“El lector”, Bernhard Schlink

El lector (Der Vorleser) es una novela del escritor y juez alemán Bernhard Schlink, publicada en 1995. El libro, que fue muy bien acogido por los lectores y por la crítica, ha sido traducido a treinta y nueve lenguas y ha recibido numerosos galardones.

Acabada la Segunda Guerra Mundial, en uno de los barrios de Berlín, un adolescente se siente mal al volver del colegio y Hanna, una mujer de treinta y seis años, acude en su ayuda. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores. Éste será el comienzo de una relación amorosa en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a él que le lea en voz alta fragmentos de diversos libros.

     «Esperé en el recibidor. Ella se quedó en la cocina para cambiarse. la puerta estaba entornada. Se quitó el delantal y se quedó sólo con una combinación verde claro. Sobre el respaldo de la silla colgaban dos medias. Cogió una y la enrolló con rápidos movimientos de las dos manos. Se puso en equilibrio sobre una pierna, apoyó sobre la rodilla la punta del pie de la otra, se echó hacia adelante, metió la punta del pie en la media enrollada, la apoyó sobre la silla, se subió la media por la pantorrilla, la rodilla y el muslo, se inclinó a un lado y sujetó la media con el liguero. Se incorporó, quitó el pie de la silla y cogió la otra media.

     Yo no podía apartar la vista de ella. De su nuca y de sus hombros, de sus pechos, que la combinación realzaba más que ocultaba, de sus nalgas, que se apretaron contra la combinación cuando ella apoyó el pie sobre la rodilla y lo puso sobre la silla, de su pierna, primero desnuda y pálida y luego envuelta en el brillo sedoso de la media.»

El lector me ha parecido una novela muy interesante, bien escrita y fácil de leer. Me llamó la atención la referencia que hace de ella Irene Vallejo en su magnífico libro El infinito en un junco, y no me resistí a leerla, cosa que tengo que agradecerle:

  «Una mujer escucha leer a su amante adolescente en cada uno de sus encuentros eróticos. Me fascina imaginar esos momentos descritos en El lector, de Bernhard Schlink. Todo empieza con la Odisea, que el chico traducía en sus clases de griego del instituto. Léemelo, dice ella. Tienes una voz muy bonita, chiquillo. Cuando él intenta besarla, ella retira la cara: primero tienes que leerme algo. A partir de ese día, el ritual de sus encuentros incluye siempre la lectura. Durante media hora —antes de la ducha, el sexo y el reposo—, en la intimidad del deseo, él va desovillando historias mientras la mujer, Hanna, escucha con atención, a veces riéndose o bufando con desprecio, o haciendo exclamaciones indignadas. A lo largo de los meses y los libros —Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens—, el chico de voz insegura aprende las habilidades del narrador. Cuando llega el verano y los días se alargan, dedican todavía más tiempo a la lectura. Una tarde de bochorno veraniego, recién acabado un libro, Hanna se niega a empezar otro. Es su último encuentro. Días después, el chico llega a la hora habitual y llama al timbre, pero la casa está vacía. Ella ha desaparecido de repente, sin explicaciones —el final de las lecturas ha marcado el final de su historia—. Durante años, él no puede ver un libro sin pensar en compartirlo con Hanna.

   Tiempo después, mientras estudia Derecho en una universidad alemana, él descubre por azar la oscura historia de su antigua amante: fue guardiana en un campo de concentración nazi. También allí hacía que las prisioneras le leyeran libros, noche tras noche, antes de arrojarlas al tren que las conducía a una muerte segura en Auschwitz. Por ciertos indicios, atando cabos, comprende que Hanna es analfabeta. Reconstruye la historia de una joven emigrada del mundo rural, sin educación, acostumbrada a trabajos de poca monta, que se embriaga con el puesto de mando en un campo femenino cerca de Cracovia. Bajo esa nueva luz se explica la dureza de Hanna, que a veces rozaba la crueldad, sus mutismos, sus reacciones incomprensibles, su sed de lecturas en voz alta, su marginación, sus esfuerzos por ocultarse, su aislamiento. Los recuerdos amorosos del joven estudiante se tiñen de horror y, sin embargo, toma la decisión de grabar la Odisea en cintas de casete y hacérselas llegar a la cárcel a ella para aliviar su soledad. Mientras Hanna cumple su larga condena, él no deja de enviarle grabaciones de Chéjov, Kafka, Max Frisch, Fontane. Atrapados en su laberinto de culpa, espanto, memoria y amor, los dos se resguardan en el antiguo refugio de las lecturas en voz alta. Esos años de narraciones compartidas reviven las mil y una noches en que Sherezade aplacó con sus relatos al sultán asesino. Náufragos de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y con las heridas europeas todavía en carne viva, el protagonista y Hanna regresan a las antiguas historias en busca de absolución, de cura, de paz.»

La novela ha sido adaptada a la gran pantalla. En 2008, Stephen Daldry dirigió The Reader (El lector). La película fue nominada a cinco premios de la Academia, ganando Kate Winslet el Óscar a la mejor actriz por su interpretación de Hanna Schmitz.

Alemania después de la II Guerra Mundial (1939-1945). Michael Berg (David Kross), un chico de quince años, pierde el conocimiento mientras regresa del colegio. Hanna Schmitz (Kate Winslet), una mujer seria y reservada que le dobla la edad, lo recoge y lo lleva a su casa. Entre ambos surge un apasionado y secreto idilio que se ve interrumpido por la misteriosa desaparición de Hanna. Ocho años más tarde, siendo estudiante de Derecho, Michael vuelve a verla, pero en una situación que nunca hubiera podido imaginar. (FilmaAffinity) 

SINOPSIS

Michael Berg tiene quince años. Un día, regresando a casa del colegio, empieza a encontrarse mal y una mujer acude en su ayuda. La mujer se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores. Éste será el principio de una relación erótica en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a Michael que le lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens… El ritual se repite durante varios meses, hasta que un día Hanna desaparece sin dejar rastro.

Siete años después, Michael, estudiante de Derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de crímenes de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas. Una de las acusadas es Hanna. Y Michael se debate entre los gratos recuerdos y la sed de justicia, trata de comprender qué llevó a Hanna a cometer esas atrocidades, trata de descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó…

     —¡Sigue leyendo, chiquillo! —dijo apretándose contra mí. Cogí la Vida de un vagabundo aventurero de Joseph von Eichendorff y continué donde la había dejado la última vez. El libro era fácil de leer, más fácil que Emilia Galotti y que Intriga y amor. Hanna volvía a poner toda su atención. Le gustaban los poemas intercalados en la narración. Le divertían las aventuras del héroe en Italia, con sus disfraces, confusiones, enredos y persecuciones. Al mismo tiempo le parecía mal que fuera un vagabundo, que no se dedicara a nada de provecho, que no supiera hacer nada ni quisiera aprender nada. oscilaba entre esos dos sentimientos, y a veces, horas después de la lectura, todavía salía con preguntas como: «¿Y qué tiene de malo el oficio de aduanero?»

Bernhard Schlink ha escrito una deslumbrante novela sobre el amor, el horror y la piedad; sobre las heridas abiertas de la historia; sobre una generación de alemanes perseguida por un pasado que no vivieron directamente, pero cuyas sombras se ciernen sobre ellos.

BERNHARD SCHLINK

Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) ejerce de juez y vive entre Bonn y Berlín. Su novela El lector fue saludada como un gran acontecimiento literario y ha obtenido numerosos galardones: el premio Hans Fallada de la ciudad de Neumuenster, el premio Welt, el premio italiano Grinzane Cavour, el premio francés Laure Bataillon y el premio Ehrengabe de la Düsseldorf Heinrich Heine Society. Después publicó un extraordinario libro de relatos, Amores en fuga. En Anagrama se han editado también El regreso, La justicia de Selb (en colaboración con Walter Popp), El engaño de Selb, El fin de Selb, El fin de semana Mentiras de verano.