“Jarrapellejos”, retrato del caciquismo rural

Jarrapelrjod  Jarrapellejos es  posiblemente una de las mejores novelas que se han escrito en España en torno al tema del caciquismo rural. Su autor la subtituló con terrible mordacidad Vida arcaica, feliz e independiente de un español representativo, y ha pasado a la historia de nuestras letras como el más consagrado retrato del caciquismo rampante en España en la primera mitad del siglo XX, persistente en la segunda y quién sabe si aún existente bajo renovadas formas y modos. Desgarrada, brutal, impresionante en su veracidad, la obra del autor atormentado y contradictorio que fue Felipe Trigo ha sido objeto de tantos desdenes como aprecios, pero sigue perviviendo como producto singular de una época aún desconocida, raras veces objeto de atención, en la que sin embargo se encuentran las raíces del presente.

  Jarrapellejos ha sido reeditada varias veces y llevada al cine por Antonio Giménez-Rico

Imagen de la película Jarrapellejos (1987), con la villa de Feria al fondo

SINOPSIS

 Jarrapellejos (1914) está considerada casi unánimemente por la crítica como su mejor novela. Trigo traza en ella un retrato terrible de la España rural, de la vida de las provincias españolas una sociedad casi estamental de grandes propietarios, políticos corruptos y gentes humildes embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Sobre este entorno envilecido sobrevolará la figura del cacique, “con la siniestra sombra de un murciélago brutal, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero”. 

  En su novela, Felipe Trigo nos ofrece una visión panorámica de la burguesía de principios del Siglo XX. Su atención recayó de manera especial en el tratamiento que se daba a la mujer en una sociedad marcada por el caciquismo, los abusos y la inmoralidad de los poderosos. Trigo nos muestra la vida de una colectividad rural, presentando varias historias entretejidas y enlazadas todas ellas por la omnipotencia de Luis Jarrapellejos, dueño y señor de La Joya, localidad extremeña próxima al Guadiana. El cacique maneja todos los hilos de la política local, amaña elecciones, nombra alcaldes y gobernadores y compra, por las buenas o por las malas, a las mujeres que desea. La novela refleja la vida vana y superficial del pueblo, con una juventud carente de ideales, que se aburre, donde reinan los prejuicios más ancestrales.

FELIPE TRIGO 

Felipe Trigo pintado por Rafael de Penagos

Felipe Trigo pintado por Rafael de Penagos

  Felipe Trigo nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1864. Estudió Medicina en el Hospital San Carlos de Madrid, dedicándose a ejercer como médico rural. Más tarde, ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar, siendo destinado a Sevilla y Trubia, y marchando posteriormente como voluntario a Filipinas. Herido gravemente, regresó a España con el grado de Coronel, retirándose en el año 1900 y asentándose en Mérida, residencia que compartió con Madrid, dedicándose de lleno al periodismo y la escritura, y obteniendo gran popularidad y éxito.

  Emparentado con los narradores regeneracionistas y noventayochistas. Felipe Trigo (1864) es autor de una notable obra literaria, tan intensa como corta en el tiempo, que alcanza sus mejores logros en las novelas de ambiente regional: En la carrera (1909). El médico rural (1912) y, especialmente, Jarrapellejos (1914).

  Trigo fue, en definitiva, un extremeño inquieto y de gran talento, que murió trágicamente en 1916, cuando se suicidó en pleno éxito literario

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «En todas las casas decentes del pueblo, gracias a la propaganda de los vates, y de Orencia (que odiaba las novelas), había tomos de Gabriel y Galán para leerlos en familia durante las veladas invernales. Códigos de moral sencilla expresados con belleza soberana, y cuya difusión gratuita entre los pobres habríase llevado a efecto, a propuestas del ingenuo señor don Atiliano de la Maza, de no haber sido porque el sagaz Jarrapellejos opuso una objeción: los braceros no sabían leer, casi ninguno…, y los que sabían, era mejor que no leyesen, ante el temor de aficionarlos y que pasasen luego a lecturas peligrosas.

  -¡Oooh! -admiraron los demás, cayendo en el porqué no se les concedía atención a las escuelas ni a los decretos del Gobierno sobre enseñanza obligatoria-. Ya, verdaderamente, la cierta labor instructiva en que aquel trasto forastero de Cidoncha (¡cómo tendrían que llamarle al orden, a seguir!) se obstinaba con su gente del Liceo, estaba dándole a don Pedro la razón: a La Joya iban llegando suscripciones de El Socialista, y la Conquista del Pan y otros folletos subversivos…”

 

   «Llegó al puente y se sentó. La Joya recortaba su sombría silueta a la luz de las estrellas. No podía quitar del pueblo el espasmo de los ojos. Con su abundancia de torres, cúpulas y cimborios de tanta iglesia, parecíale una monstruosa vegetación de hongos sobre un enorme estercolero. Sí, sí; pueblo monstruoso, de monstruosa humanidad en putrefacción, en fermentación de todos los instintos naturales con todas las degradaciones de una decrépita sociedad en la agonía. Allí, para llegar a la posesión del pan y de la hembra -esto que consiguen los pájaros con su bella y sencilla libertad- se pasaba a través de la mentira, de los hipócritas engaños, del robo, hasta del crimen. Damas que lograban los más altos prestigios por la prostitución y el adulterio, como Orencia y la condesa; cándidas muchachas rendidas al dinero o al despotismo de hombres como don Pedro Luis y el Garañón; curas con hijos y públicas queridas y curas alcahuetes, como don Roque y el tuerto don Calixto; novias atropelladas por la autoridad, como aquella del barbero; cristianos condes vendedores de reses muertas de carbunco…; alcaldes ladrones de los Pósitos; estafadores a lo Zig-Zag; bandidos en toda la extensa gama que iba desde el Gato a Marzo y Saturnino; jueces libertadores de asesinos y encausadores a sabiendas de inocentes…; y encima, flotando con la siniestra sombra de un murciélago brutal, Jarrapellejos, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero…”