“Cuando los dioses nacían en Extremadura” de Rafael García Serrano

«Quien me quiera seguir, me siga; quien no, me deje. Las mujeres
 de Castilla han parido y paren soldados»

Cuando los dioses nacían en Extremadura, del escritor navarro Rafael García Serrano, es una novela histórica que trata el tema de la conquista de México a manos de un reducido grupo de españoles, capitaneados por el extremeño Hernán Cortés, y ayudados por algunos pueblos indígenas.

Hernán Cortés, como otros muchos jóvenes extremeños de su tiempo, se dejó arrastrar por la fiebre descubridora y conquistadora, y trató de buscar fama y fortuna en las nuevas tierras recién descubiertas.

«Daba y tomaba enojos y ruido en casa de sus padres, ca era bullicioso, altivo, travieso, amigo de armas.» Gomara

   «Hernán miraba sus viejos libros: latín, leyes, lecturas caballerescas. Su vida estaba allí entre las páginas sobadas […] Y claro, sobre todas, la incomparable historia de Amadís. Esto en las nubes, esto en lo que toca a su estancia en las nubes.

   Luego las historias paternas, las algarabías civiles, las luchas fronterizas y la trepa por una fabulosa genealogía de cristianos viejos: algo de imaginación en la rama paterna, pero con dureza ejemplar. Los Pizarro y Altamirano de la madre le contaban en las venas todas las historias de Extremadura. No obstante, en el fondo de su alma, Cortés sabía que él estaba destinado a ser un fundador. Lo dudó en un tiempo, y ahora, de nuevo en casa, se sentía seguro y firme.

   Además estaba la tierra; la tierra, la dura tierra extremeña, larga y ondulada, de olivos y castaños, encinares y viñedos, tierra serrana y fronteriza: esta geografía habitual exaltaba el ánimo para las grandes y desconocidas empresas. La aventura llamaba a los hombres, y era raro el joven español que no se decidiese a probar un manjar tan picante como el de las guerras italianas o como el de las desconocidas campañas en las desconocidas Indias. La tierra le posaba los pies en el suelo, le atraía hacia sí con un amor inmenso, humano, tremendamente real. Nada de pájaros en la cabeza: cálculo, horizonte, redaños. La frontera le traía el viento del hierro y del pan, del oro y del moro. Traía el recuerdo de las duras y las madura; traía el noble sudor del trabajo guerrero. (También entonces, quien tenía el hierro tenía el pan.) Esta tentación fronteriza que se notaba en toda España, que aún se nota particularmente en Extremadura, la posibilidad de ganar fama y dineros en un golpe de audacia jugado a la buena de Dios, llevaba a los jóvenes españoles a alistarse en los Tercios nacientes o en las flotas que marchaban a los nuevos e incógnitos dominios ultramarino.»

Para componer esta crónica novelada, García Serrano siguió, como el mismo señala en el prólogo de la obra, la Crónica de Bernal Díaz del Castillo y las Relaciones de Hernán Cortés. El resultado es una gran novela, calificada por el historiador Salvador de Madariaga como la mejor sobre la conquista de México.

«El argumento se lo inventó Cortés y el libro lo escribió Bernal. De modo y manera que hay bien poco margen para quienes nos aventuramos por el camino maravilloso de la Conquista de Méjico. Tentado por cuanto de humanidad y de puro prodigio –esto es, de puro español– hay en Cortés y en sus hombres, intenté una especie de modesta biografía de la Conquista, un reportaje sencillo y admirativo[…]

Quien quiera, que pase a la historia de aquel tiempo virgen y fabuloso en que los hombres buscaban la fuente encantada de la eterna juventud, de aquel tiempo en que las cataratas del Niágara, pura belleza, no producían equis millones de kilovatios al día. El tiempo español: cuando los dioses nacían en Extremadura.»

(Del prólogo del autor).

Como nota curiosa, señalar que el escritor cacereño Muñoz de San Pedro, gran conocedor y divulgador de la tierra extremeña, utilizó el título de esta novela de García Serrano para subtitular su obra más conocida: Extremadura, la tierra en la que nacían los dioses. Sobre este cuestión, escribe en los preliminares de su libro:

«Un escritor de nuestro tiempo, Rafael García Serrano, tuvo la fortuna de encontrar un título definitivo para un libro suyo sobre una conquista americana: Cuando los dioses nacían en Extremadura. Nada más adecuado, como símbolo de la región extremeña, que ese título, pregonero de una gloria impar, de un monopolio en el nacimiento de aquellos auténticos dioses, superadores en realidades absolutas de las hazañas míticas de las olímpicas deidades helénicas.

Extremadura, con sus terrenos primitivos, que le dan ancestral prestigio geológico y telúrico; con sus contrastes geográficos, con su tradición agrícola y ganadera, con sus remotas civilizaciones, con su historia gloriosa y sus tesoros de arte, tuvo su momento crucial y decisivo, su apoteosis universal, en la conquista de América. Aquí nacieron los dioses, todos los grandes dioses conquistadores del inmenso continente, desde Vasco Núñez de Balboa a Pedro de Valdivia, desde Hernán Cortés a Francisco Pizarro, desde Sebastián de Belalcázar a Pedro de Alvarado, desde Francisco de Orellana, el titán del Amazonas, a Hernando de Soto, el soñador del Misisipí…»

SINOPSIS

«Hubo un tiempo en que los dioses nacían en Extremadura. Los mismos dioses que, miles de años antes, guiaron a los dioses de la Iliada y de la Eneida, a las falanges de Macedonia y a las legiones de los césares. Alumbraron de entre las entrañas del linaje de los hidalgos –que leían a los clásicos, se comportaron como caballeros y combatían como leones– una casta de capitanes que dominaron el mundo de Levante a Poniente, dejando escrita sobre todos los mapas la más hermosa geometría militar desde Ceriñola hasta Rocroi, y la más bella historia de amor, de guerra y de conquista.

Cuando los dioses nacían en Extremadura, España rompió la barrera del sonido de la realidad. Fue entonces, cuando no éramos deshechos a la deriva de la Historia, sino que moldeábamos su cauce con orgullo, cuando España llegó más allá del Atlántico, el camino que condujo a Dario el Grande hasta Maratón, a Leónidas hasta el paso de las Termópilas, a Jerjes hasta Salamina, a Filipo hasta el Helesponto, a Alejandro Magno hasta Babiloniay a Escipiano hasta Itálica. Iberia, Hispania, España, puro metal de la fundición grecorromana, escribió la historia más grande jamás contada desde Troya, donde comienza la memoria de Occidente, hasta nuestros días sin un Homero que las cantara.

De entre todos los dioses nacidos en Extremadura, Medellín alumbró a Hernán Cortés, el hidalgo que fue César en en Méjico por la fuerza de su voluntad, la luz de su inteligencia, el arrojo de su corazón y la bravura de sus armas […] Hernán Cortés, tras apurar hasta las heces el amargo cáliz de la Noche Triste, sin tiempo para lamerse la heridas, sin aliento para contar los muertos ni para enumerar a los que iban a morir, forma el cuadro, abre las alas de su caballería para guarnecer los famélicos flancos, desenvaina el acero y derrota en Otumba a un enemigo infinitamente superior en número que cae vencido ante un ejército de sombras harapientas que sólo llevan un puñal entre los dientes.

En Otumba está toda la grandeza del César Cortés, el paradigma de aquellos dioses que nacían en Extremadura. Esta es su historia, contada por la pluma y por la prosa de Rafael García Serrano, Homero navarro y alférez de la fiel infantería española, a mayor gloria del César, de Española y de Méjico.»

De la introducción de Eduardo García Serrano

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

   «Sabréis que somos una cosa así como dioses. Teules nos llaman los indios, y eso quiere decir: dioses. Nosotros nos damos aire, unos más que otros, pero a nadie amarga un dulce lo divino. Cortés, ¿qué no hará este hombre?, lo ha sabido aprovechar: Sabéis señores, que me parece que en todas estas tierras ya tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por los recaudadores de Moctezuma nos tienen por dioses o por cosas como sus ídolos.» […]

   «Iba Cortés al frente de los suyos y les rodeaban, ya en en pleno campo, las vanguardias sutiles del adversario y les hostigaban con tenacidad de moscas de ganado, les picaban en los flancos y el ejército no tenía fuerza ni para menear la cola y sacudirse aquella pegajosa molestia. No pasaba el tiempo. A veces era de día, a veces, de noche; a veces se estaba en descanso, casi siempre en marcha, pero nunca se podía saber qué día era, cuántas jornadas habían pasado desde San Juan; nunca se podía saber si aquellas lágrimas de Cortés eran por la muerte de sus camaradas o por la alegría de ver que doña Marina estaba a su lado o por la alegría de ver que los tlaxcaltecas del ejército le veneraban aún como si fuese Quetzalcolatl victorioso. Pesaba la tierra en las espaldas, pesaba la angustia de no verse nunca lejos de aquellos tábanos indígenas, les caía a plomo la sensación de acabamiento, la certidumbre de que sus nervios se estaban agotando y de que cuando fuesen muertos en pie, muertos que marchaban disciplinadamente, justamente entonces los mejicanos se echarían sobre ellos y acabarían de una vez para siempre con Hernán y sus aventuras, con Hernán y los suyos, son los tlaxcaltecas y con los caballos, con las mujeres, con las cruces, con todo. Pero Cortés se mantenía firme, tieso como un poste, herido en la cabeza y en la mano. Herido en el corazón, sobre todo en el corazón del bachiller por Salamanca, en el corazón del joven Amadís, del caballero invencible, herido en el corazón de Quetzalcoatl Cortés, natural de Medellín[…]  Cortés miró hacia el enemigo. Doña Marina temblaba. Pensaba Hernán en la gloria, en el infinito descanso de pelear en campo abierto, sin la noche traidora, sin el oro en la mochila. Pensaba en la gloria de morir matando a un enemigo valiente, a un enemigo capaz de derrotar a sus españoles. Pensó en morir victorioso y pensó en que era mejor vencer y vivir, vivir victorioso. Pensó en que la fe hace milagros, en que Dios era español, en que había que ganar la pelea y volver a Méjico y pensó en que tenía a Méjico en la mano; y la cerró con una furia amorosa, con un júbilo frenético; cerró la mano en que pensaba que estaba Méjico, con si fuera a coger la mano de doña Marina.».

RAFAEL GARCÍA SERRANO

rafael-garcia-serrano-103Rafael García Serrano (Pamplona, 1917–Madrid 1988). Novelista. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid y fue director de diferentes publicaciones, entre ellas Arriba, y colaborador del periódico El Alcázar, diario en el que publicó miles de artículos marcados por su vehemente falangismo. Como periodista, su labor fue reconocida por el régimen franquista con el Premio Nacional de Periodismo Francisco Franco en 1950, y su participación en la Guerra Civil con la Cruz del Mérito Militar en 1964. El tema central de toda su literatura, de prosa dura y ágil, es dicha guerra, como se ve en las tres novelas agrupadas bajo el título general de La guerra (1964): Eugenio o proclamación de la primavera (1938), Plaza del Castillo (1951) y La fiel infantería (1943), Premio Nacional de Literatura, a la que se suman otras como Cuando los dioses nacían en Extremadura (1949), centrada en la conquista de México por los españoles, Los ojos perdidos (1958), llevada al cine y por cuyo guión García Serrano recibió un premio especial del Sindicato Nacional de Espectáculos, La paz dura quince días (1960), La ventana daba al río (1963), El obispo de Gambo (1977), esta última dentro de lo que se conoce como ‘política-ficción’, La paz ha terminado (1980), Frente norte (1982) y V centenario (1986). El resto de su obra se compone de volúmenes de relatos, Los toros de Iberia. 6 historias de toros, 6 (1945), El domingo por la tarde (1962) o El pino volador y otras historias militares (1964); libros de viajes como Notas de un viaje de Roma a Buenos Aires (1949) y Bailando hasta la Cruz del Sur (1953); una curiosa antología de canciones y frases de los soldados de la zona nacional durante la guerra: Diccionario para un macuto (1964), y las memorias La gran esperanza (1983). Asimismo, fue autor de guiones cinamatográficos, además del ya mencionado, entre ellos el de Los novios de la muerte (1975).

“Momentos estelares de la humanidad : catorce miniaturas históricas”, de Stefan Zweig

Momentos estelares de la humanidad (Sternstunden der Menschheit) es un libro de pasajes históricos novelados escrito por el autor austríaco Stefan Zweig en 1927. Como el propio subtítulo expresa, Zweig nos presenta en su obra catorce momentos que consideró de una especial relevancia histórica. Acontecimientos como la muerte de Cicerón, la caída de Bizancio, el descubrimiento del Océano Pacífico, la derrota de Napoleón en Waterloo, o la expedición hacia el Polo Sur.

Haciendo gala de un cuidado estilo literario y de un extraordinario conocimiento de la historia, el autor de Veinticuatro horas en la vida de una mujer nos aproxima a esos momentos estelares de la humanidad, que marcaron un «rumbo durante décadas y siglos».

Un libro magnífico. Absolutamente recomendable

«Así como en la punta de un pararrayos se concentra la electricidad de toda la atmósfera, en esos instantes y en el más corto espacio, se acumula una enorme abundancia de acontecimientos. Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico, se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide []

Tales momento dramáticamente concentrados, tales momentos preñados de fatalidad, en los que una decisión destinada a persistir a lo largo de los tiempos se comprime en una única fecha, un una única hora y a menudo en un solo minuto, son raros tanto en la vida de un individuo como en el curso de la Historia. Aquí he tratado de evocar, a partir de las más variadas épocas y regiones, algunos de esos momentos estelares –los he denominado así, porque, resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero–. En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar la verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención, pues en esos instantes sublimes que la Historia configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda. Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla.»

Del prólogo de Stefan Zweig

SINOPSIS

Éste es probablemente el libro más famoso de Stefan Zweig. En él lleva a su cima el arte de la miniatura histórica y literaria. Muy variados son los acontecimientos que reúne bajo el título de Momentos estelares: el ocaso del imperio de Oriente, en el que la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453 adquiere su signo más visible; el nacimiento de El Mesías de Händel en 1741; la derrota de Napoleón en 1815; el indulto de Dostoievski momentos antes de su ejecución en 1849; el viaje de Lenin hacia Rusia en 1917… «Cada uno de estos momentos estelares—escribe Stefan Zweig con acierto—marca un rumbo durante décadas y siglos», de manera que podemos ver en ellos unos puntos clave de inflexión de la historia, que leemos en estas catorce miniaturas históricas con la fascinación que siempre nos produce Zweig.

STEFAN ZWEIG

Escritor austríaco, Stefan Zweig fue muy conocido en las primeras décadas del siglo XX gracias a sus relatos, novelas, ensayos y semblanzas biográficas.

De origen judío, Zweig nació en una familia acomodada y estudió Filosofía en la Universidad de Viena, interesándose desde entonces en la literatura, tanto desde un punto de vista crítico como creativo. En 1901 publicó su primer poemario y desde entonces mantuvo una intensa actividad en diversos campos y géneros, pasando del ensayo a la novela o el teatro con facilidad.

Zweig destacó también por sus firmes posiciones éticas en contra de la guerra, que le llevaron al exilio en Suiza durante la I Guerra Mundial, donde se estableció como corresponsal. Durante varios años, Zweig se dedicó a escribir y a viajar, pasando por Alemania y la Unión Soviética, trabando amistad con numerosos intelectuales de la época.
Tras el auge del nacional socialismo en Austria y Alemania, Zweig decidió establecerse en Londres, ya que su origen judío y sus posiciones pacifistas le situaron en una incómoda posición, siendo su obra prohibida por el régimen nazi. Zweig vivió también en París y viajó por América Latina dando una serie de conferencias.

En 1942, convencido de que la Alemania nazi iba a ganar la guerra y someter al mundo a sus ideales, Zweig se suicidó junto a su segunda esposa. Poco después, en 1944, aparecería su autobiografía, El mundo de ayer.

La obra de Zweig, pese a su éxito en la época, cayó progresivamente en el olvido durante la mayor parte del siglo XX, hasta su recuperación décadas después, siendo obra de estudio por críticos y académicos. De hecho, sus relatos han formado parte de obras tan actuales como la película El gran hotel Budapest, dirigida en 2014 por Wes Anderson.
De entre sus libros, habría que destacar títulos tan importantes como Novela de ajedrez, Amok, El amor de Erika Wald, María Antonieta -biografía que fue llevada al cine-, o su autobiografía, El mundo de ayer.

FRAGMENTO DEL LIBRO

   «El gesto grandioso de Balboa consiste en lo siguiente. Por la noche, justo después del baño de sangre, un indígena le ha indicado una cercana cumbre desde cuya altura se puede contemplar ya el mar, el desconocido Mar del Sur. En seguida Balboa toma sus medidas. Deja a los heridos y extenuados en la población saqueada y ordena que aquellos que aún son capaces de avanzar —sesenta y siete en total, de los ciento noventa con los que partió de Darién— asciendan esa montaña. Hacia las diez de la mañana están cerca de la cima. Sólo queda escalar una pequeña y pelada cumbre. Después, la vista se extenderá en la inmensidad.
   En ese momento, Balboa ordena a sus hombres que se detengan. Nadie debe seguirle, pues esa primera vista del océano desconocido no quiere compartirla con ninguno. Quiere ser el único por toda la eternidad, el primer español, el primer europeo, el primer cristiano que, después de haber atravesado ese otro océano enorme de nuestro universo, el Atlántico, haya divisado por fin éste, aún desconocido, el Pacífico. Despacio, con el corazón palpitante, profundamente imbuido del significado del momento, con la bandera en la mano izquierda y la espada en la derecha, una silueta solitaria asciende en medio del orbe inmenso. Asciende lentamente, sin prisa, pues la verdadera empresa ya ha sido realizada. Sólo un par de pasos más, cada vez menos. Y en efecto, cuando llega a la cumbre, ante él se abre una enorme vista. Tras las montañas en declive, tras las verdes colinas cubiertas de bosque, yace inacabable un gigantesco disco de metal reluciente: el mar, el mar, el nuevo, el desconocido, hasta ahora únicamente soñado y jamás visto, el legendario, el mar buscado en vano desde hace años y años por Colón y por todos sus sucesores, cuyas olas bañan las costas de América, de la India y de China. Vasco Núñez de Balboa mira y mira, ufano y feliz, disfrutando al saber que sus ojos son los primeros de un europeo en los que se refleja el infinito azul de esas aguas.»