“Tostonazo”, de Santiago Lorenzo, «una novela sobre quienes hacen la vida posible y quienes la hacen imposible»

   «Yo soy de enero de 1993, y de Madrid. Mis padres me metieron en un colegio privado con la intención de que me relacionara con los alevines de las clases dirigentes, llamados a convertirse en dirigentes ellos mismos. A mis padres, el intento no les funcionó.»

Así comienza Tostonazo (2022), la última novela del autor de Los asquerosos (2018), una novela que, a pesar de ser publicada por una editorial independiente, se convirtió en todo un fenómeno editorial con más de 200.000 ejemplares vendidos.

Ahora, con Tostonazo, el escritor de Portugalete nos regala su novela más descarada y luminosa, la historia de un joven que se busca la vida y de camino la disfruta, aunque esté rodeado de gente con voluntad de impedirlo.

El protagonista de la historia es un joven sin oficio ni beneficio. Un chaval de 19 años, que iba para alcohólico pero que acaba trabajando de meritorio de producción, de chico para todo, en el rodaje de una película en Madrid. En este trabajo encuentra salida a sus problemas y se siente feliz. Hasta que aparece un tal Sixto, hermano y enchufado del productor, «un plomazo como la copa de un pino», un ignorante, que amenaza con echarlo todo a perder con sus descabelladas intromisiones en el rodaje de la película.

   «La noche del estreno hubo una fiesta, como es costumbre. Fue en una sala del centro. Permanecí poco tiempo, que tanto alcohol gratis, peligro. Salí a la calle para coger el metro. A dos pasos de la puerta estaban Sixto, su mujer y sus niñas. Con mucha dulzura, él atusaba el pelo de su hija para fijarle el pasador. En cuclillas, a su altura. La otra esperaba su turno para que también a ella se lo colocara papá, que lo hacía muy bien. La madre aguardaba para llevarse a las nenas a acostar, que ya era muy tarde. Ella sonreía, como si le gustara asistir a la ceremonia cotidiana del pasador. Sixto remató a la niña con un beso en la coronilla. Su hermanita pidió paso, que le tocaba ya. Olía a colonia infantil.
   Seguí mi camino. Se me hace complejísimo encontrarme en su área de ternura a un individuo especializado en cabronizarlo todo.»

Como no podía ser de otra manera, la película fracasa estrepitosamente y nuestro joven se ve obligado a buscarse la vida lejos del mundo del cine.

   «Cogí mi ciencia nueva y me la llevé para casa. A guardar. A metérmela por donde me cupiera. Nada de lo aprendido me iba a valer por aquel entonces para encontrar huequito en un rodaje nuevo. Venía de uno en el que, a efectos de prestigio, promoción y caché en el mercado laboral, francamente, mejor habría sido no haber estado.»

Y acaba en Ávila, para encargarse de cuidar a un anciano jubilado que acaba de perder a su mujer, el tío abuelo Paconio, un anciano insoportable y cascarrabias que acabará haciéndole la vida poco menos que imposible.

Pero el encuentro casual con un misterioso joven, Bertrand, traerá consigo un importante giro en su gris existencia y propiciará que acabe encontrándose a sí mismo. 

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Santiago Lorenzo ha escrito una novela que desprende fina ironía, y que supone una crítica mordaz de nuestra sociedad actual. Especialmente dirigida contra aquellas personas que nos están diciendo todo el tiempo lo que tenemos que hacer, investidas por una autoridad que no se sabe muy bien de dónde ha salido. Contra aquellos que, sin tener ni idea, de repente nos los encontramos mandando sobre nosotros.

Y todo ello escrito con una magnífica prosa y con un lenguaje gamberro, pero muy cuidado, en el que se mezclan palabras en desuso con otros términos inventados.

Una novela divertida y muy entretenida, y que se lee de un tirón. Muy recomendable.

«Esta es una novela sobre quienes hacen la vida posible y quienes la hacen imposible. Sobre sentirse diferente en un mundo de gente que quiere que todo siga igual. Un luminoso canto a la vida contra el aburrimiento. Leer esta novela es el mejor acto de resistencia.»

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SINOPSIS

Nuestro protagonista es un tipo sin oficio ni beneficio que se ve, de repente, trabajando como becario en el centro de las cosas: una película en Madrid. Un rodaje mangoneado por un ignorante cínico que manda sobre todos. Para olvidarse de la capital, se ve obligado a aceptar un trabajo en un lugar aparentemente peor: una ciudad de provincias, de esas de las que se dice que están muertas y en las que parece que nunca pasa nada. Sin embargo, allí es donde él descubre la amistad, la alegría de ser y la vida vivible.

   «Por lo que llevaba yo recopilado de su pasado a lo largo de varias semanas juntos, Pacomio no aprendió prácticamente a hacer nada, apenas folló lo justito, se aburría como una carta extraviada, nadie le quería, ganó menos dinero del que creyó merecer. No tenía qué mostrar para desmentir que había pasado por la vida como la luz a través de un vidrio, sin quebrarlo ni mancharlo. No podía aportar un diplomilla, un cajón reparado por él, una nota de amor, una medallita conmemorativa, una mención en un boletín. O un fracaso doloroso, que también cuenta y puntúa triple. Nada. 

   En vez de hacer por crecer, tiraba para abajo las consecuciones de los demás para intentar equilibrarse con ellos. Era su forma de equipararse con el resto. Aguar el vino ajeno para poder cotejarlo con el propio sin pasar demasiada vergüenza. Afearle sus logros al prójimo era su táctica para enrasarse con el común. Nivelaba su miseria pacomiesca a base de miserabilizar la vida de los otros. Es el comportamiento habitual de quien vive como un muermo porque le asustó echarle a los días un poco de borrasca, no fuera a ser que le saliera mal. Depreciaba lo de los demás porque así apreciaba sus logros. Creía que sus oquedades no eran producto del terror sino de la prudencia

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Tostonazo es una novela luminosa que habla de las sombras de este país. Una historia política y tierna. Sobre buscarse la vida y encontrar el brillo, lejos de los focos y de los cretinos. Leerla es rebelarse contra lo que toca y desenmascarar a los malos como lo que son, aunque ellos no lo sospechen: un aburrimiento.

   «Para mi sorpresa, algunas cosas en algunas ocasiones se me han puesto a favor, qué le voy a hacer. No sé por qué se ha dado así. Pero sospecho que ha sido porque siempre he tenido a Sixto y a Pacomio como modelos canónicos. Sólo que tomados a la media vuelta: han sido exponentes de cómo no hay que funcionar, de lo que no hay que hacer ni ser ni semejar. Siento, sin ironía, un hondo agradecimiento hacia ellos.»

SANTIAGO LORENZO

Santiago-Lorenzo-Foto-de-Cecilia-Díaz-BetzSantiago Lorenzo (Portugalete, 1964) vive en una aldea de Segovia. Allí busca leña, se hace cafés y churros, construye maquetas y, sobre todo, escribe.

Después de estudiar imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD, creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como el aplaudido Manualidades, un título que daba pistas de su afición a la artesanía pretecnológica y a las maquetas imposibles. En 1995 produjo Caracol, col, col, que ganó el Goya como Mejor Corto de Animación. Dos años después se empeñó en estrenar Mamá es boba, la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasó a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce, y con ella fue nominado, para su sorpresa, al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres. En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados con el que hicieron tanto muñequitos de plastilina para el anuncio del euro como la prisión que aparece en una de las entregas de Torrente. En 2007 estrenó Un buen día lo tiene cualquiera, donde volvía a elevar la historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo (o un piso en la ciudad, para el caso). Harto de los tejemanejes del mundo del cine, decidió cederle sus ideas a la literatura. Desde entonces, todo han sido alegrías. Con Los huerfanitos, tres hermanos que odian el teatro pero que deben montar una obra para salvar sus vidas, la crítica se rindió a su talento y el público lloró de la risa y rio para no llorar. Al calor de ese aplauso, Blackie Books rescató en tapa dura y dorada la maravillosa Los millones, novela con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la Primitiva; no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Lorenzo se volvió a adentrar en la precariedad tragicómica en Las ganas, donde Benito, un tipo más bien feo pero sobre todo desgraciado, lleva tres años sin sexo, por lo que desarrolla un síndrome de abstinencia que influye en cada una de las parcelas de su desdichada vida.

Y sobre todo con Los asquerosos, una novela pura, política y lírica; un éxito arrollador sobre un tipo que, como él, vive aislado en una aldea en medio de la nada, y que lleva vendidos más de 150.000 ejemplares.

Tostonazo es su última novela.

“Los mochileros”, de Antonio Ballesteros Doncel

Los mochileros, del pacense Antonio Ballesteros Doncel, es una novela que apareció por vez primera en 1971. Volvió a editarse en 1997 por el Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, que volvería a reeditarla, esta vez en una edición bilingüe, en español y portugués, en el año 2000.

Como su propio título indica, la novela trata de la azarosa vida de aquellos contrabandistas legendarios, llamados mochileros, que cruzaban clandestinamente la frontera extremeño-portuguesa cargados con mochilas de unos 25 kilos de café portugués, portándolas en jornadas nocturnas a más de veinte kilómetros de distancia. En ocasiones las mochilas contenían mayores pesos, y el transporte se efectuaba también a mayores distancias.

Como nos cuenta el propio Antonio Ballesteros en la Introducción de su novela La última mochila, «de los 1.234 kilómetros de frontera hispano-lusitana, 235 están comprendidos entre los pueblos extremeños de Valverde del Fresno al norte, y Oliva de la Frontera al sur, componiendo las áreas lindantes de Castelo Branco, Portalegre y Évora una extensión de 19.978 kilómetros cuadrados frente a los 41.062 kilómetros cuadrados que mide la superficie total de Extremadura. En su recorrido fronterizo de Norte a Sur quedan poblaciones significativas donde tuvo especial relieve el contrabando, y que sin mencionar aldeas ni caseríos recordamos a Valverde del Fresno, Elías, San Martín de Trevejo, Cilleros, Zarza la Mayor, Alcántara, Cedillo, Herrera de Alcántara y Valencia de Alcántara, todas ellas en la provincia de Cáceres.

En cuanto a la provincia de Badajoz, en similares términos, destacan poblaciones como San Vicente de Alcántara, Alburquerque, La Codosera, Olivenza, Cheles, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey, Higuera de Vargas, Oliva de la Frontera, Fregenal de la Sierra y naturalmente Badajoz, que por su capacidad ejercía un papel importantísimo sobre amplios territorios en ambos lados de la frontera, y donde algunas de sus barriadas como Las Moreras, Gurugú, Pardaleras y la Plaza Alta, fueron asentamientos habituales de contrabandistas tanto españoles como portugueses.

El contrabando con Portugal formó siempre parte consustancial de la propia vida de Extremadura, cuyos pobladores fueron principales clientes del comercio portugués abastecido de productos carentes en España, o bien por las significativas diferencias de precios entre uno y otro país, ya que Portugal por suavidad aduanera con el resto del mundo, contaba con productos mucho más novedosos y competitivos que los similares que circulaban por nuestros mercados, y muchos de ellos ni siquiera circulaban.

Actualmente, con la desaparición del imperio colonial portugués, caída de las fronteras y la integración de ambos países en la Comunidad Europea, el comercio ilegal ha quedado convertido en un tema de leyenda.

Su época de esplendor podemos situarla en la década de los años cuarenta, es decir, en la decena posterior a la Guerra Civil Española, donde la gran escasez de productos elementales provocó una alarmante situación social, hasta el punto de llamarse año del hambre el primer año oficial de la Victoria. Los alimentos fueron racionados a niveles mínimos y entre esa escasez agobiante, surgió el estraperlo, que consistía en vender los productos muy por encima de su valor real, fue en realidad una época que se especuló con el hambre y donde muchos oportunistas sin escrúpulos amasaron grandes fortunas.

Pero a medida que España equilibraba su economía, algunos productos alimenticios perdían interés, si bien el café torrefacto continuó su comercio convirtiéndose en el producto más emblemático del contrabando, y los mochileros suministraban la mercancía burlando a los vigilantes, a los intereses públicos con verdaderos riesgos personales. En su trabajo no empleaban medios sofisticados, únicamente usaban su astucia, la resistencia física y un exhaustivo conocimiento del terreno.

Operaban de forma autónoma, su código era anárquico, su ley la del más fuerte, y su mecánica sencilla, estaba generalmente a la altura de personas de poca formación procedentes en su mayoría del sector rural, y para quienes las perspectivas era vivir intensamente el presente, por eso deambulaban entre el juego, la bebida y la prostitución.

En su dinámica profesional rara vez solían trabajar en solitario, lo normal era que formaran grupos más o menos numerosos por cuenta propia, o bien contratados por mecenas que alquilaba sus cuerpos para transportar la mercancía.

A parte de las mochilas, que a veces sobrepasaban los veinticinco kilos de peso, portaban sobre el pecho un paquete del mismo género al que llamaban fiador, que solían salvar en el caso de arrojar las mochilas ante el acoso de los guardias, y esa muestra equivalía prácticamente al valor del jornal.

Como norma elemental las cuadrillas no causaban daños durante el trayecto para evitar denuncias justificadas, y si por circunstancias no previstas les cogía el nuevo día sin llegar al destino, escondían las cargas en algún lugar del monte para volver a recogerlas a la siguiente noche. En esos trances normalmente nadie delataba el contrabando en caso de descubrirlo por azar, porque entonces las venganzas estaban justificadas.»

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      Homenaje a los mochileros (Oliva de la Frontera), foto de Antonio Valero

Ballesteros era un gran conocedor de estas gentes de la frontera extremeño-portuguesa que dedicaron buena parte de sus vidas al contrabando. Para escribir esta novela se inspiró en vivencias personales de contrabandistas que conoció durante su niñez y juventud, cuando vivió en una finca, un lugar junto al emblemático Puente Ajuda, en Olivenza.

El más famoso de todos estos mochileros era un personaje de la zona de Olivenza apodado el Cuco, al que el autor trató mucho, cuando, ya retirado del contrabando, volvió a su primitivo oficio de carbonero.

    «Era hombre correcto, no por la educación de principio, sino como producto de esa escuela dura que la vida impone modelando a reveses. Sabía respetar porque le gustaba ser respetado, teniendo un mérito casi misterioso para hacer cundir el ejemplo en un gremio tan difícil de controlar como en el que se movía. Había llegado a ese borde de edad en que sería discutible llamarle viejo. Estaba sano y ágil para desempeñar trabajos manuales con la misma eficacia, o mejor, que otro hombre con veinte años menos. Su habilidad era indudable, y desde luego era intuitivo, perspicaz y resolutivo. No en balde desempeñó durante más de un cuarto de siglo la capitanía del contrabando, en una gran zona de la frontera entre Portugal y España.

    Los trozos de naciones comprendidos entre las cuencas de los ríos Tajo y Guadiana, no tenían para él el menor secreto. Conocía más ampliamente en profundidad la parte portuguesa que la española, aunque hubo veces que en sus incursiones se adentró hasta el mismo corazón de la Península.

   Su nombre era Nicolás, pero muy poca gente lo sabía. El que familiarizó, el que despertaba al pronunciarse las más distintas sensaciones entre las gentes de la frontera, fue el de el Cuco.» 

A través de los sucesivos capítulos de la novela, asistimos a los primeros pasos del Cuco como cuadrillero y a sus posteriores hazañas y peripecias, hasta convertirse, gracias a su astucia y habilidad, en el mochilero más famoso en buena parte de La Raya extremeño-lusitana.

Mostrando un gran conocimiento del tema, y un perfecto dominio de la pluma, Ballesteros nos adentra en la sufrida vida de estos personajes de leyenda, en sus difíciles condiciones de trabajo, en sus tretas y artimañas para evitar ser descubiertos por los vigilantes de uno y otro lado de la frontera o en sus férreos códigos de conducta.

Y todo ello salpicado con sentidas reflexiones sobre la vida o la libertad, y con magníficas descripciones de los paisajes rayanos en los que transcurre la acción de la novela.

   «Le imponía un poco comprobar que en aquella vida cada cual se las arreglaba como podía sin preocuparse de nada ni de nadie. Se desconocían los afectos y consideraciones; tan sólo privaban la dureza, la fuerza, la pillería, la astucia… El que consiguiera reunir todas esas facultades en mayor grado, sería admirado y respetado, porque con ellas podría arrollar. Eso lo veía claro, allí triunfaba el que más fuerte pisara sin dejarse ni siquiera rozar. Era un mundo crudo, un mundo espinoso. A pesar de todo no debía desanimarse, debía vencer su primer bache, porque eso pasa en casi todos los órdenes de la vida.»

Como nota curiosa, recogemos lo que, sobre la novela, escribe el maestro y escritor Arsenio Muñoz de la Peña, en su librito titulado Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura: «A principios del mes de agosto del año 1971, estando yo pasando el verano en Béjar, recibí el envío de una novela escrita por mi excelente amigo Antonio Ballesteros y titulada Los mochileros. La leí rápidamente, y como me gustó de verdad, le hice una crítica para el diario Hoy, de Badajoz, y otra para El Adelanto, de Salamanca. Contesté a Ballesteros, agradeciéndole su obsequio y también indicándole que se la mandase a Camilo José Cela, de mi parte, pues él siempre había expresado gran interés por estos temas de los contrabandistas. Ballesteros lo hizo y muy pronto recibió una carta de Camilo, en la que, entre otras cosas, le decía lo siguiente: “Ese es el buen camino de la literatura y su futura preocupación debe ser, a mi juicio, el no apartarse de él. Enhorabuena por su labor. Su novela Los mochileros la he leído de un tirón y debo felicitarle por su eficaz sencillez narrativa, que hace vivir el turbio mundo de los contrabandistas con tanto realismo.

Cuenta más adelante en su libro Muñoz de la Peña que, en un encuentro, que se produjo en Calzadilla de los Barros con motivo de un homenaje póstumo que allí se ofrecía a don Antonio Rodríguez-Moñino, entre el futuro premio Nobel y Antonio Ballesteros, Cela le soltó al autor de Los mochileros: “Tu novela es buena, porque es sincera. Sigue esa línea. Eso sí, esos burros de los críticos, ante tu primera obra, dirán que escribes mejor que Cervantes. Ante la segunda, dirán que eres una mierda… No les hagas caso jamás…”»

Los mochileros, en fin, es una novela escrita con sencillez y realismo, y que se lee con ganas. Y, que, por cierto, leí gracias a dos compañeros con los que, circunstancialmente, compartí habitación y fatigas; uno, que fue contrabandista como el Cuco por las mismas zonas de La Raya; y el otro, buen lector, que había leído la novela y que me habló muy bien de ella.

  «Así y allí, quedó el Cuco. Viviendo cara al cielo, saboreando las mieles que proporcionaban el dinero honradamente ganado. Apurando hieles de los reveses que presentan mil eventualidades inevitables. Allí templó verdaderamente su alma con circunstancias que en este mundo nada se puede contra ellas. Allí comprendió la generosidad del alma de los hombres sanos en los que no había entonces calado. Aprendió las cosas muy distintas de como siempre las había visto, y a veces se dolía de que esa lección se la estuviera dando lo que tanto había despreciado, porque la consideró su cárcel: la tierra. Se dio cuenta que la forma de ser de las gentes del campo tenía su entronque en algo así como un amasijo de pena, alegría y barro, ese barro al que Dios inspiró alma como principio de vida.»

SINOPSIS

Los mochileros narra la vida de personajes que traficaron clandestinamente y de forma elemental entre Portugal y España. Por la manera de transportar las mercancías fueron conocidos con el nombre de mochileros, y las aventuras corridas por el protagonista dan idea de su forma de actuar. Hoy se han convertido en leyenda.

   «Los mochileros se colocan aparte de las mochilas, donde portan a veces hasta treinta kilos de peso, un paquetito con un par de kilos de mercancía sujetos a la parte posterior del cuello o en el pecho al que llaman fiador. El objeto es que, si en su recorrido tuvieran un asalto por los vigilantes de una y otra nación y se vieran apurados, lanzar las mochilas, que son los verdaderos estorbos para la huida, y salvar esa muestra que equivale prácticamente, al precio de un jornal.

   Trabajan en cuadrillas previamente contratados por un jefe aportante del dinero para la carga a veces, para eludir responsabilidades personales, no va con ellos, poniendo entonces la dirección en manos de un guía de su entera confianza. Pueden también trabajar unidos, pero por cuenta propia, esto es, cada cual para su bolsa, aunque buscando cierto amparo en los grupos, nombrándose entre ellos un guía que dirige la operación. Por fin, suelen darse con frecuencia operaciones de individuos en solitario, también por cuenta propia.» 

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     «A veces, por motivos circunstanciales, cargan en España mercancías con las que pueden especular en Portugal, llegando hasta la misma ciudad de Lisboa cuando las condiciones de comercialización son francamente favorables. Estas mercancías que ocasionan el doble negocio son muy variables, girando desde artículos de bisutería hasta planchas enteras de tocino de cerdo. Depende fundamentalmente de baches coyunturales en la economía portuguesa. Con estas cargas suele operarse de muy semejante forma, en lo que respecta al transporte y venta, a como se opera en el tráfico del café, dándose el caso de que importantes marcas lusitanas tienen como verdadera razón de ser el mercado con España, sin preocuparles grandemente el interior de su país. Casi toda su producción pasa la frontera a lomos de estos mochileros audaces, desparramados a lo largo de toda la frontera hispano-lusitana.»

ANTONIO BALLESTEROS DONCEL

ballesteros-RB7CzMI3r3tW1pmBXjjdR7O-624x385@HoyAntonio Ballesteros Doncel nació en Badajoz en 1931 y falleció en 2021, fue un abogado, concejal del ayuntamiento, ganadero, presidente del CD Badajoz, escritor con obras como Los Mochileros, Amor y tierra o La última mochila y articulista del Diario Hoy.

Ocupó importantes puestos representativos en la vida socioeconómica de Extremadura, siendo autor de numerosos trabajos en forma de conferencias, pregones oficiales, y colaboraciones en medios de comunicación, entre ellos revistas especializadas en temas agrarios.

FUENTES

  • Ballesteros Doncel, A. La última mochila. Badajoz, Tecnigraf Editores, 2003
  • Ballesteros Doncel, A. Los mochileros. Badajoz, Diputación Provincial, 2000
  • Muñoz de la Peña, A. Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura. Badajoz, Institución Pedro de Valencia, 1982