“Por si se va la luz”, de Lara Moreno

«Dichoso aquel que renunció al mundo antes de que el mundo renunciara a él.»

En los últimos años han sido varios los escritores españoles que han vuelto la mirada a los problemas de la despoblación y del abandono del medio rural, a la realidad de la llamada España vacía o vaciada.

Como hiciera Jesús Carrasco en su celebrada Intemperie, también Lara Moreno se adelantó en 2013 a este fenómeno con su primera novela, Por si se va la luz, en la que nos ofrece una historia íntima, dura y llena de sensibilidad.

«A un pueblo casi abandonado, situado en algún lugar de este país, llegan Martín y Nadia, una pareja de treintañeros urbanitas que han decidido romper con todo para intentar sobrevivir lejos del complejo sistema urbano y neoliberal en decadencia en el que se han convertido las ciudades. Ambos se enfrentan al pequeño pueblo como si hubiesen retrocedido un siglo: hay luz eléctrica y hay agua corriente, pero no mucho más. Desde hace mucho tiempo lo habitan tan solo tres personas. La llegada de los nuevos habitantes traerá luces y sombras a la comunidad, hasta llegar a un sorprendente final.  La historia se estructura en dos partes: Invierno y Verano. Nada de tibiezas ni de etapas de transición; en este relato, aunque no lo parezca, todo es extremo: la enfermedad, el amor, el sexo, las convicciones. Un recorrido intimista hacia el interior, hacia el valor de la existencia desprovista de cualquier disfraz. Una novela que nos invita a reflexionar y zarandea nuestro estilo de vida y nuestras convicciones.»

  «Hemos traído cincuenta libros, todos por leer. Apenas un cuarto de la ropa que teníamos, contando en ese cuarto la de invierno, verano y entretiempo. Los únicos fármacos que nos acompañan son los parches anticonceptivos de Nadia, tenemos para seis meses. Luego no habrá más.»

En esta novela, que le ha valido a su autora ser elegida Joven Talento de Literatura Fnac, encontramos muy pocos personajes, aunque de una gran riqueza y profundidad. Nos encontramos ante una novela coral, aunque no todos los personajes tienen voz propia. En el texto se van alternando las voces de estos personajes en primera persona con la de un narrador omnisciente que complementa y da sentido al relato.

Escrita con un lenguaje poético, preciso y que llama a las cosas por su nombre, la novela es una propuesta atrevida llena de buena literatura que te atrapa desde la primera línea. Una buena novela que se lee con gusto.

   «Yo iba a dejarlo. Me estaba muriendo por dentro. Me estaba quedando sin tripas. Su miedo, su obsesión reconcomida con todo esto, la vida allí cada vez más difícil, más llena de soborno, y él planteándose este viaje, esta mudanza total y esta regresión. Lo externo lo cegaba tanto que no podía pensar en otra cosa que en reinventar su futuro tomando una de las opciones que le habían propuesto, y yo mientras, ajena y con los ojos cerrados para el mundo. Nunca se dio cuenta. Y al final vine. Y pensé, que esto acabe conmigo.»

SINOPSIS

En un pueblo casi sin gente, de repente vuelve la vida para mostrar que nada se acaba de verdad mientras haya un niño haciendo preguntas al mundo.

No se llevaron nada, o casi; ni siquiera el gusto por la aventura. Y cuando llegaron al pueblo, entraron en casa y se echaron encima de un colchón como si la noche no fuera a acabar nunca. Amaneció, y a la luz del sol descubrieron que había más vida allí: unas cuantas casas, unos huertos, hombres y mujeres que hablaban lo justo.

Despacio, Nadia y Martín fueron conociendo a Enrique, el dueño de un bar donde había poco más que libros y vino rancio, a Elena y Damián, dos viejos hechos de pura piedra, y a Ivana, que un buen día apareció acompañada de una niña, hija de todos y de nadie.

¿Qué sentido tenía aquel viaje, y aquella gente, y aquel ir viviendo sin imágenes, sin música, sin mensajes que contestar y solo algo de comida y sexo para aliviar los días? Quizá se tratara de llegar a viejos ahora que ya no quedaba nadie en las ciudades, quizá buscaran una manera de ser y de hacer algo digno en ese tiempo que aun les quedaba antes de que se apagara la luz. Quién sabe.

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  «Entonces, cuando es de noche y Martín posa su mano sobre uno de mis muslos, le pregunto: ¿hemos venido aquí a ser viejos? El menea la cabeza y pronuncia entre sueños: qué contaminada estás. Quiere decir que no soy capaz de asociar la tranquilidad con la vida, y que eso viene de mis urbanas raíces congestionadas. Prácticamente dormido, se vuelve hacia mí en la cama y hunde su mano en mi pelo: cuándo dejarás de resistirte? Resistirme, dice. No tiene ni idea.»

Como todos los grandes libros, Por si se va la luz no se anda con respuestas, sino con buenas preguntas. Lara Moreno es una mujer que empieza y tiempo le queda para decir lo suyo, pero con esta primera novela nos entrega ya literatura en mayúsculas.

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LARA MORENO

lara-moreno-1Lara Moreno nació en Sevilla en 1978 y creció en Huelva. Vive en Madrid, donde trabaja como editora e imparte talleres de escritura. Además de sus cuentos recogidos en numerosas antologías, ha publicado los libros de relatos Casi todas las tijeras (Quórum, 2004) y Cuatro veces fuego (Tropo, 2008), así como los poemarios La herida costumbre (Puerta del Mar, 2008), Después de la apnea (Ediciones del 4 de agosto, 2013) y Tuve una jaula (La Bella Varsovia, 2019), que, junto con sus poemas inéditos, conforman el volumen Tempestad en víspera de viernes (Lumen, 2020). En 2013 recibió el Premio Cosecha Eñe por su relato Toda una vida, y Lumen publicó su primera novela, Por si se va la luz, que obtuvo un importante reconocimiento por parte de la crítica y de los lectores. FNAC la incluyó entonces entre los autores revelación del año. Le siguió Piel de lobo (2016), una espléndida muestra de la madurez narrativa con la que Lara Moreno dejó de ser una promesa para convertirse en una de las voces más destacadas de la presente narrativa castellana. En la actualidad escribe su nueva novela, La ciudad, de próxima publicación en Lumen.

   

«Un hipster en la España vacía”, de Daniel Gascón

  «No hay la nube de contaminación de Madrid pero muchas tardes, cuando sopla viento del este, llega un olor fuerte. “Sopla el cerdal”, dice mi tía. Es el olor de las granjas de cerdos.»

Un hipster en la España vacía es una novela de humor del escritor, columnista y editor de la revista Letras Libres Daniel Gascón, publicada en 2020.

Se trata de una divertida parodia de la España actual, un retrato irónico del choque entre el mundo rural y el urbano.

El escritor zaragozano nos cuenta la historia del joven universitario Enrique Notivol, un chico moderno de ciudad que, tras varios desencantos, por culpa de un trabajo que no le satisface y de una ruptura amorosa, decide irse a vivir a un pueblo de la España vacía, La Cañada, Teruel, donde se instala en casa de sus tíos. Allí trata de llevar a cabo sus proyectos posmodernos y ecologistas, producto de su visión idealizada, que chocan con la realidad que se vive todos los días en el pueblo. Intenta poner en marcha un huerto colaborativo, un taller sobre nuevas masculinidades (al que sólo van algunas abuelas del pueblo), introducir el uso del lenguaje inclusivo, hace yoga en el corral, intenta encontrar cobertura para subir fotografías a su cuenta de Instagram en las eras del pueblo, ve estructuras heteropatriarcales dentro de los gallineros, reprocha a la gente del pueblo que utilizan mucho los vehículos contaminantes… Y en el transcurso de su adaptación, le van pasando aventuras disparatadas que ponen de manifiesto los grandes contrastes que existen entre las diferentes personas y las diferentes formas de vida del pueblo y de la ciudad, a través de personajes y de situaciones exageradas, llevadas al extremo.

   «JOSEFINA USÓN, ALGUACILA: Al tercer o cuarto día que llevaba en el pueblo se me plantó en el Ayuntamiento con un papel. Que tenía unas ideas para cambiar los pregones. «Se hace saber, por orden del señor alcalde, para que lo sepan todas y todos los y las habitantes, que han venido los y las comerciantes ambulantes», por ejemplo. Es muy distinto al «Se hace saber, por orden del señor alcalde, que ha venido el gitano». Ahora me lleva bastante más tiempo decir el pregón. Pero te acostumbras.»»

Un día, al bajar al bancal se encuentra con una pintada: “Forastero, gilipollas”, que el hipster cree que va dirigido a Mohamed, el marroquí que trabaja como pastor en el pueblo, y que, por cierto, está bastante más integrado que él. Otro, el mismo Enrique se salva de morir por un disparo gracias al libro de Sergio del Molino, La España vacía, que le detiene la bala. Pese a todo, parece que poco a poco va siendo aceptado por los lugareños, que acabarán eligiéndolo alcalde del pueblo.

Un hipster en la España vacía es una novela llena de humor e ironía, repleta de situaciones y peripecias surrealistas. Una sátira en torno a las profundas diferencias que separan a los urbanitas de los habitantes del mundo rural. Un libro escrito sin alardes, que entretiene y que se lee de un tirón… Y con una magnífica cubierta.

   «Pidieron que se retirase Lolita de las bibliotecas municipales de la zona. No estaba en varias, así que consiguieron que se comprara (en bolsillo) y se retirase después: toda una declaración de principios. Es un ejemplo de la vibrante sociedad civil que podemos ver en la España vacía.»

SINOPSIS

Enrique se instala en una casa familiar en La Cañada, un pueblo de Teruel, para alejarse del ritmo de la vida en la ciudad, montar un huerto colaborativo y olvidar a su exnovia. Hace yoga en el corral por las mañanas, busca quinoa en la tienda, intenta encontrar cobertura en las eras para alimentar su Instagram y monta un taller con sobre nuevas masculinidades. Es -aunque él no estaría a favor de la comparación especista- un pulpo en un garaje, pero se comporta como una especie de extraterrestre en el Maestrazgo o de Quijote moderno.

Para sorpresa de todos, encuentra su sitio, se enamora y se convierte en alcalde del pueblo, dispuesto a resolver algunos conflictos: problemas con las localidades vecinas, el rodaje de una película sobre la Guerra Civil que hace pensar a unos miembros de Vox que la revolución anarquista ha estallado en Teruel, el secuestro de Greta Thunberg durante la cumbre del clima o que una cantante estadounidense utilice en un concierto el traje tradicional de La Cañada, en un caso flagrante de apropiación cultural.

 «Qué bonito es despertar aquí. Un poco antes de las seis se oye el canto del gallo. No mucho más tarde llegan los primeros sonidos del pueblo que amanece: Tomás con la mula mecánica, Javier con la mula mecánica, Rogelio con el tractor, Paco con la mula mecánica.

   Me quedo unos minutos leyendo La España vacía en la cama. Luego, cuando suenan las campanas de la iglesia, salgo preparado, con una energía que no tenía en mucho tiempo. La sensación de estar haciendo algo importante de verdad, de encontrarme en armonía con la naturaleza, pero también conmigo mismo.»un-hipster-en-la-espana-vacia

Un hipster en la España vacía es una historia de aventuras y un retrato irónico del choque de la sensibilidad urbana y la visión rural. La Cañada es una galería de excéntricos dotados de una rara humanidad, pero también un microcosmos que refleja los debates centrales de la actualidad con una perspectiva reveladora.

   «La principal virtud de esta novela es aquello que, en este país donde goza de tanto prestigio la solemnidad pomposa y palabrera, muchos considerarán su peor flaqueza: su humildad, su falta absoluta de pretensiones. Gascón —lúcido analista de la política española— pergeña un retrato demoledor y exactísimo, además de hilarante, de la realidad de nuestro país; también un retrato compasivo: al fin y al cabo, el hipster del título no es más que un tonto entrañable, que es casi lo máximo que se puede aspirar a ser en esta vida.» Javier Cercas

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DANIEL GASCÓN

daniel-gascon-18070Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió filología inglesa e hispánica en la Universidad de Zaragoza. Ha publicado los libros de relatos La edad del pavo (Xordica, 2001), El fumador pasivo (Xordica, 2005) y La vida cotidiana (Alfabia, 2011), una memoria familiar, Entresuelo (Literatura Random House, 2013) y la novela Un hipster en la España vacía. Ha traducido a autores como Mark Lilla, Saul Bellow y Christopher Hitchens. Es el responsable de la edición española de la revista Letras Libres.

«La forastera”, de Olga Merino

 «Me están echando el cerco, y no es el viento.»

La forastera es una novela de Olga Merino, publicada en 2020. Con esta obra, la escritora barcelonesa ha sido ganadora del premio Pata Negra y del Cubelles Noir, finalista del Premio Bienal de novela Mario Vargas Llosa y del VII Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal y situada entre los mejores libros de 2020 según El PaísEl Periódico Forbes.

Confieso que no había leído anteriormente nada de esta autora y que llegué a ella por pura casualidad. Encontré una referencia a su novela en un artículo sobre libros de la España vacía o vaciada. Concretamente dentro de las últimas novedades que abordaban el tan cacareado problema de la despoblación y de la falta de inversiones por parte de las autoridades para mejorar las infraestructuras y servicios de estos pueblos que cada vez se van quedando más solos y vacíos. Lecturas que nos transportan a este territorio que hasta hace poco se conocía con el desafortunado término de España profunda.

La historia que nos ocupa está narrada en primera persona por Ángela o Angie, el personaje principal de la novela, una cincuentona que tras una mala experiencia en el extranjero regresa a la antigua casa familiar, en las afueras de una aldea perdida y casi vacía del sur de España buscando la paz y el sosiego. Allí, en compañía de sus perros, tratará de ir sobreviviendo bajo la mirada hostil de los lugareños, que la consideran medio loca.

    «Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas. La cancela está siempre abierta. No les tengo miedo. Chismorrean. Saben que escondo una escopeta en la cámara del grano, una vieja Sarasqueta del calibre doce. Creen que estoy loca porque frecuento el cementerio, hablo en voz alta frente a la tumba de mi madre, bebo, me río sola y apenas tengo trato con nadie. Tampoco me corto el pelo desde que murió mi vieja. Que estoy mal de la cabeza, dicen. Si acaso estoy loca de puro cuerda. Yo conozco mi sombre y mi verdad.»

Hasta que la muerte del mayor terrateniente de la comarca la pone sobre la pista del pasado de su propia familia. Un pasado que hasta entonces le había sido ocultado y en el que los dramas y las muertes por suicidio parecen haberse convertido en una auténtica epidemia.

Según la información que proporciona la editorial, La forastera es un western contemporáneo en el territorio áspero de una España olvidada. Un relato estremecedor y emocionante sobre la libertad y la capacidad de resistencia del ser humano.

A mí me ha parecido una novela muy dura, como el propio paisaje en el que transcurre la mayor parte de la misma. Un paisaje que es descrito con enorme sensibilidad y belleza, y que puede ser considerado como otro personaje más de la historia. Una historia escrita con una prosa muy sensorial y utilizando un vocabulario muy rico y preciso en el que abundan los términos propios del medio rural y de las faenas agrícolas.

  «En el recuerdo, mi padre sigue junto a la ventana, desde donde observaba las calles del barrio sin asfaltar, buscando algún rastro del cerro y la campiña entre los bloques de pisos a medio construir, como un campesino fuera de lugar que aguarda la escampada para salir a desvaretar los chupones. En el fondo, aunque nos hubiéramos alejado tanto, nunca salimos de la aldea. Allí donde la ciudad perdía el nombre, seguíamos pegados al barro de las veredas.»

Una novela magnifica, que me ha evocado en algunos momentos durante su lectura al maestro Delibes o al extremeño Jesús Carrasco. Sin ninguna duda, uno de los mejores libros que he leído últimamente. Muy recomendable.

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SINOPSIS

Cuando lo has perdido todo, no hay nada que puedan arrebatarte. Un relato emocionante sobre la libertad y la capacidad de resistencia del ser humano.

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    «La muerte merodea por aquí desde siempre. La gente de estos predios lo sabe muy bien. Tal vez es la melancolía la que invita a desaparece. O la calima que empaña las cosas y tanto se le asemeja. He acabado por comprender bien el espíritu de estas tierras, como si me hubieran parido aquí. Conozco la soledad angustiosa del paisaje, la gama completa de los ocres, los verdes que juegan a ser azules allí donde se encabalgan las lomas.»

Tras una juventud de excesos, Angie vive retirada -casi atrincherada- en una aldea recóndita del sur. Para los vecinos es la loca que se deja ver en compañía de sus perros. Su existencia transcurre en el viejo caserón familiar, en un cruce continuado de dos tiempos: el presente y el pasado. Tan solo tiene a sus fantasmas y el recuerdo del amor vivido con un artista inglés en el Londres olvidado de Margaret Thatcher.

El hallazgo del cuerpo ahorcado del terrateniente más poderoso de la comarca lleva a Angie a desenterrar viejos secretos familiares y a descubrir el hilo fatal de muerte, incomprensión y silencio que une a todos en la comarca. ¿Es el aislamiento? ¿Son los nogales, que secretan una sustancia venenosa? ¿O acaso la melancolía de los húngaros, que llegaron hace siglos con sus baúles y violines? Angie sabe que, cuando lo has perdido todo, no hay nada que puedan arrebatarte.

OLGA MERINO

© Marta Calvo

Olga Merino (Barcelona, 1965) es licenciada en Ciencias de la Información y máster en Historia y Literatura Latinoamericanas en el Reino Unido. Trabajó en la década de los noventa en Moscú como corresponsal para El Periódico. De aquella experiencia surgió su primera novela, Cenizas rojas, que tuvo un gran éxito entre la crítica, así como los diarios recogidos en Cinco inviernos. A aquella novela le siguieron Espuelas de papel y Perros que ladran en el sótano. En 2006 obtuvo el Premio Vargas Llosa NH por Las normas son las normas. Actualmente es columnista de El Periódico y profesora en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. Sus novelas han sido traducidas al italiano, neerlandés, inglés, francés y chino. Con La forastera (Alfaguara, 2020), Merino ha sido ganadora del premio Pata Negra y del Cubelles Noir, finalista del Premio Bienal de novela Mario Vargas Llosa y del VII Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal y situada entre los mejores libros de 2020 según El PaísEl Periódico Forbes.

“Enjambre”, de Rafael Cabanillas Saldaña

«Triste paradoja la de esta tierra, llamarse Enjambre y estar vacía.»

Tras el éxito de su anterior novela, Quercus, el escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña nos regala otra espléndida novela: Enjambre, la segunda parte de una trilogía sobre la tierra vacía situada en los Montes de Toledo.

Enjambre es una pedanía, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en una zona situada entre las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo y Extremadura, en la que solo han quedado dos familias, que, para más inri, no se hablan, la de Tiresias, hijo único del tío Jacobo y de Remigia, y la de Eustaquio y Encarna.

Tiresias, el protagonista de la novela, es un chico que nació enfermizo, con aparente retraso mental y medio ciego.

    «Cuenta la tía Remigia que estando a boca de parir, con la madre ya a punto de dilatarse, soñó que se le aparecía una especie de hechicero, brujo o encantador, llámalo como te apetezca, envuelto en un resplandor, que le dijo: ¡Remigia, el muchacho que vas a parir se llamará Tiresias! Nombre que confundió a la tía Remigia y más al tío Jacobo, cuando le relató el sueño, pues era un nombre jamás oído en esas tierras.

    Le pusieron Tiresias y el muchacho les salió lelo, o digamos, raro. Algo difícil de determinar. El Tiresias, el pobre, un retrasado. Un niño enfermizo y escuchumizado que no se murió de milagro. Un ser extraño. Después de tanto arriesgar con el nombre. Que parecía que nos iba a traer un don divino, un pan debajo del brazo, y mira como nos ha salido.»

El joven, analfabeto porque no pudo asistir a una escuela que clausuraron cuando él era apenas un «cagón de cuatro años», se dedica a pastorear las cabras de la familia por las sierras que rodean la aldea. Siempre con su radio, del tamaño de un ladrillo y que funciona con dos pilas de petaca, al hombro. Y que gracias a esa radio y al teléfono que les puso el alcalde de Anchuras para que lo utilizasen las dos familias de la pedanía, encuentra una ventana al mundo exterior.

Mientras pasa el día en el monte con sus animales, Tiresias anhela que llegue la noche para poder escuchar la sensual voz de Sophia Bayker, la locutora de radio que parece hablarle solo a él. La fascinación que siente por ella es tan grande que le lleva a cambiar de hábitos y costumbres, y hasta aprende a leer.

Pero Enjambre no es sólo una historia de superación y de esperanza. Es también un hermoso y sentido homenaje a los supervivientes de estas tierras, abandonados a su suerte por los poderes públicos, y a sus sencillas formas de vida apegadas a la tierra. Así como el reconocimiento del papel de la educación para la transformación de la vida de las personas. Resulta muy entrañable el personaje del tío Deogracias en el papel de “maestro” de Tiresias. Por si fuera poco, Rafael Cabanillas aprovecha la novela para rendir tributo a la radio, tan importante para mantener el contacto con el mundo exterior en estos lugares dejados de la mano de Dios.

Al igual que su anterior novela, Enjambre está también poderosamente influida por la narrativa de Miguel Delibes, y recuerda al libro de éste titulado El disputado voto del señor Cayo. Sin embargo, es una novela mucho más luminosa que Quercus, más «amable», como se indica en la cuidada edición del libro. Escrita con una prosa precisa y muy visual, y empleando un lenguaje muy rico que incluye voces propias de la zona en la que transcurre la acción de libro.

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    «La sierra de Altamira también tiene alma. Aunque en lo tocante a las personas que la pueblan, es un alma amputada, rota, roída por la miseria. Igual que si la mordisqueara una rata. Que esos montes son un penaero para sus vidas. Pues habiendo miles de alcornoques y millones de encinas, todavía en número ganan las desdichas. Ante ellas, resistencia, sin queja. El vivir pausado, sin exigencias. Dejando que la vida pase inadvertida, rozándote apenas, sin hacerte más daño que el dolor intrínseco a la subsistencia. Conformándote con poco, casi con nada, buscando un cachito de felicidad en la humildad y la candidez que sin reclamar te regalan. El olor de ese queso que madura con aliento propio, un haz de sol que entra por el ventanuco convirtiendo las partículas suspendidas de polvo en un milagro para sus ojos, el cigarro de la mañana mirando a esa Garganta.»

Una extraordinaria novela que nos reserva, además, algunas agradables sorpresas. La historia del maquis Chaqueta Larga o el “cameo” de los Cabanillas, viajeros por los territorios de Enjambre camino de Las Casas de don Pedro, entre otras.

En fin, otra gran novela del maestro Rafael Cabanillas con la he vuelto a disfrutar muchísimo. Absolutamente recomendable.

«Enjambre es un grito mudo, callado, pues son los gritos más hondos y dañinos, por una tierra, por unos hombres y mujeres, por una forma de vida que se nos escapa de las manos igual que se escapa el agua. Un mundo que se abandona, que se deja morir, que agoniza a cambio de un falso progreso, absolutamente perjudicial, tóxico, que destroza la tierra y las vidas. Los protagonistas conviven con la miseria y una mínima ayuda podría hacerles felices. La ayuda más importante, más eficaz, es que les dejen vivir en paz. Que ese otro mundo que se come todo no se convierta en su enemigo. El suyo no es la Arcadia ni el paraíso prometido, pues la supervivencia es dura, pero es una vida digna. Respetuosa con la madre tierra, que nos da de comer y a la que pertenecemos igual que pertenecen las abejas y las encinas. Honestidad e inteligencia para dejar a nuestros hijos un mundo mejor del que nosotros nos encontramos.»  Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

El Enjambre es una pedanía de Anchuras, en la que sólo viven dos familias que no se hablan. Es un territorio real y a la vez mágico. Existe en los mapas y en el imagina-rio. Otro realismo mágico. Cuando estando la Remigia a boca de parir y se le aparece en el sueño una especie de brujo o hechicero diciéndole que el hijo se llamará Tiresias, ella ya adivina que lo que lleva en su vientre es algo diferente, especial, casi sobrenatural.

Sin embargo, Tiresias es un niño enfermizo, medio ciego, igual que su homónimo griego: Tiresias, el adivino ciego. Lo que no le impedirá convertirse en pastor de esas sierras que, aun siendo un paraíso terrenal, se han ido vaciando en un goteo incesante.

Pero es a la noche, escuchando la radio, cuando se va a producir el milagro. Esa locutora del programa “Desde la distancia te quiero”, en el 96.4 de la FM, que parece hablarle exclusivamente a él, al pastor perdido en una aldea abandonada, transformará su existencia.

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    «El Enjambre es una pedanía que depende del ayuntamiento de Anchuras, en las estribaciones de los Montes de Toledo, rayando con Extremadura. Y si hablas de naturaleza, aquí tienes toda la que quieras, porque el pueblo está encajonado en una Garganta de agua en el sopié de la sierra de Altamira. Jaras, lo que más abunda, cornicabras, acebuches, brezales y retamas, algún mirto, durillos, romeros, espliegos, almoradujes, lavanda y mil tomillos, sin nos referimos a la flora chica. De la grande ni te cuento: encinas, coscojas, alcornoques y quejigos, abedules, acebos, tejos, madroños y robledales en lo más alto; y en los bajos y arroyos, fresnos, sauces, álamos y almeces. Ahora están preciosos, con los mil colores que trae el otoño.»

Con Enjambre, Rafael Cabanillas nos regala una nueva novela espléndida, enraizada, por méritos propios, con lo mejor de la literatura española contemporánea.

Si su deslumbrante Quercus supuso la revelación plena de un escritor que, como pocos, ha sabido conceder a tantos olvidados la voz a ellos debida, Enjambre retorna a idéntico topos, real e imaginario. A la existencia dolorida y, a pesar de ello, esperanzada de quienes, víctimas del abandono y la codicia, vivieron y viven en la España vaciada. Cuantos, al leer Quercus, quedaran, como yo, fascinados por la esplendidez de esa obra magníca, tienen ahora la feliz oportunidad de reencontrar en Enjambre el prodigio de la prosa de Cabanillas; su lenguaje rico, preciso y rescatado; sus personajes memorables, nacidos de las sombras anónimas de la Historia: mujeres y hombres que ahora cobran vida desde el silencio, para hacernos testigos de su dolor y de su ejemplar heroísmo.

Ese es el don de la verdadera Literatura: penetrar más allá de lo objetivo. Transitar por las entrañas más genuinas y vulnerables de lo humano. Convertir en arte las palabras para, a través de ellas, mostrarnos quiénes somos, de dónde venimos y el horizonte al que debemos aspirar.

Todo ello, y mucho más, lo hallará con plenitud el lector en Enjambre, una obra imprescindible para quienes, desde la memoria, deseen la construcción de un mundo basado en la equidad, la fraternidad y la justicia.

Antonio Basanta Reyes

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es Director y Guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021) es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la España vaciada.

“El canto del cuco”, de Abel Hernández

    «El tsunami del llamado progreso amenaza la existencia misma de estos pueblos. Poco a poco se van quedando como un precioso cascarón vacío para disfrute, en el buen tiempo de los viajeros de la capital, como yo mismo. Hace tiempo que la gente se fue yendo. Cerraron las casas, cerró la escuela y sólo aumentan los vecinos del cementerio.»

Con El canto del cuco: llanto por un pueblo (2014), el periodista y escritor soriano Abel Hernández completa una serie de cuatro hermosos libros escritos desde y con el corazón, en los que no ha tenido que inventar nada y en los que nos habla de su infancia y de su pueblo, Sarnago, un municipio actualmente abandonado en las Tierras Altas de Soria.

En palabras del propio autor, en los tres primeros libros: Historias de la Alcarama (2008), El caballo de cartón (2009) y Leyendas de la Alcarama (2011) «desciende al universo oculto que constituye el alma del pueblo y que pervive bajo las ruinas y los escombros de esa civilización que se acaba». Este último, El canto del cuco, es un diario íntimo que recoge un año entero y recorre un ciclo completo de las estaciones. En él enfrentará la vida del campo a la de la ciudad y nos dará cuenta del contraste entre la vida de hoy y la de ayer. En el epílogo del libro, Abel Hernández escribe lo siguiente: «He ido recorriendo ordenadamente los meses y las cuatro estaciones fijándome en lo que va de ayer a hoy y anotándolo en mi cuaderno gris. He tratado de combinar, en un juego de prestidigitación, sucesos y experiencias de hoy mismo con mis recuerdos de la infancia. A poco que se observe, salta a la vista en todo esto la endemoniada dialéctica campo-ciudad. Yo, anticuado de mí, he tomado partido por el campo, por los pueblos perdidos, por la belleza profundo de sus ruinas, por el silencio, por la luz incontaminada, por la naturaleza escondida y buscada, por los campesinos que resisten y por los que tuvieron que cerrar su casa y huir a la ciudad. Mi memoria y mi corazón, algo alterado, se han ido inevitablemente a Sarnago, la patria de mi infancia, en las Tierras Alta de Soria.»

    «No tardaron los hombres del campo en darse cuenta de que las máquinas les habían suplantado también a ellos. Unas pocas máquinas venidas de fuera se encargaban de todo. Ellos sobraban. Los hijos permanecían mano sobre mano. Por supuesto, nadie quería ir pastor y, además, las ovejas, con la lana por los suelos, que no daba ni para pagar al esquilador, no rendían como antes. Así que lo mejor era vender las tierras o ponerlas en renta o simplemente dejarlas llecas, como querían en Bruselas, vender el ganado, cerrar la casa y marcharse a la ciudad, que era donde fabricaban las máquinas. Había que pensar en el porvenir de los hijos. Con suerte trabajarían en una fábrica o aprenderían un oficio. Algunos incluso podrían estudiar y labrarse un porvenir. Cualquier cosa menos quedarse de destripaterrones, como su padre y sus antepasados.

    Y así fue como los pueblos fueron quedándose vacíos, y las casas abandonadas acabaron derrumbándose. No tardaron en irse los funcionarios. Cerró la casa del médico. Cerró la escuela. Las zarzas invadieron los huertos. Nadie segó ya la hierba de los prados. El ejido se convirtió en hierbazal. Se cayeron las paredes de las herrañes. Los montes, muchos de ellos repoblados de pinos, fueron cerrándose, lo mismo que los caminos del monte, y cundió el temor de que cualquier verano, sin cabras, ovejas y leñadores durante el año, ardieran los pinares en aras del progreso. Será entonces cuando la imagen del pueblo aparecerá por primera vez en el telediario. El progreso había llegado por fin con las máquinas a la Tierras Altas.»

El canto del cuco es un libro magnífico que rescata la memoria de un pueblo y su cultura milenaria. Escrito con un extraordinario dominio del lenguaje, recoge términos, ya en desuso, propios del medio y del tiempo que retrata. Por eso el Glosario que figura al final del mismo puede ser de gran utilidad. Una verdadera obra de arte, que todas aquellas personas que provengan o tengan algún tipo de relación con el medio rural agradecerán. Muy recomendable.

   «Pertenezco a la última generación-bisagra: he pasado del candil a Internet, del arado romano al avión supersónico, de la Edad Media a la tecnológica y a la posmodernidad. Soy testigo directo y privilegiado de una civilización milenaria, la civilización rural, que se acaba y de la que es preciso recoger los despojos para que dispongan de ellos las futuras generaciones.»

Abel Hernández

SINOPSIS

Este Canto del Cuco es un canto a la civilización rural, a la que se ha ido extinguiendo lentamente y a lo que queda de ella. Abel Hernández culmina en estos hermosos diarios la labor que iniciara con sus Historias de la Alcarama, continuada con El caballo de cartón -Premio de la Crítica de Castilla y León- y con Leyendas de la Alcarama. El autor nos invita a recorrer a lo largo de un año y de sus estaciones la evocación de su tierra natal, de nuevo con una prosa magistral, que nos recuerda por momentos a Azorín y a Miguel Delibes, y nos anima a hallar la paz en la vuelta a las raíces y a la civilización rural.

Este diario ofrece a la vez un pretexto para reflexionar sobre lo abrumador de la modernidad que vivimos y la crisis de valores, a la que Abel contrapone el ejemplo sencillo de la vida en el campo, cuyas virtudes glosara el gran fray Luis.

    «Avanzada la primavera, salen las mujeres por los caminos hacia los sembrados. Caminan alegres. No es extraño que se peguen a ellas, si no hay escuela, los niños de la casa, que triscan, inquietos y juguetones, por los ribazos floridos y no se cansan de tirar piedras a los pájaros. Es el trabajo más llevadero del año, casi un recreo, una liberación del luto y del agobio oscuro de la casa. Cubren la cabeza con amplios pañuelos claros y llevan en la mano la azadilla o escardillo. Son las escardadoras. El sol de la mañana va ya alto y ha evaporado la aguada nocturna de los trigales. Con las últimas lluvias el campo es un tapiz y una sinfonía. Prevalecen las distintas gamas de verde, festoneado por la policromía de los ribazos, en los que las distintas flores azules y moradas combinan con el esplendor punzante de las ulagas, el amarillo radiante de los morrenglos, el botón dorado de las tomazas y el rojo pasión de las amapolas. Cantan las calandrias haciendo la torre sobre las esparcetas y los picogordos y verderones, en la rama más alta de los bizcobos y en los espinos de flor blanca; pasan volando parejas de pardillos camino del salegar, se hacen notar los chochines y trigueros, y no faltará en la vereda el vuelo corto de la uñalarga, buscando el refugio del orillo. Falta poco para que resuene el tortoleo de las codornices en celo y el “coreque” de la perdiz en el ulagar del cabezo. El aire perfumado está poblado de un rumor de insectos y el aleteo de cientos de mariposas.»

ABEL HERNÁNDEZ


Abel Hernández (Sarnago, Soria), escritor y periodista de dilatada y reconocida trayectoria en distintos medios, ha sido un destacado cronista de la Transición. Cursó estudios de Filosofía y Letras (Filosofía Pura y Filología Inglesa) y es licenciado en Ciencias de la Información y en Teología. Durante su carrera profesional ha dado clase en la Universidad y ha ocupado puestos relevantes en numerosos medios de comunicación: Jefe de Información Nacional de Informaciones, editorialista de Diario 16, adjunto al director y jefe de opinión de El Independiente, y columnista y director del Ya. Asimismo, fue muchos años redactor-jefe de Radio Nacional, donde creó y fue el primer director de distintos programas, entre ellos 24 Horas y Frontera. Por su labor en la radio obtuvo el Premio Ondas, el Premio Bravo y el Premio Nacional de Información. Es autor de varios ensayos de naturaleza política, entre otros, Crónica de la Cruz y de la Rosa, El Quinto Poder, Conversaciones sobre España, Fue posible la concordia (en colaboración con Adolfo Suárez), La España que quisimos o Suárez y el Rey, premio Espasa de Ensayo 2009. Es autor, asimismo, de tres obras literarias: Historias de la Alcarama (2008), finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León, galardón que obtuvo un año después con El caballo de cartón (2009), y Leyendas de la Alcarama (2011).

    «Donde hubo un árbol puede haber otros.

   Debemos preservar lo poco que queda de nuestros pueblos, proteger el paisaje que es nuestro patrimonio y quizá haya futuro para nuestro mundo rural.»

Abel Hernández

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Como decía , la noche de San Silvestre era costumbre inveterada en Sarnago echar los novios, que ésta era la expresión utilizada. No pasaba de ser un juego entretenido con una pizca de malicia. En el pueblo muchos hombres y mujeres se quedaban solteros. El juego era elemental: en una bolsa o talego se depositaban las papeletas con los nombres de todos los mozos del pueblo. Se mezclaban los muchachos que hacía pocos años que habían dejado la escuela para hacerse cargo del zurrón y el garrote de pastor, con los que habían vuelto de la mili y hasta con los cojitrancos aquejados de reúma, que cobraban ya el subsidio. Y lo mismo ocurría con el otro talego, que era de distinto color y guardaba las papeletas con los nombres de las mozas. Allí se juntaban todas, desde la nínfula con trenzas a la moza vieja, con moño y toquilla, que podía ser su abuela. La nieve helada solía cubrir las calles y el cierzo jugaba a las cuatro esquinas. A las doce de la noche, cuando San Silvestre salía a recorrer el cielo en silla gestatoria acompañado del rey enero y del poeta Rubén Darío cubierto con la capa azul de las constelaciones, se realizaba el sorteo en la fuente, si no era novche demasiado heladora, o, más frecuentemente, en el “cuartecillo”, bajo el Ayuntamiento, entre el nerviosismo y el jolgorio general. Los emparejamientos podían resultar acertados o estrafalarios y estos últimos daban pie a que las mozas cantaran:
¿Qué haces ahí mozo viejo
que no te casas?
¡Que te estás arrugando
como las pasas!
    (“Ahí “ no se pronunciaba nunca con acento en la í, sino que sonaba “ay”. Y en vez del termino “mozo viejo” solía utilizarse la variante jocosa de “pollo viejo”).
    Por un día todos los solteros del pueblo, hasta los que se apoyaban en la cachava y no tardarían mucho en criar malvas, estrenaban el año con novia, y al revés. Los novios debían hacer un pequeño obsequio a la novia de ocasión y bailar con ella al son de una guitarra. Esa era su dulce o embarazosa servidumbre. A veces el sorteo daba fruto y las parejas cuajaban y llegaban hasta el altar. Y eso daba pie al colorín, colorado…, comieron perdices y vivieron felices, etcétera. Era una forma como otra cualquiera de relacionarse. Ahora se busca novia o novio chateando en Internet, y la boda, si se realiza en el Juzgado, que es algo mucho más aburrido, dónde va a parar.»
[…]
    «Por el camino me he trasladado, como de costumbre, a mi infancia en Sarnago. El pan es el mejor reclamo de la memoria. Era el artículo de primera necesidad, la medida de todas las demás cosas. Lo peor que podía pasar en una casa de las Tierras Altas de la Alcarama es que faltara el pan. Allí el pan sólo se concebía redondo: una hogaza grande, olorosa y crujiente. El padre la apoyaba en el pecho a la hora de comer y partía con el cuchillo grandes rebanadas. Y si el padre había muerto, como en mi caso, se encargaba de partir el pan la madre o el abuelo. Era todo un rito. La abuela, que era muy escrupulosa, si caía al suelo un trozo de pan, lo recogía y lo besaba como si fuera pan bendito y no permitía que la hogaza se pusiera boca abajo. La hogaza era el fruto de los sudores y trabajos de todo el año. Romper la tierra, binar, abonar, rastrillar, sembrar, escardar, cosechar –siempre mirando al cielo por ver si venía la lluvia o asomaba una mala nube–, trillar, aventar, cerner, meter en el granero, llevar al molino, acarrear la támbara, amasar y cocer en el horno. La hornada debía servir para toda la semana.»

FUENTES

“La dehesa iluminada”, de Alejandro López Andrada

La dehesa iluminada es una novela del escritor cordobés Alejandro López Andrada. El libro que inauguró el llamado ruralismo mágico ha vuelto a ser reeditado por la editorial Benerice cuando se cumplen tres décadas de su primera publicación. En esta bella novela encontramos ecos de un mundo en vías de extinción, donde la naturaleza todavía muestra toda su riqueza y en la que los hombres y mujeres que la pueblan se resisten a abandonarla.

Luis, el protagonista de la historia, es un periodista que vive en Madrid y vuelve al pueblo donde nació para asistir al entierro de su padre. Su intención es regresar cuanto antes a la capital, pero una serie de acontecimientos le retienen en su antiguo pueblo y terminará por trasladarse a vivir en la vieja casa que heredó de sus abuelos, situada en plena dehesa.

   «No sé a cuento de qué me acudió esta mañana a las sienes este melancólico enjambre de recuerdos. Lo cierto es que desde la otra noche, después de visitar la majada y el chozo derruido de Nicasio, no he dejado de recordar la dehesa: aquel sereno paisaje tan ligado a mi niñez. Pienso, muchas veces al día, que debo volver allí, a residir en la vieja casa que heredé de mis abuelos. Cuando regresé de Madrid –hace ahora casi tres meses– lo hice con la intención de pasar, tras del entierro de mi padre, unos días en aquel mágico lugar. Sin embargo, llevo todo este tiempo viviendo en la antigua casa de mis padres, junto a mi hermano y su familia; en la casa que les correspondió en herencia. Quizá me haga falta algo de ánimo o de valor para decidirme a fijar mi residencia en la dehesa. Desde el fatal accidente que sufrí junto a Celia, ando profundamente deprimido. De todos modos, el día menos pensado tomo mi breve equipaje y traslado mi vivir a la vieja finca de mis abuelos, situada en el centro de la dehesa iluminada.»

La dehesa iluminada fue la primera novela de Alejandro López Andrada. Un libro que, como reconoce su propio autor, impregnó buena parte de su producción literaria posterior. Se trata de una novela muy íntima, puramente visual y que está muy influida por la narrativa del maestro Miguel Delibes. Está escrita como un diario íntimo que abarca un año completo siguiendo el ciclo de las cuatro estaciones.

En ella encontramos una fusión entre lo natural y lo sobrenatural, lo que dota a la narración de cierto halo mágico en algunos momentos.

López Andrada nos habla del fenómeno de la despoblación y del abandono del campo, de lo que hoy se conoce como la España vacía o vaciada, en una época que nadie escribía sobre ello.

En la nota que aparece en esta edición de la novela, Joaquín Pérez Azaústre escribe lo siguiente: «La dehesa iluminada es la novela que reivindicó el universo rural cuando no estaba de moda. El protagonista es un periodista enamorado de la naturaleza y el paisaje de su tierra natal que, a través de un diario, va reflejando sus vivencias cotidianas, conviviendo con seres entrañables y humildes, como el campesino Gabriel Manjaca, o Abundio, el pastor. La dehesa iluminada también incide en la despoblación y emigración de los vecinos de Veredas Blancas, pueblo imaginario, pero cierto, a las grandes ciudades. Todo esto se une a una prosa narrativa que no renuncia a la sustancia lírica de los sueños, esa vida abolida que es recuperada, en la novela, para el paisaje de la realidad, con una íntima, delicada y hermosa rememoración romántica. Hablamos de un relato rural, ecologista y emotivo, aunque a veces sorprenda la aparición de fenómenos paranormales y mágicos, propios de un microcosmos rural y campesino donde se mezclan los muertos con los vivos, lo real y lo sobrenatural, una atmósfera que el autor conoce bien porque la sintió muy próxima en su niñez, que es cuando se imanta de su identidad.»

     «Posado sobre la rama de un espino, a unos pasos del caserón derruido que hace unas décadas fue concurrida taberna de mineros, he observado esta tarde, mientras paseaba, un alcaudón real. El pajarillo alzó el vuelo apenas me vio asomar entre los escombros florecidos de la casa. Después, acercándome al esquelético arbusto, tropecé con el cuerpo desventrado y violeta de una pequeña lagartija que, unos segundos antes, anduvo devorando el arisco alcaudón.

    Instantáneamente, nada más contemplar la cruda escena, me acudió a la memoria la imagen desvaída de tía Eloísa. Ella siempre decía —yo era entonces muy niño— que detenerse a contemplar un alcaudón desgarrando su presa, ensartada en un espino, preludiaba alguna desgracia familiar.»

SINOPSIS

Se cumplen tres décadas de la novela que inauguró el ruralismo mágico. Mucho antes de «la España vaciada» y de que el medio rural se convirtiera en el eje de ensayos y narraciones de éxito, La dehesa iluminada mostraba ya un mundo en franco declive y, al mismo tiempo, repleto de bellos matices y fulgores. López Andrada retoma su formidable obra, fuente de inspiración para infinidad de autores posteriores, y la revisa en una edición que cuenta con un sabroso texto de Joaquín Pérez Azaústre y con la que Berenice celebra el aniversario de su publicación.

    «Ayer estalló la primavera en la dehesa. Lo hizo de un modo majestuoso y suave: se encendieron de tonalidades violeta los espliegos y las primeras margaritas tapizaron de amarillo los flancos del ferrocarril abandonado.

   Escuché esta mañana el primer canto de las abubillas. Gabriel acudió y se pasó media jornada dibujando escenas campestres. Bolillo anda como loco: no ha dejado de retozar en todo el día. Pasó la tarde revolcándose traviesamente sobre la hierba, corriendo detrás de las mariposas, persiguiendo, jadeante y nervioso, el sedante vuelo de las cogujadas.»

El regreso de un periodista a sus raíces y las tensas relaciones con su hermano marcan el inicio de esta novela donde confluyen las emociones más dispares. El protagonista, hastiado de la ciudad, elige la casa derruida de su abuelo, en el encinar, para vivir una hermosa historia de pasión por la tierra. Alejandro López Andrada, uno de los escritores más puros de nuestras letras, dibuja mediante su prosa exquisita el paisaje, los objetos y seres humildes que lo habitan —carboneros, pastores— con una intensidad que conmueve.

    «La dehesa iluminada constituye la piedra angular de una de las obras más importantes y personales de la literatura española actual». Julio Llamazares

   «Aquí están las raíces de lo mejor de la obra futura de López Andrada: el don de una voz emocionada y una fidelidad al humanismo de y en la naturaleza». Antonio Colinas

    «Todo es muy de verdad, y una especie de bondadosa compasión telúrica que comulga con los seres y las cosas lo empapa todo». Pere Gimferrer.

ALEJANDRO LÓPEZ ANDRADA

Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) comenzó a escribir muy joven y hasta la fecha ha publicado poemarios como El Valle de los Tristes (1985), La tumba del arco iris (1994), Los pájaros del frío (2000), La tierra en sombra (2008) y Las voces derrotadas (2011), y recibido premios como el Nacional San Juan de la Cruz, Iberoamericano Rafael Alberti, José Hierro, el Andalucía de la Crítica, el Fray Luis de León y el Ciudad de Córdoba Ricardo Molina , entre otros. Ha escrito asimismo poesía infantil, tres ensayos sobre la desaparición del mundo rural (El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo) y once novelas, una de las cuales, El libro de las aguas , fue adaptada al cine por Antonio Giménez-Rico. Tras El jardín vertical (2015) y Entre zarzas y asfalto (Berenice, 2016), resulta ganador del Premio Jaén de Novela, uno de los más prestigiosos del país, gracias a Los perros de la eternidad. Hijo Predilecto de su localidad natal, en 2007 se dio su nombre a una plaza de la misma («Plaza de Alejandro López Andrada»). En ella se encuentra la casa donde nació.

OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO

    «Después, estuve conversando con Abundio y comencé a sentirme algo más animado. Él es, ahora, la única persona con la que puedo dialogar en estos solitarios campos de la dehesa. Él es mi única compañía. Bueno…, también me acompañan los pájaros: los mirlos y los alcaravanes, los arrendajos y las alondras, los chotacabras y los lúganos, las azules y altísimas totovías. Sí, hace mucho que aprendí el lenguaje de las aves, su código comunicativo. Los pájaros tienen sentimientos como las personas: lloran y aman, sufren y sonríen; tienen momentos de recogimiento y otros, muy contrarios, de alboroto. Hay pájaros melancólicos como el petirrojo, alegres como la golondrina, románticos como el ruiseñor, presumidos y altivos como la oropéndola. Siempre pensé que los pájaros tienen alma. Desde pequeño aprendí a dialogar con ellos. Me enseñaron numerosos secretos que yo desconocía. Nunca me encuentro solo entre los pájaros. Oigo atento sus cantos y aprendo a descodificar sus mensajes. Río y lloro con ellos. Agradezco su amable compañía.» 

“Quercus: en la raya del infinito”, de Rafael Cabanillas Saldaña

    «Dicen que la esperanza es la máquina que mueve el mundo. Una especie de máquina de vapor que hace que las cosas sigan funcionado. Si se pierde la esperanza, la tierra se paraliza.»

Quercus: en la raya del infinito es la última novela del escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña, publicada en julio de 2019. El libro se agotó en los primeros meses de la pandemia, por lo que ha vuelto a reeditarse en un cuidado formato a lo largo de este 2020, algo más de un año después de su primera llegada a las librerías. La novela, que está cosechando excelentes críticas, ha llegado a compararse con Intemperie de Jesús Carrasco e incluso con Los santos inocentes, de Miguel Delibes, entre otros grandes libros. Como nota curiosa, el autor ha omitido los puntos y aparte en esta obra como un homenaje a Los santos inocentes, que el maestro Delibes escribió sólo con comas.

Quercus es una novela sobre la naturaleza y la tierra, la auténtica protagonista de la historia, que trata de desentrañar los orígenes de la llamada España vacía o vaciada. Un problema que se ha puesto de moda recientemente pero que viene de lejos. La trama de la misma se inicia en la etapa final de la guerra civil española. Abel es un joven que ha presenciado unos hechos terribles ocurridos a su familia y que, preso del horror, emprende una huida desesperada atravesando la provincia de Badajoz, de oeste a este, siguiendo el curso del Guadiana, para refugiarse en una cueva situada en los Montes de Toledo, en una zona entre las provincias castellano-manchegas de Toledo y Ciudad Real.

    «Cuentan en secreto que Abel nieto llegó río arriba huyendo de la guerra. De las represalias de la guerra. Vadeando el agua somera y el profundo miedo, desde cerca de la desembocadura del mar, conducido por el instinto animal que lo llevaba al norte imantado de las sierras. Remontando unos cientos de kilómetros, siguiendo la brújula de la fuga del horror y el odio. Llegó siendo un muchacho, con lo puesto. Salvo un hatillo en forma de zurrón con cuatro achiperres: una navaja, un mechero de yesca, una cantimplora, un cazo, un juego de agujas, alambres, tijera y leznas metidos en una cajita de latón, unas cuerdas, un abrigo raído y una manta vieja. En el hato, envuelto y atado cuidadosamente en una tela de arpillera, traía también un rollo de papeles, recortes de periódico y hojas manuscritas. Un mozalbete de tez clara, espigado y fibroso, que rondaría los dieciséis años. Y que no se dejó ver en un largo tiempo, demasiado tiempo, escondiéndose en una cueva del monte, por la desconfianza y el desasosiego que traía cosido a sus espaldas. Allá en lo más alto. Sin luz ni fuego que lo delataran. Igual que una alimaña.» 

Después de pasar cinco largos años conviviendo con los animales, baja de las montañas y se integra en la vida de una aldea cercana en los terribles años de la posguerra, los famosos “años del hambre”. Allí tratará de sobreponerse a la miseria y a la injusticia reinantes gracias a las habilidades adquiridas durante su vida en la sierra observando el campo y las bestias.

Cabanillas Saldaña no ha tenido que inventarse casi nada para escribir esta historia. Se ha limitado a verter en su novela buena parte de las experiencias y saberes acumulados a lo largo de los años. Y reconoce que no habría podido escribirla antes. «He tenido que esperar a mi etapa más madura porque ha sido a través de vivir muchas experiencias, de conocer a mucha gente de la sierra, de patearme muchos kilómetros por los Montes de Toledo, Andalucía, Extremadura, para captar el alma, y el alma está ahí. En todas las historias que me han contado los aldeanos, la gente de la sierra, para luego juntarlos, macerarlos bien y que saliera esta novela», ha afirmado recientemente.

El escritor castellano-manchego, por tanto, sabe bien de lo que escribe, lo que agradecerá el lector. Demuestra que ha vivido y recorrido los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia, y que conoce muy bien la flora y la fauna de esa zona. En su libro recoge un buen puñado de testimonios y de historias rurales sobre aquellos años terribles de hambre y de miseria y describe, con todo lujo de detalles, una serie de actividades tradicionales, como la saca de la corcha, el carboneo o la caza furtiva, entre otras. Y lo hace empleando un lenguaje muy rico, utilizando a veces términos propios de la zona. Al final del libro encontramos un glosario que puede sernos de gran utilidad.

El resultado de todo lo anterior es una extraordinaria novela, que recomiendo leer sin prisas, paladeándola, para disfrutar mejor de su lectura. Una novela que a su autor le gustaría que fuera un poco la historia de los Montes de Toledo, esa sierra que agrupa parte de Ciudad Real, Toledo y de Extremadura, una parte del suroeste de la Península que tiene una tipología similar. Esperamos que lo consiga.

    «Quercus. En la raya del infinito aúna lo mejor de tres escritores bien conocidos: Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Cela, y Los Santos Inocentes, de Miguel Delibes. Los tres supieron trazar un retrato terrible de la España rural, de la vida en una sociedad casi estamental de grandes propietarios y gentes humildes embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Sobre ese entorno envilecido sobrevuela la figura de caciques como don Casto, el señorito de la obra de Rafael Cabanillas, que lo hace como don Luis Jarrapellejos: ”con la siniestra sombra de un murciélago brutal, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero».

Manuel Peinado Lorca

EMPEZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Una novela coral de múltiples voces, en la que el lector siente los olores del monte, el sabor del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes

Quercus un libro para sentir. Para sobrecogerse al sonido encadenado de las palabras y llorar de rabia, de ternura, de pasión. Para viajar a las entrañas de la sierra y al corazón de los hombres. Para abrasarse o temblar de frío con sus emociones. Páginas que aletean como mariposas en tu vientre, acariciando tu alma, zarandeando las conciencias. Un libro de letra viva que se escapa de los márgenes para convertirse en la voz de los que viven en silencio.

Nada ocurre por azar. El fenómeno de la despoblación de la “España vacía o vaciada”, tiene unos orígenes y unas causas. Igual que las enfermedades. Y eso, precisamente, es lo que intenta desentrañar esta impresionante novela. Centrándose, concretamente, en la España latifundista. En este caso, parece que el progreso y la modernización del mundo rural eran contraproducentes para los intereses de algunos.

El joven Abel huye del horror de la Guerra Civil para refugiarse en una cueva. En ella pasará unos años poniendo a prueba su resistencia para sobrevivir a la soledad y a las desdichas. Para conseguirlo, debe hermanarse con el bosque y con los animales que lo pueblan hasta convertirse en uno de ellos. Cuando al fin desciende del monte al pueblo, inicia una nueva vida. Complicada, pues el abandono, el hambre y la injusticia son los enemigos de estas tierras. Una especie de Comala, aislada de la civilización, cuya identidad se va conformando con las historias y sucesos de los aldeanos. Convirtiendo sus relatos en una novela coral de múltiples voces, con las que sentirás los olores del monte, el sabor astringente del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes en tu propia boca y en tu piel.

¿Conseguirá Abel, destinatario de una especie de fatum desde que llegó a esa cueva, revertir el abandono y la miseria de esa tierra?

Una extraordinaria fuerza narrativa se apodera del lector en este relato de las condiciones de vida de las gentes de los montes, en una España que comenzó a vaciarse al tiempo de una posguerra cruel. No había entonces más que la caza natural y el aprovechamiento de otros pocos frutos de la sierra. Necesidad al límite.

    «El Collado de la Milana juntaba un total de trescientos veinte alcornoques. Gordos, retorcidos y viejos. Muy viejos. Por lo que no extrañaba que Paula la Verraca pensara que los había plantado el mismo Dios en los albores de la Creación. En dos semanas, el bosque gris de alcornoques, gracias a las manos expertas de los corcheros que desprendían su corteza, se convertiría en un bosque naranja. El color anaranjado más bello, recóndito y oculto que pueda imaginarse. Así quedaban los troncos, desnudos, mostrando sin querer sus entrañas de sangre anaranjada. Sorprendidos en su intimidad, en su silencio añoso. Impúdicos, obscenos a la fuerza. Violentados, descerrajados por los cuatro costados, quebrantados en su dignidad de árboles viejos. Bello naranja de sangre, bello naranja de cuerpos mancillados por las hachas.»

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, tras lo cual se desplazó hasta París para continuar sus estudios, y a Suiza donde trabajó como profesor varios años. Además, realizó un máster de Educación para Adultos a través de la UNED. Incansable viajero con más de 50 países recorridos y experto en el África Occidental, en la actualidad es profesor de Lengua en el Instituto Hernán Pérez del Pulgar de Ciudad Real, labor que ha compaginado con una prolífica actividad como ponente y conferenciante en distintas universidades y congresos de todo el mundo: De Japón a Argentina, de China a Angola. Ha sido colaborador de National Geographic así como de distintos gobiernos y ONGs, y ha dedicado también parte de su carrera a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Por ejemplo, como responsable regional de la celebración en Castilla La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.

Cabanillas Saldaña cuenta con una amplia producción literaria desarrollada a lo largo de su carrera que le ha valido premios y reconocimientos de toda índole. En el ámbito editorial es autor de más de una decena de obras, con novelas como El secreto de Elvira MadiganAl llegar el inviernoEl llanto de la Clepsidra o MirtilloBlu, como algunas de las más destacadas. Su conocimiento sobre África le ha permitido también publicar libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de Baobab, este último prologado por Javier Reverte. Su producción ha alcanzado también el género de los cuentos infantiles, fórmulas hibridas entre literatura y exposición, o centenares de artículos periodísticos.

Sin embargo, Quercus es con toda seguridad su obra de mayor éxito como atestigua la gran acogida entre la crítica especializada y el público. Publicada en 2019, la novela trata el fenómeno de la España vaciada y los pueblos de interior, a través de la figura de un joven que, tras la guerra civil, debe sobrevivir a su soledad y sus desdichas, intentando revertir la injusticia de esas tierras.

La fotografía es otro de los campos donde Cabanillas Saldaña ha destacado por su trabajo, con exposiciones itinerantes acerca del continente africano o de la figura de la mujer. También ha realizado trabajos en el campo audiovisual como el documental Cine para África, estrenado en Madrid en el 2015, del que es director y guionista.

La carrera del autor le ha valido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla la Mancha, entre otros muchos. Quercus ha sido elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «El tío Antonio, sentado en un tajo de corcha, pegado a la lumbre, inflaba y desinflaba el fuelle del aparato de donde salían los acordes de un himno militar. Después vinieron jotas y pasodobles, y el alcalde, al que se le notaba en la voz que había bebido, tomó la palabra: –Hemos echado la cuenta y cada vecino toca a una patata y, por supuesto, a un trago de vino. Jeremías os la va a entregar en aquella mesa y que cada cual se ocupe de la suya. Si la pierde entre las brasas, que luego no venga reclamando. Que cada uno se ocupe de sus brasas y de su patata. Si os quedáis con hambre, ahí tenéis un saco de nabos, también a uno por cabeza. Puede que un poco resecos, pero tostados en el rescoldo son una delicia. Y callaos ya, si no queréis que me lie a zurriagazos–. Por lo que la música enmudeció, mientras la gente se puso en fila –los primeros todos aquellos niños harapientos que había visto en las chozas–, para recoger su patata y echar el trago de vino de un pellejo que Jeremías iba repartiendo en un único y diminuto cacillo. Fueran viejos o chavales, todos tiraban del pellejo.» 
            […]
     «El delirio y la tragedia van envueltos en esa luz de otoño, no en la oscuridad de la vigilia. Esa luz que deja de golpe de ser bella. Es traicionera, mentirosa, falsificadora de primaveras. No trae mutismo de pájaros, ni silencios, ni desahucios de alas. Sino gritos desesperados; que están las aves carroñeras, los buitres, las grajas negras graznando. Invocando las muertes de luto. Suplicando a las plañideras negras que acudan desde todos los rincones de la sierra. Que vengan las locas y las suicidas de los pozos, las madres con vientres secos, las que paren pero dejan ahorcarse a sus hijos, las vírgenes que manosearon los señores, las viudas de hombres y sueños. Por favor, que acudan al auxilio las viejas prematuras a las que caparon las esperanzas y los deseos. Que comparezcan veloces al aquelarre del llanto. Ya no hay rechinar de dientes, porque son todo colmillos. Lenguas como navajas invocando la sangre. Que ya no hay mordazas tampoco, que se las arrancaron como se arrancan las uñas para llorar de espanto. Ni potros maniatados a la madrugada, que galopan por la sierra dando relinchos de pena y llanto.» 

 

“Las cosas del campo”, de Antonio Muñoz Rojas

Las cosas del campo es un hermoso libro del poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas, constituido por un buen puñado de textos breves y que está considerado como una de las más altas cumbres del poema en prosa del siglo XX.

Estos textos fueron elaborados por el poeta malagueño entre marzo de 1946 y mayo 1947 en su finca antequerana de la Casería del Conde. El propio autor ha reconocido que nacieron como una especie de apuntes campesinos, que podrían haber servido para textos más extensos, escritos sin la intención de publicarlos. Siguen un orden vagamente cronológico y estacional, y abarcan un ciclo campesino completo.

Las cosas del campo se publicó por primera vez en 1951, con una tirada de 200 ejemplares. Posteriormente se lanzarían varias ediciones corregidas y aumentadas. En 2015, la editorial Renacimiento publicó la primera edición crítica de la obra, con estudio de juan Luis Hernández Mirón y prólogo del escritor extremeño Luis Landero.

El libro está escrito con una enorme sensibilidad y con la misma sencillez con la que realizan sus faenas las gentes del campo y se suceden las estaciones.

Tierra eterna

    Sola y eterna, tierra de arados, de sementeras y de olivar, mil veces regada con sudores de hombres, con cuidados, con maldiciones, con desesperaciones de hombres, hermosura diaria, espejo y descanso nuestro.

    Nunca cansas, siempre lista, inscrita una y otra vez por hierros y por huellas, volcada por rejas al sol y a la lluvia, a todo tempero, siempre con la dádiva conforme al trabajo, medida a nuestros huesos.

    ¡Ay de los que te olvidaren, de los que en su piel y en sus ojos pierdan tu recuerdo, de los que no se refresquen contigo, de los que te pierdan de alma!

De esta especie de estampas campesinas se desprende un profundo amor por la tierra y por unas formas de vida en vías de extinción, que él conocía de primera mano. Ya en la Advertencia que el autor escribió para la edición de Ínsula, publicada en 1976, señalaba: «Algunas de estas “cosas” no existen. Algunos de los personajes de que aquí se escribe, no sólo han desaparecido, sino que ni sus oficios ni sus quehaceres se saben ya […]

Hay muchos cortijos abandonados cayéndose. El campo se ha quedado más solo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los yerbicidas implacables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigos comunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura se acoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremecidos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando y anidan en olivos apartados o techos de cortijos en abandono.

Pero el campo saca incansables bellezas escondidas y acumuladas, las renueva y ofrece sin tasa a los ojos y al alma de quienes quieren gozarlas. Advierte con su descansado silencio que sólo volviendo a él encontrarán los hombres lo mejor de ellos mismos.»

Las cosas del campo me ha parecido un libro magnífico, que constituye un hermoso y sentido homenaje a un mundo hoy desaparecido. Para disfrutar de él, leyéndolo despacio. Muy recomendable.

SINOPSIS

Las cosas del campo (1951) es, sin exageración posible, una de las más altas cumbres del poema en prosa español del siglo XX, junto con Platero y yo (1914), de Juan Ramón Jiménez y Ocnos (1942), de Luis Cernuda. José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009), su autor, fue un destacado poeta de la llamada generación del 36. Uno de sus últimos poemarios, Objetos perdidos (1997) recibió el Premio Nacional de Poesía. Juan Luis Hernández Mirón es el autor de la presente edición crítica y de las glosas que la acompañan. El libro cuenta también con un prólogo del novelista Luis Landero.

Hombres del campo

    Hombres del campo, hechos al polvo y a la pena, con la copla sin alegría, pardos, contra el suelo, surco va, surco viene, ya al arado, ya a la hoz o al azadón uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, en el olvido y en la desesperanza.

    Se vive como se puede, malamente; se mantiene malamente la esperanza, nadie sabe por qué.

    Os sospecháis siempre cerca de la tierra, apenas os saca de ella una hora en que el mundo se dora, el aire se hace ingrávido, la noche alegre y amáis. Luego os ata la carga del amor, se os arruga la cara, se os hace pesado el andar, duras las manos, torcida la sonrisa. No hay nada que esperar.

    Al frío seguirá el calor, al relente de la noche la chicharrera del mediodía.

    Y en vuestros pueblos, sobre un costerón tapiado de blanco, el lugar seguro y pobre donde la tierra que os persigue, os hará suyos para siempre.

Sé algo de la tierra y sus gentes. Conozco aquélla en su ternura y en su dureza, he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermosura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo lento. Todo el campo vuela pausadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una encina huérfana canta una historia. Las encinas solitarias son los dientes que le quedan al campo para mascullar una historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la primavera […]

Yo me estremezco andando estas realengas, cruzando estas lindes, asomándome a estas herrizas. Me siento extrañamente eterno. Me hundo en el campo y gusto en mi espíritu tanta amargura suelta, tanta dulzura recogida en estos anuales surcos y sementeras. Año tras año, sol a sol, surco a surco, se va el hombre atando a la tierra, enterrándose en ella. Andamos sobre sus sudores, sobre sus ilusiones y sobre sus huesos. Por eso tiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedo de no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, no acabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Pero la tierra la seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes. Algún matutero a deshora por la veredilla, algún extraviado entre los olivos, algunos amantes que busquen la complicidad de la noche y la dureza de la tierra para darle lo suyo al amor. ¡Oh canción tan inútil y tan necesaria como esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas!

Casería del Conde, 1946

Del prólogo de la primera edición, J. A. Muñoz Rojas

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS

José Antonio Muñoz Rojas antequerano y «cosmopolita de pueblo» decía de sí, vivió para la poesía y en la poesía. Procede del mismo litoral poético donde se ha fraguado una honda poesía española que lo inserta en la corriente literaria hispano-arábiga y lo hermana con los sevillanos Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Antonio Aparicio; el moguereño Juan Ramón Jiménez; el granadino Federico García Lorca; el gaditano Rafael Alberti; los malagueños Salvador Rueda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José María Hinojosa y José Moreno Villa; el cordobés Ricardo Molina, etc. El poeta aumenta con su obra la gloria de las letras andaluzas e hispánicas; en línea de continuidad con la Escuela Antequerana del Siglo de Oro y con la Escuela de Poetas Románticos del XIX se suma a la nómina de Hijos Ilustres de Antequera.

Su primer libro, Versos de retorno, es de 1929. Lector en la Universidad de Cambridge durante algún tiempo y gran conocedor de la lírica inglesa, ha traducido al castellano obras de John Donne, Richard Crashaw, William Wordsworth, Gerald Manley Hopkins, Francis Thompson y Thomas Stearns Eliot.

Dentro de su obra poética cabe destacar Cantos a Rosa (1954, edición aumentada, 1999), Objetos perdidos (1997, Premio Nacional de Poesía 1998) y Entre otros olvidos (2001).
De Las cosas del campo, su mejor libro en prosa, del que ya se han hecho varias ediciones en España, dijo Amado Alonso en carta dirigida al autor: «Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre».

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

Las puertas del campo
      «¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por tus rincones ocultos y tus abiertas extensiones, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la mantilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
    Eres un río de hermosura pasando, sonando, ajustándote a la noche, al día, a la estación. Por ti siento pasos antiguos, correr sangre de esta misma de mis venas. Todos somos como tú, algo que ni empieza ni acaba, como la hermosura o estos olivares cuyo fin nunca alcanzan mis ojos.
    Y esperamos. A veces es algo áspero este roce del corazón. Todo por fuera está inmutable y algo por dentro roza. ¿Qué será? Un gran aletazo del amor nos sacará a su luz. Quedará todo limpio. Allá en nuestro rinconcillo, el amor sigue. Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero, ¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?»
           […]

Cuando florecen las encinas
     «Cuando florecen las encinas, decía, hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Pasa como cuando llora un hombre fuerte y maduro, cuando viene un estremecimiento a colmar una plenitud. Hay en ello algo humano, «sazón de todo». Igual con las encinas. Con las jóvenes y las viejas, que todas florecen. La hoja del chaparro es áspera, crujiente, graciosamente rizada en el contorno, verde el oscuro haz y gris el envés. El tronco áspero y duro se diría insensible. Se diría insensible el árbol entero, apenas conmovido por lluvia o viento, sol o hielo, un contemplativo, con mucho cilicio y poco halago. Y de pronto hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, aquella ascesis, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y toda la melancolía del sauce.
     Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas, que casi componen una figura patética en el paisaje, y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso.
    Luego, quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.»

 

“San, el libro de los milagros”, de Manuel Astur

    «Todo está ocurriendo en este momento y es igual de importante, lo único que varía es quién y por qué lo cuenta. Todo es un milagro.»

San, el libro de los milagros es una muy buena novela del asturiano Manuel Astur. Una especie de drama rural de la llamada España vacía.

El protagonista de la historia es Marcelino, más conocido por Lino, un personaje solitario y de enorme inocencia, «tonto, para adentro», y que nunca se ha querido mezclar con los demás. Vive a las afueras de San Antolín, un pueblecito asturiano enclavado en la reserva natural del Neva. Allí es feliz a su modo, cuidando del huerto, de los praos y de sus vacas. Pero un día recibe la visita de su hermano, que amenaza con echarlo de la hacienda familiar y poner fin a su forma de vida. Lino mata casi sin querer a su hermano, emprende la huida y se refugia en unos parajes que conoce muy bien.

    «Cuando crece una mala hierba en el huerto, la arrancas. Cuando tienes más gallinas de las necesarias, le rompes el cuello a alguna y la echas al puchero. Cuando a tu perra la monta algún perro y tiene una camada de chuchos, escoges al mejor, y el resto los metes en un saco de patatas con unas piedras y lo tiras al río. Cuando un manzano ya no da manzanas, lo talas y lo troceas para para leña. Cuando la hierba del prado está muy alta, la siegas, la recoges y la guardas en el pajar. Cuando un trajeado viene y te enseña unos papeles y te dice que sé qué cosas de hipotecas y pretende quitarte el huerto, las gallinas, la perra,los manzanos y los prados, te defiendes. Aunque ese trajeado sea tu hermano. Luego te pueden llamar revolucionario y dedicarte noticias en la tele y los periódicos y decir no sé qué cosas del pueblo oprimido o del último guerrillero, pero la realidad es más simple, siempre es más simple. »

La novela da saltos en el tiempo y nos traslada a la infancia del protagonista, una infancia marcada por los abusos y por el maltrato de su padre, alcohólico y «un mal bicho y burro como él solo».

Manuel Astur introduce en la historia elementos alegóricos y mágicos, en buena medida provenientes de la tradición oral, que se mezclan con recuerdos y vivencias del propio autor. El resultado es una magnífica novela, con un toque de realismo mágico, o folclórico como prefiere llamarlo su autor, que está muy bien escrita y que se lee de un tirón. De lo mejor que he leído últimamente. Muy recomendable.

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

    «Hay un instante en los serenos ocasos de verano en que cualquiera diría que los objetos brillan, como si devolvieran parte de la generosa luz que recibieron a lo largo del día. Era entonces cuando Marcelino dejaba lo que estuviera haciendo, se incorporaba, se pasaba el dorso de la mano por la frente y contemplaba el valle a sus pies. Todo relucía y resonaba como una campana de luz dorada. También aquel ocaso de julio Marcelino se detuvo y contempló. La casa, el hórreo, el carro, todo resplandecía recortado contra el cielo azul profundo donde el primer lucero comenzaba a anunciar la nueva era. Todo menos la gran mancha de sangre en el serrín y el cuerpo de su hermano. Pero lo cierto es que no había querido hacerle daño».

Esta bella y sorprendente novela es como un espejo donde nos reflejamos todos. El lector, sea de ciudad o de campo, puede asomarse a un mundo mítico, en el que la Historia es solo otra fábula que se cuenta junto al fuego, y limpiar en ella su mirada hasta dejarla tan clara como la de su protagonista.

    «Manuel Astur combina la libertad imaginativa y el vanguardismo en la forma con la creatividad verbal. Su prosa es fluida y dúctil, y el gusto por la palabra le lleva a encadenar en un párrafo aislado medio centenar de verbos. Todo ello sirve a una libérrima observación de la naturaleza humana en clave de parábola. Esta novela literaria tiene el sello de una resuelta originalidad y es obra de alto mérito».

Santos Sanz Villanueva, El Cultural

MANUEL ASTUR

Manuel Astur González (Grado, Asturias, 1980) es un escritor, poeta, periodista y productor musical español. Es profesor y coordinador de estudios en la Escuela de Letras de Gijón. Es autor del poemario Y encima es mi cumpleaños (2013), de las novelas Quince días para acabar con el mundo (2014) San: el libro de los milagros (2020), y del ensayo emocional Seré un anciano hermoso en un gran país (2016). Ha publicado relatos en varias antologías, entre las que destacan Mi madre es un pez (2011), Nómadas (2013) y  Drogadictos (2017). Editó la revista cultural ARTO! de Madriz y colabora con artículos, reseñas y columnas en las revistas Tiempo, Quimera BCN Mes, en el diario asturiano El Comercio en medios digitales como Revista de LetrasMicrorevista, El Confidencial CTXT. Es uno de los fundadores del movimiento artístico Nuevo Drama y su obra también se ha encuadrado en la corriente neorrualista de la literatura española. En 2017 la Unión Europea, a través del proyecto Literary Europe Live, y la asociación de festivales europeos de literatura Literature Across Frontiers lo eligieron como una de las 10 nuevas voces (New Voices from Europe 2017) más interesantes del continente y único representante español.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

     «Somos las primeras palabras. Somos los que fuimos y los recién llegados. Somos la fiesta y la jornada de trabajo y somos el aburrimiento. Somos el que os quema y somos el que os apaga. Somos el que os despierta por la mañana y el que os derrumba en la cama al llegar la noche. Por supuesto, también somos el que os quita el sueño. Somos el Enemigo y el único consuelo. Casi nada. Un puñado de palabras, las últimas palabras.
     Estuvimos a punto de callar. Primero, lo dejamos para más adelante. Más adelante, lo postpusimos para después. Pero nunca llegaba el momento. Por fin, nos dijimos: no, este momento es el momento porque es todos los momentos. Tenemos la voz y tenemos el tiempo.
     Tenemos todo el tiempo.»
                […]
     «Todos los veranos Sofía echa a caminar y no para hasta que llega a su pueblo. Parece increíble, pues su espalda está tan torcida que cuando camina da la impresión de estar labrando. Pero cualquiera de los senderistas que de cuando en cuando llegan a San Andrés del Monte pueden atestiguarlo. El cementerio está en ruinas. Un ala de nichos hace tiempo que se derrumbó, dejando al descubierto los cuadrados como un panal gigante abandonado. Primero el musgo y después, encima de él, la hierba han borrado las tumbas. Todas las lápidas son hojas con la tinta desvaída donde ya no se puede leer ninguna historia. Los dos ángeles de piedra, que custodian espada en mano la absurda vanidad del panteón del que fue dueño de la casa indiana, carecen de nariz, y el carbón de los años ha convertido sus ojos en fosas de calavera. Desde lejos es ya casi indistinguible y parece estar a punto de ahogarse en la naturaleza entre burbujas de distinta tonalidad de verde. Salvo tres tumbas, que relucen blancas y gastadas. Las dos de sus padres y una más pequeña: un montón de tierra con una piedra encima y una cruz blanca de madera. Esta última es la tumba de su primer hijo, un bebé al que sesenta años después todavía llora cuando la fiebre o el alcohol la ponen triste. Y lo mismo con la que fue su casa. Pequeña, pobre, helada, pero con las ventanas intactas, el tejado entero, la maleza a raya, el felpudito, como un perro anciano y fiel, frente a la puerta.
     Qué sentirá cuando llega tan sola a los escenarios derruidos de su memoria. Qué fantasmas saludará a la entrada del pueblo y quién la recibirá con los brazos abiertos. Qué pensará al oscurecer, sentada en una sillita frente a su casa, con una vela a su lado y millones de sombras creciendo a su alrededor. Tal vez pueda verlo todo tal cual era. Quizá donde vosotros veis una plazoleta llena de arbustos, con un bebedero de piedra donde ya sólo mata la sed algún asturcón salvaje, rodeada por tres de los cuatro lados de casas huecas, ella vea a los mozos tomando un chato de vino, en un banco corrido frente al bar, después del trabajo, bromeando y piropeando a las chavalas:
     —¡Qué guapa estás, Sofía!
     Puede que los niños jueguen y den gritos de alegría. El maravilloso encuentro del cencerro de las vacas de vuelta a la cuadra y las campanas de la pequeña iglesia que resuenan por todo el valle. Los grillos y las ranas en el río y el cuco y los perros que ladran porque tienen miedo de que el día acabe y ya no vuelva. Los gritos y los golpes secos de los hombres que juegan al dominó al otro lado del teatro de marionetas que son los recuadros amarillos de las ventanas del bar, donde las sombras de sus cabezas, proyectadas en la pared por el candil, parecen querer escapar. Las conversaciones de las mujeres, repasando la novela cotidiana a la puerta de sus casas. Quizá todo y todos estén ahí todavía, quizá permanezcan porque aún está ella para recordarlos.
     Miradla, sentadita en una sillita de mimbre frente a la que era su casa. Ella dice que cuando muera quiere ser enterrada allí, donde los suyos, y sus hijos desesperan. Un nieto ha propuesto incinerarla y llevar las cenizas al cementerio. Incluso tirar unas pocas en la plaza del pueblo. A ella no se lo han dicho, pero están todos de acuerdo.» 
          […]
      «También os conocemos a vosotros, los que os fuisteis. Y como os gustaba volver al pueblo de vez en cuando para ver a los que se habían quedado. Estaban gordos, envejecidos y embrutecidos, con varios hijos a cuestas que no les dejaban ni un segundo de paz. Era vuestra victoria. Vuestra confirmación de que habíais hecho bien yéndoos a la ciudad en cuanto pudisteis, para no volver más, con la excusa de estudiar cualquier cosa. La prueba de que habíais progresado. Vosotros, simples hijos de ganaderos y campesinos, habíais llegado alto. Escribíais en revistas digitales, ibais a bares de moda, teníais mil novios y novias y aventuras de una noche. Erais creativos, libres, irónicos y muy modernos. Erais seres superiores. Aunque no llegarais a fin de mes, pues nadie os pagaba por vuestro genial trabajo. Aunque tuvierais una depresión constante, ninguna relación sentimental os duraba más de unos meses y os sintierais tremendamente solos en vuestras diminutas habitaciones en pisos compartidos o en vuestros apartamentos minúsculos con vistas a un feo patio de luces y a un futuro decepcionante.
    Cuando comenzó este viaje, estabais convencidos de que los salvajes eran ellos, y los colonos gloriosos que expanden la civilización, vosotros. Pero con el tiempo, una vez pasó el deslumbramiento inicial, comenzasteis a comprender con dolor que los salvajes erais vosotros, y que habíais vendido la tierra de vuestros antepasados a cambio de unos cuantos espejos, un puñado de chucherías de plástico y algo de tecnología.
     Aún así, os paseabais con vuestra ropa bonita y moderna por el pueblo y dejabais que os admiraran como a los antiguos indianos. Cuando os preguntaban a qué os dedicabais, dudabais, como si hablaran otro idioma y en el suyo no existiera expresión adecuada para vuestra profesión, y terminabais diciendo alguna palabra inglesa, técnica o inventada para dejarlos con la boca abierta.
    Y también volvíais, justo es admitirlo, para ver a vuestras familias. A vuestras pobres madres, que tanto os echaban de menos y que os llamaban todas las semanas por teléfono para contaros que no sé qué vieja que no recordabais había muerto, sondear en vuestros oscuros planes de futuro y haceros prometer una pronta visita, que siempre postergabais a Navidad, Semana Santa o verano, porque, joder, Mamá, es que tengo mogollón de trabajo.»

FUENTES

  • San, el libro de los milagros
  • Wikipedia

“Un cambio de verdad”, de Gabi Martínez

Un cambio de verdad: una vuelta al origen en tierra de pastores es el último libro publicado por el escritor y viajero barcelonés Gabi Martínez, en el que nos narra sus experiencias como pastor en tierras extremeñas.

«En el invierno de 2017, Gabi Martínez decide instalarse como aprendiz de pastor cerca del pueblo de su madre, Eloísa, en la comarca extremeña de La Siberia, para experimentar el estilo de vida rural en el que creció ella de niña. Su misión consiste en supervisar un rebaño de más de cuatrocientas ovejas y pasar los meses en un refugio sin baño ni agua corriente.

Su crónica nos habla de agricultores, pastores, ecologistas y otros habitantes de la zona, y de lo que le enseña cada uno, sus diferentes formas de encarar una vida, la relacionada con la agricultura y la ganadería, en rápido proceso de transformación, entre el cambio climático, los nuevos comportamientos de los animales y una realidad que amenaza con dejarlos atrás pese a su resistencia.»

Gabi Martínez lleva a cabo esta experiencia con el fin de profundizar en las raíces de su madre, Eloísa, que «lleva toda la vida hablando de lobos, arroyos, encinas. De higos robados, sisones, tormentas. Además de las ovejasPero también como una muestra de homenaje y de respeto hacia su familia. «Mi madre sigue contando historias del campo, de cuando ella y mi abuelo eran pastores. Me preguntaba por qué mi madre había mantenido la dignidad y veo que vivió una infancia y principio de juventud con valores que ha mantenido y en los cuales yo he sido educado. Y para mí siguen siendo referentes morales frente a lo que veo en las tribunas públicas donde las personas, en vez de poner paz, están haciendo lo contrario. Por eso decido intentar vivir de una manera, no como ella porque las condiciones son distintas, pero sí tomar contacto con la tierra y sin intermediarios que me lleve a pensar en algún momento a como pudieron pensar mi madre y mi abuelo», ha señalado el escritor catalán.

     «El brezo y el tomillo ya estaban en flor pero la eclosión del millones de jaras ha inaugurado en serio la primavera. Con tanto cucú se diría que el campo está lleno de relojes. Los nidos rebosan polluelos de alas con colores frescos que restallan bajo el cielo límpido sacando brilllos a la luz. En el rebaño negro se han colado una madre blanca y su cría que se habían extraviado, y destacan de un modo que casi anula a las demás. Si a un niño le pidieras que señalara a una oveja, ¿apuntaría a esas dos? Si le pidieran que dibujara un cordero, ¿cómo lo pintaría?»

En este libro, mezcla de narrativa, crónica y ensayo, Gabi Martínez nos cuenta las experiencias que tuvo mientras pastoreaba dos rebaños, primero uno de ovejas blancas y después otro de ovejas merinas, y la relación que entabló con pastores, agricultores, ecologistas y otros personajes de esta desconocida y hermosa comarca extremeña. Pero también nos habla de buitres y avutardas, de encinas y pinos resineros, de lobos y mastines, de jaras y argamulasEn fin, un libro hermoso y ameno, escrito de manera sencilla y que se lee de un tirón.

     LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

    «Ya es verano, los pastos han cambiado de color pero aún pienso cada día en la luz. En los efectos de su imperio y su ausencia. Hay buenos motivos y un rebaño para explicar semejante fiebre. A centímetros de mis pies desnudos cae el sol a plomo mientras recuerdo cómo la luz me cegó hace meses, aunque es ahora cuando entiendo que el deslumbramiento empezó con mi madre. Ella fue quien me enseñó que hay tanto color como seas capaz de ver. Que buscar la alternativa es una opción. Recuperar un pedazo de la naturaleza que ha inspirado su vida era un anhelo viejo que a lo largo de los años ha ido cobrando la dimensión de necesidad, como si en su forma de crecer y relacionarse con el mundo palpitara esa respuesta elemental que en realidad yo sabía, que todos sabemos, y sin embargo estaba perdiendo de vista.»

En pleno invierno, Gabi Martínez se instala como aprendiz de pastor en la Siberia extremeña para experimentar la forma de vida que su madre conoció de niña. Allí sobrevive en un refugio sin calefacción ni agua corriente, al cuidado de más de cuatrocientas ovejas. Pronto conoce a los habitantes de la zona y va impregnándose de sus diferentes maneras de entender el campo. Es entonces cuando decide afrontar un cambio aún mayor. Uno de verdad.

A través de una experiencia radical, este libro despierta nuestra conciencia ambiental, nos conecta con aquellos que nos precedieron y nos ayuda a comprender nuestro presente para transformarlo en un estilo de vida más sencillo, en armonía con la naturaleza.

Gabi Martínez convierte el género del nature writing en alta literatura en estas páginas que son la crónica de un autoaprendizaje. El legado de un comunicador y naturalista apasionado como Félix Rodríguez de la Fuente, los efectos del cambio climático en el entorno y la resistencia heroica de quienes proponen formas sostenibles de producción son algunas de las claves de este relato surgido del propio territorio. Esta lectura que apela a los sentidos nos acerca a agricultores, pastores, ecologistas, hombres y mujeres que subsisten en un paraje natural desconocido de la geografía española.

       «La perra ha dejado de ladrar. Quizás haya pasado algo. ¿Es mejor que ladre o no? Hay movimiento en el tejado. Firmes barrotes de hierro protegen la puerta y las ventanas. Hace un rato abrí los ojos y no tuve claro haberlo hecho, porque la oscuridad era igual o incluso más hermética. He buscado grietas en la negrura parpadeando para humedecer el lagrimal y definir mejor la visión, pero este negro es compacto. Aparte de los córvidos y de los insectos con quitina, en La Siberia habitan buitres y cigüeñas de ese color. Abro los ojos para llenarme de negro, más indiscutible que el silencio.»

GABI MARTÍNEZ

Gabi Martínez nació en Barcelona, en 1971. Su obra narrativa, traducida a varias lenguas, incluye Ático (2004), por el que fue seleccionado por la editorial Palgrave/Macmillan como uno de los cinco autores más representativos de la vanguardia española de los últimos veinte años; Sudd (2007), que ha sido adaptado al cómic; Los mares de Wang (2008), Mejor Libro de No Ficción del año según Condé Nast Traveller; Sólo para gigantes (2011), galardonado con el Premio Continuará de TVE y seleccionado como Mejor Libro de No Ficción por Qué Leer; En la Barrera (2012), nuevamente elegido como el Mejor Libro de No Ficción por Qué Leer; Voy (2014); Las defensas (Seix Barral, 2017); Animales invisibles (2019) y Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores (Seix Barral, 2020). Ha recibido el Premio Continuará de TVE Cataluña por su trayectoria literaria, y es miembro fundador de la Asociación Caravana Negra para la difusión de la cultura y la naturaleza y de la Fundación Ecología Urbana y Territorial.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

     «Uno de los pastores ha dicho que, sendero abajo, a orillas del embalse de Orellana, hay un microclima muy bueno, y esa palabra, microclima, se me ha hecho extraña en él a la vez que me transportaba a la ciudad, con todos sus prefijos, sufijos y compañía.
El poniente sacude un poco las aulagas. A veces froto tallos de romero o lavanda en la palma de la mano antes de palmearme el cuello, con mejorana también, que es la fragancia preferida de Miguel. La lana olerá pronto igual.
     –Cuando el campo se pone lila es maravilloso –dijo el otro día ante miles de argamulas.
    Dos rebaños conversan de valla a valla pero conforme desciendes al pantano, la vista tiende a apuntar arriba porque sobre las aguas planean multitud de pájaros que se chillan entre ellos. El cauce tiene un ancho de al menos tres antiguas cañadas, y zigzaguea creando caladeros y mini islotes que pueden colonizar patos, avefrías, cormoranes. El convento en ruinas de la otra orilla es el hogar de más de cuarenta cigüeñas.
     Llevo dos días sin lavarme nada más que la cara y el cuello. Hace calor y la temperatura del agua aún no es muy alta pero el sol me ha calentado en serio, así que vamos allá. Nado. En aguas quietas. Sin nadie. Entre animales. Aquí, ahora, vivir es una palabra más pura, vinculada de una forma nítida a lo que fue hace tiempo. La potencia del presente disminuye lo demás. Son cosas que puedes pensar secándote al sol sobre una de las lascas de pizarra tendidas en una ladera que muere en el agua. La infancia de mi madre fue eso. Y la mía, hace años. Incluso aún, de vez en cuando, soy capaz de vivir así. Un lugar donde pensar como Eloísa y Quiterio. Los patos vuelan en bandas de cinco.»  […]

         « –Míralas. –Estamos frente al rebaño– . La merina no tendrá culo pero es lo único que no tiene.
Las ovejas negras se esparcen por un espacio que, con ellas, irradia un halo aún más primitivo. Son las protagonistas de un rescate memorable.
     Estos meses de conversaciones siberianas he ido preguntando a algunas personas del campo cuáles son los momentos que recuerdan con más alegría o satisfacción. Juan Alfredo recordó el día que sacó a una oveja del pozo. El veterinario al que amamantó una loba, narró cómo ayudó a que un cordero y un burro nacieran cuando parecía que iban a morir en el parto. Amado Franco desenredó a un ciervo entre alambres, y también recordó la colleja que, siendo niño, le dio su padre tras matar a un gorrión con balines. ¿Te lo vas a comer?, le preguntó su padre. ¿Te ha perjudicado? Pues no vuelvas a matar a un animal si no es por alguna de esas dos cosas. Christine Germain, Quiterio, Enric Font, Ángels Baldellou, Benigno Varillas… Álvaro Eldelcamping tiene tanto que contar que prefirió señalar lo importante que es disponer de un palito, y explicó cómo lo usó el mes pasado para desenmarañar al buitre leonado que cayó en un tamujal.
     Uno tras otro fueron relatando rescates y, mientras hablaban, todos, siempre, sonreían.»