El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway

«El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.»

El viejo y el mar (The Old man and the sea) es un relato del gran escritor y periodista norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961), ganador del Premio Nobel de Literatura 1954. Escrito en 1951 en Cabo Blanco (Cuba), por encargo de la revista Life, esta obra le valió a su autor el premio Pulitzer en 1953 y lo confirmó como uno de los escritores más significativos del siglo XX.

Tras su publicación, en 1952, obtuvo inmediatamente un enorme éxito de lectores y fue considerada por la crítica como una de las obras de ficción más destacadas del pasado siglo. El propio Hemingway estaba seguro de haber escrito una de las mejores obras de su vida. «Esta es la prosa por la que llevo trabajando toda mi vida, que debería leerse con facilidad y sencillez y sentirse breve, pero teniendo todas las dimensiones del mundo visible y del mundo espiritual de un hombre. Es la mejor prosa que he escrito hasta ahora», señaló el autor de Por quién doblan las campanas.

Se trata de una narración relativamente corta, entre novela breve o cuento largo, en la que de una forma muy simple y con una técnica clásica, el autor nos presenta una pequeña anécdota que se convierte en símbolo de la lucha por la vida y de los afanes de la humanidad. El viejo y el mar es una de las cimas de la novelística contemporánea y la obra que mejor ha sabido simbolizar la tragedia del hombre de nuestros días. Nada de ambientes insólitos, que tanto gustan al novelista, ni espectáculos y sucesos extraordinarios. El escenario de esta narración es una aldea pesquera de la isla de Cuba, no lejos de La Habana, y su protagonista es un viejo pescador que se ve obligado a sustentarse con lo que gana en su oficio. Este viejo bronceado por el sol del trópico fue en su juventud un mozo de fuerza hercúlea y el mejor pescador de la costa antillana. Conserva aún algo de su destreza y sus únicos bienes son la cabaña de palma y los enseres de pescar. Últimamente, a pesar de conocer perfectamente el arte de la pesca, no ha conseguido obtener ni lo más indispensable para sustentarse. Hace cuarenta días que regresa con las redes vacías y el muchacho a quien él ha enseñado a pescar se ve obligado a abandonarle.

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    «Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.»

Un día el pescador se hace a la mar y captura un pez muy grande, pero antes de poder llegar a la playa con su gigantesca presa, los tiburones la devoran y en tierra sólo puede mostrar a sus admirados compañeros una enorme espina desnuda. La lucha del hombre y el pez, solos frente a frente, mar adentro, es una parábola del individualismo que extrae de su derrota ante las fuerzas de la naturaleza, del destino, la íntima convicción de que su esfuerzo denodado y su negativa a darse por vencido a pesar de todo, constituyen ya una victoria. Si un hombre hace frente con valor a su destino y lo acepta con entereza, luchando hasta el límite de sus fuerzas, nunca podrá considerarse derrotado; porque «el hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado».

Escrito con una magnífica prosa, El viejo y el mar es, pese a su aparente sencillez, uno de los relatos más hermosos que jamás se hayan escrito. Uno de los libros con los que más he disfrutado y de los que guardo mejor recuerdo. Una novela extraordinaria y absolutamente recomendable que toda persona amante de la buena literatura debería leer alguna vez en su vida.

La novela ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones, siendo la adaptación de 1958, protagonizada por Spencer Tracy, una de las más populares y conocidas.

Adaptación de la famosa novela de Hemingway que narra la historia de Santiago, un viejo pescador portugués que lleva 84 días sin pescar un solo pez. El anciano lobo de mar, viudo y sin hijos, es amigo de un joven que lo adora porque le ha enseñado todo sobre la mar, pero los padres del chico creen que la suerte ha abandonado a Santiago y que nunca volverá a capturar un pez. Sin embargo, al día siguiente, sale a faenar decidido a apresar el pez más grande que se haya capturado jamás. (FilmaAffinity)

Destaca también la adaptación televisiva de 1990 dirigida por Jud Taylor y protagonizada por Anthony Quinn.

Adaptación televisiva de la popular novela de Ernest Hemingway, que ya había sido llevada al cine en 1958 por John Sturges con Spencer Tracy como protagonista. Santiago, un viejo y solitario pescador, se hace a la mar como todos los días y consigue capturar, aunque con gran esfuerzo, el pez más grande de su vida. Antes de llegar a la playa con su gigantesca presa, ha de sostener una titánica lucha contra los tiburones que pretenden arrebatársela. En su tenaz pugna, el pescador empieza a experimentar un extraño sentimiento amistoso hacia el pez que acaba de apresar. (FilmaAffinity)

SINOPSIS

El argumento se basa esencialmente en un hecho real perfectamente verosímil: un viejo pescador se hace a la mar y captura con mucho esfuerzo un pez muy grande, pero antes de llegar a la playa con su gigantesca presa ha de sostener una titánica lucha contra los tiburones, que pretenden devorarla. En su gran pugna con el pez y el océano, el pescador ha descubierto una extraña amistad, casi una fraternidad con el animal que combate: le oímos pronunciar palabras de admiración por el pez al que liga su vida, el pez que le arrastra mar adentro y cuya desaparición bajo las dentelladas de los tiburones es un poco como su propia muerte. Al enemigo que se mata –leones africanos o toros de lidia– en una lucha que nos afirma, que nos hace creer en nosotros mismos, no se le odia, sino que se le ama como algo íntimamente ligado al matador en un ritual sangriento en que se apropia de una vida ajena para aumentar la suya.

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    «Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el articulo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.»

Este libro, que quizá sea el de prosa más simple y fluida, el más liso y desnudo de toda la producción del autor, es también el más ambicioso de todos ellos; el que aspira a dar un mensaje más trascendental, extrayendo de su propio pesimismo una esperanza fundada en la dignidad y la firmeza de ánimo de los hombres que se niegan a aceptar una derrota que es, sin embargo, inevitable; que son invencibles porque, aunque pueden ser destruidos, nunca se declararán derrotados.

ERNEST HEMINGWAY

Ernest Hemingway nació en Oak Park, Illinois, cerca de Chicago, el día 21 de julio de 1898. Su padre, médico cirujano, era un gran aficionado a la caza y amante de la naturaleza, y sin duda alguna determinó esta misma afición en su hijo, afición que con el tiempo llegaría a constituir una segunda naturaleza en el carácter de Hemingway. Por eso cuando su padre lo envió a París para que se hiciera médico –y su madre accedía a separarse de él con la secreta esperanza de que la capital de los artistas le conquistaría para la música–, Hemingway defraudó a uno y otra abandonando sus estudios y entregándose a la bohemia hasta el estallido de la I Guerra Mundial.

De regreso a Estados Unidos cursó estudios superiores e ingresó como redactor en el Kansas City Star. Pero aquello resultaba todavía demasiado fácil para él, así que se alistó voluntario en el frente italiano, con destino a una unidad sanitaria. Obtuvo algunas condecoraciones hasta que fue gravemente herido. Acabada la contienda, volvió a su país, pero pronto consiguió escapar de nuevo a la vida cómoda y tranquila con una corresponsalía en Próximo Oriente y Grecia, y más tarde en París, donde reanudó su contacto y amistad con la crema de la intelectualidad inconformista concentrada en la Rive Gauche.

Durante la guerra civil española, como antes en la I Mundial y luego en la II gran guerra, Hemingway estuvo siempre en el núcleo de la acción, allí donde el peligro era constante y las ocasiones de heroísmo y desafío a la muerte eran permanentes.

Más tarde, ya en la paz, siguió buscando siempre el momento de estremecimiento, ese único momento de miedo que sólo se pasa con la muerte o con la victoria. Por eso se apasionó con la fiesta de los toros y con la caza mayor. No le bastó con seguir la fiesta desde lejos, necesitaba poner su vida en juego, y así una vez salvó la vida a Antonio Ordóñez sujetando con sus solas manos a un toro por los cuernos. Su enorme fuerza física le permitió salir con bien de todas cuantas aventuras afrontó, y aparte de los peligros a que le exponía su temeridad en la caza, basta decir que sobrevivió a dos accidentes de aviación, uno de ellos en plena selva que consiguió atravesar malherido poniéndose a salvo. Parecía decidido a quemar materialmente su prodigiosa vitalidad. Ningún peligro, ningún placer, ninguna experiencia le pareció fuera de su alcance. Y todas las afrontó con la misma sed. En una época en que todos los ideales parecían haberse agotado en las tres terribles guerras que conmovieron al mundo y que él asumió como pocos, él descubrió que aún quedaba una posibilidad dentro del hombre, dentro de sí mismo: buscar a la muerte y vencerla con una sola arma, el coraje. Es muy difícil distinguir en sus obras qué parte de ellas es imaginación y qué parte autobiografía. Es el último de los grandes escritores en los que la obra y la vida se confunden en una unidad. Por eso sobra toda caracterización cuando se tiene una de sus obras en las manos. Hay sin embargo dos obras –con independencia del resto de sus novelas, grandes por otros conceptos– en las que esa identificación con el personaje–héroe, es total. Son Fiesta y Por quién doblan las campanas, ambas localizadas, y puede decirse que vividas, en España. En ellas Hemingway vuelca hasta las heces la doble fuente de su energía: la fascinación de la muerte y el valor del heroísmo como eficaz exorcismo. Y hay aún otro aspecto no siempre valorado en la obra de Hemingway y que en Por quién doblan las campanas aparece de manera indiscutible: la ternura, esa tremenda sensibilidad que se le ha negado rotundamente, –«impotencia de corazón» se ha dicho–, y que en las relaciones del protagonista con María, por ejemplo, se manifiestan tan claras. De la misma manera que la valentía de Jordan no es ausencia de miedo, sino precisamente su control, así también la dureza de los personajes «duros» de Hemingway no es falta de sentimientos sino la coraza de un alma vulnerable, más aún, vulnerada ya desde el punto de partida. De ahí también el feroz individualismo de sus personajes –y de su vida que se niegan a mancharse las manos comprometiéndose a un lado o a otro de una lucha sucia, que se niegan a combatir el mal (político) con el mal (moral).

Cuando en el otoño de 1954 se le concedió el Premio Nobel de literatura, lo aceptó pero renunció a recibirlo personalmente porque «escribir bien requiere la soledad», pero también porque «aunque un escritor gane en importancia social al salir de su soledad, casi siempre es en detrimento de su propia obra». De nuevo el individualismo; pero también algo más: «porque es en la soledad donde tiene que llevar a cabo su propia obra, y cada día tiene que enfrentarse con la eternidad o con la ausencia de eternidad». Enfrentarse en la soledad con la eternidad, y la soledad puede ser la selva, el ruedo o la guerra. Y también el papel en blanco de cada día. Por eso, cuando comprendió –entre las nieblas de un progresivo trastorno mental– que corría el peligro de que la muerte le sorprendiese inconsciente, le fue al encuentro disparándose en la boca uno de sus fusiles de caza. Era una mañana de julio de 1961, en Ketchum, Idaho.

Los títulos más representativos de su producción y que, a la vez, prontamente mayor celebridad le dieron son Adiós a las armas, fruto de sus experiencias en Italia cuando la guerra; Por quién doblan las campanas, situada en el escenario de la guerra civil española, Fiesta, y El viejo y el mar, igualmente significativa del sentir y pensar de su autor. Han contribuido igualmente a su fama, París era una fiesta, Muerte en la tarde, Al otro lado del río y bajo los árboles y, las obras póstumas, Islas en el golfo y Tener, no tener.

FUENTES

  • Hemingway, Ernest. El viejo y el mar. Barcelona, Planeta, 1995
  • Diccionario literario Bompiani