“Cuentos y estampas campesinas extremeñas”, de Antonio Reyes Huertas

«Me lo ha lavado,
me lo ha tendido,
y en el romero verde
ha florecido…»

En el año 2008, la Diputación de Badajoz publicó el libro titulado Cuentos y estampas campesinas extremeñas, una selección de narraciones cortas del autor extremeño Antonio Reyes Huertas, con edición literaria de Manuel Simón Viola.

Además de novelas y de poesías, el escritor de Campanario compuso multitud de narraciones cortas: cuentos, leyendas y estampas campesinas, que fue publicando en diferentes revistas y periódicos de la época. En opinión de numerosos críticos, es en este tipo de composiciones breves donde Reyes Huertas consigue sus mejores logros como escritor.

Cuentos y estampas campesinas extremeñas recoge, en el apartado de cuentos, una serie de narraciones cortas que Reyes Huertas publicó bajo la denominación de cuentos, romances y leyendas. Destacan los cuentos sobre lobos, escritos a partir de las historias que oyó contar a los pastores extremeños.

Además de por su mayor extensión, los cuentos se diferencian de las estampas, según expresa Manuel Simón Viola en la introducción del libro, en que en ellos «existe una progresión dramática que avanza hacia un desenlace, a la vez que el protagonista sufre una transformación perceptible».

El volumen también incluye una cuidada selección de estampas campesinas, su faceta literaria más fructífera, de las que escribió alrededor de unas tres mil. Según el propio autor, la «estampa» es «actualidad periodística escenificada en los medios campesinos». En ellas cobran vida multitud de personajes del medio rural que conoció Reyes Huertas, principalmente de la comarca extremeña de La Serena.

En palabras de Manuel Simón Viola, «las «Estampas campesinas» que Reyes Huertas fue publicando por centenares en diarios y revistas de toda España, son auténticos cuadros de costumbres rurales en que se dibuja un paisaje, un rincón de aldea, un tipo humano peculiares de nuestra región. El hombre de campo –de ahí campesinas”–, mejor que el habitante de ciudad, guarda las más genuinas esencias regionales, lo mejor de la tradición cultural extremeña de la que es profundo conocedor. Al igual que en las novelas, se «pinta» en las Estampas una Extremadura idealizada con un punto de nostalgia por la perdida de las viejas tradiciones ante el avance del progreso».

      «De pronto, el viejo Antón levantó al aire, ufano, uno de los frutos y me lo mostró engreído:

    –El mejor melón de la estrella. Está en su punto. Pruébelo usté y dígame si ha catao en su vida cosa tan rica como esta.

    Diciendo y haciendo, rajó con su navaja el melón. Goteaba un néctar concentrado que inundó como de aromas maduros todo el cuadro del melonar. Y me ofreció en la punta de la navaja un trozo de pulpa blanca como témpano de nieve espolvoreada de azúcar. Decía verdad el viejo Antón, porque esta pulpa fulgente, llena de zumo, dijérase que era un licor de miel que adentraba el sabor de la madrugada.»

Como ocurre en sus novelas, en estas narraciones recogidas en Cuentos y estampas campesinas extremeñas, el autor de Campanario nos acerca al modo de vida, y a los usos y costumbres de los campesinos extremeños de las primeras décadas del pasado siglo. También, en algunos de estos textos, Reyes Huertas introduce la variante del extremeño utilizada por el pueblo llano en sus conversaciones.

Estamos ante un buen libro, escrito con una excelente prosa, y que hará las delicias del lector. Muy recomendable

SINOPSIS

Como ocurre con sus novelas, los cuentos y estampas de Antonio Reyes Huertas (Campanario, 1887, se sitúan en el territorio del costumbrismo, corriente literaria que se mueve en los niveles superficiales o profundos del folklore, atraída por modos de vida en lo que estos tienen de gregario, persistente y local. Tanto los primeros, que contienen tramas narrativas abocadas hacia un desenlace, como las segundas, en que los personajes se convierten en “tipos” y los espacios en “cuadros”, nos dan la imagen de una Extremadura campesina como un mundo reglado en peligro de desaparición ante el avance del progreso urbano. Junto a la denuncia de los graves problema de este entorno (seres desvalidos víctimas de la crueldad aldeana y del abandono institucional), sobresale la acusada predilección “intrahistórica” del autor por los humildes oficios de supervivencia: vendedores ambulantes, chalanes, molineros, pastores, loberos, segadores, espigadoras.

ANTONIO REYES HUERTAS

Antonio-Reyes-HuertasPoeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    Refrán de marzo, porque la tarde era toda nubes y aire y el campo no olía más que con ese aroma triste de las ruedas silvestres que habían despuntado las cabras. A veces la ropa tendida ondeaba sonora y húmeda con el ruido de un cuero sacudido. Y hasta el cantar del agua era un rumor sombrío, misterioso y persistente, como una pena del alma.
   Con el cabello alborotado, las ropas mojadas y con los ojos llenos de viento, la moza temblaba restregando, al lavar, los dedos en el batidero de granito. No sonaban compañeros más que los soplidos del viento y los cristales que iba rompiendo la corriente en las piedras, porque la copla humana, caliente y varonil del gañan que araba cerca, parecía insensible a la soledad de la moza y, cuando llegaba, decía sólo nombres y afanes extraños…
   Alguna vez ella levantaba la cabeza y miraba el paso de la yunta y la estampa del gañán. Era éste alto y garrido, y cuando restallaba el látigo y apretaba la mancera, venía un crujir más amplio de la tierra, como si ésta se hiciese blanda y voluntariosa. Pero en los labios del mozo la música no rimó una sola vez el nombre de Teresa, nombre que aquella tarde le pareció a la moza una palabra desabrida que decía sólo pobreza y voluntad.
   Recogió la ropa, ya casi entre dos luces, mientras él, desde lejos, desuncía la yunta y desarmaba el arado. Y ya en el camino, cuando la moza tiritaba bajo su desamparo, el gañán la alcanzó y dijo envolviéndola toda con la sonrisa y la voz:
   –¿Quieres que te lleve la canasta?
Apeose de la mula y él mismo, ante la resistencia de Teresa, alcanzó la canasta y la fue sujetando en la cruz de la mula. Aún sonaba el y cantaban los cebolleros cerca de los charcos con una armonía lejana y melancólica, pero la charla animosa y chancera del galán repetía dulce el nombre de Teresa y ella se imaginó que ya tenía esta palabra un significado lleno de miel y de compañía […]
   Y al despedirse, cuando ya en la entrada del pueblo, el mismo, con un mimo acicalado, volvió a colocar la canasta en la cabeza de Teresa, preguntó sonriente y ufano:
   –¿Conque la derecha esta noche?
   –Bueno…, está bien…
   Montó él de nuevo en la mula y como un piropo sonó calle adelante el cantar galano que no llegó a brotar antes en toda la tarde:
«Me lo ha lavado,
me lo ha tendido,
y en el romero verde
ha florecido…»
   Y Teresa, oyéndolo, completó mentalmente la primera estrofa de aquella música, que decía la dulce curiosidad que tienen las mozas del arroyo claro por saber quién lava el pañuelo de los mozos que cantan.

(La promesa)
       […]

 

   «El tío Joaquín miró atentamente al «Aguilucho» y añadió:
   –Esto contaba en sus tiempos el tío Milaro, que lo oyó contar a su vez a otro mayoral con quien él estuvo. Por eso cuando oigo decir que alguien es hijo de mala madre me acuerdo de este relato de la madre loba. La loba jambrienta, cruel, dañina, de perversos instintos, que nota que le roban al hijo y pa rescatarlo ella misma respeta el hijo ajeno, que es la presa que ha robao… Y por madre se hace generosa y mansa…
   Se interrumpió porque de nuevo sonaban agitadas las campanillas del rebaño y balaban los corderos como desmadrados. El «Aguilucho» se levantó.
   –Estate quieto tú –dijo a Gabrielo–. Voy yo a ver… Seguramente se han corrío toas al poniente y ha caío una estaca con esta ventolera.
   –Es mi turno –reclamó para sí como un deber de hombría Gabrielo.
   Y el tío Joaquín sonrió entonces como un patriarca.
   –Déjalo esta vez… Es el perdón que te pide por lo que dijo. ¿Por qué? ¿Va a ser él menos que una loba? Si una loba se hace güena por madre, ¿qué va a hacer un hijo de madre humana que comprende ya lo que es una madre sino llamar a cualquier hijo hermano y pedirle perdón como sepa? Has estado hecho un hijo, «Aguilucho».
    Y al decir esto pareció llenarse de corazón toda la majada.
(La leyenda de la madre loba)
    […]

 

   Alrededor de los olivos se va amontonando en un ancho cinturón oscuro el fruto desprendido del ordeño. Huele este fruto a ese aceite virgen que no se puede denominar más que con su propia palabra de óleo. Y huelen también jaramagos aguanosos removidos con el ir y venir de los aceituneros. Y otras hiervas innominadas, sacudidas por el picoteo del apaño.
   Las manos se engarrotan de frío. Se pega a ellas el barro de los surcos, porque hay que buscar las aceitunas soterradas en los pliegues de la arcilla penetrada de hilillos de agua. Y estos dedos, helados apenas pueden liar los cigarros con que se entretiene y engaña la áspera caricia de la mañana invernal.
   –¡Ah, qué bien nos vendría un ratito en la lumbre!
   –¿Sí? Pues a ello. Cinco minutos para secar las manos al fuego hasta que se pueda con ellas hacer cómodamente «el huevo».
   Los aceituneros se miran unos a otros como dudando de esta felicidad que parece una tentación. Tan acostumbrados están a que nadie repare en ellos, que el bien de la compasión les parece hasta inverosímil.
   –Que sí, hombre, que es de verdad. A calentarse un rato. Hasta por egoísmo, si vosotros queréis, porque trabajando a tiritones se adelanta menos que trabajando a gusto. 
(Mañana de diciembre)

FUENTES

  • Camacho Macías, A. Antonio Reyes Huertas, en Alminar. Revista de la Institución Pedro de Valencia
  • Viola, M.S. Introducción a Cuentos y estampas campesinas extremeñas. Badajoz, DPDB, 2008
  • Viola, M.S. Medio siglo de Literatura en Extremadura: 1900-1950. Badajoz, DPDB, 1994

 

“La pelirroja”, de Fialho de Almeida

La Pelirroja (A Ruiva) es una novela corta escrita por el médico portugués Fialho de Almeida, y publicada por primera vez en 1878 en las páginas de la revista Museu Ilustrado.

La historia nos acerca a la vida de la joven Carolina, hija de un sepulturero, que crece, sin educación ni afecto, en un ambiente marcado por la brutalidad, la depravación y la más absoluta pobreza.

«No tenía la menor idea de lo que era tener madre o amigas. En su relación con la gente entreveía tan sólo el tenebroso fondo de brutalidad que hierve en cada hombre con un fragor de lujuria cruel. Había vivido siempre en sí misma, sin tener memoria del más mínimo afecto prodigado por algún alma caritativa. Todos los besos que había permitido a los mozos del cementerio y todas las palabras que había merecido de cuatro gatos, todas venían envenenadas por la misma idea y el mismo objetivo.» 

La Pelirroja es una novela atrevida y valiente de un autor adelantado a su tiempo. En ella se mezclan erotismo, humor y denuncia social. El resultado es una buena novela que logra atrapar al lector desde la primera página.

La novela, traducida al castellano por Antonio Sáez Delgado, ha sido publicada por la editorial extremeña Periférica, siendo galardonada con el prestigioso Premio de Traducción Giovanni Pontiero, concedido por la Universidad Autónoma de Barcelona y el Instituto Camões de Portugal.

SINOPSIS

La Pelirroja cuenta la fascinante historia de una joven, hija de un enterrador, víctima de sus deseos de amor, prosperidad y pasiones. Es, sin duda, una de las novelas más singulares y atrevidas, por su contenido erótico y su crítica social, de la literatura portuguesa del XIX, y fue la primera obra maestra, inédita en español hasta hoy, de Fialho de Almeida, cuyos libros producían en Fernando Pessoa, según nos cuenta en el Libro del desasosiego, «un placer intangible».

Algunos críticos consideran a Fialho el Dickens portugués, otros el reverso de Eça de Queiroz, y todos el mejor retratista de la Lisboa popular. Desde niño, antes de estudiar Medicina, trabajó en una mísera farmacia, en la que pasó día y noche, durmiendo sobre una tabla. Allí conoció a muchos de los personajes recreados en estas páginas.

La Pelirroja ha sido definida, al ser rescatada en Portugal recientemente, como parte de una «histología social» similar a la que desarrollaría más tarde en sus novelas el también médico y escritor Louis-Ferdinand Céline.

«Será raro que el lector no mire con asombro la fecha de publicación de la novela, porque en estas páginas, todo lo decimonónicas que se quiera, hay una estimulante mezcla de furia y libertad de lenguaje, una necesidad de nombrar la realidad con total crudeza, que era desconocida en otras latitudes.» (Miguel Sánchez-Ostiz, Abc)

«Con una maestría insólita, le casan los altos vuelos con el fogonazo chabacano. En estas páginas no se elude la tensión erótica, la explotación y la esperanza que acarrea el sexo en una sociedad hipócrita y corrupta; la pintura de la degradación de los pobres y el contraste con el escaparate de los ricos nunca es demagógica, sólo irrebatible.» (Miguel Bayón, El País)

FIALHO DE ALMEIDA

José Valentim Fialho de Almeida nació en Vila de Frades en 1857. Estudió medicina en la Universidad de Lisboa y tuvo, según sus biógrafos, una vida llena de sinsabores debido a las dificultades económicas que sufrió su familia y que le obligaron a trabajar desde muy joven como ayudante de botica. Fue un excelente cronista de su tiempo y reflejó como pocos la miseria que tan bien conoció; a veces de un modo sarcátisco y cruel, pero sin olvidar nunca el sufrimiento de los demás. Todavía hoy se le considera un escritor clave para comprender la compleja transición de los siglos XIX al XX en Portugal. Trató en su obra temas por lo general controvertidos, y muy adelantados a su época, muchos de ellos calificados de «morbosos». Renovador de la prosa portuguesa, introdujo, además, numerosos neologismos que pronto fueron adoptados por otros escritores. Murió en 1911.

Destacan en su obra dos interesantes volúmenes de artículos: Os gatos (que reúne textos publicados entre 1889 y 1894) y Pasquinadas, de 1890; así como los libros de ficción Contos (1881), A cidade do vício (1882) y O país das uvas (1893). Tras su muerte vieron la luz varios títulos que recopilaban otros artículos suyos y un buen número de crónicas de viajes.

ANTONIO SÁEZ DELGADO

El traductor de La pelirroja, Antonio Sáez Delgado (Cáceres, 1970), es profesor titular de la Universidad de Évora. Especialista en la literatura portuguesa del cambio del siglo XIX al XX y crítico de literatura portuguesa y brasileña en El País (Babelia), es autor de los ensayos Órficos y Ultraístas. Portugal y España en el diálogo de las primeras vanguardias literarias (1915-1925) (2000) y Adriano del Valle y Fernando Pessoa, apuntes de una amistad (2002). Ha traducido obras de, entre otros, Teixeira de Pascoaes, José Luís Peixoto o Manuel António Pina.

OTRO FRAGMENTO DE LA NOVELA

     «Pensaba en la vida del cementerio, el horrendo amor a los cadáveres, en cuya gélida intimidad había vivido tanto, abriendo mortajas y levantando tapas de ataúdes. Con sinceridad se decía a sí misma que era horrible, como una hiena. Nunca más se excitaría ante los hombres sin vida. ¡Qué infamia! Ahora tenía a su João, carne blanca de semidiós. Era feliz sintiendo en el alma aquel fulgor de paz que la perfumaba como en un baño voluptuoso. Ser amada por aquella fortaleza, apretada y vencida entre sus brazos esculturales le parecía una dicha, un milagro, algo parecido a un sueño febril. Se entregaría de lleno y sin reservas, con un exceso loco de caricias, frenética y movida por un ferviente deseo de poseerlo. Su vida se presentaba con el color de los buenos recuerdos, sin albergar en el deleite la saciedad, la inanición o el desprecio por sí misma. Al fondo del espejito de estaño, su figura iluminada por la vela ofrecía una curva nítida y delicada. Sonrió para enseñar los dientes, pequeñitos y graciosos, de gatita blanca. Y se demoró en una amplia satisfacción interior: era bella, con una complexión tan tenue como fibrosa, lograda a base de anemias. Se rizó con cuidado un mechón pelirrojo sobre la frente, y fue desabrochándose, poco a poco el corpiño…»