“Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos”

En 2001, apareció, editada por la Diputación de Badajoz, la obra titulada Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos, que formaba parte de un ambicioso proyecto dedicado a las comarcas de la provincia de Badajoz coordinado por Justo Vila. Se trata de una monografía, bellamente ilustrada, coordinada por el escritor Justo Vila, con textos de ADENEX, Guillermo S. Kurtz, José María Lama, Aniceto Delgado Méndez, María F. Sánchez, Dulce Chacón y el mismo Vila, y magníficas fotografías de J. Enrique Capilla y Antonio de la Cruz.

«Las comarcas de la provincia de Badajoz, en su mayor parte, asientan su identidad (tanto o más que en la cercanía de las localidades que las integran o en la similitud de sus ecosistemas) en la historia y en la voluntad de trabajo en común de sus gentes.

Zafra–Río Bodión es una comarca singular que nace a partir de territorios y pasados muy diversos, lo que lejos de diluir su identidad, la enriquece. Por una parte, la comarca es Tierra de Barros santiaguista –Calzadilla, Los Santos, La Fuente– y por otra es Sierra y Dehesa templarias –Burguillos, Valverde, Atalaya, Valencia del Ventoso–. Zafra–Río Bodión es el segmento central del territorio del antiguo señorío de Feria –La Morera, La Parra, Feria, La Lapa, Alconera, espacio de transición entre Los Barros y La Sierra–, y es el territorio de Medina de las Torres y Puebla de Sancho Pérez, ambas santiaguistas, articulados en torno al camino que conducía a Contributa Iulia Ugultuniae, la ciudad romana que vertebraba la comarca en tiempos antiguos.

Cuatro espacios con rasgos físicos e historias bien definidos que, como conjunto, se explican por el magnetismo que sobre ellos ejerce una ciudad, la que da nombre a la comarca. De alguna forma, es el electroimán de Zafra el que explica a unos territorios y a unas gentes que, libremente, han decidido construir unidos su futuro.

Pasado y presente, rasgos físicos y cercanía, lo urbano y lo rural, y sobre todo la voluntad de vivir en comunidad. Eso es Zafra-Río Bodión, una conciencia de ser que, aunque inmaterial, alienta su existencia.

La comarca es un espacio de contrastes que gira en torno a la ciudad que le da nombre, un lugar casi sin término municipal que, lejos de sentirse comprimido dentro de sus medievales murallas, se alzó ya entonces como complemento perfecto del mundo campesino que lo rodeaba.

Mientras que en el entorno los pueblos se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, Zafra ofrecía espacios públicos para el comercio de esos productos. De esa vocación nacerían sus mercados y ferias hace más de seiscientos años. Una de ellas, la de San Miguel, sigue atrayendo cada otoño a miles de hombres y mujeres llegados desde todos los rincones de Extremadura, la vecina Andalucía, el Alentejo portugués y cientos de lugares más.

La comarca de Zafra–Río Bodión es múltiple y es una. Se trata de un territorio que, con un gran peso histórico sobre sus espaldas, estás salpicado de bellos escenarios, siempre cambiantes en sus formas y colorido. Un territorio que ha sabido conservar formas, ritos y fiestas de hondas raíces, conformando un legado patrimonial del más alto valor. Un territorio jaspeado de casas blasonadas y palacios, murallas, atalayas y castillos, iglesias góticas, renacentistas y barrocas, y una serie de hermosísimos entramados urbanos –enriscados unos, con vocación de llano otros– que siempre cautivan al visitante.»

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LA VILLA DE FERIA EN «ZAFRA-RÍO BODIÓN: LA ROSA DE LOS VIENTOS»

Como no podía ser de otro modo, Feria aparece referenciada en numerosas partes de la obra.

Recogemos, a continuación, el comienzo de la crónica de viaje que realiza el escritor Justo Vila por las tierras de la villa de Feria y con la que se inicia el libro:

    «Cuando Gómez cumplió nueve años, su padre, Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago desde 1387, se acordó de la promesa que le había hecho al nacer y lo llevó a Feria en impresionante marcha que empezó en Mérida, pasó por Almendralejo y dejó atrás Villalba por el camino de Jerez.
    Han pasado los años y Gómez Suárez aún recuerda el encantamiento en que se vio sumido cuando, viniendo por la llanura interminable, surgió de repente ante sus ojos el morro altísimo y serrado de la silenciosa fortaleza árabe. Del viaje, además de esto, lo que recuerda el primer señor de Feria es el agradable olor de trigo recién segado y la extraña confusión que experimentó al ver a una partida de chiquillos del color de la tierra escapando ante el séquito a través de las claras aguas del Guadajira. Era la primera vez en su vida que veía huir a los hijos de los campesinos al paso de los caballos y en verdad que no entendía nada.
    Ahora, anciano y cansado (¿puede un hombre sentirse viejo a los cuarenta y seis años?, Gómez Suárez tiene la impresión de que desde aquí, desde las torres de la vieja cerca mora, se puede ver toda la Extremadura. Sin duda, exagera, pero al menos puede contemplar casi todo lo que le pertenece. Poco después de aquel primer viaje, su padre habría de conseguir autorización del rey Enrique Tercero para crear un mayorazgo con las villas de Feria, Zafra y La Parra. Y él, Gómez Suárez de Figueroa, primer titular del señorío, había añadido a sus dominios los burgos, lugares y caseríos de las tierras de Villalba, Nogales, Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey. Con el paso de los años, su hijo Lorenzo (el que mandó construir el alcázar de Zafra), incorporaría, por donación de Juan Segundo, La Morera y La Alconera; y en tiempos de su nieto, Gómez Segundo, el señorío anexionaría las tierras de Torre de Miguel Sesmero, Almendral y Salvaleón, llegando a sumar los dominios extremeños de esta familia de origen gallego tantos kilómetros cuadrados como tiene la actual comarca de Zafra-Río Bodión.

                       Vistas de Feria y su castillo. Foto de La Voz de Feria

    Seiscientos años después, un viajero viene hacia Feria por donde casi nunca viene nadie –el camino antiguo de Badajoz–, siguiendo los apacibles valles de La Morera y La Parra, entre las sierras de María Andrés y Madroñera, un paisaje solitario y callado, casi secreto, con el embrujo de una leyenda escrita en un espejo. En la plaza de La Parra, que tiene distintos niveles, compiten en hermosura lo civil y lo religioso, ayuntamiento e iglesia. El primero es un edificio mudéjar con dos plantas, arquería de ladrillo y soportales. La iglesia es una impresionante obra de mampostería y ladrillo, de variada morfología, que presenta distintas cotas en sus fachadas, a causa del desnivel del terreno, y en cuyo interior se puede sentir el encanto de la religiosidad dolorosa.
    Está el viaje en su primera jornada y ya anda el viajero dudando sobre la conveniencia o no de cumplir con los horarios, trechos y rutas establecidos de antemano. Es tan hermoso este valle y tan evocadoras las piedras trabajadas de La Morera y La Parra que de buena gana se quedaría aquí no una sino todas las jornadas que ha programado para conocer el conjunto de la comarca. Esto es lo malo de viajar más por pasión que por capricho. O lo bueno. Cualquiera sabe. En fin, no se le tengan en cuenta al viajero sus incertidumbres o no llegaremos nunca a Feria, que aguarda allí al fondo, cerrando el valle como un lucero de piedra que tan pronto aparece como se oculta.
    De la vieja fortaleza árabe de Feria no queda casi nada, sólo unas pocas piedras, clandestinas, tostadas por el sol y hastiadas por siglos de silencio. Lo que en este sitio queda es el castillo que los Suárez de Figueroa levantaron al agonizar la Edad Media. Y queda, sobre todo, la torre del homenaje, enorme, de gruesos muros de mampostería y planta cuadrada con los ángulos redondeados, una auténtica fortaleza por sí sola, que tiene zona inferior maciza, cuatro niveles de edificación y terraza defensiva, desde la que el viajero puede ver lo mismo que aquel Suárez de Figueroa al que siendo niño trajo hasta aquí su padre, el todopoderoso maestre de Santiago, para mostrarle el mundo entero. Sin duda, tanto el maestre como quien –apenas cumplidos los doce años de edad– había de ser primer señor de Feria, exageraban, ya se ha dicho, pera esa, precisamente, es la impresión que da la vista desde aquí, dada la inmensidad de montes y campos y el canto majestuoso de los pueblos rojos y lechosos, esparcidos en el horizonte de la comarca, como puntos de la rosa de los vientos. (La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra. La comarca se hace a partir de esta ciudad, sostiene José María Lama, con localidades que pertenecieron al antiguo señorío de los Suárez de Figueroa, pueblos que surgieron en el territorio de la antigua Contributa Iulia Ugultuniae y villas que se desgajan de otros territorios –Los Barros santiaguistas y La Sierra y La Dehesa templarias–.)
    A los pies del castillo, Feria desarrolló su entramado de calles y callejones por la falda de la sierra, hasta llegar al llano, dibujando rincones de un gran atractivo, como el de la Cruz, que a veces es un estallido de macetas, o la apacible plaza con arquería donde se levantan el ayuntamiento (altivo y soleado) y la iglesia de San Bartolomé (dulce y sombría). Luego, mientras busca la salida hasta la salida hacia Burguillos del Cerro, el viajero oye un ruido hiriente, agudo: el viento, que llevaba días dormidos entre las almenas de arriba, acaba de despertar y suena a chocar de espadas en la encrucijada de calles retorcidas. Al sur, sobre la Sierra Vieja, se están formando unas nubes tenues que motean la ladera como si fuera un vestido desmesurado de lunares. Fuera de eso, todo es un acorde de luz y concordia que se extiende hasta el infinito por la dolorosa carretera que lleva a Burguillos del Cerro (…)»
Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos / Justo Vila 

 

«La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra»

 

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