“El forastero misterioso”, de Mark Twain

«Nada existe salvo tú.»

No hace mucho que leí El fuego invisible, la última novela del escritor turolense Javier Sierra, ganadora del Premio Planeta 2017. En la trama de la historia, su autor introduce, hábilmente, el libro de Mark Twain titulado El forastero invisible:

     «El forastero, por supuesto, tenía mucho del propio Twain. Pero también algo que no era él. Había en un personaje un matiz siniestro, acaso maligno. Años más tarde descubriría que Twain creía haberse desplomado de cielo durante el paso del cometa Halley en 1835. Y no lo decía en broma. Nació en noviembre de aquel año. Presumía de ello siempre que tenía ocasión. Por supuesto, nadie se tomó en serio aquel chascarrillo hasta que, por un extraño azar cósmico, Mark Twain falleció justo con el retorno de su querido viajero celestial en 1910. Era evidente que se lo llevó el mismo cometa que lo había traído.

     Entonces, ¿de verdad fue un enviado del cielo?

     La duda se incrustó en mi mente infantil.

    En las primeras páginas de El forastero misterioso él mismo definía a su protagonista –un extranjero llegado de ninguna parte, capaz de adelantarse al tiempo y que trataba a los humanos cual figurillas de un belén– como «un visitante sobrenatural llegado de otro lugar». Y justo esa línea había sido subrayada con lápiz rojo por el abuelo».

Fragmento de El fuego invisible

Me picó la curiosidad por la historia y, como en otras muchas ocasiones, una lectura me llevó a la otra. De esta manera he podido descubrir un buen libro, cuya lectura me ha resultado muy interesante.

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El forastero misterioso apareció en 1916, seis años después de la muerte de su autor, y supuso un acontecimiento literario, gracias también a las ilustraciones al óleo del gran artista N. C. Wyeth. En esta novela, Twain nos traslada a Eseldorf, una pequeña aldea de Austria. Allí, en el invierno de 1590, tres jóvenes que jugaban en el bosque se encontraron con un extraño personaje que se llamaba Satanás y era capaz de hacer cosas prodigiosas. Este personaje misterioso no tardará en poner patas arriba a todo la vecindad, y no sólo por sus espectaculares obras sino también por su empeño en ridiculizar la condición humana, para él mucho más salvaje que el mundo de los animales.

    «Satanás dijo:

   –Aquí tienes otro ejemplo del sentido moral. Los propietarios son ricos, y muy santos; pero el sueldo que pagan a estos pobres hermanos suyos es solo lo bastante para evitar que caigan muertos de hambre. Trabajan catorce horas al día, en invierno y en verano; desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, incluso los niños pequeños. Y tienen que ir y venir andando hasta las pocilgas donde habitan, cuatro millas de ida y cuatro de vuelta, día tras día, año tras año, entre el barro y el aguanieve, bajo lluvia, nieve, granizo o tormenta. Solo duermen cuatro horas. Viven en perreras, tres familias en un cuarto, en una mugre y hedor increíbles; cuando llegan las enfermedades, mueren como moscas. ¿Han cometido algún crimen estos pobres sarnosos? No. ¿Qué han hecho para que los castiguen tanto? Nada en absoluto, salvo nacer entre tu necia raza […] Es el sentido moral lo que les enseña a los propietarios de la fábrica la diferencia entre el bien y el mal: ya ves el resultado. Se creen mejores que los perros. ¡Ay, es tan ilógica e irracional tu raza! ¡Y mezquina… oh, indeciblemente mezquina!»

Con un derroche de imaginación que traspasa la frontera de la literatura fantástica, Mark Twain se ríe de los ritos religiosos y de la crueldad social mediante un humor ácido y provocador, mucho más amargo del que utilizó en la mayoría de las obras que le han hecho famoso.

El autor de Las aventuras de Tom Sawyer y de  Las aventuras de de Huckleberry Finn se vale de este personaje misterioso para atacar duramente la mezquindad y el sentido moral de la raza humana.

     «El hombre se hizo de barro, yo lo vi crear. Yo no estoy hecho de barro. El hombre es un museo de enfermedades, un hogar de impurezas; llega hoy y se va mañana; empieza como barro y se marcha como hedor; yo soy de la aristocracia de los imperecederos. Y el hombre tiene el sentido moral… Parece que bastaría eso para mostrar la diferencia suficiente entre nosotros».

En definitiva, un buen libro, cuya lectura me ha resultado muy interesante e inquietante a la vez, y que nos hace pararnos a pensar y a reflexionar. Muy recomendable.

MARK TWAIN

twain_mark   Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, nació en la villa de Florida, Misuri, en 1835. Cuando tenía cuatro años de edad, se trasladó con su familia a la localidad de Hannibal, a orillas del Misisipi. A los doce años, empezó a trabajar como aprendiz en el periódico local. Posteriormente, trabajó como impresor en varias ciudades, y se hizo piloto de un barco de vapor. Volvió luego al periodismo, y, en 1876, publicó Las aventuras de Tom Sawyer; en 1883, La vida en el Misisipi y, en 1884, Las aventuras de Huckleberry Finn. Con estas tres obras alcanzaría gran fama en su época. En 1881, escribió El príncipe y el mendigo, que es su primera novela histórica. En 1889, publicó Un yanki en la corte del rey Arturo, y, en 1905, una de sus últimas obras, El forastero misterioso. Gracias a su ingenio y sus sátiras consiguió grandes éxitos como escritor y orador. Falleció en Redding, Connecticut, en 1910.

SINOPSIS

   Esta vez el forastero, por misterioso que pareciera, no se presentó con cuernos, ni con rabo, ni con patas de cabra. Al contrario, «vestía ropa nueva y buena, era guapo, tenía un rostro atractivo y una voz agradable». Pero hizo y dijo cosas que quedarán para siempre grabadas en la memoria desasosegada de los hombres. Mark Twain, con una leve entonación de cuento de hadas, casi fuera del tiempo y del espacio, escribió una alegoría sobre la condición humana y la absoluta relatividad de todas las cosas, tan inquietante en su aparente sencillez, que al cerrar el libro el lector acaba preguntándose abrumado si la existencia humana es sólo un sueño o una pesadilla.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

   «Ocurrió en el año 1590… durante el invierno. Austria estaba muy lejos del mundo, dormida; todavía era la Edad Media en Austria y prometía quedarse así siempre. Algunos la situaban incluso más remotamente en el tiempo, hace siglos y siglos, y decían que según el reloj mental y espiritual corría entonces en Austria la Edad de la Fe. Pero lo proponían como halago y no como calumnia, y así lo entendíamos y nos sentíamos orgullosos de ello. Lo recuerdo muy bien, aunque yo solo era un muchacho, y recuerdo también el placer que me causaba. Sí, Austria estaba muy lejos del mundo, y dormida; y nuestra aldea se encontraba en el centro de ese sueño.»
 […] 

   «Y tú no eres tú…, no tienes cuerpo, ni sangre, ni huesos; eres sólo pensamiento. Yo mismo no tengo existencia; no soy más que un sueño…, tu sueño, la criatura de tu imaginación. Dentro de un momento te habrás dado cuenta de esto; entonces me expulsarás de tus visiones y yo me disolveré en la nada de la cual me has hecho […]
    Dentro de poco estarás solo en el espacio ilimitado, para vagar por sus soledades infinitas sin amigo ni compañero para siempre…, porque siempre serás un pensamiento, el único pensamiento existente, y, por tu naturaleza, inextinguible, indestructible. Pero yo, tu pobre sirviente, te he revelado a ti mismo y te he liberado. ¡Sueña otros sueños, y mejores!
   Es extraño que no lo hubieras sospechado hace años…, ¡hace siglos, edades, eones! Porque has existido sin compañero a lo largo de todas las eternidades. ¡Extraño de veras que no hayas sospechado que tu universo y sus contenidos son solo sueños, visiones, ficción! Extraño, porque son tan franca e histéricamente locos… como todos los sueños: un Dios que podía crear buenos hijos tan fácilmente como malos, y, sin embargo, prefirió crearlos malos; que podría haberlos hecho felices a todos, y, sin embargo, nunca hizo feliz a ninguno; que los hizo capaces de estimar su amarga vida, y aun así la hizo mezquinamente breve; que dio a sus ángeles la felicidad eterna sin ganársela, y, sin embargo, exigió que sus otros hijos la ganaran; que dio a sus ángeles vidas sin dolor, y afligió a sus otros hijos con miserias ásperas y enfermedades de la mente y del cuerpo; que habla de la justicia e inventó el infierno…, habla de la Regla de oro y de perdonar setenta veces siete, e inventó el infierno; que pregona la moral a otras personas mientras él no tiene ninguna; que desaprueba los crímenes y, sin embargo, los comete todos; que, sin ser invitado, creó al hombre, y luego trata de librarse de las responsabilidades de los actos del hombre, dejándosela solo a éste, en vez de colocarla honradamente donde debe estar, sobre él mismo; y finalmente, con una divina torpeza, ¡invita a este pobre esclavo maltratado a adorarlo!…
   Ahora comprenderás que todas estas cosas son imposibles, salvo en un sueño. Comprendes que son puras locuras pueriles, las creaciones ridículas de una imaginación que no está consciente de sus monstruosidades; en una palabra, que son un sueño y tú eres su creador. Todas las señales del sueño son visibles; debías haberlas reconocido antes.
   Es verdad lo que te he revelado; no hay Dios, ni universo, ni raza humana, ni vida terrestre, ni cielo, ni infierno. Todo es un sueño…, un sueño grotesco y disparatado. Nada existe salvo túY tú no eres más que un pensamiento..., ¡un pensamiento errante, un pensamiento inútil, un pensamiento desamparado, vagando solitario entre las eternidades!»