“Canto yo y la montaña baila», de Irene Solà

«Sió, tienes los ojos tan azules que nadan peces en ellos».

Canto yo y la montaña baila (Canto jo i la muntanya bala, en su versión original en catalán) es la segunda novela de la poeta, escritora y artista plástica barcelonesa Irene Solà, publicada en 2019. Se trata de una novela que reinterpreta la vida en un escenario entre montañas, situado entre Camprodon y Prats de Molló (Ripollès), en los Pirineos. El relato polifónico de un espacio rural contado desde la voz de todos aquellos que habitan en la montaña. Escrito desde todas las perspectivas posibles: la de las personas que viven o pasan por allí, los animales, las setas, las brujas, las nubes, los muertos, las ninfas de agua e incluso la propia montaña.

La autora catalana ha comentado que quería escribir una novela “que se explicara a través de todas estas voces, pero también me la quiero imaginar como una novela que mire el paisaje como si estuviera cubierto de capas, de estratos geológicos que son las cosas que han pasado sobre el territorio. Son los rastros que han quedado de todos los que han vivido y también la capa de magia o de literatura que se sitúa sobre los lugares, como las leyendas o las canciones».

Una almorzada de historias, bien contadas, que combina leyendas y cuentos populares catalanes con la imaginación, la creatividad y el buen hacer de su autora. El resultado es una novela muy original, atrevida y algo irreverente que te engancha y te cautiva. Muy recomendable.

La novela, que ha sido muy bien recibida por la crítica y el público, ha sido galardonada, hasta el momento, con el Premio Anagrama de Novela en catalán 2019, el Premio Punt de Libre de la revista digital Núvol 2019, el Premio Cálamo 2019 en la categoría «Otra Mirada» y el Premio de Literatura de la Unión Europea 2020.

    «Blanca dice: tengo miedo. Y la señora que sabe de partos dice: no tengas miedo, y lo dice con seguridad y severidad, y Blanca aprieta. La mujer se arrodilla detrás de Blanca y se queda allí quieta, con las dos manos debajo de su vientre. Un brazo por delante, el otro por detrás del culo redondo y lleno de Blanca. La mujer pone las manos en el manantial por el que sale la vida, como si recogiera uvas, como si cogiera agua a almorzadas, y entonces sale la cabeza entera. Respira, respira, le dice, que ahora vienen los hombros».

SINOPSIS

Primero llegan la tormenta y el rayo y la muerte de Domènec, el campesino poeta. Luego, Dolceta, que no puede parar de reír mientras cuenta las historias de las cuatro mujeres a las que colgaron por brujas. Sió, que tiene que criar sola a Mia e Hilari ahí arriba en Matavaques. Y las trompetas de los muertos, que, con su sombrero negro y apetitoso, anuncian la inmutabilidad del ciclo de la vida.

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     «Una quiere dejar de vivir. Pero entonces la obligan a vivir. Los niños gritan y la obligan a vivir. El viejo tiene hambre y reclama. Los del pueblo le llevan judías y calabacines solo para obligarla a vivir. Y una deja de ser mujer y se convierte en viuda, en madre. Una deja de ser el centro de su vida, deja de ser la savia y la sangre, porque la han obligado a renunciar a cuanto quería. Tíralas aquí, tira las cosas que deseabas, aquí, en medio del camino, en esta cuneta, todo lo que pensabas. Las cosas que amabas. Ya ves, con lo poquita cosa que eran. Le hacen a una desear una vida pequeña. Este hombre y esta montaña. Una vida raquítica como una piedrecilla bonita. Una vida que quepa en un bolsillo. Una vida como un anillo, como una avellana».

Canto yo y la montaña baila es una novela en la que toman la palabra mujeres y hombres, fantasmas y mujeres de agua, nubes y setas, perros y corzos que habitan entre Camprodon y Prats de Molló, en los Pirineos. Una zona de alta montaña y de frontera que, más allá de la leyenda, conserva la memoria de siglos de lucha por la supervivencia, de persecuciones guiadas por la ignorancia y el fanatismo, de guerras fratricidas, pero que encarna también una belleza a la que no le hacen falta muchos adjetivos. Un terreno fértil para liberar la imaginación y el pensamiento, las ganas de hablar y de contar historias. Un lugar, quizás, para empezar de nuevo y encontrar cierta redención.

IRENE SOLÀ

xthumb_27031_autores_ficha.jpeg.pagespeed.ic.GOYwUPTJemNacida en 1990 en Malla, Barcelona, Irene Solà se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, especializándose en la de Sussex en Literatura, Cine y Cultura Visual. Colabora con medios como La Vanguardia y ha participado en el programa Writers Art Omi-Ledig House de Nueva York.

Solà es autora tanto de poemarios como de novelas. Con Bestia, un libro que recoge algunos de sus poemas, fue galardonada con el Premio de Poesía Amadeu Oller, traduciéndose al inglés, al italiano y al castellano.

También con sus novelas, Los diques y Canto yo y la montaña bailaSolà fue gratamente aclamada por la crítica y el público.

“Maquila”, de Rafael Cabanillas Saldaña

Tras la exitosa y extraordinaria trilogía En la raya del infinito, que se inició con Quercus (2019), siguió con Enjambre (2021) y culminó con Valhondo (2022), tres magníficas novelas que han sido muy bien acogidas por el público y por la crítica, Rafael Cabanillas Saldaña vuelve con Maquila (2023). Una magnífica novela que complementa la trilogía, pues, aunque parte de la acción transcurre en el mismo espacio literario, el de los Montes de Toledo, en este nuevo libro, los personajes bajan de la sierra y se dirigen al llano y a la capital, descubriéndonos nuevas sensaciones y vivencias.

    «Durante veinte años de mi vida, de los veinticinco a los cuarenta y cinco, que es mi edad cuando escribo estas letras, me dediqué a resucitar el molino del abuelo Maquila. Resucitarlo a medias, pues, aunque en un principio pensé en restaurarlo miméticamente y ponerlo en funcionamiento según los planos y las explicaciones del tío Cosme, pronto desistí de mi ilusión y mi empeño. Esos pájaros que se escapaban volando al menor descuido, matando mis sueños. Liberándome del contagio de su locura –pájaros locos de nuevo–, al llevarse por el aire mis ilusiones, mis deseos, para dejarme solo, abajo, con los pies en el suelo».

En ella, el escritor toledano nos cuenta, de manera magistral, la titánica labor de Manuel, el principal protagonista de la novela, bibliotecario de la Biblioteca Nacional en Madrid, que a lo largo de 20 años va reconstruyendo pacientemente el derruido molino de agua heredado de su bisabuelo, el tío Maquila. Durante ese tiempo, el viejo molino va volviendo poco a poco a la vida, mientras la madre del protagonista y el tío Justo, un viejo cabrero de 86 años con el que Manuel entabla amistad, se encaminan al final de sus días.

El tío Justo, el último pastor del valle de Navatrasierra, es todo un superviviente que se resiste a renunciar a una forma de vida, plena de sabiduría y apegada a la tierra, en la que cree firmemente. Gracias a su amistad con él, que le va contando cómo era la vida de sus ancestros en esas tierras, Manuel irá reconstruyendo su propia memoria y la de su familia.

Según el propio autor, la idea para escribir este libro surgió de las largas conversaciones mantenidas con un viejo cabrero de casi 90 años, habitante de un valle de los Montes de Toledo, que le habla del progresivo deterioro de la naturaleza y de la rápida extinción de especies que se está produciendo en su entorno. Como el ciervo volante, el fascinante escarabajo que ilustra la cubierta del libro.    

Rafael Cabanillas vuelve a poner voz a aquellos hombres y mujeres silenciados de una tierra que se ha ido poco a poco vaciando, y reflexiona sobre la desaparición de una cultura milenaria y de unos conocimientos transmitidos de generación en generación. Una tierra que le ha servido de fuente de inspiración y que conoce muy bien porque se ha criado, ha vivido y ha trabajado en ella.

Pero el libro es mucho más. Constituye un hermoso y sentido homenaje a la memoria de su madre, fallecida en plena pandemia y con Alzheimer, sin apenas poder despedirse de su familia. Una mujer admirable que le inculcó su amor por la lectura y por los libros. Por ella ha escrito este libro. Para cambiar y tratar de hacer menos cruel, mediante la ficción, esa muerte que su madre no se merecía.

     «Está peor. Se va apagando, ciertamente, es lo esperado, pero se apaga con un sufrimiento que no le corresponde. Que no se merece. Un sufrimiento atroz. Que no es suyo. Un dolor que acepta sin una queja, tapándose los oídos y soltando unas lágrimas. Ese dolor sin queja, ese dolor aceptado, es más despiadado e implacable que ningún otro. Porque nadie puede asegurar cuál es su nivel de sufrimiento. ¿Cuánto duele, madre, lo que te estamos haciendo?»

Maquila me ha parecido una novela de lectura emotiva y muy recomendable. Plena de sensibilidad y de una enorme calidad literaria. Con un final redondo. Escrita con una prosa precisa y potente que dibuja al detalle el paisaje y los seres que se desenvuelven en él. Una prosa preñada de palabras que huelen a tierra, a tomillo, a jara, a arrayán, a hierba recién cortada. Una novela deliciosa que puede leerse de una sentada, pero que recomiendo leer poco a poco y sin prisas para disfrutarla como se merece. Gracias, Rafael, por escribir tan bien, y por abrirnos ese enorme corazón.

    «En este libro quería bajar de la sierra al llano. Tirarme al “anchurón cósmico”, el barbecho de tierra roja, las rastrojeras amarillas, las cebadas de primavera, las perdices, las avutardas, las palomas zuritas y las torreras. Mi infancia. Las cebadas de la primavera de mi infancia. Describir esos chozos del llano. Esa estepa donde el polvo del viento solano, unido al calor tórrido y a la calima, vuelven loco a cualquier ser humano. Incluyendo a Don Quijote».  Rafael Cabanillas 

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

Maquila: Dícese de la porción de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda.

Así define este término el Diccionario de la Real Academia Española. El mismo que da nombre a la nueva y magnífica novela de Rafael Cabanillas Saldaña. Una obra que confirma la extraordinaria calidad de su escritura, ya mostrada en la exitosa saga En la Raya del Infinito que componen las obras Quercus, Enjambre y Valhondo, con las que Maquila enlaza, al tiempo que explora nuevos territorios, temáticas y vivencias.

Todo en Maquila es sensibilidad a flor de piel. Denuncia, aviso y compromiso ante un mundo que se desvanece, como también lo hace la vida de los seres más queridos del protagonista de este relato.

Porque ese antiguo pago que el molinero recibía por su trabajo se transforma en la novela en una deslumbrante metáfora; en la sisa que la vida se cobra en su decurso; en el dolor de la pérdida, pero también, en el soplo regenerador de la esperanza, rasgo inseparable de todo el quehacer literario del autor.

Con admirable maestría Cabanillas vuelve en Maquila al singular espacio de sus anteriores narraciones, a ese topos azotado por el abandono, la pobreza, la injusticia y el desamparo. Y, al mismo tiempo, se adentra en su mundo más íntimo y personal, allí donde habitan sueños y decepciones, anhelos y derrotas, recuerdos dulces y amargos, hasta componer, en insólita armonía, una obra arrebatadora, que agita el corazón y avienta el alma.

       «Los escarabajos gordos, esos con cornamenta de ciervo o cuerpo de rinoceronte, que antes volaban a la luz de las farolas y las linternas, ya no queda ni uno. Se han extinguido. Los insectos más grandes y vistosos del planeta nos han abandonado. No se han ido, es que están muertos. Extinguidos de este valle mágico de robles y quejigos. Cuando tiene cien mil veces más valor uno esos escarabajos con cabeza de ciervo que cualquiera de sus inventos modernos. Los inventos de los hombres del falso progreso. La gran mentira».

Portada

   Maquila es una novela excepcional, que a ningún lector dejará indiferente y en todos afirmará la certeza de encontrarse ante un texto imperecedero. De esos que, venciendo el paso inexorable del tiempo, por su verdad, por su belleza, perdurarán en la memoria. Al que siempre retornar para hallar el latido y la guía que solo puede aportar la gran literatura.

MAQUILA

 Rafael Cabanillas nada a contracorriente o, siendo más preciso, camina. Para empezar, sus personajes recorren a pie el valle de Navatrasierra, la clase de lugar en el que la literatura no suele detenerse. No desde luego con su precisión, su hondura y su emoción. Con sus idas y venidas esos personajes nos muestran un espacio natural riquísimo y un no menos rico catálogo humano. Nos hablan de un tiempo fundacional, de una forma de estar en el mundo donde la naturaleza todavía es el medio en el que el ser humano se desenvuelve, se expresa y crea. Donde el contacto con el clima, los árboles y los animales es aún directo y esencial. Es decir, nos habla de un futuro necesario.

 Rafael Cabanillas escribe a la contra al tomar partido por una realidad y un tiempo que el centro urbano, con su poder y su altavoz, ha dejado tradicionalmente de lado, pero que está en el origen de muchos de nosotros. Como escribe María Sánchez en Tierra de mujeres, la España vacía no está vacía: está llena de personas con cosas importantes que enseñarnos. Y Rafael Cabanillas ha decidido darles voz con su escritura. A ellos y a ellas, a los que cada vez prestamos más atención gracias, entre otros, a empeños como el suyo.

 Con su exitosa trilogía, que comienza con Quercus, continúa con Enjambre y culmina con Valhondo, ya dejó claro cuál era su territorio narrativo y emocional. En Maquila sigue explorando las escondidas sendas por donde pocos escritores han ido. Y lo curioso es que no lo hace para descubrirnos un mundo nuevo, sino uno conocido pero que habíamos olvidado. Gracias, Rafael.

Jesús Carrasco. Autor de Intemperie.

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es director y guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021), ya en su 2ª edición, es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la tierra y los pueblos. “Su escritura es la prolongación natural de Cela, Delibes y Saramago”.

Con Valhondo (2022), se cierra esta exitosa trilogía, en la que el autor se desnuda ante sus lectores como nunca antes lo había hecho.

Maquila (2023) es su última novela.

El interés de los lectores por estas obras ha propiciado también la creación de las rutas literarias Quercus, Enjambre y Valhondo en Los Montes de Toledo. Concretamente en el Parque Nacional de Cabañeros y en Anchuras.

“Valhondo”, de Rafael Cabanillas Saldaña

Valhondo (2022) es la última novela del escritor y maestro toledano Rafael Cabanillas Saldaña con la que culmina la trilogía En la raya del infinito, que inició con Quercus (2019) y siguió con Enjambre, tres magníficas novelas que comparten el mismo espacio literario. El de los Montes de Toledo, una cordillera de 350 kilómetros que se extiende desde Extremadura a Albacete y Sierra Morena, y que alberga una cultura milenaria que él quería dar a conocer y poner en valor.

Valhondo (el pueblecito toledado de Robledo de Buey en la no ficción) es, según el propio autor, una pequeña aldea situada en el fondo de un valle de los Montes de Toledo lleno de humo y niebla, lo que lo convierte en un lugar mágico e irreal donde pasan cosas que no ocurren en ningún otro sitio. Una aldea de apenas 200 habitantes, con oficios tales como cabreros, carboneros, leñadores o mieleros. En la que abundan los guardas y los cazadores furtivos. De solo cinco calles, sin plaza, sin iglesia, en la que la única casa que tiene agua corriente es la del maestro y con una escuela unitaria en la que se celebran los actos sociales y religiosos de la localidad.

La novela nos acerca a la historia de un maestro de apenas 20 años que es destinado a esta escuela para hacerse cargo, él solo, de todos los alumnos del pueblo: 25 chavales con edades comprendidas entre los 4 y los 16 años. En su tarea contará con la inestimable guía de León Tolstói y de su libro La escuela Yasnaia Poliana –La escuela del Claro del Bosque–, donde el escritor ruso intentó poner en práctica su ideario pedagógico, humanista y liberal, lleno de amor al pueblo y de respeto por la naturaleza.

    «¿Y qué esperaba yo de mis chicos de Valhondo? ¿Que aprendieran cuatro cosas forzadas que olvidarían al otro día de abandonar la escuela? ¿O inculcarles el valor de su libertad, de no perder nunca la dignidad, y facilitarles los mecanismos para seguir aprendiendo durante toda la vida? Aprender a aprender. Inventar la curiosidad que les llevará al descubrimiento de la verdad. ¿Acaso no hay mayor mérito que un niño pobre, un pobre en este abandono, entienda que la formación, la escuela, es la mejor arma para salir de la miseria? Serían pastores, guardas, leñadores, pero no los mismos que hasta entonces. Sin lugar a dudas, Tolstoi había escrito ese libro para el maestro de Valhondo. Un libro escrito para nosotros.»

Y escoge el procedimiento de enseñanza más trabajoso para él, pero el que más pueda satisfacer a sus alumnos. Sin apenas recursos y medios, tratará de sacar de ellos lo mejor de cada uno, de inculcarles el gusto por la lectura, y de despertarles la curiosidad y las ganas de aprender. Consiguiendo, además, implicar cada día más a los padres y resto de vecinos en las actividades y proyectos de la escuela. Al tiempo que él también se va comprometiendo cada vez más en los problemas de sus vecinos.

«La escuela de Valhondo dando luz a la montaña. Un faro para la oscuridad de la tierra quebrada.» 

Valhondo es con mucho la obra con más carga autobiográfica de la trilogía, la más personal, la más emotiva y la más bella. Un libro que desprende amor por los alumnos y un fuerte compromiso con la profesión por parte de este maestro que llegó para sembrar la luz de la esperanza y del conocimiento en esa tierra abandonada de Dios y de los hombres.

Con una prosa potente y muy sensorial, que nos empapa de sensaciones y de sentimientos, Cabanillas nos cuenta las peripecias vitales de la gente humilde y sencilla de estas tierras y nos hace disfrutar de las maravillas de estos valles y estas sierras como si estuviésemos allí.

Un libro de lectura deliciosa, con un esperanzador final y que todos los educadores deberían leer. Absolutamente recomendable.

    “Escribir para dar a entender y sacar a la luz lo que duele, para documentar la vida, explicar el estado de las cosas. Escribir para poner voz a los mudos, a los silenciados, a los que nunca pudieron hablar y son, paradójicamente, la gente buena que con su corazón noble y hermoso mueve este planeta. Eso es la trilogía».

                    Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

Primero fue Quercus, conmovedora desde su mismo arranque, valiente, brutal, desgarradora y, al mismo tiempo, emotiva, inmensamente bella, acogida por sus lectores con verdadero entusiasmo.

A continuación, llegó Enjambre, donde palpita la misma pulsión de su antecesora, idéntico compromiso y una insólita sensibilidad que la convierten en la obra delicada y exquisita que tantos aprecian. Con ese sentimiento nostálgico por una forma de vida que desaparece, que se nos escapa de las manos.

Y finalmente, Valhondo, el más brillante de los cierres posibles de esta extraordinaria trilogía que permanecerá en la memoria constante de cuantos a ella acudan. Porque allí encontrarán siempre las voces y los ecos de unos lugares, de unos hechos, de unas gentes que son nuestra raíz, nuestro legado y nuestro ejemplo

Con apenas veinte años, un joven maestro es destinado a Valhondo, la pequeña aldea que, escondida en lo más profundo de la sierra y envuelta casi permanentemente en niebla, parece aislada de la civilización. 

Un mundo aparte, donde le esperan los alumnos de su escuela unitaria: veinticinco chavales de todas las edades para él solo. Demasiada tarea para sacar esa escuela adelante. Si lo consigue, es gracias al escritor León Tolstói y a su libro La escuela Yasnaia Poliana –La escuela del Claro del Bosque–, todo un modelo educativo basado en la cooperación y en el deseo de despertar el placer compartido de aprender. 

Los alumnos de Valhondo son hijos de humildes leñadores, pastores de cabras, corcheros, mieleros… y, muy especialmente, guardas de grandes fincas y cazadores furtivos. Los de estos últimos se aman inocentemente, pero los padres se odian a muerte. La sierra es el paraíso terrenal, es cierto, pero no la Arcadia soñada. Porque la paz y la armonía de la naturaleza, los humanos, con sus miserias, de golpe pueden quebrarlas.

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    «Llegué a Valhondo el 1 de septiembre del año 1982. Era miércoles y yo, desde ese día, desde ese preciso momento, era el maestro de su escuela. Una escuela unitaria con un único maestro para veinticinco muchachos. En el pueblo no había plaza. Tan solo cinco calles, con sus casas bajas que daban cobijo a sus doscientos moradores. Varias hileras de casas. Unas de teja, otras de pizarra. No había plaza, porque bastante tenían con haber ido colocando las casas en línea recta, una tras otra, hasta completar la calle, hasta completar la cuesta. Un solarcito mínimo para construir tu casa y un corral abierto al aire y al monte, al azul del cielo y al verde del bosque. Casita pequeña, corral inmenso. Como para pensar en plazas. Por no dejar espacio, ni siquiera dejaron un hueco para construir la iglesia. Valhondo… sin iglesia. Apóstatas de la sierra. O Dios se había olvidado de ellos o, de puro abandono y pobreza, para el señor obispo esta feligresía no existía. Feligresía de pasto – res, corcheros, mieleros y leñadores. Guardas y cazadores furtivos. ¿Entonces, el funeral de un muerto? A la escuela. ¿Bodas, bautizos y comuniones? A la escuela. Siempre a destiempo, a desmano; que, si me apuras, al muerto se le escapaba ya el olor a muerto, de tanto esperar al señor cura para el entierro.»

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

1560326503_714489_1560326655_noticia_normal_recorte1Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es director y guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021), ya en su 2ª edición, es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la tierra y los pueblos. “Su escritura es la prolongación natural de Cela, Delibes y Saramago”. Con Valhondo (2022), se cierra esta exitosa trilogía, en la que el autor se desnuda ante sus lectores como nunca antes lo había hecho.

Tierra vieja”, de Antonio Pérez Henares

«No somos más que nadie, pero menos que nadie tampoco»

Tierra Vieja es la última novela del escritor y periodista de Guadalajara Antonio Pérez Henares, publicada en 2022. Se trata, sin duda, de su obra más personal y que está escrita desde el corazón.

En esta novela histórica, Pérez Henares, hijo, nieto y bisnieto de labradores, nos traslada a las fronteras de la extremadura castellana de los siglos XII y XIII y nos muestra la vida de la gente del pueblo, sencilla y trabajadora que, con una mano en la lanza y la otra en la estiba del arado, crearon y consiguieron el objetivo de perseverar en esa tierra, ensanchando los límites de Castilla y León.

   «En esto último era donde quería estar, y cuanto antes, el Juanillo y en lo primero andaban el Julián y el Valentín. Pero en realidad estaban todos en lo mismo. Con una mano en la estiba del arado y la otra en la empuñadura de una lanza. En no pocos casos, y dependiendo de la estación o la necesidad, era el mismo quien, según tocaba, estaba en las dos cosas. Labrar la tierra y combatir por mantenerla y ensancharla.»

Para escribir esta historia, el escritor alcarreño ha vuelto la vista a la tierra que le vio nacer, de la que se siente muy orgulloso, y considera que de esta manera ha pagado la deuda que tenía con las gentes y con los pueblos de estas tierras.

«Hay un canto a la tierra. Yo soy hijo, nieto, bisnieto de labradores. He visto segar a mano, arar con arado, con mulas. Una oda al respeto que se debería ofrecer a esta profesión y los lugares que algunos consideran, erróneamente, la España vaciada.

Tierra Vieja pone en valor la vida en rural ante una visión urbana sobre la tierra totalmente paternalista y soberbia. Desde la urbe dan lecciones de cómo se tiene que vivir en el campo, no hay respeto hacia gente que cuida todo un territorio», ha afirmado el escritor y periodista alcarrreño.

  «La vida del labrador era eso, un acabar para empezar. Cuando se salía de eras y se metía en los atrojes la cosecha, había que ponerse a preparar la nueva siembra. Parar lo que se dice parar solo se paraba por obligación o porque el tiempo no dejaba salir al campo. Entonces se aprovechaba para remendar lo que se había ido rompiendo y no se tuvo tiempo de componerlo, hacerse con aquello que se había echado de menos o limpiar un rincón o trasladar algo de sitio. La lluvia, además de ser bien recibida, proporcionaba aquellos ratos más sosegados y hasta había tiempo para quedarse apoyado en un quicio y a cubierto, y ver caer el agua. Fuera en las cuadras, en el zaguán o en la fragua, los días metidos en agua también servían para descansar por mucho que se aprovechara para poner una herradura, enderezar una telera del arado, zurcir un tirante de la yunta, repasar una collera o curarle a la mula un rasponazo. Y ver llover. Que era bonito ver llover bajo techado.»

Una historia escrita con una magnífica prosa y en la que utiliza un vocabulario muy rico, en el que abundan los términos propios de las faenas agrícolas. Apoyada en un gran trabajo previo de documentación histórica, refleja muy bien cómo era la forma de vida en los difíciles años de la Reconquista y repoblación de los territorios de la extremadura castellanaEn fin, estamos ante una buena novela, que se lee con ganas.

COMENZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

España nunca quedará vacía mientras recordemos su historia.

Se han contado los relatos de los reyes, de los nobles, de las batallas y de los grandes guerreros, pero quienes repoblaron la tierra yerma fueron hombres y mujeres que, con una mano en la estiba del arado y la otra en una lanza, arriesgaron sus vidas por repoblar las tierras perdidas. Entonces, cuando una peligrosa tropa acechaba —y junto a ella la muerte— ellos dibujaron las fronteras que hoy heredamos.

   «Era una tierra vieja. Desde luego que lo era. Había sido roturada ya antes. Había sido hendida por el arado, descuajados los chaparros, desbrozado el arbusto, tirado el surco, sembrado el trigo y plantada la vid y la higuera. Pero luego, una y otra vez, habían llegado el hacha y el fuego. Había sido talada, arrancada la cepa de raíz y socarrada. Baldía de nuevo y vuelta a ser cultivada después para volver a ser arrasada hasta la entraña. Pero, aun así, algo había quedado en ella, algo que siempre pugnaba por rebrotar. Y los hermanos lo habían sabido hallar y ayudado a renacer.»

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   «—Nos la hemos ganado, Antonio. Nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros. Es nuestra tierra. Nos pertenece.
    El Pequeño asintió a las palabras de su hermano mayor.
    El Antonio tardó en contestar. También lo hizo asintiendo con la cabeza a lo dicho por su primo, pero luego añadió con la boca:

     —Pero no, Jesús. Somos nosotros quienes le pertenecemos a ella.»

En esta novela de prosa evocadora y exhaustivo rigor histórico, Antonio Pérez Henares nos traslada, a galope entre el siglo XII y el XIII, a las fronteras de la extremadura castellana por las sierras, las alcarrias, el Tajo y el Guadiana. A través de sus personajes —cristianos y musulmanes, campesinos y pastores, señores y caballeros—, nos muestra la historia de los que sembraban y segaban, de los que levantaron las ermitas e hicieron brotar pasiones, amistades, rencores, pueblos y vivencias. Aquellos que dieron humanidad a la tierra y se convirtieron en la semilla de nuestra nación.

Esto es Tierra vieja y ellos, sus héroes

ANTONIO PÉREZ HENARES

perezhenaresAntonio Pérez Henares es autor, entre otras obras, de las novelas La tierra de Álvar Fáñez y El rey pequeño, de la Tetralogía Prehistórica, compuesta por NublaresEl hijo de la garzaEl último cazador y La mirada del lobo, así como de La canción del bisonte. En 2020 publicó Cabeza de Vaca, una recreación de la fascinante vida y epopeya de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que obtuvo un gran reconocimiento de la crítica y los lectores.

Ejerce el periodismo desde los dieciocho años, cuando comenzó en el diario Pueblo. Fue director del Tribuna y director de publicaciones de Promecal. Ahora colabora puntualmente en un buen número de periódicos, pero hace un tiempo decidió dejar de participar en las tertulias televisivas donde había obtenido gran notoriedad.

“Enjambre”, de Rafael Cabanillas Saldaña

«Triste paradoja la de esta tierra, llamarse Enjambre y estar vacía.»

Tras el éxito de su anterior novela, Quercus, el escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña nos regala otra espléndida novela: Enjambre, la segunda parte de una trilogía sobre la tierra vacía situada en los Montes de Toledo.

Enjambre es una pedanía, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en una zona situada entre las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo y Extremadura, en la que solo han quedado dos familias, que, para más inri, no se hablan, la de Tiresias, hijo único del tío Jacobo y de Remigia, y la de Eustaquio y Encarna.

Tiresias, el protagonista de la novela, es un chico que nació enfermizo, con aparente retraso mental y medio ciego.

    «Cuenta la tía Remigia que estando a boca de parir, con la madre ya a punto de dilatarse, soñó que se le aparecía una especie de hechicero, brujo o encantador, llámalo como te apetezca, envuelto en un resplandor, que le dijo: ¡Remigia, el muchacho que vas a parir se llamará Tiresias! Nombre que confundió a la tía Remigia y más al tío Jacobo, cuando le relató el sueño, pues era un nombre jamás oído en esas tierras.

    Le pusieron Tiresias y el muchacho les salió lelo, o digamos, raro. Algo difícil de determinar. El Tiresias, el pobre, un retrasado. Un niño enfermizo y escuchumizado que no se murió de milagro. Un ser extraño. Después de tanto arriesgar con el nombre. Que parecía que nos iba a traer un don divino, un pan debajo del brazo, y mira como nos ha salido.»

El joven, analfabeto porque no pudo asistir a una escuela que clausuraron cuando él era apenas un «cagón de cuatro años», se dedica a pastorear las cabras de la familia por las sierras que rodean la aldea. Siempre con su radio, del tamaño de un ladrillo y que funciona con dos pilas de petaca, al hombro. Y que gracias a esa radio y al teléfono que les puso el alcalde de Anchuras para que lo utilizasen las dos familias de la pedanía, encuentra una ventana al mundo exterior.

Mientras pasa el día en el monte con sus animales, Tiresias anhela que llegue la noche para poder escuchar la sensual voz de Sophia Bayker, la locutora de radio que parece hablarle solo a él. La fascinación que siente por ella es tan grande que le lleva a cambiar de hábitos y costumbres, y hasta aprende a leer.

Pero Enjambre no es sólo una historia de superación y de esperanza. Es también un hermoso y sentido homenaje a los supervivientes de estas tierras, abandonados a su suerte por los poderes públicos, y a sus sencillas formas de vida apegadas a la tierra. Así como el reconocimiento del papel de la educación para la transformación de la vida de las personas. Resulta muy entrañable el personaje del tío Deogracias en el papel de “maestro” de Tiresias. Por si fuera poco, Rafael Cabanillas aprovecha la novela para rendir tributo a la radio, tan importante para mantener el contacto con el mundo exterior en estos lugares dejados de la mano de Dios.

Al igual que su anterior novela, Enjambre está también poderosamente influida por la narrativa de Miguel Delibes, y recuerda al libro de éste titulado El disputado voto del señor Cayo. Sin embargo, es una novela mucho más luminosa que Quercus, más «amable», como se indica en la cuidada edición del libro. Escrita con una prosa precisa y muy visual, y empleando un lenguaje muy rico que incluye voces propias de la zona en la que transcurre la acción de libro.

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    «La sierra de Altamira también tiene alma. Aunque en lo tocante a las personas que la pueblan, es un alma amputada, rota, roída por la miseria. Igual que si la mordisqueara una rata. Que esos montes son un penaero para sus vidas. Pues habiendo miles de alcornoques y millones de encinas, todavía en número ganan las desdichas. Ante ellas, resistencia, sin queja. El vivir pausado, sin exigencias. Dejando que la vida pase inadvertida, rozándote apenas, sin hacerte más daño que el dolor intrínseco a la subsistencia. Conformándote con poco, casi con nada, buscando un cachito de felicidad en la humildad y la candidez que sin reclamar te regalan. El olor de ese queso que madura con aliento propio, un haz de sol que entra por el ventanuco convirtiendo las partículas suspendidas de polvo en un milagro para sus ojos, el cigarro de la mañana mirando a esa Garganta.»

Una extraordinaria novela que nos reserva, además, algunas agradables sorpresas. La historia del maquis Chaqueta Larga o el “cameo” de los Cabanillas, viajeros por los territorios de Enjambre camino de Las Casas de don Pedro, entre otras.

En fin, otra gran novela del maestro Rafael Cabanillas con la he vuelto a disfrutar muchísimo. Absolutamente recomendable.

«Enjambre es un grito mudo, callado, pues son los gritos más hondos y dañinos, por una tierra, por unos hombres y mujeres, por una forma de vida que se nos escapa de las manos igual que se escapa el agua. Un mundo que se abandona, que se deja morir, que agoniza a cambio de un falso progreso, absolutamente perjudicial, tóxico, que destroza la tierra y las vidas. Los protagonistas conviven con la miseria y una mínima ayuda podría hacerles felices. La ayuda más importante, más eficaz, es que les dejen vivir en paz. Que ese otro mundo que se come todo no se convierta en su enemigo. El suyo no es la Arcadia ni el paraíso prometido, pues la supervivencia es dura, pero es una vida digna. Respetuosa con la madre tierra, que nos da de comer y a la que pertenecemos igual que pertenecen las abejas y las encinas. Honestidad e inteligencia para dejar a nuestros hijos un mundo mejor del que nosotros nos encontramos.»  Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

El Enjambre es una pedanía de Anchuras, en la que sólo viven dos familias que no se hablan. Es un territorio real y a la vez mágico. Existe en los mapas y en el imagina-rio. Otro realismo mágico. Cuando estando la Remigia a boca de parir y se le aparece en el sueño una especie de brujo o hechicero diciéndole que el hijo se llamará Tiresias, ella ya adivina que lo que lleva en su vientre es algo diferente, especial, casi sobrenatural.

Sin embargo, Tiresias es un niño enfermizo, medio ciego, igual que su homónimo griego: Tiresias, el adivino ciego. Lo que no le impedirá convertirse en pastor de esas sierras que, aun siendo un paraíso terrenal, se han ido vaciando en un goteo incesante.

Pero es a la noche, escuchando la radio, cuando se va a producir el milagro. Esa locutora del programa “Desde la distancia te quiero”, en el 96.4 de la FM, que parece hablarle exclusivamente a él, al pastor perdido en una aldea abandonada, transformará su existencia.

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    «El Enjambre es una pedanía que depende del ayuntamiento de Anchuras, en las estribaciones de los Montes de Toledo, rayando con Extremadura. Y si hablas de naturaleza, aquí tienes toda la que quieras, porque el pueblo está encajonado en una Garganta de agua en el sopié de la sierra de Altamira. Jaras, lo que más abunda, cornicabras, acebuches, brezales y retamas, algún mirto, durillos, romeros, espliegos, almoradujes, lavanda y mil tomillos, sin nos referimos a la flora chica. De la grande ni te cuento: encinas, coscojas, alcornoques y quejigos, abedules, acebos, tejos, madroños y robledales en lo más alto; y en los bajos y arroyos, fresnos, sauces, álamos y almeces. Ahora están preciosos, con los mil colores que trae el otoño.»

Con Enjambre, Rafael Cabanillas nos regala una nueva novela espléndida, enraizada, por méritos propios, con lo mejor de la literatura española contemporánea.

Si su deslumbrante Quercus supuso la revelación plena de un escritor que, como pocos, ha sabido conceder a tantos olvidados la voz a ellos debida, Enjambre retorna a idéntico topos, real e imaginario. A la existencia dolorida y, a pesar de ello, esperanzada de quienes, víctimas del abandono y la codicia, vivieron y viven en la España vaciada. Cuantos, al leer Quercus, quedaran, como yo, fascinados por la esplendidez de esa obra magníca, tienen ahora la feliz oportunidad de reencontrar en Enjambre el prodigio de la prosa de Cabanillas; su lenguaje rico, preciso y rescatado; sus personajes memorables, nacidos de las sombras anónimas de la Historia: mujeres y hombres que ahora cobran vida desde el silencio, para hacernos testigos de su dolor y de su ejemplar heroísmo.

Ese es el don de la verdadera Literatura: penetrar más allá de lo objetivo. Transitar por las entrañas más genuinas y vulnerables de lo humano. Convertir en arte las palabras para, a través de ellas, mostrarnos quiénes somos, de dónde venimos y el horizonte al que debemos aspirar.

Todo ello, y mucho más, lo hallará con plenitud el lector en Enjambre, una obra imprescindible para quienes, desde la memoria, deseen la construcción de un mundo basado en la equidad, la fraternidad y la justicia.

Antonio Basanta Reyes

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es Director y Guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021) es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la España vaciada.

“La sombra de una retama”, Jesús Carrasco

Jesús Carrasco: «Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero»

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                                  Retama con Feria al fondo, imagen de «La Voz de Feria»

   JESÚS CARRASCO

   Caminábamos por las sierras próximas a Feria, el pueblo natal de mi madre. Nos acompañaban Valentín y Mercedes, llegados desde Alba de los Cardaños, en el extremo norte de Palencia. Habíamos comenzado a andar muy tarde, así que, a pesar de que octubre ya mediaba y soplaba una brisa fresca, el sol nos hacía sudar casi como si estuviéramos en verano. Después de comer cada uno fue encontrando su ritmo y, hacia el final de la ruta, éramos ya un grupo deshilachado. A eso de las cuatro y media yo decidí sentarme a descansar sobre la hierba seca, a la escueta sombra de una retama. Cuando Mercedes me alcanzó, se detuvo a mi lado. Delibesme dijo, recomendaba no sentarse nunca al caminar. Sentí deseos de incorporarme inmediatamente, como si el mismísimo Delibes me hubiera hecho la advertencia, pero el pecado ya había sido cometido y no había mucho que yo pudiera hacer.

    Ahora, desde el frescor de mi casa, rememoro la anécdota y pienso que Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero. A cada cual le alcanza de una manera: como maestro indiscutible de la lengua castellana, como periodista, pero también como defensor del medio natural, viajero, hombre de familia, cazador y un largo etcétera. Yo lo descubrí siendo adolescente cuando cayó en mis manos El camino y me lo volví a encontrar el otro día, muchos años después, a la raquítica sombra de una retama. Gracias, señor Delibes, por seguir tan presente en nuestras vidas.

Artículo aparecido en El Norte de Castilla, 12 de diciembre de 2020

“La dehesa iluminada”, de Alejandro López Andrada

La dehesa iluminada es una novela del escritor cordobés Alejandro López Andrada. El libro que inauguró el llamado ruralismo mágico ha vuelto a ser reeditado por la editorial Benerice cuando se cumplen tres décadas de su primera publicación. En esta bella novela encontramos ecos de un mundo en vías de extinción, donde la naturaleza todavía muestra toda su riqueza y en la que los hombres y mujeres que la pueblan se resisten a abandonarla.

Luis, el protagonista de la historia, es un periodista que vive en Madrid y vuelve al pueblo donde nació para asistir al entierro de su padre. Su intención es regresar cuanto antes a la capital, pero una serie de acontecimientos le retienen en su antiguo pueblo y terminará por trasladarse a vivir en la vieja casa que heredó de sus abuelos, situada en plena dehesa.

   «No sé a cuento de qué me acudió esta mañana a las sienes este melancólico enjambre de recuerdos. Lo cierto es que desde la otra noche, después de visitar la majada y el chozo derruido de Nicasio, no he dejado de recordar la dehesa: aquel sereno paisaje tan ligado a mi niñez. Pienso, muchas veces al día, que debo volver allí, a residir en la vieja casa que heredé de mis abuelos. Cuando regresé de Madrid –hace ahora casi tres meses– lo hice con la intención de pasar, tras del entierro de mi padre, unos días en aquel mágico lugar. Sin embargo, llevo todo este tiempo viviendo en la antigua casa de mis padres, junto a mi hermano y su familia; en la casa que les correspondió en herencia. Quizá me haga falta algo de ánimo o de valor para decidirme a fijar mi residencia en la dehesa. Desde el fatal accidente que sufrí junto a Celia, ando profundamente deprimido. De todos modos, el día menos pensado tomo mi breve equipaje y traslado mi vivir a la vieja finca de mis abuelos, situada en el centro de la dehesa iluminada.»

La dehesa iluminada fue la primera novela de Alejandro López Andrada. Un libro que, como reconoce su propio autor, impregnó buena parte de su producción literaria posterior. Se trata de una novela muy íntima, puramente visual y que está muy influida por la narrativa del maestro Miguel Delibes. Está escrita como un diario íntimo que abarca un año completo siguiendo el ciclo de las cuatro estaciones.

En ella encontramos una fusión entre lo natural y lo sobrenatural, lo que dota a la narración de cierto halo mágico en algunos momentos.

López Andrada nos habla del fenómeno de la despoblación y del abandono del campo, de lo que hoy se conoce como la España vacía o vaciada, en una época que nadie escribía sobre ello.

En la nota que aparece en esta edición de la novela, Joaquín Pérez Azaústre escribe lo siguiente: «La dehesa iluminada es la novela que reivindicó el universo rural cuando no estaba de moda. El protagonista es un periodista enamorado de la naturaleza y el paisaje de su tierra natal que, a través de un diario, va reflejando sus vivencias cotidianas, conviviendo con seres entrañables y humildes, como el campesino Gabriel Manjaca, o Abundio, el pastor. La dehesa iluminada también incide en la despoblación y emigración de los vecinos de Veredas Blancas, pueblo imaginario, pero cierto, a las grandes ciudades. Todo esto se une a una prosa narrativa que no renuncia a la sustancia lírica de los sueños, esa vida abolida que es recuperada, en la novela, para el paisaje de la realidad, con una íntima, delicada y hermosa rememoración romántica. Hablamos de un relato rural, ecologista y emotivo, aunque a veces sorprenda la aparición de fenómenos paranormales y mágicos, propios de un microcosmos rural y campesino donde se mezclan los muertos con los vivos, lo real y lo sobrenatural, una atmósfera que el autor conoce bien porque la sintió muy próxima en su niñez, que es cuando se imanta de su identidad.»

     «Posado sobre la rama de un espino, a unos pasos del caserón derruido que hace unas décadas fue concurrida taberna de mineros, he observado esta tarde, mientras paseaba, un alcaudón real. El pajarillo alzó el vuelo apenas me vio asomar entre los escombros florecidos de la casa. Después, acercándome al esquelético arbusto, tropecé con el cuerpo desventrado y violeta de una pequeña lagartija que, unos segundos antes, anduvo devorando el arisco alcaudón.

    Instantáneamente, nada más contemplar la cruda escena, me acudió a la memoria la imagen desvaída de tía Eloísa. Ella siempre decía —yo era entonces muy niño— que detenerse a contemplar un alcaudón desgarrando su presa, ensartada en un espino, preludiaba alguna desgracia familiar.»

SINOPSIS

Se cumplen tres décadas de la novela que inauguró el ruralismo mágico. Mucho antes de «la España vaciada» y de que el medio rural se convirtiera en el eje de ensayos y narraciones de éxito, La dehesa iluminada mostraba ya un mundo en franco declive y, al mismo tiempo, repleto de bellos matices y fulgores. López Andrada retoma su formidable obra, fuente de inspiración para infinidad de autores posteriores, y la revisa en una edición que cuenta con un sabroso texto de Joaquín Pérez Azaústre y con la que Berenice celebra el aniversario de su publicación.

    «Ayer estalló la primavera en la dehesa. Lo hizo de un modo majestuoso y suave: se encendieron de tonalidades violeta los espliegos y las primeras margaritas tapizaron de amarillo los flancos del ferrocarril abandonado.

   Escuché esta mañana el primer canto de las abubillas. Gabriel acudió y se pasó media jornada dibujando escenas campestres. Bolillo anda como loco: no ha dejado de retozar en todo el día. Pasó la tarde revolcándose traviesamente sobre la hierba, corriendo detrás de las mariposas, persiguiendo, jadeante y nervioso, el sedante vuelo de las cogujadas.»

El regreso de un periodista a sus raíces y las tensas relaciones con su hermano marcan el inicio de esta novela donde confluyen las emociones más dispares. El protagonista, hastiado de la ciudad, elige la casa derruida de su abuelo, en el encinar, para vivir una hermosa historia de pasión por la tierra. Alejandro López Andrada, uno de los escritores más puros de nuestras letras, dibuja mediante su prosa exquisita el paisaje, los objetos y seres humildes que lo habitan —carboneros, pastores— con una intensidad que conmueve.

    «La dehesa iluminada constituye la piedra angular de una de las obras más importantes y personales de la literatura española actual». Julio Llamazares

   «Aquí están las raíces de lo mejor de la obra futura de López Andrada: el don de una voz emocionada y una fidelidad al humanismo de y en la naturaleza». Antonio Colinas

    «Todo es muy de verdad, y una especie de bondadosa compasión telúrica que comulga con los seres y las cosas lo empapa todo». Pere Gimferrer.

ALEJANDRO LÓPEZ ANDRADA

Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) comenzó a escribir muy joven y hasta la fecha ha publicado poemarios como El Valle de los Tristes (1985), La tumba del arco iris (1994), Los pájaros del frío (2000), La tierra en sombra (2008) y Las voces derrotadas (2011), y recibido premios como el Nacional San Juan de la Cruz, Iberoamericano Rafael Alberti, José Hierro, el Andalucía de la Crítica, el Fray Luis de León y el Ciudad de Córdoba Ricardo Molina , entre otros. Ha escrito asimismo poesía infantil, tres ensayos sobre la desaparición del mundo rural (El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo) y once novelas, una de las cuales, El libro de las aguas , fue adaptada al cine por Antonio Giménez-Rico. Tras El jardín vertical (2015) y Entre zarzas y asfalto (Berenice, 2016), resulta ganador del Premio Jaén de Novela, uno de los más prestigiosos del país, gracias a Los perros de la eternidad. Hijo Predilecto de su localidad natal, en 2007 se dio su nombre a una plaza de la misma («Plaza de Alejandro López Andrada»). En ella se encuentra la casa donde nació.

OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO

    «Después, estuve conversando con Abundio y comencé a sentirme algo más animado. Él es, ahora, la única persona con la que puedo dialogar en estos solitarios campos de la dehesa. Él es mi única compañía. Bueno…, también me acompañan los pájaros: los mirlos y los alcaravanes, los arrendajos y las alondras, los chotacabras y los lúganos, las azules y altísimas totovías. Sí, hace mucho que aprendí el lenguaje de las aves, su código comunicativo. Los pájaros tienen sentimientos como las personas: lloran y aman, sufren y sonríen; tienen momentos de recogimiento y otros, muy contrarios, de alboroto. Hay pájaros melancólicos como el petirrojo, alegres como la golondrina, románticos como el ruiseñor, presumidos y altivos como la oropéndola. Siempre pensé que los pájaros tienen alma. Desde pequeño aprendí a dialogar con ellos. Me enseñaron numerosos secretos que yo desconocía. Nunca me encuentro solo entre los pájaros. Oigo atento sus cantos y aprendo a descodificar sus mensajes. Río y lloro con ellos. Agradezco su amable compañía.» 

“El muchacho silvestre”, de Paolo Cognetti

El muchacho silvestre: cuaderno de montaña (Il ragazzo selvatico: quaderno di montagna) es el primer libro del documentalista y escritor italiano Paolo Cognetti, autor de la conocida y laureada novela Las ocho montañas, que se tradujo al castellano. Este cuaderno de montaña, que va ligado a la antes citada novela Las ocho montañas, constituye todo un homenaje a la montaña, que el autor redescubre después de pasar por una importante crisis vital. El autor y protagonista, que vive en Milán, descubre que allí se siente encerrado en una jaula, por lo que decide abandonarlo todo y trasladarse durante seis meses a vivir en pleno contacto con la naturaleza. Elige un lugar montañoso del Valle de Aosta, en los Alpes italianos, cerca del lugar en el que pasaba los veranos con sus padres.

    «Hace unos años pasé un invierno difícil. Ya no me parece importante recordar el origen de aquel mal. Tenía treinta años y me sentía sin fuerzas, perdido y desconfiado como cuando una empresa en la que creías acaba de la peor manera. Un trabajo, una historia de amor, un proyecto compartido con otras personas, un libro que exigió años de trabajo. En aquel momento imaginar el futuro me parecía una hipótesis tan remota como la de emprender un viaje cuando tienes fiebre, fuera llueve y el coche está sin gasolina. Yo había dado mucho, y ¿dónde estaba mi recompensa? Pasaba el tiempo entre librerías, ferreterías, el mesón de enfrente de casa y la cama, contemplando el cielo blanco de Milán por la claraboya. Lo que no hacía era escribir, que para mí es como no dormir o no comer: un vacío que no había experimentado nunca.»

Allí se instala en una baita, especie de cabaña alpina, a unos dos mil metros de altura, sin más compañía que los animales de la montaña y un puñado de buenos libros. De sus vivencias y reflexiones surgirá este cuaderno de montaña, muy bien documentado y escrito sin adornos innecesarios, que te atrapa por su lenguaje vivo, claro y preciso.

Cognetti ha asegurado que la experiencia le resultó muy dura pero que le mereció la pena. «Para mi la montaña era un lugar feliz, de libertad y en aquel momento complicado decidí que iba a encontrar un ambiente favorable acompañado de lecturas de clásicos como el Walden de Thoreau, My First Summer in the Sierra, de John Muir, o Historia de una montaña, de Élisée Reclus», ha asegurado el joven escritor italiano.

En fin, un buen libro, perteneciente a la llamada literatura de naturaleza, de un escritor que dará mucho que hablar.

EMPEZAR A LEER EL LIBRO

SINOPSIS

Un verano en que se siente perdido y sin fuerzas, el protagonista de este “cuaderno de montaña” decide abandonar la ciudad donde nació y se instala a dos mil metros de altura, en un paraje próximo a aquel en que pasaba, de niño, las vacaciones con sus padres. Busca un lugar que le permita ser feliz y, como atesora recuerdos de largas semanas de libertad que transcurrían sin normas ni quien las dictara, sueña con recuperar las experiencias de su infancia. Pero ahora está solo. Y en esa soledad, en la que sin embargo, poco a poco, afloran presencias imprevistas, como los animales que pueblan la montaña y también dos vecinos con los que traba relación, deberá ajustar cuentas consigo mismo. El muchacho ocupa parte de su tiempo leyendo, y en los libros de Rigoni Stern, Primo Levi, Thoreau, Antonia Pozzi, encuentra con quien conversar. Pero la literatura no se convierte en un refugio contra la naturaleza hostil ni en un antídoto contra los excesos de la civilización, sino en un impulso para desarrollar un punto de vista propio, nada ingenuo ni complaciente.

    «En la baita caí de nuevo en los miedos infantiles: cuando la luna menguaba la oscuridad era absoluta, y el silencio tan profundo que me dolían los oídos, prontos a captar cualquier sonido. Alcanzaba a oír el agua correr en la fuente. El viento que agitaba las copas de los alerces. La voz de un corzo, que no es como uno la imagina, nada que ver con un balido: se asemeja más bien a un tos ronca, al ladrido de un perro afónico. Eran ellos los seres salvajes y yo el depredador, pero en mi cama la oscuridad invertía los roles. Las primeras luces, hacia las cinco, eran un alivio: los pájaros empezaban a cantar, la vida recomenzaba a fluir en el mundo y mi vigilancia se hacía innecesaria. Entonces, como a un centinela que acaba el turno de noche, me asaltaba un sueño del que despertaba a media mañana.»

PAOLO COGNETTI

Paolo Cognetti (Milán, 1978) ha trabajado como documentalista, y ha sido durante mucho tiempo un enamorado de Norteamérica, especialmente de Nueva York; allí pasó temporadas antes de irse a vivir, a los treinta años, a un pueblo de los Alpes italianos. Ahora reside entre su ciudad natal y la montaña, desde donde escribe.

Ha publicado libros de cuentos y ensayos sobre escritura. En lengua española se ha traducido su diario de la vida montañesa El muchacho silvestre, la guía Nueva York es una ventana sin cortinas y la novela Las ocho montañas. Esta ha sido publicada en treinta y nueve países con gran éxito por parte de la crítica y los lectores y ha sido galardonada con el Premio Strega 2017, el Prix Medicis Étranger y el English Pen translate Award.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Con este espíritu inauguré mis exploraciones. Tomé el sendero que llegaba a la baita y empecé a remontarlo para ver adónde iba. Atravesé un bosque de alerces, con sus troncos altos y desnudos que se alternaban a veces con el verde de un abeto joven. Poco más arriba los árboles se espaciaban: en los pastos expuestos al sol brotaban los primeros bulbos de azafrán, pero me bastó con cambiar de vertiente, de su a oeste, y la nieve ocupó el lugar del prado. El agua manaba por todas partes, como si toda la montaña estuviese saturada. De un agujero entre las piedras, de las raíces descubiertas de un alerce. Allí donde el sendero viraba hacia el norte, me hundí en la nieve hasta la cadera, así que salí del agujero y decidí volver atrás. Bajé brincando y gritando como un yeti. Todavía no había empezado a hablar solo, pero me gustaba cantar en voz alta: no veía un alma desde hacía una semana y me hacía compañía cantando.
Había pensado que la sensación de soledad aumentaría con el tiempo; en cambio, sucedió lo contrario: después de los primeros días de desubicación, tenía muchas cosas que hacer. Trazar el mapa de la zona, catalogar animales y flores, recoger leña en el bosque, limpiar el prado en torno a la baita. La nieve que se derretía regalaba sorpresas: el cráneo de una marmota, los tizones de una fogata al aire libre, las roderas de un tractor. El agujero de un ratoncito recién salido del letargo me animó: pensé, si él lo ha conseguido –seis meses bajo la nieve–, mi estancia bajo el sol será coser y cantar.»
                     […]
     «Venero al pino suizo como a un dios. El bastón con que camino proviene de aquel: su madera blanca no amarillea con el tiempo, y se muestra robusto y flexible en las excursiones por los senderos. En otras partes vive en los bosques, aquí por el contrario es un árbol solitario que crece muy lentamente. Sus semillas las esconden los pájaros en sus despensas secretas, las hendiduras de las rocas a gran altura. Luego basta con algo de tierra, una veta de agua pluvial: los arbustos de pino suizo crecen allí, al borde de los precipicios, entre peñascos, en lugares inaccesibles al hombre. A veces presentan formas tortuosas por las acrobacias que deben hacer cuando crecen, por la nieve que los dobla y arquea, por el rayo que los parte. Descubrí al más valiente de los árboles a 2.500 metros, un arbusto de pino suizo en un ínfimo saledizo, que lo protegía del viento y le procuraba un poco de agua del cielo. Me pareció haber descubierto un templo secreto, y debí de pronunciar algo parecido a una plegaria.»
              […]

     «Hacía tiempo que no subía hasta arriba, por la mañana la montaña estaba cubierta de una costra de hielo. Así que aproveché aquella tarde de sol, salí justo después de comer y subí aprisa porque sabía que tenía pocas horas antes de oscurecer. Luego fue como grabar un vídeo de recuerdos: alcanzar la cresta y descubrir, después de tantos meses, una ladera desconocida, recorrer un sendero jamás pisado, bajar del otro lado hasta el llano. Fisgar por la ventana de una majada cerrada: la mesa, las sillas, los platos apilados en un estante, los frascos de conservas, como si alguien acabara de marcharse y hubiera ordenado un poco antes de salir. Luego, estudiar la montaña y elegir un trazado hermoso, hermoso para quien conoce la belleza de ir por donde no hay sendero, y cruzar por arriba, tras los pasos de las gamuzas. Dejar atrás las madrigueras vacías, los troncos partidos, los alerces quemados por el otoño, atravesar un pedregal saltando de una roca a otra entre los rododendros desnudos. Lavarse las manos y la cara en un torrente. Saborear los arándanos de octubre, las plantas sin hojas pero colmas de bayas, heladas por el frío de la noche, marchitas, oscuras, dulces como pasas.
     Esto mismo hacía yo de niño, un último paseo para despedirme de la montaña. Escribía mensajes y los escondía en las rocas quebradas, en las hendiduras de las cortezas. Así mis palabras permanecerían allí en mi ausencia: igual que este libro.
     Había llegado la hora de volver. Conocía ya todos los sueños que iba a soñar aquel invierno.»

 

“Quercus: en la raya del infinito”, de Rafael Cabanillas Saldaña

    «Dicen que la esperanza es la máquina que mueve el mundo. Una especie de máquina de vapor que hace que las cosas sigan funcionado. Si se pierde la esperanza, la tierra se paraliza.»

Quercus: en la raya del infinito es la última novela del escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña, publicada en julio de 2019. El libro se agotó en los primeros meses de la pandemia, por lo que ha vuelto a reeditarse en un cuidado formato a lo largo de este 2020, algo más de un año después de su primera llegada a las librerías. La novela, que está cosechando excelentes críticas, ha llegado a compararse con Intemperie de Jesús Carrasco e incluso con Los santos inocentes, de Miguel Delibes, entre otros grandes libros. Como nota curiosa, el autor ha omitido los puntos y aparte en esta obra como un homenaje a Los santos inocentes, que el maestro Delibes escribió sólo con comas.

Quercus es una novela sobre la naturaleza y la tierra, la auténtica protagonista de la historia, que trata de desentrañar los orígenes de la llamada España vacía o vaciada. Un problema que se ha puesto de moda recientemente pero que viene de lejos. La trama de la misma se inicia en la etapa final de la guerra civil española. Abel es un joven que ha presenciado unos hechos terribles ocurridos a su familia y que, preso del horror, emprende una huida desesperada atravesando la provincia de Badajoz, de oeste a este, siguiendo el curso del Guadiana, para refugiarse en una cueva situada en los Montes de Toledo, en una zona entre las provincias castellano-manchegas de Toledo y Ciudad Real.

    «Cuentan en secreto que Abel nieto llegó río arriba huyendo de la guerra. De las represalias de la guerra. Vadeando el agua somera y el profundo miedo, desde cerca de la desembocadura del mar, conducido por el instinto animal que lo llevaba al norte imantado de las sierras. Remontando unos cientos de kilómetros, siguiendo la brújula de la fuga del horror y el odio. Llegó siendo un muchacho, con lo puesto. Salvo un hatillo en forma de zurrón con cuatro achiperres: una navaja, un mechero de yesca, una cantimplora, un cazo, un juego de agujas, alambres, tijera y leznas metidos en una cajita de latón, unas cuerdas, un abrigo raído y una manta vieja. En el hato, envuelto y atado cuidadosamente en una tela de arpillera, traía también un rollo de papeles, recortes de periódico y hojas manuscritas. Un mozalbete de tez clara, espigado y fibroso, que rondaría los dieciséis años. Y que no se dejó ver en un largo tiempo, demasiado tiempo, escondiéndose en una cueva del monte, por la desconfianza y el desasosiego que traía cosido a sus espaldas. Allá en lo más alto. Sin luz ni fuego que lo delataran. Igual que una alimaña.» 

Después de pasar cinco largos años conviviendo con los animales, baja de las montañas y se integra en la vida de una aldea cercana en los terribles años de la posguerra, los famosos “años del hambre”. Allí tratará de sobreponerse a la miseria y a la injusticia reinantes gracias a las habilidades adquiridas durante su vida en la sierra observando el campo y las bestias.

Cabanillas Saldaña no ha tenido que inventarse casi nada para escribir esta historia. Se ha limitado a verter en su novela buena parte de las experiencias y saberes acumulados a lo largo de los años. Y reconoce que no habría podido escribirla antes. «He tenido que esperar a mi etapa más madura porque ha sido a través de vivir muchas experiencias, de conocer a mucha gente de la sierra, de patearme muchos kilómetros por los Montes de Toledo, Andalucía, Extremadura, para captar el alma, y el alma está ahí. En todas las historias que me han contado los aldeanos, la gente de la sierra, para luego juntarlos, macerarlos bien y que saliera esta novela», ha afirmado recientemente.

El escritor castellano-manchego, por tanto, sabe bien de lo que escribe, lo que agradecerá el lector. Demuestra que ha vivido y recorrido los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia, y que conoce muy bien la flora y la fauna de esa zona. En su libro recoge un buen puñado de testimonios y de historias rurales sobre aquellos años terribles de hambre y de miseria y describe, con todo lujo de detalles, una serie de actividades tradicionales, como la saca de la corcha, el carboneo o la caza furtiva, entre otras. Y lo hace empleando un lenguaje muy rico, utilizando a veces términos propios de la zona. Al final del libro encontramos un glosario que puede sernos de gran utilidad.

El resultado de todo lo anterior es una extraordinaria novela, que recomiendo leer sin prisas, paladeándola, para disfrutar mejor de su lectura. Una novela que a su autor le gustaría que fuera un poco la historia de los Montes de Toledo, esa sierra que agrupa parte de Ciudad Real, Toledo y de Extremadura, una parte del suroeste de la Península que tiene una tipología similar. Esperamos que lo consiga.

    «Quercus. En la raya del infinito aúna lo mejor de tres escritores bien conocidos: Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Cela, y Los Santos Inocentes, de Miguel Delibes. Los tres supieron trazar un retrato terrible de la España rural, de la vida en una sociedad casi estamental de grandes propietarios y gentes humildes embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Sobre ese entorno envilecido sobrevuela la figura de caciques como don Casto, el señorito de la obra de Rafael Cabanillas, que lo hace como don Luis Jarrapellejos: ”con la siniestra sombra de un murciélago brutal, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero».

Manuel Peinado Lorca

EMPEZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Una novela coral de múltiples voces, en la que el lector siente los olores del monte, el sabor del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes

Quercus un libro para sentir. Para sobrecogerse al sonido encadenado de las palabras y llorar de rabia, de ternura, de pasión. Para viajar a las entrañas de la sierra y al corazón de los hombres. Para abrasarse o temblar de frío con sus emociones. Páginas que aletean como mariposas en tu vientre, acariciando tu alma, zarandeando las conciencias. Un libro de letra viva que se escapa de los márgenes para convertirse en la voz de los que viven en silencio.

Nada ocurre por azar. El fenómeno de la despoblación de la “España vacía o vaciada”, tiene unos orígenes y unas causas. Igual que las enfermedades. Y eso, precisamente, es lo que intenta desentrañar esta impresionante novela. Centrándose, concretamente, en la España latifundista. En este caso, parece que el progreso y la modernización del mundo rural eran contraproducentes para los intereses de algunos.

El joven Abel huye del horror de la Guerra Civil para refugiarse en una cueva. En ella pasará unos años poniendo a prueba su resistencia para sobrevivir a la soledad y a las desdichas. Para conseguirlo, debe hermanarse con el bosque y con los animales que lo pueblan hasta convertirse en uno de ellos. Cuando al fin desciende del monte al pueblo, inicia una nueva vida. Complicada, pues el abandono, el hambre y la injusticia son los enemigos de estas tierras. Una especie de Comala, aislada de la civilización, cuya identidad se va conformando con las historias y sucesos de los aldeanos. Convirtiendo sus relatos en una novela coral de múltiples voces, con las que sentirás los olores del monte, el sabor astringente del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes en tu propia boca y en tu piel.

¿Conseguirá Abel, destinatario de una especie de fatum desde que llegó a esa cueva, revertir el abandono y la miseria de esa tierra?

Una extraordinaria fuerza narrativa se apodera del lector en este relato de las condiciones de vida de las gentes de los montes, en una España que comenzó a vaciarse al tiempo de una posguerra cruel. No había entonces más que la caza natural y el aprovechamiento de otros pocos frutos de la sierra. Necesidad al límite.

    «El Collado de la Milana juntaba un total de trescientos veinte alcornoques. Gordos, retorcidos y viejos. Muy viejos. Por lo que no extrañaba que Paula la Verraca pensara que los había plantado el mismo Dios en los albores de la Creación. En dos semanas, el bosque gris de alcornoques, gracias a las manos expertas de los corcheros que desprendían su corteza, se convertiría en un bosque naranja. El color anaranjado más bello, recóndito y oculto que pueda imaginarse. Así quedaban los troncos, desnudos, mostrando sin querer sus entrañas de sangre anaranjada. Sorprendidos en su intimidad, en su silencio añoso. Impúdicos, obscenos a la fuerza. Violentados, descerrajados por los cuatro costados, quebrantados en su dignidad de árboles viejos. Bello naranja de sangre, bello naranja de cuerpos mancillados por las hachas.»

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, tras lo cual se desplazó hasta París para continuar sus estudios, y a Suiza donde trabajó como profesor varios años. Además, realizó un máster de Educación para Adultos a través de la UNED. Incansable viajero con más de 50 países recorridos y experto en el África Occidental, en la actualidad es profesor de Lengua en el Instituto Hernán Pérez del Pulgar de Ciudad Real, labor que ha compaginado con una prolífica actividad como ponente y conferenciante en distintas universidades y congresos de todo el mundo: De Japón a Argentina, de China a Angola. Ha sido colaborador de National Geographic así como de distintos gobiernos y ONGs, y ha dedicado también parte de su carrera a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Por ejemplo, como responsable regional de la celebración en Castilla La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.

Cabanillas Saldaña cuenta con una amplia producción literaria desarrollada a lo largo de su carrera que le ha valido premios y reconocimientos de toda índole. En el ámbito editorial es autor de más de una decena de obras, con novelas como El secreto de Elvira MadiganAl llegar el inviernoEl llanto de la Clepsidra o Mirtillo Blu, como algunas de las más destacadas. Su conocimiento sobre África le ha permitido también publicar libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de Baobab, este último prologado por Javier Reverte. Su producción ha alcanzado también el género de los cuentos infantiles, fórmulas hibridas entre literatura y exposición, o centenares de artículos periodísticos.

Sin embargo, Quercus es con toda seguridad su obra de mayor éxito como atestigua la gran acogida entre la crítica especializada y el público. Publicada en 2019, la novela trata el fenómeno de la España vaciada y los pueblos de interior, a través de la figura de un joven que, tras la guerra civil, debe sobrevivir a su soledad y sus desdichas, intentando revertir la injusticia de esas tierras.

La fotografía es otro de los campos donde Cabanillas Saldaña ha destacado por su trabajo, con exposiciones itinerantes acerca del continente africano o de la figura de la mujer. También ha realizado trabajos en el campo audiovisual como el documental Cine para África, estrenado en Madrid en el 2015, del que es director y guionista.

La carrera del autor le ha valido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla la Mancha, entre otros muchos. Quercus ha sido elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «El tío Antonio, sentado en un tajo de corcha, pegado a la lumbre, inflaba y desinflaba el fuelle del aparato de donde salían los acordes de un himno militar. Después vinieron jotas y pasodobles, y el alcalde, al que se le notaba en la voz que había bebido, tomó la palabra: –Hemos echado la cuenta y cada vecino toca a una patata y, por supuesto, a un trago de vino. Jeremías os la va a entregar en aquella mesa y que cada cual se ocupe de la suya. Si la pierde entre las brasas, que luego no venga reclamando. Que cada uno se ocupe de sus brasas y de su patata. Si os quedáis con hambre, ahí tenéis un saco de nabos, también a uno por cabeza. Puede que un poco resecos, pero tostados en el rescoldo son una delicia. Y callaos ya, si no queréis que me lie a zurriagazos–. Por lo que la música enmudeció, mientras la gente se puso en fila –los primeros todos aquellos niños harapientos que había visto en las chozas–, para recoger su patata y echar el trago de vino de un pellejo que Jeremías iba repartiendo en un único y diminuto cacillo. Fueran viejos o chavales, todos tiraban del pellejo.» 
            […]
     «El delirio y la tragedia van envueltos en esa luz de otoño, no en la oscuridad de la vigilia. Esa luz que deja de golpe de ser bella. Es traicionera, mentirosa, falsificadora de primaveras. No trae mutismo de pájaros, ni silencios, ni desahucios de alas. Sino gritos desesperados; que están las aves carroñeras, los buitres, las grajas negras graznando. Invocando las muertes de luto. Suplicando a las plañideras negras que acudan desde todos los rincones de la sierra. Que vengan las locas y las suicidas de los pozos, las madres con vientres secos, las que paren pero dejan ahorcarse a sus hijos, las vírgenes que manosearon los señores, las viudas de hombres y sueños. Por favor, que acudan al auxilio las viejas prematuras a las que caparon las esperanzas y los deseos. Que comparezcan veloces al aquelarre del llanto. Ya no hay rechinar de dientes, porque son todo colmillos. Lenguas como navajas invocando la sangre. Que ya no hay mordazas tampoco, que se las arrancaron como se arrancan las uñas para llorar de espanto. Ni potros maniatados a la madrugada, que galopan por la sierra dando relinchos de pena y llanto.» 

“Las cosas del campo”, de Antonio Muñoz Rojas

Las cosas del campo es un hermoso libro del poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas, constituido por un buen puñado de textos breves y que está considerado como una de las más altas cumbres del poema en prosa del siglo XX.

Estos textos fueron elaborados por el poeta malagueño entre marzo de 1946 y mayo de 1947 en su finca antequerana de la Casería del Conde. El propio autor ha reconocido que nacieron como una especie de apuntes campesinos, que podrían haber servido para textos más extensos, escritos sin la intención de publicarlos. Siguen un orden vagamente cronológico y estacional, y abarcan un ciclo campesino completo.

Las cosas del campo se publicó por primera vez en 1951, con una tirada de 200 ejemplares. Posteriormente se lanzarían varias ediciones corregidas y aumentadas. En 2015, la editorial Renacimiento publicó la primera edición crítica de la obra, con estudio de Juan Luis Hernández Mirón y prólogo del escritor extremeño Luis Landero.

El libro está escrito con una enorme sensibilidad y con la misma sencillez con la que realizan sus faenas las gentes del campo y se suceden las estaciones.

Tierra eterna

    Sola y eterna, tierra de arados, de sementeras y de olivar, mil veces regada con sudores de hombres, con cuidados, con maldiciones, con desesperaciones de hombres, hermosura diaria, espejo y descanso nuestro.

    Nunca cansas, siempre lista, inscrita una y otra vez por hierros y por huellas, volcada por rejas al sol y a la lluvia, a todo tempero, siempre con la dádiva conforme al trabajo, medida a nuestros huesos.

    ¡Ay de los que te olvidaren, de los que en su piel y en sus ojos pierdan tu recuerdo, de los que no se refresquen contigo, de los que te pierdan de alma!

De esta especie de estampas campesinas se desprende un profundo amor por la tierra y por unas formas de vida en vías de extinción, que él conocía de primera mano. Ya en la Advertencia que el autor escribió para la edición de Ínsula, publicada en 1976, señalaba: «Algunas de estas “cosas” no existen. Algunos de los personajes de que aquí se escribe, no sólo han desaparecido, sino que ni sus oficios ni sus quehaceres se saben ya […]

Hay muchos cortijos abandonados cayéndose. El campo se ha quedado más solo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los yerbicidas implacables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigos comunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura se acoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremecidos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando y anidan en olivos apartados o techos de cortijos en abandono.

Pero el campo saca incansables bellezas escondidas y acumuladas, las renueva y ofrece sin tasa a los ojos y al alma de quienes quieren gozarlas. Advierte con su descansado silencio que sólo volviendo a él encontrarán los hombres lo mejor de ellos mismos.»

Las cosas del campo me ha parecido un libro magnífico, que constituye un hermoso y sentido homenaje a un mundo hoy desaparecido. Para disfrutar de él, leyéndolo despacio. Muy recomendable.

SINOPSIS

Las cosas del campo (1951) es, sin exageración posible, una de las más altas cumbres del poema en prosa español del siglo XX, junto con Platero y yo (1914), de Juan Ramón Jiménez y Ocnos (1942), de Luis Cernuda. José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009), su autor, fue un destacado poeta de la llamada generación del 36. Uno de sus últimos poemarios, Objetos perdidos (1997) recibió el Premio Nacional de Poesía. Juan Luis Hernández Mirón es el autor de la presente edición crítica y de las glosas que la acompañan. El libro cuenta también con un prólogo del novelista Luis Landero.

Hombres del campo

    Hombres del campo, hechos al polvo y a la pena, con la copla sin alegría, pardos, contra el suelo, surco va, surco viene, ya al arado, ya a la hoz o al azadón uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, en el olvido y en la desesperanza.

    Se vive como se puede, malamente; se mantiene malamente la esperanza, nadie sabe por qué.

    Os sospecháis siempre cerca de la tierra, apenas os saca de ella una hora en que el mundo se dora, el aire se hace ingrávido, la noche alegre y amáis. Luego os ata la carga del amor, se os arruga la cara, se os hace pesado el andar, duras las manos, torcida la sonrisa. No hay nada que esperar.

    Al frío seguirá el calor, al relente de la noche la chicharrera del mediodía.

    Y en vuestros pueblos, sobre un costerón tapiado de blanco, el lugar seguro y pobre donde la tierra que os persigue, os hará suyos para siempre.

Sé algo de la tierra y sus gentes. Conozco aquélla en su ternura y en su dureza, he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermosura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo lento. Todo el campo vuela pausadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una encina huérfana canta una historia. Las encinas solitarias son los dientes que le quedan al campo para mascullar una historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la primavera […]

Yo me estremezco andando estas realengas, cruzando estas lindes, asomándome a estas herrizas. Me siento extrañamente eterno. Me hundo en el campo y gusto en mi espíritu tanta amargura suelta, tanta dulzura recogida en estos anuales surcos y sementeras. Año tras año, sol a sol, surco a surco, se va el hombre atando a la tierra, enterrándose en ella. Andamos sobre sus sudores, sobre sus ilusiones y sobre sus huesos. Por eso tiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedo de no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, no acabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Pero la tierra la seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes. Algún matutero a deshora por la veredilla, algún extraviado entre los olivos, algunos amantes que busquen la complicidad de la noche y la dureza de la tierra para darle lo suyo al amor. ¡Oh canción tan inútil y tan necesaria como esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas!

Casería del Conde, 1946

Del prólogo de la primera edición, J. A. Muñoz Rojas

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS

José Antonio Muñoz Rojas antequerano y «cosmopolita de pueblo» decía de sí, vivió para la poesía y en la poesía. Procede del mismo litoral poético donde se ha fraguado una honda poesía española que lo inserta en la corriente literaria hispano-arábiga y lo hermana con los sevillanos Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Antonio Aparicio; el moguereño Juan Ramón Jiménez; el granadino Federico García Lorca; el gaditano Rafael Alberti; los malagueños Salvador Rueda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José María Hinojosa y José Moreno Villa; el cordobés Ricardo Molina, etc. El poeta aumenta con su obra la gloria de las letras andaluzas e hispánicas; en línea de continuidad con la Escuela Antequerana del Siglo de Oro y con la Escuela de Poetas Románticos del XIX se suma a la nómina de Hijos Ilustres de Antequera.

Su primer libro, Versos de retorno, es de 1929. Lector en la Universidad de Cambridge durante algún tiempo y gran conocedor de la lírica inglesa, ha traducido al castellano obras de John Donne, Richard Crashaw, William Wordsworth, Gerald Manley Hopkins, Francis Thompson y Thomas Stearns Eliot.

Dentro de su obra poética cabe destacar Cantos a Rosa (1954, edición aumentada, 1999), Objetos perdidos (1997, Premio Nacional de Poesía 1998) y Entre otros olvidos (2001).
De Las cosas del campo, su mejor libro en prosa, del que ya se han hecho varias ediciones en España, dijo Amado Alonso en carta dirigida al autor: «Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre».

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

Las puertas del campo
      «¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por tus rincones ocultos y tus abiertas extensiones, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la mantilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
    Eres un río de hermosura pasando, sonando, ajustándote a la noche, al día, a la estación. Por ti siento pasos antiguos, correr sangre de esta misma de mis venas. Todos somos como tú, algo que ni empieza ni acaba, como la hermosura o estos olivares cuyo fin nunca alcanzan mis ojos.
    Y esperamos. A veces es algo áspero este roce del corazón. Todo por fuera está inmutable y algo por dentro roza. ¿Qué será? Un gran aletazo del amor nos sacará a su luz. Quedará todo limpio. Allá en nuestro rinconcillo, el amor sigue. Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero, ¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?»
           […]

Cuando florecen las encinas
     «Cuando florecen las encinas, decía, hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Pasa como cuando llora un hombre fuerte y maduro, cuando viene un estremecimiento a colmar una plenitud. Hay en ello algo humano, «sazón de todo». Igual con las encinas. Con las jóvenes y las viejas, que todas florecen. La hoja del chaparro es áspera, crujiente, graciosamente rizada en el contorno, verde el oscuro haz y gris el envés. El tronco áspero y duro se diría insensible. Se diría insensible el árbol entero, apenas conmovido por lluvia o viento, sol o hielo, un contemplativo, con mucho cilicio y poco halago. Y de pronto hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, aquella ascesis, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y toda la melancolía del sauce.
     Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas, que casi componen una figura patética en el paisaje, y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso.
    Luego, quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.»