En 1921 salió a la luz El Miajón de los Castúos, al que Chamizo subtituló Rapsodias extremeñas, en la editorial madrileña Pueyo. Para muchos, es la edición más cuidada de cuantas se han publicado. Incluía el “Vocabulario de voces extremeñas contenidas en El miajón de los castúos” y estaba prologado por José Ortega Munilla.
Pecellín Lancharro afirma: “Para muchos, estas Rapsodias extremeñas, según se intitula, son la más atinada epopeya de la Extremadura rural, sufriente y cotidiana. Miajón le llamamos a la miga de pan y figuradamente, a la entraña, al tuétano, a la esencia de las cosas. Castúo es un término que ningún escritor había utilizado antes que Chamizo. Con él pretende designar a los extremeños más auténticos, a los típicos y genuinos representantes del hombre de Extremadura”.
«Y he recordado lo que Chamizo ha escrito en el prólogo de su colección de poemas:
Porque semos asina, semos pardos, del coló de la tierra, los nietos de los machos que otros días triunfaron en América.
Y luego, queriendo puntualizar el vate el estilo que ha de ser empleado en sus rapsodias, escribe:
Y sus dirá tamién cómo palramos los hijos d´estas tierras, porqu´icimos asina: – jierro, jumo y la jacha y el jigo y la jiguera.
[…] Luis Chamizo nos ha enseñado que en las montaneras extremeñas hay un hálito espiritual maravilloso. Y él nos lo ha entregado, y él nos lo ha hecho aceptar.”
J. Ortega Munilla
”Chamizo ha sabido captar la esencia del espíritu extremeño en unos poemas sencillos, ingenuos si se quiere, pero cargados de una profunda fuerza expresiva, que unas veces sobrecoje por su brava energía y otras nos entusiasma por su delicada ternura”
Pedro Barros
TEXTO COMPLETO DE EL MIAJÓN DE LOS CASTÚOS
Pinchando en el título o en la siguiente imagen podemos acceder al texto completo de El miajón de los castúos, 4ª edición de 1938 en Biblioteca Virtual Extremeña
POEMA LA NACENCIA
La Nacencia, uno de los doce poemas incluidos en el El miajón de los castúos, es, sin duda, uno de los poemas más conocidos y emotivos de la literatura regionalista de Extremadura. Todo un canto a la nueva vida, a la maternidad, la paternidad y al amor
I Bruñó los recios nubarrones pardos la lus del sol que s´agachó en un cerro, y las artas cogollas de los árboles d´un coló de naranjas se tiñeron. A bocanás el aire nos traía los ruídos d´alla lejos y el toque d´oración de las campanas de l´iglesia del pueblo. Ibamos dambos juntos, en la burra, por el camino nuevo, mi mujé, mu malita, suspirando y gimiendo. Bandás de gorriatos montesinos volaban, chirrïando por el cielo, y volaban pal sol qu´en los canchales daba relumbres d´espejuelos. Los grillos y las ranas cantaban a lo lejos, y cantaban tamién los colorines sobre las jaras y los brezos; y roändo, roändo, de las sierras llegaba el dolondón de los cencerros. ¡Qué tarde más bonita! ¡Qu´anochecer más güeno! ¡Qué tarde más alegre si juéramos contentos!... --No pué ser más--me ijo-- vaite, vaite con la burra pal pueblo, y güervete de prisa con l´agüela, la comadre o el méico –. Y bajó de la burra poco a poco, s´arrellenó en el suelo, juntó las manos y miró p´arriba, pa los bruñíos nubarrones recios. ¡Dirme, dejagla sola, dejagla yo a ella sola com´un perro, en metá de la jesa, una legua del pueblo... eso no! De la rama d´arriba d´un guapero, con sus ojos reondos nos miraba un mochuelo, un mochuelo con ojos vedriaos como los ojos de los muertos... ¡No tengo juerzas pa dejagla sola; pero yo de qué sirvo si me queo! La burra, que roía los tomillos floridos del lindero careaba las moscas con el rabo; y dejaba el careo, levantaba el jocico, me miraba y seguía royendo. ¡Qué pensará la burra si es que tienen las burras pensamientos! Me juí junt´a mi Juana, me jinqué de röillas en el suelo, jice por recordá las oraciones que m´enseñaron cuando nuevo. No tenía pacencia p´hacé memoria de los rezos... ¡Quién podrá socorregla si me voy! ¡Quién va po la comadre si me queo! Aturdío del tó gorví los ojos pa los ojos reondos del mochuelo; y aquellos ojos verdes, tan grandes, tan abiertos, qu´otras veces a mí me dieron risa, hora me daban mieo. ¡Qué mirarán tan fijos los ojos del mochuelo! No cantaban las ranas, los grillos no cantaban a lo lejos, las bocanás del aire s´aplacaron, s´asomaron la luna y el lucero, no llegaba, roändo, de las sierras el dolondón de los cencerros... ¡Daba tanta quietú mucha congoja! ¡Daba yo no sé qué tanto silencio! M´arrimé más pa ella: l´abrasaba el aliento, le temblaban las manos, tiritaba su cuerpo... y a la lus de la luna eran sus ojos más grandes y más negros. Yo sentí que los míos chorreaban lagrimones de fuego. Uno cayó roändo, y, prendío d´un pelo, en metá de su frente se queó reluciendo. ¡Qué bonita y qué güena; quién pudiera sé méico! Señó: tú que lo sabes lo mucho que la quiero. Tú que sabes qu´estamos bien casaos, Señó, tú qu´eres güeno; tú que jaces que broten las simientes qu´echamos en el suelo; tú que jaces que granen las espigas, cuando llega su tiempo; tú que jaces que paran las ovejas, sin comadres, ni méicos... ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana, con lo que yo la quiero, siendo yo tan honrao y siendo tú tan güeno?... ¡Ay! qué noche más larga de tanto sufrimiento: ¡qué cosas pasarían que decilas no pueo! Jizo Dios un milagro; ¡no podía por menos! II Toito lleno de tierra le levanté del suelo, le miré mu despacio, mu despacio, con una miaja de respeto. Era un hijo, ¡mi hijo!, hijo dambos, hijo nuestro... Ella me le pedía con los brazos abiertos. ¡Qué bonita qu´estaba llorando y sonriyendo! Venía clareando; s´oïan a lo lejos las risotás de los pastores y el dolondón de los cencerros. Besé a la madre y le quité mi hijo; salí con él corriendo, y en un regacho d´agua clara le lavé tó su cuerpo. Me sentí más honrao, más cristiano, más güeno, bautizando a mi hijo como el cura bautiza los muchachos en el pueblo. Tié que ser campusino, tié que ser de los nuestros, que por algo nació baj´una encina del camino nuevo. Icen que la nacencia es una cosa que miran los señores en el pueblo; pos pa mí que mi hijo la tié mejor que ellos, que Dios jizo en presona con mi Juana de comadre y de méico. Asina que nació besó la tierra, que, agraecía, se pegó a su cuerpo; y jue la mesma luna quien le pegó aquel beso... ¡Qué saben d´estas cosas los señores aquellos! Dos salimos del chozo, tres golvimos al pueblo. Jizo Dios un milagro en el camino: ¡no podía por menos!
LUIS CHAMIZO
Luis Chamizo, poeta extremeño, nació en Guareña (Badajoz) en 1894 y murió en Madrid en 1945. Su obra poética dedicada a cantar el terruño materno comprende Poemas extremeños y El Miajón de los castúos. En 1942 apareció su libro Extremadura. También es autor de un drama, Las brujas. Siguiendo la línea de Gabriel y Galán y de Vicente Medina cultivó el localismo en dialecto popularista.
Don José Ortega Munilla, académico de la Lengua, dijo: «El poeta tinajero ha querido contar cosas de su raza, en el estilo de su raza, con el decir de los rudos extremeños.» Don Antonio Maura, director por entonces de la Real Academia Española, escribió al vate: «con toda verdad le digo que no recuerdo en muchos años lectura que me haya agradado más». De Santiago Vinardell son estas palabras: «Os juro otra vez, por las cenizas de mis antepasados, que nunca he leído un libro semejante. Lloro, río, sonrío… y sigo recitando, en voz alta, los maravillosos versos incomparables».
►El rapsoda de Don Benito Antonio Martín recita poemas de Chamizo en El beso de la luna.
La nacencia
Consejos del tío Perico
El noviajo
El porqué de la cosa
Compuerta
El chiriveje
Semana Santa en Guareña
Del fandango extremeño
La juerza d´un queré