“Salvatierra”, de Pedro Mairal

«La tela era una larga intemperie donde los seres podían irse y reaparecer tiempo después».

Salvatierra es una novela del escritor argentino, nacido en Buenos Aires, Pedro Mairal publicada por primera vez en Argentina en 2016. La editorial Libros del Asteroides la ha recuperado para España en una cuidada edición en 2021.

Se trata de una novela corta sobre la relación de dos hijos con la figura de su padre (que da nombre a la novela) recientemente fallecido. Juan Salvatierra, pintor mudo, humilde y autodidacta, deja a sus hijos un misterioso cuadro en herencia: un inmenso mural que ocupa casi cuatro kilómetros de rollos de tela y que pintó en secreto hasta el día de su muerte. Al descubrir que falta una parte de la obra, su hijo Miguel se irá adentrando en los enigmas del pasado del artista en una peripecia que, de Argentina a Uruguay, lo llevará a reconstruir la verdadera historia de su familia y a replantearse su propia vida.

    «Encontrar el tramo faltante era algo que necesitaba hacer para que el cuadro no fuera infinito. Si faltaba un rollo, no iba a poder mirarlo todo, conocerlo todo, y seguiría habiendo incógnitas, cosas que Salvatierra quizás había pintado, sin que yo lo supiera. Pero si lo encontraba, habría un límite para ese mundo de imágenes. El infinito tendría borde y yo podría encontrar algo que él no hubiera pintado. Algo mío. Pero son interpretaciones que hago ahora. Por esos días sólo estaba obsesionado con encontrar la tela; no pensaba en estas cosas». 

Salvatierra es una de las novelas más admiradas y traducidas de Mairal. Con precisión, sobriedad y lirismo, el autor de La uruguaya explora sutilmente los lazos entre el pasado y el presente, entre padres e hijos y entre la vida y el arte. Una narración evocadora, cargada de resonancias, sobre la aventura que supone acceder a lo más íntimo de aquellos a quienes mejor creemos conocer. 

Está narrada en primera persona por Miguel, el hijo menor de Salvatierra, y está dividida en capítulos muy breves, lo que confiere a la narración un ritmo ágil y rápido. Estamos ante una novela breve, pero intensa. Extraordinariamente bien escrita y que se lee con ganas.

SINOPSIS

A los nueve años, Juan Salvatierra quedó mudo después de un accidente de caballo. A los veinte, empezó a pintar en secreto una serie de larguísimos rollos de tela que registraban minuciosamente la vida de un pueblo litoraleño. Tras la muerte de Salvatierra, sus hijos viajan desde Buenos Aires para hacerse cargo de la herencia: un galpón inmenso atestado de rollos pintados. Intrigado por la obra monumental creada por su padre, el hijo menor, Miguel, se dispone a ordenarla. Junto con las telas, desenrolla una intriga de secretos familiares que se hunde en el pasado y echa sus sombras sobre el presente. Salvatierra parece haberlo pintado todo. Profuso como la flora y la fauna que pueblan la ribera, el cuadro se impone sobre la realidad y la desborda. Solamente falta un rollo para completar el inmenso cuadro pintado por Salvatierra y Miguel siente la imperiosa necesidad de encontrarlo para que el cuadro no sea infinito, para que tenga un borde, un límite. Para tener una vida que no haya sido pintada ya por su padre. Miguel emprende una auténtica aventura que lo llevará a descubrir algo nuevo sobre su padre e impensable sobre sí mismo.

    «El cuadro (su reproducción) está en el Museo Röell, a lo largo de un gran pasillo curvo y subterráneo que comunica el viejo edificio con el nuevo pabellón. Al bajar las escaleras, uno cree haber llegado a un acuario. Por toda la pared interna de casi treinta metros, el cuadro va pasando como un río. Contra la pared opuesta hay un banco donde la gente se sienta a descansar y mira pasar el cuadro lentamente. Tarda un día en completar su ciclo. Son casi cuatro kilómetros de imágenes que se mueven despacio de derecha a izquierda. Si digo que mi padre tardó sesenta años en pintarlo, parece como si se hubiese impuesto la tarea de completar una obra gigante. Es más justo decir que lo pintó a lo largo de sesenta años.»

270

    «No necesitaba el reconocimiento, no sabía cómo lidiar con eso, le parecía algo ajeno a su tarea. Yo creo que él concebía su tela como algo demasiado personal, como un diario íntimo, como una autobiografía ilustrada. Quizá debido a su mudez, Salvatierra necesitaba narrarse a sí mismo. Contarse su propia experiencia en un mural continuo. Estaba contento con pintar su vida; no necesitaba mostrarla. Vivir su vida, para él, era pintarla.»

PEDRO MAIRAL

Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Su novela Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine. Ha publicado también las novelas El año del desierto (2005) y Salvatierra (2008), el volumen de cuentos Hoy temprano (2001), y los libros de poesía Tigre como los pájaros (1996), Consumidor final (2003) y la trilogía Pornosonetos (2003, 2005 y 2008). En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. Trabaja como guionista y escribe para distintos medios de comunicación. En 2013 publicó El gran surubí, una novela en sonetos, y El equilibrio, una recopilación de las columnas que escribió durante cinco años para el diario Perfil. En 2015 publicó en Chile Maniobras de evasión, un libro de crónicas. Su última novela, La uruguaya, ha recibido en España el Premio Tigre Juan 2017 y lo ha confirmado como uno de los más destacados autores argentinos de su generación. Desde 2019 canta y compone en el dúo Pensé que era viernes.

“La uruguaya”, de Pedro Mairal

    «Qué mujer más hermosa, qué demonio de fuego me brotó de adentro y se me trepó al instante en el árbol de la sangre. ¿Cómo te llamás? Magalí. Yo soy Lucas. Fuimos a buscar más cerveza.»

La uruguaya es una novela corta, del escritor argentino Pedro Mairal, publicada con gran éxito en Argentina en 2016. En 2017 se público en España, donde se ha alzado con el Premio Tigre Juan. La novela, que ha provocado el reconocimiento unánime de público y de crítica ha confirmado a su autor como uno de los más destacados narradores de la literatura argentina contemporánea.

El escritor argentino Lucas Pereyra, casado, padre de un hijo y en plena crisis existencial y matrimonial, viaja desde Buenos Aires hasta Montevideo para cobrar los anticipos de derechos de autor de dos contratos de libros que había firmado unos meses antes. Esto iba a permitirle saldar las deudas por los meses que había estado sin trabajar y dedicarse a escribir unos meses más, si controlaba los gastos. Allí también iba a reencontrarse con la joven Magalí Guerra, la uruguaya del título de la novela, que había conocido en un festival.

    «Nunca dejaba mi correo abierto. Jamás. Era muy muy cuidadoso con eso. Me tranquilizaba sentir que había una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio. Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo. Debe haber un resultado químico de nivelación después de años de mantener esa coreografía constante. Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos… ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea.»

Pero la historia, a pesar de ser atractiva, es lo que menos cuenta en esta novela, corta pero intensa. Lo que de verdad cuenta es lo extraordinariamente bien escrita que está, con un lenguaje directo y desenfadado que incluye términos y expresiones propias del país del autor. Una novela magnífica, entretenida y que se lee de un tirón. De lo mejor que he leído últimamente.

EMPIEZA A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Lucas Pereyra, un escritor recién entrado en la cuarentena, viaja de Buenos Aires a Montevideo para recoger un dinero que le han mandado desde el extranjero y que no puede recibir en su país debido a las restricciones cambiarias. Casado y con un hijo, no atraviesa su mejor momento, pero la perspectiva de pasar un día en otro país en compañía de una joven amiga es suficiente para animarle un poco. Una vez en Uruguay, las cosas no terminan de salir tal como las había planeado, así que a Lucas no le quedará más remedio que afrontar la realidad.

Narrada con una brillante voz en primera persona, La uruguaya es una divertida novela sobre una crisis conyugal que nos habla también de cómo, en algún punto de nuestras vidas, debemos enfrentarnos a las promesas que nos hacemos y que no cumplimos, a las diferencias entre aquello que somos y aquello que nos gustaría ser.

PEDRO MAIRAL

Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Su novela Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine. Ha publicado también las novelas El año del desierto (2005) y Salvatierra (2008), el volumen de cuentos Hoy temprano (2001), y los libros de poesía Tigre como los pájaros (1996), Consumidor final (2003) y la trilogía Pornosonetos (2003, 2005 y 2008). En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. Trabaja como guionista y escribe para distintos medios de comunicación. En 2013 publicó El gran surubí, una novela en sonetos, y El equilibrio, una recopilación de las columnas que escribió durante cinco años para el diario Perfil. En 2015 publicó en Chile Maniobras de evasión, un libro de crónicas. Su última novela, La uruguaya, ha recibido en España el Premio Tigre Juan 2017 y lo ha confirmado como uno de los más destacados autores argentinos de su generación.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    Nunca me cayeron bien los médicos hombres, con ese aire de grandullones con guardapolvo, escolares crónicos con gigantismo, los bravucones peludos de la clase, haciéndose los serios en la consulta , usando grandes palabras anatómicas, hipersexuados, libidinosos ni bien cierran la puerta del consultorio, cogiendo todos por ahí con enfermeras en ese doble fondo de las guardias, acceso restringido al personal, coitos de camilla, desenfrenos de rincón, entre tubos de oxígeno y carritos con material quirúrgico, guardapolvos disimulando erecciones, galenos con priapismo, grandes porongas doctas, reverenciadas, falos hipocráticos rodeados de conchitas dispuestas como mariposas rosadas en el aire, sátiros de blanco, con unas canas que hacen suspirar a la paciente y a ver si respirá profundo, otra vez, bien, levante un poco la blusa, respirá otra vez, muy bien… Hijos de puta, abusadores matacaballos, carniceros prepagos, sumando comisiones de cesáreas innecesarias, atrasando la operación para después de su semanita en Punta del Este, maltratadores seriales, ladrones del tiempo y la salud, ojalá les llegue un infierno eterno de sala de espera con revistas pegoteadas, aprovechadores parados en su columnata griega, te vas a aplicar la crema en el área pruriginosa, ¡hijo de un camión lleno de putas!, ¡el área pruriginosa!, por qué no decis «el lugar donde te pica», la concha de tu hermana, reverendo sorete grandilocuente.
      […]
     Nos faltaba el empujón. Los poquitos grados de fuerza para que se terminara de romper todo lo que estaba fisurado. ¿Se caía de maduro? No sé. Es cierto que teníamos que parar. Dejar de juntar bronca. Esas mañanas, por ejemplo, esos sábados o domingos cuando Maiko se despertaba a las siete y pedía su Nesquik y vos y yo empezábamos el concurso de ver quién se hacía más el dormido. Maiko insistía y alguno de los dos se levantaba con odio, le hacía el Nesquik, y también el café al otro, al remolón que se hacía el paralítico, el que no durmió lo suficiente, el que no puede, que necesita más horas de sueño, que sufre, pobrecito, la reputa que lo remil parió, y la reconcha de la lora. Maiko en la cocina ya en su reclamo gremial moviendo muebles, sillas, trepándose a la mesada, agarrando cuchillos, hay que estar, hay que mirarlo, hay que cuidar al enano borracho desde la madrugada, mientras el otro se envuelve entre las sábanas tibias, el otro se anula, se hace el que no existe, pero está ahí, haciéndose el desentendido en su gran traición. Entonces, vos o yo, el que se había levantado, lavaba los platos de la noche anterior haciendo la mayor cantidad de ruido posible para joder (te escuché hacerlo varias veces y yo también te lo hice) la sartén pegaba bandazos en la bacha, le hacíamos sonar como una campana de lata para despertar al horizontal, cucharas cayendo sobre el acero inoxidable que sonaba como un tambor, tintineo de vasos de vidrio a punto de partirse en mil astillas, castañeteo de platos de loza frágiles y blancos que daban ganas de estamparlos contra el piso como en un casamiento griego, hacer un smash karaoke como se hace en Japón, donde le ponen a la gente música fuerte en un cuarto con jarrones y televisores viejos y les dan un bate de béisbol para que rompan todo. Hacer mierda el juego de comedor, reventar los regalos de casamiento, el amor familiar, la lista, prender fuego Flox, dinamitar la casa y anticiparse ametrallando a los novios cuando saludan en el atrio como en una escena de El Padrino. Y el otro desde la cama: ¿Todo bien, amor? ¡Sí, todo bien! ¿Se rompió algo? No, no se rompió nada. ¿Qué querés? Decime qué querés. Quiero guerra, pensaba yo. Guerra contra vos. Pero no decía nada.