“Llévame a casa”, la nueva novela de Jesús Carrasco

    «A mis casi cincuenta años lo que tengo más cerca es mi familia, mis amigos, los libros y el lugar en el que vivo. Llévame a casa es una coordenada en mi camino en la que espero que muchos lectores se sientan reconocidos.»

Jesús Carrasco

Cinco años después de la publicación de La tierra que pisamos, el autor de Intemperie regresa con Llévame a casa, una novela «íntima y doméstica» y de marcada inspiración autobiográfica, en la que ahonda sobre los cuidados de nuestros mayores y reflexiona sobre la responsabilidad, que ve como «un deber ético».

El protagonista de la historia es Juan, un hombre que dejó la casa de sus padres en el pueblo y que ha logrado independizarse en el extranjero. Pero la muerte de su padre le hace volver a su pueblo y enfrentarse a responsabilidades de las que hasta entonces había estado huyendo.

    «Si yo estoy tan lejos, señora, es porque no quiero estar aquí. Así de sencillo. He decidido renunciar a mis obligaciones como hijo. Ahora soy un apátrida en lo que a familia se refiere. O, dicho de otro modo más nuestro, un descastado. Y entiendo, señora, la cara que me está poniendo porque lo único que usted quería era decirme que no estoy solo en el mundo. Que además de mis seres queridos, la tengo a usted. Y créame que se lo agradezco, señora, pero los descastados somos egocéntricos y anteponemos nuestra conveniencia y placer a las obligaciones de la casta. De eso se trata. Por eso, dentro de siete días, cuando todos ustedes estén dedicados a sus cosas y esto les parezca un acontecimiento de hace meses, cuando mi padre tenga su lápida y yo haya dejado la casa de mi madre preparada para su nueva vida, volaré de regreso a la mía con las cosas claras, que mi hermana Isabel ya me ha dado un repasito. Lo digo así, con sorna, aunque en realidad sé que tiene razón y me hace sentir vergüenza la dejadez con la que me he comportado con respecto a mi familia.»

Según la información que proporciona la editorial, Llévame a casa es «una emotiva novela sobre la familia, los lazos que nos unen y las heridas que nos distancian.»

Estamos ante una novela ambientada en el tiempo presente, a caballo entre la España rural y un lugar urbano de Europa, que supone un giro importante en la carrera del escritor extremeño. «Quería explorar otros territorios, lugares reconocibles, como Edimburgo, donde viví tres años, y la comarca toledana de Torrijos, donde crecí y donde vive mi madre», ha afirmado recientemente.

Cuando estaba escribiendo esta novela, Carrasco señaló que ésta sería más luminosa que las anteriores, en el sentido de que no estaría tan anclada al tremendismo y que sus personajes no sufrirían como lo habían hecho en sus dos primeras novelas. Que necesitaba escribir algo menos cargado de violencia, que no le hiciera sufrir al escribirlo. También, que en su novela habría un pequeño repaso de la historia de España de los últimos años y que sería una narración a caballo entre dos paisajes: «un paisaje español, de la zona en la que yo he vivido, que vuelve a ser de nuevo el centro de España, y por contraste un paisaje muy distinto, que es el paisaje de Escocia, donde vivo ahora», afirmó.

    «La tarde amarillea el cielo. Los campos que rodean el pueblo están todavía por cosechar. Las espigas aguantan erguidas a la espera de la llegada de las máquinas. No hay brisa que las meza. Solo insectos revoloteando en la turbidez ardiente del aire. Un coche atraviesa el pueblo en silencio. Un bando de perdices se oculta bajo la paja seca de un barbecho.

    Están los tres sentados alrededor de la mesa de la cocina. Sobre el hule gastado hay una botella de La Casera con agua fresca. El cristal parece esmerilado por debajo del nivel del líquido. Hay tres vasos que fueron de Nocilla, llenos hasta la mitad. Solo la madre ha bebido algo. Están en silencio, cada uno perdido en un punto impreciso del cosmos. Lo único que tienen en común es que no desean mirarse. O que no tienen fuerzas. Encontrar los ojos del otro, aunque sea de modo accidental, no es deseable.»

Así que el paisaje sigue estando presente, pero no es tan importante como en sus dos primeras novelas. Pero su prosa sigue siendo muy sensorial, donde el tacto y los olores, principalmente, van a seguir teniendo mucha presencia.

Para la escritura de este libro, Carrasco ha echado mano de lo que tenía más cerca. Ha buscado en sus recuerdos y vivencias, en sus relaciones familiares y personales, en los espacios que mejor conoce. Y todo esto lo proyecta, en forma de un cuidado texto literario, en esta magnífica novela. Una novela que escribió de manera torrencial. «En algo menos de un mes terminé el primer borrador, antes del confinamiento, luego he estado cerca de un año reescribiendo, corrigiendo y rellenando los huecos del texto final», ha afirmado recientemente.

La  novela se ha hecho merecedora de la XVII edición del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española (2022), que concede el Ayuntamiento de Zafra a la mejor obra en castellano impresa y editada el año anterior. 

Llévame a casa me ha parecido una novela oportuna y muy necesaria, escrita con el corazón, y que le ha permitido a su autor hablar sobre esas emociones e inquietudes que tenía dentro y que, gracias a la literatura, ha podido expresar. Imprescindible y absolutamente recomendable.

     «La madre dice que claro que sí, que cuando se casó con su padre empezó una nueva familia pero que no dejaron atrás a sus mayores. Que su suegro vivió con ellos hasta que murió, que es como tienen que morir las personas decentes, con su familia. Eso es lo que subyace en el pensamiento de la madre: que el deber de los hijos es hacerse cargo de los padres incluso renunciando a su propia vida, como hicieron ellos con los suyos. También que esa renuncia tiene la muerte como fecha límite y que, por tanto, sólo es un aplazamiento de lo propio. El trato para preservar la decencia y, en último término, la dignidad de lo humano es dar cobijo, sustento y cuidado en el tramo final y luego continuar con la vida de uno con la conciencia tranquila y la esperanza de que la siguiente generación haga lo propio.»

    «Todos los escritores, o la mayoría, compartimos una misma idea, que es la de escribir ese libro que nos represente o refleje el potencial que llevamos dentro. Yo persigo esa novela, que no solo exprese la forma de ser de uno, sino que en el contexto general de la literatura sea relevante.»

Jesús Carrasco.

LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS DEL LIBRO

SINOPSIS

Una emotiva novela sobre la familia, los lazos que nos unen y las heridas que nos distancian.

Juan ha conseguido independizarse lejos de su país cuando se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal debido a la muerte de su padre. Su intención, tras el entierro, es retomar su vida en Edimburgo cuanto antes, pero su hermana le da una noticia que cambia sus planes para siempre. Así, sin proponérselo, se verá en el mismo lugar del que decidió escapar, al cuidado de una madre a la que apenas conoce y con la que siente que solo tiene una cosa en común: el viejo Renault 4 de la familia.

     «Juan hunde la manija de hierro de la puerta y empuja. De la casa sale una fragancia particular que solo se percibe cuando se ha estado tiempo fuera y lo exterior ha renovado lo interior. Es un olor al tiempo anodino y único. Una nariz entrenada diría que aquí se ha hervido coliflor durante decenios. Hay o ha habido una chimenea de leña, naftalina en los armarios, chacinas de matanza colgando de una viga, chorizos que gotean su pimentón sobre una bandeja de lata; aquí se ha lavado la ropa con jabón hecho a base de sosa y aceite usado. Litros de amoniaco han aniquilado bacterias a lo largo de los años. Hay trazas de excrementos infantiles, que alguien, una mujer, ha retirado de gasas de algodón que después ha lavado, escurrido y tendido en el patio. Se nota un tufo milenario procedente de una pata de liebre caída detrás de un armario. Vestigios de agua oxigenada, como la que usan los taxidermistas para blanquear los cráneos. En esta casa solo entran mariscos en Navidad, y no de la mejor calidad. Huele a sudor, a grasa en las manos, a cicatrices viejas, a colonia de litro, a cableado con  camisa de tela, a plomos fundidos, a transformador de 125 voltios, a golpes en un televisor en blanco y negro.»

    «De todas las responsabilidades que asume el ser humano, la de tener hijos es, probablemente, la mayor y más decisiva. Darle a alguien la vida y hacer que esta prospere es algo que involucra al ser humano en su totalidad. En cambio, rara vez se habla de la responsabilidad de ser hijos. Llévame a casa trata de esa responsabilidad y de las consecuencias de asumirla.»

Jesús Carrasco

Esta es una novela familiar que refleja de forma brillante el conflicto de dos generaciones, la que luchó por salir adelante para transmitir un legado y la de sus hijos, que necesitan alejarse en busca de su propio lugar en el mundo. En esta emotiva historia de aprendizaje, Jesús Carrasco traza una vez más personajes formidables sometidos a decisiones fundamentales cuando la vida los pone contra las cuerdas.

    «Mientras finalizaba los capítulos de esta extraordinaria novela, a menudo me preguntaba cómo demonios había conseguido Jesús Carrasco trazar cada detalle del escenario, perturbando y dejando, al mismo tiempo, los descansos necesarios. Solo he visto eso en Delibes, Pla o Baroja. No tengo más que quitarme el sombrero ante este prodigio de escritor-compositor y su nueva obra maestra. A mí, desde luego, me ha llevado a casa. Con ustedes también lo hará.»

Susana Rizo, XLSemanal

JESÚS CARRASCO

Jesús Carrasco Jaramillo nació en Olivenza (Badajoz) en 1972. A los cuatro años se trasladó con su familia a Torrijos, en la provincia de Toledo, y en 2005 a Sevilla, donde reside en la actualidad. Desde 1996 trabajó como redactor publicitario, actividad que compaginó con la escritura. Intemperie le ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela.. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia, y de los premios Dulce Chacón, Quimera, Cálamo y San Clemente de España. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como uno de los mejores libros traducidos en 2014 en Reino Unido. Intemperie ha llegado ya a más de 30 países y ha sido traducida a veintinueve lenguas. Además ha sido adaptada al cómic por Javi Rey y llevada a la gran pantalla con el mismo título por Benito Zambrano.

En 2016 publicó su segunda novela, La tierra que pisamos, con la que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea 2016.

Ya en 2017 apareció Levante, un cuento ilustrado por el propio Carrasco, que se publicó dentro de la obra colectiva Historias dentro de una caja, editada por la editorial pacense Universitas.

En 2005 había realizado una incursión en el género infantil con Castigada sin salir, un cuento escrito por Carrasco e ilustrado por Antonia Santolaya.

En El País Semanal de 2 de diciembre de 2018, aparecería el sentido articulo titulado Los libros que no leíamos, donde el autor “retrocede hasta el día en que se enamoró de los libros”.

En 2019, el Aula literaria Guadiana de Don Benito (Badajoz) presentó una edición no venal del relato titulado Una auténtica ganga, editado con motivo de su participación en dicho Aula.

Llévame a casa (2021) es su última novela.

En 2022, colabora en la obra titulada Imaginar un país, España en 2050, un ensayo colectivo sobre el futuro de España que ha reunido a algunos de los escritores más relevantes del panorama literario actual, con el texto titulado Contra el vencimiento.

Aunque vive en una gran ciudad, Carrasco se siente fuertemente ligado al medio rural. 

    «La mitad de mi vida la he pasado en el campo. Nací en Olivenza, un pueblo de Badajoz que está en la frontera con Portugal. Cuando tenía cuatro años, mi familia se trasladó a Torrijos, un pueblo de Toledo. He pasado mi vida entera dando tumbos por los caminos, subiéndome a los árboles, construyendo cabañas, cazando perdices a mano y conejos con hurones, haciendo ese tipo de cosas que se hacen en los pueblos. Es la tierra que amo, es mi lugar en el mundo en cierto modo.»

Jesús Carrasco

“San, el libro de los milagros”, de Manuel Astur

    «Todo está ocurriendo en este momento y es igual de importante, lo único que varía es quién y por qué lo cuenta. Todo es un milagro.»

San, el libro de los milagros es una muy buena novela del asturiano Manuel Astur. Una especie de drama rural de la llamada España vacía.

El protagonista de la historia es Marcelino, más conocido por Lino, un personaje solitario y de enorme inocencia, «tonto, para adentro», y que nunca se ha querido mezclar con los demás. Vive a las afueras de San Antolín, un pueblecito asturiano enclavado en la reserva natural del Neva. Allí es feliz a su modo, cuidando del huerto, de los praos y de sus vacas. Pero un día recibe la visita de su hermano, que amenaza con echarlo de la hacienda familiar y poner fin a su forma de vida. Lino mata casi sin querer a su hermano, emprende la huida y se refugia en unos parajes que conoce muy bien.

    «Cuando crece una mala hierba en el huerto, la arrancas. Cuando tienes más gallinas de las necesarias, le rompes el cuello a alguna y la echas al puchero. Cuando a tu perra la monta algún perro y tiene una camada de chuchos, escoges al mejor, y el resto los metes en un saco de patatas con unas piedras y lo tiras al río. Cuando un manzano ya no da manzanas, lo talas y lo troceas para para leña. Cuando la hierba del prado está muy alta, la siegas, la recoges y la guardas en el pajar. Cuando un trajeado viene y te enseña unos papeles y te dice que sé qué cosas de hipotecas y pretende quitarte el huerto, las gallinas, la perra,los manzanos y los prados, te defiendes. Aunque ese trajeado sea tu hermano. Luego te pueden llamar revolucionario y dedicarte noticias en la tele y los periódicos y decir no sé qué cosas del pueblo oprimido o del último guerrillero, pero la realidad es más simple, siempre es más simple. »

La novela da saltos en el tiempo y nos traslada a la infancia del protagonista, una infancia marcada por los abusos y por el maltrato de su padre, alcohólico y «un mal bicho y burro como él solo».

Manuel Astur introduce en la historia elementos alegóricos y mágicos, en buena medida provenientes de la tradición oral, que se mezclan con recuerdos y vivencias del propio autor. El resultado es una magnífica novela, con un toque de realismo mágico, o folclórico como prefiere llamarlo su autor, que está muy bien escrita y que se lee de un tirón. De lo mejor que he leído últimamente. Muy recomendable.

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

    «Hay un instante en los serenos ocasos de verano en que cualquiera diría que los objetos brillan, como si devolvieran parte de la generosa luz que recibieron a lo largo del día. Era entonces cuando Marcelino dejaba lo que estuviera haciendo, se incorporaba, se pasaba el dorso de la mano por la frente y contemplaba el valle a sus pies. Todo relucía y resonaba como una campana de luz dorada. También aquel ocaso de julio Marcelino se detuvo y contempló. La casa, el hórreo, el carro, todo resplandecía recortado contra el cielo azul profundo donde el primer lucero comenzaba a anunciar la nueva era. Todo menos la gran mancha de sangre en el serrín y el cuerpo de su hermano. Pero lo cierto es que no había querido hacerle daño».

Esta bella y sorprendente novela es como un espejo donde nos reflejamos todos. El lector, sea de ciudad o de campo, puede asomarse a un mundo mítico, en el que la Historia es solo otra fábula que se cuenta junto al fuego, y limpiar en ella su mirada hasta dejarla tan clara como la de su protagonista.

    «Manuel Astur combina la libertad imaginativa y el vanguardismo en la forma con la creatividad verbal. Su prosa es fluida y dúctil, y el gusto por la palabra le lleva a encadenar en un párrafo aislado medio centenar de verbos. Todo ello sirve a una libérrima observación de la naturaleza humana en clave de parábola. Esta novela literaria tiene el sello de una resuelta originalidad y es obra de alto mérito».

Santos Sanz Villanueva, El Cultural

MANUEL ASTUR

Manuel Astur González (Grado, Asturias, 1980) es un escritor, poeta, periodista y productor musical español. Es profesor y coordinador de estudios en la Escuela de Letras de Gijón. Es autor del poemario Y encima es mi cumpleaños (2013), de las novelas Quince días para acabar con el mundo (2014) San: el libro de los milagros (2020), y del ensayo emocional Seré un anciano hermoso en un gran país (2016). Ha publicado relatos en varias antologías, entre las que destacan Mi madre es un pez (2011), Nómadas (2013) y  Drogadictos (2017). Editó la revista cultural ARTO! de Madriz y colabora con artículos, reseñas y columnas en las revistas Tiempo, Quimera BCN Mes, en el diario asturiano El Comercio en medios digitales como Revista de LetrasMicrorevista, El Confidencial CTXT. Es uno de los fundadores del movimiento artístico Nuevo Drama y su obra también se ha encuadrado en la corriente neorrualista de la literatura española. En 2017 la Unión Europea, a través del proyecto Literary Europe Live, y la asociación de festivales europeos de literatura Literature Across Frontiers lo eligieron como una de las 10 nuevas voces (New Voices from Europe 2017) más interesantes del continente y único representante español.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

     «Somos las primeras palabras. Somos los que fuimos y los recién llegados. Somos la fiesta y la jornada de trabajo y somos el aburrimiento. Somos el que os quema y somos el que os apaga. Somos el que os despierta por la mañana y el que os derrumba en la cama al llegar la noche. Por supuesto, también somos el que os quita el sueño. Somos el Enemigo y el único consuelo. Casi nada. Un puñado de palabras, las últimas palabras.
     Estuvimos a punto de callar. Primero, lo dejamos para más adelante. Más adelante, lo postpusimos para después. Pero nunca llegaba el momento. Por fin, nos dijimos: no, este momento es el momento porque es todos los momentos. Tenemos la voz y tenemos el tiempo.
     Tenemos todo el tiempo.»
                […]
     «Todos los veranos Sofía echa a caminar y no para hasta que llega a su pueblo. Parece increíble, pues su espalda está tan torcida que cuando camina da la impresión de estar labrando. Pero cualquiera de los senderistas que de cuando en cuando llegan a San Andrés del Monte pueden atestiguarlo. El cementerio está en ruinas. Un ala de nichos hace tiempo que se derrumbó, dejando al descubierto los cuadrados como un panal gigante abandonado. Primero el musgo y después, encima de él, la hierba han borrado las tumbas. Todas las lápidas son hojas con la tinta desvaída donde ya no se puede leer ninguna historia. Los dos ángeles de piedra, que custodian espada en mano la absurda vanidad del panteón del que fue dueño de la casa indiana, carecen de nariz, y el carbón de los años ha convertido sus ojos en fosas de calavera. Desde lejos es ya casi indistinguible y parece estar a punto de ahogarse en la naturaleza entre burbujas de distinta tonalidad de verde. Salvo tres tumbas, que relucen blancas y gastadas. Las dos de sus padres y una más pequeña: un montón de tierra con una piedra encima y una cruz blanca de madera. Esta última es la tumba de su primer hijo, un bebé al que sesenta años después todavía llora cuando la fiebre o el alcohol la ponen triste. Y lo mismo con la que fue su casa. Pequeña, pobre, helada, pero con las ventanas intactas, el tejado entero, la maleza a raya, el felpudito, como un perro anciano y fiel, frente a la puerta.
     Qué sentirá cuando llega tan sola a los escenarios derruidos de su memoria. Qué fantasmas saludará a la entrada del pueblo y quién la recibirá con los brazos abiertos. Qué pensará al oscurecer, sentada en una sillita frente a su casa, con una vela a su lado y millones de sombras creciendo a su alrededor. Tal vez pueda verlo todo tal cual era. Quizá donde vosotros veis una plazoleta llena de arbustos, con un bebedero de piedra donde ya sólo mata la sed algún asturcón salvaje, rodeada por tres de los cuatro lados de casas huecas, ella vea a los mozos tomando un chato de vino, en un banco corrido frente al bar, después del trabajo, bromeando y piropeando a las chavalas:
     —¡Qué guapa estás, Sofía!
     Puede que los niños jueguen y den gritos de alegría. El maravilloso encuentro del cencerro de las vacas de vuelta a la cuadra y las campanas de la pequeña iglesia que resuenan por todo el valle. Los grillos y las ranas en el río y el cuco y los perros que ladran porque tienen miedo de que el día acabe y ya no vuelva. Los gritos y los golpes secos de los hombres que juegan al dominó al otro lado del teatro de marionetas que son los recuadros amarillos de las ventanas del bar, donde las sombras de sus cabezas, proyectadas en la pared por el candil, parecen querer escapar. Las conversaciones de las mujeres, repasando la novela cotidiana a la puerta de sus casas. Quizá todo y todos estén ahí todavía, quizá permanezcan porque aún está ella para recordarlos.
     Miradla, sentadita en una sillita de mimbre frente a la que era su casa. Ella dice que cuando muera quiere ser enterrada allí, donde los suyos, y sus hijos desesperan. Un nieto ha propuesto incinerarla y llevar las cenizas al cementerio. Incluso tirar unas pocas en la plaza del pueblo. A ella no se lo han dicho, pero están todos de acuerdo.» 
          […]
      «También os conocemos a vosotros, los que os fuisteis. Y como os gustaba volver al pueblo de vez en cuando para ver a los que se habían quedado. Estaban gordos, envejecidos y embrutecidos, con varios hijos a cuestas que no les dejaban ni un segundo de paz. Era vuestra victoria. Vuestra confirmación de que habíais hecho bien yéndoos a la ciudad en cuanto pudisteis, para no volver más, con la excusa de estudiar cualquier cosa. La prueba de que habíais progresado. Vosotros, simples hijos de ganaderos y campesinos, habíais llegado alto. Escribíais en revistas digitales, ibais a bares de moda, teníais mil novios y novias y aventuras de una noche. Erais creativos, libres, irónicos y muy modernos. Erais seres superiores. Aunque no llegarais a fin de mes, pues nadie os pagaba por vuestro genial trabajo. Aunque tuvierais una depresión constante, ninguna relación sentimental os duraba más de unos meses y os sintierais tremendamente solos en vuestras diminutas habitaciones en pisos compartidos o en vuestros apartamentos minúsculos con vistas a un feo patio de luces y a un futuro decepcionante.
    Cuando comenzó este viaje, estabais convencidos de que los salvajes eran ellos, y los colonos gloriosos que expanden la civilización, vosotros. Pero con el tiempo, una vez pasó el deslumbramiento inicial, comenzasteis a comprender con dolor que los salvajes erais vosotros, y que habíais vendido la tierra de vuestros antepasados a cambio de unos cuantos espejos, un puñado de chucherías de plástico y algo de tecnología.
     Aún así, os paseabais con vuestra ropa bonita y moderna por el pueblo y dejabais que os admiraran como a los antiguos indianos. Cuando os preguntaban a qué os dedicabais, dudabais, como si hablaran otro idioma y en el suyo no existiera expresión adecuada para vuestra profesión, y terminabais diciendo alguna palabra inglesa, técnica o inventada para dejarlos con la boca abierta.
    Y también volvíais, justo es admitirlo, para ver a vuestras familias. A vuestras pobres madres, que tanto os echaban de menos y que os llamaban todas las semanas por teléfono para contaros que no sé qué vieja que no recordabais había muerto, sondear en vuestros oscuros planes de futuro y haceros prometer una pronta visita, que siempre postergabais a Navidad, Semana Santa o verano, porque, joder, Mamá, es que tengo mogollón de trabajo.»

FUENTES

  • San, el libro de los milagros
  • Wikipedia

“Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar

   «El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado, las escuelas.»

Memorias de Adriano (Mémoires d’Hadrien) es una novela de la escritora estadounidense de lengua francesa Marguerite Yourcenar, publicada en 1951.

La novela adopta la forma de una larga carta que el emperador Adriano dirige como testamento espiritual a Marco (el futuro Marco Aurelio), al que el propio Adriano nombra su sucesor. En ella, el emperador medita y reflexiona acerca de sus años de reinado, de su salud, de sus triunfos militares, del amor, de la amistad, de la literatura, del arte, de la política, de los viajes, de la paz, de la pasión por su joven amante Antínoo y del dolor que le produce su muerte.

    «Comenzada para informarte de los progresos de mi mal, esta carta se ha convertido poco a poco en el esparcimiento de un hombre que ya no tiene la energía necesaria para ocuparse en detalle de los negocios del estado, meditación escrita de un enfermo que da audiencia a sus recuerdos. Ahora me propongo más: tengo intención de contarte mi vida. (…) La verdad que quiero exponer aquí no es particularmente escandalosa, o bien lo es en la medida en que toda verdad es escándalo. Lejos de mí esperar que tus diecisiete años comprendan algo de esto. Sin embargo me propongo instruirte, y aun desagradarte. Tus preceptores, elegidos por mí, te han impartido una educación severa, celosa, quizás demasiado aislada, de la cual en suma espero un gran bien para ti y para el Estado. Te ofrezco, como correctivo, un relato libre de ideas preconcebidas y principios abstractos extraídos de la experiencia de un solo hombre —yo mismo—. Ignoro las conclusiones a que me arrastrará mi narración. Cuento con este examen de hechos para definirme, quizá para juzgarme, o por lo menos para conocerme mejor antes de morir.»

                                             Busto de Adriano

Yourcenar dedicó buena parte de su vida a la confección de esta gran novela, su escritura fue interrumpida y reiniciada en varias ocasiones, hasta adoptar su forma actual. En ella reconstruye la biografía del más ilustrado de los emperadores romanos y el contexto en el que transcurre su vida. Como la propia autora señaló en una ocasión: “He pasado una gran parte de mi vida tratando de definir y luego de describir a este hombre solo y, por otra parte, en relación con todo».

Memorias de Adriano es una de las novelas cumbres del pasado siglo XX, en parte responsable del auge que ha alcanzado la novela histórica en los últimos tiempos. Aunque su lectura pueda resultar densa en algunos momentos, contiene reflexiones y pensamientos de gran profundidad y belleza. Una magnífica novela, para leer sin prisas.

    «Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…»

EMPEZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Un relato admirable y ya clásico, en la estupenda traducción de Julio Cortázar. un emperador romano se inclina sobre su pasado: el poder, las conquistas, los turbios episodios palaciegos, las horas de triunfo y de peligro… Adriano cuenta su propia historia y poco a poco el César va dejando asomar al hombre, su atormentada intimidad, su secreto, que habría de fijarse en estatuas, en poemas, en templos. Bajo la forma de una autobiografía imaginaria minuciosamente fundamentada en la realidad histórica, Margarite Yourcenar reconstruye un tramo espectacular del gran pasado clásico.

La autora cuenta que una vez encontró, en una carta de Flaubert, esta frase inolvidable: «Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo». Es el momento que inmortaliza su Memorias de Adriano.

     «Te ofrezco, como correctivo, un relato libre de ideas preconcebidas y principios abstractos extraídos de la experiencia de un solo hombre —yo mismo. Ignoro las conclusiones a que me arrastrará mi narración. Cuento con este examen de hechos para definirme, quizá para juzgarme, o por lo menos para conocerme mejor antes de morir.»

MARGUERITE YOURCENAR

Escritora francesa de origen Belga, nacida en un acomodada familia.

Su padre, natural de Lille, le dió una educación esmerada introduciéndola en los clásicos griegos y romanos y enseñándole ambos idiomas. En sus numerosos viajes casi siempre la llevaba con él y cuándo Marguerite mostró interés por la escritura su padre la apoyó siempre.

Cursó estudios universitarios, especializándose en cultura clásica, y empezó a publicar diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. De esta primera época son las novelas Alexis o el tratado del inútil combate (1928), que comenzó a despertar el interés de la crítica, La Nouvelle Eurydice (1929), Denier du rêve (1934), historia de un atentado fracasado contra Mussolini, donde la violencia política ocupa el primer plano; y La mort conduit l’attelafe (1934).

Sus largas estancias en Grecia dieron origen a una serie de ensayos reunidos en Viaje a Grecia y llevaron a su maduración la idea originaría de Fuegos (1936), una obra esencialmente lírica compuesta de relatos míticos y legendarios. La misma dimensión mítica se deja traslucir en su colección de Cuentos orientales, publicada en 1938. El año siguiente aparece El tiro de gracia, basada en un hecho real, una historia de amor y de muerte en un país devastado durante las luchas antibolcheviques. Son importantes también varios ensayos, como Pindare (1932) y Les songes et les sorts (1938).

En 1951 publicó su novela Memorias de Adriano, traducida al castellano por Julio Cortázar y en 1965 publicó Opus Nigrum.

Durante los años setenta tuvo que permanecer casi recluida en Mount Desert, por decisión propia para acompañar a su pareja Grace, que padecía cáncer de mama, hasta su muerte en 1979. Este fue un periodo difícil para Marguerite, que amaba viajar, pero le permitió redactar los dos primeros volúmenes de la trilogía de memorias familiares El laberinto del mundo: Recordatorios, que trata de la historia de la familia materna y Los Archivos del Norte, que trata de la familia de su padre.

Ganadora de los premios Fémina y Erasmus, en 1980 fue la primera mujer elegida miembro de número de la Academia francesa, aunque desde 1970 ya pertenecía a la Academia belga. Su elección fue propuesta por Jean d’Ormesson, para ocupar el sillón dejado vacante por Roger Caillois con quien Marguerite había tenido relaciones cordiales antes de la guerra y sobre quien versó su brillante discurso de ingreso, al que asistió el presidente de la república Valéry Giscard d’Esteing.

Desde 1980 hasta su muerte en diciembre de 1987, volvió a viajar acompañada ahora por el joven fotógrafo Jerry Wilson, a quien había conocido poco antes cuando formaba parte de un equipo de televisión que fue a entrevistarla a Petit Plaisance. Aparte de recorrer sus lugares habituales en Europa fueron a Egipto, Marruecos, Japón y la India. De estos viajes, especialmente de las estancias en Japón y la India, salieron los dos últimos libros de la escritora, publicados póstumamente: Peregrina y extranjera y Una vuelta por mi cárcel.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «Trahit suaquemque voluptas. A cada uno su senda; y también su meta, su ambición si se quiere, su gusto más secreto y su más claro ideal. El mío estaba encerrado en la palabra belleza, tan difícil de definir a pesar de todas las evidencias de los sentidos y los ojos. Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las ciudades fueran espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas por seres humanos cuyo cuerpo no se viera estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre, ni por la hinchazón de una riqueza grosera; quería que los colegiales recitaran con voz justa las lecciones de un buen saber; que las mujeres, en sus hogares, se movieran con dignidad maternal, con una calma llena de fuerza; que los jóvenes asistentes a los gimnasios no ignoraran los juegos ni las artes; que los huertos dieran los más hermosos frutos y los campos las cosechas más ricas. Quería que a todos llegara la inmensa majestad de la paz romana, insensible y presente como la música del cielo en marcha; que el viajero más humilde pudiera errar en un país, de un continente al otro, sin formalidades vejatorias, sin peligros, por doquiera seguro de un mínimo de legalidad y de cultura; que nuestros soldados continuaran su eterna danza pírrica en las fronteras; que todo funcionara sin inconvenientes, los talleres y los templos; que en el mar se trazara la estela de hermosos navíos y que frecuentaran las rutas numerosos vehículos; quería que, en un mundo bien ordenado, los filósofos tuvieran su lugar y también lo tuvieran los bailarines. Este ideal, modesto al fin y al cabo, podría llegan a cumplirse si los hombres pusieran a su servicio parte de la energía que gastan en trabajos estúpidos o feroces; una feliz oportunidad me ha permitido realizarlo parcialmente en este último cuarto de siglo. Arriano de Nicomedia, uno de los seres más finos de nuestro tiempo, se complace en recordarme los bellos versos donde el viejo Terpandro definió en tres palabras el ideal espartano, el perfecto modo de vida que la Lacedemonia soñó siempre sin alcanzarlo: la Fuerza, la Justicia, las Musas. La Fuerza constituía la base, era el rigor sin el cual no hay belleza, la firmeza sin la cual no hay justicia. La Justicia era el equilibrio de las partes, el conjunto de las proporciones armoniosas que ningún exceso debe comprometer. Fuerza y Justicia eran tan sólo un instrumento bien acordado en manos de las Musas. Toda miseria, toda brutalidad, debía suprimirse como otros tantos insultos al hermoso cuerpo de la humanidad. Toda iniquidad era una nota falsa que debía evitarse en la armonía de las esferas.» 
               […]
    «No desprecio a los hombres. Si así fuera no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos. Los sé vanos, ignorantes, ávidos, inquietos, capaces de cualquier cosa para triunfar, para hacerse valer, incluso ante sus propios ojos, o simplemente para evitar sufrir. Lo sé: soy como ellos, al menos por momentos, o hubiera podido serlo. Entre el prójimo y yo las diferencias que percibo son demasiado desdeñables como para que cuenten en la suma final. Me esfuerzo pues para que mi actitud esté tan lejos de la fría superioridad del filósofo como de la arrogancia del César. Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee. A la búsqueda de esas virtudes fragmentarias aplicaré aquí lo que decía antes, voluptuosamente, de la búsqueda de la belleza. He conocido seres infinitamente más noveles, más perfectos que yo, como Antonino, tu padre; he frecuentado a no pocos héroes, y también a algunos sabios. En la mayoría de los hombres encontré inconsistencia para el bien; no los creo más consistentes para el mal; su desconfianza, su indiferencia más o menos hostil cedía demasiado pronto casi vergonzosamente, y se convertía demasiado fácilmente en gratitud y respeto, que tampoco duraban mucho; aun su egoísmo podía ser aplicado a finalidades útiles. Me asombra que tan pocos me hayan odiado; sólo he tenido dos o tres enemigos encarnizados, de los cuales y como siempre yo era en parte responsable. Algunos me amaron, dándome mucho más de lo que tenía derecho a exigir y aun a esperar de ellos; me dieron su muerte, y a veces su vida. Y el dios que llevan en ellos se revela muchas veces cuando mueren.»

FUENTES

  • Memorias de Adriano
  • Diccionario literario Bompiani
  • Wikipedia