Feria ayer. VI

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Esta fotografía de la calle los Mártires, en la villa de Feria, debió de ser realizada a comienzo de los años setenta del pasado siglo.

Mártires

     «La calle de los Mártires está, prácticamente, dividida en toda su longitud por un barranco cuya altura se hace más acusada a medida que se prolonga y desciende. Lo que le confiere un notable movimiento de volúmenes y desniveles. Su adaptación al terreno la hace sinuosa. Fue siempre una de las calles de la Villa con mayor vitalidad: tránsito de los devotos que acudían a los Mártires; paso obligado de entierros, desde que se construyó el cementerio; y camino que conducía al Pilar de Arriba. Desembocaba al “Arroíto”, donde surgía una frondosa alameda, con una fuente muy frecuentada por los vecinos en los días de la “fiesta de los Santos Mártires y a la que acudían a por agua”, antes de articularse la calle Consolación, que era simple camino hacia la ermita.»

     Fragmento de La villa de Feria, T. II, página 45, de José Muñoz Gil

“La sombra de una retama”, Jesús Carrasco

Jesús Carrasco: «Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero»

Retama blanca

                                  Retama con Feria al fondo, imagen de «La Voz de Feria»

   JESÚS CARRASCO

   Caminábamos por las sierras próximas a Feria, el pueblo natal de mi madre. Nos acompañaban Valentín y Mercedes, llegados desde Alba de los Cardaños, en el extremo norte de Palencia. Habíamos comenzado a andar muy tarde, así que, a pesar de que octubre ya mediaba y soplaba una brisa fresca, el sol nos hacía sudar casi como si estuviéramos en verano. Después de comer cada uno fue encontrando su ritmo y, hacia el final de la ruta, éramos ya un grupo deshilachado. A eso de las cuatro y media yo decidí sentarme a descansar sobre la hierba seca, a la escueta sombra de una retama. Cuando Mercedes me alcanzó, se detuvo a mi lado. Delibesme dijo, recomendaba no sentarse nunca al caminar. Sentí deseos de incorporarme inmediatamente, como si el mismísimo Delibes me hubiera hecho la advertencia, pero el pecado ya había sido cometido y no había mucho que yo pudiera hacer.

    Ahora, desde el frescor de mi casa, rememoro la anécdota y pienso que Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero. A cada cual le alcanza de una manera: como maestro indiscutible de la lengua castellana, como periodista, pero también como defensor del medio natural, viajero, hombre de familia, cazador y un largo etcétera. Yo lo descubrí siendo adolescente cuando cayó en mis manos El camino y me lo volví a encontrar el otro día, muchos años después, a la raquítica sombra de una retama. Gracias, señor Delibes, por seguir tan presente en nuestras vidas.

Artículo aparecido en El Norte de Castilla, 12 de diciembre de 2020

“Una auténtica ganga”, un relato de Jesús Carrasco

El 26 de abril del pasado año 2019, el escritor extremeño Jesús Carrasco Jaramillo participó en el Aula literaria Guadiana de Don Benito (Badajoz). Para tal ocasión el citado Aula presentó una edición no venal de un relato del escritor nacido en Olivenza, titulado Una auténtica ganga.

En dicho relato, Carrasco nos traslada a un pequeño pueblo situado en el suroeste de Extremadura. Allí Marcial, uno de los vecinos de la localidad que trata de ir tirando como puede, se enfrenta a la engorrosa tarea de vender la casa de su madre, recientemente fallecida, por un precio razonable.

     «Dos meses y medio después de que la anciana muriera, Marcial, su hijo mayor, colgó un cartel con un número de teléfono en la puerta de la que había sido la casa de su madre. Había usado un trozo de tabla laminada que le había sobrado de la reforma de su propia cocina. Una de esas maderas alargadas que se usan para tapar el hueco que queda entre la parte baja de los muebles y el suelo. Con un pincel barato que terminaría tirando al finalizar el trabajo, empezó a escribir “SE VENDE”, usando como modelo un rótulo que había impreso en un papel antes de salir de casa. Para la S inicial se molestó en imitar los grosores cambiantes de la tipografía e incluso dibujó con cuidado remates rectos en los extremos del trazo. La siguiente E todavía quería ser una letra de imprenta y, a partir de ahí, los demás caracteres fueron perdiendo progresivamente los atributos de molde por causa de la impaciencia. Se había convencido de que una buena venta empezaba por un buen cartel porque había escuchado en algún lugar que la primera impresión era la que quedaba. Pero viendo que imitar aquella tipografía le iba a llevar la mañana entera decidió que sería suficiente con que esa buena impresión se redujera a las primeras letras …»

Carrasco ha aprovechado esta narración para rendir un homenaje a la tierra donde están sus raíces y sitúa la historia en la localidad natal de la familia de su madre, «la blanca villa de Feria», el que fuera también territorio de su última novela, La tierra que pisamos. Aunque el nombre de la localidad pacense no aparezca explícitamente en el texto, sí aparecen referencias a topónimos locales que no dejan ningún lugar a dudas: el bar de Chamizo, el Castillo, la ermita de los Mártires, La Corredera…

El autor de Intemperie ha sabido reflejar muy bien la forma de ser, y hasta la forma de hablar de la gente de Feria, los llamados coritos, y nos ofrece un relato delicioso, salpicado de humor y lleno de buena escritura. Muy recomendable.

RELATO COMPLETO

      «Dos meses y medio después de que la anciana muriera, Marcial, su hijo mayor, colgó un cartel con un número de teléfono en la puerta de la que había sido la casa de su madre. Había usado un trozo de tabla laminada que le había sobrado de la reforma de su propia cocina. Una de esas maderas alargadas que se usan para tapar el hueco que queda entre la parte baja de los muebles y el suelo. Con un pincel barato que terminaría tirando al finalizar el trabajo, empezó a escribir “SE VENDE”, usando como modelo un rótulo que había impreso en un papel antes de salir de casa. Para la S inicial se molestó en imitar los grosores cambiantes de la tipografía e incluso dibujó con cuidado remates rectos en los extremos del trazo. La siguiente E todavía quería ser una letra de imprenta y, a partir de ahí, los demás caracteres fueron perdiendo progresivamente los atributos de molde por causa de la impaciencia. Se había convencido de que una buena venta empezaba por un buen cartel porque había escuchado en algún lugar que la primera impresión era la que quedaba. Pero viendo que imitar aquella tipografía le iba a llevar la mañana entera decidió que sería suficiente con que esa buena impresión se redujera a las primeras letras.
     Para cuando colgó aquel cartel, la casa ya había sido ofrecida, sin éxito, a todos los posibles interesados del pueblo. Había empezado por la familia, siguiendo un orden jerárquico que dictaba que la casa debía ser ofrecida primero a los parientes mayores más cercanos a la fallecida. Su tía Amalia, la única que quedaba en el pueblo, le dijo que no, que todavía estaba de luto por la muerte de su hermana pequeña. Tu madre ya me está esperando en el cementerio de los Mártires, le dijo: ¿Para qué quiero yo otra casa si ésta me va a sobrar dentro de nada? Dejó a la mujer murmurando en su cuartito de estar, manoseando las cuentas de su rosario bajo la falda de una mesa camilla en la que todavía ardía un brasero de picón. Siguió por los dos hijos de Amalia, sus primos. Al mayor se lo encontró en el bar de Chamizo, como cada día después de volver del campo. Marcial le habló de la casa y el primo le contó que la nueva nave para los cerdos que había construido el año año anterior le iba a tener entrampado durante los siguientes doce años y, de paso, le pidió que rezara porque el precio del jamón no siguiera cayendo como lo estaba haciendo. ¿Tú sabes que los chinos ya están haciendo jamón ibérico? Marcial salió del bar rogándole a Dios que respetara los precios del cerdo negro y que, por nada del mundo, permitiera que los chinos los criaran. A su primo pequeño se lo encontró a la mañana siguiente tratando de arrancar su moto junto a la puerta del ayuntamiento. Antes de que Marcial le dijera nada, el primo se adelantó y le dijo que estaba al tanto de lo de la casa por su hermano y por su madre y, de paso, le advirtió de que le iba a costar encontrar comprador, que la casa estaba en muy malas condiciones y que tendría que hacerle una buena reforma si quería deshacerse de ella. Precisamente salgo de una reunión con el alcalde por otro asunto, le dijo, y me ha hablado de unas subvenciones que da la Diputación para fomentar el turismo rural del pueblo. En cuanto se muera mi madre, es los que voy a hacer yo, coger la subvención y sacarme unas perras con los forasteros. Por cierto, ¿cuánto pides por la casa? Seis mil euros, le dijo, y como el primo se llevó las manos a la cabeza se apresuró a aclarar que si él la quería se la dejaba en cuatro mil.
     Lo intentó entonces con los vecinos, siguiendo también un orden no escrito que esta vez dictaba que debía empezar por los más próximos a la casa en venta. A Carmen, la vecina contigua, la buscó el primer domingo de agosto al salir de misa. Carmen, uniendo tu casa con la de mi madre te sale una mansión. Si la quieres yo mismo te hago una puerta para comunicarlas. Voy un sábado por la mañana, abro el hueco y me llevo los escombros. Marcial, le dijo Carmen, ya sabes que yo solo paso en el pueblo el mes de agosto. Con la casa que tengo me apaño. Tampoco el vecino de enfrente estaba interesado, ni ninguno de la misma calle ni del callejón trasero. Nadie quería comprar aquella especie de cueva de muros gruesos y ventanas como ojos de buey, con los suelos de pizarra y la vieja cuadra convertida en cocina. Las habitaciones eran pequeñas, ninguna ventana cerraba bien y había un patio en la parte trasera que tenía una cochineras viejas que había que derribar porque ocupaban la mayor parte del espacio. En el tejado los jaramagos prosperaban sin que nadie se lo impidiera y las golondrinas habían llenado los aleros con sus nidos de barro y la fachada con manchas de excrementos blanquecinos. Tampoco la antena de televisión era útil. La anciana solo sintonizaba los dos canales públicos que había visto durante toda su vida.
     Los pocos vecinos del pueblo que se habían acercado a ver la casa, casi todas mujeres, lo hicieron, no tanto porque quisieran comprarla, sino por ver cómo la tenía la anciana por dentro. La visitaban de dos en dos prestándole más atención a las fotos que todavía colgaban de las paredes que a la distribución o a la calidad de la obra. Esta es de cuando se casó la pobre. Si me acuerdo yo de aquel día. Menudo convite, llegó a decir una con sorna, porque tu madre era generosa como ella sola. El hijo aprovechaba las visitas para abrir las ventanas y las puertas durante un rato y para recoger del suelo las cartas del banco o los recibos de la contribución municipal. Las mujeres recorrían las habitaciones a sus anchas, subían al doblado y, cuando bajaban preguntaban por el precio de venta, que ya todo el pueblo conocía, y le decían al hijo que seis mil euros eran un dineral porque la casa había que derribarla. Luego se alejaban calle arriba, cuchicheando como unas adolescentes que hubieran visto el miembro rosado de un exhibicionista.

                                                Fotografía de Justa Tejada

     Tuvieron que pasar el otoño y el invierno para que, a la primavera siguiente, alguien llamara por fin al número de teléfono. Era un sábado por la mañana de principios de marzo y, a esa hora, el hijo estaba en el campo fumigando los olivos con el tractor. Paró el motor y cogió la llamada. Al otro lado la voz de un hombre joven le dijo que estaba en ese mismo momento frente a la puerta de la casa en venta y que le gustaría verla. El hijo intentó demorar la vista un par de horas, pero la voz al otro lado le contó que estaba de paso y que no volvería al pueblo, así que Marcial plegó el apero de fumigar, se puso en marcha y veinte minutos después estaba aparcando en la parte baja de la calle, detrás de un todoterreno blanco que no había visto nunca.
     Cuando llegó a la puerta se encontró con una pareja más o menos de su edad, una niña de unos siete u ocho años y un galgo con un pañuelo rojo anudado al cuello.
     ¿Fernando?, preguntó el recién llegado ofreciendo su mano al desconocido, soy Marcial.
     Esta es Mónica, mi compañera. Esta pequeñina es Nagore y ese granuja de ahí, Tongo.
     Marcial le dio la mano con fuerza a la mujer, le sonrió forzadamente a la niña y, a continuación, se sacó del bolsillo un juego con dos llaves. El día era soleado y la claridad rebotaba en las fachadas encaladas obligándoles a entrecerrar los ojos. Marcial agarró el pomo con una mano, introdujo la llave en la cerradura y trató de girarla.
     Es un pueblo súper bonito, dijo Fernando a su espalda. Hemos estado dando una vuelta por el castillo y luego hemos visitado una ermita que tiene unos columpios como muy antiguos al lado del cementerio.
     Los Mártires será, respondió el hombre mientras seguía forzando la llave.
     A veces cuesta abrirla, pero con un poco de aceite va como la seda. Tengo que tener yo grasa en el tractor.
    También hemos estado paseando por una plaza preciosa que hay ahí arriba, dijo la mujer. Una así como muy alargada.
     Sí, bueno. La Corredera la llamamos. Es el único sitio llano del pueblo. Todo lo demás ya veis que está en cuesta, dijo justo cuando la llave finalmente giraba.
     La niña había estado todo el tiempo cogida a la pierna de su madre viendo como aquel desconocido forcejeaba con la puerta.
      Bueno, vamos allá, dijo el hombre. A ver qué os parece la casa. Empujó la puerta, pero no se abrió.
     ¡La puta puerta de los cojones!, dijo.
     La pareja se sobresaltó e, instintivamente, buscaron los ojos de la niña que seguía agarrada a la pierna de su madre.
    Echaros un poco para atrás, hacedme el favor, les pidió.
    La familia se retiró un par de pasos y el hombre, agarrado al pomo, cogió impulso y lanzó todo el peso de su cuerpo contra la pequeña hoja. La chapa de metal cedió con un chirrido y el hombre entró a trompicones en la casa como si acabara de meter un estoque hasta el corvejón.
     Su puta madre, le oyeron decir desde el interior y luego, entrad, entrad.

                                       Fotografía de Manuel Sayago

     El paso brusco de la calle refulgente al espacio interior contrajo sus pupilas y, durante unos segundos, se sintieron flotar en medio del vacío. Olía a papel húmedo y a comida en mal estado y sus caras se arrugaron. Fernando apretó con fuerza la mano de Mónica en un gesto en el que mezclaban el desagrado y la intuición de que no iban a sacar nada en claro de aquella visita, que allí la energía estaba estancada y no fluía. Pero a medida que sus pupilas se empezaron a relajar y fueron revelándose los detalles del lugar, sus manos se aflojaron y sus rostros pasaron a expresar un asombro infantil, como si fueran los primeros visitantes de una cueva prehistórica repleta de bisontes y de figuras de cazadores a la carrera.
     Voy a abrir la puerta del corral para que veáis mejor, dijo Marcial. La luz está dada de baja porque, con la casa vacía, es un derroche de dinero.
    El hombre descendió por el pasillo que caía hacia el patio posterior mientras los visitantes continuaban admirando en silencio las vigas de madera del techo, el viejo fogón, profundo y tan alto como para que cupieran de pie. Recovecos, alacenas, una escalera subiendo a quién sabe qué prometedora buhardilla y hasta lo que les pareció el brocal de un pozo junto a una de las paredes. Se acercaron para comprobar que lo que acababan de ver era cierto y pasaron la mano por el piedra de granito y cuando levantaron la tapa de madera para asomarse al interior sintieron la humedad subir por sus rostros maravillados.
     A ese pozo se le mete escombro y se ciega sin problemas, dijo el vendedor a sus espaldas llegando desde el corral. Yo mismo los traigo con el tractor. Antes, como no había agua corriente, algunas casas tenían sus propios pozos, pero ahora son un peligro para los niños dijo buscando a la pequeña, que había desaparecido junto al perro.
    Lo mejor que tiene la casa es que está muy bien pintada. A mi madre le gustaba mucho que la casa estuviera siempre pintada porque decía que se limpiaba mejor, la pobre.
    En las paredes brillaban, superpuestas, incontables capas de pintura ocre bajo las cuales quedaban atemperadas las rugosidades de la obra primigenia, los ladrillos de los arcos y olas bóvedas y las maderas empotradas de antiguos dinteles.
     Siempre estaba la mujer con un paño. Qué limpia era.
    Esta era la cocina antigua, les dijo señalando al fogón. Fíjate que todavía está el gancho del que colgaban los peroles. Mi madre no tiraba nada.
     La pareja no salía de su asombro. Aquello era un sueño que ya se veían rehabilitando.
    El suelo no está derecho, dijo la niña, que acababa de aparecer seguida por el perro.
    Los padres, todavía sin palabras, miraron al suelo que, en aquella parte de la casa, era de cemento vivo. Unas estrías cruzaban de lado a lado aquella especie de arroyo gris que se vertía desde la puerta principal a la trasera abriéndose paso entre las redondeadas losas de pizarra.
     El dueño les contó que casi todas las casas antiguas del pueblo eran así. Las nuevas ya no. Ahora, con las máquinas que hay, la gente deja los solares llanos, pero cuando se hicieron estas casas viejas no había cojones de picar toda la pizarra que hay aquí debajo.
     La pareja buscó a su hija para ver si había escuchado lo que el hombre acababa de decir pero la niña ya se había ido otra vez detrás del perro.
     Este cemento se levanta muy fácilmente con un martillo neumático.
     A mí me encanta el suelo así, como industrial, le susurró Mónica a Fernando.
     Marcial se acercó a la puerta de la calle y simuló que tiraba del ronzal de una caballería imaginaria. Por aquí entraban las bestias, por eso el suelo tiene rayas, aclaró. Para que no perdieran pezuña. Mis padres tuvieron burro, como quien dice, hasta ayer. Lo entraba el hombre por aquí cuando llegaba del campo y lo llevaba hasta el corral. Con el puño cerrado a la altura de la cabeza de su burro invisible, el hombre descendió el pasillo seguido por los visitantes y así llegaron a la cocina donde al hombre solo le faltó palmear al aire contra la grupa imaginaria del burro de su padre que, quizá en su imaginación, salió por la puerta del corral donde ya le esperaban el pienso y el agua.
     La cocina era una habitación de techo abovedado con pesebres adosados a los muros. Sobre ellos la vieja había colocado unas tablas forradas de hule en las que descansaban una hornilla de gas y el escurreplatos. Colgaban de las paredes cazos de cobre y algún perol oscuro y también ramos de tomillo seco y una ristra de pimientos choriceros.
     Cuando mi padre se puso malo y dejó de ir al campo, vendieron el burro y pusieron aquí la cocina. No os asustéis, esto se tira todo y se hace aquí una casa en condiciones. Lo malo es que el ayuntamiento no deja que se caigan las bóvedas, que son típicas de este pueblo. Pero vamos, la gente las aguanta un tiempo y una noche les quitan tres o cuatro puntales y después de un invierno de tormentas se cae el techo y a ver quién va a decir nada. Yo mismo vengo con el remolque y la pala y os dejo el solar limpio por cuatro perras. Y de paso cegáis el pozo.
     No hará falta, dijo Fernando. La casa es bonita así, como está.
     El hombre se detuvo y, durante un par de segundos se quedó callado con la mirada perdida.
    Bonita, hombre, depende de como se mire. A mí me gusta porque es la casa en la que mi madre ha vivido los últimos cuarenta años pero tiene sus inconvenientes. Se quedó de nuevo en silencio, ponderando lo que iba a decir.
     Mira, Fernando, yo no quiero engañaros. La casa está muy vieja y si luego tenéis problemas no quiero que vengáis a pedirme cuentas a mí. Yo no sé si os interesa o para qué la querríais pero lo que es seguro es que hay que arreglarla. Si no queréis, no la tiréis, pero esta cocina, por ejemplo, habría que hacerla entera.
     Pues yo pienso lo contrario, dijo Mónica. Esta cocina es una maravilla. Lo que hay que hacer es sacar los materiales originales, convertir los pesebres en espacios de trabajo y, sobre todo, picar toda la pintura acumulada.
     El hombre hizo un gesto de desaprobación.
    Pero mujer, cómo vas a quitar la pintura, con la de capas que tiene. Tú sabes la mierda que sueltan estas paredes. Me acuerdo yo de niño que siempre había arena en las lentejas porque se deshacían las juntas de los ladrillos del techo. Por eso empezaron mis padres a pintar la casa. Hazme caso, te lo digo yo que hago chapuzas los fines de semana. Lo que más me piden es que tape los ladrillos con yeso o con cemento y deje las paredes lisas. Y luego pintura, cuanta más mejor.
     Escucharon el sonido de una moto petardeando en la puerta de la casa y luego una voz que llamaba al dueño. El hombre salió de la cocina sin excusarse dejando solos a los visitantes que, inmediatamente, cruzaron sus miradas. Desde la puerta principal llegaban fragmentos de la conversación que el dueño estaba manteniendo con el visitante. El ruido del motor impedía una escucha clara pero, aún así, distinguieron las palabras “forasteros”, “matrimonio” y “galgo”.

                                              Fotografía de Manuel Sayago

     La pareja aprovechó la ausencia del dueño para intercambiar opiniones en voz baja.
    ¿Pero tú has visto esas maderas? ¿Y las losas de pizarra del suelo? ¿Y qué me dices de los pesebres, por Dios? Son súper monos. Tiramos este tabique, aquí puede ir la cocina, con la campana por aquí, dijo Mónica señalando con el dedo el recorrido del futuro tubo contra la pared. Luces indirectas allí, un rincón para lectura junto al fogón grande, quitamos toda la pintura, al pozo le ponemos un cristal chulo encima y lo iluminamos por dentro, una escalera de acero corten para subir a la buhardilla, ventanas de doble cristal, suelo hidráulico en las habitaciones, una ducha en lluvia y hasta una piscinita sin borde en el patio de ahí detrás.
     El sitio es como de ensueño
     ¿Te gusta?
     Me encanta.
     Pues preguntémosle cuánto pide.
     ¿Me estás diciendo que vamos a comprarla?
     No. De momento solo vamos a preguntar el precio.
     Se cogieron de la mano, excitados por la inmediatez de lo que estaba sucediendo y las apretaron porque, en su interior sentían, sin decirlo, que la energía había regresado.
     Escucharon el ruido del motor que se alejaba de la casa y al cabo de unos segundos Marcial llegó a la cocina.
     Ya estoy aquí. Era un primo mío.
     El hombre se quedó callado, mirando al suelo.
     ¿Sabes cuál es la potencia contratada de la casa?, preguntó Mónica.
    Veréis, dijo Marcial ignorando la pregunta. No os vais a creer lo que me acaba de pasar. La casa lleva en venta un año y medio y, justo ahora que la estabais viendo, ha llegado un primo mío a decirme que la quiere comprar. Se conoce que se ha enterado de que estabais aquí y se ha agobiado. Me jode haberos hecho perder el tiempo.
     Se despidieron en la puerta y, mientras Marcial quitaba el cartel, los vio bajar la calle y abrir con un mando a distancia el todoterreno blanco. El maletero se abrió automáticamente y el perro se subió a él y se enroscó sobre una especie de nido que allí había.
     De vuelta a Madrid, no abrieron la boca hasta pasada una hora.
     Era una casa súper bonita, ¿no crees?
     Tenía como mucho potencial, dijo Fernando. Es que ya nos estaba viendo allí. Leyendo en invierno en el fuego encendido.
     ¿Cuánto crees que valía?
     Yo creo que, regateando, se la hubiéramos sacado por sesenta o setenta mil euros. Una auténtica ganga.»

JESÚS CARRASCO

Jesús Carrasco Jaramillo nació en Olivenza (Badajoz) en 1972. A los cuatro años se trasladó con su familia a Torrijos, en la provincia de Toledo, y en 2005 a Sevilla, donde reside en la actualidad. Desde 1996 trabaja como redactor publicitario, actividad que compagina con la escritura. Intemperie le ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia, y de los premios Dulce Chacón, Quimera, Cálamo y San Clemente de España. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como uno de los mejores libros traducidos en 2014 en Reino Unido.

Intemperie ha llegado ya a más de 30 países y ha sido traducida a una veintinueve lenguas. Además ha sido adaptada al cómic por Javi Rey y llevada a la gran pantalla con el mismo título por Benito Zambrano.

En 2016 publicó su segunda novela, La tierra que pisamos, con la que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea 2016.

Ya en 2017 apareció Levante, un cuento ilustrado por el propio Carrasco, que se publicó dentro de la obra colectiva Historias dentro de una caja, editada por la editorial pacense Universitas.

En 2005 había realizado una incursión en el género infantil con Castigada sin salir, un cuento escrito por Carrasco e ilustrado por Antonia Santolaya.

En El País Semanal de 2 de diciembre de 2018, aparecería el sentido articulo titulado Los libros que no leíamos, donde el autor “retrocede hasta el día en que se enamoró de los libros”.

Llévame a casa (2021), su última novela, se ha hecho merecedora de la XVII edición del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española (2022), que concede el Ayuntamiento de Zafra a la mejor obra en castellano impresa y editada el año anterior.

En 2022, colabora en la obra titulada Imaginar un país, España en 2050, un ensayo colectivo sobre el futuro de España que ha reunido a algunos de los escritores más relevantes del panorama literario actual, con el texto titulado Contra el vencimiento.

Aunque vive en una gran ciudad, Carrasco se siente fuertemente ligado al medio rural. 

    «La mitad de mi vida la he pasado en el campo. Nací en Olivenza, un pueblo de Badajoz que está en la frontera con Portugal. Cuando tenía cuatro años, mi familia se trasladó a Torrijos, un pueblo de Toledo. He pasado mi vida entera dando tumbos por los caminos, subiéndome a los árboles, construyendo cabañas, cazando perdices a mano y conejos con hurones, haciendo ese tipo de cosas que se hacen en los pueblos. Es la tierra que amo, es mi lugar en el mundo en cierto modo.»

Jesús Carrasco

 

“La Santa Cruz. Siempre en mi vida”, Laury Fernández

La Santa Cruz. Siempre en mi vida

El próximo 8 de mayo hará 50 años que tuvimos que salir del pueblo, emigrar, como muchos extremeños dejando nuestro pueblo, Feria, y nuestra tierra, Extremadura, atrás, con toneladas de pena hundidas en nuestro interior.

Yo era tan pequeño que apenas había sitio en mi corazón para un puñado de sueños. Por entonces corrían tiempos difíciles para todos, la vida en España entre las décadas de los 60 y 70 fue muy dura, especialmente en las zonas rurales. Eran momentos inciertos que muchos vivimos: la falta de trabajo, la escasez de recursos, la falta de fe o esperanza y las limitaciones de aquel mundo campesino, originó entre otras cosas la idea de emigrar.

Y decir riesgo, sea quizás un término demasiado comedido para definir la aventura. Aún guardo en mi memoria después de toda una vida, el momento de partida cuando salimos de casa, de madrugada, con el lucero del alba que nos acompañaría hasta el amanecer, aquella mañana de mayo de 1970. Nos pusimos en camino desde la calle Cano, bajamos hasta el pilar de San José, allí estaba esperándonos Cándido Sánchez, conductor reconocido y experimentado con su jeep azul de 9 plazas, Ligeros de equipaje, pero con la maleta llena de ilusiones.

Desde entonces…, Llevo en el corazón mi pueblo porque a pesar de que me fui, Feria sigue latiendo en él. En silencio donde un trozo de mí perdura escondido entre sus parajes, calles, plazas, barrancos y rincones.

Porque mi alma permanece allí donde nací, pero además por otros muchos motivos, lo que en un principio solo era un lugar donde vivir y que tuvimos que dejar muy a nuestro pesar, ahora se ha convertido en un lugar para vivir. Siempre en mi vida ha seguido el arraigo, el amor y cariño, a mi pueblo, a mi tierra y a la SANTA CRUZ. Aquellos años que nos dejaron la puerta encaja a la emigración. La respuesta surgió del viento. Ha pasado toda una vida y sigo sosteniendo el sentimiento, las nobles raíces rurales y los valores que nunca caducan y que cada vez son más necesarios, porque en Feria está mi epicentro vital, mi punto de partida de toda una vida y feliz punto de encuentro de tanta gente querida.

El paso de los años suele engrandecer lo vivido en un pasado que tal vez fuese hostil y duro por tener que emigrar. Cada vez que me transporto con la imaginación al lugar donde nací, me dejo arrastrar por la melancolía, por las emociones de un tiempo no contado y por los recuerdos que reposan en la memoria de mis ojos de adulto bañado por la congoja de lo vivido.

Feria, pueblo abrazado a la montaña como pintado en la roca e iluminado por tu luz. SANTA CRUZ, como escrito en mayúscula y descrito entre plata y azul, rodeado de mares escasos de agua, y olas tranquilas sin ser mar. Y sobre ella la roca milenaria, el majestuoso castillo. Como padre que observa la vuelta a casa de sus hijos que por algún motivo un día se fueron o tuvieron que emigrar.

A la memoria de mis padres

Laury Fernández

Fraga en Feria

El domingo 5 de octubre de 1969, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, visitó la localidad de Feria.

Fraga llegó, la mañana de ese día, procedente de la vecina ciudad de Zafra, donde había pasado la noche anterior.

La Hoja del lunes del día 6 de octubre de 1969 recogía así la noticia:

DÍAZ AMBRONA Y FRAGA IRIBARNE PRESIDIERON EN ZAFRA DIVERSOS ACTOS

     El ministro de Información y Turismo, que pernoctó anoche en esta ciudad, fue agasajado por el Ayuntamiento con una cena, en la caseta municipal del real de la feria.

    Por la mañana, tras oir misa en la iglesia parroquial, el señor Fraga Iribarne se trasladó al vecino pueblo de Feria, siendo cumplimentado por el alcalde. El ministro dirigió unas palabras al vecindario que le había recibido cariñosamente. Visitó luego la iglesia parroquial y se trasladó al castillo del duque de Feria, regresando a Zafra.

    Don Manuel Fraga Iribarne acompañó al ministro de Agricultura, don Alfonso Díaz Ambrona, que había llegado por la mañana para inaugurar el primer mercado nacional permanente de ganados, visitando con éste y las jerarquías del segundo de los ministerios citados, todas sus dependencias e instalaciones. […]

    Seguidamente, el ministro de Información y Turismo, emprendió viaje a Llerena para seguir a Alburquerque y regresar esta noche a Madrid.

Pero fue el diario Hoy del día 7 de octubre de 1969 el que ofreció más información sobre aquel hecho.

Reproducimos a continuación la información más relevante sobre aquella visita, tal como aparecía en el citado diario. Lástima que no aportara ninguna documentación fotográfica sobre la misma:

EL SR. FRAGA IRIBARNE VISITÓ FERIA, LLERENA Y ALBURQUERQUE

Estudió las posibilidades de promoción turística de ellos, quedando admirado de los castillos de Feria y Alburquerque y de la iglesia y plaza de Llerena.

Por la noche regresó a Madrid satisfecho de su viaje

     El pasado domingo, el ministro de Información y Turismo, don Manuel Fraga Iribarne, realizó la serie de visitas programadas para su segunda jornada de estancia en la provincia.

     Antes de las ocho de la mañana ya estaba levantado, luego de pernoctar en el Parador de Turismo de Zafra. Se hallaba acompañado del director general de Empresas y Actividades Turísticas, don León Herrera; don José Manuel Fraga Estévez, hijo del ministro; gobernador civil, señor Gerona de La Figuera; presidente de la Diputación, señor Carracedo Blázquez; delegado provincial de Información y Turismo, señor Cerón Bailo; y consejero nacional por la provincia, señor Robina Domínguez.

    Visitaron el solar ofrecido por el Ayuntamiento para la construcción de la Oficina de Turismo segedana, que el ministro prometió saldría de sus obras. Se encuentra en un ángulo de la plaza Nueva.

Misa

     A las ocho y media el ministro, séquito y autoridades que le acompañaban oyeron misa en la Iglesia parroquial ex Colegiata de Nuestra Señora de la Candelaria, que ofició el arcipreste, don Manuel Ibáñez López.

     Durante lal misa, un hombre que se hallaba en el templo se sintió repentinamente enfermo y fue asistido por el gobernador civil ebn su calidad de doctor en Medicina.

Visita a Feria

     Finalizada la santa misa, el ministro decidió adelantar en más de media hora el programa previsto y se dirigió hacia la localidad de Feria, que dispensó al señor Fraga Iribarne un cariñoso recibimiento con numerosas pancartas (algunas escritas en castúo), banderas, colgaduras, música y todo el vecindario que aplaudió al señor Fraga, quien luego de saludar en la plaza central a las autoridades locales que le presentó el alcalde, don Eladio Buzo Casillas, se dirigió a la iglesia de San Bartolomé, que admiró detenidamente, para proseguir al Castillo en una mañana de niebla y amenazante de lluvia.

     El alcalde, señor Buzo Casillas, pronunció un discurso en el que comenzó diciendo que nunca había tenido el alto honor de dar la bienvenida a tan destacada personalidad. Hizo historia del pueblo aportando datos, fechas, nombres y detalles. Dijo que el Castillo de Feria, por su origen y situación, era el centro de la ruta de los castillos, y por las tierras que domina es llamado «el faro de Extremadura». Hizo un elogio del Caudillo y su Gobierno y terminó dándole un abrazo y rogándole que se lo diera en nombre de todo Feria al Jefe del Estado. Fue muy aplaudido.

     El ministro de Información y Turismo agradeció el recibimiento tributado y las cariñosas palabras del alcalde de Feria. El señor Fraga elogió la iglesia y el castillo visitados y prometió estudiar su posible promoción turística.

El ministro y el alcalde de Feria en una foto tomada casi un año antes, con motivo de la inauguración del Parador de Zafra

     Finalizada la visita a Feria, donde fue despedido con las mismas muestras de simpatía que a su llegada, el señor Fraga y séquito regreso a Zafra, donde, como reseñamos en otro lugar de este diario, asistió a la inauguración del I Mercado Nacional Permanente de Ganado.

    De Zafra prosiguió viaje hacia Llerena. […]

“El Ayuntamiento de Feria pretende adquirir el castillo ducal y ofrecerlo a la campaña por Universidad de Badajoz”, por Antonio Santander de la Croix

El 26 de julio de 1964 aparecía en el diario Hoy de Badajoz un curioso reportaje en el que se hablaba, entre otras cuestiones, de la intención del Ayuntamiento de Feria de adquirir el castillo de la localidad para ofrecerlo a la campaña pro Universidad de Extremadura.

Van apareciendo a lo largo del artículo distintos personajes y actividades características de aquellos momentos.

Reproducimos a continuación la información tal como aparece en el citado diario:

 «Siempre que se va o viene de Badajoz a Zafra, llama poderosamente la atención un castillo y un pueblecito recamado a su vera: Feria.

  Los ojos sin querer se van hacia él, de día, con idea de adivinar lo que en el bello paraje se encierra. De noche se van los ojos tras las luces de Feria que anclada en las olas rocosas que dan sede a su castillo parece soñar las más grandes epopeyas del primer conde de Feria, el gran prócer extremeño Lorenzo Suárez de Figueroa, también llamado el Magnífico.

                                        Panorámica de Feria, años 60

  Feria y su castillo, más o menos lejano de la carretera general de Sevilla, nos atrae a su cumbre. Desde que llegamos a estas tierras de Dios, siempre que fuimos o venimos por dicha carretera sentimos la llamada, inevitable, pero no es pueblo que quede junto a ella: hay que hacer propia intentona para llegar a él. Recientemente, acompañando al delegado provincial de Información y Turismo señor Nevado Carpintero y al secretario de la Delegación Sr. Narváez vimos colmados nuestros deseos.

UN GRAN AMIGO

  El alcalde de Feria, don Eladio Buzo Casillas, también es un amigo de los primeros. Lo conocí en Zafra, a poco de mi llegada, hablándome con gran entusiasmo del castillo de Feria, para poner un repetidor de televisión. Entonces no existía el de Arroyo de San Serván.

 Todavía está en pie el ofrecimiento para instalar en Feria si se precisa algún repetidor más –nos dice al saludarnos el señor Buzo Casillas.

  Asomándose a la magnífica balconada del Casino, apunta con el dedo al castillo que corona nuestras cabezas diciendo:

   –Ahí es un sitio ideal. Después de comer subiremos.

  Recién llegados, con el calor metido en la carne, apetece la cerveza fresca, pero me tuvieron que llamar varias veces porque me quedé extasiado en el balcón, contemplando el majestuoso panorama: kilométros y kilómetros de extensión en la mínima superficie de las pupilas.

  –Eso no es nada, nos dice don Eladio– desde el castillo se ven por lo menos veinte pueblos. Los días despejados se alcanza hasta los montes de Toledo.

¡MADRECITA! QUIEN TUVIERA

  Me vino entonces a la memoria una copla que me parece que se la oí a nuestro compañero Antonio Pesini alguna vez al pasar cerca de Feria por la carretera de Badajoz a Sevilla.

"¡Madrecita!, quién tuviera
la tierra que se divisa 
desde el castillo de Feria."

  Yo me conformaría con la que llega a los ojos desde el maravilloso balcón del Casino.

  Pese a que el calor cae de plano en este verano extremeño, en Feria, por su altura, corre un airecito fresco. Da gusto andar por las calles cuando nos dirigimos a la fonda del pueblo: a «Casa Daniel». El hospedaje cautiva por su limpieza y por detalles ornamentales que no son propios, corrientes, en los pueblos. Daniel, el fondista, es un tipo humano que todo el día debe estar con la brocha, la escoba y el martillo, cuidando cualquier deterioro natural por el uso y habitación de los viajeros. Uno siente ganas de quedarse unos días en la tranquila y mimada fonda de Daniel a descansar como los ángeles y a comer como el chiquillo del esquilador.

EL BUEN PAN DE FERIA

  Después de almorzar en la simpática fonda se reciben fuerzas hasta para subir a pie al castillo. Y eso es lo que hicimos. No sin antes pasar por el Casino a tomar café y copa. Hablamos de buen pan de Feria, excelente, ¡qué rico! Del que no hay en Badajoz. Podríamos llevarnos uno a la capital, pero la jornada fue tan apretada que tuvimos que salir de prisa sin acordarnos.

  Con don Eladio Buzo Casilllas, que no se apartó un momento de nosotros, dispensándonos toda clase de amabilidad, y el secretario del Ayuntamiento, señor Montes de Oca, hicimos la subida al castillo por calles de inmaculada blancura y pulquérrima limpieza, con profusión de flores en ventanas u balcones. El alcalde, hombre muy fino e inteligente, captó nuestra sorpresa:

  –Aquí la limpieza la cuidamos mucho. El gobernador civil ha tomado nuestro sistema como modelo para la provincia.

 Uno de los guardias municipales que nos acompañan, en nuestra excursión al castillo, nos enseña el bando que reproducimos por lo curioso. Dice así:

CURIOSO BANDO

  «Don Eladio Buzo Casillas, alcalde presidente del Ayuntamiento de esta villa de Feria, hago saber: Que aprobadas las ordenanzas para el ejercicio de 1964, entre otros está establecido el arbitrio de revoco de fachadas por lo que se advierte a todo el vecindario que un plazo comprendido entre el 1 de mayo y el 31 de julio han de quedar blanqueadas todas la fachadas, jarás y demás paredes que den al exterior y que sus dueños deseen queden exentas de arbitrio. Para ello en el Ayuntamiento se está confeccionando un padrón del que se darán de baja las paredes, jarás, etc., que sus dueños se personen a manifestar haberlas blanqueado y tras la comprobación correspondiente, no causando baja las que no cumplan este requisito. Lo que se hace publico para general conocimiento y cumplimiento de todo el vecindario.»

  Vistas de la calle Albarracín con el castilo al fondo, mediados del siglo XX

  –Por lo general todos los vecinos cumplen –nos dice el alcalde. Y el que no, se le aplica el arbitrio y blanquea el concejo.

  Pero no solo llama la atención la blancura de las casas, sino la limpieza de los tejados. Es más, vemos en varios de ellos a personas moviendo tejas.

  –Al paso que se blanquea se suele dar un repaso a los tejados –dice.

LOS ZAPATOS DE NARVÁEZ

  La antesala del castillo son unas eras en las que aprovechando el viento varias personas hacen operaciones de limpia. De aquí, un camino, conduce a la fortaleza que imprime el carácter guerrero de la antigua Feria. Los pies tropiezan con unos pedruzcos, de color un tanto marrón.

  –No son piedras –nos dice el señor Montes de Oca– son escorias de las fundiciones de hierro que había en tiempo en Feria. En la sierra Herrera, próxima aquí, hay yacimientos.

  El que más veces debió tropezar fue el señor Narváez, que terminó por «cargarse» unos zapatos nuevecitos. El día que subimos al castillo de Medellín, le sucedió la misma cosa. El amigo Narváez, por esta campaña en favor de los castillos, lo menos que debe pedir a la Asociación Nacional de Amigos de los Castillos es que, siempre que tenga que subir a alguno de ellos, le regale un par de zapatos por si acaso.

  A la puerta de las murallas que rodean el colosal torreón de homenaje, existen testigos de una iglesia que hubo en tiempos, y fue parroquia de Feria, en cuyos contornos se han encontrado restos humanos que hacen suponer que existiera, también, en dicho lugar el cementerio.

UN CASTILLO QUE DA TRIGO

  Pero la mayor sorpresa es encontrar, al traspasar la entrada del castillo, un campo de trigo, en el terreno aprovechable del mismo, en la plaza de armas. Si en el pueblo corría el aíre, en el castillo, su atalaya, se está que da gusto. No importa que haga calor. Se respira a las mil maravillas y entran ganas de quedarse allí perdidos los ojos en la tierra que se divisa.

  –Hay una leyenda que dice que existe un camino subterráneo por el que se comunica con el castillo de Nogales –nos dice el secretario.

  A nosotros que nos gusta creer todo lo que nos dicen de los castillos, buscamos el agujero, encontramos varios, cisternas, refugios… pero no damos con el de Nogales. ¡Pero la leyenda es tan bonita…!

  La vista de Feria desde su atalaya es inconmensurable: es muchísimo mayor de lo que parece desde la carretera de Sevilla. La villa es hermosa. Tiene el orgullo de haber dado a duques y condes su nombre. Ellos le dieron a cambio por armas heráldicas, las cinco hojas de higuera de los Figueroas –es árbol que abunda próximo al castillo- alternando muchas veces con el cuartelado oscuro de los Manuel, descendiente de este nombre, hijo de Fernando III el Santo, apellido de la esposa del primer conde de Feria.

PARA LA FUTURA UNIVERSIDAD

  Los hoy deteriorados recintos se agarran a las rocas del cerro con las torres de su línea defensiva y la central mole cuadrada de la del homenaje, perfectamente conservada. En 1241, ganó a los moros este baluarte el maestre de Santiago don Pedro Gómez Mengo; pero el actual fue obra del primer conde de Feria a quien Enrique IV en 1460 concedió el condado, convertido por Felipe II en 1567 en ducado con el quinto conde.

                                              Vistas del Castillo de Feria

  El Ayuntamiento –nos dice el alcalde– piensa adquirirlo a sus actuales dueños los duques de Medinaceli y ofrecerlo como aportación a la campaña pro Universidad extremeña.

  Celebrando las palabras del señor Buzo Casillas, descendemos de la cumbre, desde la que se divisan tantos castillos, tierras y pueblos que fueron de la gran casa, la más importante de toda Extremadura que tomó nombre de esta bella y limpia ciudad de Feria, a la que hicimos un completo recorrido por su paseo de circunvalación, visitando la ermita, las nuevas escuelas –donde con grandes esfuerzos se construye un campo de deportes– plaza de la iglesia, que por el brillo de su enlosado puede llamarse «de los espejos», etc. En la puerta de la parroquia de san Bartolomé los viejos del pueblo descansan en animada tertulia. El alcalde llamó a uno de ellos y le preguntó simpáticamente, que de qué cosa tocaba «hablar mal».

  El vejete, con cara redondita, ojos alegres, y dulce expresión, saltó como un rayo:

   –De nadie. ¿De quién vamos a hablar mal?

   –Estos señores son de confianza –dijo el alcalde–. Vamos a tomar con ellos unas cervezas.

  Terminó por confesarnos que no había salido del pueblo desde que hizo la «mili» en Sevilla y que le gustaba más la cerveza que la «gaseosa de pito» que se bebía en su tiempo. Que cuando era mozo trabajaban de sol a sol por cuarenta reales todo el verano y encima tenían que llevar a la mujer para que les ayudara.

  En un momento que se ausentó el alcalde le dije que podía hablar mal de él.

  –No, es una «güena persona»– me espetó.»

Corito

Corito es el gentilicio con el que se les conoce a los naturales de la villa de Feria desde tiempos remotos. Nada se sabe del porqué de esta curiosa denominación, por lo que se han buscado las más variopintas explicaciones al origen del término. Sin embargo, como ha señalado José Muñoz en su obra titulada La villa de Feria, deben haber existido razones poderosas para que a los habitantes de Feria se les llame coritos y no se les reconozca otro gentilicio más que éste.

                         Coritos en la procesión de la Santa Cruz. Foto de La Voz de Feria

Para algunos el origen del término se debe al carácter elevado de la población. Según esta circunstancia corito vendría a significar habitante de las alturas. Según otros, el nombre haría referencia a la procedencia norteña de los primeros individuos que llegaron a la villa tras la Reconquista: asturianos, gallegos, vizcaínos y leoneses, a los que se les llamaba coritos.

Santos Coco, en su Vocabulario extremeño, recoge el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de segador o guadañador:

CORITO
Guadañador. (Malpartida de Plasencia). 
Santos Coco. Vocabulario extremeño. Revista de Estudios Extremeños

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) recoge, además de las referidas al carácter montañés o norteño, otras curiosas acepciones del término que no consideramos significativas en el origen del gentilicio:

CORITO, TA
Del lat. corium 'piel'.
1. adj. Desnudo o en cueros.
2. adj. Encogido y pusilánime.
3. m. y f. montañés (‖ natural de la Montaña).
4. m. y f. asturiano (‖ natural de Asturias).
5. m. Obrero que lleva a hombros los pellejos de mosto o vino desde el lagar a las cubas.
    Real Academia Española ©

Especialmente completa resulta la información que recoge la conocida Enciclopedia Espasa-Calpe sobre esta palabra:

El Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, impreso en 1611, también recoge el término:

Pero no es nuestro propósito hacer ninguna aportación más sobre el tema. Ya lo trató ampliamente José Muñoz Gil en su conocida obra La villa de Feria. Solamente vamos a recoger algunos pocos textos literarios con los que nos hemos ido encontrando y en los que aparece el vocablo corito, tenga o no relación con el significado que se les da a los naturales de Feria.

EL TÉRMINO CORITO EN LA LITERATURA

El camino, de Miguel Delibes

Según la primera definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), corito significa desnudo o en cueros. Corito es un adjetivo que deriva del término latino curium, que significa piel, por lo que esta primera acepción es bastante lógica, pero poco probable de que sea el origen del gentilicio. También hay que considerar que el vocablo coroto puede oírse en algunos lugares de Extremadura para referirse a una persona desnuda. Viudas Camarasa recoge el término en su Diccionario extremeño, usado en la población pacense de Salvaleón para referirse a una clase de higo.

CORITO. m (Salvaleón). Clase de higo..
CORITO. m (Malpartida de Plasencia). Guadañador.
    Viudas Camarasa, A. Diccionario extremeño

Con ese significado de desnudez, nos hemos encontrado con esta palabra en El camino, la conocida novela de Miguel Delibes. El genial escritor vallisoletano lo utiliza en el Capítulo XI de su magnífica novela para narrarnos el episodio de una mujer que se suicidó, por un mal de amores, lanzándose corita desde un puente:

    «Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse con él en el banco de piedra rayano a la carretera. A Quino, el Manco, le gustaba charlar con los niños más que con los mayores, quizá porque él, a fin de cuentas, no era más que un niño grande también. En ocasiones, a lo largo de la conversación, surgía el nombre de la Mariuca, y con él el recuerdo, y a Quino, el Manco, se le humedecían los ojos y, para disimular la emoción, se propinaba golpes reiteradamente con el muñón en la barbilla. En estos casos, Roque, el Moñigo, que era enemigo de lágrimas y de sentimentalismos, se levantaba y se largaba sin decir nada, llevándose a los dos amigos cosidos a los pantalones. Quino, el Manco, les miraba estupefacto, sin comprender nunca el motivo que impulsaba a los rapaces para marchar tan repentinamente de su lado, sin exponer una razón. Jamás Quino, el Manco, se vanaglorió con los tres pequeños de que una mujer se hubiera matado desnuda por él. Ni aludió tan siquiera a aquella contingencia de su vida. Si Daniel, el Mochuelo, y sus amigos sabían que la Josefa se lanzó corita al río desde el puente, era por Paco, el herrero, que no disimulaba que le había gustado aquella mujer y que si ella hubiese accedido, sería, a estas alturas, la segunda madre de Roque, el Moñigo. Pero si ella prefirió la muerte que su enorme tórax y su pelo rojo, con su pan se lo comiera.»

Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, con Quino el Manco.

La pícara Justina, de Francisco López de Úbeda

Como señalamos anteriormente, Francisco Santos Coco recoge en su Vocabulario extremeño el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de guadañador o segador.

Hay algunas teorías que apuntan a éste como el origen del término corito para referirse a los nativos de Feria. Debe tenerse en cuenta que a los de Feria se les ha dado tradicionalmente bien el difícil arte de la siega. Incluso hoy no es raro oír hablar de aquellas cuadrillas de coritos que iban por los campos buscando trabajo como segadores.

En la novela titulada La Pícara Justina, Francisco López de Úbeda emplea el término corito para referirse a los asturianos, a los que también llama guañinos (guadañadores) «porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros». En el capitulo titulado De los trajes de montañeses y coritos de esta novela picaresca, dice Justina, la joven villana de origen judío, protagonista y narradora de la misma:

   «Yo gustaría ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria –y más ahora, que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma ínclita e ilustre naturaleza…
Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto.
Asturianos, llamados guañinos
   Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros.
Asturianos llamados coritos, y por qué.
   Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdicción y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de Ribadavia, que engendra vino de color de oro.
Pernina de Oviedo.
   Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina.
Asturianos, hijos de Pernina porque andan en piernas.
   Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues se sabe que los muchachos han tomado licencia para dar vayas a los más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.
Postura y figura de los asturianos.
   Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la cinta. Paréme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había enemigos que no podían morir- si no es con puñal de madera, era negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas, en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa, me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.
Razonamiento de Justina y un asturiano.
   Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas incomprehensibles que agotan el entendimiento.
  Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían, traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros tuve curiosidad.
   Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:
   –Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os habéis empañado?
   El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la redoma llena.
   Respondió:
   –Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí, digo en Potosí.»

Lámina de la primera edición de La pícara Justina, 1605

Queda claro que por coritos, el autor de la obra, se está refiriendo a los asturianos, pero nos resulta cuanto menos curiosa la aparición de las expresiones duquesa de Feria, corito y Badajoz tan juntos en este pasaje de la novela.

Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho, de Francisco de Quevedo y Villegas

Y terminamos nada menos que con don Francisco de Quevedo. Sabemos que el gran escritor cordobés conoció personalmente a don Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria. Mostró gran interés por su trayectoria militar y política, y se refirió a él en sus cartas y en su obra. Pero no solo conocía al duque, también sabía mucho en torno a la Casa de Feria y, lo que más puede llamarnos la atención, conocía bastante bien la palabra que nos interesa.

Socorro en la plaza de Constanza. Retrato de Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba, III Duque de Feria. Vicente Carducho

Quevedo escribió un romance titulado Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho. La composición trata sobre una de las corridas en honor al Príncipe de Gales, que se celebró en Madrid el día 4 de mayo de 1623, a la que acudió el Feria con sus gentes y en la que parece que llovió más que el día que enterraron a Bigote. Quevedo nos describe el suceso con su característico y fino humor. En ella aparece la palabra corito con el significado relacionado con los naturales de la villa de Feria.

Reproducimos a continuación el comienzo del romance:

«Floris, la fiesta pasada,
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros,
no saliera más aguada.
Yo vi nacer ensalada
en un manto en un terrado,
y berros en un tablado;
y en atacados coritos,
sanguijuelas, no mosquitos,
y espadas de Lope Aguado.
Viose la plaza excelente,
con una y otra corona,
tratada como fregona:
con lacayos solamente.
Corito resplandeciente
y gallego relumbrante;
mucho rejón fulminante,
mucho céfiro andaluz,
mucho Eleno con su cruz,
y poco diciplinante…»

No cabe duda de que por coritos, Quevedo se referiría (así lo recoge Fernando Serrano Manga en su obra La segura travesía del Agnus Dei) a la gente del círculo del duque de Feria, don Gómez Suárez de Figueroa, al que más adelante llama Corito resplandeciente, nada más y nada menos. Toda una suerte que uno de los grandes de nuestra literatura utilizara el gentilicio con el que se les conoce a los nativos de la blanca villa de Feria desde tiempos lejanos. Genial don Francisco.

“Sin mirarte yo te veo”, Laury Fernández

Sin mirarte yo te veo”

    Desde muy niño se han posado mis ojos en tu reino maravilloso. Virgen de Consolación. Tu presencia dulce y serena a lo largo de mi vida me ha unido a ti sin apenas darme cuenta. Como una suave brisa, tu imagen divina me envuelve, me llena de vida, de ilusiones, de sentimiento, de emociones. Magia en tu presencia, alumbrándome los días. Transformando mis penas y mí llanto….en sonrisas y alegrías.

  ¡Cuánto amor a nuestra Virgen de Consolación! Que a mis pensamientos desde la distancia alas presta, donde mi alma vuela para regresar allí, a tu lado siempre.

    A ese lugar sagrado, en el que tu imagen habita, en la Ermita de los Mártires, donde una puerta abierta te invita a entrar, y en silencio respiro hondo y la memoria de las emociones se impone a los recuerdos y me hace soñar, con la mujer que más he querido y quiero, ella, lo sabe. Su amor sigue dando sentido al que ahora soy. Aunque ella ya no está.

    Donde no hace mucho tiempo, en su patio de entrada estaba sembrado de flores y palmeras que engalanaban…que hasta un oasis pareciera.

   Allí en sus ramas se posaban los pájaros y ruiseñores, donde el silencio se disfruta con los ruidos del viento, las voces, las sombras, el cielo en calma, el frío, la lluvia, los campos.

    La luz del amanecer, con su fresca brisa acariciadora, y despertando con el aleteo de alguna tímida torcaz, surcando el azul del cielo.

    Pero nada es eterno y hay paisajes que desaparecen para siempre. Y aún hoy siguen sonando muy dentro de mí. Si adentro mí oído en el corazón del tiempo. Y como si esperando una segunda oportunidad, invadidas por una característica y demoledora plaga del picudo rojo, se quedaron las raíces y el tronco de las palmeras secas, dando a mi alma padecer.

    Pero la escultora, Lupe Arévalo, en una labor de verdadera artista se encargó, de darle vida, alegría y esplendor transformándolas en autenticas estatuas y obras de arte como piezas de museo al aire libre, en un lugar que rezuma sosiego y paz, indicadores del valor ambiental, en la antesala de la bella ermita y su entorno de una belleza sin par.

    Porque tú, Virgen De Consolación y la pureza de este espacio natural, mágico y maravilloso desde niño me enseñaste a querer y…Sin mirarte yo te veo, Consoladora de nuestro pueblo querido. Hoy puedo decir una verdad absoluta, que en tus ojos veo el cielo. Desde la distancia con los ojos, del corazón, sin palabras y en silencio.

Laury Fernández

 

 

“Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos”

En 2001, apareció, editada por la Diputación de Badajoz, la obra titulada Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos, que formaba parte de un ambicioso proyecto dedicado a las comarcas de la provincia de Badajoz coordinado por Justo Vila. Se trata de una monografía, bellamente ilustrada, coordinada por el escritor Justo Vila, con textos de ADENEX, Guillermo S. Kurtz, José María Lama, Aniceto Delgado Méndez, María F. Sánchez, Dulce Chacón y el mismo Vila, y magníficas fotografías de J. Enrique Capilla y Antonio de la Cruz.

«Las comarcas de la provincia de Badajoz, en su mayor parte, asientan su identidad (tanto o más que en la cercanía de las localidades que las integran o en la similitud de sus ecosistemas) en la historia y en la voluntad de trabajo en común de sus gentes.

Zafra–Río Bodión es una comarca singular que nace a partir de territorios y pasados muy diversos, lo que lejos de diluir su identidad, la enriquece. Por una parte, la comarca es Tierra de Barros santiaguista –Calzadilla, Los Santos, La Fuente– y por otra es Sierra y Dehesa templarias –Burguillos, Valverde, Atalaya, Valencia del Ventoso–. Zafra–Río Bodión es el segmento central del territorio del antiguo señorío de Feria –La Morera, La Parra, Feria, La Lapa, Alconera, espacio de transición entre Los Barros y La Sierra–, y es el territorio de Medina de las Torres y Puebla de Sancho Pérez, ambas santiaguistas, articulados en torno al camino que conducía a Contributa Iulia Ugultuniae, la ciudad romana que vertebraba la comarca en tiempos antiguos.

Cuatro espacios con rasgos físicos e historias bien definidos que, como conjunto, se explican por el magnetismo que sobre ellos ejerce una ciudad, la que da nombre a la comarca. De alguna forma, es el electroimán de Zafra el que explica a unos territorios y a unas gentes que, libremente, han decidido construir unidos su futuro.

Pasado y presente, rasgos físicos y cercanía, lo urbano y lo rural, y sobre todo la voluntad de vivir en comunidad. Eso es Zafra-Río Bodión, una conciencia de ser que, aunque inmaterial, alienta su existencia.

La comarca es un espacio de contrastes que gira en torno a la ciudad que le da nombre, un lugar casi sin término municipal que, lejos de sentirse comprimido dentro de sus medievales murallas, se alzó ya entonces como complemento perfecto del mundo campesino que lo rodeaba.

Mientras que en el entorno los pueblos se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, Zafra ofrecía espacios públicos para el comercio de esos productos. De esa vocación nacerían sus mercados y ferias hace más de seiscientos años. Una de ellas, la de San Miguel, sigue atrayendo cada otoño a miles de hombres y mujeres llegados desde todos los rincones de Extremadura, la vecina Andalucía, el Alentejo portugués y cientos de lugares más.

La comarca de Zafra–Río Bodión es múltiple y es una. Se trata de un territorio que, con un gran peso histórico sobre sus espaldas, estás salpicado de bellos escenarios, siempre cambiantes en sus formas y colorido. Un territorio que ha sabido conservar formas, ritos y fiestas de hondas raíces, conformando un legado patrimonial del más alto valor. Un territorio jaspeado de casas blasonadas y palacios, murallas, atalayas y castillos, iglesias góticas, renacentistas y barrocas, y una serie de hermosísimos entramados urbanos –enriscados unos, con vocación de llano otros– que siempre cautivan al visitante.»

Clic en la imagen para ver vídeo sobre la comarca

LA VILLA DE FERIA EN «ZAFRA-RÍO BODIÓN: LA ROSA DE LOS VIENTOS»

Como no podía ser de otro modo, Feria aparece referenciada en numerosas partes de la obra.

Recogemos, a continuación, el comienzo de la crónica de viaje que realiza el escritor Justo Vila por las tierras de la villa de Feria y con la que se inicia el libro:

    «Cuando Gómez cumplió nueve años, su padre, Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago desde 1387, se acordó de la promesa que le había hecho al nacer y lo llevó a Feria en impresionante marcha que empezó en Mérida, pasó por Almendralejo y dejó atrás Villalba por el camino de Jerez.
    Han pasado los años y Gómez Suárez aún recuerda el encantamiento en que se vio sumido cuando, viniendo por la llanura interminable, surgió de repente ante sus ojos el morro altísimo y serrado de la silenciosa fortaleza árabe. Del viaje, además de esto, lo que recuerda el primer señor de Feria es el agradable olor de trigo recién segado y la extraña confusión que experimentó al ver a una partida de chiquillos del color de la tierra escapando ante el séquito a través de las claras aguas del Guadajira. Era la primera vez en su vida que veía huir a los hijos de los campesinos al paso de los caballos y en verdad que no entendía nada.
    Ahora, anciano y cansado (¿puede un hombre sentirse viejo a los cuarenta y seis años?, Gómez Suárez tiene la impresión de que desde aquí, desde las torres de la vieja cerca mora, se puede ver toda la Extremadura. Sin duda, exagera, pero al menos puede contemplar casi todo lo que le pertenece. Poco después de aquel primer viaje, su padre habría de conseguir autorización del rey Enrique Tercero para crear un mayorazgo con las villas de Feria, Zafra y La Parra. Y él, Gómez Suárez de Figueroa, primer titular del señorío, había añadido a sus dominios los burgos, lugares y caseríos de las tierras de Villalba, Nogales, Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey. Con el paso de los años, su hijo Lorenzo (el que mandó construir el alcázar de Zafra), incorporaría, por donación de Juan Segundo, La Morera y La Alconera; y en tiempos de su nieto, Gómez Segundo, el señorío anexionaría las tierras de Torre de Miguel Sesmero, Almendral y Salvaleón, llegando a sumar los dominios extremeños de esta familia de origen gallego tantos kilómetros cuadrados como tiene la actual comarca de Zafra-Río Bodión.

                       Vistas de Feria y su castillo. Foto de La Voz de Feria

    Seiscientos años después, un viajero viene hacia Feria por donde casi nunca viene nadie –el camino antiguo de Badajoz–, siguiendo los apacibles valles de La Morera y La Parra, entre las sierras de María Andrés y Madroñera, un paisaje solitario y callado, casi secreto, con el embrujo de una leyenda escrita en un espejo. En la plaza de La Parra, que tiene distintos niveles, compiten en hermosura lo civil y lo religioso, ayuntamiento e iglesia. El primero es un edificio mudéjar con dos plantas, arquería de ladrillo y soportales. La iglesia es una impresionante obra de mampostería y ladrillo, de variada morfología, que presenta distintas cotas en sus fachadas, a causa del desnivel del terreno, y en cuyo interior se puede sentir el encanto de la religiosidad dolorosa.
    Está el viaje en su primera jornada y ya anda el viajero dudando sobre la conveniencia o no de cumplir con los horarios, trechos y rutas establecidos de antemano. Es tan hermoso este valle y tan evocadoras las piedras trabajadas de La Morera y La Parra que de buena gana se quedaría aquí no una sino todas las jornadas que ha programado para conocer el conjunto de la comarca. Esto es lo malo de viajar más por pasión que por capricho. O lo bueno. Cualquiera sabe. En fin, no se le tengan en cuenta al viajero sus incertidumbres o no llegaremos nunca a Feria, que aguarda allí al fondo, cerrando el valle como un lucero de piedra que tan pronto aparece como se oculta.
    De la vieja fortaleza árabe de Feria no queda casi nada, sólo unas pocas piedras, clandestinas, tostadas por el sol y hastiadas por siglos de silencio. Lo que en este sitio queda es el castillo que los Suárez de Figueroa levantaron al agonizar la Edad Media. Y queda, sobre todo, la torre del homenaje, enorme, de gruesos muros de mampostería y planta cuadrada con los ángulos redondeados, una auténtica fortaleza por sí sola, que tiene zona inferior maciza, cuatro niveles de edificación y terraza defensiva, desde la que el viajero puede ver lo mismo que aquel Suárez de Figueroa al que siendo niño trajo hasta aquí su padre, el todopoderoso maestre de Santiago, para mostrarle el mundo entero. Sin duda, tanto el maestre como quien –apenas cumplidos los doce años de edad– había de ser primer señor de Feria, exageraban, ya se ha dicho, pera esa, precisamente, es la impresión que da la vista desde aquí, dada la inmensidad de montes y campos y el canto majestuoso de los pueblos rojos y lechosos, esparcidos en el horizonte de la comarca, como puntos de la rosa de los vientos. (La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra. La comarca se hace a partir de esta ciudad, sostiene José María Lama, con localidades que pertenecieron al antiguo señorío de los Suárez de Figueroa, pueblos que surgieron en el territorio de la antigua Contributa Iulia Ugultuniae y villas que se desgajan de otros territorios –Los Barros santiaguistas y La Sierra y La Dehesa templarias–.)
    A los pies del castillo, Feria desarrolló su entramado de calles y callejones por la falda de la sierra, hasta llegar al llano, dibujando rincones de un gran atractivo, como el de la Cruz, que a veces es un estallido de macetas, o la apacible plaza con arquería donde se levantan el ayuntamiento (altivo y soleado) y la iglesia de San Bartolomé (dulce y sombría). Luego, mientras busca la salida hasta la salida hacia Burguillos del Cerro, el viajero oye un ruido hiriente, agudo: el viento, que llevaba días dormidos entre las almenas de arriba, acaba de despertar y suena a chocar de espadas en la encrucijada de calles retorcidas. Al sur, sobre la Sierra Vieja, se están formando unas nubes tenues que motean la ladera como si fuera un vestido desmesurado de lunares. Fuera de eso, todo es un acorde de luz y concordia que se extiende hasta el infinito por la dolorosa carretera que lleva a Burguillos del Cerro (…)»
Zafra-Río Bodión: la rosa de los vientos / Justo Vila 

 

«La comarca, contorneada en un mapa, parece una hoja de higuera gigantesca, vuelta del revés, con los pueblos en líneas, a todos los vientos cardinales, atraídos por el magnetismo de Zafra»

 

“Santa Cruz, te imagino”, Laury Fernández

Santa Cruz, te imagino”

    Tal vez sea un soñador, no lo sé. Pero, te imagino, coronada en las alturas como una estrella errante en el firmamento, en una noche clara de viento, y el cielo sembrado de estrellas, iluminando los cerros y los campos de Extremadura, envuelta con la luz de la luna. ¡Eres tú! LA SANTA CRUZ. Con tu belleza infinita, llena de encanto, con abrazos de luna y besos de cometas, haces que mi imaginación vuele y sienta. Como si el cosmos se juntara y formaran toda una relación de Amor a LA SANTA CRUZ.

   Te imagino aún lejos, sí, pero cerca o lejos, me inspiras ternura y alimentas mi alma, recordándome, que eres la belleza hecha palabra, “SANTA CRUZ”, cuando te veo brillar junto a las estrellas y la luna en el eterno universo. Al verte me siento como poeta, buscando las palabras que expresen mis sentimientos, pero se resisten a salir a la luz, quiero alabarlas, gritarles: eh!, despertad que la luz ha vuelto a nuestro encuentro.

   Te imagino. Allí en el horizonte abierto de la tierra, entre mares de olivos y encinares, tus hojas plateadas luminosas de amor, iluminando nuestro pueblo de hombres buenos de humildad, nobles y sencillos, que valoran tu presencia y tu esencia.

  LA SANTA CRUZ, engalanada y decorada hasta la perfección con la paciencia y la serenidad que atesora la mujer corita. Cuanto te amo, cuanto te debo. Que tu recuerdo no me abandone nunca, que florezca en mi cada primavera. Porque sin ti, hoy, no sabría iluminar mi silencio.

   Te imagino, sí, y teniendo en cuenta mis orígenes de tierra adentro, corito de Feria, tierra de campos, de primaveras floridas, cuando por mayo siento una canción o escucho alguna décima, me palpita el corazón…porque soy extremeño de un pueblo de Badajoz, y llevo conmigo LA SANTA CRUZ que nadie me puede borrar… ¡Feria cuanto la llego a querer!, es un pueblo tan bonito que siempre sueño con él.

   Dejo aquí mi voz, en la soledad de la noche, en ese cielo lejano que aún perdura en mi memoria y que evoca mi niñez, esperando un nuevo amanecer del día tres de mayo, para verte brillar como una joya, cuando a ti te alumbra el sol ¡Qué bonita tú eres SANTA CRUZ, alumbrando la mañana! Pareces el paraíso, de la primavera deseada.

   Sí. Hoy puedo decir, que soy un soñador, porque tú has sido y eres mi camino y mi luz. ¡¡¡VIVA LA SANTA CRUZ!!!

LAURY FERNÁNDEZ