“El sur seguido de Bene”, de Adelaida García Morales

«El sufrimiento peor es el que no tiene un motivo determinado. Viene de todas partes y de nada 
en particular. Es como si no tuviera rostro.» 

A finales de septiembre del pasado año 2016 se publicó la novela titulada Los últimos días de Adelaida García Morales. En ella, su autora, Elvira Navarro reconstruye, valiéndose de la ficción, la última etapa de la vida de la escritora pacense Adelaida García Morales, fallecida en septiembre de 2014. García Morales nació en Badajoz en 1945. Aunque escribió algo más de una docena de libros, es conocida, sobre todo, por ser la autora de El sur, la novela que inspiró la conocida película del mismo nombre de Víctor Erice, entonces marido de Adelaida.

La curiosidad me llevó a leer el citado libro de Elvira Navarro, una novela que me ha parecido muy interesante y fácil de leer. Y me quedé con ganas de leer alguna de las novelas de la, tristemente desaparecida, escritora extremeña, por eso me animé a empezar por alguno de sus primeros relatos.

En 1885 se publicó el libro titulado El sur seguido de Bene, un volumen que incluía El sur y Bene, dos novelas cortas complementarias entre sí y de marcados tintes autobiográficos. En los dos relatos, García Morales nos ofrece, a través de la mirada de una adolescente, la visión de un mundo adulto lleno de misterio y de terribles verdades. Y en ambos escribe sobre la soledad, la pena, el amor y la muerte; temas muy del gusto de la autora nacida en Badajoz.

El sur seguido de Bene es un libro escrito con un estilo sencillo, directo y austero. Muy recomendable.

Adelaida García Morales escribió El sur entre junio y julio de 1981. Cómo se señala en el epílogo de Los últimos días de Adelaida García Morales, el relato se nutre de las vivencias dramáticas que marcaron la infancia y adolescencia de la autora: la áspera relación con su madre (la escritora llegó a afirmar que nunca se sintió querida por ella), la depresión de su padre (del que se sentía fascinada y con el que tuvo una relación obsesiva), la nostalgia con la que es evocado el sur sevillano, de donde los progenitores de la escritora fueron arrancados porque el padre encontró trabajo como ingeniero de minas en Extremadura; la familiaridad de Adelaida con el péndulo debida a la profesión de su padre. La casa de su niñez en Badajoz inspiró la casa donde el personaje de El sur Gloria Valle vive con su hijo.

En diciembre de 1982, Víctor Erice comenzó el rodaje, en escenarios naturales de La Rioja, de la adaptación de El sur que se vería interrumpido por problemas económicos. La película se estrenó incompleta, obteniendo un notable éxito del público y de la crítica. Esto hizo que el productor de la película, Elías Querejeta, se negara a terminarla por considerar que el filme quedaba bien así, con el sur solo evocado.

La Gaviota” es un caserón situado en las afueras de una ciudad del norte de España. En ella viven Agustín, médico y zahorí, su mujer, maestra represaliada por el franquismo, y su hija Estrella. La niña, desde su infancia, sospecha que su padre oculta un secreto. (FilmAffinity)

SINOPSIS

Este volumen incluye dos novelas cortas, la primera de las cuales, El Sur, dio origen al guión de la película del mismo título dirigida por Víctor Erice. Tanto esta historia como la que se cuenta en Bene se caracterizan por su magnetismo narrativo, basado en la especial habilidad de Adelaida García Morales para rodear de un aura de misterio a ciertos personajes masculinos en torno a cuya ausencia teje cada una de las narraciones. Ausencia física pero presencia de sombra, añorada en un caso, ominosa en el otro, cuyo peso se hace sentir doblemente a causa de su misma realidad fantasmagórica.

Moviéndose en un territorio que bordea las simas del incesto y del mal contempladas desde la pureza amoral de la adolescencia, estos dos relatos adentran al lector en regiones poco transitadas por nuestra literatura, y situaron a su autora en un lugar destacado.

«El Sur es uno de los relatos de amor más originales, de más poderosa sencillez, que ha dado nuestra literatura actual.» Ángel Fernández-Santos

«El Sur es un bello relato que mantiene su poder y fascinación con absoluta autonomía… Bene es una novela que roza la maestría.» Luis Mateo Díaz

ADELAIDA GARCÍA MORALES

Adelaida García Morales, nació en Badajoz en 1945, pero se crió en Sevilla, de donde eran sus padres. Se licencia en Filosofía y Letras en 1970 en Madrid y allí también estudia escritura de guiones en la Escuela Oficial de Cinematografía.

Trabajó como profesora de secundaria de lengua española y filosofía, fue modelo, actriz, formando parte del grupo de teatro Esperpento, y traductora en Argelia. Vivió durante cinco años en La Alpujarra, Granada.

Comienza a escribir El silencio de las sirenas en 1979. El Sur, su obra más famosa, la comienza en 1981, año en que gana el Premio Sésamo con Archipiélago, y el director Víctor Erice la convierte en una película en 1983. Su siguiente novela Bene, obra complementaria de El sur, se publica junto a esta en 1985. Y en ese mismo año publica El silencio de las sirenas, que obtiene los premios de novela Herralde e Ícaro. Posteriormente publicó La lógica del vampiro (1990), Las mujeres de Héctor (1994), Mi tía Águeda (1995), cuya protagonista es una mujer que rememora una infancia marcada por la muerte de su madre y los años pasados bajo la tutela de su intolerante y desabrida tía, y Nasmiya (1996). También en 1996 publicó Mujeres solas, su único volumen de poesía, al que siguieron los cuentos El accidente (1997) y La carta (1998), que formaba parte de la obra colectiva Vidas de mujer, las novelas La señorita Medina (1997) y El secreto de Elisa (1998), El legado de Amparo, cuento incluido en Mujeres al alba (1999), las novelas, publicadas en 2001, Una historia perversa y El testamento de Regina, y el cuento La mirada, incluido en Don Juan (2008)

Las creaciones de la autora se ajustan a los modelos de la literatura femenina, en el sentido de que los hombres ocupan un lugar secundario en el mundo íntimo de los personajes principales, casi siempre mujeres, que indagan en sus recuerdos con objeto de recuperar una identidad genuina, plena e independiente. En ocasiones, como ocurre en Nasmiya, se trata de un combate denodado por el reconocimiento de sus derechos: la protagonista, casada con un musulmán y convertida al islamismo, se enfrenta a su marido y al universo cultural que representa cuando aparece en el hogar una segunda esposa.

Falleció en 2014 de una insuficiencia cardíaca en Dos Hermanas, Sevilla, donde residía junto a uno de sus hijos.

«Adelaida no fue una persona común; tampoco una fantasmagoría. Logró cierta fama literaria, aunque efímera. Escribió siempre desde un dolor verdadero. Su herida primordial era muy profunda, venía de lejos. Nunca logró integrarse en la sociedad de su tiempo, y eso la honra. Vivía en precario en todos los planos de la existencia. Lo sé porque convivimos durante mucho tiempo; también porque, tras nuestro divorcio, me mantuve siempre próximo a ella.»  Victor Erice

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro… Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba que entonces tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios.
[…]
     Yo entonces no sabía nada de tu pasado. Nunca hablabas de ti mismo ni de los tuyos. Para mí eras un enigma, un ser especial que había llegado de otra tierra, de una ciudad de leyenda que yo había visitado sólo una vez y que recordaba como el escenario de un sueño. Era un lugar fantástico, donde el sol parecía brillar con una luz diferente y de donde una oscura pasión te hizo salir para no regresar nunca más. No sabes qué bien comprendí ya entonces tu muerte elegida. Pues creo que heredé de ti no solo tu rostro, teñido con los colores de mamá, sino también tu enorme capacidad para la desesperación y, sobre todo, para el aislamiento. Aun ahora, cuanto mayor es la soledad que me rodea mejor me siento. Y, sin embargo, me encontré tan abandonada aquella noche. Nunca olvidaré la impenetrable oscuridad que envolvía la casa cuando tú desapareciste. Yo tenía quince años, y miraba a través de los cristales de mi ventana.»
El Sur

 

    «Anoche soñé contigo, Santiago. Venías a mi lado, paseando lentamente entre aquellos eucaliptos donde tantas veces fuimos a merendar con Bene, ¿recuerdas? También ella aparecía en mi sueño. Vestía un traje gris de listas y un delantal blanco, su uniforme. Aparecía muy triste, clavando su mirada en el suelo, entre sus pies, con sus manos juntas, como una colegiala. Tú y yo caminábamos lentamente, y ella permanecía muy quieta a lo lejos. No llevaba la cesta de la merienda y parecía ocultarse de alguien o de algo, quizás de aquellos gritos tan desagradables que tía Elisa, tan dulce y correcta para todos los demás, le dirigía por cualquier insignificancia. Tú habías vuelto para quedarte conmigo aquí, en esa vieja casa donde los dos nacimos y donde yo vivo ahora, envuelta en las sombras de los que os habéis marchado.
[…]
     Vivíamos en Extremadura, en una casa grande y aislada que distaba unos tres kilómetros de la ciudad. Yo no dejaba pasar ninguna oportunidad de salir al exterior, pues estaba cansada de apostarme en la cancela y, a través de sus barrotes, contemplar la carretera, casi siempre vacía. Allí fuera empezaba el mundo, donde yo imaginaba que podrían ocurrir las cosas más extraordinarias […] A veces pasaban largas caravanas de gitanos silenciosos y cansados. Conducían sus pesados carromatos, y yo no sabía nunca a dónde se dirigían ni de dónde venían. Siempre ha existido una gran pobreza en Extremadura, pero entonces, a principios de los años cincuenta, la miseria se hacía presente por todas partes.»
Bene

 

“San Antonio de Padua”, de Cándido de Viñayo

«El santo de todo el mundo»

En este libro, Cándido de Viñayo nos acerca a la vida y milagros de San Antonio de Padua, uno de los santos más populares y milagrosos de la iglesia, desde su nacimiento, ocurrido en Lisboa, cerca de la catedral, hasta su muerte en la ciudad italiana de Padua, lugar donde está enterrado y se veneran sus reliquias. Y lo hace en un estilo riguroso, pero ameno y sencillo a la vez, permitiéndonos descubrir las razones por las cuales es un santo tan popular y tan querido por todos. Un santo con una vida corta, pero muy intensa, que podría compararse con una ruta de luz que va ascendiendo siempre hasta llegar a la meta de la gloria.

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    «Se representa joven, vestido de hábito franciscano, con un lirio y un libro en las manos. Lo que más destaca de él es el Niño Jesús que ordinariamente sotsiene en sus brazo.»

Cándido de Viñayo nos descubre las cualidades tan especiales de las que estaba adornado el santo lisboeta, que se hizo célebre en su tiempo por su elocuencia, por su santidad, y por el don de hacer milagros. Hizo tantos que la gente por donde pasaba le llamaba El Sembrador de milagros.

    «De este modo, Fray Antonio, iba por todas partes esparciendo el perfume de su bondad, con lo que aliviaba los dolores, conformaba los ánimos y conquistaba las almas para Dios. Sus palabras, sus confesiones, sus milagros, sus hermosos ejemplos de virtud, todo, todo se convertía en suavísimas redes con que atraía y cautivaba los corazones en los que prendía el fuego del amor de Dios, en que ardía el suyo.»

San Antonio sigue ejerciendo su influencia bienhechora después de muerto y continúa derramando una lluvia de gracias sobre sus devotos. El pueblo cristiano busca siempre en él consuelo, protección, y el remedio de todas sus necesidades. A él recurren las mozas casaderas, también quienes han perdido algún objeto, y es invocado casi para cualquier necesidad.

     «Esas gracias caen sobre la tierra como lluvia del cielo que alivia el dolor y hace alegre la vida. Así, por intercesión de San Antonio, según reza su responsorio, son desterrados la muerte y el error, huyen el demonio y la miseria, los leprosos y demás enfermos quedan sanos; el mar se calma, son redimidos los cautivos, los miembros paralizados recobran sus flexibilidad y las cosas perdidas son halladas. Por doquier se nota algo así como un divina fragancia que conforta los corazones.»

 Responsorio de San Antonio

  Si buscas milagros, mira:
muerte y error desterrados,
miseria y demonios huidos,
leprosos y enfermos sanos.
  El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados;
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
  El peligro se retira,
los pobres van remediados;
cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.
  El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados;
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
  Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
Gloria al Espíritu Santo.
    El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados;
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos
    Ruega a Cristo por nosotros,
Antonio glorioso y santo,
para que dignos así
de sus promesas seamos.
           Amén

El libro, bellamente ilustrado, se complementa con una serie de apéndices en los que figuran, entre otros, el Ejercicio de la Novena de San Antonio, la bendición de las flores de San Antonio o el canto popular de los pajaritos. Muy interesante

Canción de los pajaritos

SINOPSIS

«Todo santo es un hombre antes que un santo, y un santo puede llegar a serlo cualquier hombre». ¿Cómo era el hombre Antonio de Padua?

En tus manos, lector, tienes escrita con sencillez la vida del santo más popular de la Iglesia: San Antonio de Padua.

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Los hombres de hoy son positivistas y prefieren contabilizar más que simbolizar.

Se contabilizan las obras socio-benéficas, más que los milagros; la asistencia y el servicio a la humanidad, más que la oración; los trabajos en favor del prójimo que dicen relación a la comida, al vestido, a la casa y a la cultura, más que lo que trasciende los sentidos…

Aquí estamos frente a un hombre a quien se presenta con un lirio y un libro en la mano: es el lisboeta san Antonio de Padua.

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Decía Chesterton, el escritor inglés, que «todo santo es un hombre antes que santo: y un santo puede llegar a serlo cualquier hombre». ¿Cómo era el hombre Antonio?… A san Antonio le conocen las gentes por las letrillas de la «Verbena de la Paloma», por el «santo casamentero», por la «Canción de los pajaritos», por la imagen que cada pueblo tiene en la Iglesia en la que se representa al santo con el niño y el azucenón de trapo.

Ni como el hombre ni como santo, Antonio de Padua fue esa gentil figura estilizada y blandengue que la tradición nos ha ofrecido o que la devoción del pueblo ha cargado de leyendas y dulces atributos. Las primeras pinturas que se conservan de él y que se remontan al siglo XIII –cuyos autores debieron recoger la descripción verbal de quienes lo trataron– , nos muestran la figura de un hombre más bien bajo, fuerte y rechoncho; así lo ven Giotto, la escuela paduana del siglo XVI y el artista polaco Mateo Bertowicz. Donatello ya lo estiliza un poco más, así como Bordone, discípulo de Tiziano, en el siglo XVI… y Vanucci que ya comienza a adelgazarlo.

Rubens, Van Dick, Ribera, Murillo, Gercino y Tiépolo no idealizaron la figura del fraile portugués e, incluso, el Greco –cosa rara– no estiliza la figura de san Antonio. Goya tuvo la genialidad de hacer una balconada paralela al plano de la cúpula en san Antonio de la Florida… Allí san Antonio es de mediana estatura, no muy gordo pero tampoco el tipo dulzarrón que nos dan algunos artistas modernos. Sólo debido a la imaginación popular se explica el que los artistas comenzaran a idealizar su imagen. Mil veces representado por el arte; desde el siglo XIII hasta hoy, cada artista lo ha visto a su modo; sin embargo, todos coinciden en una nota singular; su simpatía.

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Se conserva una descripción literaria que lo describe así: «Tenía el color moreno, porque los españoles, vecinos de los moros, son todos de color moreno. Su estatura era inferior a la mediana, pero corpulento e hidrópico. Su fisonomía era delicada y tenía tal expresión de piedad, que, desde luego, sin conocerle se adivinaba en él carácter apacible y bueno».

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Si hubiera vivido hoy san Antonio, hubiera sido un hombre de constantes viajes. Su vida le refleja inquieto, viajero y emprendedor: no duda un momento de marchar de Lisboa a Marruecos; y después Italia y Francia conocen la medida de sus sandalias: predicador ambulante, popular, profesor de teología, escritor, metido de lleno en los conflictos de su Orden, y siempre en una actividad sorprendente dados los medios de comunicación de su época. Por los datos que conocemos de su vida podemos trazar estos rasgos temperamentales: apacible y emprendedor, amable y audaz, sociable y valiente. Es decir, datos que no están muy de acuerdo con ese tipo de santo que la leyenda conoce lleno de beatíficas suavidades para solaz de mujeres piadosas.

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La obra literaria de san Antonio como escritor es fecunda: en los escritos, lo mismo que en la pupila del ojo, se refleja la persona: a través de ellos adivinamos que san Antonio tenía un carácter humorístico, de fina ironía… y no exento de dureza cuando debía proclamar la verdad frente a los enredos humanos. La bondad del santo nunca puede confundirse con la tontería: «Los fariseos de hoy sólo quieren escuchar lo que les halaga. ¿Quiénes escuchan las palabras de vida? Los pobrecillos, los ignorantes, los rústicos, las viejecillas… Estamos llenos de palabras vacías. Vacíos de obras, y por lo tanto, malditos del Señor como la higuera»…. Sus predicaciones son de un verismo que en nada se parece a esa bonancible y mórbida piedad que le atribuyen. Fustiga y levanta ampollas en el alma de los oyentes.

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Como buen latino, Antonio de Padua era un hombre de sangre ardiente, le correspondió un lote de pasiones fuertes. La castidad no le fue fácil ni venció la lujuria con un manojo de lirios. Ahora nos explicamos que ese azucenón que lleva en la mano tiene más de cilicio que de flor, más de freno que de agua de rositas. «En el freno -escribe él mismo- hay dos cosas: la correa y el hierro. El hierro se pone en la boca del caballo. Con la correa se le frena y se le lleva por todas las partes….» Lo demás es fácil de adivinar. Así era su temperamento. Su bondad, su mirada amable, sus milagros, la flor de sus manos, en nada deben reblandecer ante nosotros su santidad. Lector, encontrarás en este libro la vida del santo más popular de la Iglesia: San Antonio de Padua.

Fermín de Mieza.

SAN ANTONIO Y EXTREMADURA

Crecí oyendo rezar a mi mayores la Novena de San Antonio. Hasta hice algunas copias de la misma, entonces no se conocían apenas las fotocopiadoras, para que algunas vecinas y amigas de mi madre o de mi abuela, que se habían interesado por ella, pudiesen también honrar al Santo.

Mi abuela tenía gran devoción por San Antonio, quizás por compartir el nombre con él. Mi madre heredó de la suya esa pasión por el Santo, manteniendo viva la fe y continuando con la tradición. Le reza y le invoca continuamente, sobre todo cuando ha extraviado alguna cosa. Eso sí sin dejar de buscarla:

«San Antonio bendito,
que en Padua fuiste criado,
en Lisboa bautizado.
Por el cordón que ceñiste,
por tu cuerpo virginal, 
San Antonio bendito,
que yo vea
lo que mi corazón desea.»

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No sé si la cercanía con Portugal ha podido influir, pero lo cierto es que San Antonio de Padua es muy querido y también frecuentemente invocado en estas tierras. No hay iglesia que se precie que no tenga su imagen del Santo. Además, en Extremadura hay erigidas ermitas con la advocación de este santo en una decena de localidades. Sin embargo, si hiciéramos caso a la tradición popular de estas tierras rayanas, aunque santo, no se libraría de ciertas manías mundanas. Por nuestros pueblos, aún se puede escuchar a nuestros mayores decir aquello de:  «San Antonio bendito dijo en La Raya:

    —De Portugal, ni el polvo. ¡Fuera sandalias!»

O esto otro muy parecido:

     «San Antonio bendito dijo en la raya:

     —De esta tierra, ni el polvo. ¡Vamos a España! (Y se sacudió las sandalias.)»

Esta manía de renegar de su tierra, que el folclore extremeño le atribuye a San Antonio, no es privativa del Santo portugués. Israel J. Espino recoge en su libro titulado 50 lugares mágicos de Extremadura la siguiente leyenda sobre San Juan Macías, hijo de Ribera del Fresno, cerca de Badajoz. Se cuenta que cuando partió de su pueblo hacia tierras lejanas para predicar el evangelio se sacudió el polvo de las abarcas en un piedra y dijo: «De Ribera, ni el polvo.»

Debía de ser en el otoño de 1219 cuando Antonio se dirigía desde Coimbra, en compañía de otro hermano franciscano, a Marruecos para predicar el evangelio. En este periplo es posible que ambos pasaran por la entonces mora ciudad de Badajoz en dirección a Sevilla. El escritor y periodista polaco Jan Dobraczyński escribe lo siguiente en su libro titulado Santo Antonio de Padua, gran predicador y hombre de ciencia:

«Al cabo de diez días llegaron a Caia, en la frontera de los territorios reconquistados a los moros por el rey Sancho. En la ciudad acampaba una pequeña guarnición del ejercito real. Las patrullas de caballería recorrían la frontera hasta el río Guadiana, cruzándose frecuentemente con las patrullas árabes. Pero no solían luchar entre ellos. Más bien al contrario, lo habitual era que los cristianos y los musulmanes, al encontrarse, conversaran amistosamente y se intercambiaran distintas mercancias.

En la jornada Antonio y Teófilo atravesaron el territorio despoblado entre Caia y Badajoz. Aquí, sentado bajo una sombrilla, un funcionario del sultán cobraba el peaje a quienes querían pasar el puente sobre el río. Al ver a los dos hermanos les indicó con un gesto de la mano que podían pasar sin tener que pagar nada.

La ciudad estaba bajo el dominio de los árabes. Desde el alminar de la mezquita llegaba el canto del muecín». Curioso

Bromas aparte, es una santo muy querido y frecuentemente invocado en nuestra tierra extremeña. Sirvan como muestra las siguientes cancioncillas:

«San Antonio bendito
dam'un marido
que no fume tabaco
ni beba vino,
ni vaya a la taberna
con suh amigoh» .
...
«¡San Antonio bendito!
Tres cosas te pido:
salvación y dinero
y un buen marido.
-Ya te lo he dado
jugador de las cartas
y enamorado». 

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

El Santo de todo el mundo

     La lluvia de gracias que San Antonio de Padua, desde su muerte, ha continuado derramando en todo tiempo sobre sus devotos, ha hecho que su devoción se haya propagado de una manera increíble por todo el pueblo cristiano y hasta entre los mismos protestantes.
     No es extraño que León XIII hiciese de él la afirmación que podemos ver en la siguiente anécdota.
     Se hallaba, en cierta ocasión, un ilustre clérigo arrodillado a los pies del Santo Padre. El sabio Pontífice, dirigiéndole una des us penetrantes miradas, le pregunta:
     –¿De dónde eres, hijo mío?
     –De Padua, Santísimo Padre.
     –¿De Padua? ¡Que felicidad! ¿Amas mucho a vuestro Santo, a vuestro San Antonio?
     ¡Ah, Santo Padre! ¿Y no le he de amar, si he nacido y crecido junto a su tumba y tengo la dicha de llevar su nombre?
     –Hijo mio, –concluyó el Pontífice– aún no lo amas lo bastante. Es necesario amarle y hacer que sea amado, porque sábelo bien, San Antonio no es sólo el Santo de Padua; es el Santo de todo el mundo.
     Tenía razón el ilustre Pontífice Leon XIII: San Antonio es el Santo de todo el mundo; el Santo honrado por toda clase de gentes, el Santo venerado en todos los pueblos de la cristiandad, el Santo invocado en todas las necesidades.
[…]
     La obra del Señor es la Creación
que bien mirada lleva al que la contempla
al conocimiento de su Creador.
     Si grande es la hermosura de la criatura,
¡cuánto mejor será la del Creador!
El artífice resplandeciente en su obra…
     “Esto no lo entienden
quienes se hallan entregados a la vida
de los sentidos,
ni consideran las obras de las manos
del Señor
taladradas con clavos en la cruz.
     “Clavado de pies y manos en la cruz
venció al demonio y al mal
y liberó al humano linaje…”
                                       San Antonio de Padua