“La dehesa iluminada”, de Alejandro López Andrada

La dehesa iluminada es una novela del escritor cordobés Alejandro López Andrada. El libro que inauguró el llamado ruralismo mágico ha vuelto a ser reeditado por la editorial Benerice cuando se cumplen tres décadas de su primera publicación. En esta bella novela encontramos ecos de un mundo en vías de extinción, donde la naturaleza todavía muestra toda su riqueza y en la que los hombres y mujeres que la pueblan se resisten a abandonarla.

Luis, el protagonista de la historia, es un periodista que vive en Madrid y vuelve al pueblo donde nació para asistir al entierro de su padre. Su intención es regresar cuanto antes a la capital, pero una serie de acontecimientos le retienen en su antiguo pueblo y terminará por trasladarse a vivir en la vieja casa que heredó de sus abuelos, situada en plena dehesa.

   «No sé a cuento de qué me acudió esta mañana a las sienes este melancólico enjambre de recuerdos. Lo cierto es que desde la otra noche, después de visitar la majada y el chozo derruido de Nicasio, no he dejado de recordar la dehesa: aquel sereno paisaje tan ligado a mi niñez. Pienso, muchas veces al día, que debo volver allí, a residir en la vieja casa que heredé de mis abuelos. Cuando regresé de Madrid –hace ahora casi tres meses– lo hice con la intención de pasar, tras del entierro de mi padre, unos días en aquel mágico lugar. Sin embargo, llevo todo este tiempo viviendo en la antigua casa de mis padres, junto a mi hermano y su familia; en la casa que les correspondió en herencia. Quizá me haga falta algo de ánimo o de valor para decidirme a fijar mi residencia en la dehesa. Desde el fatal accidente que sufrí junto a Celia, ando profundamente deprimido. De todos modos, el día menos pensado tomo mi breve equipaje y traslado mi vivir a la vieja finca de mis abuelos, situada en el centro de la dehesa iluminada.»

La dehesa iluminada fue la primera novela de Alejandro López Andrada. Un libro que, como reconoce su propio autor, impregnó buena parte de su producción literaria posterior. Se trata de una novela muy íntima, puramente visual y que está muy influida por la narrativa del maestro Miguel Delibes. Está escrita como un diario íntimo que abarca un año completo siguiendo el ciclo de las cuatro estaciones.

En ella encontramos una fusión entre lo natural y lo sobrenatural, lo que dota a la narración de cierto halo mágico en algunos momentos.

López Andrada nos habla del fenómeno de la despoblación y del abandono del campo, de lo que hoy se conoce como la España vacía o vaciada, en una época que nadie escribía sobre ello.

En la nota que aparece en esta edición de la novela, Joaquín Pérez Azaústre escribe lo siguiente: «La dehesa iluminada es la novela que reivindicó el universo rural cuando no estaba de moda. El protagonista es un periodista enamorado de la naturaleza y el paisaje de su tierra natal que, a través de un diario, va reflejando sus vivencias cotidianas, conviviendo con seres entrañables y humildes, como el campesino Gabriel Manjaca, o Abundio, el pastor. La dehesa iluminada también incide en la despoblación y emigración de los vecinos de Veredas Blancas, pueblo imaginario, pero cierto, a las grandes ciudades. Todo esto se une a una prosa narrativa que no renuncia a la sustancia lírica de los sueños, esa vida abolida que es recuperada, en la novela, para el paisaje de la realidad, con una íntima, delicada y hermosa rememoración romántica. Hablamos de un relato rural, ecologista y emotivo, aunque a veces sorprenda la aparición de fenómenos paranormales y mágicos, propios de un microcosmos rural y campesino donde se mezclan los muertos con los vivos, lo real y lo sobrenatural, una atmósfera que el autor conoce bien porque la sintió muy próxima en su niñez, que es cuando se imanta de su identidad.»

     «Posado sobre la rama de un espino, a unos pasos del caserón derruido que hace unas décadas fue concurrida taberna de mineros, he observado esta tarde, mientras paseaba, un alcaudón real. El pajarillo alzó el vuelo apenas me vio asomar entre los escombros florecidos de la casa. Después, acercándome al esquelético arbusto, tropecé con el cuerpo desventrado y violeta de una pequeña lagartija que, unos segundos antes, anduvo devorando el arisco alcaudón.

    Instantáneamente, nada más contemplar la cruda escena, me acudió a la memoria la imagen desvaída de tía Eloísa. Ella siempre decía —yo era entonces muy niño— que detenerse a contemplar un alcaudón desgarrando su presa, ensartada en un espino, preludiaba alguna desgracia familiar.»

SINOPSIS

Se cumplen tres décadas de la novela que inauguró el ruralismo mágico. Mucho antes de «la España vaciada» y de que el medio rural se convirtiera en el eje de ensayos y narraciones de éxito, La dehesa iluminada mostraba ya un mundo en franco declive y, al mismo tiempo, repleto de bellos matices y fulgores. López Andrada retoma su formidable obra, fuente de inspiración para infinidad de autores posteriores, y la revisa en una edición que cuenta con un sabroso texto de Joaquín Pérez Azaústre y con la que Berenice celebra el aniversario de su publicación.

    «Ayer estalló la primavera en la dehesa. Lo hizo de un modo majestuoso y suave: se encendieron de tonalidades violeta los espliegos y las primeras margaritas tapizaron de amarillo los flancos del ferrocarril abandonado.

   Escuché esta mañana el primer canto de las abubillas. Gabriel acudió y se pasó media jornada dibujando escenas campestres. Bolillo anda como loco: no ha dejado de retozar en todo el día. Pasó la tarde revolcándose traviesamente sobre la hierba, corriendo detrás de las mariposas, persiguiendo, jadeante y nervioso, el sedante vuelo de las cogujadas.»

El regreso de un periodista a sus raíces y las tensas relaciones con su hermano marcan el inicio de esta novela donde confluyen las emociones más dispares. El protagonista, hastiado de la ciudad, elige la casa derruida de su abuelo, en el encinar, para vivir una hermosa historia de pasión por la tierra. Alejandro López Andrada, uno de los escritores más puros de nuestras letras, dibuja mediante su prosa exquisita el paisaje, los objetos y seres humildes que lo habitan —carboneros, pastores— con una intensidad que conmueve.

    «La dehesa iluminada constituye la piedra angular de una de las obras más importantes y personales de la literatura española actual». Julio Llamazares

   «Aquí están las raíces de lo mejor de la obra futura de López Andrada: el don de una voz emocionada y una fidelidad al humanismo de y en la naturaleza». Antonio Colinas

    «Todo es muy de verdad, y una especie de bondadosa compasión telúrica que comulga con los seres y las cosas lo empapa todo». Pere Gimferrer.

ALEJANDRO LÓPEZ ANDRADA

Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) comenzó a escribir muy joven y hasta la fecha ha publicado poemarios como El Valle de los Tristes (1985), La tumba del arco iris (1994), Los pájaros del frío (2000), La tierra en sombra (2008) y Las voces derrotadas (2011), y recibido premios como el Nacional San Juan de la Cruz, Iberoamericano Rafael Alberti, José Hierro, el Andalucía de la Crítica, el Fray Luis de León y el Ciudad de Córdoba Ricardo Molina , entre otros. Ha escrito asimismo poesía infantil, tres ensayos sobre la desaparición del mundo rural (El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo) y once novelas, una de las cuales, El libro de las aguas , fue adaptada al cine por Antonio Giménez-Rico. Tras El jardín vertical (2015) y Entre zarzas y asfalto (Berenice, 2016), resulta ganador del Premio Jaén de Novela, uno de los más prestigiosos del país, gracias a Los perros de la eternidad. Hijo Predilecto de su localidad natal, en 2007 se dio su nombre a una plaza de la misma («Plaza de Alejandro López Andrada»). En ella se encuentra la casa donde nació.

OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO

    «Después, estuve conversando con Abundio y comencé a sentirme algo más animado. Él es, ahora, la única persona con la que puedo dialogar en estos solitarios campos de la dehesa. Él es mi única compañía. Bueno…, también me acompañan los pájaros: los mirlos y los alcaravanes, los arrendajos y las alondras, los chotacabras y los lúganos, las azules y altísimas totovías. Sí, hace mucho que aprendí el lenguaje de las aves, su código comunicativo. Los pájaros tienen sentimientos como las personas: lloran y aman, sufren y sonríen; tienen momentos de recogimiento y otros, muy contrarios, de alboroto. Hay pájaros melancólicos como el petirrojo, alegres como la golondrina, románticos como el ruiseñor, presumidos y altivos como la oropéndola. Siempre pensé que los pájaros tienen alma. Desde pequeño aprendí a dialogar con ellos. Me enseñaron numerosos secretos que yo desconocía. Nunca me encuentro solo entre los pájaros. Oigo atento sus cantos y aprendo a descodificar sus mensajes. Río y lloro con ellos. Agradezco su amable compañía.»