Monumentos artísticos de Extremadura

En 1986 apareció, editada por la Editora Regional de Extremadura, la obra titulada Monumentos artísticos de Extremadura, que supuso una contribución más al proceso de recuperación y conocimiento de los elementos de la identidad cultural extremeña.

El proyecto surgió de las manos y el estudio de profesores e investigadores extremeños, dirigidos por Salvador Andrés Ordax, y tuvo una excelente acogida por parte de los amantes y estudiosos del Patrimonio de Extremadura. Posteriormente, la obra ha sido revisada y reeditada en sucesivas ocasiones.

La última publicación renovada, de 2006, consta de dos volúmenes, con gran profusión de fotografías a todo color. Contiene, agrupados por cada localidad, los monumentos más importantes de la región extremeña.

Como señala el director de la obra en la Introducción de la misma, se pretende que la citada publicación «contribuya a un mejor conocimiento y divulgación del la riqueza monumental de Extremadura, cada vez mejor conocida y apreciada, y sirva de referencia para posteriores desarrollos y aplicaciones.»

FERIA EN “MONUMENTOS ARTÍSTICOS DE EXTREMADURA”.

En el Tomo I de la obra, bajo la entrada de Feria, encontramos la siguiente información referente a la villa de Feria:

Feria

Conjunto histórico-arqueológico

Emplazada en la estribación más oriental de la Sierra de San Andrés, de espalda a los espacios fragosos que se inician tras de ella en dirección a mediodía y abierta por el norte a la amplia penillanura que se extiende hasta el Guadiana, esta población representa el modelo característico de asentamiento dispuesto sobre una ladera en fuerte pendiente. El núcleo se orienta hace el sureste, con vocación hacia los terrenos llanos y fértiles en que se inicia la Tierra de Barros, y se cobija al amparo de un formidable castillo erigido en lo alto de la cima, desde donde atalaya dominando amplias extensiones de terreno.

Posible castro turdetano según Ortiz de Tovar, es también identificado por algún autor como la Seria de los Celtas, y la Fama Iulia romana, encontrándose en sus proximidades restos que permiten suponerlo como centro habitado en época visigoda. En la etapa de la dominación árabe acogió a pobladores musulmanes que ya dispusieron en ese lugar una fortificación o alcazaba de adobe, como antecedente del posterior castillo cristiano.

El lugar fue reconquistado para los cristianos por el Maestre de la Orden de Santiago D. Pedro González Mengo en 1241, con ocasión de las campañas desencadenadas por Fernando III para el asalto final a Jaén, Córdoba y Sevilla, y en cuyo transcurso se ocuparon extensos territorios en el ámbito sudoriental de la Baja Extremadura, así como numerosas poblaciones y fortalezas en ellos contenidos.

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                                                        Feria. Vista desde el sur

Perteneció este núcleo a la Orden de Santiago como tierra de repoblación en el siglo XIII, pasando posteriormente a la jurisdicción de la ciudad de Badajoz. En 1394, junto con los lugares de La Parra y Zafra, fue donado por Enrique III de Castilla a D. Goméz Suárez de Figueroa para fundar el Señorío de Feria, del que las tres localidades mencionadas constituyen el conjunto originario.

La fortaleza actualmente existente es la erigida por los señores de Feria sobre el anterior recinto árabe entre 1460 y 1513. En la cima del mismo cerro donde se situó el castillo ya existía, con anterioridad a éste, la primitiva ermita de la Candelaria, a cuyo alrededor se nucleó la población originaria durante un período que cabe considerar comprendido, aproximadamente, entre mediados del siglo XIII y mediados del XV. Desde época muy temprana, sin embargo, las construcciones tendieron a descender de este punto; extendiéndose progresivamente hace abajo por la ladera, en dirección al suroeste. La disposición de edificaciones en tal sentido pronto dio lugar a la configuración de nuevos tejidos con unas calles orientadas de suroeste a noreste, siguiendo las curvas de nivel del cerro para mejor adaptarse a la topografía en tanto que las travesías o formaciones transversales secundarias, así como el conjunto de la población en general, descienden sobre la fuerte pendiente. Manteniendo esta vocación en su crecimiento, la población se fue alejando progresivamente del núcleo originario alrededor de la parroquia primitiva, de manera que, en el siglo XV, ésta había quedado aislada en la cima del cerro junto al castillo. Al disminuir su feligresía, quedó reducida a ermita, hasta que, finalmente, concluyó al ser abandonada por completo, lo que significó la destrucción progresiva de su fábrica, de la que, en la actualidad, no quedan más que algunos indicios de viejos cimientos.

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                                                     Feria. Vista desde el castillo

 Ante tal dinámica de crecimiento por parte de la población, se impuso la necesidad de erigir otra parroquia en lugar más cómodo al caserío moderno, eligiéndose como emplazamiento para el nuevo templo el extremo oriental del conjunto últimamente figurado.

En las postrimerías del siglo XV, estaba ya abierto al culto bajo la advocación de San Bartolomé. El dato de la elección de un nuevo patronazgo puede tomarse como indicativo de que, en tal momento, la iglesia de la Candelaria aún se encontraba en uso.

En la actualidad, la parroquia de San Bartolomé aparece en el centro de la población toda vez que, el desarrollo de la misma, tomando al templo como foco de referencia para la expansión del caserío, pronto desbordó aquella con la disposición de nuevas edificaciones, para acabar rodeándola según el proceso habitual en los núcleos de configuración medieval.

Según la tradición local –no existe documentación que lo corrobore–, la nueva parroquia de San Bartolomé se levantó, a su vez, sobre otra vieja ermita existente, posiblemente dedicada ya a esta advocación, fenómeno que resulta frecuente en la zona en la época bajomedieval, como sucede en La Parra, Jerez de los Caballeros, Higuera de Vargas, Fuente del Maestre y otras localidades.

Frente a la plaza formada delante de la iglesia, por el lado de la epístola, se encuentra la Casa del Concejo, edificación con soportales y arcadas de ladrillo, de carácter mudéjar que, junto con las que configuran el flanco sur de aquélla, perimetran un espacio recoleto, de reducidas dimensiones y acusado desnivel, donde se centraliza la vida social de la localidad. Por la zona posterior de la parroquia, tras su ala del lado del evangelio, se respetó un alargado espacio libre, destinado a «terreno» o «coso» en tiempos antiguos, sobre el que posteriormente se organizó una nueva plaza o paseo, alineada perpendicularmente con relación a la parroquia, en un alarde de ingenio y practicismo para su adaptación a las irregularidades del terreno.

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                                              Feria. Vista general desde el castillo

No poca influencia en la tendencia del pueblo a expansionarse descendiendo por la ladera del cerro del Castillo, debe atribuirse a la localización «del Grifo», situada en el ámbito de la casa del Cabildo y la parroquia de San Bartolomé, y que, junto con dos cisternas o aljibes existentes en el castillo, fueron durante cierto tiempo los únicos puntos de suministro de agua para la población.

El núcleo histórico más antiguo de la Feria actual puede considerarse configurado entre los siglos XIV y XV, adoptando la característica estructura en «media luna», según secuencias de edificaciones dispuestas en paralelo respecto de las curvas de nivel, que descienden por la ladera a partir del foco generador de las inmediaciones de la fortaleza situada en la cima.

El diseño de esta parte de la población responde al esquema típico medieval, con calles estrechas, tortuosas, y de acusada pendiente, sobre todo las que atacan el cerro directamente en perpendicular, para unir en línea el castillo con el ámbito de la parroquia. Resultan representativas las que, conservando sus denominaciones tradicionales, aún son conocidas como calles Tagarete, Castillo, Albarracín, de Atrás, Acera, Franco, Pozo, etc., y las callejas Montero, Clemente o Bujero.

A partir de la parroquia, la organización del tejido urbanístico se materializa mediante manzanas de mayores proporciones que, aprovechando las posibilidades de una topografía irregular, como corresponde a un terreno de pronunciadas colinas, confieren a la planta de este núcleo el aspecto de una mano abierta con los cinco dedos extendidos, que se continúan por los caminos a Zafra, Burguillos, Salvatierra, y Fuente del Maestre. Aquélla, en su interior, determina el centro desde el que radialmente se disponen las vías de la localidad, entre las que permanecen espacios abiertos ocupados por grandes corralones, olivares y terrenos de cultivo.

El conjunto, en general, es un prodigio de pragmatismo por la insuperable inteligencia cin que las edificaciones y las calles se adaptan a las irregularidades del asentamiento.

Delante de las viviendas se disponen, para permitir el acceso desde el exterior, elementos configurando escaleras o rampas, conocidos como «Calzadas» o «Barrancos» que, en ocasiones, ocupan grandes extensiones, en tanto que otras veces se multiplican como módulos individuales en la fachada de cada casa. Significativos son los de las calles «Manceñía» y Zafra.

                                                          Feria. Vista desde el sur

Además de las dos plazas situadas sobre ambos flancos de la iglesia parroquial, sólo otras dos, de muy reducidas dimensiones, existen en el pueblo: la llamada «del Pilarito» y la conocida como de la «fuente del Grifo», ampliación de la de la iglesia y articulada con ésta por medio del edificio del Concejo, al dificultar la naturaleza del asentamiento la disposición de espacios diáfanos.

Las casas responden al modelo de edificación popular propio del ámbito rural bajoextremeño. De ordinario son de reducidas proporciones en planta, debido a que la naturaleza del terreno no permite las amplias extensiones habituales en las zonas de llano. Mayoritariamente son de un sólo piso con doblado utilizando bóveda como sistema de cubierta. Las fachadas aparecen encaladas de blanco y a veces ostentan zócalos, aunque resulta más habitual su reducción a una mínima franja en el entronque del muro con el suelo, denominada «cinta». Los remates suelen ser de cornisa en alero vivo con sencillas molduras de terraja.

A finales del siglo XVI la población estaba constituida por unas 275 casas. A mediados del XVII constaba con un número sensiblemente igual. A mediados del XVIII habían aumentado hasta cerca de las 350 y en 1850 sumaban exactamente 456. En el primer tercio de la centuria actual eran 750 y según el censo de 1980 totalizaban en dicha época prácticamente un millar: 964.

A excepción de un amplio edificio con arcos interiores situado en la plaza del Paseo, antiguo Pósito, ningún otro de entidad destacada –ermitas, palacios, casonas– ni elementos morfológicos de significación especial aparecen en la esta localidad, cuyo insuperable encanto y atractivo derivan del conjunto armónico de una arquitectura tradicional muy poco alterada en sus características seculares.