“La venganza de las ratas”, de Víctor Chamorro, el caciquismo y el politiqueo disfrazados de honorabilidad en un pueblo perdido, pequeño e ignorante

La venganza de las ratas es una novela del escritor extremeño Víctor Chamorro, publicada en 1967. Fue la primera novela del franquismo que trataba de un caso de torturas por parte de la Guardia Civil en un pueblo usurpado, en el tiempo en el que ETA comenzaba sus actividades terroristas.

La novela, además de obtener el prestigioso Premio Urriza de Novela, se convirtió en un éxito de ventas, pero también, como reconoció su autor en más de una ocasión, le ocasionó graves problemas con la censura. «Una vez publicada, la novela le cuesta a mi editor que al año siguiente desaparezca el premio literario que patrocina, el Urriza. Y a mí me cuesta que la siguiente obra que tengo contratada con él, Las Hurdes, tierra sin tierra, tenga que pasar la censura previa, donde le pegan cuarenta estocadas. Entonces mi padre me dice que deje de escribir así y que no intente ganarme la vida con la literatura, porque estoy casado y voy a tener un hijo; que escriba como todo el mundo porque ya van detrás de mí. Y es cuando me meto a docente, para asegurarme unos ingresos más estables».

Todo el relato es un largo monólogo que nos expone la visión del mundo, de un mundo simple y patético, desde la mirada del protagonista que busca una explicación a lo que no la tiene: a la presencia del dolor sobre el mundo.

El protagonista, Jacobo, es el hombre con más fuerza y arrojo del pueblo, experto cazador, amante de la naturaleza, de la libertad y de la justicia, que acabará enfrentándose a las fuerzas vivas del pueblo.

  «Cuando volvió de la guerra, con diecinueve años, cinco heridas y seis medallas, despreció trabajar en Vallehermoso. Le tomaron por loco. El prefirió seguir siendo libre aunque no contase con un jornal fijo. Y a la sierra subió a ganarse la vida con la caza. El abuelo le había regalado una escopeta pesada como un trabuco, negra como el tizón, el caño atado con alambre y los gatillos por fuera. En la sierra era feliz sin darse cuenta; cada día más feliz. La naturaleza no sólo no le cansaba sino que, por el contrario, le maravillaba un poco más cada día. Era sabia. Si llovía era porque debía llover, si el sol caía sobre los campos, como plomo derretido, era porque así estaba escrito.»

Como expresa Pecellín Lancharro, en su conocida obra Literatura en Extremadura, «La venganza de las ratas es una novela de tipo objetivista, en la que el autor constata el estado de cosas existente en un pueblecito: Rincón (Hervás, muy probablemente). El aspecto documental se refuerza por la estructura de la obra compuesta en forma de crónica detallada casi minuto a minuto. No obstante, la consecución lineal se rompe frecuentemente con imágenes repescadas por la memoria y cuya aparición más o menos espontánea aporta cierta complejidad al discurso.

Casi puede decirse que la obra tiene un personaje colectivo: la gente de Rincón, dividida en pobres (que habitan en el miserable barrio judío) y “ricos”. El enfrentamiento entre ambas clases se polariza en torno a la figura de Jacobo, al que los primeros admiran y los segundos odian. Como en otras novelas de Chamorro, aquí no hay ni un maniqueísmo absoluto, ni un mínimo planteamiento ideológico. Por una parte, encontramos de un lado pobres obedientes a la voz de los señores y una gran masa irresoluta a causa del miedo o la costumbre. Por otro lado, hay entre los fuertes algunos personajes que defiende a Jacobo (el médico, el juez y hasta el cura: parte fundamental del grupo conservador). Jacobo mismo no tiene conciencia de clase, ni ninguna idea política. Se mueve tan sólo por un instinto de justicia. Muy joven, hizo la guerra en el bando nacional, volviendo del frente cargado de medallas. Cazador experto, conoce la sierra al dedillo y viviría muy bien de su escopeta si los ricos no destruyeran la caza.

Los avezados caciques del pueblo mueven los hilos hasta conseguir que Jacobo, intemperante y ya dado a la bebida, arruine su vida. Con el apoyo de los municipales y la Guardia Civil, le pegan una tunda que lo pone al borde de la muerte y la exasperación, todo porque puede que fuera a robar un simple paquete de tabaco. La figura desgarrada de la antigua bailarina nómada y hoy compañera siempre beoda de Jacobo, Casta, es el contrapunto de la rica, devota y repelente doña Inmaculada.

Un lenguaje poco cuidado, con abundancia de expresiones dialectales y una ortografía dudosa, restan méritos a la novela de casi trescientas cincuenta páginas».

La venganza de las ratas es una novela dura, de corte realista y éticamente comprometida, que supone una denuncia contra el caciquismo, la injustica, el abuso de poder y el politiqueo disfrazado de honorabilidad.

Verso

   «Ahora el recuerdo de su madre borró otros recuerdos. Sintió un estremecimiento y se echó a llorar. Al darse cuenta que estaba llorando se enfureció consigo mismo. Pensó en las palabras de su madre. Decía ella que había un cielo, un infierno y un purgatorio. Se avergonzó de pensar en esas cosas y escupió. Él no era hombre religioso. Después de la guerra pensó que lo único cierto era la realidad de cada uno. Y la realidad era un mundo de fieras que sin saber el por qué se destrozaban entre sí, como hormigas de distinto hormiguero, convirtiendo la tierra en un pozo de sangre. La realidad era que unos tenían pan y otros no. Que el que tenía incluso para hartarse no se preocupaba de el que no tenía ni para probar un bocado. Y después de todo esto venían los curas diciendo que había un Dios.» 

SINOPSIS

La venganza de las ratas es una novela dura, sombría, al tiempo que amable. No es una novela de tesis, ni costumbrista, ni de mensaje, ni es un drama rural. Es una simple novela. Chamorro, en el reducido territorio de un pueblecito, crea un mundo que vive y que se agita. Lo que ocurre en Rincón puede ocurrir, salvando diferencias de matices, donde se quiera, pues, en definitiva, el hombre será siempre hombre esté donde esté.

Jacobo, el personaje principal del relato, es un inadaptado. Un salvaje lleno de nobleza. Los honorables, desde el pódium de su intachable prestigio, aplastan a Jacobo. ¿No está ocurriendo esto a diario?

    «Es fácil la explicación. La gente se calla para evitarse líos pues en cuanto sale un valiente pues se destaca y los palos van a sus lomos. La culpa de lo que ha pasado esta mañana a Jacobo la tenemos todos que nos callamos por miedo siempre. Yo bien me sé lo que debimos de haber hecho esta mañana.

    Debimos de habernos metido todos en la taberna y habernos tirado a ellos. Y habernos quedado sin autoridades, pero somos más cobardes que la madre que nos parió.»

Portada

La venganza de las ratas es una novela realista, pero también nos atreveríamos a decir que tiene mucho de simbólica. El caciquismo, el politiqueo rastrero, la calumnia, el odio y el miedo, disfrazados de honorabilidad se enfrentan al hombre elemental que no es capaz de comprender el mundo que le rodea, que no conoce los resortes que gobiernan a ese mundillo.

El drama de La venganza de las ratas es el drama de nuestro tiempo (téngase en cuenta que la novela fue escrita entre agosto de 1966 y enero de 1967). La vanidad, el orgullo, la discriminación, la inmoral sumisión por el que manda, la envidia mezquina y el miedo son personajes con papeles principales en la eterna comedia de cada día.

Porque la acción de La venganza de las ratas transcurre en las 24 horas de un solo día. Y es tiempo suficiente para que se descorra el telón y salga a la luz toda la podredumbre contenida y oculta bajo una maravillosa túnica de oro.

VÍCTOR CHAMORRO

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Fuentes: Rebelión

Víctor Chamorro Calzón (Monroy, 1939; Plasencia, 2022). Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, se dedicó a la docencia en el Colegio Libre Adoptado de Hervás (Cáceres) y el Colegio Destino de Madrid.

Fue finalista del Premio Planeta en dos ocasiones: con El santo y el demonio (1963) y El adúltero y Dios (1964). Es autor de una monumental historia de Extremadura en ocho volúmenes y de libros considerados revolucionarios y transgresores: Las Hurdes, tierra sin tierra (1969), Guía secreta de Extremadura (1976) o Por Cáceres, de trecho en trecho.

Otras obras con las que ha obtenido galardones de ámbito nacional han sido: Amores de invierno, Premio Blasco Ibáñez 1966; El seguro, Premio Ateneo Jovellanos 1968, La venganza de las ratas, Premio Urriza 1967 o La hora del barquero, Premio Café Gijón 2002.

También destacó en su faceta como periodista, con colaboraciones en Diario 16El IndependienteABC El País, y fue ganador del Premio Dionisio Acedo 1988 de periodismo por su artículo Cráteres en la memoria. A su vez, ha redactado guiones para televisión y algunos libros de texto para docencia.

En los últimos años ha publicado Guía de bastardos (2007), Los alumbrados (2008), Pasión extremeña de 13 actos (2009) y Calostros (2010).

    «Entendemos que escribir presupone también –se quiera o no— una actividad política, aunque el propio escritor no lo pretendiese.» Víctor Chamorro

   

Esta es mi tierra – Extremadura por Víctor Chamorro, 1982

FUENTES

  • Chamorro, V. La venganza de las ratas. Barcelona, Terra, 1967
  • Pecellín Lancharro, M. Literatura en Extremadura, III. Badajoz, Universitas, 1983

“Los santos inocentes”, retrato de las precarias condiciones de vida de una familia de campesinos extremeños

  Los santos inocentes.inddLos santos inocentes está considerada como una de las mejores novelas de Miguel Delibes. En ella, el escritor vallisoletano, cambia los habituales paisajes castellanos por los de Extremadura y nos ofrece un estremecedor retrato de las precarias condiciones de vida de una familia de campesinos extremeños, aplastada por la miseria y el yugo que le imponen sus señoritos. Los inocentes a los que Delibes alude en el título de la novela son Azarías, que es lo que en estos parajes extremeños se conoce como un inocente, con pocas luces pero siempre dispuesto a servir; y su sobrina, la Niña Chica, una criatura con retraso mental que se comunica mediante gritos sobrecogedores.

  Los santos inocentes se publicó en 1981 como una alegoría de la España de poseedores y desposeídos, pero más vastamente como una obra sobre la violación de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. El éxito de la novela fue extraordinario: además de las reediciones que se sucedieron en pocos meses, en 1983 Mario Camus llevó a cabo una adaptación cinematográfica que conserva todo el aire poético y el intenso humanismo del relato.

Tráiler de la película Los santos inocentes (1984)

Y no deja de ser curioso que Camus, en Extremadura, esté haciendo algo parecido, pero con adultos. También Camus trata de hacerlos jugar, aunque el juego, esta clase de juegos, no forme parte de las actividades normales del hombre. De ahí su dificultad. Porque si difícil es hacer que juegue un niño pareciendo que trabaja, no lo es menos que un adulto trabaje dando la impresión de que juega. Pero Camus lo consigue y Paco Rabal –Azarías– y Alfredo Landa –Paco, el Bajo– se comportan en la película como niños, como «santos inocentes», única manera de crear la atmósfera adecuada para que el tema propuesto funcione, es decir, convenza y conmueva al espectador.

Miguel Delibes: «Experiencias cinematográficas», artículo aparecido en La Vanguardia

Los santos inocentes, de la que se ha realizado una versión cinematográfica, consigue una de las mejores y más intensas novelas ruralistas, sobre la vida cotidiana de un cortijo y el evidente contraste entre los dueños de la «casa grande» y el desarraigo y la sórdida existencia de los campesinos.

Diccionario Bompiani de Autores

Es Los santos inocentes en realidad un relato largo, montado sobre una mínima historia, lo que la acerca tanto a un poema. Es, en su brutalidad (que la emparenta con el Felipe Trigo de Jarrapellejos, el Parmeno de Cintas rojas o el Cela de Pascual Duarte), casi un poema, por concisión e intensidad. La peculiar forma en que está escrito, como una larga e ininterrumpida salmodia en la que se han suprimidos los puntos y aparte y los recurrentes guiones que abren los diálogos, los «le dijo» y «le respondió», le acercan mucho a ese poema del agro castellano (aunque esté ambientado en Extremadura).

Andrés Trapiello. Prólogo de Obras completas, IV de Miguel Delibes

                Azarías

       Azarías  (Francisco Rabal)

SINOPSIS

  En la Extremadura profunda de los años sesenta, la humilde familia de Paco, “el Bajo”, sirve en un cortijo sometida a un régimen de explotación casi feudal que parece haberse detenido en el tiempo pero sobre el que soplan ya, tímidamente, algunos aires nuevos. Es época de caza y Paco se ha tronzado el peroné. Las presiones del señorito Iván para que lo acompañe en las batidas a pesar de su estado sirven para retratar la crueldad, los abusos y la ceguera moral de una clase instalada en unos privilegios ancestrales que considera inalienables y que los protagonistas soportan con una dignidad ejemplar.

MIGUEL DELIBES

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  Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

FRAGMENTO DE LA NOVELA

   “… La Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a todos en el porche de la corralada, a los pastores, a los porqueros, a los apaleadores, a los muleros, a los gañanes y a los guardas, y allí, a la cruda luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando alrededor, les enseñasen las letras y sus mil misteriosas combinaciones, y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores, y los gañanes, y los muleros, cuando les preguntaban, decían,   la B con la A hace BA, y la C con la A hace Za, y, entonces, los señoritos de la ciudad, el señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les decían,  pues no, la C con la A, hace KA, y con la I hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O hace KO, y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían entre sí desconcertados, también te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromarnos, pero no osaban levantar las voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificios de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los días que estaba de buen talante, se le veían los sesos) preguntó, señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos? Y el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no aclaró más,…»

“Jarrapellejos”, retrato del caciquismo rural

Jarrapelrjod  Jarrapellejos es  posiblemente una de las mejores novelas que se han escrito en España en torno al tema del caciquismo rural. Su autor la subtituló con terrible mordacidad Vida arcaica, feliz e independiente de un español representativo, y ha pasado a la historia de nuestras letras como el más consagrado retrato del caciquismo rampante en España en la primera mitad del siglo XX, persistente en la segunda y quién sabe si aún existente bajo renovadas formas y modos. Desgarrada, brutal, impresionante en su veracidad, la obra del autor atormentado y contradictorio que fue Felipe Trigo ha sido objeto de tantos desdenes como aprecios, pero sigue perviviendo como producto singular de una época aún desconocida, raras veces objeto de atención, en la que sin embargo se encuentran las raíces del presente.

  Jarrapellejos ha sido reeditada varias veces y llevada al cine por Antonio Giménez-Rico

Imagen de la película Jarrapellejos (1987), con la villa de Feria al fondo

SINOPSIS

 Jarrapellejos (1914) está considerada casi unánimemente por la crítica como su mejor novela. Trigo traza en ella un retrato terrible de la España rural, de la vida de las provincias españolas una sociedad casi estamental de grandes propietarios, políticos corruptos y gentes humildes embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Sobre este entorno envilecido sobrevolará la figura del cacique, “con la siniestra sombra de un murciélago brutal, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero”. 

  En su novela, Felipe Trigo nos ofrece una visión panorámica de la burguesía de principios del Siglo XX. Su atención recayó de manera especial en el tratamiento que se daba a la mujer en una sociedad marcada por el caciquismo, los abusos y la inmoralidad de los poderosos. Trigo nos muestra la vida de una colectividad rural, presentando varias historias entretejidas y enlazadas todas ellas por la omnipotencia de Luis Jarrapellejos, dueño y señor de La Joya, localidad extremeña próxima al Guadiana. El cacique maneja todos los hilos de la política local, amaña elecciones, nombra alcaldes y gobernadores y compra, por las buenas o por las malas, a las mujeres que desea. La novela refleja la vida vana y superficial del pueblo, con una juventud carente de ideales, que se aburre, donde reinan los prejuicios más ancestrales.

FELIPE TRIGO 

Felipe Trigo pintado por Rafael de Penagos

Felipe Trigo pintado por Rafael de Penagos

  Felipe Trigo nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1864. Estudió Medicina en el Hospital San Carlos de Madrid, dedicándose a ejercer como médico rural. Más tarde, ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar, siendo destinado a Sevilla y Trubia, y marchando posteriormente como voluntario a Filipinas. Herido gravemente, regresó a España con el grado de Coronel, retirándose en el año 1900 y asentándose en Mérida, residencia que compartió con Madrid, dedicándose de lleno al periodismo y la escritura, y obteniendo gran popularidad y éxito.

  Emparentado con los narradores regeneracionistas y noventayochistas. Felipe Trigo (1864) es autor de una notable obra literaria, tan intensa como corta en el tiempo, que alcanza sus mejores logros en las novelas de ambiente regional: En la carrera (1909). El médico rural (1912) y, especialmente, Jarrapellejos (1914).

  Trigo fue, en definitiva, un extremeño inquieto y de gran talento, que murió trágicamente en 1916, cuando se suicidó en pleno éxito literario

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «En todas las casas decentes del pueblo, gracias a la propaganda de los vates, y de Orencia (que odiaba las novelas), había tomos de Gabriel y Galán para leerlos en familia durante las veladas invernales. Códigos de moral sencilla expresados con belleza soberana, y cuya difusión gratuita entre los pobres habríase llevado a efecto, a propuestas del ingenuo señor don Atiliano de la Maza, de no haber sido porque el sagaz Jarrapellejos opuso una objeción: los braceros no sabían leer, casi ninguno…, y los que sabían, era mejor que no leyesen, ante el temor de aficionarlos y que pasasen luego a lecturas peligrosas.

  -¡Oooh! -admiraron los demás, cayendo en el porqué no se les concedía atención a las escuelas ni a los decretos del Gobierno sobre enseñanza obligatoria-. Ya, verdaderamente, la cierta labor instructiva en que aquel trasto forastero de Cidoncha (¡cómo tendrían que llamarle al orden, a seguir!) se obstinaba con su gente del Liceo, estaba dándole a don Pedro la razón: a La Joya iban llegando suscripciones de El Socialista, y la Conquista del Pan y otros folletos subversivos…”

 

   «Llegó al puente y se sentó. La Joya recortaba su sombría silueta a la luz de las estrellas. No podía quitar del pueblo el espasmo de los ojos. Con su abundancia de torres, cúpulas y cimborios de tanta iglesia, parecíale una monstruosa vegetación de hongos sobre un enorme estercolero. Sí, sí; pueblo monstruoso, de monstruosa humanidad en putrefacción, en fermentación de todos los instintos naturales con todas las degradaciones de una decrépita sociedad en la agonía. Allí, para llegar a la posesión del pan y de la hembra -esto que consiguen los pájaros con su bella y sencilla libertad- se pasaba a través de la mentira, de los hipócritas engaños, del robo, hasta del crimen. Damas que lograban los más altos prestigios por la prostitución y el adulterio, como Orencia y la condesa; cándidas muchachas rendidas al dinero o al despotismo de hombres como don Pedro Luis y el Garañón; curas con hijos y públicas queridas y curas alcahuetes, como don Roque y el tuerto don Calixto; novias atropelladas por la autoridad, como aquella del barbero; cristianos condes vendedores de reses muertas de carbunco…; alcaldes ladrones de los Pósitos; estafadores a lo Zig-Zag; bandidos en toda la extensa gama que iba desde el Gato a Marzo y Saturnino; jueces libertadores de asesinos y encausadores a sabiendas de inocentes…; y encima, flotando con la siniestra sombra de un murciélago brutal, Jarrapellejos, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero…”