La vida del pastor, de James Rebanks

«La historia de un hombre, un rebaño y un oficio eterno.»

La vida del pastor: la historia de un hombre, un rebaño y un oficio eterno (The Shepherd’s Life: A Tale of the Lake District) es un libro escrito por el británico James Rebanks, que se convirtió en todo un fenómeno editorial en el Reino Unido.

James Rebanks es un pastor que vive y trabaja junto a su familia y su rebaño de ovejas, como hicieron sus antepasados, en una pequeña granja de las colinas del Distrito de los Lagos, un rincón montañoso de gran gran belleza en el noroeste de Inglaterra.

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Rebanks nos expresa, en el comienzo del libro, como desoyó los consejos de sus maestros y se empeñó en hacer lo que le gustaba y había visto a hacer desde pequeño a su padre y a su abuelo: criar ovejas en completa armonía con la naturaleza.

     «Comprendí que éramos distintos, muy distintos, una mañana lluviosa de 1987. Estaba en una asamblea en la escuela secundaria pública del pueblo, un precario edificio de cemento típico de la década de los sesenta. Yo tendría unos trece años y estaba allí, rodeado de un montón de otros malos estudiantes, escuchando a una vieja profesora derrotada darnos un sermón sobre el hecho de que debíamos aspirar a ser algo más que granjeros, carpinteros, albañiles, electricistas y peluqueros. Daba la impresión de haber soltado esa misma charla muchas otras veces ya. Era una pérdida de tiempo total y ella lo sabía. Todos aquellos chavales estábamos firmemente decididos, como nuestros padres y abuelos, madres y abuelas, a ser exactamente lo que éramos, lo que siempre habíamos sido. Muchos teníamos inteligencia de sobra, pero ni la más mínima intención de demostrarlo en la escuela. Eso hubiera sido peligroso.»

Y nos cuenta en su libro como es el día a día de su granja y sus recuerdos de niño junto a su abuelo, el héroe de su infancia y al que tomó como modelo para su trabajo. Su escritura refleja un profundo amor por la tierra y por su trabajo, un oficio milenario.

     «Lo que sigue es, en parte, una explicación del trabajo que realizamos en el trascurso del año: en parte, un libro de memorias que habla de lo que supuso crecer en las décadas de los setenta, ochenta y noventa y de las personas que tenía a mi alrededor entonces, como mi padre y abuelo; y en parte, un relato sobre la historia del Distrito de los Lagos desde el punto de vista de la gente que vive allí tal como se ha hecho durante cientos de años.

     Es la historia de una familia y de una granja, pero también narra un relato más extenso sobre los olvidados del mundo moderno. Nos invita a abrir los ojos para ver a los olvidados que habitan entre nosotros y cuyas vidas, a menudo, son profundamente tradicionales y están arraigadas en un pasado remoto.»

SINOPSIS

Hay personas cuyas vidas son sus propias creaciones. No es el caso de James Rebanks. Hijo mayor de un pastor que era a su vez el hijo mayor de otro pastor, su familia lleva generaciones viviendo y trabajando en el Lake District, una de las zonas más hermosas de Inglaterra. Su modo de vida se ajusta a las estaciones y a las labores que estas exigen, como ha ocurrido desde hace siglos. Solo un vikingo entendería un trabajo como el suyo: llevar las ovejas a los prados en verano y recoger el heno; acudir a las ferias de otoño donde se completan los rebaños; conseguir que la manada sobreviva durante el invierno; y ayudar en el nacimiento de los corderos en primavera, cuando las ovejas se preparan para volver a los prados.

La vida del pastor es un cautivante relato sobre el oficio de la familia Rebanks, pero sobre todo es un libro que nos habla de la tradición, las raíces y el sentimiento de pertenencia, tan denostado en esta era de innovación y movilidad constante, donde el cambio permanente parece imprescindible y siempre es bienvenido.

JAMES REBANKS

ES0000945713James Rebanks es un pastor de ovejas que trabaja en el Lake District, una zona del centro de Inglaterra. Su libro La vida del pastor obtuvo el premio The Lakeland al libro del año y fue un éxito arrollador en el Reino Unido. En twitter es conocido como Herdwick Shepherd, con miles de seguidores. Hace seiscientos años, sus antepasados ya eran pastores en la misma zona.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    Una de mis mejores ovejas está pariendo. Lleva pariendo cerca de dos horas y no he podido acercarme hasta ahora a ayudarla. Está en un buen sitio y la lluvia ha parado. No me atrevo a dejarla más tiempo, así que, a un gesto de mi mano, Floss va corriendo hacia ella y yo la agarro por el pescuezo con el cayado. Meto la mano por debajo y tiro de su pata para que se deje caer suavemente de costado. Tanteo por debajo de la cola lanuda buscando las piernas del cordero. Un momento después de agarrar al cordero, tengo un brazo sanguinolento metido profundamente dentro de ella. Nunca sabes lo que te vas a encontrar. A veces lo que hay dentro es una masa de miembros retorcidos y liados. Si solo hay una pata, significa que la otra se ha quedado atrás y que tendré que adentrarme, cogerla y colocarla hacia delante para que el parto salga bien. Si no hay patas sino una cabeza, el cordero puede quedar atascado y morirse al salir, por lo que hay que volver a empujarlo hacia dentro y colocarle las patas por delante de la cabeza, como deberían estar, como un clavadista. Tengo que adivinar qué extremidades son de quién simplemente al tacto, metiendo el brazo. La oveja se queda tumbada y levanta de vez en cuando la cabeza con las contracciones; la mano que me queda libre la sujeta con firmeza y le oprimo la pata contra el suelo con la pierna como un luchador. Cuando encuentro la combinación adecuada de patas, sujeto la primera juntura entre mis nudillos y empiezo a tirar. En el momento en que mi puño vuelve a asomar tengo dos patas de cordero entre mis dedos, seguidas, después de una presión constante, por la cabeza. Asoma el hocico, arrugado por la presión, y después sale entero. Luego desliza hacia fuera, y esta cede cuando por fin el cuerpo entero sale entre borbotones de placenta y queda hecho un montoncillo arrugado en la hierba.
      […]

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   No hay nada mejor que trabajar en estas montañas. Al menos cuando no estás empapado o helándote, pero incluso entonces te hace sentir vivo de una forma que yo no consigo sentirme en la vida moderna tras la vitrina. Aquí arriba sientes la emoción de lo intemporal. Siempre me ha gustado la sensación de estar perpetuando algo más grande que yo, algo que se remonta, a través de otras manos y de otros ojos, hasta las profundidades del tiempo. Trabajar aquí es un ejercicio de humildad. Es en cierto modo todo lo contrario de conquistar la cima de una montaña; te libera de cualquier ilusión de importancia personal. Yo soy tan solo uno de los ganaderos que hoy habitan nuestra colina (y encima, uno de los más pequeños y recientes), un pequeño eslabón en una cadena muy larga. Quizá dentro de cien años a nadie le importe que parte de las ovejas que hoy pastan en estas montañas fueran mías. No conocerán mi nombre. Pero eso no importa. Si suben esta colina y siguen haciendo lo mismo que hacemos nosotros, tendrán una pequeñísima deuda tácita conmigo por haber contribuido a su continuidad, igual que yo estoy en deuda con todos los que vivieron antes de mí por haberlo mantenido hasta ahora.
    Cuando dejo mi rebaño en las colinas rodeado de hierba y bajo de vuelta a casa, también dejo allí arriba algo de mí mismo con las ovejas. A veces no puedo resistirme y subo a la colina solo para comprobar que todo sigue bien. Las alondras levantan el vuelo cantando, sobresaltadas por las pisadas de mis botas y por los perros pastores.
    La evidente satisfacción de las ovejas por haber vuelto al que sienten como su hogar indica que el invierno y la primavera se están quedando atrás con rapidez. Durante las semanas siguientes las ovejas de las colinas podrán cuidarse solas sin problemas. Así que me tumbo junto al arroyo y cojo un poco de agua con la mano. Doy un sorbo. No hay agua en el mundo que sepa tan pura ni agradable.
    Me tumbo de espaldas y contemplo las nubes pasar a toda prisa. Floss se ha metido en el arroyo para refrescarse y Tan me da con el hocico en el costado porque nunca antes me ha visto vaguear. Nunca me ha visto así, sin hacer nada. Nunca ha visto un verano antes.
    Respiro el aire fresco de la montaña. Veo un avión que deja un rastro de tiza en el azul del cielo.
    Las ovejas llaman a los corderos y van detrás de ellos subiendo por los peñascos.
    Esta es mi vida. No quiero otra.

 

“8 estampas campesinas con su marco”, de Francisco Valdés

En 2013, la Editora Regional de Extremadura publicó el libro titulado 8 estampas extremeñas con su marco, del escritor extremeno Francisco Valdés, con edición literaria de Simón Viola y José Luis Bernal, que actualizaban así su anterior edición de las Estampas publicadas por la Diputación de Badajoz en 1988.

Valdés fue un escritor profundamente comprometido con su tierra y con el tiempo que le tocó vivir. De reducida producción literaria, debido a su temprana y trágica muerte, estas Estampas están consideradas como su mejor obra.

Valdés utiliza para titular su libro el mismo término usado por su paisano Reyes Huertas, que definió la estampa como “actualidad periodística escenificada en los medios campesinos”. Los dos autores comparten en ellas elementos comunes. Ambos dirigen su mirada hacia su tierra natal, y nos acercan y nos describen, de manera admirable, la forma de vida y los usos y costumbres de las gentes de esta Extremadura rural. Los dos escritores pacenses emplean un lenguaje muy rico y preciso, e introducen la variante del dialecto extremeño utilizada por el pueblo llano en sus conversaciones.

    –Pues no cabe otro remedio para curar a la chica, tía Rosa. Las inyecciones se las compra usted y que se las ponga Fernando, el practicante: lo ha dicho el médico. Y sobre todo hay que hacer lo posible porque la muchacha varíe de vida y evitar que la tristeza y la pena se la coman.

    –Pero si no pué sé. Me quié usté icí, señorito, cómo vamo a cambiá e vida; semos probe y no poemo gozá de laz cosa que puieran alegrala y quitala su mal d’encima. ¡Ay, señó, qu’esgracia maz grande!

Sin embargo, la visión que nos ofrece Valdés es sus estampas es mucho más dura, menos idealizada que la que nos presenta Reyes Huertas. El autor de Don Benito dirige su atención a personajes, generalmente humildes, que se enfrentan a situaciones de difícil solución y denuncia las duras condiciones de vida de estas gentes, abandonadas a su suerte.

En palabras de Simón Viola, «La estampa (descendiente de los géneros realistas: tipos, escenas) es un término acuñado en la región por A. Reyes Huertas para designar un breve cuadro costumbrista en que, con frecuencia, subyace una tesis político-social o moral. Valdés recoge la denominación y la localización regional, pero su tratamiento, así como su estilo, son marcadamente modernos (más próximos a Azorín o Miró).

Las Estampas dirigen su atención al paisaje humano, las mujeres y hombres de la tierra, con sus esperanzas y sus pequeñas tragedias cotidianas. El libro se cierra con una visión amarga de un pueblo extremeño: es el marco anunciado en el título, realzado por su posición epilogal, cuyas denuncias implacables tiñen el sentido de toda la obra. Frente al entorno social que esboza, descubrimos, por contraste, un hombre inclinado a la tolerancia, a la liberalidad, con deseos de modernidad para su tierra, amante de la naturaleza, consciente del valor de la mujer, del amor de la pareja…»

8 estampas extremeñas con su marco es un libro magnífico, escrito con muy cuidada y clara prosa. Algunas de sus estampas son verdaderos poemas en prosa. Muy recomendable.

La edición de 1988, publicada por la Diputación de Badajoz, podemos leerla a partir del siguiente enlace:

Acceso a la edición digital de la novela en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

SINOPSIS

Las Estampas de Valdés conocieron dos estadios editoriales. La primera edición –4 estampas extremeñas con su marco– apareció en Valladolid (1924) en la prestigiosa colección «Libros para amigos» de José María Cossío (que tendría un notable eco en los círculos intelectuales de la época al publicar textos de Unamuno, Diego, Alberti o José del Río Sáinz), con una reducida tirada de 200 ejemplares no destinados a la venta. En 1932, Valdés reedita la obra ampliada –8 estampas extremeñas con su marco– en la editorial Espasa-Calpe de Madrid (la edición, de 1000 ejemplares, tampoco tuvo una distribución comercial, pues, como se indica, los ejemplares no estaban destinados a la venta). 17 años después de la muerte del autor, Enrique Segura Covarsí dio a la luz una segunda edición de las 8 estampas extremeñas con su marco en la Biblioteca de Autores Extremeños (1953). Tuvieron que pasar más de 40 años para que se publicara una nueva edición que hiciera accesible la obra valdesiana: 8 estampas extremeñas con su marco, a cargo de Manuel Simón Viola y José Luis Bernal, en Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz.

En ellas, Valdés ofrece una muestra espléndida de su compromiso ético y estético con la época que le tocó vivir, revelándose como un escritor culto, pertrechado de amplísimas lecturas, que representan la tradición y la vanguardia en el quehacer literario de su tiempo. Las Estampas evidencian un conocimiento bien digerido de la reflexión ideológica finisecular sobre el problema de España, que heredó el Veintisiete, así como una asunción inteligente de los modelos estéticos que enarboló el Modernismo, entre los que destaca la herencia simbolista y el impresionismo pictórico. Valdés también conoció las propuestas de la joven literatura y el benéfico influjo de maestros inmediatos de la nueva prosa como fueron Azorín y Miró. En todo caso, y aunque su elección estética no se inclinara por las novedades de la vanguardia ni por las arriesgadas apuestas de la joven literatura, su sensibilidad y cultura, y su creación artística culminada en sus 8 estampas extremeñas con su marco fueron en su momento, y continúan siéndolo hoy, un auténtico lujo en la Extremadura de la Edad de Plata.

FRANCISCO VALDÉS

Francisco Valdés Nicolau (Don Benito, 1892-1936). Nacido en el seno de una familia de grandes propietarios rurales cursa el bachiller en su ciudad natal, en la academia de don Ramón Hermida, en donde el joven recibe una sólida formación humanística. En 1910, con dieciocho años, se traslada a Madrid para iniciar la carrera de Derecho. Su afición por las letras le lleva a frecuentar bibliotecas, museos y tertulias. De regreso a Don Benito lanza con algunos familiares el periódico local La Semana, impartiendo clases en el Colegio San José.

Contrae matrimonio con Magdalena Gámir, del que nacerá un hijo en 1935 y, aunque tiende a recluirse en el campo, estos años serán los más productivos de su trayectoria (en ellos publica, a excepción de Cuatro Estampas…, todos sus libros y la mayor parte de sus más brillantes ensayos). Participa activamente en la política como concejal del Ayuntamiento y con la llegada de la Segunda República comienza a denunciar los atropellos republicanos. Es encarcelado el 15 de agosto de 1936 y fusilado en la madrugada del 4 de septiembre de ese mismo año.

Chamizo es coetáneo de Valdés y ambos se conocieron y leyeron, también admiraba a Gabriel y Galán, de ahí que no sea aventurado pensar en una influencia de la visión del mundo (apoyada por el clima o ámbito en que escribían) del autor del Miajón en las primeras Estampas Extremeñas en las que mostraba su visión de la realidad rural extremeña.

Algunas obras suyas son: Cuatro estampas extremeñas con su marco (1924), Resonancias (1931), Ocho estampas extremeñas con su marco (1932), Letras. Notas de un lector (1933)

Biblioteca Virtual Extremeña

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Este hombre, sentado en un trípode encinero y patizambo, junto al fuego de una humosa y rústica cocina, lía, auxiliado de una navaja, unas briznas de tabaco, y dando un gaucho suspiro, ha dicho: Yo lo único que siento es morirme.
   Este hombre es un genuino representante de la raza extremeña, que antaño embarcara, seducida por el ínclito Hernando Cortés, en el muelle sevillano, con rumbo a los países nuevos, llenos de peligros y leyendas. Hoy, este hombre se inclina a la tierra desde su nacimiento. Sus espaldas se agobian de tanta y tan cruenta inclinación. Sus ojos toman los apagados resplandores de la arcilla. Su carne es fraterna de la carne del barbecho. Y de su alma pende la dorada cera de la espiga y el ocre de la besana, que va alzando la reja del arado cuando la corteza no está endurecida.
   Si este hombre levanta los ojos del seno fecundo de la tierra madre es para alzarlos al cielo implorando la lluvia, cuando apremia su falta, o en una cálida y voluptuosa noche estival, tendido panza arriba en el sombrajo de la era, con ánimo de morirse unas horas, hasta que el nuevo lubricán mañanero le despierte, radiante de infinita claridad y vida.
   Hoy este hombre no sabe leer. Ha nacido en un rincón español donde el silabario no tiene poderío y el maestro sale de caza. En un rincón donde el rapazuelo que alcanza la venturosa edad de ocho años, después de haber vencido la escrófula y el raquitismo, el sarampión o la tifoidea, tiene que ayudar con su ganancia al hogar, mísero y prolífico.
   Precisamente este hombre que ha dicho: Yo lo único que siento es morirme, puede confundírsele, en su contextura étnica, con el cabrero zamorano que modeló Julio Antonio, el malogrado escultor genial. Si le preguntáis su edad, os dirá, después de hacer cálculos y conjeturas, que cuenta «cuatro duros y tres reales», entendiendo él por real de vellón un año. Y he aquí la totalidad de sus conocimientos matemáticos.
   Nunca montó en ferrocarril, ni visitó un cinema, ni desplegó entre sus santas manos encallecidas un diario. Y aún labra la tierra, y sus membrudos, sarmentosos brazos, empuñan con eficacia y efusión una hoz, y, en la calma solemne de agosto, sobre la parva de oro, maneja la recua yegüera o el bieldo, entonando una canción terruñera que oyó en su lejana juventud.
   Es el hombre extremeño jayán y gañanero. Nadie más que él puede encarnar la vieja raza, amiga del sol y enemiga del sarraceno. En los hombres de su cuño están vívidas la integridad, la honradez, el trabajo, el amor. Ellos son los que labran la tierra y la hacen producir el grano bendito que colma las trojes de donde mana el pan nuestro de cada día.
    Son ellos los pilares de la vida. Son ellos los viejos robles de la raza. Son ellos los que llegan a querer con todo el empuje de su corazón a la tierra madre. Y si algún cacho de su querer quedó libre de esta esclavitud amorosa, le dedicaron a una hembra, a unos retoños de su carne, a una vieja y pobre imagen que se venera en la ermita de su pueblo».
(Jayán y gañanero)
          […]
    Sobre todo en primavera, el retamal era un encanto. Brotaban sus flores, de un amarillo naranjado, que exhalaban su denso olor, embriagándolo. Verde olor de verdura. Dilatado verde olor de amargura. El amargo de sus zahumas, de sus vástigas , de sus raíces -rectas, finas- barreneras de la tierra. Y cuando el sol de fuego caía de la altura, onduladas por la brisa, era una sinfonía rumbosa de paganismo. ¡Las retamas!
    Tenue y brincante rumor de esquilas y algún silbato o tonadilla pastoril. Rumoreo de abejas en torno a su azahar, y un poco más lejos, al filo del boscaje de retamas, las yuntas, con sus gañanes, dibujando en la arcilla sangrante las filigranas de sus alicatados. Las ringleras de los habales con flor blanca y azul. Las tiernas líneas de las garbanceras. El chicharral, ya revuelta su espesa cabellera de verde limón, con sus floridos puntitos blancuzcos y amoratados. La extensa sábana del trigal madurando. Al lado, la barbechera, donde la punta del arado va trazando las rayas de la vida.
    Algún disparo de cazador furtivo, y, en la lejanía, el barreno sordo de la cantera del calero. Cantatas de gañanía. El duro y corto paso del borrico, senda delante, sobre su lomo el pastor o el buhonero. El monólogo jacarandoso del perdigón. Campo y calma. El dorado y cumplido sueño de unas vidas tranquilas, limitadas y acordes. El refugio de quien quiso separarse del ruido mundanal y afincarse y ahincarse entre este monte de retamas sobre las que columbran copas de encinas milenarias.
(Las retamas)
[…]
    Un pueblo extremeño: la terrosa iglesia con su desmochado torreón, rodeada de unas casas de adobes, con unos tejados verdirrojos. Caminos polvorientos en estío y encharcados en la invernada. Monotonía, fanatismo y lujuria. Un casinillo, donde los ricachos parlan de barraganas y escopetas y se juegan los dineros heredados. En cada barriada, varias tabernas. El maestro de escuela sale de caza. Las jóvenes distinguidas confiesan semanalmente y estiman impúdico bañarse. Reacción, caciquismo e intolerancia. Los chicuelos, sucios y desarrapados, vagan por los ejidos, matando pájaros y desgajando los escasos árboles. Un abogadillo, desde el Juzgado municipal, administra justicia conforme a sus pasioncejas y ruindades. En una sórdida rinconada, un prostíbulo, donde los mozos rijosos pescan las enfermedades repugnantes y comienzan a odiar el trabajo. Todos los años mueren varias personas de paludismo y viruela. Emigración, infanticidios y hambre. Mendigos y truhanes toman el sol del invierno en el pórtico de la parroquia. Por las calles, sin acerado y desempedradas, husmean los canes y gruñen los cerdos. Odios y envidias seculares entre las familias abolengas. En un centro obrero se reniega de Dios y se habla del reparto de tierras. Hipocresía y estatismo. De vez en vez un crimen feroz y espeluznante.
   Y por encima de todo este fango social, la fecundidad de las entrañas arcillosas del contorno, unos paisajes fuertes, recios, magníficos, y un sentimiento hondo del bien en los corazones de los castúos afanantes del terruño.
(Marco)

FUENTES

  • Biblioteca Virtual Extremeña
  • Viola, M.S. Medio siglo de Literatura en Extremadura: 1900-1950. Badajoz, DPDB, 1994