“A sangre y fuego”, de Chaves Nogales

El libro A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, de Chaves Nogales está compuesto por una serie de relatos, redactados entre 1936 y 1937, que están considerados de lo mejor que se ha escrito sobre la contienda civil española. Estos relatos fueron rápidamente publicados tanto en prensa como en formato libro, gozando de una gran difusión. Sin embargo, posteriormente vendría un largo periodo de olvido, hasta que en 1993 la Diputación de Sevilla publicó la Obra narrativa completa del escritor sevillano.

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Estas narraciones, como se dice en la nota de la edición del libro, «a pesar de lo inverosímil de sus aventuras y de sus inconcebibles personajes, no son obra de imaginación y pura fantasía. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho rigurosamente verídico; cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica, que sólo en razón de la proximidad de los acontecimientos se mantiene discretamente velada». Lo que se cuenta en el libro está sacado de la propia experiencia personal del autor, de lo que había visto y oído en España, y de las noticias que le llegaban hasta su exilio en París.

Chaves Nogales permaneció en España hasta que tomó conciencia de que todo estaba perdido y decidió exiliarse cuando el gobierno de la República se trasladó a Valencia.

«Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.»

Prólogo de A sangre y fuego

Como expresa María Isabel Cintas en la introducción del libro, los nueve relatos que componen A sangre y fuego están dotados de una intensidad vital y un dramatismo que presenta grandes dotes de contención. Con un lenguaje exaltado sólo en el título pero sobrio y directo en los relatos, está desprovisto de adornos innecesarios, es a veces esperpéntico, a veces barojiano, pero siempre preciso y directo.

Su visión, clara, contundente y analítica en el centro mismo de los acontecimientos es algo inusual en el panorama de nuestra historia más reciente. Por si había que clarificar más, el prólogo que acompaña al libro es un auténtico manifiesto de equilibrio y una lección de cordura.

En fin, un libro magnífico, de lo mejor que se ha escrito sobre la guerra civil española. Y con un prólogo que, como ha escrito recientemente Arturo Pérez-Reverte, debería ser hoy de estudio obligatorio en todos los centros docentes españoles. Absolutamente recomendable.

Lea aquí el Prólogo del libro, escrito por Chaves Nogales

SINOPSIS

Los relatos que componen este libro están considerados por muchos como lo mejor que se ha escrito en España sobre nuestra guerra civil. Redactados entre 1936 y 1937 y publicados inicialmente en varias revistas internacionales, retratan distintos sucesos de la guerra que Chaves Nogales conoció directamente: «Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de sus héroes tiene una existencia real y una personalidad auténtica», dirá en el prólogo.

«Pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria», Chaves fue uno de los más importantes escritores y periodistas españoles de la primera mitad del siglo XX. Como director del periódico Ahora permaneció en Madrid desde el inicio de la guerra hasta finales de 1936, cuando el gobierno de la República se traslada a Valencia y él decide exilarse.

La solidaridad y compasión por quienes sufren en carne propia los horrores de la guerra permiten a Chaves observar los acontecimientos de la contienda con una equidistancia y una lucidez asombrosas. A sangre y fuego es sin duda una de las narraciones más inteligentes y llenas de vida de cuantas se han escrito sobre el tema; un verdadero clásico de la literatura española.

«Chaves Nogales es el hombre justo que no se casa con nadie porque su compasión y su solidaridad están del lado de las personas concretas que sufren; es el que ve las cosas con una claridad que lo vuelve extranjero.»

Antonio Muñoz Molina

«El mejor libro español sobre nuestra guerra civil.»

Eduardo Jordá (Diario de Mallorca)

«De todos los cientos de relatos o novelas que se han escrito de la guerra civil acaso ninguno puede compararse a A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales. A su lado muchas de las páginas de tantos otros parecen oscurecerse faltas de nervio o sobradas de retórica guerrera. Ni han contado lo que él contó ni lo contaron de la misma manera.»

Andrés Trapiello

MANUEL CHAVES NOGALES

chaves-nogales-manuel(1897-1944) nació en Sevilla. Se inició muy joven en el oficio de periodista, primero en su ciudad natal y más tarde en Madrid. Entre 1927 y 1937, Chaves Nogales alcanzó su cénit profesional escribiendo reportajes para los principales periódicos de la época, y ejerciendo, desde 1931, como director de Ahora, diario afín a Manuel Azaña de quien Chaves era reconocido partidario.

Al estallar la guerra civil se pone al servicio de la República y sigue trabajando como periodista hasta que el gobierno abandona definitivamente Madrid, momento en el que decide exilarse en Francia. La llegada de los nazis, que describiría magistralmente en el ensayo La agonía de Francia, le obligó a huir a Londres, donde falleció a los 47 años.

Además de brillante periodista es autor de una espléndida obra literaria entre la que destacan sus libros sobre Rusia: los reportajes La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja (1929), Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934); la biografía Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas, su obra más famosa, considerada una de las mejores biografías jamás escritas en castellano; y A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (1937), impresionante testimonio de la guerra civil donde denuncia las atrocidades cometidas por ambos bandos con una lucidez sorprendentemente adelantada a su tiempo.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

   «La mayor parte de los componentes de aquella columna eran ex presidiarios acogidos al hospitalario pabellón rojinegro de los anarquistas. Gente toda salida de las cárceles o de los tugurios del Barrio Chino de Barcelona, que en los primeros momentos de la revolución se unieron a los honrados luchadores del pueblo y, mezclados con ellos, tomaron parte en aquellas insensatas expediciones que desde Barcelona y Valencia salían para librar del yugo fascista a las provincias que no habían tenido bastante coraje para sacudírselo por sí mismas. Mientras la guerra se redujo al asalto y saqueo de villas indefensas, aquellas bandas prestaron su apoyo a los defensores de la República, pero cuando se estabilizaron los frentes y la lucha tuvo ya los caracteres de una verdadera guerra, empezaron a flaquear y a traicionarse. Los líderes anarquistas de buena fe, que también los había, cuando tropezaron con la resistencia organizada del ejército sublevado no tuvieron más remedio que sacrificar sus utopías libertarias a la necesidad imperiosa de una disciplina y una jerarquía. Buenaventura Durruti, el cabecilla anarquista que había salido de Barcelona llevando tras sí a toda la canalla de los bajos fondos, se trocó rápidamente en el caudillo más inflexible y autoritario. En pocas semanas sometió a su gente a una disciplina de hierro verdaderamente inhumana. Pocas veces un jefe ha ejercido un poder personal tan absoluto. El que flaqueaba, el que desobedecía, el que intentaba huir, pagaba con la vida. Su pistola amenazaba constantemente el pecho de los camaradas que intentaban rebelarse. Cuando alguno, invocando los sagrados derechos de la mutua convicción anárquica, le exponía su deseo de abandonar el frente, Durruti, que no podía renegar de sus doctrinas, le arrancaba de las manos el fusil, le desposeía de cuanto llevaba encima y dejándole casi desnudo le ponía al borde de la carretera diciéndole:
    —Eres libre y puedes irte si quieres. Te quito todo lo que el pueblo te había dado para que lo defendieses. Ahí tienes el camino. Pero ten cuidado; para el traidor a la causa siempre hay una bala perdida.
     Casi ninguno de aquellos desertores llegaba a su destino.
     Un día el terrible caudillo advirtió el estrago que en sus filas ocasionaba la tropilla de mujeres de vida airada que iban detrás de los milicianos. Como lo pensó lo hizo. En la madrugada fusiló a media docena de aquellas desgraciadas. Toda la canalla del Barrio Chino de Barcelona, prostitutas, invertidos, rateros y espías, desapareció como por ensalmo.
     Este bárbaro caudillaje fue eliminando del frente a los criminales y a los cobardes que habían acudido sólo al olor del botín. Destacamentos enteros se desgajaron en franca rebeldía del núcleo de las fuerzas gubernamentales, y una de estas fracciones indisciplinadas de la Columna de Hierro era la que recorría la comarca sembrando el terror por dondequiera que pasaba. Al principio eran sólo unas docenas de hombres sin más armamento que sus fusiles, pero luego creció la hueste con la incorporación de otros muchos desertores y criminales que merodeaban por el país. Cuando se consideraron fuertes entraron a viva fuerza en Castellón arrollando a los gubernamentales y apoderándose de sus armas. Luego, cuando constituían ya una verdadera columna con camiones, ametralladoras e incluso algún carro blindado, se lanzaron sobre Valencia. Su entrada por sorpresa en la capital de Levante sembró la confusión y el pánico entre las fuerzas leales de la República. » 
[…]

 

    «Se metió en su casucha del arrabal y no quiso saber más de la guerra ni de la revolución. Rodeado de su mujer y de sus doce o catorce hijos, rumiaba entristecido la derrota encerrándose en un desesperado mutismo. Se había llevado consigo a Isabel, la mujer aquella que se encontró en la retirada, y a los dos pequeñuelos que tenía. Antonia, la mujer de Bigornia, recibió bien a los niños y mal a la madre. Su instinto le hacía adivinar que aquella intrusa era peligrosa a pesar de su aire compungido y de su ánimo angustiado.
     Isabel, cuando estalló la rebelión militar, vivía en un pueblecito de Extremadura con su marido, joven artesano que en los primeros días de la guerra dejó a su mujer y a sus hijos y salió alegremente con una tropilla de milicianos mal armados a cortar el paso de los rebeldes. No volvió a saber de él. Algunos paisanos suyos sabían que había estado en Badajoz, y a espaldas de ella hasta aseguraban que fue uno de los que cayeron en la horrenda matanza que hicieron los fascistas en la plaza de toros de aquella ciudad. Pero a ella nunca hubo quien le dijese nada, y así vivía desde hacía ya cuatro meses con la angustia y la ilusión de saber algo de aquel hombre querido que el primer viento de la guerra le había arrebatado. Tuvo que abandonar su casa cuando avanzaron los fascistas, y así, de pueblo en pueblo, aspada, perseguida siempre por el horror de la guerra, había llegado huyendo hasta aquella hondonada al borde del camino de donde la recogió Bigornia.»