Como una novela, de Daniel Pennac

                                         «El verbo leer no soporta el imperativo.»

Como una novela (Comme un roman) es un ensayo del escritor francés Daniel Pennac, publicado en 1992. En él Pennac, que fue durante veinticinco años profesor de literatura en un instituto, reflexiona sobre algunos de los motivos que llevan a nuestros jóvenes y adolescentes a aborrecer la lectura.

Nosotros, como padres que amamos la lectura, le leíamos cuentos a nuestros hijos pequeños, que todavía no iban a la escuela y que no habían aprendido a leer, para irles despertando el placer por la lectura. Pero abandonamos esta hermosa costumbre en cuanto aprendieron a leer y delegamos esta tarea a la escuela, ignorando que aprender a leer no tiene nada que ver con haber adquirido el hábito lector, el amor por la lectura.

Pero la escuela, en la mayoría de las veces, tampoco ayuda demasiado. Pennac señala en su libro que a lo largo del aprendizaje se imponen una serie de actividades que suelen apartar a muchos escolares y estudiantes de la compañía de los libros. Por eso propone una serie de estrategias novedosas, que a él le han funcionado con sus alumnos, para tratar de reconciliar a los jóvenes y adolescentes con la lectura. Entre ellas, leerles novelas en voz alta en clase, compartiendo con ellos aquellas historias que a él mismo más le agradaron.

    «Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares alrededor del libro. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibirse por completo “hablar de”.

     Lectura regalo.

     Leer y esperar.

    Una curiosidad no se fuerza, se despierta.

                     (…)

     De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.

     En cuanto estos adolescentes se hayan reconciliado con los libros, recorrerán gustosamente el camino que va de la novela a su autor, y del autor a su época, y de la historia leída a sus múltiples sentidos.
El secreto consiste en estar preparado

     Esperar a pie la avalancha de las preguntas.

           (…)

     Pero no basta con leer en voz alta, también hay que contar, ofrecer nuestros tesoros, soltarlos sobre la ignorante playa. ¡Oíd, oíd, y ved lo bonita que es una historia!

     No hay mejor manera para abrir el apetito del lector que darle a oler una orgía de lectura.» 

La lectura no debe convertirse por tanto en una obligación, sino en una apuesta en favor del placer.

El libro termina con el decálogo de los «derechos imprescriptibles del lector». Derechos que nosotros, «lectores» nos permitimos, pero que «negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar a la lectura»:

1) El derecho a no leer.
2) El derecho a saltamos las páginas.
3) El derecho a no terminar un libro.
4) El derecho a releer.
5) El derecho a leer cualquier cosa.
6) El derecho al bovarismo.
7) El derecho a leer en cualquier sitio.
8) El derecho a hojear.
9) El derecho a leer en voz alta.
10) El derecho a callamos.

Como una novela es un libro que está lleno de reflexiones y frases ingeniosas. Está escrito con un estilo ameno y sencillo, y se lee de un tirón. Más que recomendable.

SINOPSIS

Esta obra insólita, un auténtico estímulo para la lectura, ha sido uno de los grandes fenómenos de la edición francesa reciente. Pennac, profesor de literatura en un instituto, se propone una tarea tan simple como necesaria en nuestros días: que el adolescente pierda el miedo a la lectura, sea por placer, que se embarque en un libro como en una aventura personal y libremente elegida. Todo ello escrito como un monólogo desenfadado, de una alegría y entusiasmo contagiosos: «En realidad, no es un libro de reflexión sobre la lectura -dice el autor-, sino una tentativa de reconciliación con el libro».

Este antimanual de literatura concluye con un decálogo no de los deberes, sino de los derechos imprescindibles del lector (derecho a no terminar un libro, a releer, etc., incluso a no leer).

«Pennac demuestra que se pueden escribir ensayos evitando toda jerga y toda pedantería: Como una novela se lee realmente como una novela» (Jacques Nerson, Le Figaro).

DANIEL PENNAC

Escritor francés, Daniel Pennac es el seudónimo utilizado por Daniel Pennacchioni para firmar su carrera literaria. Pennac, maestro de profesión, comenzó escribiendo literatura infantil y juvenil. En 1985 publicó La felicidad de los ogros, la primera novela dedicada a la familia Malaussène, una particular serie de novela negra llena de humor que le ha otorgado reconocimiento a nivel internacional.

Pennac resultó ganador del premio Renaudot por Mal de escuela en 2007, así como del Gran Premio Metropolis bleu al conjunto de toda su obra. Pennac también ha publicado ensayo, siendo Como una novela su obra más conocida dentro de este campo, además de escribir guiones para cine y televisión.

OTRAS FRASES Y FRAGMENTOS DEL LIBRO

     «El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”…

     Claro que siempre se puede intentar. Adelante: “¡Ámame!” “¡Sueña!” “¡Lee!” “¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas, caramba!”

     –¡Sube a tu cuarto y lee!

     ¿Resultado?

     Ninguno.»

     «¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!» 

     «Releer no es repetirse, es ofrecer una prueba siempre nueva de un amor infatigable.»

     «Cada lectura es un acto de resistencia.»

     «Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo.» 

     «Estamos habitados por libros y por amigos.»

     «El tiempo para leer, al igual que el tiempo para amar, dilata el tiempo de vivir.»

     «En argot, leer se ligoter (= atar).

     En lenguaje figurado, un libro grueso es un pavé (= adoquín).

     Soltad las ataduras, el adoquín se convierte en una nube.» 

     «Queridas bibliotecarias, guardianas del templo, qué suerte que todos los títulos del mundo hayan encontrado su alveolo en la perfecta organización de vuestras memorias (¿qué haría yo sin vosotras, yo, cuya memoria es un solar sin edificar?), es prodigioso que estéis al corriente de todas las materias ordenadas en las estanterías que os asedian…, pero sería bueno, también, oíros contar vuestras novelas favoritas a los visitantes perdidos en el bosque de las lecturas posibles…, ¡qué bonito sería que les regalarais vuestros mejores recuerdos de lectura! Narradoras, sed mágicas y los libros saltarán directamente de sus estantes a las manos del lector.

     Es tan sencillo contar una novela… A veces basta con tres palabras.» 

     «Queda por entender que los libros no han sido escritos para que mi hijo, mi hija, la juventud, los comente, sino para que, si el corazón se lo dice, los lean.

     Nuestro saber, nuestra escolaridad, nuestra carrera, nuestra vida social son una cosa. Nuestra intimidad de lector y nuestra cultura otra…

      A lo largo de su aprendizaje, se impone a los escolares y a los estudiantes el deber de la glosa y del comentario, y las modalidades de este deber les asustan hasta el punto de privar a la gran mayoría de la compañía de los libros…

     Hablar de una obra a unos adolescentes, y exigirles que hablen de ella, puede revelarse muy útil, pero no es un fin en sí. El fin es la obra. La obra en las manos de ellos. Y el primero de sus derechos, en materia de lectura, es el derecho de callarse.»

     «Hasta una determinada edad, no tenemos edad para determinadas lecturas, de acuerdo. Pero, contrariamente a las buenas botellas, los buenos libros no envejecen. Nos aguardan en nuestros estantes y somos nosotros quienes envejecemos.»