“Si mañana muero”, de Eugenio Fuentes

«Ellos me enterrarán, si mañana muero»

Eugenio Fuentes (Montehermoso, Cáceres, 1958) es uno de los autores españoles más reconocidos en el panorama de la narrativa negra actual gracias a sus novelas protagonizadas por el detective Ricardo Cupido. Pero esta vez, el novelista extremeño se aparta del género negro para introducirnos en una conmovedora historia que se desarrolla con el telón de fondo de la guerra civil española. Marta, una estudiante de viola, y Rubén, un prometedor pintor, son dos jóvenes milicianos que se conocen y se enamoran en el frente de Extremadura.

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Sin embargo, Fuentes ha afirmado en un entrevista que Si mañana muero no es una novela histórica ni de guerra. En ella, ha pretendido buscar grandes hechos de pequeños personajes, más que los hechos pequeños de grandes figuras.

Buena parte de la historia transcurre en el frente de Extremadura, en el territorio ficticio de Breda. Un lugar, que, según Fuentes, «es una síntesis del paisaje del norte de Extremadura, si bien los componentes ficticios de su orografía impiden su localización exacta […] No es un territorio muy extenso, ni muy rico en minas, ni tiene costas bañadas por un mar que ofrezca épica, turismo y atardeceres, pero es mi suelo en propiedad, donde yo elijo el clima y la arquitectura y fabrico la moneda y timbre. El lenguaje y las palabras son sus únicas monedas de valor.»

Si mañana muero es una gran novela, muy bien escrita, bastante entretenida y que resulta fácil de leer. Totalmente recomendable.

«Si mañana muero es la obra más ambiciosa e irresistible de Eugenio Fuentes, en la que narra una historia coral de pérdidas y renuncias, de supervivencia en medio de la barbarie, y del refugio inesperado que puede proporcionar el arte».

SINOPSIS

Rubén es un joven pintor ilusionado porque en 1936 logra su primera exposición en Madrid y, además, vender de inmediato su mejor cuadro. Pero no se espera la afrenta del comprador, un tal Jerónimo de las Hoces, que acaba quemando la obra en su presencia. El estallido de la guerra lo precipita todo. Destinado al Servicio de Propaganda, Rubén conoce a Marta Medina, una violista que estudia en el conservatorio, y a su compañero Marcelo. Junto con otros milicianos, los tres acabarán destinados al frente de Extremadura, a Breda, una población importante y de valor estratégico, porque podría detener el avance de los militares golpistas, que pretenden unir la zona sur de la Península con la bolsa del norte. Pero en Breda también reside un extraño terrateniente aficionado al arte que, enfermo de melancolía, ha construido un túmulo misterioso, un monumental mausoleo en memoria de su esposa fallecida. Entretanto, las historias de algunos de los habitantes de Breda, de sus humillaciones y traiciones, se entrecruzan con las vidas de los militares que llegan de Madrid, y con el destino de los falangistas joseantonianos dispuestos a hacer méritos.

EUGENIO FUENTES

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                       © Modesto Galán

Eugenio Fuentes nació en Montehermoso (Cáceres) en 1958. Sus novelas han merecido, entre otros galardones, el Premio Extremadura a la Creación, el IX Premio Alba/Prensa Canaria y el Premio Brigada 21. Es autor de un volumen de cuentos, Vías muertas (1997), de otro de artículos periodísticos, Tierras de fuentes (2010), y de los ensayos literarios La mitad de Occidente (2003) y Literatura del dolor, poética de la bondad (2013). Pero si Fuentes ha logrado con éxito que se le sitúe entre los renovadores del género negro con proyección en el extranjero ha sido gracias a su detective privado Ricardo Cupido, protagonista de El interior del bosque, La sangre de los ángeles, Las manos del pianista, Cuerpo a cuerpo y Contrarreloj. En Tusquets Editores ha publicado también Venas de nieve, una emocionante historia en torno a la lucha contra la fatalidad. Si mañana muero es la obra más ambiciosa e irresistible de Eugenio Fuentes, en la que narra una historia coral de pérdidas y renuncias, de supervivencia en medio de la barbarie, y del refugio inesperado que puede proporcionar el arte. En su última novela, Mistralia, Ricardo Cupido regresa con un nuevo caso en el que los intereses empresariales y las energías renovables avivarán los odios y las rencillas entre los vecinos de Breda

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «Viriato se levanta para ayudarlo y entre ambos avivan la mortecina fogata con la coscoja y las ramas secas de las encinas. Sentados alrededor, aparece una botella de coñac que nos vamos pasando de mano en mano. Con un profundo sentimiento de solidaridad, los miro beber, charlar y reír, sus rostros levemente deformados a través del humo y de las llamas. Ellos me enterrarán, si mañana muero. Si mañana muero, también me gustaría que Marta tocara para mí la música que tocó para Marcelo. Cansado, voy a la tienda y elijo mi sitio en un rincón. Desde hace unos días este es nuestro ritmo: luchar y dormir, luchar y dormir. Cierro los ojos y entro en el sueño como en un refugio.»
[…]
 
     «–No te preocupes por mí– habló entonces Julia con una voz tan serena como si estuvieran ellos dos solos en la plaza y nadie los oyera–. Empieza ya, antes de que a ti también te destrocen. Lo mejor es que termine cuanto antes.
     Cogió la maquinilla y se colocó a su espalda. Julia volvió la cabeza y le sonrió, ajena a todo lo demás, a los gritos, a los insultos, a las órdenes. Aunque estaban rodeados de enemigos, ella convertía el castigo en un acto de amor, consciente de que sería la única forma de soportar su recuerdo cuando pasara el tiempo.
      –Perdóname –dijo antes de empezar.
      –No tengo nada que perdonarte –sonrió.
    Puso la mano en su hombro y acercó la maquinilla a la cabellera que tanto le gustaba acariciar. Los primeros mechones cayeron al suelo, formando una corona negra, mientras en la plaza los últimos gritos se fueron apagando hasta que solo se oyó el suave traqueteo de la maquinilla, con si ellos mismos se avergonzaran de lo que estaban haciendo. Algunos espectadores, turbados, terminaron por dar una paso atrás, abandonando la primera fila para no verse obligados a asistir a la doble humillación.
    Enseguida notó cómo la tensión le agarrotaba la mano y perdía velocidad al manejar la maquinilla, pero aumentó la delicadeza para no darle ningún tirón, tocándola como si la acariciara, hasta cortar los últimos mechones.»