“El silencio de las sirenas”, de Adelaida García Morales

No hace mucho que leí Los últimos días de Adelaida García Morales, una novela publicada a finales de septiembre del pasado año 2016, en la que la escritora Elvira Navarro reconstruye, valiéndose de la ficción, la última etapa de la vida de la escritora pacense Adelaida García Morales, fallecida en septiembre de 2014, y conocida, sobre todo, por ser la autora de El sur, la novela que inspiró la famosa película del mismo nombre de Víctor Erice.

Después de acabar el libro, me quedé con ganas de leer alguna de las obras escritas por García Morales, y comencé por El sur seguido de Bene. El libro me resultó muy interesante, por eso decidí continuar con la lectura de otra de sus primeras novelas: El silencio de las sirenas.

Adelaida García Morales comenzó a escribir El silencio de las sirenas, título que procede de un cuento de Kafka, en 1979. Interrumpió su escritura en 1980 a causa de un problema familiar y no la reinició hasta 1985. Ese mismo año se publicó la novela, con una buena acogida por parte de críticos y autores reconocidos y obteniendo los premios de novela Herralde e Ícaro.

Como ocurriera en sus obras anteriores, Adelaida vuelve a escribir sobre temas muy de su gusto, como son la soledad, la pena, la muerte o el amor; destacando en ésta, el ideal de amor platónico que le inspiró el filósofo Eugenio Trías. María, una joven maestra que llega a una localidad de La Alpujarra, nos cuenta la extraña e intensa historia de amor que vive Elsa, una joven forastera que conoce en la aldea.

El libro está escrito en Capileira, un pueblecito situado en la comarca granadina de La Alpujarra, donde la autora se había trasladado a vivir con su entonces pareja, Víctor Erice. En las páginas de su novela, Adelaida refleja, de forma magistral, la dureza y la belleza de estas tierras, y el carácter huraño y hasta hostil de sus gentes. 

«Pero después, con el paso del tiempo, vi que estos pueblos que desde lejos, cuando te vas acercando a ellos, parecen dormir en las faldas de las montañas o encaramados en sus cimas, después, cuando de alguna manera te han hecho suyo, aunque sólo sea con esa dudosa aceptación que aquí tiene el forastero, levantan a tu alrededor un auténtico griterío. Poco a poco vas comprendiendo que esa aparente quietud puede ser cualquier cosa menos paz. Pasiones violentas mueven los hilos de esas vidas que en un principio parecían tan serenas. Detrás de sus miradas reservadas, hoscas, late siempre una desconfianza hostil, el recuerdo de un odio antiguo aún no olvidado, el amor imposible que destrozó la vida… Y poco a poco vas descubriendo en los ojos huidizos de estos aldeanos una indiferencia cruel, una curiosidad despectiva y, también, el dolor de muchas separaciones, el dolor de un pueblo que agoniza. Y empiezas a ver la enfermedad por todas partes, enfermedad que aquí no se cura porque no hay dinero para prolongar las vidas inútiles.»

Como ocurriera con El sur, Erice, también quiso adaptar esta novela a la gran pantalla, pero el proyecto no se llevó a cabo.

El silencio de las sirenas es una gran novela, escrita con gran sensibilidad y que se lee de un tirón. Muy recomendable.

SINOPSIS

En el ambiente misterioso de una perdida aldea de Las Alpujarras, donde parece flotar todavía la magia de los antiguos dominadores musulmanes, una joven forastera vive una extraña, desmesurada y desesperada historia de amor con un hombre al que apenas conoce y que reside en la lejana Barcelona. Éste es, en síntesis, el hilo narrativo de El silencio de las sirenas, la obra ganadora del III Premio Herralde de Novela.

Aunque el personaje central y su pasión sean sublimemente románticos, Adelaida García Morales cuenta esta historia por medio de la voz interpuesta de María, la maestra del pueblo, lo cual le permite establecer una medidísima relación de distancia y, a la vez, complicidad con los hechos contados y demuestra que es cierto lo que ya se intuía tras la lectura de El Sur seguido de Bene: que nos encontramos ante una narradora, de una sensibilidad exacerbada, dotada de un talento muy personal. Con esta historia apasionada, Adelaida García Morales no sólo confirma la calidad de su obra, sino que da un paso adelante que la sitúa entre las más interesantes revelaciones de la narrativa española de los años ochenta.

«Si El Sur, aquel maravilloso e inquietante relato, anunciaba una nueva presencia en nuestra literatura más reciente, El silencio de las sirenas no hace sino confirmar la solidez de un estilo, la naturalidad narrativa de esta autora» (Amalia Iglesias, El Correo Español-El Pueblo Vasco).

ADELAIDA GARCÍA MORALES

Adelaida García Morales, nació en Badajoz en 1945, pero se crió en Sevilla, de donde eran sus padres. Se licencia en Filosofía y Letras en 1970 en Madrid y allí también estudia escritura de guiones en la Escuela Oficial de Cinematografía.

Trabajó como profesora de secundaria de lengua española y filosofía, fue modelo, actriz, formando parte del grupo de teatro Esperpento, y traductora en Argelia. Vivió durante cinco años en La Alpujarra, Granada.

Comienza a escribir El silencio de las sirenas en 1979. El Sur, su obra más famosa, la comienza en 1981, año en que gana el Premio Sésamo con Archipiélago, y el director Víctor Erice la convierte en una película en 1983. Su siguiente novela Bene, obra complementaria de El sur, se publica junto a esta en 1985. Y en ese mismo año publica El silencio de las sirenas, que obtiene los premios de novela Herralde e Ícaro. Posteriormente publicó La lógica del vampiro (1990), Las mujeres de Héctor (1994), Mi tía Águeda (1995), cuya protagonista es una mujer que rememora una infancia marcada por la muerte de su madre y los años pasados bajo la tutela de su intolerante y desabrida tía, y Nasmiya (1996). También en 1996 publicó Mujeres solas, su único volumen de poesía, al que siguieron los cuentos El accidente (1997) y La carta (1998), que formaba parte de la obra colectiva Vidas de mujer, las novelas La señorita Medina (1997) y El secreto de Elisa (1998), El legado de Amparo, cuento incluido en Mujeres al alba (1999), las novelas, publicadas en 2001, Una historia perversa y El testamento de Regina, y el cuento La mirada, incluido en Don Juan (2008)

Las creaciones de la autora se ajustan a los modelos de la literatura femenina, en el sentido de que los hombres ocupan un lugar secundario en el mundo íntimo de los personajes principales, casi siempre mujeres, que indagan en sus recuerdos con objeto de recuperar una identidad genuina, plena e independiente. En ocasiones, como ocurre en Nasmiya, se trata de un combate denodado por el reconocimiento de sus derechos: la protagonista, casada con un musulmán y convertida al islamismo, se enfrenta a su marido y al universo cultural que representa cuando aparece en el hogar una segunda esposa.

Falleció en 2014 de una insuficiencia cardíaca en Dos Hermanas, Sevilla, donde residía junto a uno de sus hijos.

«Adelaida no fue una persona común; tampoco una fantasmagoría. Logró cierta fama literaria, aunque efímera. Escribió siempre desde un dolor verdadero. Su herida primordial era muy profunda, venía de lejos. Nunca logró integrarse en la sociedad de su tiempo, y eso la honra. Vivía en precario en todos los planos de la existencia. Lo sé porque convivimos durante mucho tiempo; también porque, tras nuestro divorcio, me mantuve siempre próximo a ella.»

Victor Erice

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

  «… La muerte me amenaza desde todas partes. ¡Qué escándalo envejecer y morir! El sonido del viento siempre me lleva muy lejos y me ayuda a descansar, como cuando era niña. Ni siquiera el Dios único tiene poder para acercarte a mí. O quizás sólo se lo impida la indiferencia. El mundo parece ser el mismo en todas partes, pero no es así. Pues aquí, en esta aldea, marginada de la historia y lejos de los que rigen los destinos humanos, me parece haber caído en un mundo otro, enigmático y cruel. Aquí pasan los días las hojas de un libro. Tengo la impresión de estar tocando ya el final con una mano. Soy demasiado débil y mi desesperanza, en cambio, es demasiado grande para esta soledad de las montañas. Me siento subida a una extraña plataforma aérea, lanzada ya hacia la muerte. Y tú, Agustín, me destruyes. Mira cómo me haces enfermar: débil por ti, enloquecida por ti, que sólo me das tu silencio. Pero ya he aprendido a escuchar tu voz sin que me hables, y eso es lo peor. Pues ahora sé que tu silencio no es silencio, ni tu indiferencia, indiferencia. O quizá sólo sea mi esperanza disparatada que me hace inventar un fantasma, tú, con los sentimientos que deseo.»  
[…]
    «Elsa, atrapada en lo que en un principio quizá fuera sólo un juego, había perdido el control. Ahora se hallaba inmersa en un marasmo que la sobrepasaba, enredada en una red que ella misma había tejido pero que ya ni siquiera lograba comprender. Por primera vez me preocupé seriamente y advertí la gravedad de la situación. Ensayaba a solas diferentes discursos para hacerle reflexionar, pero durante los momentos en que me hallaba junto a ella no era capaz de decir ni de pensar nada. La intensidad de su dolor, de su desesperanza, de su amor, todo a un tiempo, me abrumaba. La suya era una historia fracasada ya desde el principio. En ningún momento observé en ella el menor interés en que aquello, fuera lo que fuese, alcanzara alguna manera de éxito. Parecía que su único deseo era el de contemplar, el de ser espectadora de una historia de amor supuestamente suya. Algo así como tirarse al agua sin mojarse.»