“El cuarto de la plancha”, de Inma Chacón

«Para mi madre,
que me enseñó a mirar las caras
bonitas de la vida.

Y para mi padre,
que nos regaló una infancia feliz.»

Inma Chacón acaba de publicar una nueva novela, El cuarto de la plancha (2023), en la que la escritora extremeña retrata a su familia, haciendo un especial homenaje a su madre y a su hermana Dulce. Es la historia de una madre y sus nueve hijos que tuvieron que marcharse de Zafra a Madrid cuando fallece el padre.

Una novela en la que retrata a su familia, pero sin duda es un sentido homenaje a su madre y a todas las madres.

Como señala la autora en el prólogo de la obra: «Esta novela representa mi hogar, y mi hogar es mi madre, mi infancia, mi pueblo, mi adolescencia y toda una vida en la que mi madre ha sido mi referente más sólido.

Cada palabra de estas páginas es un homenaje a ella, pero también a todas las madres, a todos los padres y a todos los hijos e hijas que puedan verse identificados conmigo.

En realidad, el libro empezó siendo una novela compuesta de anécdotas que mi madre me había contado sobre su familia, algunas de las cuales me han servido de inspiración para varias de mis novelas. Historias sobre sus antepasados que pensé que merecería la pena escribir tal y como sucedieron, sin la ficción a la que las había sometido anteriormente.

De modo que me gusta definir esta novela como una especie de diálogo entre las anécdotas de mi madre y las mías, o entre nuestras memorias. Una conversación entre recuerdos, donde mi voz se hace eco de la suya.»

El cuarto de la plancha es, por tanto, un sentido homenaje a la madre de la escritora de Zafra basado en acontecimientos familiares, tantos los felices como los trágicos.

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SINOPSIS

Un homenaje a las familias y a las madres tiernas, valientes y cómplices

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 «Mi madre no tiene nombre. Solo se llama mamá, como todas las madres del mundo. Nunca se me habría ocurrido dirigirme a ella de otra manera; si acaso, a veces, cuando quiero mimarla o ser más cariñosa que de costumbre, le digo mami, como me dice a mí mi hija pequeña, o mamina, como llaman a mi sobrina sus hijos casi italianos. No obstante, para mí, mi madre siempre ha sido mamá, como para miles de millones de personas. Sí, ya sé que no todo el mundo llama a su madre de la misma manera, hay otras variantes y otras lenguas, pero en todas ellas se produce el mismo fenómeno: tanto el concepto como el término que lo representa son unívocos e inequívocos; no hay polisemia ni sinonimia posibles, sino acepciones coloquiales como las que utilizo yo.»

El cuarto de la plancha es un libro tejido con el amor de las madres y de las historias que se susurran al oído antes de irse a dormir; es un canto de amor a la familia con todo lo que tiene de caótico, de bueno, de triste, de sabio y de conocido; es una mano tendida, un corazón remendado y una ventana abierta a los recuerdos. Es, en suma, la voz única, sincera y dulce, certera y personalísima de Inma Chacón desgranando en una obra inolvidable, tierna, divertida y cercana, también desgarradora por momentos, la historia de su familia, y la suya propia, narrada como su más fascinante novela.

De la particular relación que une a dos hermanas gemelas a lo largo de toda su vida y más allá de la muerte al valor de una joven madre viuda capaz de sacar adelante a sus nueve hijos; del misterio de un abuelo que no parecía querer a sus nietos al de una segunda esposa enamorada que, por no molestar, casi no tenía ni nombre; del recuerdo de un padre con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho a los secretos que oculta un costurero antiguo o un rosario de piedras amarillas… Todo cuanto se nombra en El cuarto de la plancha guarda un significado y una historia. Pero, sobre todo, atesora un sentimiento, una emoción, que hace de este libro una obra cautivadora, honda, conmovedora, difícil de olvidar.  

INMA CHACÓN

vestido negro-collar rojoInma Chacón (Zafra, 1954) es doctora en Ciencias de la Información y fue decana de la Facultad de Comunicación y Humanidades de la Universidad Europea. Su primera incursión en el mundo de la narrativa fue con La princesa india, novela a la que siguieron Las filipinianas, Tiempo de arena (por la que fue finalista del Premio Planeta), Mientras pueda pensarte y Tierra sin hombres, que fueron grandes éxitos de ventas y crítica. También ha publicado la colección de relatos Voces. Antología personal y los poemarios Alas, Urdimbres, Antología de la herida y Arcanos. En el campo de la dramaturgia, es autora de varias obras, entre las que destacan La Baltasara y Las Cervantas, escrita junto a José Ramón Fernández por encargo de la Biblioteca Nacional. También ha colaborado en numerosos libros colectivos de poemas y de relatos. Los silencios de Hugo, su séptima novela, es un homenaje a su tierra, Extremadura. El cuarto de la plancha es su última lectura.

“Una luz en la noche de Roma”, la nueva novela de Jesús Sánchez Adalid

Tras el éxito de Las armas de la luz, el autor extremeño Jesús Sánchez Adalid regresa, después de tres años metido de lleno en esta aventura literaria, con una nueva novela, Una luz en la noche de Roma, que ya podemos encontrar en las librerías.

La idea de narrar esta formidable historia surge cuando alguien se puso en contacto con el escritor Jesús Sánchez Adalid y le informó de la existencia de unos documentos de valor inestimable. Nadie sabe por qué motivo estos datos históricos permanecían sin salir a la luz desde hace ocho décadas, guardados en el secreto de algunos archivos de la Segunda Guerra Mundial.

El autor de El mozárabe ha informado en una reciente entrevista que los hechos que narra en la novela le vinieron de repente y sin esperarlos. El 19 de septiembre de 2019 recibió un mensaje por correo electrónico que comenzaba así: «Estimado don Jesús: No quiero invadir su intimidad por el momento, y por eso prefiero escribir. Y cuando no le interese esta conversación escrita, pues no la siga y punto… Le adjunto un hecho histórico acaecido en nuestro Hospital de la isla Tiberina de Roma, sobre el que algunas televisiones (de USA y Polonia) e investigadores de la historia desean obtener información. Ese interés ha aumentado de una manera considerable últimamente. De forma resumida, trataré de contárselo en estas líneas. Durante la ocupación nazi de Italia en la Segunda Guerra Mundial, en 1943, hubo, como sabrá, una persecución de la comunidad judía de Roma, que básicamente se concentraba en el gueto, siendo, por tanto, vecino de nuestro hospital, que se encuentra en la isla Tiberina. Solo nos separa del barrio judío el puente Fabricio».

Sánchez Adalid se dio cuenta de que se encontraba, sin duda, ante unos hechos verdaderamente interesantes. Tras una investigación apasionante, encontró a los descendientes de los protagonistas reales, los cuales le proporcionaron el fantástico elenco de testimonios, revelaciones, nombres, fechas y anécdotas que componen el cuerpo de la narración.

El resultado es esta novela, según la información que nos proporciona la editorial, imprescindible y esperanzadora para los tiempos que corren.

LEER LAS PRIMERAS PÁGINAS DE LA NOVELA

SINOPSIS

En el verano de 1943, Gina, una estudiante de familia acomodada, se enamora perdidamente de Betto, un intrépido muchacho judío que forma parte de una organización clandestina. Entre ambos surge una original, intensa y prohibida relación que transcurre en el devenir de una de las tragedias más impresionantes de la historia reciente de Europa. Tras la estrambótica caída de Mussolini, Roma se precipita hacia una tormenta de violencia que culminará con la ocupación de la ciudad por las tropas de Hitler. Por otra parte, cuando las SS se disponen a capturar a todos los judíos del barrio hebreo, en el hospital de la isla Tiberina será ideado un sofisticado engaño para salvar a un buen número de personas: el llamado «Síndrome K».

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Sánchez Adalid nos regala una fascinante novela que retrata la sociedad romana bajo el dominio nazi. Una mezcla de amor, heroísmo y generosidad, donde hay lugar para la ternura y la belleza. Porque, curiosamente, a pesar del peligro de los bombardeos y las amenazas constantes, la ópera, los teatros, los cines y los cafés romanos siguen abiertos invariablemente. Aun en los momentos más trágicos, Roma no renuncia a su esencia eterna y vital.

Esta es la historia real de unos hombres y mujeres que tuvieron que enfrentarse a los acontecimientos más extraños, infaustos y peligrosos que puedan darse en la existencia. Pero es en la mayor adversidad cuando sale y resplandece lo mejor del alma humana.

Entrevista para Canal 24h. Una luz en la noche de Roma

JESÚS SÁNCHEZ ADALID

22894321_1464763953618817_2010764460934034265_nJesús Sánchez Adalid (1962) nació en Villanueva de la Serena (Badajoz). Se licenció en Derecho por la Universidad de Extremadura y realizó los cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció de juez durante dos años, tras los cuales estudió Filosofía y Teología. Además, es licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Es profesor de Ética en el Centro Universitario Santa Ana de Almendralejo.

Su amplia obra literaria ha conectado con multitud de lectores, gracias a la veracidad de sus argumentos y a la originalidad de sus descripciones, sustentadas en una profunda documentación. Sus novelas constituyen una permanente reflexión acerca de las relaciones humanas, la libertad individual, el amor, el poder y la búsqueda de la verdad.

La obra de Sánchez Adalid se ha convertido en un símbolo de acuerdo y armonía entre los pueblos, religiones y razas, algo especialmente necesario en un mundo desgarrado por la intolerancia y el fanatismo.

Ha publicado con gran éxito La luz del Oriente, El morázabe, Félix de Lusitania, La tierra sin mal, El cautivo, La Sublime Puerta, El caballero de Alcántara, Los milagros del vino, Galeón, El camino mozárabe, Treinta doblones de oro, Y de repente, Teresa, La mediadora, En tiempos del papa sirio, Los baños del pozo azul y Las armas de la luz.

Es también autor de Tras los pasos del abate viajero, una obra de encargo institucional que fue presentada en 2014.

En 2007 ganó el premio Fernando Lara por su novela El alma de la ciudad; en 2012 el premio Alfonso X el Sabio de Novela Histórica por Alcazaba; en 2013 el premio Internacional de Novela Histórica de Zaragoza por el conjunto de sus obra; el premio Diálogo de Culturas y el premio Hispanidad. En 2014 su novela Treinta doblones de oro recibió el premio Troa Libros con Valores.

En Extremadura ha sido distinguido con la Medalla de Extremadura y el premio Extremeños de Hoy. Además, es académico de número de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura, cuya biblioteca dirige. También es patrono de la prestigiosa Fundación Paradigma Córdoba, cuyo fin esencial es recordar los ejemplos positivos de convivencia entre las tres religiones abrahámicas: judía, cristiana y musulmana, que ocurrieron en Alándalus, buscando con ello los principios y fundamentos del ecumenismo y del diálogo.

Sánchez Adalid ha colaborado en Radio Nacional, en el diario Hoy y en revistas Historia National Geografic y Vida nueva. Actualmente colabora con Canal Historia (The History Channel), Volcán Producciones y Zebra Producciones.

FUENTES

  • El Periódico Extremadura
  • Sánchez Adalid, J. Una luz en la noche de Roma. Madrid, Harper Collins Ibérica, 2023

“Los mochileros”, de Antonio Ballesteros Doncel

Los mochileros, del pacense Antonio Ballesteros Doncel, es una novela que apareció por vez primera en 1971. Volvió a editarse en 1997 por el Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, que volvería a reeditarla, esta vez en una edición bilingüe, en español y portugués, en el año 2000.

Como su propio título indica, la novela trata de la azarosa vida de aquellos contrabandistas legendarios, llamados mochileros, que cruzaban clandestinamente la frontera extremeño-portuguesa cargados con mochilas de unos 25 kilos de café portugués, portándolas en jornadas nocturnas a más de veinte kilómetros de distancia. En ocasiones las mochilas contenían mayores pesos, y el transporte se efectuaba también a mayores distancias.

Como nos cuenta el propio Antonio Ballesteros en la Introducción de su novela La última mochila, «de los 1.234 kilómetros de frontera hispano-lusitana, 235 están comprendidos entre los pueblos extremeños de Valverde del Fresno al norte, y Oliva de la Frontera al sur, componiendo las áreas lindantes de Castelo Branco, Portalegre y Évora una extensión de 19.978 kilómetros cuadrados frente a los 41.062 kilómetros cuadrados que mide la superficie total de Extremadura. En su recorrido fronterizo de Norte a Sur quedan poblaciones significativas donde tuvo especial relieve el contrabando, y que sin mencionar aldeas ni caseríos recordamos a Valverde del Fresno, Elías, San Martín de Trevejo, Cilleros, Zarza la Mayor, Alcántara, Cedillo, Herrera de Alcántara y Valencia de Alcántara, todas ellas en la provincia de Cáceres.

En cuanto a la provincia de Badajoz, en similares términos, destacan poblaciones como San Vicente de Alcántara, Alburquerque, La Codosera, Olivenza, Cheles, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey, Higuera de Vargas, Oliva de la Frontera, Fregenal de la Sierra y naturalmente Badajoz, que por su capacidad ejercía un papel importantísimo sobre amplios territorios en ambos lados de la frontera, y donde algunas de sus barriadas como Las Moreras, Gurugú, Pardaleras y la Plaza Alta, fueron asentamientos habituales de contrabandistas tanto españoles como portugueses.

El contrabando con Portugal formó siempre parte consustancial de la propia vida de Extremadura, cuyos pobladores fueron principales clientes del comercio portugués abastecido de productos carentes en España, o bien por las significativas diferencias de precios entre uno y otro país, ya que Portugal por suavidad aduanera con el resto del mundo, contaba con productos mucho más novedosos y competitivos que los similares que circulaban por nuestros mercados, y muchos de ellos ni siquiera circulaban.

Actualmente, con la desaparición del imperio colonial portugués, caída de las fronteras y la integración de ambos países en la Comunidad Europea, el comercio ilegal ha quedado convertido en un tema de leyenda.

Su época de esplendor podemos situarla en la década de los años cuarenta, es decir, en la decena posterior a la Guerra Civil Española, donde la gran escasez de productos elementales provocó una alarmante situación social, hasta el punto de llamarse año del hambre el primer año oficial de la Victoria. Los alimentos fueron racionados a niveles mínimos y entre esa escasez agobiante, surgió el estraperlo, que consistía en vender los productos muy por encima de su valor real, fue en realidad una época que se especuló con el hambre y donde muchos oportunistas sin escrúpulos amasaron grandes fortunas.

Pero a medida que España equilibraba su economía, algunos productos alimenticios perdían interés, si bien el café torrefacto continuó su comercio convirtiéndose en el producto más emblemático del contrabando, y los mochileros suministraban la mercancía burlando a los vigilantes, a los intereses públicos con verdaderos riesgos personales. En su trabajo no empleaban medios sofisticados, únicamente usaban su astucia, la resistencia física y un exhaustivo conocimiento del terreno.

Operaban de forma autónoma, su código era anárquico, su ley la del más fuerte, y su mecánica sencilla, estaba generalmente a la altura de personas de poca formación procedentes en su mayoría del sector rural, y para quienes las perspectivas era vivir intensamente el presente, por eso deambulaban entre el juego, la bebida y la prostitución.

En su dinámica profesional rara vez solían trabajar en solitario, lo normal era que formaran grupos más o menos numerosos por cuenta propia, o bien contratados por mecenas que alquilaba sus cuerpos para transportar la mercancía.

A parte de las mochilas, que a veces sobrepasaban los veinticinco kilos de peso, portaban sobre el pecho un paquete del mismo género al que llamaban fiador, que solían salvar en el caso de arrojar las mochilas ante el acoso de los guardias, y esa muestra equivalía prácticamente al valor del jornal.

Como norma elemental las cuadrillas no causaban daños durante el trayecto para evitar denuncias justificadas, y si por circunstancias no previstas les cogía el nuevo día sin llegar al destino, escondían las cargas en algún lugar del monte para volver a recogerlas a la siguiente noche. En esos trances normalmente nadie delataba el contrabando en caso de descubrirlo por azar, porque entonces las venganzas estaban justificadas.»

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      Homenaje a los mochileros (Oliva de la Frontera), foto de Antonio Valero

Ballesteros era un gran conocedor de estas gentes de la frontera extremeño-portuguesa que dedicaron buena parte de sus vidas al contrabando. Para escribir esta novela se inspiró en vivencias personales de contrabandistas que conoció durante su niñez y juventud, cuando vivió en una finca, un lugar junto al emblemático Puente Ajuda, en Olivenza.

El más famoso de todos estos mochileros era un personaje de la zona de Olivenza apodado el Cuco, al que el autor trató mucho, cuando, ya retirado del contrabando, volvió a su primitivo oficio de carbonero.

    «Era hombre correcto, no por la educación de principio, sino como producto de esa escuela dura que la vida impone modelando a reveses. Sabía respetar porque le gustaba ser respetado, teniendo un mérito casi misterioso para hacer cundir el ejemplo en un gremio tan difícil de controlar como en el que se movía. Había llegado a ese borde de edad en que sería discutible llamarle viejo. Estaba sano y ágil para desempeñar trabajos manuales con la misma eficacia, o mejor, que otro hombre con veinte años menos. Su habilidad era indudable, y desde luego era intuitivo, perspicaz y resolutivo. No en balde desempeñó durante más de un cuarto de siglo la capitanía del contrabando, en una gran zona de la frontera entre Portugal y España.

    Los trozos de naciones comprendidos entre las cuencas de los ríos Tajo y Guadiana, no tenían para él el menor secreto. Conocía más ampliamente en profundidad la parte portuguesa que la española, aunque hubo veces que en sus incursiones se adentró hasta el mismo corazón de la Península.

   Su nombre era Nicolás, pero muy poca gente lo sabía. El que familiarizó, el que despertaba al pronunciarse las más distintas sensaciones entre las gentes de la frontera, fue el de el Cuco.» 

A través de los sucesivos capítulos de la novela, asistimos a los primeros pasos del Cuco como cuadrillero y a sus posteriores hazañas y peripecias, hasta convertirse, gracias a su astucia y habilidad, en el mochilero más famoso en buena parte de La Raya extremeño-lusitana.

Mostrando un gran conocimiento del tema, y un perfecto dominio de la pluma, Ballesteros nos adentra en la sufrida vida de estos personajes de leyenda, en sus difíciles condiciones de trabajo, en sus tretas y artimañas para evitar ser descubiertos por los vigilantes de uno y otro lado de la frontera o en sus férreos códigos de conducta.

Y todo ello salpicado con sentidas reflexiones sobre la vida o la libertad, y con magníficas descripciones de los paisajes rayanos en los que transcurre la acción de la novela.

   «Le imponía un poco comprobar que en aquella vida cada cual se las arreglaba como podía sin preocuparse de nada ni de nadie. Se desconocían los afectos y consideraciones; tan sólo privaban la dureza, la fuerza, la pillería, la astucia… El que consiguiera reunir todas esas facultades en mayor grado, sería admirado y respetado, porque con ellas podría arrollar. Eso lo veía claro, allí triunfaba el que más fuerte pisara sin dejarse ni siquiera rozar. Era un mundo crudo, un mundo espinoso. A pesar de todo no debía desanimarse, debía vencer su primer bache, porque eso pasa en casi todos los órdenes de la vida.»

Como nota curiosa, recogemos lo que, sobre la novela, escribe el maestro y escritor Arsenio Muñoz de la Peña, en su librito titulado Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura: «A principios del mes de agosto del año 1971, estando yo pasando el verano en Béjar, recibí el envío de una novela escrita por mi excelente amigo Antonio Ballesteros y titulada Los mochileros. La leí rápidamente, y como me gustó de verdad, le hice una crítica para el diario Hoy, de Badajoz, y otra para El Adelanto, de Salamanca. Contesté a Ballesteros, agradeciéndole su obsequio y también indicándole que se la mandase a Camilo José Cela, de mi parte, pues él siempre había expresado gran interés por estos temas de los contrabandistas. Ballesteros lo hizo y muy pronto recibió una carta de Camilo, en la que, entre otras cosas, le decía lo siguiente: “Ese es el buen camino de la literatura y su futura preocupación debe ser, a mi juicio, el no apartarse de él. Enhorabuena por su labor. Su novela Los mochileros la he leído de un tirón y debo felicitarle por su eficaz sencillez narrativa, que hace vivir el turbio mundo de los contrabandistas con tanto realismo.

Cuenta más adelante en su libro Muñoz de la Peña que, en un encuentro, que se produjo en Calzadilla de los Barros con motivo de un homenaje póstumo que allí se ofrecía a don Antonio Rodríguez-Moñino, entre el futuro premio Nobel y Antonio Ballesteros, Cela le soltó al autor de Los mochileros: “Tu novela es buena, porque es sincera. Sigue esa línea. Eso sí, esos burros de los críticos, ante tu primera obra, dirán que escribes mejor que Cervantes. Ante la segunda, dirán que eres una mierda… No les hagas caso jamás…”»

Los mochileros, en fin, es una novela escrita con sencillez y realismo, y que se lee con ganas. Y, que, por cierto, leí gracias a dos compañeros con los que, circunstancialmente, compartí habitación y fatigas; uno, que fue contrabandista como el Cuco por las mismas zonas de La Raya; y el otro, buen lector, que había leído la novela y que me habló muy bien de ella.

  «Así y allí, quedó el Cuco. Viviendo cara al cielo, saboreando las mieles que proporcionaban el dinero honradamente ganado. Apurando hieles de los reveses que presentan mil eventualidades inevitables. Allí templó verdaderamente su alma con circunstancias que en este mundo nada se puede contra ellas. Allí comprendió la generosidad del alma de los hombres sanos en los que no había entonces calado. Aprendió las cosas muy distintas de como siempre las había visto, y a veces se dolía de que esa lección se la estuviera dando lo que tanto había despreciado, porque la consideró su cárcel: la tierra. Se dio cuenta que la forma de ser de las gentes del campo tenía su entronque en algo así como un amasijo de pena, alegría y barro, ese barro al que Dios inspiró alma como principio de vida.»

SINOPSIS

Los mochileros narra la vida de personajes que traficaron clandestinamente y de forma elemental entre Portugal y España. Por la manera de transportar las mercancías fueron conocidos con el nombre de mochileros, y las aventuras corridas por el protagonista dan idea de su forma de actuar. Hoy se han convertido en leyenda.

   «Los mochileros se colocan aparte de las mochilas, donde portan a veces hasta treinta kilos de peso, un paquetito con un par de kilos de mercancía sujetos a la parte posterior del cuello o en el pecho al que llaman fiador. El objeto es que, si en su recorrido tuvieran un asalto por los vigilantes de una y otra nación y se vieran apurados, lanzar las mochilas, que son los verdaderos estorbos para la huida, y salvar esa muestra que equivale prácticamente, al precio de un jornal.

   Trabajan en cuadrillas previamente contratados por un jefe aportante del dinero para la carga a veces, para eludir responsabilidades personales, no va con ellos, poniendo entonces la dirección en manos de un guía de su entera confianza. Pueden también trabajar unidos, pero por cuenta propia, esto es, cada cual para su bolsa, aunque buscando cierto amparo en los grupos, nombrándose entre ellos un guía que dirige la operación. Por fin, suelen darse con frecuencia operaciones de individuos en solitario, también por cuenta propia.» 

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     «A veces, por motivos circunstanciales, cargan en España mercancías con las que pueden especular en Portugal, llegando hasta la misma ciudad de Lisboa cuando las condiciones de comercialización son francamente favorables. Estas mercancías que ocasionan el doble negocio son muy variables, girando desde artículos de bisutería hasta planchas enteras de tocino de cerdo. Depende fundamentalmente de baches coyunturales en la economía portuguesa. Con estas cargas suele operarse de muy semejante forma, en lo que respecta al transporte y venta, a como se opera en el tráfico del café, dándose el caso de que importantes marcas lusitanas tienen como verdadera razón de ser el mercado con España, sin preocuparles grandemente el interior de su país. Casi toda su producción pasa la frontera a lomos de estos mochileros audaces, desparramados a lo largo de toda la frontera hispano-lusitana.»

ANTONIO BALLESTEROS DONCEL

ballesteros-RB7CzMI3r3tW1pmBXjjdR7O-624x385@HoyAntonio Ballesteros Doncel nació en Badajoz en 1931 y falleció en 2021, fue un abogado, concejal del ayuntamiento, ganadero, presidente del CD Badajoz, escritor con obras como Los Mochileros, Amor y tierra o La última mochila y articulista del Diario Hoy.

Ocupó importantes puestos representativos en la vida socioeconómica de Extremadura, siendo autor de numerosos trabajos en forma de conferencias, pregones oficiales, y colaboraciones en medios de comunicación, entre ellos revistas especializadas en temas agrarios.

FUENTES

  • Ballesteros Doncel, A. La última mochila. Badajoz, Tecnigraf Editores, 2003
  • Ballesteros Doncel, A. Los mochileros. Badajoz, Diputación Provincial, 2000
  • Muñoz de la Peña, A. Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura. Badajoz, Institución Pedro de Valencia, 1982

“La venganza de las ratas”, de Víctor Chamorro, el caciquismo y el politiqueo disfrazados de honorabilidad en un pueblo perdido, pequeño e ignorante

La venganza de las ratas es una novela del escritor extremeño Víctor Chamorro, publicada en 1967. Fue la primera novela del franquismo que trataba de un caso de torturas por parte de la Guardia Civil en un pueblo usurpado, en el tiempo en el que ETA comenzaba sus actividades terroristas.

La novela, además de obtener el prestigioso Premio Urriza de Novela, se convirtió en un éxito de ventas, pero también, como reconoció su autor en más de una ocasión, le ocasionó graves problemas con la censura. «Una vez publicada, la novela le cuesta a mi editor que al año siguiente desaparezca el premio literario que patrocina, el Urriza. Y a mí me cuesta que la siguiente obra que tengo contratada con él, Las Hurdes, tierra sin tierra, tenga que pasar la censura previa, donde le pegan cuarenta estocadas. Entonces mi padre me dice que deje de escribir así y que no intente ganarme la vida con la literatura, porque estoy casado y voy a tener un hijo; que escriba como todo el mundo porque ya van detrás de mí. Y es cuando me meto a docente, para asegurarme unos ingresos más estables».

Todo el relato es un largo monólogo que nos expone la visión del mundo, de un mundo simple y patético, desde la mirada del protagonista que busca una explicación a lo que no la tiene: a la presencia del dolor sobre el mundo.

El protagonista, Jacobo, es el hombre con más fuerza y arrojo del pueblo, experto cazador, amante de la naturaleza, de la libertad y de la justicia, que acabará enfrentándose a las fuerzas vivas del pueblo.

  «Cuando volvió de la guerra, con diecinueve años, cinco heridas y seis medallas, despreció trabajar en Vallehermoso. Le tomaron por loco. El prefirió seguir siendo libre aunque no contase con un jornal fijo. Y a la sierra subió a ganarse la vida con la caza. El abuelo le había regalado una escopeta pesada como un trabuco, negra como el tizón, el caño atado con alambre y los gatillos por fuera. En la sierra era feliz sin darse cuenta; cada día más feliz. La naturaleza no sólo no le cansaba sino que, por el contrario, le maravillaba un poco más cada día. Era sabia. Si llovía era porque debía llover, si el sol caía sobre los campos, como plomo derretido, era porque así estaba escrito.»

Como expresa Pecellín Lancharro, en su conocida obra Literatura en Extremadura, «La venganza de las ratas es una novela de tipo objetivista, en la que el autor constata el estado de cosas existente en un pueblecito: Rincón (Hervás, muy probablemente). El aspecto documental se refuerza por la estructura de la obra compuesta en forma de crónica detallada casi minuto a minuto. No obstante, la consecución lineal se rompe frecuentemente con imágenes repescadas por la memoria y cuya aparición más o menos espontánea aporta cierta complejidad al discurso.

Casi puede decirse que la obra tiene un personaje colectivo: la gente de Rincón, dividida en pobres (que habitan en el miserable barrio judío) y “ricos”. El enfrentamiento entre ambas clases se polariza en torno a la figura de Jacobo, al que los primeros admiran y los segundos odian. Como en otras novelas de Chamorro, aquí no hay ni un maniqueísmo absoluto, ni un mínimo planteamiento ideológico. Por una parte, encontramos de un lado pobres obedientes a la voz de los señores y una gran masa irresoluta a causa del miedo o la costumbre. Por otro lado, hay entre los fuertes algunos personajes que defiende a Jacobo (el médico, el juez y hasta el cura: parte fundamental del grupo conservador). Jacobo mismo no tiene conciencia de clase, ni ninguna idea política. Se mueve tan sólo por un instinto de justicia. Muy joven, hizo la guerra en el bando nacional, volviendo del frente cargado de medallas. Cazador experto, conoce la sierra al dedillo y viviría muy bien de su escopeta si los ricos no destruyeran la caza.

Los avezados caciques del pueblo mueven los hilos hasta conseguir que Jacobo, intemperante y ya dado a la bebida, arruine su vida. Con el apoyo de los municipales y la Guardia Civil, le pegan una tunda que lo pone al borde de la muerte y la exasperación, todo porque puede que fuera a robar un simple paquete de tabaco. La figura desgarrada de la antigua bailarina nómada y hoy compañera siempre beoda de Jacobo, Casta, es el contrapunto de la rica, devota y repelente doña Inmaculada.

Un lenguaje poco cuidado, con abundancia de expresiones dialectales y una ortografía dudosa, restan méritos a la novela de casi trescientas cincuenta páginas».

La venganza de las ratas es una novela dura, de corte realista y éticamente comprometida, que supone una denuncia contra el caciquismo, la injustica, el abuso de poder y el politiqueo disfrazado de honorabilidad.

Verso

   «Ahora el recuerdo de su madre borró otros recuerdos. Sintió un estremecimiento y se echó a llorar. Al darse cuenta que estaba llorando se enfureció consigo mismo. Pensó en las palabras de su madre. Decía ella que había un cielo, un infierno y un purgatorio. Se avergonzó de pensar en esas cosas y escupió. Él no era hombre religioso. Después de la guerra pensó que lo único cierto era la realidad de cada uno. Y la realidad era un mundo de fieras que sin saber el por qué se destrozaban entre sí, como hormigas de distinto hormiguero, convirtiendo la tierra en un pozo de sangre. La realidad era que unos tenían pan y otros no. Que el que tenía incluso para hartarse no se preocupaba de el que no tenía ni para probar un bocado. Y después de todo esto venían los curas diciendo que había un Dios.» 

SINOPSIS

La venganza de las ratas es una novela dura, sombría, al tiempo que amable. No es una novela de tesis, ni costumbrista, ni de mensaje, ni es un drama rural. Es una simple novela. Chamorro, en el reducido territorio de un pueblecito, crea un mundo que vive y que se agita. Lo que ocurre en Rincón puede ocurrir, salvando diferencias de matices, donde se quiera, pues, en definitiva, el hombre será siempre hombre esté donde esté.

Jacobo, el personaje principal del relato, es un inadaptado. Un salvaje lleno de nobleza. Los honorables, desde el pódium de su intachable prestigio, aplastan a Jacobo. ¿No está ocurriendo esto a diario?

    «Es fácil la explicación. La gente se calla para evitarse líos pues en cuanto sale un valiente pues se destaca y los palos van a sus lomos. La culpa de lo que ha pasado esta mañana a Jacobo la tenemos todos que nos callamos por miedo siempre. Yo bien me sé lo que debimos de haber hecho esta mañana.

    Debimos de habernos metido todos en la taberna y habernos tirado a ellos. Y habernos quedado sin autoridades, pero somos más cobardes que la madre que nos parió.»

Portada

La venganza de las ratas es una novela realista, pero también nos atreveríamos a decir que tiene mucho de simbólica. El caciquismo, el politiqueo rastrero, la calumnia, el odio y el miedo, disfrazados de honorabilidad se enfrentan al hombre elemental que no es capaz de comprender el mundo que le rodea, que no conoce los resortes que gobiernan a ese mundillo.

El drama de La venganza de las ratas es el drama de nuestro tiempo (téngase en cuenta que la novela fue escrita entre agosto de 1966 y enero de 1967). La vanidad, el orgullo, la discriminación, la inmoral sumisión por el que manda, la envidia mezquina y el miedo son personajes con papeles principales en la eterna comedia de cada día.

Porque la acción de La venganza de las ratas transcurre en las 24 horas de un solo día. Y es tiempo suficiente para que se descorra el telón y salga a la luz toda la podredumbre contenida y oculta bajo una maravillosa túnica de oro.

VÍCTOR CHAMORRO

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Fuentes: Rebelión

Víctor Chamorro Calzón (Monroy, 1939; Plasencia, 2022). Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, se dedicó a la docencia en el Colegio Libre Adoptado de Hervás (Cáceres) y el Colegio Destino de Madrid.

Fue finalista del Premio Planeta en dos ocasiones: con El santo y el demonio (1963) y El adúltero y Dios (1964). Es autor de una monumental historia de Extremadura en ocho volúmenes y de libros considerados revolucionarios y transgresores: Las Hurdes, tierra sin tierra (1969), Guía secreta de Extremadura (1976) o Por Cáceres, de trecho en trecho.

Otras obras con las que ha obtenido galardones de ámbito nacional han sido: Amores de invierno, Premio Blasco Ibáñez 1966; El seguro, Premio Ateneo Jovellanos 1968, La venganza de las ratas, Premio Urriza 1967 o La hora del barquero, Premio Café Gijón 2002.

También destacó en su faceta como periodista, con colaboraciones en Diario 16El IndependienteABC El País, y fue ganador del Premio Dionisio Acedo 1988 de periodismo por su artículo Cráteres en la memoria. A su vez, ha redactado guiones para televisión y algunos libros de texto para docencia.

En los últimos años ha publicado Guía de bastardos (2007), Los alumbrados (2008), Pasión extremeña de 13 actos (2009) y Calostros (2010).

    «Entendemos que escribir presupone también –se quiera o no— una actividad política, aunque el propio escritor no lo pretendiese.» Víctor Chamorro

   

Esta es mi tierra – Extremadura por Víctor Chamorro, 1982

FUENTES

  • Chamorro, V. La venganza de las ratas. Barcelona, Terra, 1967
  • Pecellín Lancharro, M. Literatura en Extremadura, III. Badajoz, Universitas, 1983

“Cielos de barro”, de Dulce Chacón

   «Primero la culpa, después el perdón y, luego, que el olvido llegue cuando tenga que llegar. Y solo, sin que nadie lo ayude.»

Cielos de barro, publicada en 2000, es una novela de la escritora extremeña, fallecida en 2003, Dulce Chacón. Galardonada con el Premio Azorín de novela 2000, fue la cuarta novela de la autora de Zafra, publicada justo antes que La voz dormida (2002), su última y más conocida obra.

La historia está ambientada en Extremadura, más concretamente en el territorio de Zafra y su comarca, y abarca un periodo que se extiende desde los años previos a la
Guerra Civil, la propia contienda y la posguerra hasta 1942, aproximadamente.

Un joven pastor es acusado de cometer un triple asesinato en el cortijo extremeño donde sus familiares han trabajado como sirvientes durante generaciones. Su única defensa será el testimonio sin fisuras de su anciano abuelo, que revelará una brutal historia de intriga, sometimiento, erotismo y venganza, de la que amos y criados son a la vez testigos y protagonistas.

Dulce Chacón indaga en la memoria de un hombre que se resiste a las verdades a medias, y que con su familia será testigo y protagonista de una historia que discurre paralela entre amos y sirvientes. Cielos de barro arranca con la intriga de un asesinato, que será el hilo conductor de una narración cargada de odios y de venganzas, de opresiones y de sumisiones, pero también de pasión, de amor y de entrega. Como telón de fondo, el horror de la guerra y la posguerra, y una saga de vencedores y de vencidos, para los que no todos los cielos son iguales.

En una época en que la Guerra Civil hizo jirones la existencia de vencedores y vencidos, el relato de un viejo alfarero que no se rinde a la injusticia abrirá heridas aún sin cicatrizar y cuestionará los regios cimientos morales de la aristocracia rural española.

Cielos de barro es una obra apasionante, escrita con la inteligencia propia de quien domina el difícil arte de atrapar con una historia. Narrada a dos voces y en dos tiempos distintos. Una novela imprescindible para comprender el pasado de un país maltrecho, que hubo de rescatarse como pudo de sus propios horrores.

Dulce Chacón, que dedica la novela a su padre y a Zafra, por la añoranza, y la música de las palabras recuperadas en el ejercicio de la memoria, se nutre para esta historia de los recuerdos propios de su infancia y de las historias y anécdotas que oyó contar en su familia, y nos brinda una historia muy apegada al paisaje rural de su infancia en tierras extremeñas.

Escrita con una prosa clara y sin artificios que, pese a su dureza a veces, rezuma poesía y sentimiento.

Una novela que no llega a ser autobiográfica, con personajes ficticios, y en la que intenta recuperar el lenguaje propio de la época en ese rincón de la provincia de Badajoz.

    «No ande con apuros, si para mañana tengo más. Desde que mi santa me dejó, soy yo el que prepara el puchero, con su miajina de todo. Mire, así lo aviaba ella, ¿lo ve? Se cuece lento y se tiene ahí todo el día, arrimado lo justo a la candela para que no se turre lo de abajo. Beba lo que haga menester, que cuando el frío arrecia, no hay brasero que valga.»

Cielos de barro es una de mis novelas más queridas. La leí poco después de su publicación, hace ya más de veinte años, y seguía guardando de ella un agradable recuerdo. Su relectura me ha permitido regresar de nuevo a los territorios y al habla y expresiones de mi infancia, y me ha vuelto a parecer una novela maravillosa y absolutamente recomendable.

   «Madre, no fue el cielo lo que usted vio, que el cielo no es azul. Es marrón marrón, y rojo, como los barros que amasa padre para hacer botijos. Si no es marrón y rojo, me vuelvo para contárselo.

   Marrón marrón, y rojo, le porfió a su madre que era el cielo. ¿Usted se lo puede creer, la ocurrencia? ¿Se lo puede creer, idea tan peregrina?»

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SINOPSIS

La novela de los que ganaron la guerra civil, de los que la perdieron y de los que aún la siguen pagando.

Cielos de barro arranca como una novela de intriga, un crimen múltiple y la búsqueda de su autor, pero es mucho más que eso. Las historias que surgen en la reconstrucción de ese trágico suceso nos hablan de pasiones sublimes y rastreras, como el amor y el odio familiares, los enfrentamientos entre amos y siervos, la pasión erótica y el ruido y la furia de las guerras.

El inspector encargado de resolver el caso de una matanza en la casa señorial de un cortijo extremeño cree haber encontrado al culpable. Sin embargo, un viejo alfarero, con una voz personalísima, pone en duda las sospechas del inspector y procede a desgranar sus razone. En paralelo, un narrador en tercera persona se remonta a los orígenes trágicos de este drama actual, hasta que ambos relatos se funden para desvelar la verdad oculta.

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    «Vino de noche. Dijo que regresaba para morir. Traía la muerte en los ojos, ¿sabe usted? Pero no la de esos pobres desgraciados que están en el depósito. No. Traía en los ojos la propia muerte, la suya, la de él. Llamó a mi puerta y me preguntó por su madre. Fui yo quien le dijo que había muerto, y a mí me dijo él que venía para morir. Yo no he visto una tristeza más negra. Nunca, no señor. Se pasó la mano por la cara como si quisiera limpiársela. Me miró, volvió a lavarse la cara sin agua, me miró otra vez y me preguntó por su padre. Muerto, hijo, muerto. ¿Murieron bien? Y yo le contesté que sí, que santamente se murieron, uno detrás de otro, y los dos preguntando por él. Llevaba cuarenta años perdido, me dijo como pidiendo perdón por una ausencia tan larga. Pobrecino, si era un zagal cuando se lo llevaron, si lo hubiera visto usted, lástima de criatura; cómo lloraba, las lágrimas se le iban yendo igual que la cera derretida se le cae a las velas.»

DULCE CHACÓN

0000021670Dulce Chacón (Zafra, 1954-Madrid, 2003), poeta y novelista, publicó los libros de poemas: Querrán ponerle nombre (1992), Las palabras de la piedra (1993), Contra el desprestigio de la altura (Premio de Poesía Ciudad de Irún 1995) y Matar al ángel (1999), todos ellos recogidos en el volumen Cuatro gotas (2003). Como narradora publicó las novelas: Algún amor que no mate (1996), Blanca vuela mañana (1997), Háblame, musa, de aquel varón (1998), Cielos de barro (Premio Azorín 2000) y La voz dormida (Alfaguara, 2002), Premio al Libro del Año 2002 del Gremio de Libreros de Madrid, y traducida al francés y al portugués. También es autora de la obra de teatro Segunda mano (1998) y de la versión de Algún amor que no mate (2002), nominada a los premios Max 2004 a la mejor autora teatral en castellano.

“¿Cómo el corto el pelo, caballero?”, de Luis Landero

    «Yo sospecho que quien al hablar (e incluso al escribir, como da la impresión de que ocurre a veces con Unamuno) te toca, te echa el aliento, te tira de la manga, te empuja, te magrea, y señala además a las cosas para dejar bien remachadas las palabras, se carga ventajosamente de razón.»

¿Cómo le corto el pelo, caballero? es una recopilación de cuarenta y un artículos, del extremeño Luis Landero, que aparecieron en la prensa entre 1990 y 2004.

Son artículos que versan sobre cuestiones de actualidad, tipos y paisajes, pero también recogen sus inquietudes y experiencias más íntimas, y reflexiones sobre el hecho mismo de la escritura. Resultan especialmente entrañables aquellos en los que nos habla de los recuerdos de su infancia en tierras extremeñas, en la raya misma con Portugal.

Por si fuera poco, en algunos de estos escritos podemos encontrar pinceladas sobre cuestiones que más tarde desarrollaría en algunas de algunas de su novelas.

     «En casi todas las plazas españolas hay o ha habido grupos de ociosos que, sentados en hilera en algún petril o banco corrido de piedra, se dedican a estar allí, mirando alrededor y meciendo en el aire los pies. Uno no necesita verles la cara para detectar las pequeñas anomalías que se producen en la vida diaria del entorno; basta con vigilar los pies. Si se mueven, es que algo excepcional está ocurriendo, y tanto más excepcional cuanto más vivo sea el vaivén; si enseguida vuelven a pararse, es que se trata de una falsa alarma. Y así pasan las horas, los años y los siglos. Si uno observa los asientos de piedra de nuestras plazas, encontrará una franja erosionada y sucia que, a manera de bajorrelieve, registra la crónica ilegible de nuestra historia cotidiana. Como el viento o la lluvia, el pueblo ha ido escribiendo y reescribiendo sobre el mismo renglón el enigma geológico de su propio pasado. Algaradas, crímenes, alzas de precios, pestes, episodios de navegantes, santos y cornudos, bandos y pregones, tedios y anhelos, todo ha quedado allí esculpido como notas a pie de página o réplica burlesca del claro discurso histórico que, al lado, nos confía otro escribano. Porque, en efecto, cerca del banco, con más hilazón y facundia, una estatua, una escalinata, el tritón de una fuente, el atrio o la picota, nos ofrecen también su versión de los tiempos.»

SINOPSIS

También en las distancias cortas brilla el mejor Landero. A medio camino entre el relato y la parábola, entre el apunte autobiográfico y el comentario de actualidad, entre el elogio de la literatura o las perplejidades del docente, este libro reúne los artículos que Luis Landero ha ido publicando -con menos asiduidad de la que le gustaría a sus lectores- en diferentes medios. Y juntos revelan una sorprendente unidad, una misteriosa coherencia tanto en su mezcla de narración y reflexión, como en su visión del mundo. Articulista de excepción, también en este género mostró Landero una escritura sabia y madura desde sus propios inicios.

Como avisa el propio autor en el prólogo, en todos ellos le guió el propósito de recuperar el valor de un instante, de fijar la mirada en los detalles, ahí donde la vida se muestra de pronto «en toda su enigmática y descarada espontaneidad», de abordar los grandes acontecimientos desde el sillón de las peluquerías, o de hablar de la actualidad desde la «épica de lo cotidiano». En todos ellos asoma el contador de historias y recuerdos que evocan una época; el lector sutil y apasionado que ofrece la clave de complicados asuntos en las palabras de Kafka, Tolstói o Shakespeare -saber leer es aprender a conocer-; o el brillante pedagogo que arremete contra los gramáticos o los teóricos para quienes la lectura directa de los libros «equivale a cursar estudios de ginecología en un burdel». Y así, avanzando entre la sonrisa maliciosa, la nostalgia indisimulada, la carcajada o la sentencia, la amenidad y el encanto están garantizados.

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      «Y es cierto que el hombre ha perdido en gran parte su vieja capacidad narrativa de siempre y, con ella, el arte y el hábito de recrear los hechos objetivos y escuetos, y de apropiarse imaginariamente de ellos y de incorporarlos así a su experiencia personal, lo cual no sólo aprovecha al conocimiento sino también a la memoria, pues todo cuanto se transforma en narración pide ser transmitido, y no se olvida nunca. Pero, de cualquier modo, somos fabuladores impenitentes, casi instintivos, y necesitamos convertir cada día la vida en relato, añadir a la verdad neutra de los periódicos las verdades hondas e intuitivas de nuestro corazón, y por eso seguiremos rescribiendo la actualidad, y guardándola y protegiéndola, como un tesoro de conocimiento que es, en libros invisibles.»

LUIS LANDERO

Landero_big Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. Lluvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. En  El huerto de Emerson (2021) retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en inviernoUna historia ridícula (2022) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

“La canción de la aldea”, de Antonio Reyes Huertas

La canción de la aldea fue la última novela publicada por el escritor extremeño Antonio Reyes Huertas. La obra fue escrita entre diciembre de 1929 y mayo de 1930 en Campos de Ortiga, finca cercana a Campanario, su pueblo natal.

La novela, junto con ocho estampas campesinas, no se publicó hasta 1952 con motivo del homenaje que se le tributó a su autor. Posteriormente, en el año 2002 el Ayuntamiento de Campanario y el Fondo Cultural Valeria reeditaron una edición facsimilar de aquella edición-homenaje de 1952, al cumplirse el cincuenta aniversario del fallecimiento de su autor, ocurrido en agosto de 1952.

Como suele ocurrir en la mayor parte de sus novelas, la trama de la obra es bastante simple, con personajes corrientes y acción sencilla.

El principal protagonista de la novela es el joven madrileño José Aznar de Cieza, que llega a la localidad extremeña de la Garda con el objeto de vender unas tierras que heredó de su madre y tratar de poner un poco de orden en su vida amorosa. Allí conoce a su prima Mercedes, atractiva joven de la localidad por la que se siente atraído. Sin embargo, el protagonista, sintiéndose abrumado e incapaz de distinguir entre sus intereses y sus sentimientos, huye cobardemente a Madrid.

   «Aquel peso que soportaba sobre mis hombros aumentó con esta actitud despegada de Mercedes. No he visto luna tan triste como la de aquella noche de junio, con ser plena, redonda y solemne. Ni perros tan ariscos como los que me ladraban saliendo a mi paso, igual que si no me hubieran visto nunca en la aldea. La galga del Mochilo estuvo a dos pasos de morderme, más furiosa aún que cuando otra noche me encerró como a liebre en casa de mi tío.»

Pero la verdadera protagonista de la novela vuelve a ser Extremadura, la tierra natal del escritor, por la que éste siente un inmenso amor. Reyes Huertas nos muestra en esta historia el campo extremeño con todo su esplendor y toda su dureza.

Andrés Calderón, amigo del escritor y promotor del homenaje que se le tributó en 1952, escribe en el prólogo de la edición-homenaje de la obra: «La canción de la aldea, obra gemela de La sangre de la raza, simboliza la producción de Reyes Huertas y refleja maravillosamente sus más acentuadas cualidades.

La canción de la aldea es eminentemente moralizadora. En ella reverdece Reyes Huertas los laureles de costumbrista que tanta altura cobraron en La sangre de la raza. El amor a Extremadura, a sus hombres recios y sanos, a sus mujeres bellas de cuerpo y de alma, honradas y hacendosas, a sus campos fecundos y entrañables, refulge en esta novela como gema preciosa. Y en ella, en fin, Reyes Huertas canta sus mejores trinos y luce esa cualidad de poeta que, como polvillo de oro, se diluye por toda su obra, dándole la tonalidad suave, al par que brillante, de su inimitable estilo.

Ved cómo pinta en ella nuestro paisaje de estío:

    “Yo tomé aquella mañana la senda tan pasajera que iba a mis tierras. Estaba todo el aire lleno de zumbidos de abejas y sobre los trigos volaban las alondras desgranando collares de trinos. Yo iba viendo por el caminillo en cuesta la opulencia de mis tierras, convertidas en tablas de mies, empezando a espumar el oro de sus espigas. Las cebadas habían adelantado su siega y algunos rastrojos amarilleaban ya con las gavillas tempranas amontonadas al sol. Olía todo aquel camino como a polvo reseco de este sol, a tréboles agostándose, a granas cuajadas de carretones, tendidos como redes blanquecinas en las barrancas, y a esa fragancia del rastrojo nuevo, todavía húmedo y sangrante de savia”.

López Prudencio, uno de los críticos que han estudiado a fondo a Reyes Huertas, ha dicho de él: “Hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en la que nadie le ha superado. Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días –los que dure la acción– en el pueblo donde ésta se desarrolla compartiendo todas sus emociones y viviendo con pena llegar el momento de abandonar el pueblecito”.»

No podemos estar más de acuerdo. Por eso es aconsejable leer a Reyes Huertas despacio, sin prisas, paladeando cada frase, cada palabra, para poder disfrutar el mayor tiempo posible de los maravillosos cuadros que pinta con sus palabras. Otra buena novela del escritor de Campanario. Muy recomendable.

SINOPSIS

   «Quiero huir de todos estos recuerdos de la aldea, y estas emociones de la aldea me persiguen tenazmente. Creía yo despreciar a la aldea cuando me alejé de ella, y la aldea se ha vengado de mí, infiltrándose, como el desierto, el ensueño calenturiento de un oasis. Es este día de nieve cierro los ojos para huir de la visión de la aldea, y la aldea viene a míe con el corazón abierto y palpitante.»

Tal vez La canción de la aldea sea la novela más personal de cuantas escribió Antonio Reyes Huertas en su larga trayectoria literaria. No es la más popular –título que sin duda le corresponde a La sangre de la raza,– ni la más combativa –La ciénaga–, ni la más cosmopolita –Viento en las campanas–, ni la más cinematográfica –Lo que la arena gravó o Luces de cristal–; ni siquiera la más moderna –Mirta, a mi entender– ni la postrera –La casa de Arbel–, pero sí la más íntima y confidencial, por las especiales circunstancias que concurrieron en su publicación.

La obra, que había sido escrita entre diciembre de 1929 y mayo de 1930, por muy diversos avatares, fue postergando su aparición, que empezó a concretarse definitivamente en los primeros meses del año 1951. La editorial catalana que, con gran éxito, publicaba en los últimos tiempos las novelas de Antonio Reyes Huertas le requirió un nuevo original. Este, entonces, entrega el texto de La canción de la aldea, tal y como, por otra parte, estaba ya previsto en el contrato suscrito entre el novelista y la editora.

Pero, en el momento en que se estaban realizando las preceptivas copias para la censura, la comisión organizadora del homenaje a Antonio Reyes Huertas se pone en contacto con el escritor y le solicita una novela inédita para su publicación como edición homenaje. Reyes Huertas demanda entonces de la editorial Hymsa la cesión, para tal fin, del texto de la La canción de la aldea y la empresa, de forma generosísima, accede a la petición.

Pero Reyes Huertas no entrega la obra sin más, sino que se lanza, a pesar de su delicadísimo estado de salud, a un verdadero ejercicio de recreación, anulando ciertos pasajes, enfatizando otros y reescribiendo una parte sustantiva de la obra. Y todo ello, en momentos especialmente trágicos para su autor. Porque éste, sin duda, y a pesar de que, ante los más allegados, siempre simuló desconocerlo, sabía con certeza la gravedad de su dolencia.

Reyes Huertas supo, por tanto, que aquella edición de La canción de la aldea, muy posiblemente, sería la última de sus obras que vería publicar en vida. Y, por ello, la quiso también convertir en una síntesis de su abundante quehacer narrativo, además de en un tributo emocionado a lo que más amó en vida: su esposa, su familia, su tierra, las gentes que en ella habitan… y su fe.

(Del estudio preliminar incluido en la edición de 2002, por Antonio Basanta Reyes)

ANTONIO REYES HUERTAS

Antonio-Reyes-HuertasPoeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

   «Por no atribularme del todo, salí en seguida del olivar y emprendí el regreso a la aldea. Mi reloj se había parado, pero debía ser la hora de mediodía, porque de la torre de la iglesia vino un toque de campana y corrió como plañidera por los campos. Se habían levantado ya algunas nubes y el viento frío soplando del lado de los montes las hacía navegar en el remanso del cielo, y sus sombras, rasando sobre los sembrados, parecían el vuelo lento de aves gigantescas y silenciosas. Toda la ribera dijera yo entonces que se había oscurecido con un velo de tristeza. Y esta impresión deprimente de las nubes, de la campana quejumbrosa, de los niños descalzos en la ribera, del olivar desvinculado, de los perros ariscos, del viejo agobiado bajo su saco de hierbas y de aquel galope como fúnebre que tejían los sembrados como si los pies de genios invisibles danzasen en el aire sobre ellos, me parecieron entonces la canción de la aldea, la pobre canción triste y desvalida de la Garda…»
    […]
  «En mis fases de sentimental, solía bajar por las tardes a la ribera. Abril había vestido ya por completo las alamedas del río y en los chopos gigantes, de un verde como estremecido, volaban las oropéndolas y cantaban los ruiseñores. En la torre de la iglesia, desde hacía tiempo, las cigüeñas se habían constituido en vigías y bien dormitaban sobre la veleta, bien repicaba los picos al borde de los viejos nidos. En estas tardes me parecía que todo el campo se llenaba de olor de miel, porque en cada aleteo del viento venía una oleada de pólenes calientes y un efluvio voluptuoso de fecundidad. Los chopos, cuando soplaba el viento de abril, me daban una extraña imagen: la de las mujerucas que yo había visto arropadas en sus propias sayas, entraban en la iglesia echándose la falda por la cabeza. Porque las hojas todas de los chopos se volvían del mismo lado y parecían arropar el tronco con una cobija sonajera a cigarras o a panderetas.
   Me acercaba entonces al olivar de los Cieza cuyo nombre decía don Lucas, parecía entrañar un símbolo permanente de vida y de corazón. Desde el camino, asenderado por los mochileros, veía la casa, blanca de cal, con los rosales de enredadera ya vestidos de pompa cubriendo parte de las paredes y tejiendo un arco verde a la puerta de la entrada. En los más tempranos reventaban ya los capullos como corazones henchidos que iban pronto a estallar. Pensaba que allí se había sentado en estas tardes mi madre y me parecía verla en su estampa adorable, contemplando sonriente el paisaje, siguiendo el vuelo de las golondrinas y oyendo la sinfonía de oro que bordaban las abejas sobre los cálices de las algamulas. ¡Cómo hervía allí, cerca del camino, el colmenar! Era como un zumbido denso y caliente de bordones de guitarra, un enjambre de notas dulces y graves, tan copioso y alado como el de las mismas abejas.»
    […]
   «Ellos no conciben la felicidad sin la tierra. Para un campesino la tierra es el alma sagrada, inmutable y eterna, la que preside la caducidad de las demás cosas, la que da el pan y la salud, y sobrevive a la muerte para el pan y la salud de los los hijos. Y a ese amor a la tierra vinculan oscuramente el otro amor del hogar, no haciendo nunca el hogar y la tierra incompatibles, sino alas de un mismo corazón.»
   

“Una historia ridícula”, de Luis Landero, la historia de un resentido

    «¡No es para tanto la primavera!»

Cuando se cumple un año de la publicación de El huerto de Emerson, el escritor extremeño Luis Landero regresa con Una historia ridícula. Una novela protagonizada por Marcial, un individuo peculiar, solitario y resentido, que se enamora perdidamente de Pepita, una chica de buena familia que es poco menos que inalcanzable para él. 

Se trata de una novela con grandes dosis de humor. Un humor que nace de la solemnidad con la que se expresa Marcial y del contraste entre ese discurso y los hechos de nuestro protagonista.

     «Aquí haré un pequeño inciso. Me acordé de que estábamos en primavera. Esta palabra, primavera, está exagerada por los artistas y los enamorados. Siempre me pareció excesiva para nombrar el mero rebrote de lo verde y sus flores. No es para tanto la primavera, es solo un mito, una niñería romántica. Pero ahora, sintiendo tan cerca a Pepita, me pareció que allí, en ella, estaba encarnada la primavera, el mito de la floración, el misterio de la vida que regresa con un empuje que te arrebata como a esos santos arrodillados y orantes de las estampas que se elevan del suelo y permanecen extáticos en el aire, como si una fuerza descomunal los hubiera succionado hacia las divinas, mágicas alturas…»

Según el escritor de Alburquerque, “Marcial es esa persona a la que el nombre le viene muy grande, un poco enclenque y no especialmente inteligente. Los compañeros de colegio se burlaban de él y salió de la infancia con el paso cambiado y ahora tiene cuentas pendientes con el ser humano”.

Como el propio autor ha comentado, la idea de esta historia le vino de un relato que escribió hace más de treinta años que se titulaba Asalto a la casa de la mujer amada y que trataba de alguien que no era admitido en casa de su amada, al contrario que los otros pretendientes.

Con una mezcla de humor, amor y odio, Landero nos ofrece esta novela, entre cómica y dramática, que hará, sin duda, las delicias de sus muchos seguidores.

Como suele ocurrir en todas sus obras, en ésta también encontramos frecuentes guiños a su añorada tierra extremeña.

Por cierto, que la ilustración de la portada le viene a la historia que ni pintada.

En fin, otra excelente novela del autor extremeño, que se lee de un tirón y que desde aquí recomendamos.

    «En el amor, todas las trampas para conquistar a la amada son válidas, y también la impostura. Al fin y al cabo, todos fingimos ser mejores y más atractivos de lo que en verdad somos. Los pájaros hinchan el papo y esponjan el plumaje, el sapo y la cigarra cantan con una potencia que excede a su tamaño, el león su melena, el ciervo el aparato de su cuerna, qué menos que yo me engalanase con las modestas prendas de un escritor en ciernes. Así fue como el amor obró en mí una metamorfosis tan rara y prodigiosa como la de Franz Kafka. De pronto, una mañana me desperté convertido en un ente sublime y ridículo a la vez, y también a la vez sabio y estúpido, como esos animales fabulosos que tenían a un tiempo garras, pico y pezuñas.»

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SINOPSIS

Una historia de amor repleta de humor e ironía.

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     «No creo pecar de orgullo, como demostraré a lo largo de mi exposición, si comienzo diciendo que soy un hombre con ciertas cualidades. Quizá no resulte especialmente apuesto y llamativo, pero sí educado, discreto, concienzudo, culto y buen conversador. Todos cuantos me conocen, saben o deberían saber, de mi honradez y rectitud. En otros tiempos tuve un buen puesto de trabajo y un piso de en propiedad. ¿Mi visión del mundo y de la vida? Trágica y trascendente. ¿Mi historia? De amor, de odio, de venganzas, de burlas y de ofensas. Me llamo Marcial Pérez Armel, resido en Madrid y tengo en muy alta estima el viejo concepto del honor.»

 Marcial es un hombre exigente, con don de palabra, y orgulloso de su formación autodidacta. Un día se encuentra con una mujer que no solo le fascina, sino que reúne todo aquello que le gustaría tener en la vida: buen gusto, alta posición, relaciones con gente interesante. Él, que tiene un alto concepto de sí mismo, es de hecho encargado en una empresa cárnica. Ella, que se ha presentado como Pepita, es estudiosa del arte y pertenece a una familia adinerada. Marcial necesita contarnos su historia de amor, el despliegue de sus talentos para conquistarla, su estrategia para desbancar a los otros pretendientes y sobre todo qué ocurrió cuando fue invitado a una fiesta en casa de su amada.

LUIS LANDERO

Landero_bigLuis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. Lluvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. En  El huerto de Emerson (2021) retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en invierno. Una historia ridícula (2022) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

“Hoy, Júpiter”, de Luis Landero

       «–Es curioso –dijo– que mi conflicto sea justo el contrario del tuyo. ¿Cómo decir? Tú estás viviendo una historia de amor. La mía, sin embargo, es la historia de un odio.»

Diecisiete años después de que un desconocido Luis Landero ganara el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa con su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), el escritor extremeño publicaba Hoy, Júpiter (2007), un libro en el que se describen dos historias paralelas que al final convergen.

Está protagonizado por Dámaso Méndez y Tomás Montejo, dos personajes cuyas vidas se acabarán cruzando. El primero crece en un medio rural, bajo la poderosa influencia de un padre exigente que le ningunea y que acabará depositando sus expectativas en otro muchacho con más talento que él.

    «La vida es sólo un soplo y un sueño, los años te atropellan, las edades vuelan, los imperios se desmoronan, cuando quieres darte cuenta hoy es ya mañana y mañana fue ayer. Te echas a dormir un rato, y al despertar descubres que se ha hecho ya tan tarde que no queda tiempo para nada, sólo para llorar la juventud perdida y hecha ya desperdicios. Así que si quieres llegar a algo, tienes que darte mucha prisa.»

El segundo protagonista, Tomás Montejo, es un profesor de instituto de Lengua y Literatura, que sueña con ser escritor y a quien la relación con una joven alumna vendrá a rescatarlo de la rutina.

     «Y a partir de entonces vivió ya para los libros. Sería lector, profesor, investigador, y quizá hasta escritor. Quizá sobre todo escritor. Una tarde se puso a escribir, redactó unas líneas y luego se detuvo sin saber cómo continuar pero sabiendo que tenía toda la vida por delante para consagrarla a esa misión, desde ahora sagrada.»

La novela es una historia de odio pero también de amor con una alta carga autobiográfica, apoyada en hechos y vivencias reales. Landero creció bajo la fuerte influencia de un padre que le responsabilizaba de todas sus frustraciones. Le exigía tanto que le abrumó. Le ponía ejemplos de otros muchachos con más habilidades que él, lo que le creó un fuerte sentimiento de culpa.

«Hay dos mundos que son las fuentes de donde manan mis demonios: mi infancia y mi adolescencia. Ambos me alimentan literariamente. Ésa es la semilla, pero lo demás es imaginario», señala el autor extremeño.

La novela está escrita con una excelente prosa que se adapta a las exigencias de los protagonistas y a las distintas situaciones de la historia. Destacan las bellas descripciones de ambientes y personajes de la infancia del escritor allá en su Extremadura natal y los guiños a ese mundo mágico tan presente en sus obras. En esta obra Landero adelanta algunos de los temas que más tarde desarrollaría en sus novelas El balcón en invierno (2014) y El huerto de Emerson (2021). En fin, otra buena novela del autor extremeño que desde aquí recomendamos.

     «En el verano se bañaban juntos en la alberca, pescaban con cestas y cribas en el regato cuando el cauce iba bajo, barbitos, bogas y bermejuelas, dormían en la era los días de la trilla, cogían almendras y hacían culebras de mazapán en Navidad, iban juntos a buscar cardillos, setas, espárragos, criadillas, a apañar aceitunas, a castrar colmenas, a cazar pájaros con red, a pescar ranas de noche con linternas, a buscar nidos, a lagartos, y entre todos hacían licor de moras y de guindas, o embotaban tomates y pimientos y confitaban frutas, y hasta el gato y los perros parecían participar de esos momentos que el trabajo en común hacía maravillosos. Y a él lo mandaba todo el mundo, trae esto, ve a por aquello, estate quieto, despluma esa perdiz, remángate el jersey, dame, toma, y a él le encantaba que lo mandasen, ser útil, agradar a todos, sentirse importante en la familia. Y lo que más le gustaba era hacer trabajos en cadena: uno partía con un martillo las almendras, otro separaba el fruto de la cáscara, otro les quitaba la piel, otro las machacaba en el mortero. Iban pasando las cosas de mano en mano, todos sentados en asientos bajos, cada cual en lo suyo pero siempre juntos y solidarios.»

SINOPSIS

Las vidas de Dámaso Méndez y Tomás Montejo corren paralelas, en principio sin otro parentesco que un fluir subterráneo de temas compartidos. La vida de Dámaso es la historia de un odio, cuyo origen se remonta a la adolescencia, cuando un joven de su edad le arrebató su lugar en el edén familiar y provocó el enfrentamiento y la violenta ruptura con su padre, un hombre deseoso hasta el delirio de redimirse de su propio fracaso vital a través de los éxitos perdurables del hijo. Desde entonces, Dámaso consagra su existencia a servir a esas dos pasiones excluyentes que son el odio y el afán de venganza. Por su parte, Tomás, profesor y escritor, joven solitario dedicado por entero a la pasión de los libros y del conocimiento, conoce un día el amor, y con él el desorden, por el que su vida tomará un rumbo imprevisto y tormentoso. Entre la comicidad y el dramatismo, ambos personajes crean con el barro de esas pasiones sus dioses, sus demonios, sus mundos de papel, y así van construyendo ese yo imaginario que hay en todos nosotros y que es el que con más verdad y hondura nos ilumina y nos define. Hasta que, a través de muy diversas peripecias, los destinos de Dámaso y Tomás se cruzan y se unen para urdir un desenlace compartido.

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    «Cuando comenzó a anochecer, Tomás Montejo no había abierto aún la carta. Su mente estaba en otro lado, en otro texto. Había sacado una carpeta sin estrenar para empezar a tantear una novela que se le había venido ocurriendo en los últimos días y que era como si ya estuviese escrita, un relato que en realidad eran dos historias entrelazadas, sacadas del barro mismo de la vida, y que eran la de Dámaso y la suya propia, unas cuatrocientas páginas, calculó, y de la cual tenía ya pensado hasta el título. Por la ventana entraba una leve brisa de verano. Miró al cielo. Aún no se distinguían las primeras estrellas. Sí, bueno o malo, aquél era su mundo, y ahora, como Ulises, después de algunas peripecias, regresaba finalmente a su hogar. Y aunque el dolor era mucho, tampoco la esperanza era poca.
     Tomó un lápiz, lo afiló a conciencia, y escribió la primera frase. Sí, allí empezaban para él las verdaderas aventuras.»

Ligera, velocísima, con mucho humor, pero también oscura, trágica, Hoy, Júpiter, la esperada novela con que Landero vuelve tras cinco años de silencio, participa del carácter de fábula y de narración irrefrenable que sólo un magnífico contador de historias como él puede hilvanar. Como una función de teatro, que se anuncia ante el público y en la que los personajes son como títeres de sus ilusiones y sus sentimientos, en Hoy, Júpiter, las vidas se trenzan y se destrenzan en torno al conflicto entre imaginación y realidad.

LUIS LANDERO

Landero_big Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. LLuvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. El huerto de Emerson (2021) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

Pepa Bueno en la Feria del Libro de Badajoz 2021

La periodista pacense Pepa Bueno firmó ejemplares y presentó este sábado 5 de junio en la Feria del Libro de Badajoz su libro titulado Vidas arrebatadas: los huérfanos de ETA.

Pepa Bueno en la Feria del Libro de Badajoz

El 11 de diciembre de 1987, José Mari tenía 13 años y su hermano Víctor, 11. Vivían con su familia en el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, que aquella madrugada voló en pedazos por un atentado de la banda terrorista ETA. Sus padres y su hermana de 7 años murieron. Pepa Bueno ha rescatado su historia en Vidas arrebatadas: los huérfanos de ETA, su primer libro y aunque reconoce el inmenso esfuerzo que le ha supuesto, porque ha tenido que compaginarlo con el enorme trabajo en directo en la radio, la satisfacción de haberlo terminado le ha generado cierta adicción que quizá la anime a repetir en esta preciada tarea. La obra narra la experiencia de dos huérfanos. «Yo tiendo a pensar que habrá muchos Víctor y muchos José Mari, pero es la historia de ellos dos y, pese a que es imposible olvidar el dolor que provocó ETA, no la tenemos muy presente, homenajeamos a los fallecidos pero la pregunta que trata de responder este libro es qué pasó con los que sobrevivieron, con los que siguieron sufriendo». La «sorpresa» que a ella le llevó a contar esta historia fue que estos dos niños crecieron en un «enorme desamparo, familiar, institucional, mucha soledad y mucho desconcierto, hasta llegar a nuestros días como dos hombres jóvenes que todavía hoy están buscando su lugar en el mundo».

La tragedia de un día. El drama de dos vidas. Dos niños inocentes sin el calor de una familia y sin la protección de las instituciones.

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«El 11 de diciembre de 1987 José Mari tenía trece años y Víctor, once. Residían con su familia en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. Poco después de las seis de la mañana el edificio voló en pedazos. Solo una pared quedó en pie. En ella se apoyaban las camas de los dos niños, que, tras la explosión, despertaron para encontrarse sobre un abismo de escombros. Aún no sabían que su madre, su padre y su hermana de siete años acababan de morir.

Con la serenidad del buen periodismo y emoción contenida, Pepa Bueno narra la historia de los dos hermanos, hoy jóvenes retirados que todavía luchan con sus fantasmas: «Cuando los focos se apagan, a las familias de las víctimas les toca seguir tirando, repartiendo de nuevo las cartas de la vida».

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

Pepa Bueno (Badajoz, 1963), licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, inició su carrera profesional en Radio Nacional de España. En 1991 se incorporó a Televisión Española y, desde 1996, presentó el programa Gente. En 2004, asumió la dirección y presentación del matinal Los desayunos de TVE. En 2008 pasó a estar a cargo de la edición y presentación de Telediario 2. Tras diecinueve años en la cadena pública, volvió a la radio para dirigir y presentar Hoy por hoy en la Cadena SER. En septiembre de 2019 se estrenó en Hora 25 (SER). En 2020 recibió el Premio Internacional de Periodismo Cátedra Manu Leguineche. A lo largo de su carrera ha sido galardonada con el premio Ondas, el premio Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos y el premio al Mejor Telediario del Mundo del Instituto Académico Media Tenor. Su firma puede leerse semanalmente en El País.

Conferencia de Pepa Bueno en la Feria del Libro de Badajoz

FUENTES

  • La Crónica de Badajoz