : (1907-1910) / José Ramón Mélida
 Madrid : Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, [1925-1926]
    3 v. : il. ; 26 cm
   1-2. Texto -- 3. Láminas

Sin embargo, este ambicioso proyecto quedó inconcluso. Fueron iniciados los trabajos de catalogación de cuarenta y siete provincias y concluidos, entre 1900 y 1961, los de treinta y nueve, pero tan sólo los de diecisiete fueron publicados.

Ahora, gracias a una labor conjunta del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto de Patrimonio Cultural de España, los catálogos han sido restaurados y, con la ayuda de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, su contenido ha podido ser digitalizado y puede ser consultado en su integridad en Internet, en el siguiente enlace:

Catálogo Monumental de España (1900-1961)

Entre los catálogos que sí se publicaron se encuentran los de las dos provincias extremeñas: Badajoz y Cáceres, ambos realizados por José Ramón Mélida Alinari.

Mélida realizó el Catálogo Monumental de Badajoz entre los años 1907 y 1910. Le dedicó cinco volúmenes: dos de texto y tres de ilustraciones.

El arqueólogo madrileño debió de recorrer minuciosamente cada rincón de la provincia en el que detectó la presencia de evidencias monumentales que incluían edificios enteros, ruinas, yacimientos o inscripciones epigráficas aisladas. Se valió de la ayuda de los lugareños y estudiosos locales, así como de la tradición oral para acceder a aquellos parajes con interés histórico-arqueológico.

Este catálogo, tal como lo redactó Mélida, una vez restaurado y digitalizado, puede consultarse íntegramente en Internet a través de la imagen o del enlace siguientes: 

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 Catálogo Monumental y Artístico de la Provincia de Badajoz [Manuscrito]

En 1924, tres lustros más tarde de haber sido elaborado por Mélida, el catálogo de la provincia de Badajoz fue publicado por el Ministerio de Instrucción y Bellas Artes en tres volúmenes: dos de texto y uno de ilustraciones.

En el prefacio del tomo I de texto se expresa: «El autor ha tenido en cuenta las historias locales, al examinar sus testimonios retrospectivos; ha tenido también presentes las monografías y estudios anteriores de ciertos monumentos; y atento a que este Catálogo sea tan copioso como se desea ha procurado dar noticia, detallada cuanto le ha sido posible, de lo que ha logrado ver y conocer en sus excursiones y estancias en las varias regiones de la provincia, sin olvidar ni un momento que su misión es solamente de aportar y ordenar elementos sueltos, útiles a los investigadores que en todo o en parte se propongan trabajos generales o particulares de más empeño».

Alcázar de los Duques de Feria (Zafra)

Alcázar de los Duques de Feria (Zafra)

Mélida es también autor de parte de las fotografías que lo ilustran e incluye otras de diversa mano. En el prólogo de esta edición da buena cuenta de la importancia que concedía a la fotografía y de su dedicación a la misma: «Este volumen de láminas, indispensable complemento de los dos de texto, constituye por sí un catálogo gráfico escogido […] Al efecto reprodúcense aquí los monumentos más importantes o curiosos, los más o menos conocidos y muchos inéditos, habiéndose utilizado para ello en la mayoría de los casos las fotografías hechas por el autor, las que le facilitaron otros aficionados y varias que adquirió de profesionales, más algunos dibujos. Para la formación de tan numeroso conjunto gráfico no se reparó en que por dificultades para tomar el punto de vista conveniente, por falta de luz en los interiores y por otras causas, haya resultado alguna que otra fotografía con deficiencias que justificarán las que puedan notarse en ciertas láminas, pues lo esencial era llenar las exigencias de la obra».

Este catálogo puede consultarse también íntegramente en Internet a través de la imagen o del enlace siguientes en la Biblioteca Digital Hispánica:

Catálogo monumental de España. Provincia de Badajoz (1907 1910)

FERIA EN EL CATALOGO MONUMENTAL DE BADAJOZ.

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             Vistas del Castillo de Feria. Mélida

Como ya señalamos anteriormente, el Catálogo Monumental de Badajoz fue publicado, en 1924, en tres volúmenes: dos de texto y uno de láminas. Para su confección, José Ramón Mélida recorrió entre 1907 y 1910 cada rincón de la provincia en el que detectó la presencia de evidencias monumentales. El arqueólogo madrileño pasaría por la villa de Feria en algún momento entre 1907 y 1910. En su Catálogo aparecen dos monumentos de la localidad pacense, descritos y fotografiados, y varios objetos más, solamente descritos. Como señalamos en el punto anterior, este Catálogo, tanto en su versión manuscrita como impresa, puede ser consultado íntegramente en Internet.

VASO IBÉRICO

En el tomo I de texto, dentro del apartado Productos industriales ibéricos de la edad de hierro, incluido en el capítulo titulado Tiempos prerromanos, nos describe un vaso de cerámica ibérico, que se conserva en el Museo Arqueológico de Badajoz, en los siguientes términos:

     Vaso ibérico, de barro, falto de su cuello y con arranque de asas. Es de forma oblonda y de suelo plano. Altura, 0,135 metros. Procede de la dehesa El Álamo, sita entre Feria y Zafra.

Donación de don Francisco Sierra.

Pero es en el tomo II de texto donde podemos encontrar la mayor parte de la información recogida en el Catálogo, sobre la villa de Feria.

LÁPIDA ROMANA

En el capítulo III, titulado Épocas romano-cristiana y visigoda, bajo el epígrafe de Feria, nos da noticia de un fragmento de lápida de mármol, perteneciente a la colección del Marqués de Monsalud, hoy desaparecida:

      Fragmento de lápida de mármol blanco, de 0,18 metros de largo por 0,10 de ancho.

Colección del señor Marqués de Monsalud, en Almendralejo, que lo publica en el Boletín de la Real Academia de la Historia, (t. XLIII, 1903, pág. 248), diciendo:

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«Floren]tia [requiev]it en pace [sub die….. f]ebruarias era d….. [paz t]ecum.

Florencia descansó en paz el día….. de febrero de la era quinientas….. La paz del Señor sea contigo.

Hallada en la dehesa de Los Álamos de dicho término».

En el capítulo V. Épocas de la Reconquista y Moderna, bajo el título de Feria, nos describe el Castillo de Feria y la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, además de varios objetos litúrgicos que se guardan en dicha iglesia:

FERIA

     Ganó esta plaza a los moros en 1241 el Maestre de Santiago D. Pedro Gómez Mengo.

El rey Enrique IV de Castilla dio en feudo el lugar de Feria a don Lorenzo Suárez de Figueroa, con el título de Conde, para premiarle sus servicios. Felipe II hizo merced de la villa, con título de Duque a su quinto Conde don Gómez Suárez de Figueroa. Después pasó este señorío al Duque de Medinaceli.

El recuerdo señorial que Feria conserva es su castillo.

CASTILLO DE FERIA

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 Castillo de Feria. Mélida

      Castillo. Dominando la villa por N.O. se levanta y extiende de N. a S. sobre una colina, en la que los peñascos forman defensa natural. Su planta poligonal irregular, por exigencias topográficas, tiende a formar un rectángulo. Constaba de dos recintos; a lo menos hay restos del primero, cortinas y un cubo por S.O. Lo que se conserva mejor es el segundo recinto en cuyo centro se eleva la mole cuadrada, altísima e imponente de la torre del homenaje, que por estar unida a dos cuerpos de fortificación que formando línea de E. a O. terminan en torres redonda la primera u oriental y cuadrada la segunda u occidental, dividen dicho recinto en dos, uno septentrional y otro meridional. Cortinas de 2,50 metros de espesor y torres cuadradas y cubos constituyen las líneas de defensa exterior. Mide el recinto, sin contar las torres salientes, 136 metros de longitud y 51 de altitud. Toda la fábrica es de mampostería. Cerca del ángulo de N.O. hay un aljibe cubierto con bóveda de ladrillo. La parte principal y mejor de la fortaleza es la gran torre de que se ha hecho mérito, casi cuadrada, pues sus ángulos están robados en arco de círculo y mide 0,20 metros de longitud, 17,40 de latitud y 40,00 de altura. Sus ventanas acusan cuatro pisos, no accesibles hoy por el estado de ruina en que se halla la fortaleza; pero debe haber en el interior interesantes cámaras que servirán para dar una idea de la vida señorial. Entre las ventanas que dan al oriente las hay góticas, bien características. Conserva en parte esta torre su almenaje. La fisonomía de este castillo parece ajustarse a la arquitectura del siglo XV, y debió construirlo el citado primer Conde de Feria, don Lorenzo Suárez de Figueroa, de quien hemos de citar otros recuerdos monumentales, especialmente al hablar de Zafra.

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                     Torre del homenaje. Mélida

IGLESIA PARROQUIAL

     Iglesia parroquial de San Bartolomé. Se compone de una nave y capilla mayor de menos altura, con ábside de tres lados; la nave cubierta con dos tramos de bóveda de crucería que forman cada una una estrella y una cruz entrecruzadas y el ábside, con bóveda también de crucería, en figura de estrella.

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 Portada de la Iglesia Parroquial de San Bartolomé. Mélida

La torre es un cuerpo cuadrado, adosado a la nave por su extremo opuesto al ábside. Debe datar esta iglesia ojival de fines del siglo XV o principios del XVI. Sus portadas corresponden al mismo estilo, y la mejor, que es la del lado de la Epístola, es de piedra de sillería, entre dos o pináculos florenzados se ve la puerta de arco rebajado por cuyas arquivoltas corre una faja de adorno en relieve, compuesto de un tallo con hojas y grandes flores, entre las que se ven figuras de centauros con flechas y lanzas, leones, dragones, aves fantásticas y en la clave, de busto, la imagen de San Bartolomé (?), correspondiendo cada motivo a un sillar o dovela. Encima, dentro de una hornacina en arco conopial florenzado y con un grumo por remate está la imagen de San Bartolomé, vestido tan sólo de una piel de león, en pie y hollando con los pies a la serpiente y amenazándola con la espada de fuego que esgrime en la diestra.

En la capilla de San Bartolomé, situada en el lado del Evangelio, hay otra efigie del titular, de talla policromada, del siglo XVII.

De igual época es el púlpito, de hierro, con adorno de roleos.

Los retablos son de estilo barroco, el mayor de dos cuerpos, y dorados.

En el ábside de lado de la Epístola hay el siguiente epitafio:

Sepulcro sin recortar

Se guardan en esta iglesia las joyas siguientes:

COPÓN

     Copón, de plata dorada y repujada. El pie adornado con las figuras simbólicas de Pelícano, Águila, Cordero y León, alternadas con querubines, y la copa de igual modo, en medallones con los emblema de tres cruces, dos azotes o flageladores, tres dados, tres clavos, espigas y racimos de uvas. De igual modo en la tapa aparecen símbolos de la Pasión: lanza y caña, escalera, corona de espinas, el gallo, alternados estos motivos con racimos de uvas y haces de espigas, y por remate lleva la cruz sobre el dragón. Siglo XVII, estilo barroco.

CÁLIZ

     Cáliz, de plata oxidada y dorada. La copa y el nudo adornados con querubines; el pie con la espada de San Pablo y flores de la pureza. Es de estilo barroco, pero de fines del siglo XVIII.

CUSTODIA

    Custodia, de plata dorada, con figuras de ángeles, adorantes, en el pie y querubines; en torno del viril rayos rectos y flameantes alternados. Altura, 0,65 metros.

CASULLA

    Casulla bordada en seda blanca con oro o pedrería; barroca.

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA ALINARI (Madrid, 1856 – Madrid, 1933)

Melida.htm.jpgComo otros catalogadores, estudió en la Escuela Superior de Diplomática. Pasó casi toda su vida trabajando en el Museo Arqueológico Nacional, en el que entró en 1881 como aspirante sin sueldo en la Sección de Prehistoria y Edad Antigua. Poco después, ingresó por concurso de méritos en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, pasando a ser jefe de sección en el mismo Museo en 1884. Después de quince años como director del Museo de Reproducciones Artísticas (1901-1916), volvió al Arqueológico como director. Fue asimismo catedrático de Arqueología en la Universidad Central desde 1912 hasta su jubilación en 1916.

Su actividad en el trabajo de campo como arqueólogo fue muy activa. Se trasladaba a las excavaciones siempre que su trabajo en el Museo no se lo impedía, siendo las más importantes, entre las que dirigió, las de Numancia y Mérida, donde descubrió el teatro e impulsó su reconstrucción. Son numerosísimos los actos profesionales en los que participó, algunos de ellos con obligaciones de organización o como presidente: congresos de arqueología, exposiciones, conferencias, etc. Fue uno de los arqueólogos más importantes de los últimos años del siglo XIX y primera mitad del XX, reconocido internacionalmente y pionero en muchas cosas, como también lo fue Cabré Aguiló. Académico de la Real Academia de San Fernando (1899), de la de Historia (1906) –en la que ocupó el cargo de anticuario perpetuo–, San Carlos de Valencia, Buenas Letras de Barcelona y correspondiente de otras extranjeras. Le encargaron los Catálogos de las provincias de Tarragona (1907) –que no pudo hacer por motivos de salud–, de Badajoz (1907) y Cáceres (1914).

FUENTES