“Carta blanca”, de Lorenzo Silva

«No se compadece de nadie quien ha aprendido a no apiadarse de sí.»

Carta blanca es una novela histórica de Lorenzo Silva, publicada en 2004, con la que el escritor madrileño consiguió el VIII Premio Primavera de Novela.

La historia se desarrolla en torno a la figura de Juan Faura, un personaje enigmático y atormentado, y comprende tres partes perfectamente diferenciadas. La primera nos sitúa, de la mano de su protagonista, al que un desengaño amoroso le ha llevado a apuntarse a la Legión, en plena guerra del Rif, en el otoño de 1921.

      «Porque Faura, como algunos otros de los hombres que se habían apuntado a aquello, no obraba ebrio de amor a la patria, ni tampoco cegado por la paga, muy superior a la soldada del resto del ejército, que había atraído a la mayoría. No, era mucho más sencillo. Había decidido irrevocablemente suicidarse, y prefería que le ayudaran.»

Después de un breve paréntesis en Alzira, en la primavera de 1932, donde Faura se reencuentra con su antiguo amor, la novela nos traslada al Badajoz de agosto de 1936. Allí, después de tomar partido por la República, nuestro protagonista decide enfrentarse a las tropas sublevadas, que están a punto de tomar la ciudad extremeña. Esta circunstancia le brindará la oportunidad de redimirse, enfrentándose a los Regulares y a sus antiguos compañeros legionarios en la batalla de Badajoz.

         «Esa mañana, ante la compañía formada, el capitán que la mandaba, sin el tono solemne con que se transmitían las órdenes oficiales, les dijo que estaba al corriente de las actividades «particulares» que algunos llevaban a cabo por las noches, pero que prefería hacerse el despistado, y que sin asumir en absoluto ninguna responsabilidad ni darles la más mínima cobertura, animaba a todo aquel al que le apeteciera y no estuviera de servicio a dar rienda suelta a sus impulsos. Sólo había dos condiciones: no se excusaría a nadie el retraso ni la inexactitud en el cumplimiento de los servicios que tuviera asignados, y quedaba prohibido llevar armas de fuego. Los legionarios bien podían jugarse sus vidas, si les convenía o les apetecía, pero en modo alguno arriesgarse a perder un fusil que en su día pudiera usar el enemigo.

      –Salvo esto -concluyó-, tenéis carta blanca.

      Cada uno entendió a su modo, pero todos entendieron más o menos igual. Podían coger lo que se les antojase, y hacerles a los moros que se encontraran lo que les viniera en gana. Alguno, dos meses después de desembarcar en Melilla, ya tenía larga costumbre de eso. La misma noche en que llegó el Tercio a la plaza, un musulmán de los que vivían en la ciudad perdió las orejas a manos de uno de los vengadores, que las guardó como trofeo. Y la ferocidad hacia el moro, en todas sus posibles manifestaciones, no había hecho sino ir en aumento desde que los hombres empezaron a tropezarse con los atormentados cadáveres de los soldados del ejército aniquilado meses atrás. Los aviones tiraban bombas incendiarias en las aldeas, los artilleros no se cuidaban mucho de distinguir entre posiciones militares y objetivos civiles (tampoco era fácil, porque cualquier casa podía ser un fortín, así que un problema menos) y los infantes remataban con soltura a los heridos indefensos que daba en dejar atrás el enemigo en su retirada. Pero todavía podía irse más allá, y más de uno ya lo había hecho.»

Carta blanca es una novela dura, con algunos pasajes de extremada crudeza, sobre todo en la primera parte de la misma, la que más me ha gustado y me ha resultado más dinámica. Y que nos ofrece una historia que está muy bien documentada, bien escrita y que te atrapa desde la primera página. Muy recomendable.

   A ratos, Carta blanca es un relato espeluznante, delator de la bestialidad a la que es capaz de rebajarse el ser humano. En otros momentos, exhibe una sensibilidad delicada y melancólica, que nos invita a evocar escenas de nuestro pasado y a recordar a seres queridos ya desaparecidos. Es, ante todo, una historia sobre la paradójica fragilidad y adaptabilidad del alma humana y sobre la naturaleza errátil de las múltiples fuerzas dinámicas que construyen el destino vital.

Dionisio Viscarri

SINOPSIS

Esta novela se abre con la guerra de Marruecos, a principios de los años veinte, y se cierra con la guerra civil, en plena década de los treinta. Sin embargo, más allá de narrarnos con nitidez y profundo realismo los avatares del protagonista, Juan Faura, en ambas contiendas, primero como jovencísimo legionario inexperto y desengañado, luego ya como hombre maduro escéptico y baqueteado por la vida, es, sobre todo, la historia de una pasión que va más allá del tiempo, del destino y del dolor, de un desamor tan intenso que le llevará a desahogar su amargura en una campaña suicida en la que no espera siquiera sobrevivir. Pero lo hará, y el hombre despojado en que se ha convertido se reencontrará con su pasado y descubrirá que no puede escapar de él, porque las huellas que deja en el alma la verdadera entrega a otro son las que nos conforman, las que guían nuestro sino, marcado inevitablemente por el desencanto, el conocimiento de los límites de la crueldad humana y el refugio del amor contra todo, frente a todo, como única redención y salida.

Carta blanca nos muestra una historia valiente, descarnada, profundamente apasionada, que indaga en nuestro pasado y nos ofrece la figura carismática y apabullante de un antihéroe inmerso en una época convulsa en donde se extreman los sentimientos y la auténtica relevancia de nuestros actos.

Lorenzo Silva, con la franqueza de una prosa madura y directa, sin concesiones, que brilla especialmente por su maestría, ha escrito una novela ante la cual es imposible permanecer indiferente.

LORENZO SILVA

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ha escrito, entre otras, las novelas La flaqueza del bolchevique (finalista del Premio Nadal 1997), Noviembre sin violetas,La sustancia interior, El urinario, El ángel oculto, El nombre de los nuestros, Carta blanca (Premio Primavera 2004), Niños feroces, Música para feos y Recordarán tu nombre. En 2006 publicó junto a Luis Miguel Francisco Y al final, la guerra, un libro-reportaje sobre la intervención de las tropas españolas en Irak y en 2010 Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo). Además, es autor de la serie policíaca protagonizada por los investigadores de la Guardia Civil Bevilacqua y Chamorro. Con uno de sus títulos, El alquimista impaciente, ganó el Premio Nadal 2000 y con otro, La marca del meridiano, el Premio Planeta 2012. Desde 2010, es guardia civil honorario.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

       «En ese momento, Faura pensó en los otros, en aquellos enemigos a los que Corral se refería, y que él, a diferencia de los demás, conocía bien. Por un momento se le pasó por la mente contarles algo de ellos. Decirles que entre los legionarios había ladrones, asesinos y sinvergüenzas, pero también (y a menudo se trataba de la misma gente) pobres hombres a quienes la vida nunca les había dado cobijo, y que con el señuelo de aquel uniforme y de una hermandad gloriosa eran atraídos a la muerte como el toro con el trapo rojo hacia la vara y el estoque. Podía explicarles cómo y dónde vivían los marroquíes que se alistaban bajo las banderas de regulares, y cómo otros hombres más astutos y menos arrojados que ellos se aprovechaban de su miseria y de su combatividad congénita, fruto de una tierra roñosa y cruel, para convertirlos en máquinas de destruir. Unos y otros no eran más que peones de una suprema demencia que lo movía todo, que arrojaba a hermanos contra hermanos y que propiciaba paradojas como que los defensores de la fe católica llevaran a aquellos moros para vaciar de cristianos la vieja ciudad musulmana de la que los católicos de otro tiempo habían echado a sus abuelos. En suma, aquel despropósito beneficiaba a cualquiera menos a los hombres que esperaban tras aquellas murallas o iban a ser estrellados contra ellas. Juntos formaban un buen hatajo de burros, por dejarse destrozar una vez más unos contra otros, sin aprender nunca la maldita lección.»  […]

04.- legion-badajoz

               Legionarios por las calles de Badajoz. De Cajón de Sastre

         «–Vamos hacia la parte alta –dijo Ramírez.

       Dos carabineros y Toribio cubrieron la retirada, mientras el resto del grupo embocaba por la calle Trinidad. Luego, se juntaron todos y a la carrera llegaron hasta la plaza Cervantes, donde tomaron la primera calle a la izquierda, hacia la alcazaba. Por todos lados corrían milicianos que se arrancaban las insignias, arrojaban los fusiles, se quitaban los correajes. El caos de la derrota, el espanto ante la muerte, que Faura no saboreaba por primera vez. Ellos, sin embargo, se mantuvieron agrupados. A la altura de la calle Amparo vieron a unos quince o veinte metros una partida de legionarios y regulares. Acorralaban a unos hombres contra la pared, y los moros les rasgaban las camisas y les examinaban los hombros desnudos. Faura comprendió, a la misma velocidad a la que lo vio, el significado de aquel ritual: buscaban huellas del retroceso del fusil, el enrojecimiento que provocaba en la piel el golpe repetido de la culata sobre el hombro. En dos de ellos lo encontraron, y antes de que Faura y quienes iban con él pudieran reaccionar, a los infortunados los cosieron a bayonetazos. Dispararon entonces hacia el pelotón de liquidadores, que se deshizo al punto en un desorden de cuerpos que se echaban a tierra o buscaban desenfilarse, pero no se quedaron a pelear con ellos. Ahora tenían otra prioridad.

       Llegaron hasta la calle San Lorenzo sin ser hostilizados. Una vez allí, empezaron a recibir el fuego del grupo enemigo al que acababan de atacar, y que había salido en su persecución. Faura, Corral y un carabinero aguantaron en la esquina, para contenerlos, mientras el resto se dirigía hacia la calle Brocense. Un par de giros más les permitiría tomar la vía que conducía casi recta hacia la Puerta de Carros, el hueco en la parte norte de la muralla por el que se proponían huir.

      –Fuera ya de aquí los dos –les pidió Faura a los otros, al tiempo que metía un peine nuevo en el fusil.

        Vio que Corral se resistía.

     –Vamos, joder, esto hay que hacerlo más rápido –le apremió.»