“El mozárabe”, de Jesús Sánchez Adalid

«Odia el mal, pero compadece a quien lo hace. El odio es el primer paso para que
 no acaben  los problemas del hombre.»

   El mozárabe, publicada en el año 2001, es la segunda novela histórica del autor extremeño Jesús Sánchez Adalid.

   La trama de la historia nos traslada a la Córdoba de los años finales del primer milenio, un periodo de gran prosperidad para la capital de Alándalus, cuya fama llegó a extenderse por todo el mundo conocido. En la ciudad de los califas conviven pacíficamente las diversas comunidades religiosas: cristianos, judíos y musulmanes.

    «Cuando el gran visir se marchó, Abuámir se quedó invadido por una interior agitación. Subió entonces a la torre, pues era el lugar que escogía para encontrarse consigo mismo. La noche empezaba a caer sobre Córdoba y los faroles lucían ya matizando las esquinas y los rincones de las retorcidas calles. Descollaban los palacios, los alminares y los campanarios. ¡Qué maravillosa ciudad!, pensó él. No había otra como ella en el mundo. En ningún sitio como allí se concentraban la sabiduría, la poesía, el lujo y el refinamiento. »

  Es allí también donde trascurren buena parte de las peripecias vitales de los dos protagonistas principales de la historia, Abuámir y Asbag aben-Nabil, un musulmán y un cristiano respectivamente, cuyos destinos acabarán cruzándose.

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   De la mano de Sánchez Adalid, acompañamos a Asbag en su interminable periplo por los confines del continente europeo, y asistimos al vertiginoso ascenso del joven Abuámir, que acabará convirtiéndose en el temible caudillo Almanzor.

   Según su propio autor, El mozárabe no es un historia de buenos y malos. Se trata de la recreación de un momento histórico especialmente convulso: el final del primer milenio del cristianismo en el mundo, y la compleja situación que provoca el choque de distintas culturas, en especial la cristiana y la musulmana.

   Nos encontramos ante una gran novela histórica, bien escrita, fácil de leer y con un final muy bien logrado. La historia se sustenta en un gran trabajo previo de investigación y documentación histórica y refleja muy bien cómo era la forma de vida en la Europa de finales del primer milenio. Una hermosa novela en la que encontramos una decidida apuesta por la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre las diversas culturas y comunidades religiosas que convergen en la trama de la historia.

   Resultan de gran interés las frecuentes referencias que aparecen en la novela en torno al mundo de los libros y de las bibliotecas. El propio Asbag comienza copiando e iluminando manuscritos en un taller de Córdoba, donde aprende la técnicas de encuadernación y reproducción de códices, y la pasión y el amor por los libros nunca le abandonarán a lo largo de toda su vida.

  En la nota histórica que aparece al final de la novela, Sánchez Adalid señala que «la biblioteca que reunió al-Hakam II en su palacio de Córdoba era de una riqueza incomparable. Comprendía nada menos que 400.000 volúmenes, y su catálogo, reducido a una simple enumeración de los títulos de las obras y de la mención de los nombres de sus autores, llenaba cuarenta y cuatro registros de cincuenta hojas cada uno. Un verdadero ejército de buscadores de libros, de corredores y de copistas se movía por cuenta del monarca, prosiguiendo sus investigaciones bibliográficas por toda la extensión del mundo musulmán. En la misma Córdoba, un equipo muy numeroso de escribas, de encuadernadores y de iluminadores trabajaba bajo la vigilancia de un alto dignatario y del propio califa, para enriquecer constantemente esta magnífica librería, que contenía verdaderas maravillas.»

    «Detrás de él crujieron unos cerrojos. Se volvió. Una gran puerta se abría empujada por dos criados y apareció ante sus ojos la inmensa biblioteca de Alhaquen: una impresionante nave cubierta por un elevado artesonado dorado y poblado de estrellas azules, como un firmamento de leyenda. Todo era belleza y color; vidrieras, muebles, solerías decoradas con adornos florales armoniosamente combinados. Las luces de las lámparas y los reflejos de los cristales se perseguían matizándose, jugando con los parteluces de mármol y con las talladas hojas de las puertas y ventanas. Y, llenándolo todo, aquella quietud, hecha del reposo pacífico de innumerables libros que, ordenados en los estantes, exhalaban suaves aromas de papiro, vitela, fino papel y pergamino, entre los delicados humos del incienso, sándalo y ámbar que se quemaban en los rincones, acentuando el sacro y misterioso ambiente de aquel templo de sabiduría.

    Asbag se maravilló. Había pasado gran parte de su vida entre libros. Su abuelo fue librero y su padre también. Después de ordenarse sacerdote, el obispo le confió inmediatamente el taller de copia, convencido de que no había otro hombre en la comunidad cristiana tan preparado para dirigirlo. En sus ratos libres Asbag se dedicaba con amor a la biblioteca de la sede; ordenaba los volúmenes, saneaba los que estaban deteriorados, disponía la adquisición de los que consideraba imprescindibles. Nunca imaginó que el destino le iba a deparar alguna vez la suerte de acceder a un lugar como aquel que ahora contemplaban sus ojos.

    Un chambelán le condujo por el pasillo central, a cuyos lados se alineaban numerosas mesas, en las cuales trabajaban copistas y miniaturistas o leían atentamente los numerosos sabios que trabajaban al servicio del príncipe. Al final había una especie de gabinete, donde se arremolinaba un grupo de aquellos afanosos bibliotecarios. Antes de llegar, el chambelán se detuvo.

   –Aquél, vestido de blanco y que lee en el rincón, es el príncipe –le dijo en voz baja–. Espera aquí a que yo te anuncie.»

   El mozárabe es una de mis novelas históricas preferidas, la obra de Sánchez Adalid con la que más he disfrutado y la que me permitió conocer y valorar, hace ya más de 15 años, al escritor extremeño. Muy recomendable.

«Se ha novelado frecuentemente acerca de la convivencia de las llamadas “tres culturas”, en referencia a la coexistencia de comunidades cristianas, judías y musulmanas en la península Ibérica durante la dominación islámica. […] Algunas de estas novelas han llegado a convertirse en verdaderos clásicos, pero el tema mozárabe es un territorio todavía virgen. […] En medio de todo ello, dos personajes absolutamente diferentes, pero unidos por un cúmulo de circunstancias, emprenden sus historias personales para vivir incontables aventuras.»

Jesús Sánchez Adalid

SINOPSIS

   El mozárabe, convertida ya en un auténtico clásico de nuestra literatura histórica contemporánea, nos descubre una visión diferente de la Europa medieval. Más allá de las tensiones entre la Cristiandad occidental y el Islam, en ella se nos manifiesta el esfuerzo de hombres inteligentes y llenos de cordura, que buscan la verdadera paz y el diálogo en un mundo que se acerca con incertidumbre y temor al año 1000.

    En la sorprendente Córdoba califal, al final del primer milenio, se desenvuelven las vidas de dos hombres muy diferentes, que además representan mundos distintos. Por un lado está el joven e intrépido Abuámir, un musulmán de la pequeña nobleza árabe que se empeña con tesón en llegar a lo más alto. Por otro lado, el culto y prudente Asbag, clérigo mozárabe, es llamado a ser consejero privado del califa. En medio de todo esto, una vía nueva y simbólica empieza a ejercer su llamada entre los cristianos de Alándalus: el Camino de Santiago.

   La aventura emprendida por El mozárabe traspasa las fronteras ibéricas y nos lleva a Roma, Cremona, Fráncfort, Bizancio, Sicilia y la Dinamarca vikinga.

   Con una escritura impecable, rica, sugestiva, bella y directa, Sánchez Adalid nos regala el mágico viaje al pasado que ha hecho que su obra sea hoy imprescindible.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «En la trama del mundo, la vida del hombre es como un sendero, una gran aventura, que supone un crecimiento hacia lo máximo del ser: una maduración, una unificación, pero al mismo tiempo paradas, crisis y disminuciones». Sintió que, ciertamente, la vida era así, como un camino en pos del sentido último de las cosas; pero en todo caso un camino impredecible, con sus peligros, sus incertidumbres y sus retrasos, en el que el hombre tiene que abrirse paso por sí mismo, tomar decisiones por su cuenta y luchar batallas por su propio brazo. En ese momento se alegró de haber emprendido la peregrinación y de no haberse arredrado cuando se atisbaron los primeros peligros. Sí, la vida no es algo fácil, pensó; y el riesgo de la vida es el ejercicio de la Divina Providencia, frente a la incógnita del futuro incierto e indeterminado. Pero lo que cuenta al fin de la vida es el acto humano, la entrega personal, la libre elección. Nunca se había sentido más él mismo que en aquel momento, erguido y sereno en medio de la vida, midiendo el horizonte con la mirada, examinado cada vereda y escudriñando el paisaje, sintiendo en los ojos el reto de los colores y en el rostro la llamada de los vientos. 
                     […]
    –Sí. Vuestra peregrinación ha sido demasiado larga. Salisteis de vuestra ciudad para visitar la tumba de Santiago y Dios os ha llevado por el mundo, como a su pueblo por el desierto en un largo vagar. ¿Os pesa haber sufrido ese itinerario?
   –No, en absoluto –respondió el mozárabe con rotundidad–. Gracias a mi aventura he comprendido que la vida es camino, que somos peregrinos y extranjeros, no vagabundos sin una meta; y que nos falta aún la plenitud suprema del bien y la gloria que es el final de nuestro viaje. Aunque dentro de poco llegue por fin a Córdoba, sé que mi viaje no habrá terminado si Dios no lo quiere así.
   –Efectivamente –asintió Mayólo–. Nuestra verdadera vida permanece oculta en Dios; sólo se nos revelará en el futuro, cuando llegue ese día esperado. Así pues, sólo la parasía traerá nuestra redención completa, el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios. Y las metas de este mundo, por muy grandes y felices que sean, se quedan pálidas ante el esplendor de la gloria futura. Mientras caminamos en la vida seguimos expuestos a toda clase de sufrimientos, fatigas y luchas; tenemos que combatir constantemente para no sucumbir al desaliento, puesto que llevamos un tesoro precioso en vasijas de barro. Hay que seguir caminando…
    –¡Ay! –suspiró Asbag–. ¡Cuándo llegará esa meta final! A veces, está uno tan cansado… 
               […]
     Anakefalaiosis –sentenció Asbag–; ésa es la palabra: recapitulación, según la antigua sabiduría de Ireneo.
   –¡Oh, Ireneo de Lyon, claro! –exclamó Gerberto–. Según él, sólo al final desvelará Dios el sentido de la Historia. Ahora todo es confuso, enrevesado; caminamos entre luces y sombras… Avanzamos sin saber lo que hay delante, amenazados por peligros, dificultades, temores, dudas… Pero hay un plan trazado desde antiguo, que se completará en el último día…
    –Sólo entonces será comprendido el camino andado –añadió el mozárabe.
   –¿Crees que ese día está cerca? –le preguntó Gerberto, incorporándose en el sillón y fijando en él unos abiertos ojos llenos de inquietud.
   –¿Por qué me lo preguntas a mí?
  –No sé… Un hombre que ha visto el mundo debe de tener una intuición especial para adivinar los signos de algo tan trascendental…
   –¿Lo dices porque se acerca el año 1000? –preguntó Asbag con serenidad.
  –Bueno, por eso y por las convulsiones que sufre este mundo: violencias, desastres, pestes, guerras… Y, lo peor de todo, clérigos corruptos, falsarios, simoníacos, fornicadores… ¿No son signos de que la Bestia anda suelta?
  –¿Signos? –replicó Asbag–. ¡Esas son las miserias del ser humano! ¿No has leído las Sagradas Escrituras? En todo tiempo hubo pecados.
   –¿Y las estrellas? –repuso Gerberto–. Los astrólogos dicen que los signos hablan de un final.
   –¡Bah! Nosotros no debemos creer en tales cosas. Nada hay escrito. ¿No recuerdas lo que dijo el Señor? «Nadie sabe el día ni la hora…»
   –Entonces –dijo Gerberto aflojando su actitud–, ¿crees que llegado el fin del milenio todo seguirá igual?
   –¡Oh, no! Nada será igual; nada de lo venidero será igual a lo de ahora o a lo de antes; pero el mundo no tiene por qué terminar. Nadie debe pensar eso, y menos nosotros, que pretendemos seguir la verdad revelada. Hemos de pensar que el mundo avanza hacia el encuentro con el Padre Eterno. La vida de cada uno ya es un mundo completo; en el caminar hacia una visión fascinante, arrebatadora, conmovedora, que todos hemos de vivir. Tras un gran dolor o una larga enfermedad, tras un gran temor o un peligro superado, cuando un amor o una amistad termina, cuando perdemos a un ser querido, ¿quién no ha sentido, el menos una vez en la vida, esa sensación de que todo se hundía y se acababa? ¿Quién no se ha visto sucumbir alguna vez? Pero después, también, el escalofrío de la aurora, esa sensación de amanecer, de que algo nuevo empieza y el mundo, a fin de cuentas, sigue… Y de que ese momento es como nacer otra vez…
   Gerberto escuchaba atentamente, conmovido, vibrando ante estas palabras, asintiendo con un sereno movimiento de la cabeza.
   –Veo que tu vagar por el mundo te ha hecho un hombre muy sabio –dijo–. ¿Qué harás ahora? ¡Quédate aquí, en Roma! Se necesitan obispos como tú.

JESÚS SÁNCHEZ ADALID

22894321_1464763953618817_2010764460934034265_nJesús Sánchez Adalid (1962) nació en Villanueva de la Serena (Badajoz). Se licenció en Derecho por la Universidad de Extremadura y realizó los cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció de juez durante dos años, tras los cuales estudió Filosofía y Teología. Además, es licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Es profesor de Ética en el Centro Universitario Santa Ana de Almendralejo.

Su amplia obra literaria ha conectado con multitud de lectores, gracias a la veracidad de sus argumentos y a la originalidad de sus descripciones, sustentadas en una profunda documentación. Sus novelas constituyen una permanente reflexión acerca de las relaciones humanas, la libertad individual, el amor, el poder y la búsqueda de la verdad.

La obra de Sánchez Adalid se ha convertido en un símbolo de acuerdo y armonía entre los pueblos, religiones y razas, algo especialmente necesario en un mundo desgarrado por la intolerancia y el fanatismo.

Ha publicado con gran éxito La luz del Oriente, El morázabe, Félix de Lusitania, La tierra sin mal, El cautivo, La Sublime Puerta, El caballero de Alcántara, Los milagros del vino, Galeón, El camino mozárabe, Treinta doblones de oro, Y de repente, Teresa  y La mediadora.

Es también autor de Tras los pasos del abate viajero, una obra de encargo institucional que fue presentada en 2014.

En 2007 ganó el premio Fernando Lara por su novela El alma de la ciudad; en 2012 el premio Alfonso X el Sabio de Novela Histórica por Alcazaba; en 2013 el premio Internacional de Novela Histórica de Zaragoza por el conjunto de sus obra; el premio Diálogo de Culturas y el premio Hispanidad. En 2014 su novela Treinta doblones de oro recibió el premio Troa Libros con Valores.

En Extremadura ha sido distinguido con la Medalla de Extremadura y el premio Extremeños de Hoy. Además, es académico de número de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura, cuya biblioteca dirige. También es patrono de la prestigiosa Fundación Paradigma Córdoba, cuyo fin esencial es recordar los ejemplos positivos de convivencia entre las tres religiones abrahámicas: judía, cristiana y musulmana, que ocurrieron en Alándalus, buscando con ello los principios y fundamentos del ecumenismo y del diálogo.

Sánchez Adalid ha colaborado en Radio Nacional, en el diario Hoy y en revistas Historia National Geografic y Vida nueva. Actualmente colabora con Canal Historia (The History Channel), Volcán Producciones y Zebra Producciones.

 

“Feria, Faro de Extremadura”, de Francisco Croche de Acuña

   Feria, Faro de Extremadura, texto y fotos de Francisco Croche de  Acuña. Tríptico publicado por el Ministerio de Información y Turismo, en 1973.

«Madrecita, quien tuviera
la tierra que se divisa 
desde el castillo de Feria.»

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“Historia de una maestra”, de Josefina Aldecoa

Historia de una maestra es una novela de Josefina Aldecoa publicada en 1990. Es la obra más conocida y leída de la escritora y pedagoga leonesa, que no ha dejado de reeditarse desde su publicación.

Historia de una maestra es la primera parte de una trilogía que se completaría con Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1997). En ella Gabriela, una joven maestra, nos cuenta su vida desde el comienzo de los años 20 hasta el inicio de la Guerra Civil española.

«Contar mi vida… No sé por dónde empezar. Una vida la recuerdas a saltos, a golpes. De repente te viene a la memoria un pasaje y se te ilumina la escena del recuerdo. Lo ves todo transparente, clarísimo y hasta parece que lo entiendes. Entiendes lo que está pasando allí aunque no lo entendieras cuando sucedió…

    Otras veces tratas de recordar hechos que fueron importantes, acontecimientos que marcaron tu vida y no logras recrearlos, sacarlos a la superficie… Si tienes paciencia y me escuchas y luego te las arreglas para ir poniendo orden en la baraja…

    Si tú te encargas de buscar explicaciones a tantas cosas que para mí están muy oscuras, entonces lo intentamos. Pero poco a poco, como me vaya saliendo. No me pidas que te cuente mi vida desde el principio y luego, todo seguido año tras año. No hay vida que se recuerde así…

    Para mí, por ejemplo está muy claro el día que di por terminada la carrera. Yo acababa de cumplir diecinueve años. Era un día de octubre de 1923. Lloviznaba. Desde muy temprano había contemplado por la ventana los árboles del parque cubiertos de una gasa tenue y abajo, al final de la ladera, un pozo de luz lechosa, como una nube o un ovillo de hilos enredados que flotaba sobre el suelo.»

Un día lluvioso de octubre de 1923, Gabriela López Pardo da por terminada su carrera de Magisterio en Oviedo. Es el fin de una etapa y el comienzo de un sueño que la llevará a trabajar en varias escuelas rurales en España y en Guinea Ecuatorial en condiciones muy precarias.

Aunque la novela es pura ficción, su autora ha reconocido que está basada en situaciones y experiencias reales de algunas maestras de la República, y en las historias que oyó contar o que vivió al lado de su madre, una de aquellas maestras. Con la II República, la revolución de octubre y la amenaza de la guerra como telón de fondo, Josefina Aldecoa nos acerca a una España rural en la que la ignorancia y la miseria campan a sus anchas.

    «El primer día tenía preparado un discurso pero no me salió. Únicamente dije: «¿Quién sabe leer?» Y un niño menudito y rubiaco dijo: «Yo.” «¿Y los demás?”, insistí. «Los demás no saben», contestó él. «Si supieran no estarían aquí…» «¿Dónde estarían?», pregunté estúpidamente. Y él sonrió lacónico y dijo: «Trabajando».»

Con esta novela, la escritora leonesa rinde homenaje al esfuerzo y al coraje de aquel grupo de maestras y maestros rurales que trataron de acercar la educación y la cultura a los más necesitados en ese momento especialmente complicado y decisivo de la historia de España.

Una historia escrita con sencillez y ternura, y de la que se desprende un profundo amor por la profesión. Muy recomendable.

«En esta novela están los dos caminos que han marcado mi vida; está la experiencia que vi y viví al lado de mi madre. Es un testimonio literario, pero también muy real de lo que fue aquella España”. Josefina Aldecoa

SINOPSIS

Historia de una maestra es un relato en el que la protagonista rememora con serena lucidez la historia de su vida. Entregada a una profesión que la lleva de pueblo en pueblo, en condiciones casi siempre miserables, Gabriela vive su historia personal sobre el telón de fondo de un período decisivo en la historia de España: desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. El advenimiento de la República, con sus promesas de grandes cambios y su exaltación del papel de los maestros en la transformación de la sociedad española; la lucha contra la ignorancia y el caciquismo; la revolución de Octubre vivida en un pueblo minero: la violencia y el brutal desgarramiento familiar; la nostalgia recurrente de la única aventura de su vida, su primera escuela en Guinea… Todo ello va conformando la vida de una mujer testigo y protagonista de unos hechos que explican en gran parte los sucesos que vinieron después.  

JOSEFINA ALDECOA

Josefina Aldecoa (1926-2011) nació en La Robla, León. Estudió Filosofía y Letras en Madrid. Durante los años de facultad entró en contacto con un grupo de amigos que luego iban a formar parte de la llamada «generación de los cincuenta»: Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Carmen Martín Gaite e Ignacio Aldecoa, con quien se casó en 1952. En 1969 murió su marido y durante diez años permaneció alejada de la literatura, hasta que en 1981 apareció su edición crítica de una selección de cuentos de Ignacio Aldecoa. A partir de ese momento reanudó su actividad literaria y desde entonces ha publicado la memoria generacional Los niños de la guerra (1983); el libro infantil Cuento para Susana (1988); las novelas La enredadera (1984), Porque éramos jóvenes (1985), El vergel (1988), Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994), La fuerza del destino (1997), El enigma (2002), La Casa Gris (2005) y Hermanas (2008); los libros de recuerdos Confesiones de una abuela     (1998) y En la distancia (2004); y los relatos recogidos en Fiebre (2001).

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «La amenaza del invierno ya estaba empezando a cumplirse. Se habían acabado los paseos a los bosques cercanos, la suavidad del sol de octubre que bruñe las hojas de los árboles. La primera nevada era el anuncio de muchos días grises y era también el aislamiento definitivo. A veces, durante meses, ni las cartas llegaban al pueblo, inaccesible para los caballos y los hombres.

    La escuela sería mi único recurso. Por entonces, ya empezaba a sentir esa profunda e incomparable plenitud que produce la entrega al propio oficio. Me sumergía en mi trabajo y el trabajo me estimulaba para emprender nuevos caminos. Cada día surgía un nuevo obstáculo y, a la vez, el reto de resolverlo. Los niños avanzaban, vibraban, aprendían. Y yo me sentía enardecida con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío.

    Nunca he vuelto a sentir con mayor intensidad el valor de lo que estaba haciendo. Era consciente de que podía llenar mi vida sólo con mi escuela. Cerraba la puerta tras de mí al entrar en ella cada día. Y las miradas de los niños, las sonrisas, la atención contenida, la avidez que mostraban por los nuevos descubrimientos que juntos íbamos a hacer, me trastornaban , me embriagaban. Leíamos, contábamos, jugábamos, pintábamos, nos asomábamos a mundos lejanos en el tiempo y el espacio; nos sumergíamos en mundos diminutos y cercanos que encerraban milagros naturales. Tras el descubrimiento de América, corría veloz el descubrimiento de la circulación de la sangre. Tras la solución de un problema aritmético, la reflexión sobre un poema. Y luego, por qué brillan las estrellas, por qué el hombre ha conseguido volar. Por qué, por qué…

    Yo me decía: no puede existir dedicación más hermosa que ésta. Compartir con los niños lo que yo sabía, despertar en ellos el deseo de averiguar por su cuenta las causas de los fenómenos, las razones de los hechos históricos. Ése era el milagro de una profesión que estaba empezando a vivir y que me mantenía contenta a pesar de la nieve y la cocina oscura, a pesar de lo poco que aparentemente me daban y lo mucho que yo tenía que dar. O quizás por eso mismo. Una exaltación juvenil me trastornaba y un aura de heroína me rodeaba ante mis ojos. Tenía que pasar mucho tiempo hasta que yo me diera cuenta de que lo que me daban los niños valía más que todo lo que ellos recibían de mí.»