«El escritor en su paraíso”, de Ángel Esteban

«Treinta grandes autores que fueron también bibliotecarios»

"Si junto a la biblioteca tienes un jardín, ya no te faltará nada"
Marco Tulio Cicerón

  untitled  El catedrático Ángel Esteban recoge en este estupendo libro una serie de datos acerca de la vida, de la obra, y también algunas curiosas anécdotas, relacionadas con su actividad bibliotecaria, de un conjunto de 30 escritores, de distintas nacionalidades, que estuvieron vinculados profesionalmente con el mundo de las bibliotecas. En muchos casos, esta relación con el mundo bibliotecario era ya de sobra conocida, pero en otros, nos resultará sorprendente.

    El libro que está prologado por Mario Vargas Llosa, cuenta con una nómina de personajes que va desde Reinaldo Arenas hasta el propio Vargas Llosa recogiendo, entre otros, a los extremeños Benito Arias Montano, sacerdote, humanista y escritor políglota, a quien Felipe II le encargó la adquisición de la mejores obras europeas para que formasen parte de los fondos de la Biblioteca de El Escorial y de la que posteriormente le encomendó su dirección; y Bartolomé J. Gallardo (“el príncipe de los bibliófilos españoles”), nombrado en 1811 bibliotecario oficial de las Cortes, en Cádiz; Jorge Luis Borges (”el escritor en su laberinto infinito”), quien imaginó el Paraíso como una biblioteca y afirmó que «uno no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído»; Robert Burton (“el saber enciclopédico y melancólico”), autor de la Anatomía de la melancolía, que vivió una existencia «entregada como un ermitaño en cuerpo y alma a la custodia de libros, a su lectura y a la compilación literaria»; Giacomo Casanova (“el seductor seducido por la palabra”), que en la biblioteca de Bohemia, escribió la historia de su vida; Gloria Fuertes (“sus jefes, los libros”), que abandonó su trabajo como taquígrafa para dedicarse a los libros, su verdadera pasión y que escribió: «Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria»; los hermanos Grimm, quienes, cuando se lo permitía su trabajo como bibliotecarios, buscaban en el material escrito historias valiosas para sus relatos; Martín Luis Guzmán (“bibliotecario, revolucionario, hombre de letras”), que llegó a ser coronel del ejército, a las órdenes de Pancho Villa; Juan Eugenio Hartzenbusch (“el espíritu del Romanticismo”), para el que «la biblioteca fue su tesoro, pero también el lugar donde residía, el forma de libros, el espíritu del pueblo»; Menéndez Pelayo (“una biblioteca andante”), que dijo en alguna ocasión que «vivir entre los libros ha sido siempre mi mayor alegría»; Juan Carlos Onetti (“los libros y la vida”), que afirmaba que el oficio de bibliotecario era el mejor del mundo; Eugenio d´Ors, precursor del préstamo moderno;  Charles Perrault  (“un bibliotecario en el Louvre”), que consideraba los libros como un tesoro que había que custodiar; August Strindberg (“el Bibliotecario Real”), que no fue un gran bibliotecario pero que gracias a los libros de la biblioteca de la Real llegó a ser un gran escritor; y José Vasconcelos (“de la biblioteca al cielo”), que afirmó que «no se puede enseñar a leer sin dar qué leer».

Nadie rebaje a lágrima o reproche 
esta declaración de la maestría 
de Dios, que con magnífica ironía 
me dio a la vez los libros y la noche. 

De esta ciudad de libros hizo dueños 
a unos ojos sin luz, que sólo pueden 
leer en las bibliotecas de los sueños 
los insensatos párrafos que ceden 

las albas a su afán. En vano el día 
les prodiga sus libros infinitos, 
arduos como los arduos manuscritos 
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega) 
muere un rey entre fuentes y jardines; 
yo fatigo sin rumbo los confines 
de esta alta y honda biblioteca ciega. 

Enciclopedias, atlas, el Oriente 
y el Occidente, siglos, dinastías, 
símbolos, cosmos y cosmogonías 
brindan los muros, pero inútilmente. 

Lento en mi sombra, la penumbra hueca 
exploro con el báculo indeciso, 
yo, que me figuraba el Paraíso 
bajo la especie de una biblioteca. 

Algo, que ciertamente no se nombra 
con la palabra azar, rige estas cosas; 
otro ya recibió en otras borrosas 
tardes los muchos libros y la sombra. 

Al errar por las lentas galerías 
suelo sentir con vago horror sagrado 
que soy el otro, el muerto, que habrá dado 
los mismos pasos en los mismos días. 

¿Cuál de los dos escribe este poema 
de un yo plural y de una sola sombra? 
¿Qué importa la palabra que me nombra 
si es indiviso y uno el anatema? 

Groussac o Borges, miro este querido 
mundo que se deforma y que se apaga 
en una pálida ceniza vaga 
que se parece al sueño y al olvido.

Poema de los dones / Jorge Luis Borges

SINOPSIS

   Vidas, lecturas y anécdotas sin fin. No faltan el bibliotecario loco, el bibliotecario mendigo y el bibliotecario más raro del mundo.

    Un recorrido fascinante de Lewis Carroll a Borges, de Casanova a Reinaldo Arenas, de Goethe a Gloria Fuertes, de Marcel Proust a Stephen King…

   La seducción es un arte, qué duda cabe. Lo sabemos los que acostumbramos a tener siempre un libro entre las manos, los que amamos las bibliotecas y nos dejamos llevar hasta los universos que otros nos descubren. La seducción no se limita al entorno de las artes amatorias: una obra literaria puede seducir con la misma intensidad. En el caso de Casanova, uno de los protagonistas de este apasionante libro de Ángel Esteban, el hombre-conquistador y el escritor-conquistador son la misma persona: más de cien mujeres seducidas, más de cuarenta obras literarias escritas… y un empleo como bibliotecario en Bohemia.

    En un pasaje de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust relata la visita del protagonista a una velada musical. Como llega tarde, la sirvienta lo hace pasar a la biblioteca. Proust no se define a través de su álter ego en la novela como un bibliófilo, sino como alguien que experimenta una emoción interior al recordar la primera vez que cayeron en sus manos las obras maestras de la literatura universal. Las bibliotecas fueron para él un refugio donde dar rienda suelta a su imaginación. Y en el caso es que, por azares del destino, su única ocupación laboral fue la de bibliotecario.

Stephen King, con gran humor, recuerda que lo mejor de su trabajo como bibliotecario fue que allí conoció a su futura mujer: una chica que trabajaba también como bibliotecaria en la misma sala. Una chica delgada y de risa escandalosa.

ÁNGEL ESTEBAN

    Ángel Esteban16525020140529121205angel%20esteban nació en Zaragoza en 1963. Es doctor en Filología Hispánica y catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Granada. Desde hace unos años, imparte también clases de literatura en las universidades norteamericanas de Delaware y Montclair State.
Profesor invitado en más de treinta universidades de todo el mundo, ha escrito varios ensayos de divulgación, traducidos a otros idiomas, sobre algunos escritores, sus vidas y sus obras. En 2002 publicó Cómo trabajan los grandes maestros de la literatura, escrito en colaboración con Raúl Cremades (Espasa Calpe). En 2004 firmó, con Stéphanie Panichelli, Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad (Espasa Calpe), y en 2008, con Ana Gallego, De Gabo a Mario. La estirpe del boom, sobre las relaciones entre García Márquez y Vargas Llosa (Espasa Calpe).

FRAGMENTO DEL LIBRO

  «La seducción es un arte, qué duda cabe. Lo sabemos los que acostumbramos a tener siempre un libro entre las manos, los que amamos las bibliotecas y nos dejamos llevar hasta los universos que otros nos descubren. La seducción no se limita al entorno de las artes amatorias, aunque el término se utilice casi siempre para apellidar donjuanes, casanovas y celestinas. Una obra literaria puede seducir y, de hecho, es el fin más inmediato de cualquier manifestación artística. Lo que resulta menos corriente es la circunstancia de que en la misma persona convivan, con una pericia similar, la habilidad para la seducción amatoria y literaria. Muchas veces los poetas son capaces de escribir los mejores versos de amor pero, en la vida real, su magia para enamorar a una mujer es prácticamente nula, como ocurría a Borges en su juventud.

  Por eso, historias como la de Giacomo Casanova son más que sorprendentes […] Muy pocas personas saben que el italiano escribió cuarenta y tres obras entre novelas, poesía, memorias, cartas y libelos. Y, por si fuera poco, también fue bibliotecario…»