“La agonía del búho chico”, de Justo Vila

20151204124135_00001La agonía del búho chico es la primera novela del escritor extremeño Justo Vila. Cuando se publicó, en 1995, por la editorial pacense Del Oeste Ediciones, tuvo una gran acogida por parte de los lectores y de la crítica. El profesor Ricardo Senabre le dedicó las siguientes palabras: «Pocas veces una primera novela constituye una sorpresa tan grata como en este caso. La obra tiene méritos suficientes para llegar a un amplio número de lectores. Confiemos en que el autor no se detenga aquí. Tiene facultades de sobra para hacernos concebir muchas esperanzas. Y esto no es algo que pueda decirse todos los días».

Narra la historia de un grupo de personas que, tras acabar la guerra civil española, abandonan sus pueblos por miedo a las represalias y se esconden en las sierras extremeñas de La Siberia y de La Serena.

Estos huidos o maquis forman la partida de Alonso “Veneno”, condenado a la pena de muerte como autor del delito de adhesión a la rebelión militar que, tras pasar por el campo de concentración de Castuera y escapar de la cárcel de Puebla, se refugia en la Sierra de Cantosnegros.

    «Aquella tarde del siete de diciembre, de pie en los riscos de Cantosnegros, Alonso “Veneno” miraba con los prismáticos a lo lejos. Sus ojos ahumados parecían atrapados por los luminosos y transparentes colores que bañaban la serena llanura, cambiantes, vaporosos y fugitivos a cada minuto que pasaba. Desde el alto peñasco, todo le parecía eterno, imperecedero, indestructible: el enorme cielo sin nubes; el vasto mar verde de humildes chaparros y altivas encinas; el Guadiana inmutable, encajado en dirección noroeste y de pronto quebrando hace el sur. Y la luz. Luz estallando en la blusa de las encinas, violenta, tensa, cubriendo convulsivamente la distancia, disolviendo como humo de nubes las sombras verdes.»

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                                  ©Fernando Vicente

Son hombres y mujeres que sueñan con recuperar las libertades arrebatadas por el nuevo régimen. Sobreviven en condiciones muy precarias, pero continúan en la lucha, con la esperanza de que los aliados intervengan a favor de su causa. Pero después de la aventura fracasada del Valle de Arán, tienen que replantearse la estrategia guerrillera. Entonces toman una decisión desesperada que tendrá terribles consecuencias para la partida.

La agonía del búho chico es una novela donde se mezclan realidad y fantasía. Está sustentada en un gran trabajo previo de documentación. Justo Vila es un gran conocedor de la historia reciente de la región extremeña. Sin duda, conocía y había investigado los hechos sobre los que ha cimentado su magnífica novela. El escritor extremeño demuestra también un gran conocimiento de los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia –las comarcas extremeñas de La Siberia y de La Serena–, y de la flora y la fauna de la zona. Y hace gala, además, de un dominio asombroso del lenguaje.

El resultado de todo ello es una excelente novela, muy bien escrita, entretenida y fácil de leer. Una de mis novelas favoritas. Cuando la leí por primera vez, hace ya más de dos décadas, me pareció una novela extraordinaria. Por eso la he recomendado montones de veces. Al volver nuevamente a ella, después de tantos años, he descubierto matices nuevos, detalles olvidados, que han hecho que su lectura me haya resultado tan gratificante o más que aquella, ya tan lejana, primera vez.

El profesor y bibliógrafo Manuel Pecellín ha afirmado que sigue siendo la «mejor novela de cuantas han abordado la historia de los guerrilleros en Extremadura». Y ha escrito sobre ella: «Símiles y metáforas, de hermosa factura, sobre la base de la flora, la fauna o el entorno paisajístico, refuerzan con acierto el discurso, que, por otro lado, no omite recursos como el monólogo interior, la trama coloquial sin conexiones lógicas, la ruptura del orden cronológico, la alternancia imprevista de las voces y hasta el uso suave del dialecto, prueba de la madurez alcanzada por el narrador»

    «Fue un gemido aterrador que helaba la sangre en las venas y, cabalgando a lomos del viento gallego, como escoba del cielo, subió hasta lo más alto de las sierras, bajó a las vaguadas, rozó los techos vegetales de los chozos de los pastores, entumeció los músculos de los mastines, rompió la calma de los campos cansados y llenó de pánico a la comadreja, a la gineta, al zorro, al mochuelo, al cárabo, al cuco, a la carraca y a la oropéndola; cruzo valles y torrenteras, dehesas y olivares; hizo encogerse a adelfas y jaras, cantuesos y escobas blancas; rompió el discurrir torrencial e impetuoso de los saturados arroyos; navegó por el Guadiana hasta el Portillo de Cíjara, quebró en la Sierra del Aljibe y se elevó hasta rebotar en los canchales de la Umbría; arañó los tejados rojos y pardos de Villarta, se perdió por los paisajes huidizos de Fuenlabrada y, desde el Puerto de los Carneros, el eco devolvió el gemido, cada vez más apagado y agónico, a la choza de Alonso, abriéndose pasa entre espantados jabalíes, sorprendidos ciervos, asustados linces, batiendo alas como un alimoche.»

Territorio del búho chico. Germán Grau

 Territorio del búho chico.  Dibujo de Germán Grau

SINOPSIS

Tras la guerra civil española un grupo de personas, pertenecientes al bando perdedor, abandonan sus pueblos por miedo a las represalias y se esconden en las sierras de La Siberia extremeña y de La Serena. Son los huidos, los maquis, gentes que asisten, desesperadas, a su propio aniquilamiento.

En La agonía del búho chico, a Justo Vila le interesa el mundo interior de sus protagonistas, y a desarrollar ese íntimo entorno es a lo que se dedica buena parte del libro. Pero no pierde intensidad la otra parte de la novela, la más descriptiva, aquella que dibuja minuciosamente el entorno de la zona, o los enfrentamientos del grupo con sus perseguidores. Penetrando en los oscuros misterios del corazón humano, Justo Vila urde una sólida estructura narrativa con los materiales de la soledad, el absurdo, la muerte, la esperanza y la desesperación, y deja abiertas las puertas a su reconocimiento literario.

Esa mezcla de acción e intimismo da como resultado una novela compacta, densa, gratificante para el lector.

JUSTO VILA

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     facebook.com/JVilaIzquierdo

Justo Vila Izquierdo es un escritor e historiador español. Nació en 1954, en Helechal (Badajoz), en el seno de una familia de jornaleros que emigró a las cuencas mineras de Asturias a principios de los sesenta. De regreso a Extremadura compaginó sus estudios con diversos trabajos (jornalero, albañil, educador, colaborador en prensa y radio, etc.) Licenciado en Geografía e Historia, ha trabajado de maestro y ha sido director de la Biblioteca de Extremadura.

Forma parte, entre otras, de la Asociación de Escritores Extremeños, la Unión de Bibliófilos de Extremadura, la Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz y la SEGUEF (Sociedad de Estudios de la Guerra Civil y el Franquismo), siendo uno de sus miembros fundadores.

El grueso de sus obras, tanto novelísticas como históricas, se centra preferentemente en el estallido de la guerra civil y en las consecuencias de ésta en Extremadura. Sus novelas se caracterizan por la abundante utilización de recursos del paisaje, el habla, la fauna, la flora, la etnografía y el imaginario colectivo de la región.

Ha publicado libros de historia: Extremadura: la guerra civil y La guerrilla antifranquista y libros de viajes como Descubrir España: Extremadura y En cuanto amanezca. Ha escrito guiones para televisión como Extremadura amarga y La montaña mágica, pero, sobre todo, es autor de novelas fundamentales, como La agonía del búho chico, Siempre algún día, La memoria del gallo y Lunas de agosto. Además, Justo Vila es también autor de numerosos cuentos.

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

   «Me habían contao que la culebra, atraía por la leche materna, se acerca hasta los chozos y se introduce en ellos. Que, la mu condená, espera escondía hasta que tos duermen. Entonces se sube a la cama y se agarra del pecho de la madre pa chuparla. Dicen que mama como cualquier recién nacío. Por eso ninguna madre se da cuenta de na, porque creen que es su criaturita la que pega los chupetones. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que la culebra, si el crío se despierta pa pedir su ración, muy astutamente la mete el rabo en la boca a la criaturita. Y entonces, el niño empieza a chupar, venga a chupar, hasta que se ahoga con la cola del bicho. Yo no la he visto en toa la crianza, pero es que es mu lista. Creo que se dio cuenta que le tendíamos una trampa y entonces no entró en el chozo […] «Mira, Modesto, que la culebra es mu lista y ha visto la ceniza que hay alreor del chozo pa descubrirla… Esa ha tirao pa lo de las cabras y s´está mamando a la “Banquilla”». Al principio pensé que no era posible. Pero luego recordé un caso similar que me había contao mi padre, cuando él llevaba las cabras del pueblo. La verdá es que a una cabra le es mu difícil defenderse de la culebra. Cuando ésta se acerca silbante en la noche, la cabra se queda inmóvil, paralizá, como si hubiera sío hinotizá. Entonces, decía mi padre, la culebra se enrosca a las patas de la cabra y chupa sus tetas.»
    […]
   «La nuestra es una guerra olvidada, inexistente. Los aliados no quisieron verla en el cuarenta y cinco. Nos dejaron solos. Declaraciones hipócritas y nada más. Hemos fracasado. Hemos sido derrotados por el franquismo. Ciertamente, nunca se podrá decir que nuestra causa carecía de sentido, pero se acerca el día, está a la vuelta, en que nadie recordará la historia de este tiempo; pesará sobre ella la losa de un pacto de silencio. Y llegará el olvido, tranquilizador olvido para la mayoría que, convencida de que es imposible repetir la historia, tranquilamente, podrá atreverse a desconocerla. Pero no se puede ocultar parte de la memoria de un país, había dicho Alonso. Si se cierran las puertas a la historia, ésta esperará pacientemente en el umbral, para irrumpir en cualquier momento, con todas sus imprevisibles consecuencias.»