“La librería”, de Penelope Fitzgerald

     «En 1959 Florence Green de vez en cuando pasaba una noche en la que no estaba segura de si había dormido o no. Era por la preocupación que tenía sobre si comprar Old House, una pequeña propiedad con su propio cobertizo en primera línea de playa, para abrir la única librería de Hardborough. Probablemente era la incertidumbre lo que la mantenía despierta. Una vez había visto volar por encima del estuario a una garza que intentaba, mientras estaba en el aire, tragarse una anguila que acababa de pescar. La anguila, a su vez, luchaba por escapar del gaznate de la garza y se le veía un cuarto, la mitad o a veces tres cuartos del cuerpo colgando. La indecisión que expresaban ambas criaturas era lastimosa. Se habían propuesto demasiado».

La librería (The Bookshop) es una novela de la escritora británica Penelope Fitzgerald, publicada en 1978.

El libro nos narra el firme propósito de Florence Green, una viuda de 65 años, de abrir una librería en una vieja casa abandonada de Hardborough, un recóndito y pequeño pueblo costero del condado inglés de Suffolk.

Pese a ser el único negocio de este tipo en la localidad, el empeño de esta amante de los libros y de la lectura contará, desde el primer momento, con la incomprensión y la oposición de buena parte de los vecinos del pueblo.

       «Por qué nadie ha hecho nada al respecto en los últimos siete años? Los grajos han anidado en la casa, se han caído la mitad de las tejas, huele a rata. ¿No es mejor que sea un sitio donde la gente pueda dedicarse a hojear libros?

    —¿Está usted hablando de cultura? —dijo el director, con una voz a medio camino entre la pena y el respeto.

    —La cultura es para aficionados. No puedo permitirme llevar una tienda que tenga pérdidas. ¡Shakespeare era un profesional!»

La librería me ha parecido una buena novela. Escrita con un lenguaje sencillo, no exenta de ciertas dosis de humor y que es aconsejable leer sin prisas. Muy recomendable.

La librería fue llevada a la gran pantalla con el mismo título por Isabel Coixet, con Emily Mortimer, Patricia Clarkson y Bill Nighy en el reparto y fue estrenada comercialmente en España en 2017.

Tráiler de la película

En un pequeño pueblo de la Inglaterra de 1959, una joven mujer decide, en contra de la educada pero implacable oposición vecinal, abrir la primera librería que haya habido nunca en esa zona. (FilmaAffinity)

SINOPSIS

Novela finalista del Booker Prize, La librería es una delicada aventura tragicómica, una obra maestra de la entomología librera. Florence Green vive en un minúsculo pueblo costero de Suffolk que en 1959 está literalmente apartado del mundo, y que se caracteriza justamente por «lo que no tiene».

Florence decide abrir una pequeña librería, que será la primera del pueblo. Adquiere así un edificio que lleva años abandonado, comido por la humedad y que incluso tiene su propio y caprichoso poltergeist. Pero pronto se topará con la resistencia muda de las fuerzas vivas del pueblo que, de un modo cortés pero implacable, empezarán a acorralarla. Florence se verá obligada entonces a contratar como ayudante a una niña de diez años, de hecho la única que no sueña con sabotear su negocio. Cuando alguien le sugiere que ponga a la venta la polémica edición de Olympia Press de Lolita, de Nabokov, se desencadena en el pueblo un terremoto sutil pero devastador.

LEER EL PRIMER CAPÍTULO DE LA NOVELA

PENELOPE FITZGERALD

Penelope Fitzgerald, de soltera Knox, nació en 1916. Era la hija del editor de Punch, Edmund Knox, y sobrina del teólogo y novelista Ronald Knox, del criptógrafo Dilly Knox y del estudioso de la Biblia Wilfred Knox.

Fue educada en caros colegios de Oxford. Durante la segunda guerra mundial trabajó para la BBC. En 1941 se casó con Desmond Fitzgerald, un soldado irlandés, con el que tuvo tres hijos. Durante algunos años vivió en una casa flotante en el Támesis. Autora tardía, Penelope Fitzgerald publicó su primer libro en 1975, a los cincuenta y ocho años, una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones. En 1977 publicó su primera novela,The Golden Child, una historia cómica de misterio ambientada en el mundo de los museos. A lo largo de los siguientes cinco años publicó cuatro novelas vagamente autobiográficas, que la consagraron como una de las figuras más importantes de la nueva narrativa inglesa, comparable a Iris Murdoch o A. S. Byatt. Con La librería (1978) fue finalista del Booker Prize, premio que finalmente consiguió con su siguiente novela, A la deriva (1979). Siguieron Human Voices (1980) y At Freddie’s (1982). En este punto, Fitzgerald declaró que ya estaba cansada de escribir sobre su propia vida, y se decantó por la novela que desvelaba hechos y acontecimientos del pasado, desde un punto de vista histórico. La primera de ellas sería Inocencia (1986), desarrollada en la Italia de los años 50 y que narraba la historia de amor entre la hija de un aristócrata arruinado y un médico comunista. En 1988 publicó El inicio de la primavera, que tiene lugar en el Moscú de 1913, protagonizada por un pequeño impresor inglés perdido en los albores de la Revolución rusa. Siguieron La puerta de los ángeles (1990) y La flor azul (1995), centrada en la vida del poeta alemán Novalis. Penelope Fitzgerald murió en Londres en abril del año 2000.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «—Ahora, señora Green, si pudiera usted sujetarle la lengua… No se lo pediría a cualquiera, pero sé que usted no se asusta.
    —¿Cómo lo sabe? —preguntó ella.
   —Dicen por ahí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles.
     Metió el dedo bajo la carne suelta, horriblemente arrugada, por encima de la quijada del animal, y la boca se le abrió gradualmente en un bostezo extravagante. Quedaron expuestos unos imponentes dientes amarillentos. Florence agarró con las dos manos la lengua oscura y resbaladiza, suave por arriba, rugosa por debajo y, como un viejo ballenero, la sujetó de forma que no le cubriera los dientes. Ahora el caballo estaba quieto y sudaba copiosamente, a la espera de que llegara el final de su tormento. Sólo movía las orejas de forma espasmódica en señal de protesta por lo que la vida había permitido que le ocurriera. Raven empezó a raspar con una lima grande las coronas de los dientes de un lado.
    —Aguante, señora Green. No se relaje. Es más resbaladiza que un pecado, lo sé.
    La lengua se retorcía como si fuera un ser independiente. El caballo fue pateando el suelo con una pezuña detrás de otra, como si quisiera asegurarse de que todavía tenía las cuatro patas plantadas sobre tierra firme.
    —No puede dar coces hacia delante, ¿verdad, señor Raven?
    —Puede, si quiere.
    Recordó que un Suffolk Punch es capaz de hacer cualquier cosa, menos galopar.
  —¿Por qué cree que abrir una librería es inverosímil? —le gritó al viento—. ¿La gente de Hardborough no quiere comprar libros?
    —Han perdido el deseo por las cosas raras —dijo Raven mientras seguía limando—. Se venden más arenques ahumados, por ejemplo, que truchas que están medio ahumadas y tienen un sabor más delicado. Y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos.» 

[…]

     «Los primeros días de noviembre constituían una de las escasas épocas del año en que no hacía viento. En la tarde del día 5 se encendía una gran hoguera sobre la piedra, cerca de las amarras del estuario. La pila de combustible pasaba allí días enteros, como el nido gigante de una garza. Se trataba de una empresa conjunta sobre la que prácticamente todos los padres de Hardborough estaban dispuestos a dar algún consejo. El diésel, aunque se decía que le había quemado las cejas a alguien y que no le habían vuelto a crecer, se utilizaba para encenderla. Luego prendían los palos que, recogidos por toda la costa y cubiertos de la sal del mar, explotaban en una brillante llama azul. Las nutrias y las ratas salían huyendo por los diques; los niños se acercaban desde todos los rincones del parque, y para ellos se asaban patatas, que salían del fuego “llenas de ceniza. Las patatas también sabían a diesel. Los responsables de la hoguera, una vez empezaba a arder, se alejaban del brillo cavernoso, y comentaban los acontecimientos del día. Hasta el director del instituto de formación profesional, que vigilaba las llamaradas desde una posición semioficial, la señora Traill de la escuela y la señora Deben con su aspecto abatido, sabían dónde iría Florence el domingo a tomar el té.»