“Obras Completas”, de José María Gabriel y Galán

  La publicación de las obras de José María Gabriel y Galán se inició en 1902. Ese año, el Padre Cámara, obispo de Plasencia, costeó la edición de un librito de versos del poeta, titulado Poesías. También ese mismo año, apareció el volumen Castellanas, con prólogo de F. Fernández Villegas, Zeda, en el que encontramos El ama, uno de sus mejores poemas, inspirado en el amor a su madre, con el que consiguió el primer premio en los Juegos Florales de Salamanca en 1901 y El poema del gañan. Todavía en 1902, apareció Extremeñas, prologado por el poeta catalán Joan Maragall, y con composiciones en el habla de la tierra extremeña, algunas de gran popularidad, como El embargo o El Cristu benditu. Dos años después, en 1904, editó Campesinas, en el que destaca Los pastores de mi abuelo. En 1905, ya muerto el poeta a la temprana edad de 34 años, se publicó Nuevas castellanas, con prólogo de Emilia Pardo Bazán, en el que se encuentra el poema ¿Qué tendrá? o Las sementeras. Finalmente, en 1906 aparec su libro Religiosas.

   Añadiendo a estos volúmenes algunos poemas y otras composiciones en prosa, Baldomero, hermano del poeta, preparó la primera edición de las Obras Completas (Salamanca, 1905-1906), en cinco volúmenes. En 1909 se publicó la segunda edición, en dos tomos, y, desde entonces, se ha reeditado en numerosas ocasiones.

   En 2005, la Editora Regional de Extremadura publicó las Obras Completas, de Gabriel y Galán, coincidiendo con el primer centenario de la muerte del poeta «castellano-extremeño», como un homenaje a su memoria.

  La edición de la misma ha corrido a cargo de José María y Jesús Gabriel y Galán Acevedo, nietos del poeta, que han incorporado a la obra algo más de cien composiciones, entre poemas y textos en prosa, no recogidas en ediciones anteriores. Esta incorporación de material inédito, ha obligado, según los editores, a realizar una reordenación de las composiciones incluidas en el volumen, claramente distinta de la que hasta ahora se había realizado, con vistas a alcanzar una estructuración más racional y sistemática, en función del tema de cada poesía.

EL POEMA DEL GAÑAN
 (fragmento)
Era el tiempo llegado
de las puras mañanas otoñales,
las que tienen un sol tibio y dorado
que, de la hermosa vega enamorado,
desgarra, para verla, los cendales
de flotante vapor que la han velado
en las primeras horas matinales.
Mañanas con alondras y rocío,
canturreos sonoros,
silbar de tordos y zumbar de río,
balar de ovejas y mugir de toros...
Alegre despertar de los lugares,
tañidos de campana,
humo de los hogares,
pura luz, tibio sol, dulce galbana...
Vinieron otra vez los esplendentes
serenos mediodías,
las tardes impregnadas de dolientes
dulces melancolías,
las noches de los húmedos relentes,
las misteriosas madrugadas frías...
La tierra laborable,
refrescada por lluvia saludable,
iba tomando con el sol tempero,
y al abrir el sencillo timonero
de los húmedos senos el tesoro,
tan frescos y amorosos se ofrecían,
que ellos mismos pedían
del puño sembrador la lluvia de oro.
Erraban dos por el azul profundo
jirones ambos de flotante nube,
como las alas que perdió un querube
que Dios ha puesto junto a mí en el mundo.
El aire se dormía,
extática la mente se quedaba,
el ojo distraído ver creía
que el suelo palpitaba
a impulsos de la vida que lo henchía,
y absorto en la visión, le parecía
que la inmensa llanura respiraba.
El alma vislumbraba
los misterios profundos
del eterno existir de los espacios
y el perenne equilibrio de los mundos.
Natura estaba henchida
del gran silencio que en lo grande anida,
y hundido en el abismo del reposo,
barruntaba el sentido vigilante,
el sereno rodar majestuoso
de la Tierra gigante...
La atmósfera era pura,
grande como los mares la llanura,
abierto el horizonte,
llenos los cielos de infinita calma,
llena de amores la quietud del monte,
llena de fe la soledad del alma...
Y el que suele rodar carro del tiempo
con paso presuroso
sobre la vida del mortal dichoso,
que tiene que gozarla apresurado,
era allí tan piadoso
que acortaba su paso, antes ligero,
y rodaba callado
para hacer el placer más duradero,
para hacer el sentir más sosegado.
Brotaban ya en las eras
quitameriendas de matices rojos,
criaban achicorias los rastrojos,
se llenaban las lindes de acederas
y los huertos de malvas y de hinojos.
La grata algarabía
de los bandos de tordos silbadores
los prados alegraba en que caía;
tábanos zumbadores
por la atmósfera erraban placentera;
holgaban los pastores,
tomando el sol en la feraz ribera,
y reía el regato en la hondonada,
y apuntaba la grama en la pradera...
Nuncios de la otoñada...
¡Tiempos de sementera!
¡Gran Dios: tan bellos días
haces caer de tus hermosos cielos
que hasta me obligan a olvidar mis duelos
y es pecado olvidar lo que tú envías! (...)

   «De sobra sabe Galán que en todo lo que existe puso Dios algo de eterna belleza. El toque está en saber descubrirlo. En el jaramago que nace en las ruinas, en la retama que crece en la espesura del monte, en la misma “verdura de las eras” puede el ingenio inspirado, como la abeja en las más humildes florecillas, encontrar la miel de sus versos. Aun de la más dura y pelada roca, la vara mágica del poeta hace brotar el manantial de agua viva.»

F. Fernández Villegas, Zeda, prólogo de Castellanas (1902)

El CRISTU BENDITU
 (fragmento)
¿Ondi jueron los tiempos aquellos,
que pué que no güelvan,
cuando yo juí presona leía
que jizu comedias
y aleluyas también y cantaris
pa cantalos en una vigüela?
¿Ondi jueron aquellas cosinas
que llamaban ilusionis, y eran
a'specie de airinos
que atontá me tenían la mollera?
¿Ondi jueron de aquellos sentires
las delicäezas
que me jizun llorar como un neni,
de gustu y de pena?
¿Ondi jueron aquellos pensaris
que jacían dolel la cabeza
de puro lo jondus
y enreäos que eran?
Ajuyó tuito aquello pa siempre,
y ya no me quea
más remedio que dilme jaciendo
a esta vía nueva.
¡Ya no güelvin los tiempos de altoncis,
ya no tengo ilusionis de aquellas,
ni jago aleluyas,
ni jago comedias,
ni jago cantaris
pa cantalos en una vigüela! ()

    «Todo el libro es así, vivo; todo él escrito en ese lenguaje desarrapado, es decir, vivo: escrito en dialecto, como la Iliada y la Divina Comedia; porque no son las lenguas las que hacen las obras, sino las obras las que hacen las lenguas. Y la poesía grande, la viva, la única, gusta mucho de brotar en dialectos; y te diré por qué. Dialecto, según el clásico sentir, es la corrupción de una lengua; pero, si bien lo piensas, es la constante germinación de las lenguas en boca del pueblo, que es, como si dijéramos, la madre tierra de las palabras: todas salen de ella y todas vuelven a ella; allí nacen, allí mueren, allí se transforman, se modulan, se combinan y renacen, y se mueven, en fin, en toda la libertad de su naturaleza. El pueblo siempre habla en dialecto, es decir, en libertad, en perpetuo movimiento; y cuando una lengua quiere definirse en una fijeza de perfección y desecha la compenetración con sus dialectos, con el pueblo, aquella lengua muere momificada en su perfección. Pues bien, la poesía no es otra cosa que la palabra viva, la palabra palpitando todavía el misterioso ritmo de sus origen divino en la boca del pueblo, que es su madre tierra.»

Joan Maragall, prólogo a Extremeñas (1902)

LAS SEMENTERAS
 I
Con el relente que le da tempero, 
la madrugada roció la tierra. 
Se siente frío en la besana húmeda; 
el terruño está solo. Ya alborea. 
Lo dice levantándose del surco 
la alondra mañanera 
que desgrana en el aire el de sus trinos 
hilo copioso de sonantes perlas. 
Ya sale el sol de las mañanas tibias, 
ya sale el sol de las mañanas buenas, 
sol de salud, incubador de gérmenes, 
sol de la sementera. 
No tiene más testigos y cantores 
que yo y la alondra en la besana escucha, 
ni más espejos que el regato limpio 
y el rocío en las puntas de la hierba. 
Viene triunfante, coronado de oro; 
radiante viene levantando nieblas 
y evaporando el matinal relente 
que parece el aliento de la tierra. 
Ya llegan mis gañanes con las yuntas 
canturreando la canción primera 
que les arranca el equilibrio plácido 
del bien venir de la mañana buena. 
Rayando los timones el camino, 
y en alto la mancera, 
vienen los bueyes con la cruz que forman 
el yugo y el arado en la cabeza. 
Ya escucho golpes secos 
de mazos y de azuelas, 
silbidos cariñosos, 
nombres de bueyes que en besana entran 
y uno que suena compasado ruido 
como de riego de menudas perlas 
al desplegarse el abanico de oro 
de la simiente que los mozos riegan. 
Estoy en el repecho 
presidiendo mi hermosa sementera. 
Todo lo escucho con avaro oído: 
el blando hundirse de las anchas rejas; 
el suave rodar hacia los lados 
de la mullida tierra; 
el alentar pujante de los bueyes, 
de cuyos bezos charolados cuelgan 
tenues hilos de baba transparente 
que el manso andar no quiebra; 
aquel pausado y firme 
posar de sus pezuñas gigantescas; 
el crujir dormilón de las coyundas 
que el yugo pulimentan; 
un aliento de brisa tan suave 
que apenas se menea, 
un hondo y general rumor de vida 
y un ruido sordo de pujante brega. 
Y tal como si el alma del terruño 
viniese toda condensada en ella, 
la tonada de arar surge solemne, 
la tonada de arar al alma llega 
cantando cosas dulces, 
diciendo cosas buenas. 
Sus mansas recaídas 
parecen que remedan 
la suavidad de las laderas dulces 
de la ondulada castellana tierra 
o el tranquilo vaivén de los pensares 
que el mar ondulan de las almas serias. 
Y a mí también me hablan 
sus lánguidas cadencias 
del bien gozar los apacibles goces, 
del bien llorar las bendecidas penas, 
del buen amor de la mujer fecunda, 
del bien sentir la paternal querencia 
y de un vivir sereno, 
fuerte y seguro, como aquel que llevan 
paso de hierro sobre tierra blanda 
los mansos bueyes de gigantes fuerzas. 
II
Cruzan el cielo nubecillas tenues 
que parecen blanquísmas guedejas 
cortadas del vellón inmaculado 
que dieron en abril las corderuelas. 
El sol baña el terruño, 
se ve crecer la hierba 
y huele a tierra húmeda 
cargada de promesas. 
¡Qué dulce es presidir desde el repecho 
la propia sementera 
si el cielo es transparente, fresco el aire, 
húmeda y fértil la esponjada tierra, 
el sol templado, la simiente sana, 
robustas las parejas, 
alegres los gañanes, 
la tonada de arar, sentida y lenta, 
sabroso el pan de casa 
y el agua del regato limpia y fresca! 
La mente embebecida 
se carga entonces de memorias bellas; 
del lado del hogar me vienen todas 
que el hogar es el cielo de la tierra, 
la paz de mi vivir me las regala 
y en paz el corazón las paladea. 
¡Aquella del hogar sí que es hermosa! 
¡Aquella sí que es santa sementera! 
También yo la presido, 
también Dios la bendice y la gobierna. 
Dios encendió en el cielo de la vida 
el sol de los amores para ella, 
para que el fuego santo 
las almas y las sangres se fundieran;
Dios le da noches de fecundas horas 
y luengos días de apacibles treguas..., 
¡horas sin luz que velen sus misterios 
y horas de sol que sus entrañas templan! 
Y Dios, Padre del mundo, 
le da también cosecha 
de frutos vivos que el vivir anudan, 
de frutos bellos que el vivir alegran... 
¡Señor, que das la vida! 
Dame salud y amor, y sol y tierra, 
y yo te pagaré con campos ricos 
en ambas sementeras.

  «La impresión que producen los versos de Gabriel y Galán es, en ocasiones, no diré estar viendo, sino estar contemplando la naturaleza castellana. Absoluta es la compenetración de su Musa y de la tierra, no en sentido material, en otro más alto. La comarca de Castilla no parece, al pronto, un suelo inspirador. Bajo su magnífico firmamento se extienden aquellas grises lontananzas muertas que el poeta describe en feliz frase. Sobre la extensión de la llanada, no obstante, la fantasía borda sus recamos y realiza su labor prodigiosa, reconstruyendo el desvanecido ideal.»

Condesa de Pardo Bazán, prólogo de Nuevas castellanas (1905)

SINOPSIS

   Esta edición de la obra de Gabriel y Galán incorpora casi cien composiciones inéditas o no publicadas en las anteriores, y también, en su integridad, los espléndidos prólogos que F. Fernández Villegas (Zeda), E. Pardo Bazán y Juan Maragall escribieron para algunos de los libros del poeta. Se ha llevado a cabo, por otra parte, una revisión cuidadosa de todos los textos, a partir de los primigenios y de originales del archivo familiar. se trata, en fin de una edición comentada y anotada.

Acceso a la edición digital de las Obras Completas (edición de 1909), en la Biblioteca Digital de Castilla y León.

POEMA EL AMA

   El ama, uno de los poemas incluidos en Castellanas, es una de los poesías más significativas y conocidas de la obra de Gabriel y Galán. Fue premiada con la flor natural en los Juegos Florales de Salamanca el 15 de septiembre de 1901.

   Como señalan los editores, en la nota que acompaña al poema en las Obras Completas (2005): «El ama fue escrita entre los meses de julio y agosto de 1901 bajo el estado anímico que le produjo al poeta la muerte de su madre ocurrida pocas semanas antes; en sus estrofas volcó todo el amor filial que siempre anidó en su alma, dibujando la prototípica figura de “el Ama” dentro del fondo paisajístico de la tierra salmantina que le vio crecer. Todo ello es compatible con el criterio de quienes ven el modelo retratado la imagen de la esposa; pero aunque esto no es esencialmente correcto, pues es indudable que la gestación del poema tuvo como referencia la estampa de la madre muerta, puede advertirse en algunos de sus versos el transunto de la propia esposa.»

EL AMA
I
Yo aprendí en el hogar en qué se funda
la dicha más perfecta,
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era
y busqué una mujer como mi madre
entre las hijas de mi hidalga tierra.
Y fui como mi padre, y fue mi esposa
viviente imagen de la madre muerta.
¡Un milagro de Dios, que ver me hizo
otra mujer como la santa aquella!
Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada,
la casa solariega,
con la heredada historia,
con la heredada hacienda.
¡Qué buena era la esposa
y qué feraz la tierra!
¡Qué alegre era mi casa
y qué sana mi hacienda,
y con qué solidez estaba unida
la tradición de la honradez a ellas!
Una sencilla labradora, humilde,
hija de oscura castellana aldea;
una mujer trabajadora, honrada,
cristiana, amable, cariñosa y seria,
trocó mi casa en adorable idilio
que no pudo soñar ningún poeta.
¡Oh, cómo se suaviza
el penoso trajín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra viven,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta!
Todo lo pudo la mujer cristiana,
logrólo todo la mujer discreta.
La vida en la alquería
giraba en torno a ella
pacífica y amable,
monótona y serena...
¡Y cómo la alegría y el trabajo
donde está la virtud se compenetran!
Lavando en el regato cristalino
cantaban las mozuelas,
y cantaba en los valles el vaquero,
y cantaban los mozos en las tierras,
y el aguador camino de la fuente,
y el cabrerillo en la pelada cuesta...
¡Y yo también cantaba,
que ella y el campo hiciéronme poeta!
Cantaba el equilibrio
de aquel alma serena
como los anchos cielos
como los campos de mi amada tierra;
y cantaba también aquellos campos,
los de las pardas, onduladas cuestas,
los de los mares de enceradas mieses,
los de las mudas perspectivas serias,
los de las castas soledades hondas,
los de las grises lontananzas muertas...
El alma se empapaba
en la solemne clásica grandeza
que llenaba los ámbitos abiertos
del cielo y de la tierra.
¡Qué placido el ambiente,
qué tranquilo el paisaje, qué serena
la atmósfera azulada se extendía
por sobre el haz de la llanura inmensa!
La brisa de la tarde
meneaba, amorosa, la alameda,
los zarzales floridos del cercado,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
¡Monorrítmica música del llano,
qué grato tu sonar, qué dulce era!
La gaita del pastor en la colina
lloraba las tonadas de la tierra,
cargadas de dulzuras,
cargadas de monótonas tristezas,
y dentro del sentido
caían las cadencias
como doradas gotas
de dulce miel que del panal fluyeran.
La vida era solemne,
puro y sereno el pensamiento era,
sosegado el sentir, como las brisas,
mudo y fuerte el amor, mansas las penas
austeros los placeres,
raigadas las creencias,
sabroso el pan, reparador el sueño,
fácil el bien y pura la conciencia.
¡Qué deseos el alma
tenía de ser buena,
y cómo se llenaba de ternura
cuando Dios le decía que lo era!
II
Pero bien se conoce
que ya no vive ella;
el corazón, la vida de la casa
que alegraba el trajín de las tareas,
la mano bienhechora
que con las sales de enseñanzas buenas
amasó tanto pan para los pobres
que regaban, sudando, nuestra hacienda.
¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
Ya no alegran los mozos la besana
con las dulces tonadas de la tierra,
que al paso perezoso de las yuntas
ajustaban sus lánguidas cadencias.
Mudos de casa salen,
mudos pasan el día en sus faenas,
tristes y mudos vuelven
y sin decirse una palabra cenan;
que está el aire de casa
cargado de tristeza,
y palabras y ruidos importunan
la rumia sosegada de las penas.
Y rezamos, reunidos, el Rosario,
sin decirnos por quién..., pero es por ella.
Que aunque ya no su voz a orar nos llama,
su recuerdo querido nos congrega,
y nos pone el Rosario entre los dedos
y las santas plegarias en la lengua.
¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!
¡Qué compasión me tienen mis criados
que ayer me vieron con el alma llena
de alegrías sin fin que rebosaban
y suyas también eran!
Hasta el hosco pastor de mis ganados,
que ha medido la hondura de mi pena,
si llego a su majada
baja los ojos y ni hablar quisiera;
y dice al despedirme: –-«Ánimo, amo;
haiga mucho valor y haiga pacencia...»
Y le tiembla la voz cuando lo dice,
y se enjuga una lágrima sincera,
que en la manga de la áspera zamarra
temblando se le queda...
¡Me ahogan estas cosas,
me matan de dolor estas escenas!
¡Que me anime, pretende, y él no sabe
que de su choza en la techumbre negra
le he visto yo escondida
la dulce gaita aquella
que cargaba el sentido de dulzuras
y llenaba los aires de cadencias!...
¿Por qué ya no la toca?
¿Por qué los campos su tañer no alegra?
Y el atrevido vaquerillo sano,
que amaba a una mozuela
de aquellas que trajinan en la casa,
¿por qué no ha vuelto a verla?
¿Por qué no canta en los tranquilos valles,
por qué no silba con la misma fuerza,
por qué no quiere restallar la honda,
por qué esta muda la habladora lengua
que al amo le contaba sus sentires
cuando el amo le daba su licencia?
«–-¡El ama era una santa!...»,
me dicen todos, cuando me hablan de ella.
«–-¡Santa, santa!», me ha dicho
el viejo señor cura de la aldea,
aquel que le pedía
las limosnas secretas
que de tantos hogares ahuyentaban
las hambres y los fríos y las penas.
¡Por eso los mendigos
que llegan a mi puerta
llorando se descubren
y un padrenuestro por el ama rezan!
El velo del dolor me ha oscurecido
la luz de la belleza.
Ya no saben hundirse mis pupilas
en la visión serena
de los espacios hondos,
puros y azules, de extensión inmensa.
Ya no sé traducir la poesía,
ni del alma en la médula me entra
la intensa melodía del silencio
que en la llanura quieta
parece que descansa,
parece que se acuesta.
Será puro el ambiente, como antes,
y la atmósfera azul será serena,
y la brisa amorosa
moverá con sus alas la alameda,
los zarzales floridos,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja...
Y mugirán los tristes becerrillos,
lamentando el destete, en la pradera,
y la de alegres recentales dulces,
tropa gentil, escalará la cuesta
balando plañideros
al pie de las dulcísimas ovejas;
y cantará en el monte la abubilla,
y en los aires la alondra mañanera
seguirá derritiéndose en gorjeos,
musical filigrana de su lengua...
Y la vida solemne de los mundos
seguirá su carrera
monótona, inmutable,
magnífica, serena...
Mas ¿qué me importa todo,
si el vivir de los mundos no me alegra,
ni el ambiente me baña en bienestares,
ni las brisas a música me suenan,
ni el cantar de los pájaros del monte
estimulan mi lengua,
ni me mueve a ambición la perspectiva
de la abundante próxima cosecha,
ni el vigor de mis bueyes me envanece,
ni el paso del caballo me recrea,
ni me embriaga el olor de las majadas,
ni con vértigos dulces me deleitan
el perfume del heno que madura
y el perfume del trigo que se encera?
Resbala sobre mí sin agitarme
la dulce poesía en que se impregnan
la llanura sin fin, toda quietudes,
y el magnífico cielo, todo estrellas.
Y ya mover no pueden
mi alma de poeta,
ni las de mayo auroras nacarinas
con húmedos vapores en las vegas,
con cánticos de alondra y con efluvios
de rociadas frescas,
ni estos de otoño atardeceres dulces
de manso resbalar, pura tristeza
de la luz que se muere
y el paisaje borroso que se queja...
ni las noches románticas de julio,
magníficas, espléndidas,
cargadas de silencios rumorosos
y de sanos perfumes de las eras;
noches para el amor, para la rumia
de las grandes ideas,
que a la cumbre al llegar de las alturas
se hermanan y se besan.
¡Cómo tendré yo el alma,
que resbala sobre ella
la dulce poesía de mis campos
como el agua resbala por la piedra!
Vuestra paz era imagen de mi vida,
¡oh, campos de mi tierra!
Pero la vida se me puso triste
y su imagen de ahora ya no es ésa:
en mi casa, es el frío de mi alcoba,
es el llanto vertido en sus tinieblas;
en el campo, es el árido camino
del barbecho sin fin que amarillea.

………………………………………………………

Pero yo ya sé hablar como mi madre,
y digo como ella
cuando la vida se le puso triste:
«¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!» 

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN

gabriel_y_galan (Frades de la Sierra, 1870 – Guijo de Granadilla, 1905) Poeta español que cantó en versos sencillos y espontáneos las virtudes tradicionales campesinas. Su obra, ajena a las novedades temáticas del modernismo de Rubén Darío (aunque no tanto a las formales), se centró en el ambiente rural y expresó un concepto cristiano y optimista de la vida en la naturaleza. La familia patriarcal, la existencia hogareña y la austeridad del agricultor castellano fueron la materia de sus versos, que bebió en las fuentes de la literatura pastoril latina y en el Siglo de Oro español, así como en algunos autores españoles románticos y contemporáneos.

Hijo de labradores, fue a su vez labrador tras de haber ejercido la profesión de maestro, que abandonó al contraer matrimonio. Su consagración como poeta arranca de 1901, cuando en los Juegos Florales celebrados en Salamanca fue galardonado con la flor natural por su composición El ama.

Grandes escritores de aquel tiempo, como Emilia Pardo Bazán, José María de Pereda, Miguel de Unamuno y Joan Maragall, en pleno auge del costumbrismo literario regionalista, contribuyeron a su rápido encumbramiento. Posteriormente, la crítica le ha regateado méritos, aunque sigue siendo uno de los poetas españoles más leídos. Cantó las tierras y las gentes de Salamanca y Extremadura, en una poesía realista, a veces monótona, pero que dio clara y musical expresión a sentimientos muy arraigados en la conciencia colectiva de su país. En ello reside uno de sus principales méritos, pues, como dice Gerald Brenan es «uno de los pocos escritores de esta nación de campesinos que siente verdaderamente la vida del campo».

Cabe advertir en su poesía influjos de la escuela poética salmantina, de Espronceda, de José Zorrilla, de Vicente Medina y del colombiano José Asunción Silva. Los «Aires murcianos» de Vicente Medina fueron los que, según Unamuno, le sugirieron a Gabriel y Galán sus composiciones en dialecto extremeño, entre las más famosas de las cuales figuran El embargo y El Cristu benditu.

Estilísticamente es notable su propensión a las adjetivaciones dobles («los de las pardas onduladas cuestas», «la castiza vieja raza de selváticos poetas»), característica del modernismo español que él extremó de modo peculiar en sus versos. De 1902 a 1906 aparecieron sus libros Castellanas (1902), Extremeñas (1902), Campesinas (1904), Nuevas castellanas (1905) y Religiosas (1906). De 1909 data la primera aparición de sus Obras completas, que han alcanzado más de cuarenta ediciones sucesivas, lo que significa que no ha decaído su amplia y sostenida popularidad.

Las Castellanas (1902) son las más representativas del autor, gran intérprete de la naturaleza austera. La vida mísera de los campesinos salmantinos es cantada por el poeta en versos que expresan una resignación cansada, carente en absoluto de rebeldía social. La presencia constante de la muerte alcanza momentos gélidos, que tan sólo airea la fe en Dios. En Nuevas castellanas (1905) se nota una mayor versatilidad y variedad temática, y desaparece un tanto el tema de la muerte. Las Religiosas (1906) expresan el sentimiento religioso desde la experiencia cotidiana y en las circunstancias de la vida íntima y social del poeta, así como la vivencia religiosa del pueblo, a menudo en tono costumbrista.

Biografías y vidas

  • Más sobre Gabriel y Galán: su vida, su obra… en Biblioteca Virtual Extremeña.
  • Más sobre Gabriel y Galán en Escritores de Extremadura
  • Más sobre Gabriel y Galán en Salamanca Revista de Estudios Nº 52 Gabriel y Galán. Estudios Conmemorativos en el centenario de su muerte (2005)

 

 

“La librería”, de Penelope Fitzgerald

     «En 1959 Florence Green de vez en cuando pasaba una noche en la que no estaba segura de si había dormido o no. Era por la preocupación que tenía sobre si comprar Old House, una pequeña propiedad con su propio cobertizo en primera línea de playa, para abrir la única librería de Hardborough. Probablemente era la incertidumbre lo que la mantenía despierta. Una vez había visto volar por encima del estuario a una garza que intentaba, mientras estaba en el aire, tragarse una anguila que acababa de pescar. La anguila, a su vez, luchaba por escapar del gaznate de la garza y se le veía un cuarto, la mitad o a veces tres cuartos del cuerpo colgando. La indecisión que expresaban ambas criaturas era lastimosa. Se habían propuesto demasiado».

La librería (The Bookshop) es una novela de la escritora británica Penelope Fitzgerald, publicada en 1978.

El libro nos narra el firme propósito de Florence Green, una viuda de 65 años, de abrir una librería en una vieja casa abandonada de Hardborough, un recóndito y pequeño pueblo costero del condado inglés de Suffolk.

Pese a ser el único negocio de este tipo en la localidad, el empeño de esta amante de los libros y de la lectura contará, desde el primer momento, con la incomprensión y la oposición de buena parte de los vecinos del pueblo.

       «Por qué nadie ha hecho nada al respecto en los últimos siete años? Los grajos han anidado en la casa, se han caído la mitad de las tejas, huele a rata. ¿No es mejor que sea un sitio donde la gente pueda dedicarse a hojear libros?

    —¿Está usted hablando de cultura? —dijo el director, con una voz a medio camino entre la pena y el respeto.

    —La cultura es para aficionados. No puedo permitirme llevar una tienda que tenga pérdidas. ¡Shakespeare era un profesional!»

La librería me ha parecido una buena novela. Escrita con un lenguaje sencillo, no exenta de ciertas dosis de humor y que es aconsejable leer sin prisas. Muy recomendable.

La librería fue llevada a la gran pantalla con el mismo título por Isabel Coixet, con Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Bill Nighy en el reparto y fue estrenada comercialmente en España en 2017.

Tráiler de la película

En un pequeño pueblo de la Inglaterra de 1959, una joven mujer decide, en contra de la educada pero implacable oposición vecinal, abrir la primera librería que haya habido nunca en esa zona. (FilmaAffinity)

SINOPSIS

Novela finalista del Booker Prize, La librería es una delicada aventura tragicómica, una obra maestra de la entomología librera. Florence Green vive en un minúsculo pueblo costero de Suffolk que en 1959 está literalmente apartado del mundo, y que se caracteriza justamente por «lo que no tiene».

Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Adquiere así un edificio que lleva años abandonado, comido por la humedad y que incluso tiene su propio y caprichoso poltergeist. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita, de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador.

LEER EL PRIMER CAPÍTULO DE LA NOVELA

PENELOPE FITZGERALD

Penelope Fitzgerald, de soltera Knox, nació en 1916. Era la hija del editor de Punch, Edmund Knox, y sobrina del teólogo y novelista Ronald Knox, del criptógrafo Dilly Knox y del estudioso de la Biblia Wilfred Knox.

Fue educada en caros colegios de Oxford. Durante la segunda guerra mundial trabajó para la BBC. En 1941 se casó con Desmond Fitzgerald, un soldado irlandés, con el que tuvo tres hijos. Durante algunos años vivió en una casa flotante en el Támesis. Autora tardía, Penelope Fitzgerald publicó su primer libro en 1975, a los cincuenta y ocho años, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones. En 1977 publicó su primera novela,The Golden Child, una historia cómica de misterio ambientada en el mundo de los museos. A lo largo de los siguientes cinco años publicó cuatro novelas vagamente autobiográficas, que la consagraron como una de las figuras más importantes de la nueva narrativa inglesa, comparable a Iris Murdoch o A. S. Byatt. Con La librería (1978) fue finalista del Booker Prize, premio que finalmente consiguió con su siguiente novela, A la deriva (1979). Siguieron Human Voices (1980) y At Freddie’s (1982). En este punto, Fitzgerald declaró que ya estaba cansada de escribir sobre su propia vida, y se decantó por la novela que desvelaba hechos y acontecimientos del pasado, desde un punto de vista histórico. La primera de ellas sería Inocencia (1986), desarrollada en la Italia de los años 50 y que narraba la historia de amor entre la hija de un aristócrata arruinado y un médico comunista. En 1988 publicó El inicio de la primavera, que tiene lugar en el Moscú de 1913, protagonizada por un pequeño impresor inglés perdido en los albores de la Revolución rusa. Siguieron La puerta de los ángeles (1990) y La flor azul (1995), centrada en la vida del poeta alemán Novalis. Penelope Fitzgerald murió en Londres en abril del año 2000.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «—Ahora, señora Green, si pudiera usted sujetarle la lengua… No se lo pediría a cualquiera, pero sé que usted no se asusta.
    —¿Cómo lo sabe? —preguntó ella.
   —Dicen por ahí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles.
     Metió el dedo bajo la carne suelta, horriblemente arrugada, por encima de la quijada del animal, y la boca se le abrió gradualmente en un bostezo extravagante. Quedaron expuestos unos imponentes dientes amarillentos. Florence agarró con las dos manos la lengua oscura y resbaladiza, suave por arriba, rugosa por debajo y, como un viejo ballenero, la sujetó de forma que no le cubriera los dientes. Ahora el caballo estaba quieto y sudaba copiosamente, a la espera de que llegara el final de su tormento. Sólo movía las orejas de forma espasmódica en señal de protesta por lo que la vida había permitido que le ocurriera. Raven empezó a raspar con una lima grande las coronas de los dientes de un lado.
    —Aguante, señora Green. No se relaje. Es más resbaladiza que un pecado, lo sé.
    La lengua se retorcía como si fuera un ser independiente. El caballo fue pateando el suelo con una pezuña detrás de otra, como si quisiera asegurarse de que todavía tenía las cuatro patas plantadas sobre tierra firme.
    —No puede dar coces hacia delante, ¿verdad, señor Raven?
    —Puede, si quiere.
    Recordó que un Suffolk Punch es capaz de hacer cualquier cosa, menos galopar.
  —¿Por qué cree que abrir una librería es inverosímil? —le gritó al viento—. ¿La gente de Hardborough no quiere comprar libros?
    —Han perdido el deseo por las cosas raras —dijo Raven mientras seguía limando—. Se venden más arenques ahumados, por ejemplo, que truchas que están medio ahumadas y tienen un sabor más delicado. Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos.» 

[…]

     «Los primeros días de noviembre constituían una de las escasas épocas del año en que no hacía viento. En la tarde del día 5 se encendía una gran hoguera sobre la piedra, cerca de las amarras del estuario. La pila de combustible pasaba allí días enteros, como el nido gigante de una garza. Se trataba de una empresa conjunta sobre la que prácticamente todos los padres de Hardborough estaban dispuestos a dar algún consejo. El diésel, aunque se decía que le había quemado las cejas a alguien y que no le habían vuelto a crecer, se utilizaba para encenderla. Luego prendían los palos que, recogidos por toda la costa y cubiertos de la sal del mar, explotaban en una brillante llama azul. Las nutrias y las ratas salían huyendo por los diques; los niños se acercaban desde todos los rincones del parque, y para ellos se asaban patatas, que salían del fuego “llenas de ceniza. Las patatas también sabían a diesel. Los responsables de la hoguera, una vez empezaba a arder, se alejaban del brillo cavernoso, y comentaban los acontecimientos del día. Hasta el director del instituto de formación profesional, que vigilaba las llamaradas desde una posición semioficial, la señora Traill de la escuela y la señora Deben con su aspecto abatido, sabían dónde iría Florence el domingo a tomar el té.»