“8 estampas campesinas con su marco”, de Francisco Valdés

En 2013, la Editora Regional de Extremadura publicó el libro titulado 8 estampas extremeñas con su marco, del escritor extremeno Francisco Valdés, con edición literaria de Simón Viola y José Luis Bernal, que actualizaban así su anterior edición de las Estampas publicadas por la Diputación de Badajoz en 1988.

Valdés fue un escritor profundamente comprometido con su tierra y con el tiempo que le tocó vivir. De reducida producción literaria, debido a su temprana y trágica muerte, estas Estampas están consideradas como su mejor obra.

Valdés utiliza para titular su libro el mismo término usado por su paisano Reyes Huertas, que definió la estampa como “actualidad periodística escenificada en los medios campesinos”. Los dos autores comparten en ellas elementos comunes. Ambos dirigen su mirada hacia su tierra natal, y nos acercan y nos describen, de manera admirable, la forma de vida y los usos y costumbres de las gentes de esta Extremadura rural. Los dos escritores pacenses emplean un lenguaje muy rico y preciso, e introducen la variante del dialecto extremeño utilizada por el pueblo llano en sus conversaciones.

    –Pues no cabe otro remedio para curar a la chica, tía Rosa. Las inyecciones se las compra usted y que se las ponga Fernando, el practicante: lo ha dicho el médico. Y sobre todo hay que hacer lo posible porque la muchacha varíe de vida y evitar que la tristeza y la pena se la coman.

    –Pero si no pué sé. Me quié usté icí, señorito, cómo vamo a cambiá e vida; semos probe y no poemo gozá de laz cosa que puieran alegrala y quitala su mal d’encima. ¡Ay, señó, qu’esgracia maz grande!

Sin embargo, la visión que nos ofrece Valdés es sus estampas es mucho más dura, menos idealizada que la que nos presenta Reyes Huertas. El autor de Don Benito dirige su atención a personajes, generalmente humildes, que se enfrentan a situaciones de difícil solución y denuncia las duras condiciones de vida de estas gentes, abandonadas a su suerte.

En palabras de Simón Viola, «La estampa (descendiente de los géneros realistas: tipos, escenas) es un término acuñado en la región por A. Reyes Huertas para designar un breve cuadro costumbrista en que, con frecuencia, subyace una tesis político-social o moral. Valdés recoge la denominación y la localización regional, pero su tratamiento, así como su estilo, son marcadamente modernos (más próximos a Azorín o Miró).

Las Estampas dirigen su atención al paisaje humano, las mujeres y hombres de la tierra, con sus esperanzas y sus pequeñas tragedias cotidianas. El libro se cierra con una visión amarga de un pueblo extremeño: es el marco anunciado en el título, realzado por su posición epilogal, cuyas denuncias implacables tiñen el sentido de toda la obra. Frente al entorno social que esboza, descubrimos, por contraste, un hombre inclinado a la tolerancia, a la liberalidad, con deseos de modernidad para su tierra, amante de la naturaleza, consciente del valor de la mujer, del amor de la pareja…»

8 estampas extremeñas con su marco es un libro magnífico, escrito con muy cuidada y clara prosa. Algunas de sus estampas son verdaderos poemas en prosa. Muy recomendable.

La edición de 1988, publicada por la Diputación de Badajoz, podemos leerla a partir del siguiente enlace:

Acceso a la edición digital de la novela en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

SINOPSIS

Las Estampas de Valdés conocieron dos estadios editoriales. La primera edición –4 estampas extremeñas con su marco– apareció en Valladolid (1924) en la prestigiosa colección «Libros para amigos» de José María Cossío (que tendría un notable eco en los círculos intelectuales de la época al publicar textos de Unamuno, Diego, Alberti o José del Río Sáinz), con una reducida tirada de 200 ejemplares no destinados a la venta. En 1932, Valdés reedita la obra ampliada –8 estampas extremeñas con su marco– en la editorial Espasa-Calpe de Madrid (la edición, de 1000 ejemplares, tampoco tuvo una distribución comercial, pues, como se indica, los ejemplares no estaban destinados a la venta). 17 años después de la muerte del autor, Enrique Segura Covarsí dio a la luz una segunda edición de las 8 estampas extremeñas con su marco en la Biblioteca de Autores Extremeños (1953). Tuvieron que pasar más de 40 años para que se publicara una nueva edición que hiciera accesible la obra valdesiana: 8 estampas extremeñas con su marco, a cargo de Manuel Simón Viola y José Luis Bernal, en Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz.

En ellas, Valdés ofrece una muestra espléndida de su compromiso ético y estético con la época que le tocó vivir, revelándose como un escritor culto, pertrechado de amplísimas lecturas, que representan la tradición y la vanguardia en el quehacer literario de su tiempo. Las Estampas evidencian un conocimiento bien digerido de la reflexión ideológica finisecular sobre el problema de España, que heredó el Veintisiete, así como una asunción inteligente de los modelos estéticos que enarboló el Modernismo, entre los que destaca la herencia simbolista y el impresionismo pictórico. Valdés también conoció las propuestas de la joven literatura y el benéfico influjo de maestros inmediatos de la nueva prosa como fueron Azorín y Miró. En todo caso, y aunque su elección estética no se inclinara por las novedades de la vanguardia ni por las arriesgadas apuestas de la joven literatura, su sensibilidad y cultura, y su creación artística culminada en sus 8 estampas extremeñas con su marco fueron en su momento, y continúan siéndolo hoy, un auténtico lujo en la Extremadura de la Edad de Plata.

FRANCISCO VALDÉS

Francisco Valdés Nicolau (Don Benito, 1892-1936). Nacido en el seno de una familia de grandes propietarios rurales cursa el bachiller en su ciudad natal, en la academia de don Ramón Hermida, en donde el joven recibe una sólida formación humanística. En 1910, con dieciocho años, se traslada a Madrid para iniciar la carrera de Derecho. Su afición por las letras le lleva a frecuentar bibliotecas, museos y tertulias. De regreso a Don Benito lanza con algunos familiares el periódico local La Semana, impartiendo clases en el Colegio San José.

Contrae matrimonio con Magdalena Gámir, del que nacerá un hijo en 1935 y, aunque tiende a recluirse en el campo, estos años serán los más productivos de su trayectoria (en ellos publica, a excepción de Cuatro Estampas…, todos sus libros y la mayor parte de sus más brillantes ensayos). Participa activamente en la política como concejal del Ayuntamiento y con la llegada de la Segunda República comienza a denunciar los atropellos republicanos. Es encarcelado el 15 de agosto de 1936 y fusilado en la madrugada del 4 de septiembre de ese mismo año.

Chamizo es coetáneo de Valdés y ambos se conocieron y leyeron, también admiraba a Gabriel y Galán, de ahí que no sea aventurado pensar en una influencia de la visión del mundo (apoyada por el clima o ámbito en que escribían) del autor del Miajón en las primeras Estampas Extremeñas en las que mostraba su visión de la realidad rural extremeña.

Algunas obras suyas son: Cuatro estampas extremeñas con su marco (1924), Resonancias (1931), Ocho estampas extremeñas con su marco (1932), Letras. Notas de un lector (1933)

Biblioteca Virtual Extremeña

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Este hombre, sentado en un trípode encinero y patizambo, junto al fuego de una humosa y rústica cocina, lía, auxiliado de una navaja, unas briznas de tabaco, y dando un gaucho suspiro, ha dicho: Yo lo único que siento es morirme.
   Este hombre es un genuino representante de la raza extremeña, que antaño embarcara, seducida por el ínclito Hernando Cortés, en el muelle sevillano, con rumbo a los países nuevos, llenos de peligros y leyendas. Hoy, este hombre se inclina a la tierra desde su nacimiento. Sus espaldas se agobian de tanta y tan cruenta inclinación. Sus ojos toman los apagados resplandores de la arcilla. Su carne es fraterna de la carne del barbecho. Y de su alma pende la dorada cera de la espiga y el ocre de la besana, que va alzando la reja del arado cuando la corteza no está endurecida.
   Si este hombre levanta los ojos del seno fecundo de la tierra madre es para alzarlos al cielo implorando la lluvia, cuando apremia su falta, o en una cálida y voluptuosa noche estival, tendido panza arriba en el sombrajo de la era, con ánimo de morirse unas horas, hasta que el nuevo lubricán mañanero le despierte, radiante de infinita claridad y vida.
   Hoy este hombre no sabe leer. Ha nacido en un rincón español donde el silabario no tiene poderío y el maestro sale de caza. En un rincón donde el rapazuelo que alcanza la venturosa edad de ocho años, después de haber vencido la escrófula y el raquitismo, el sarampión o la tifoidea, tiene que ayudar con su ganancia al hogar, mísero y prolífico.
   Precisamente este hombre que ha dicho: Yo lo único que siento es morirme, puede confundírsele, en su contextura étnica, con el cabrero zamorano que modeló Julio Antonio, el malogrado escultor genial. Si le preguntáis su edad, os dirá, después de hacer cálculos y conjeturas, que cuenta «cuatro duros y tres reales», entendiendo él por real de vellón un año. Y he aquí la totalidad de sus conocimientos matemáticos.
   Nunca montó en ferrocarril, ni visitó un cinema, ni desplegó entre sus santas manos encallecidas un diario. Y aún labra la tierra, y sus membrudos, sarmentosos brazos, empuñan con eficacia y efusión una hoz, y, en la calma solemne de agosto, sobre la parva de oro, maneja la recua yegüera o el bieldo, entonando una canción terruñera que oyó en su lejana juventud.
   Es el hombre extremeño jayán y gañanero. Nadie más que él puede encarnar la vieja raza, amiga del sol y enemiga del sarraceno. En los hombres de su cuño están vívidas la integridad, la honradez, el trabajo, el amor. Ellos son los que labran la tierra y la hacen producir el grano bendito que colma las trojes de donde mana el pan nuestro de cada día.
    Son ellos los pilares de la vida. Son ellos los viejos robles de la raza. Son ellos los que llegan a querer con todo el empuje de su corazón a la tierra madre. Y si algún cacho de su querer quedó libre de esta esclavitud amorosa, le dedicaron a una hembra, a unos retoños de su carne, a una vieja y pobre imagen que se venera en la ermita de su pueblo».
(Jayán y gañanero)
          […]
    Sobre todo en primavera, el retamal era un encanto. Brotaban sus flores, de un amarillo naranjado, que exhalaban su denso olor, embriagándolo. Verde olor de verdura. Dilatado verde olor de amargura. El amargo de sus zahumas, de sus vástigas , de sus raíces -rectas, finas- barreneras de la tierra. Y cuando el sol de fuego caía de la altura, onduladas por la brisa, era una sinfonía rumbosa de paganismo. ¡Las retamas!
    Tenue y brincante rumor de esquilas y algún silbato o tonadilla pastoril. Rumoreo de abejas en torno a su azahar, y un poco más lejos, al filo del boscaje de retamas, las yuntas, con sus gañanes, dibujando en la arcilla sangrante las filigranas de sus alicatados. Las ringleras de los habales con flor blanca y azul. Las tiernas líneas de las garbanceras. El chicharral, ya revuelta su espesa cabellera de verde limón, con sus floridos puntitos blancuzcos y amoratados. La extensa sábana del trigal madurando. Al lado, la barbechera, donde la punta del arado va trazando las rayas de la vida.
    Algún disparo de cazador furtivo, y, en la lejanía, el barreno sordo de la cantera del calero. Cantatas de gañanía. El duro y corto paso del borrico, senda delante, sobre su lomo el pastor o el buhonero. El monólogo jacarandoso del perdigón. Campo y calma. El dorado y cumplido sueño de unas vidas tranquilas, limitadas y acordes. El refugio de quien quiso separarse del ruido mundanal y afincarse y ahincarse entre este monte de retamas sobre las que columbran copas de encinas milenarias.
(Las retamas)
[…]
    Un pueblo extremeño: la terrosa iglesia con su desmochado torreón, rodeada de unas casas de adobes, con unos tejados verdirrojos. Caminos polvorientos en estío y encharcados en la invernada. Monotonía, fanatismo y lujuria. Un casinillo, donde los ricachos parlan de barraganas y escopetas y se juegan los dineros heredados. En cada barriada, varias tabernas. El maestro de escuela sale de caza. Las jóvenes distinguidas confiesan semanalmente y estiman impúdico bañarse. Reacción, caciquismo e intolerancia. Los chicuelos, sucios y desarrapados, vagan por los ejidos, matando pájaros y desgajando los escasos árboles. Un abogadillo, desde el Juzgado municipal, administra justicia conforme a sus pasioncejas y ruindades. En una sórdida rinconada, un prostíbulo, donde los mozos rijosos pescan las enfermedades repugnantes y comienzan a odiar el trabajo. Todos los años mueren varias personas de paludismo y viruela. Emigración, infanticidios y hambre. Mendigos y truhanes toman el sol del invierno en el pórtico de la parroquia. Por las calles, sin acerado y desempedradas, husmean los canes y gruñen los cerdos. Odios y envidias seculares entre las familias abolengas. En un centro obrero se reniega de Dios y se habla del reparto de tierras. Hipocresía y estatismo. De vez en vez un crimen feroz y espeluznante.
   Y por encima de todo este fango social, la fecundidad de las entrañas arcillosas del contorno, unos paisajes fuertes, recios, magníficos, y un sentimiento hondo del bien en los corazones de los castúos afanantes del terruño.
(Marco)

FUENTES

  • Biblioteca Virtual Extremeña
  • Viola, M.S. Medio siglo de Literatura en Extremadura: 1900-1950. Badajoz, DPDB, 1994

Monumentos artísticos de Extremadura

En 1986 apareció, editada por la Editora Regional de Extremadura, la obra titulada Monumentos artísticos de Extremadura, que supuso una contribución más al proceso de recuperación y conocimiento de los elementos de la identidad cultural extremeña.

El proyecto surgió de las manos y el estudio de profesores e investigadores extremeños, dirigidos por Salvador Andrés Ordax, y tuvo una excelente acogida por parte de los amantes y estudiosos del Patrimonio de Extremadura. Posteriormente, la obra ha sido revisada y reeditada en sucesivas ocasiones.

La última publicación renovada, de 2006, consta de dos volúmenes, con gran profusión de fotografías a todo color. Contiene, agrupados por cada localidad, los monumentos más importantes de la región extremeña.

Como señala el director de la obra en la Introducción de la misma, se pretende que la citada publicación «contribuya a un mejor conocimiento y divulgación del la riqueza monumental de Extremadura, cada vez mejor conocida y apreciada, y sirva de referencia para posteriores desarrollos y aplicaciones.»

FERIA EN “MONUMENTOS ARTÍSTICOS DE EXTREMADURA”.

En el Tomo I de la obra, bajo la entrada de Feria, encontramos la siguiente información referente a la villa de Feria:

Feria

Conjunto histórico-arqueológico

Emplazada en la estribación más oriental de la Sierra de San Andrés, de espalda a los espacios fragosos que se inician tras de ella en dirección a mediodía y abierta por el norte a la amplia penillanura que se extiende hasta el Guadiana, esta población representa el modelo característico de asentamiento dispuesto sobre una ladera en fuerte pendiente. El núcleo se orienta hace el sureste, con vocación hacia los terrenos llanos y fértiles en que se inicia la Tierra de Barros, y se cobija al amparo de un formidable castillo erigido en lo alto de la cima, desde donde atalaya dominando amplias extensiones de terreno.

Posible castro turdetano según Ortiz de Tovar, es también identificado por algún autor como la Seria de los Celtas, y la Fama Iulia romana, encontrándose en sus proximidades restos que permiten suponerlo como centro habitado en época visigoda. En la etapa de la dominación árabe acogió a pobladores musulmanes que ya dispusieron en ese lugar una fortificación o alcazaba de adobe, como antecedente del posterior castillo cristiano.

El lugar fue reconquistado para los cristianos por el Maestre de la Orden de Santiago D. Pedro González Mengo en 1241, con ocasión de las campañas desencadenadas por Fernando III para el asalto final a Jaén, Córdoba y Sevilla, y en cuyo transcurso se ocuparon extensos territorios en el ámbito sudoriental de la Baja Extremadura, así como numerosas poblaciones y fortalezas en ellos contenidos.

20180727100437_005aa

                                                        Feria. Vista desde el sur

Perteneció este núcleo a la Orden de Santiago como tierra de repoblación en el siglo XIII, pasando posteriormente a la jurisdicción de la ciudad de Badajoz. En 1394, junto con los lugares de La Parra y Zafra, fue donado por Enrique III de Castilla a D. Goméz Suárez de Figueroa para fundar el Señorío de Feria, del que las tres localidades mencionadas constituyen el conjunto originario.

La fortaleza actualmente existente es la erigida por los señores de Feria sobre el anterior recinto árabe entre 1460 y 1513. En la cima del mismo cerro donde se situó el castillo ya existía, con anterioridad a éste, la primitiva ermita de la Candelaria, a cuyo alrededor se nucleó la población originaria durante un período que cabe considerar comprendido, aproximadamente, entre mediados del siglo XIII y mediados del XV. Desde época muy temprana, sin embargo, las construcciones tendieron a descender de este punto; extendiéndose progresivamente hace abajo por la ladera, en dirección al suroeste. La disposición de edificaciones en tal sentido pronto dio lugar a la configuración de nuevos tejidos con unas calles orientadas de suroeste a noreste, siguiendo las curvas de nivel del cerro para mejor adaptarse a la topografía en tanto que las travesías o formaciones transversales secundarias, así como el conjunto de la población en general, descienden sobre la fuerte pendiente. Manteniendo esta vocación en su crecimiento, la población se fue alejando progresivamente del núcleo originario alrededor de la parroquia primitiva, de manera que, en el siglo XV, ésta había quedado aislada en la cima del cerro junto al castillo. Al disminuir su feligresía, quedó reducida a ermita, hasta que, finalmente, concluyó al ser abandonada por completo, lo que significó la destrucción progresiva de su fábrica, de la que, en la actualidad, no quedan más que algunos indicios de viejos cimientos.

20180727100437_0044aa

                                                     Feria. Vista desde el castillo

 Ante tal dinámica de crecimiento por parte de la población, se impuso la necesidad de erigir otra parroquia en lugar más cómodo al caserío moderno, eligiéndose como emplazamiento para el nuevo templo el extremo oriental del conjunto últimamente figurado.

En las postrimerías del siglo XV, estaba ya abierto al culto bajo la advocación de San Bartolomé. El dato de la elección de un nuevo patronazgo puede tomarse como indicativo de que, en tal momento, la iglesia de la Candelaria aún se encontraba en uso.

En la actualidad, la parroquia de San Bartolomé aparece en el centro de la población toda vez que, el desarrollo de la misma, tomando al templo como foco de referencia para la expansión del caserío, pronto desbordó aquella con la disposición de nuevas edificaciones, para acabar rodeándola según el proceso habitual en los núcleos de configuración medieval.

Según la tradición local –no existe documentación que lo corrobore–, la nueva parroquia de San Bartolomé se levantó, a su vez, sobre otra vieja ermita existente, posiblemente dedicada ya a esta advocación, fenómeno que resulta frecuente en la zona en la época bajomedieval, como sucede en La Parra, Jerez de los Caballeros, Higuera de Vargas, Fuente del Maestre y otras localidades.

Frente a la plaza formada delante de la iglesia, por el lado de la epístola, se encuentra la Casa del Concejo, edificación con soportales y arcadas de ladrillo, de carácter mudéjar que, junto con las que configuran el flanco sur de aquélla, perimetran un espacio recoleto, de reducidas dimensiones y acusado desnivel, donde se centraliza la vida social de la localidad. Por la zona posterior de la parroquia, tras su ala del lado del evangelio, se respetó un alargado espacio libre, destinado a «terreno» o «coso» en tiempos antiguos, sobre el que posteriormente se organizó una nueva plaza o paseo, alineada perpendicularmente con relación a la parroquia, en un alarde de ingenio y practicismo para su adaptación a las irregularidades del terreno.

20180928131048_001a

                                              Feria. Vista general desde el castillo

No poca influencia en la tendencia del pueblo a expansionarse descendiendo por la ladera del cerro del Castillo, debe atribuirse a la localización «del Grifo», situada en el ámbito de la casa del Cabildo y la parroquia de San Bartolomé, y que, junto con dos cisternas o aljibes existentes en el castillo, fueron durante cierto tiempo los únicos puntos de suministro de agua para la población.

El núcleo histórico más antiguo de la Feria actual puede considerarse configurado entre los siglos XIV y XV, adoptando la característica estructura en «media luna», según secuencias de edificaciones dispuestas en paralelo respecto de las curvas de nivel, que descienden por la ladera a partir del foco generador de las inmediaciones de la fortaleza situada en la cima.

El diseño de esta parte de la población responde al esquema típico medieval, con calles estrechas, tortuosas, y de acusada pendiente, sobre todo las que atacan el cerro directamente en perpendicular, para unir en línea el castillo con el ámbito de la parroquia. Resultan representativas las que, conservando sus denominaciones tradicionales, aún son conocidas como calles Tagarete, Castillo, Albarracín, de Atrás, Acera, Franco, Pozo, etc., y las callejas Montero, Clemente o Bujero.

A partir de la parroquia, la organización del tejido urbanístico se materializa mediante manzanas de mayores proporciones que, aprovechando las posibilidades de una topografía irregular, como corresponde a un terreno de pronunciadas colinas, confieren a la planta de este núcleo el aspecto de una mano abierta con los cinco dedos extendidos, que se continúan por los caminos a Zafra, Burguillos, Salvatierra, y Fuente del Maestre. Aquélla, en su interior, determina el centro desde el que radialmente se disponen las vías de la localidad, entre las que permanecen espacios abiertos ocupados por grandes corralones, olivares y terrenos de cultivo.

El conjunto, en general, es un prodigio de pragmatismo por la insuperable inteligencia cin que las edificaciones y las calles se adaptan a las irregularidades del asentamiento.

Delante de las viviendas se disponen, para permitir el acceso desde el exterior, elementos configurando escaleras o rampas, conocidos como «Calzadas» o «Barrancos» que, en ocasiones, ocupan grandes extensiones, en tanto que otras veces se multiplican como módulos individuales en la fachada de cada casa. Significativos son los de las calles «Manceñía» y Zafra.

                                                          Feria. Vista desde el sur

Además de las dos plazas situadas sobre ambos flancos de la iglesia parroquial, sólo otras dos, de muy reducidas dimensiones, existen en el pueblo: la llamada «del Pilarito» y la conocida como de la «fuente del Grifo», ampliación de la de la iglesia y articulada con ésta por medio del edificio del Concejo, al dificultar la naturaleza del asentamiento la disposición de espacios diáfanos.

Las casas responden al modelo de edificación popular propio del ámbito rural bajoextremeño. De ordinario son de reducidas proporciones en planta, debido a que la naturaleza del terreno no permite las amplias extensiones habituales en las zonas de llano. Mayoritariamente son de un sólo piso con doblado utilizando bóveda como sistema de cubierta. Las fachadas aparecen encaladas de blanco y a veces ostentan zócalos, aunque resulta más habitual su reducción a una mínima franja en el entronque del muro con el suelo, denominada «cinta». Los remates suelen ser de cornisa en alero vivo con sencillas molduras de terraja.

A finales del siglo XVI la población estaba constituida por unas 275 casas. A mediados del XVII constaba con un número sensiblemente igual. A mediados del XVIII habían aumentado hasta cerca de las 350 y en 1850 sumaban exactamente 456. En el primer tercio de la centuria actual eran 750 y según el censo de 1980 totalizaban en dicha época prácticamente un millar: 964.

A excepción de un amplio edificio con arcos interiores situado en la plaza del Paseo, antiguo Pósito, ningún otro de entidad destacada –ermitas, palacios, casonas– ni elementos morfológicos de significación especial aparecen en la esta localidad, cuyo insuperable encanto y atractivo derivan del conjunto armónico de una arquitectura tradicional muy poco alterada en sus características seculares.