“La ruta”, de Arturo Barea

    «Durante los primeros veinticinco años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y una taberna inmensos.»

La ruta es la segunda parte de la trilogía La forja de un rebelde, de Arturo Barea, que se compone de tres novelas autobiográficas: La forja, La ruta y La llama. El primer tomo cubre su infancia y juventud; el segundo, sus primeras experiencias literarias y, sobre todo, su servicio militar en Marruecos; el tercer tomo, por último, trata del período justamente anterior a la guerra civil y de la misma.

La forja de un rebelde no apareció inicialmente en español, sino en inglés. El libro fue publicado durante el exilio de Barea en Londres, a causa de la guerra civil española, en tres tomos, entre 1941 y 1946. La primera versión de la trilogía en castellano no salió hasta 1951, en la editorial Losada de Buenos Aires, que publicó los tres tomos por separado.

La trilogía fue aclamada como «obra maestra» y «contribución invalorable para nuestro conocimiento de la España moderna, así como libro de enorme mérito literario». En particular, Bertram Wolfe alabó «su sinceridad excepcional y su franqueza inquebrantable», considerándola como «una de las grandes autobiografías del siglo XX».

La forja de un rebelde no sólo se ha convertido en la obra maestra de Barea, sino en uno de los testimonios más estremecedores que se hayan escrito sobre la guerra civil española y sus antecedentes inmediatos.

«La forja de un rebelde es tan esencial para entender la España del siglo XX, como indispensable es la lectura de Tolstói para comprender la Rusia del siglo XIX».The Daily Telegraph

En el año 1990, La forja de un rebelde fue adaptada para la pequeña pantalla con el mismo nombre por el director de cine Mario Camus.

Miniserie de TV de 6 capítulos. Cuenta la historia de uno de los vencidos de la Guerra Civil (1936-1939), el socialista y republicano Arturo Barea, hijo de una lavandera, que pasó 18 años en el exilio sin poder regresar a España. El relato es un homenaje a las víctimas del franquismo.

Después de La forja apareció, en 1943, La ruta, la segunda parte de la trilogía, en la que Barea cuenta sus primeros inicios literarios y, sobre todo, sus experiencias en la guerra de Marruecos. La novela finaliza con su vuelta a Madrid, una vez licenciado

La ruta se inicia con su llegada a África en junio de 1920, donde le destinaron como sargento. Después de la terrible derrota de Annual en 1921, Arturo participó en la recogida y entierro de cadáveres, una experiencia que le marcaría para siempre.

    «Los libros de historia lo llaman el Desastre de Melilla o la Derrota española de 1921; dan lo que se llama los hechos históricos. No sé nada de ellos, con excepción de lo que leí después en estos libros. Lo que yo conozco es parte de la historia nunca escrita, que creó una tradición en las masas del pueblo, infinitamente más poderosa que la tradición oficial. Los periódicos que yo leí mucho más tarde describían una columna de socorro que había embarcado en el puerto de Ceuta, llena de fervor patriótico, para liberar Melilla. […]

    Yo no puedo contar la historia de Melilla de julio de 1921. Estuve allí, pero no sé dónde; en alguna parte, en medio de tiros de fusil, cañonazos, rociadas de ametralladora, sudando, gritando, corriendo, durmiendo sobre piedra o sobre arena, pero sobre todo vomitando sin cesar, oliendo a cadáver, encontrando a cada nuevo paso un nuevo muerto, más horrible que todos los vistos hasta el momento antes.»

En esta etapa en Marruecos también contrajo el tifus, el cual le dejó de por vida con un corazón debilitado. Después de haber participado en un total de 81 operaciones, y haber sido condecorado en dos ocasiones, Barea dejó el ejército en 1924 como oficial de reserva. Ese mismo año se casó con Aurelia Grimaldos, con la cual tuvo cuatro hijos. En esta época, Barea volvió a trabajar en el sector de las patentes. La naturaleza infeliz de su matrimonio le hizo dedicar cada vez más tiempo a su trabajo. Se convirtió así en director técnico de una de las empresas de patentes más importantes de España, lo cual le permitió gozar de una situación económica acomodada.

Sus peripecias en tierras africanas dejaron una profunda huella en el escritor nacido en Badajoz. Barea se muestra en esta buena novela abiertamente contrario a la guerra que se litigaba en Marruecos, a la vez que denuncia la corrupción de los militares al mando del ejercito expedicionario.

    «¿Por qué tenemos nosotros que luchar contra los moros? ¿Por qué tenemos que «civilizarlos» si no quieren ser civilizados? ¿Civilizarlos a ellos, nosotros? ¿Nosotros, los de Castilla, de Andalucía, de las montañas de Gerona, que no sabemos leer ni escribir? Tonterías. ¿Quién nos civiliza a nosotros? Nuestros pueblos no tienen escuelas, las casas son de adobe, dormimos con la ropa puesta, en un camastro de tres tablas en la cuadra, al lado de las mulas, para estar calientes. Comemos una cebolla y un mendrugo de pan al amanecer y nos vamos a trabajar en los campos de sol a sol. A mediodía comemos un gazpacho, un revuelto de aceite, vinagre, sal, agua y pan. A la noche nos comemos unos garbanzos o unas patatas cocidas con un trozo de bacalao. Reventamos de hambre y de miseria. El amo nos roba y, si nos quejamos, la Guardia Civil nos muele a palos. Si yo no me hubiera presentado en el cuartel de la Guardia Civil cuando me tocó ser soldado, me hubieran dado una paliza. Me hubieran traído a la fuerza y me hubieran tenido aquí tres años más. Y mañana me van a matar. ¿O voy a ser yo el que mate?»

SINOPSIS

En La ruta, Arturo Barea se centra en sus años pasados en Marruecos, cumpliendo el servicio militar. La guerra de Marruecos fue una traumática experiencia y, a la vez, una ocasión para la toma de conciencia social y política para una generación de españoles en los años previos a la Guerra Civil. La injusticia de que fueron las clases bajas las que aportaron la carne de cañón, por la posibilidad para los ricos de eludir el servicio militar a cambio de un pago en metálico, fue un aldabonazo en la conciencia de muchos jóvenes. Esa injusticia, y las duras condiciones de vida en África son el telón de fondo de la novela. La escasez y las enfermedades eran la compañía de los soldados. Arturo, el protagonista, se licencia por fin y emprende una nueva vida de civil en Madrid. Trabaja en una oficina de patentes industriales y trata de encontrar un ambiente a su gusto en los lugares de recreo de la ciudad. Aparecen también las tertulias literarias de los cafés más famosos de Madrid. La experiencia de Marruecos y el ambiente politizado de la capital hacen que aumente la inquietud política del personaje.

    «El ciego estalló en una carcajada aguda y convulsiva. […] Después extendió en círculo el brazo, como si quisiera abarcar el horizonte, y gritó:

    –¿Un camino llano? Yo siempre he caminado por la vereda. ¡Siempre, siempre!. No quiero que mis babuchas se escurran en sangre y este camino está lleno de sangre todo él. Lo veo. Y se volverá a llenar de sangre, ¡Otra vez y otra y cien veces más!»

ARTURO BAREA

Arturo Barea Ogazón. (Badajoz, 20 de septiembre de 1897 – Faringdon, 24 de diciembre de 1957). Escritor español autor de cuentos, novelas y ensayos y periodista y comunicador.

Estudia en las Escuelas Pías de San Fernando, pero deja los estudios a los trece años. Trabaja en un banco hasta 1914 y durante la guerra apoya al bando republicano realizando misiones de carácter cultural y propagandístico. Al finalizar la guerra civil se exilia a Inglaterra.

Todos sus libros fueron publicados en inglés y más tarde en castellano excepto su primera publicación Valor y miedo (1938), en el que relata cuentos de la Guerra Civil.

De 1941 a 1946 publica su obra más conocida, la trilogía The Forging of a Rebel, la cual escribe en Inglaterra en español y es traducida al inglés por su esposa Ilsa Barea. Es una autobiografía de su vida en la que narra su infancia y juventud y su experiencia en la Guerra de Marruecos y en la Guerra Civil. La publicación en español se produjo en el año 1951 en Buenos Aires bajo el nombre La forja de un rebelde y en 1978 se publicó en España. La trilogía consta de tres títulos La forja, La ruta y La llama.

En 1944 publica un ensayo sobre Federico García Lorca en inglés bajo el nombre Lorca, the Poet and his People y en 1956 se publica en castellano como Lorca, el poeta y su pueblo. En 1952 publica Unamuno, una biografía sobre el autor Miguel de Unamuno. En 1952 publica la novela The Broken Root, publicada en castellano en 1955 como La raíz rota, en la que aborda la frustración del exiliado y las consecuencias de la Guerra Civil.

Arturo Barea fallece en el 24 de diciembre de 1957 en Faringdon, un pueblo del condado de Oxford.

Póstumamente su esposa publica una colección de cuentos recopilados en un libro bajo el nombre El centro de la pista (1960). Más tarde se publica Palabras recobradas (2000) que reúne cartas, ensayos y artículos inéditos de Arturo Barea.

En 1990 Televisión Española emite La Forja de un rebelde, serie compuesta por 6 capítulos basada en sus novelas autobiográficas dirigida por Mario Camus.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «Salí del cuarto del sargento al cuarto común. Al pasar a lo largo de los camastros, los hombres me miraban con ojos de perro curioso. A mitad de camino, uno de ellos se levantó obsequioso:

    —Si quiere usted mear, mi sargento, la lata está allí.

    En un rincón había una lata de petróleo. Más tarde me contaron la historia: los hombres la usaban para orinar, porque si no tenían que salir afuera. Cuando los ataques del enemigo eran muy frecuentes, la usaban para todo. Cuando la lata estaba llena, tenía que vaciarla fuera de la alambrada el que le tocaba el turno. Esto, frecuentemente, provocaba un tiro, algunas veces una baja, y entonces se perdía la lata. El primero que tenía necesidad de aliviarse podía elegir entre salir por la lata, que era seguro estaba cubierta por un «paco», o evacuar en alguna parte fuera de la alambrada, a su propio riesgo. En un sitio tal, donde pueden imponerse pocos castigos por faltas de disciplina, los castigos consistían en dobles guardias de noche, en tener que ir por agua al exterior, o en vaciar la lata de petróleo durante un cierto número de días. Así, la lata de petróleo y su contenido se había convertido en un símbolo de vida o muerte y en el tópico principal de comentario y conversación.» 

[…]

   «¿Que en qué pensamos? En la guerra los hombres se salvan por el hecho de que son incapaces de pensar. En la lucha, el hombre retrocede a sus orígenes y se convierte en animal de rebaño sin más instinto que el de autopreservación. Músculos que nadie usó por siglos resucitan. Las orejas se enderezan al silbido de un proyectil próximo; el vello se eriza en el momento exacto; se salta de lado como un mono o se tira uno de bruces en la única arruga de la tierra, justo a tiempo para evitar la bala que no se ha visto ni se ha oído. Pero ¿pensar? No. No se piensa. Durante estas retiradas en las cuales un hombre marcha tras otro como un sonámbulo, los nervios van calmándose poco a poco. Al fin no existe más que el ritmo pesado de los pies —¡y cómo pesan!—, el de las manos colgantes penduleando autómatas a tiempo con vuestros pies, y el del palpitar de un corazón que escucháis dentro de vosotros mismos y que marcha en ritmo con el corazón del hombre que va delante de vosotros, al cual no oías porque vuestro corazón hace demasiado ruido. Beber y dormir. Beber y dormir. El cerebro se os llena de un deseo de beber, de un deseo de dormir. En la oscuridad, sed y sueño cabalgan sobre el cuello de cien soldados en marcha, en cien cerebros vacíos.» 

[…]

     «Yo sabía la debilidad secreta de mi madre por contar un incidente histórico en la vida de mi padre:

   —Ande, cuéntenos la historia otra vez— le dije.

  —Pues… Todo ello pasó en el 83, cuando querían que volviera la República, un poco después de que coronaran a Alfonso XII. Y tu padre salvó el pellejo gracias a que se dormía como un tronco. En Badajoz los sargentos habían formado una junta y tu padre era el secretario. Iban a sacar las tropas a la calle una madrugada y tu padre se echó a dormir en el cuarto de los sargentos y dijo que le despertaran. No sé si le olvidaron o si no se despertó. Pero el general Martínez Campos, que mandaba entonces, se enteró del proyecto por algún soplón y cuando abrieron las puertas del cuartel para sacar los soldados a la calle, todos los sargentos fueron arrestados; se les formó consejo sumarísimo y se les fusiló. Y tu padre durmiendo como un bendito. No le pasó nada, porque ninguno de sus compañeros le denunció. Pero al general que estaba a la cabeza del levantamiento le ahorcaron… Creo que tu padre se hacía muchas ilusiones, porque si aquello hubiera salido bien, la República hubiera sido una república de generales y para eso lo mismo daba tener un rey.»

FUENTES

  • Townson, Nigel. Introducción de La forja. Barcelona, Debolsillo, 2019
  • Barea, Arturo. La ruta. Barcelona, Bibliotex, 2001

“La uruguaya”, de Pedro Mairal

    «Qué mujer más hermosa, qué demonio de fuego me brotó de adentro y se me trepó al instante en el árbol de la sangre. ¿Cómo te llamás? Magalí. Yo soy Lucas. Fuimos a buscar más cerveza.»

La uruguaya es una novela corta, del escritor argentino Pedro Mairal, publicada con gran éxito en Argentina en 2016. En 2017 se público en España, donde se ha alzado con el Premio Tigre Juan. La novela, que ha provocado el reconocimiento unánime de público y de crítica ha confirmado a su autor como uno de los más destacados narradores de la literatura argentina contemporánea.

El escritor argentino Lucas Pereyra, casado, padre de un hijo y en plena crisis existencial y matrimonial, viaja desde Buenos Aires hasta Montevideo para cobrar los anticipos de derechos de autor de dos contratos de libros que había firmado unos meses antes. Esto iba a permitirle saldar las deudas por los meses que había estado sin trabajar y dedicarse a escribir unos meses más, si controlaba los gastos. Allí también iba a reencontrarse con la joven Magalí Guerra, la uruguaya del título de la novela, que había conocido en un festival.

    «Nunca dejaba mi correo abierto. Jamás. Era muy muy cuidadoso con eso. Me tranquilizaba sentir que había una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio. Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo. Debe haber un resultado químico de nivelación después de años de mantener esa coreografía constante. Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos… ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea.»

Pero la historia, a pesar de ser atractiva, es lo que menos cuenta en esta novela, corta pero intensa. Lo que de verdad cuenta es lo extraordinariamente bien escrita que está, con un lenguaje directo y desenfadado que incluye términos y expresiones propias del país del autor. Una novela magnífica, entretenida y que se lee de un tirón. De lo mejor que he leído últimamente.

EMPIEZA A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Lucas Pereyra, un escritor recién entrado en la cuarentena, viaja de Buenos Aires a Montevideo para recoger un dinero que le han mandado desde el extranjero y que no puede recibir en su país debido a las restricciones cambiarias. Casado y con un hijo, no atraviesa su mejor momento, pero la perspectiva de pasar un día en otro país en compañía de una joven amiga es suficiente para animarle un poco. Una vez en Uruguay, las cosas no terminan de salir tal como las había planeado, así que a Lucas no le quedará más remedio que afrontar la realidad.

Narrada con una brillante voz en primera persona, La uruguaya es una divertida novela sobre una crisis conyugal que nos habla también de cómo, en algún punto de nuestras vidas, debemos enfrentarnos a las promesas que nos hacemos y que no cumplimos, a las diferencias entre aquello que somos y aquello que nos gustaría ser.

PEDRO MAIRAL

Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Su novela Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín en 1998 y fue llevada al cine. Ha publicado también las novelas El año del desierto (2005) y Salvatierra (2008), el volumen de cuentos Hoy temprano (2001), y los libros de poesía Tigre como los pájaros (1996), Consumidor final (2003) y la trilogía Pornosonetos (2003, 2005 y 2008). En 2007 fue nombrado uno de los 39 mejores jóvenes escritores latinoamericanos por el Hay Festival de Bogotá. Trabaja como guionista y escribe para distintos medios de comunicación. En 2013 publicó El gran surubí, una novela en sonetos, y El equilibrio, una recopilación de las columnas que escribió durante cinco años para el diario Perfil. En 2015 publicó en Chile Maniobras de evasión, un libro de crónicas. Su última novela, La uruguaya, ha recibido en España el Premio Tigre Juan 2017 y lo ha confirmado como uno de los más destacados autores argentinos de su generación.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    Nunca me cayeron bien los médicos hombres, con ese aire de grandullones con guardapolvo, escolares crónicos con gigantismo, los bravucones peludos de la clase, haciéndose los serios en la consulta , usando grandes palabras anatómicas, hipersexuados, libidinosos ni bien cierran la puerta del consultorio, cogiendo todos por ahí con enfermeras en ese doble fondo de las guardias, acceso restringido al personal, coitos de camilla, desenfrenos de rincón, entre tubos de oxígeno y carritos con material quirúrgico, guardapolvos disimulando erecciones, galenos con priapismo, grandes porongas doctas, reverenciadas, falos hipocráticos rodeados de conchitas dispuestas como mariposas rosadas en el aire, sátiros de blanco, con unas canas que hacen suspirar a la paciente y a ver si respirá profundo, otra vez, bien, levante un poco la blusa, respirá otra vez, muy bien… Hijos de puta, abusadores matacaballos, carniceros prepagos, sumando comisiones de cesáreas innecesarias, atrasando la operación para después de su semanita en Punta del Este, maltratadores seriales, ladrones del tiempo y la salud, ojalá les llegue un infierno eterno de sala de espera con revistas pegoteadas, aprovechadores parados en su columnata griega, te vas a aplicar la crema en el área pruriginosa, ¡hijo de un camión lleno de putas!, ¡el área pruriginosa!, por qué no decis «el lugar donde te pica», la concha de tu hermana, reverendo sorete grandilocuente.
      […]
     Nos faltaba el empujón. Los poquitos grados de fuerza para que se terminara de romper todo lo que estaba fisurado. ¿Se caía de maduro? No sé. Es cierto que teníamos que parar. Dejar de juntar bronca. Esas mañanas, por ejemplo, esos sábados o domingos cuando Maiko se despertaba a las siete y pedía su Nesquik y vos y yo empezábamos el concurso de ver quién se hacía más el dormido. Maiko insistía y alguno de los dos se levantaba con odio, le hacía el Nesquik, y también el café al otro, al remolón que se hacía el paralítico, el que no durmió lo suficiente, el que no puede, que necesita más horas de sueño, que sufre, pobrecito, la reputa que lo remil parió, y la reconcha de la lora. Maiko en la cocina ya en su reclamo gremial moviendo muebles, sillas, trepándose a la mesada, agarrando cuchillos, hay que estar, hay que mirarlo, hay que cuidar al enano borracho desde la madrugada, mientras el otro se envuelve entre las sábanas tibias, el otro se anula, se hace el que no existe, pero está ahí, haciéndose el desentendido en su gran traición. Entonces, vos o yo, el que se había levantado, lavaba los platos de la noche anterior haciendo la mayor cantidad de ruido posible para joder (te escuché hacerlo varias veces y yo también te lo hice) la sartén pegaba bandazos en la bacha, le hacíamos sonar como una campana de lata para despertar al horizontal, cucharas cayendo sobre el acero inoxidable que sonaba como un tambor, tintineo de vasos de vidrio a punto de partirse en mil astillas, castañeteo de platos de loza frágiles y blancos que daban ganas de estamparlos contra el piso como en un casamiento griego, hacer un smash karaoke como se hace en Japón, donde le ponen a la gente música fuerte en un cuarto con jarrones y televisores viejos y les dan un bate de béisbol para que rompan todo. Hacer mierda el juego de comedor, reventar los regalos de casamiento, el amor familiar, la lista, prender fuego Flox, dinamitar la casa y anticiparse ametrallando a los novios cuando saludan en el atrio como en una escena de El Padrino. Y el otro desde la cama: ¿Todo bien, amor? ¡Sí, todo bien! ¿Se rompió algo? No, no se rompió nada. ¿Qué querés? Decime qué querés. Quiero guerra, pensaba yo. Guerra contra vos. Pero no decía nada.