“Maquila”, de Rafael Cabanillas Saldaña

Tras la exitosa y extraordinaria trilogía En la raya del infinito, que se inició con Quercus (2019), siguió con Enjambre (2021) y culminó con Valhondo (2022), tres magníficas novelas que han sido muy bien acogidas por el público y por la crítica, Rafael Cabanillas Saldaña vuelve con Maquila (2023). Una magnífica novela que complementa la trilogía, pues, aunque parte de la acción transcurre en el mismo espacio literario, el de los Montes de Toledo, en este nuevo libro, los personajes bajan de la sierra y se dirigen al llano y a la capital, descubriéndonos nuevas sensaciones y vivencias.

    «Durante veinte años de mi vida, de los veinticinco a los cuarenta y cinco, que es mi edad cuando escribo estas letras, me dediqué a resucitar el molino del abuelo Maquila. Resucitarlo a medias, pues, aunque en un principio pensé en restaurarlo miméticamente y ponerlo en funcionamiento según los planos y las explicaciones del tío Cosme, pronto desistí de mi ilusión y mi empeño. Esos pájaros que se escapaban volando al menor descuido, matando mis sueños. Liberándome del contagio de su locura –pájaros locos de nuevo–, al llevarse por el aire mis ilusiones, mis deseos, para dejarme solo, abajo, con los pies en el suelo».

En ella, el escritor toledano nos cuenta, de manera magistral, la titánica labor de Manuel, el principal protagonista de la novela, bibliotecario de la Biblioteca Nacional en Madrid, que a lo largo de 20 años va reconstruyendo pacientemente el derruido molino de agua heredado de su bisabuelo, el tío Maquila. Durante ese tiempo, el viejo molino va volviendo poco a poco a la vida, mientras la madre del protagonista y el tío Justo, un viejo cabrero de 86 años con el que Manuel entabla amistad, se encaminan al final de sus días.

El tío Justo, el último pastor del valle de Navatrasierra, es todo un superviviente que se resiste a renunciar a una forma de vida, plena de sabiduría y apegada a la tierra, en la que cree firmemente. Gracias a su amistad con él, que le va contando cómo era la vida de sus ancestros en esas tierras, Manuel irá reconstruyendo su propia memoria y la de su familia.

Según el propio autor, la idea para escribir este libro surgió de las largas conversaciones mantenidas con un viejo cabrero de casi 90 años, habitante de un valle de los Montes de Toledo, que le habla del progresivo deterioro de la naturaleza y de la rápida extinción de especies que se está produciendo en su entorno. Como el ciervo volante, el fascinante escarabajo que ilustra la cubierta del libro.    

Rafael Cabanillas vuelve a poner voz a aquellos hombres y mujeres silenciados de una tierra que se ha ido poco a poco vaciando, y reflexiona sobre la desaparición de una cultura milenaria y de unos conocimientos transmitidos de generación en generación. Una tierra que le ha servido de fuente de inspiración y que conoce muy bien porque se ha criado, ha vivido y ha trabajado en ella.

Pero el libro es mucho más. Constituye un hermoso y sentido homenaje a la memoria de su madre, fallecida en plena pandemia y con Alzheimer, sin apenas poder despedirse de su familia. Una mujer admirable que le inculcó su amor por la lectura y por los libros. Por ella ha escrito este libro. Para cambiar y tratar de hacer menos cruel, mediante la ficción, esa muerte que su madre no se merecía.

     «Está peor. Se va apagando, ciertamente, es lo esperado, pero se apaga con un sufrimiento que no le corresponde. Que no se merece. Un sufrimiento atroz. Que no es suyo. Un dolor que acepta sin una queja, tapándose los oídos y soltando unas lágrimas. Ese dolor sin queja, ese dolor aceptado, es más despiadado e implacable que ningún otro. Porque nadie puede asegurar cuál es su nivel de sufrimiento. ¿Cuánto duele, madre, lo que te estamos haciendo?»

Maquila me ha parecido una novela de lectura emotiva y muy recomendable. Plena de sensibilidad y de una enorme calidad literaria. Con un final redondo. Escrita con una prosa precisa y potente que dibuja al detalle el paisaje y los seres que se desenvuelven en él. Una prosa preñada de palabras que huelen a tierra, a tomillo, a jara, a arrayán, a hierba recién cortada. Una novela deliciosa que puede leerse de una sentada, pero que recomiendo leer poco a poco y sin prisas para disfrutarla como se merece. Gracias, Rafael, por escribir tan bien, y por abrirnos ese enorme corazón.

    «En este libro quería bajar de la sierra al llano. Tirarme al “anchurón cósmico”, el barbecho de tierra roja, las rastrojeras amarillas, las cebadas de primavera, las perdices, las avutardas, las palomas zuritas y las torreras. Mi infancia. Las cebadas de la primavera de mi infancia. Describir esos chozos del llano. Esa estepa donde el polvo del viento solano, unido al calor tórrido y a la calima, vuelven loco a cualquier ser humano. Incluyendo a Don Quijote».  Rafael Cabanillas 

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

Maquila: Dícese de la porción de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda.

Así define este término el Diccionario de la Real Academia Española. El mismo que da nombre a la nueva y magnífica novela de Rafael Cabanillas Saldaña. Una obra que confirma la extraordinaria calidad de su escritura, ya mostrada en la exitosa saga En la Raya del Infinito que componen las obras Quercus, Enjambre y Valhondo, con las que Maquila enlaza, al tiempo que explora nuevos territorios, temáticas y vivencias.

Todo en Maquila es sensibilidad a flor de piel. Denuncia, aviso y compromiso ante un mundo que se desvanece, como también lo hace la vida de los seres más queridos del protagonista de este relato.

Porque ese antiguo pago que el molinero recibía por su trabajo se transforma en la novela en una deslumbrante metáfora; en la sisa que la vida se cobra en su decurso; en el dolor de la pérdida, pero también, en el soplo regenerador de la esperanza, rasgo inseparable de todo el quehacer literario del autor.

Con admirable maestría Cabanillas vuelve en Maquila al singular espacio de sus anteriores narraciones, a ese topos azotado por el abandono, la pobreza, la injusticia y el desamparo. Y, al mismo tiempo, se adentra en su mundo más íntimo y personal, allí donde habitan sueños y decepciones, anhelos y derrotas, recuerdos dulces y amargos, hasta componer, en insólita armonía, una obra arrebatadora, que agita el corazón y avienta el alma.

       «Los escarabajos gordos, esos con cornamenta de ciervo o cuerpo de rinoceronte, que antes volaban a la luz de las farolas y las linternas, ya no queda ni uno. Se han extinguido. Los insectos más grandes y vistosos del planeta nos han abandonado. No se han ido, es que están muertos. Extinguidos de este valle mágico de robles y quejigos. Cuando tiene cien mil veces más valor uno esos escarabajos con cabeza de ciervo que cualquiera de sus inventos modernos. Los inventos de los hombres del falso progreso. La gran mentira».

Portada

   Maquila es una novela excepcional, que a ningún lector dejará indiferente y en todos afirmará la certeza de encontrarse ante un texto imperecedero. De esos que, venciendo el paso inexorable del tiempo, por su verdad, por su belleza, perdurarán en la memoria. Al que siempre retornar para hallar el latido y la guía que solo puede aportar la gran literatura.

MAQUILA

 Rafael Cabanillas nada a contracorriente o, siendo más preciso, camina. Para empezar, sus personajes recorren a pie el valle de Navatrasierra, la clase de lugar en el que la literatura no suele detenerse. No desde luego con su precisión, su hondura y su emoción. Con sus idas y venidas esos personajes nos muestran un espacio natural riquísimo y un no menos rico catálogo humano. Nos hablan de un tiempo fundacional, de una forma de estar en el mundo donde la naturaleza todavía es el medio en el que el ser humano se desenvuelve, se expresa y crea. Donde el contacto con el clima, los árboles y los animales es aún directo y esencial. Es decir, nos habla de un futuro necesario.

 Rafael Cabanillas escribe a la contra al tomar partido por una realidad y un tiempo que el centro urbano, con su poder y su altavoz, ha dejado tradicionalmente de lado, pero que está en el origen de muchos de nosotros. Como escribe María Sánchez en Tierra de mujeres, la España vacía no está vacía: está llena de personas con cosas importantes que enseñarnos. Y Rafael Cabanillas ha decidido darles voz con su escritura. A ellos y a ellas, a los que cada vez prestamos más atención gracias, entre otros, a empeños como el suyo.

 Con su exitosa trilogía, que comienza con Quercus, continúa con Enjambre y culmina con Valhondo, ya dejó claro cuál era su territorio narrativo y emocional. En Maquila sigue explorando las escondidas sendas por donde pocos escritores han ido. Y lo curioso es que no lo hace para descubrirnos un mundo nuevo, sino uno conocido pero que habíamos olvidado. Gracias, Rafael.

Jesús Carrasco. Autor de Intemperie.

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es director y guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021), ya en su 2ª edición, es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la tierra y los pueblos. “Su escritura es la prolongación natural de Cela, Delibes y Saramago”.

Con Valhondo (2022), se cierra esta exitosa trilogía, en la que el autor se desnuda ante sus lectores como nunca antes lo había hecho.

Maquila (2023) es su última novela.

El interés de los lectores por estas obras ha propiciado también la creación de las rutas literarias Quercus, Enjambre y Valhondo en Los Montes de Toledo. Concretamente en el Parque Nacional de Cabañeros y en Anchuras.

“Valhondo”, de Rafael Cabanillas Saldaña

Valhondo (2022) es la última novela del escritor y maestro toledano Rafael Cabanillas Saldaña con la que culmina la trilogía En la raya del infinito, que inició con Quercus (2019) y siguió con Enjambre, tres magníficas novelas que comparten el mismo espacio literario. El de los Montes de Toledo, una cordillera de 350 kilómetros que se extiende desde Extremadura a Albacete y Sierra Morena, y que alberga una cultura milenaria que él quería dar a conocer y poner en valor.

Valhondo (el pueblecito toledado de Robledo de Buey en la no ficción) es, según el propio autor, una pequeña aldea situada en el fondo de un valle de los Montes de Toledo lleno de humo y niebla, lo que lo convierte en un lugar mágico e irreal donde pasan cosas que no ocurren en ningún otro sitio. Una aldea de apenas 200 habitantes, con oficios tales como cabreros, carboneros, leñadores o mieleros. En la que abundan los guardas y los cazadores furtivos. De solo cinco calles, sin plaza, sin iglesia, en la que la única casa que tiene agua corriente es la del maestro y con una escuela unitaria en la que se celebran los actos sociales y religiosos de la localidad.

La novela nos acerca a la historia de un maestro de apenas 20 años que es destinado a esta escuela para hacerse cargo, él solo, de todos los alumnos del pueblo: 25 chavales con edades comprendidas entre los 4 y los 16 años. En su tarea contará con la inestimable guía de León Tolstói y de su libro La escuela Yasnaia Poliana –La escuela del Claro del Bosque–, donde el escritor ruso intentó poner en práctica su ideario pedagógico, humanista y liberal, lleno de amor al pueblo y de respeto por la naturaleza.

    «¿Y qué esperaba yo de mis chicos de Valhondo? ¿Que aprendieran cuatro cosas forzadas que olvidarían al otro día de abandonar la escuela? ¿O inculcarles el valor de su libertad, de no perder nunca la dignidad, y facilitarles los mecanismos para seguir aprendiendo durante toda la vida? Aprender a aprender. Inventar la curiosidad que les llevará al descubrimiento de la verdad. ¿Acaso no hay mayor mérito que un niño pobre, un pobre en este abandono, entienda que la formación, la escuela, es la mejor arma para salir de la miseria? Serían pastores, guardas, leñadores, pero no los mismos que hasta entonces. Sin lugar a dudas, Tolstoi había escrito ese libro para el maestro de Valhondo. Un libro escrito para nosotros.»

Y escoge el procedimiento de enseñanza más trabajoso para él, pero el que más pueda satisfacer a sus alumnos. Sin apenas recursos y medios, tratará de sacar de ellos lo mejor de cada uno, de inculcarles el gusto por la lectura, y de despertarles la curiosidad y las ganas de aprender. Consiguiendo, además, implicar cada día más a los padres y resto de vecinos en las actividades y proyectos de la escuela. Al tiempo que él también se va comprometiendo cada vez más en los problemas de sus vecinos.

«La escuela de Valhondo dando luz a la montaña. Un faro para la oscuridad de la tierra quebrada.» 

Valhondo es con mucho la obra con más carga autobiográfica de la trilogía, la más personal, la más emotiva y la más bella. Un libro que desprende amor por los alumnos y un fuerte compromiso con la profesión por parte de este maestro que llegó para sembrar la luz de la esperanza y del conocimiento en esa tierra abandonada de Dios y de los hombres.

Con una prosa potente y muy sensorial, que nos empapa de sensaciones y de sentimientos, Cabanillas nos cuenta las peripecias vitales de la gente humilde y sencilla de estas tierras y nos hace disfrutar de las maravillas de estos valles y estas sierras como si estuviésemos allí.

Un libro de lectura deliciosa, con un esperanzador final y que todos los educadores deberían leer. Absolutamente recomendable.

    “Escribir para dar a entender y sacar a la luz lo que duele, para documentar la vida, explicar el estado de las cosas. Escribir para poner voz a los mudos, a los silenciados, a los que nunca pudieron hablar y son, paradójicamente, la gente buena que con su corazón noble y hermoso mueve este planeta. Eso es la trilogía».

                    Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

Primero fue Quercus, conmovedora desde su mismo arranque, valiente, brutal, desgarradora y, al mismo tiempo, emotiva, inmensamente bella, acogida por sus lectores con verdadero entusiasmo.

A continuación, llegó Enjambre, donde palpita la misma pulsión de su antecesora, idéntico compromiso y una insólita sensibilidad que la convierten en la obra delicada y exquisita que tantos aprecian. Con ese sentimiento nostálgico por una forma de vida que desaparece, que se nos escapa de las manos.

Y finalmente, Valhondo, el más brillante de los cierres posibles de esta extraordinaria trilogía que permanecerá en la memoria constante de cuantos a ella acudan. Porque allí encontrarán siempre las voces y los ecos de unos lugares, de unos hechos, de unas gentes que son nuestra raíz, nuestro legado y nuestro ejemplo

Con apenas veinte años, un joven maestro es destinado a Valhondo, la pequeña aldea que, escondida en lo más profundo de la sierra y envuelta casi permanentemente en niebla, parece aislada de la civilización. 

Un mundo aparte, donde le esperan los alumnos de su escuela unitaria: veinticinco chavales de todas las edades para él solo. Demasiada tarea para sacar esa escuela adelante. Si lo consigue, es gracias al escritor León Tolstói y a su libro La escuela Yasnaia Poliana –La escuela del Claro del Bosque–, todo un modelo educativo basado en la cooperación y en el deseo de despertar el placer compartido de aprender. 

Los alumnos de Valhondo son hijos de humildes leñadores, pastores de cabras, corcheros, mieleros… y, muy especialmente, guardas de grandes fincas y cazadores furtivos. Los de estos últimos se aman inocentemente, pero los padres se odian a muerte. La sierra es el paraíso terrenal, es cierto, pero no la Arcadia soñada. Porque la paz y la armonía de la naturaleza, los humanos, con sus miserias, de golpe pueden quebrarlas.

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    «Llegué a Valhondo el 1 de septiembre del año 1982. Era miércoles y yo, desde ese día, desde ese preciso momento, era el maestro de su escuela. Una escuela unitaria con un único maestro para veinticinco muchachos. En el pueblo no había plaza. Tan solo cinco calles, con sus casas bajas que daban cobijo a sus doscientos moradores. Varias hileras de casas. Unas de teja, otras de pizarra. No había plaza, porque bastante tenían con haber ido colocando las casas en línea recta, una tras otra, hasta completar la calle, hasta completar la cuesta. Un solarcito mínimo para construir tu casa y un corral abierto al aire y al monte, al azul del cielo y al verde del bosque. Casita pequeña, corral inmenso. Como para pensar en plazas. Por no dejar espacio, ni siquiera dejaron un hueco para construir la iglesia. Valhondo… sin iglesia. Apóstatas de la sierra. O Dios se había olvidado de ellos o, de puro abandono y pobreza, para el señor obispo esta feligresía no existía. Feligresía de pasto – res, corcheros, mieleros y leñadores. Guardas y cazadores furtivos. ¿Entonces, el funeral de un muerto? A la escuela. ¿Bodas, bautizos y comuniones? A la escuela. Siempre a destiempo, a desmano; que, si me apuras, al muerto se le escapaba ya el olor a muerto, de tanto esperar al señor cura para el entierro.»

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

1560326503_714489_1560326655_noticia_normal_recorte1Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es director y guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021), ya en su 2ª edición, es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la tierra y los pueblos. “Su escritura es la prolongación natural de Cela, Delibes y Saramago”. Con Valhondo (2022), se cierra esta exitosa trilogía, en la que el autor se desnuda ante sus lectores como nunca antes lo había hecho.

“Por si se va la luz”, de Lara Moreno

«Dichoso aquel que renunció al mundo antes de que el mundo renunciara a él.»

En los últimos años han sido varios los escritores españoles que han vuelto la mirada a los problemas de la despoblación y del abandono del medio rural, a la realidad de la llamada España vacía o vaciada.

Como hiciera Jesús Carrasco en su celebrada Intemperie, también Lara Moreno se adelantó en 2013 a este fenómeno con su primera novela, Por si se va la luz, en la que nos ofrece una historia íntima, dura y llena de sensibilidad.

«A un pueblo casi abandonado, situado en algún lugar de este país, llegan Martín y Nadia, una pareja de treintañeros urbanitas que han decidido romper con todo para intentar sobrevivir lejos del complejo sistema urbano y neoliberal en decadencia en el que se han convertido las ciudades. Ambos se enfrentan al pequeño pueblo como si hubiesen retrocedido un siglo: hay luz eléctrica y hay agua corriente, pero no mucho más. Desde hace mucho tiempo lo habitan tan solo tres personas. La llegada de los nuevos habitantes traerá luces y sombras a la comunidad, hasta llegar a un sorprendente final.  La historia se estructura en dos partes: Invierno y Verano. Nada de tibiezas ni de etapas de transición; en este relato, aunque no lo parezca, todo es extremo: la enfermedad, el amor, el sexo, las convicciones. Un recorrido intimista hacia el interior, hacia el valor de la existencia desprovista de cualquier disfraz. Una novela que nos invita a reflexionar y zarandea nuestro estilo de vida y nuestras convicciones.»

  «Hemos traído cincuenta libros, todos por leer. Apenas un cuarto de la ropa que teníamos, contando en ese cuarto la de invierno, verano y entretiempo. Los únicos fármacos que nos acompañan son los parches anticonceptivos de Nadia, tenemos para seis meses. Luego no habrá más.»

En esta novela, que le ha valido a su autora ser elegida Joven Talento de Literatura Fnac, encontramos muy pocos personajes, aunque de una gran riqueza y profundidad. Nos encontramos ante una novela coral, aunque no todos los personajes tienen voz propia. En el texto se van alternando las voces de estos personajes en primera persona con la de un narrador omnisciente que complementa y da sentido al relato.

Escrita con un lenguaje poético, preciso y que llama a las cosas por su nombre, la novela es una propuesta atrevida llena de buena literatura que te atrapa desde la primera línea. Una buena novela que se lee con gusto.

   «Yo iba a dejarlo. Me estaba muriendo por dentro. Me estaba quedando sin tripas. Su miedo, su obsesión reconcomida con todo esto, la vida allí cada vez más difícil, más llena de soborno, y él planteándose este viaje, esta mudanza total y esta regresión. Lo externo lo cegaba tanto que no podía pensar en otra cosa que en reinventar su futuro tomando una de las opciones que le habían propuesto, y yo mientras, ajena y con los ojos cerrados para el mundo. Nunca se dio cuenta. Y al final vine. Y pensé, que esto acabe conmigo.»

SINOPSIS

En un pueblo casi sin gente, de repente vuelve la vida para mostrar que nada se acaba de verdad mientras haya un niño haciendo preguntas al mundo.

No se llevaron nada, o casi; ni siquiera el gusto por la aventura. Y cuando llegaron al pueblo, entraron en casa y se echaron encima de un colchón como si la noche no fuera a acabar nunca. Amaneció, y a la luz del sol descubrieron que había más vida allí: unas cuantas casas, unos huertos, hombres y mujeres que hablaban lo justo.

Despacio, Nadia y Martín fueron conociendo a Enrique, el dueño de un bar donde había poco más que libros y vino rancio, a Elena y Damián, dos viejos hechos de pura piedra, y a Ivana, que un buen día apareció acompañada de una niña, hija de todos y de nadie.

¿Qué sentido tenía aquel viaje, y aquella gente, y aquel ir viviendo sin imágenes, sin música, sin mensajes que contestar y solo algo de comida y sexo para aliviar los días? Quizá se tratara de llegar a viejos ahora que ya no quedaba nadie en las ciudades, quizá buscaran una manera de ser y de hacer algo digno en ese tiempo que aun les quedaba antes de que se apagara la luz. Quién sabe.

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  «Entonces, cuando es de noche y Martín posa su mano sobre uno de mis muslos, le pregunto: ¿hemos venido aquí a ser viejos? El menea la cabeza y pronuncia entre sueños: qué contaminada estás. Quiere decir que no soy capaz de asociar la tranquilidad con la vida, y que eso viene de mis urbanas raíces congestionadas. Prácticamente dormido, se vuelve hacia mí en la cama y hunde su mano en mi pelo: cuándo dejarás de resistirte? Resistirme, dice. No tiene ni idea.»

Como todos los grandes libros, Por si se va la luz no se anda con respuestas, sino con buenas preguntas. Lara Moreno es una mujer que empieza y tiempo le queda para decir lo suyo, pero con esta primera novela nos entrega ya literatura en mayúsculas.

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LARA MORENO

lara-moreno-1Lara Moreno nació en Sevilla en 1978 y creció en Huelva. Vive en Madrid, donde trabaja como editora e imparte talleres de escritura. Además de sus cuentos recogidos en numerosas antologías, ha publicado los libros de relatos Casi todas las tijeras (Quórum, 2004) y Cuatro veces fuego (Tropo, 2008), así como los poemarios La herida costumbre (Puerta del Mar, 2008), Después de la apnea (Ediciones del 4 de agosto, 2013) y Tuve una jaula (La Bella Varsovia, 2019), que, junto con sus poemas inéditos, conforman el volumen Tempestad en víspera de viernes (Lumen, 2020). En 2013 recibió el Premio Cosecha Eñe por su relato Toda una vida, y Lumen publicó su primera novela, Por si se va la luz, que obtuvo un importante reconocimiento por parte de la crítica y de los lectores. FNAC la incluyó entonces entre los autores revelación del año. Le siguió Piel de lobo (2016), una espléndida muestra de la madurez narrativa con la que Lara Moreno dejó de ser una promesa para convertirse en una de las voces más destacadas de la presente narrativa castellana. En la actualidad escribe su nueva novela, La ciudad, de próxima publicación en Lumen.

   

«Un hipster en la España vacía”, de Daniel Gascón

  «No hay la nube de contaminación de Madrid pero muchas tardes, cuando sopla viento del este, llega un olor fuerte. “Sopla el cerdal”, dice mi tía. Es el olor de las granjas de cerdos.»

Un hipster en la España vacía es una novela de humor del escritor, columnista y editor de la revista Letras Libres Daniel Gascón, publicada en 2020.

Se trata de una divertida parodia de la España actual, un retrato irónico del choque entre el mundo rural y el urbano.

El escritor zaragozano nos cuenta la historia del joven universitario Enrique Notivol, un chico moderno de ciudad que, tras varios desencantos, por culpa de un trabajo que no le satisface y de una ruptura amorosa, decide irse a vivir a un pueblo de la España vacía, La Cañada, Teruel, donde se instala en casa de sus tíos. Allí trata de llevar a cabo sus proyectos posmodernos y ecologistas, producto de su visión idealizada, que chocan con la realidad que se vive todos los días en el pueblo. Intenta poner en marcha un huerto colaborativo, un taller sobre nuevas masculinidades (al que sólo van algunas abuelas del pueblo), introducir el uso del lenguaje inclusivo, hace yoga en el corral, intenta encontrar cobertura para subir fotografías a su cuenta de Instagram en las eras del pueblo, ve estructuras heteropatriarcales dentro de los gallineros, reprocha a la gente del pueblo que utilizan mucho los vehículos contaminantes… Y en el transcurso de su adaptación, le van pasando aventuras disparatadas que ponen de manifiesto los grandes contrastes que existen entre las diferentes personas y las diferentes formas de vida del pueblo y de la ciudad, a través de personajes y de situaciones exageradas, llevadas al extremo.

   «JOSEFINA USÓN, ALGUACILA: Al tercer o cuarto día que llevaba en el pueblo se me plantó en el Ayuntamiento con un papel. Que tenía unas ideas para cambiar los pregones. «Se hace saber, por orden del señor alcalde, para que lo sepan todas y todos los y las habitantes, que han venido los y las comerciantes ambulantes», por ejemplo. Es muy distinto al «Se hace saber, por orden del señor alcalde, que ha venido el gitano». Ahora me lleva bastante más tiempo decir el pregón. Pero te acostumbras.»»

Un día, al bajar al bancal se encuentra con una pintada: “Forastero, gilipollas”, que el hipster cree que va dirigido a Mohamed, el marroquí que trabaja como pastor en el pueblo, y que, por cierto, está bastante más integrado que él. Otro, el mismo Enrique se salva de morir por un disparo gracias al libro de Sergio del Molino, La España vacía, que le detiene la bala. Pese a todo, parece que poco a poco va siendo aceptado por los lugareños, que acabarán eligiéndolo alcalde del pueblo.

Un hipster en la España vacía es una novela llena de humor e ironía, repleta de situaciones y peripecias surrealistas. Una sátira en torno a las profundas diferencias que separan a los urbanitas de los habitantes del mundo rural. Un libro escrito sin alardes, que entretiene y que se lee de un tirón… Y con una magnífica cubierta.

   «Pidieron que se retirase Lolita de las bibliotecas municipales de la zona. No estaba en varias, así que consiguieron que se comprara (en bolsillo) y se retirase después: toda una declaración de principios. Es un ejemplo de la vibrante sociedad civil que podemos ver en la España vacía.»

SINOPSIS

Enrique se instala en una casa familiar en La Cañada, un pueblo de Teruel, para alejarse del ritmo de la vida en la ciudad, montar un huerto colaborativo y olvidar a su exnovia. Hace yoga en el corral por las mañanas, busca quinoa en la tienda, intenta encontrar cobertura en las eras para alimentar su Instagram y monta un taller con sobre nuevas masculinidades. Es -aunque él no estaría a favor de la comparación especista- un pulpo en un garaje, pero se comporta como una especie de extraterrestre en el Maestrazgo o de Quijote moderno.

Para sorpresa de todos, encuentra su sitio, se enamora y se convierte en alcalde del pueblo, dispuesto a resolver algunos conflictos: problemas con las localidades vecinas, el rodaje de una película sobre la Guerra Civil que hace pensar a unos miembros de Vox que la revolución anarquista ha estallado en Teruel, el secuestro de Greta Thunberg durante la cumbre del clima o que una cantante estadounidense utilice en un concierto el traje tradicional de La Cañada, en un caso flagrante de apropiación cultural.

 «Qué bonito es despertar aquí. Un poco antes de las seis se oye el canto del gallo. No mucho más tarde llegan los primeros sonidos del pueblo que amanece: Tomás con la mula mecánica, Javier con la mula mecánica, Rogelio con el tractor, Paco con la mula mecánica.

   Me quedo unos minutos leyendo La España vacía en la cama. Luego, cuando suenan las campanas de la iglesia, salgo preparado, con una energía que no tenía en mucho tiempo. La sensación de estar haciendo algo importante de verdad, de encontrarme en armonía con la naturaleza, pero también conmigo mismo.»un-hipster-en-la-espana-vacia

Un hipster en la España vacía es una historia de aventuras y un retrato irónico del choque de la sensibilidad urbana y la visión rural. La Cañada es una galería de excéntricos dotados de una rara humanidad, pero también un microcosmos que refleja los debates centrales de la actualidad con una perspectiva reveladora.

   «La principal virtud de esta novela es aquello que, en este país donde goza de tanto prestigio la solemnidad pomposa y palabrera, muchos considerarán su peor flaqueza: su humildad, su falta absoluta de pretensiones. Gascón —lúcido analista de la política española— pergeña un retrato demoledor y exactísimo, además de hilarante, de la realidad de nuestro país; también un retrato compasivo: al fin y al cabo, el hipster del título no es más que un tonto entrañable, que es casi lo máximo que se puede aspirar a ser en esta vida.» Javier Cercas

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DANIEL GASCÓN

daniel-gascon-18070Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) estudió filología inglesa e hispánica en la Universidad de Zaragoza. Ha publicado los libros de relatos La edad del pavo (Xordica, 2001), El fumador pasivo (Xordica, 2005) y La vida cotidiana (Alfabia, 2011), una memoria familiar, Entresuelo (Literatura Random House, 2013) y la novela Un hipster en la España vacía. Ha traducido a autores como Mark Lilla, Saul Bellow y Christopher Hitchens. Es el responsable de la edición española de la revista Letras Libres.

«La forastera”, de Olga Merino

 «Me están echando el cerco, y no es el viento.»

La forastera es una novela de Olga Merino, publicada en 2020. Con esta obra, la escritora barcelonesa ha sido ganadora del premio Pata Negra y del Cubelles Noir, finalista del Premio Bienal de novela Mario Vargas Llosa y del VII Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal y situada entre los mejores libros de 2020 según El PaísEl Periódico Forbes.

Confieso que no había leído anteriormente nada de esta autora y que llegué a ella por pura casualidad. Encontré una referencia a su novela en un artículo sobre libros de la España vacía o vaciada. Concretamente dentro de las últimas novedades que abordaban el tan cacareado problema de la despoblación y de la falta de inversiones por parte de las autoridades para mejorar las infraestructuras y servicios de estos pueblos que cada vez se van quedando más solos y vacíos. Lecturas que nos transportan a este territorio que hasta hace poco se conocía con el desafortunado término de España profunda.

La historia que nos ocupa está narrada en primera persona por Ángela o Angie, el personaje principal de la novela, una cincuentona que tras una mala experiencia en el extranjero regresa a la antigua casa familiar, en las afueras de una aldea perdida y casi vacía del sur de España buscando la paz y el sosiego. Allí, en compañía de sus perros, tratará de ir sobreviviendo bajo la mirada hostil de los lugareños, que la consideran medio loca.

    «Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas. La cancela está siempre abierta. No les tengo miedo. Chismorrean. Saben que escondo una escopeta en la cámara del grano, una vieja Sarasqueta del calibre doce. Creen que estoy loca porque frecuento el cementerio, hablo en voz alta frente a la tumba de mi madre, bebo, me río sola y apenas tengo trato con nadie. Tampoco me corto el pelo desde que murió mi vieja. Que estoy mal de la cabeza, dicen. Si acaso estoy loca de puro cuerda. Yo conozco mi sombre y mi verdad.»

Hasta que la muerte del mayor terrateniente de la comarca la pone sobre la pista del pasado de su propia familia. Un pasado que hasta entonces le había sido ocultado y en el que los dramas y las muertes por suicidio parecen haberse convertido en una auténtica epidemia.

Según la información que proporciona la editorial, La forastera es un western contemporáneo en el territorio áspero de una España olvidada. Un relato estremecedor y emocionante sobre la libertad y la capacidad de resistencia del ser humano.

A mí me ha parecido una novela muy dura, como el propio paisaje en el que transcurre la mayor parte de la misma. Un paisaje que es descrito con enorme sensibilidad y belleza, y que puede ser considerado como otro personaje más de la historia. Una historia escrita con una prosa muy sensorial y utilizando un vocabulario muy rico y preciso en el que abundan los términos propios del medio rural y de las faenas agrícolas.

  «En el recuerdo, mi padre sigue junto a la ventana, desde donde observaba las calles del barrio sin asfaltar, buscando algún rastro del cerro y la campiña entre los bloques de pisos a medio construir, como un campesino fuera de lugar que aguarda la escampada para salir a desvaretar los chupones. En el fondo, aunque nos hubiéramos alejado tanto, nunca salimos de la aldea. Allí donde la ciudad perdía el nombre, seguíamos pegados al barro de las veredas.»

Una novela magnifica, que me ha evocado en algunos momentos durante su lectura al maestro Delibes o al extremeño Jesús Carrasco. Sin ninguna duda, uno de los mejores libros que he leído últimamente. Muy recomendable.

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SINOPSIS

Cuando lo has perdido todo, no hay nada que puedan arrebatarte. Un relato emocionante sobre la libertad y la capacidad de resistencia del ser humano.

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    «La muerte merodea por aquí desde siempre. La gente de estos predios lo sabe muy bien. Tal vez es la melancolía la que invita a desaparece. O la calima que empaña las cosas y tanto se le asemeja. He acabado por comprender bien el espíritu de estas tierras, como si me hubieran parido aquí. Conozco la soledad angustiosa del paisaje, la gama completa de los ocres, los verdes que juegan a ser azules allí donde se encabalgan las lomas.»

Tras una juventud de excesos, Angie vive retirada -casi atrincherada- en una aldea recóndita del sur. Para los vecinos es la loca que se deja ver en compañía de sus perros. Su existencia transcurre en el viejo caserón familiar, en un cruce continuado de dos tiempos: el presente y el pasado. Tan solo tiene a sus fantasmas y el recuerdo del amor vivido con un artista inglés en el Londres olvidado de Margaret Thatcher.

El hallazgo del cuerpo ahorcado del terrateniente más poderoso de la comarca lleva a Angie a desenterrar viejos secretos familiares y a descubrir el hilo fatal de muerte, incomprensión y silencio que une a todos en la comarca. ¿Es el aislamiento? ¿Son los nogales, que secretan una sustancia venenosa? ¿O acaso la melancolía de los húngaros, que llegaron hace siglos con sus baúles y violines? Angie sabe que, cuando lo has perdido todo, no hay nada que puedan arrebatarte.

OLGA MERINO

© Marta Calvo

Olga Merino (Barcelona, 1965) es licenciada en Ciencias de la Información y máster en Historia y Literatura Latinoamericanas en el Reino Unido. Trabajó en la década de los noventa en Moscú como corresponsal para El Periódico. De aquella experiencia surgió su primera novela, Cenizas rojas, que tuvo un gran éxito entre la crítica, así como los diarios recogidos en Cinco inviernos. A aquella novela le siguieron Espuelas de papel y Perros que ladran en el sótano. En 2006 obtuvo el Premio Vargas Llosa NH por Las normas son las normas. Actualmente es columnista de El Periódico y profesora en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. Sus novelas han sido traducidas al italiano, neerlandés, inglés, francés y chino. Con La forastera (Alfaguara, 2020), Merino ha sido ganadora del premio Pata Negra y del Cubelles Noir, finalista del Premio Bienal de novela Mario Vargas Llosa y del VII Premio Ciudad de Santa Cruz de Novela Criminal y situada entre los mejores libros de 2020 según El PaísEl Periódico Forbes.

“Enjambre”, de Rafael Cabanillas Saldaña

«Triste paradoja la de esta tierra, llamarse Enjambre y estar vacía.»

Tras el éxito de su anterior novela, Quercus, el escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña nos regala otra espléndida novela: Enjambre, la segunda parte de una trilogía sobre la tierra vacía situada en los Montes de Toledo.

Enjambre es una pedanía, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en una zona situada entre las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo y Extremadura, en la que solo han quedado dos familias, que, para más inri, no se hablan, la de Tiresias, hijo único del tío Jacobo y de Remigia, y la de Eustaquio y Encarna.

Tiresias, el protagonista de la novela, es un chico que nació enfermizo, con aparente retraso mental y medio ciego.

    «Cuenta la tía Remigia que estando a boca de parir, con la madre ya a punto de dilatarse, soñó que se le aparecía una especie de hechicero, brujo o encantador, llámalo como te apetezca, envuelto en un resplandor, que le dijo: ¡Remigia, el muchacho que vas a parir se llamará Tiresias! Nombre que confundió a la tía Remigia y más al tío Jacobo, cuando le relató el sueño, pues era un nombre jamás oído en esas tierras.

    Le pusieron Tiresias y el muchacho les salió lelo, o digamos, raro. Algo difícil de determinar. El Tiresias, el pobre, un retrasado. Un niño enfermizo y escuchumizado que no se murió de milagro. Un ser extraño. Después de tanto arriesgar con el nombre. Que parecía que nos iba a traer un don divino, un pan debajo del brazo, y mira como nos ha salido.»

El joven, analfabeto porque no pudo asistir a una escuela que clausuraron cuando él era apenas un «cagón de cuatro años», se dedica a pastorear las cabras de la familia por las sierras que rodean la aldea. Siempre con su radio, del tamaño de un ladrillo y que funciona con dos pilas de petaca, al hombro. Y que gracias a esa radio y al teléfono que les puso el alcalde de Anchuras para que lo utilizasen las dos familias de la pedanía, encuentra una ventana al mundo exterior.

Mientras pasa el día en el monte con sus animales, Tiresias anhela que llegue la noche para poder escuchar la sensual voz de Sophia Bayker, la locutora de radio que parece hablarle solo a él. La fascinación que siente por ella es tan grande que le lleva a cambiar de hábitos y costumbres, y hasta aprende a leer.

Pero Enjambre no es sólo una historia de superación y de esperanza. Es también un hermoso y sentido homenaje a los supervivientes de estas tierras, abandonados a su suerte por los poderes públicos, y a sus sencillas formas de vida apegadas a la tierra. Así como el reconocimiento del papel de la educación para la transformación de la vida de las personas. Resulta muy entrañable el personaje del tío Deogracias en el papel de “maestro” de Tiresias. Por si fuera poco, Rafael Cabanillas aprovecha la novela para rendir tributo a la radio, tan importante para mantener el contacto con el mundo exterior en estos lugares dejados de la mano de Dios.

Al igual que su anterior novela, Enjambre está también poderosamente influida por la narrativa de Miguel Delibes, y recuerda al libro de éste titulado El disputado voto del señor Cayo. Sin embargo, es una novela mucho más luminosa que Quercus, más «amable», como se indica en la cuidada edición del libro. Escrita con una prosa precisa y muy visual, y empleando un lenguaje muy rico que incluye voces propias de la zona en la que transcurre la acción de libro.

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    «La sierra de Altamira también tiene alma. Aunque en lo tocante a las personas que la pueblan, es un alma amputada, rota, roída por la miseria. Igual que si la mordisqueara una rata. Que esos montes son un penaero para sus vidas. Pues habiendo miles de alcornoques y millones de encinas, todavía en número ganan las desdichas. Ante ellas, resistencia, sin queja. El vivir pausado, sin exigencias. Dejando que la vida pase inadvertida, rozándote apenas, sin hacerte más daño que el dolor intrínseco a la subsistencia. Conformándote con poco, casi con nada, buscando un cachito de felicidad en la humildad y la candidez que sin reclamar te regalan. El olor de ese queso que madura con aliento propio, un haz de sol que entra por el ventanuco convirtiendo las partículas suspendidas de polvo en un milagro para sus ojos, el cigarro de la mañana mirando a esa Garganta.»

Una extraordinaria novela que nos reserva, además, algunas agradables sorpresas. La historia del maquis Chaqueta Larga o el “cameo” de los Cabanillas, viajeros por los territorios de Enjambre camino de Las Casas de don Pedro, entre otras.

En fin, otra gran novela del maestro Rafael Cabanillas con la he vuelto a disfrutar muchísimo. Absolutamente recomendable.

«Enjambre es un grito mudo, callado, pues son los gritos más hondos y dañinos, por una tierra, por unos hombres y mujeres, por una forma de vida que se nos escapa de las manos igual que se escapa el agua. Un mundo que se abandona, que se deja morir, que agoniza a cambio de un falso progreso, absolutamente perjudicial, tóxico, que destroza la tierra y las vidas. Los protagonistas conviven con la miseria y una mínima ayuda podría hacerles felices. La ayuda más importante, más eficaz, es que les dejen vivir en paz. Que ese otro mundo que se come todo no se convierta en su enemigo. El suyo no es la Arcadia ni el paraíso prometido, pues la supervivencia es dura, pero es una vida digna. Respetuosa con la madre tierra, que nos da de comer y a la que pertenecemos igual que pertenecen las abejas y las encinas. Honestidad e inteligencia para dejar a nuestros hijos un mundo mejor del que nosotros nos encontramos.»  Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

El Enjambre es una pedanía de Anchuras, en la que sólo viven dos familias que no se hablan. Es un territorio real y a la vez mágico. Existe en los mapas y en el imagina-rio. Otro realismo mágico. Cuando estando la Remigia a boca de parir y se le aparece en el sueño una especie de brujo o hechicero diciéndole que el hijo se llamará Tiresias, ella ya adivina que lo que lleva en su vientre es algo diferente, especial, casi sobrenatural.

Sin embargo, Tiresias es un niño enfermizo, medio ciego, igual que su homónimo griego: Tiresias, el adivino ciego. Lo que no le impedirá convertirse en pastor de esas sierras que, aun siendo un paraíso terrenal, se han ido vaciando en un goteo incesante.

Pero es a la noche, escuchando la radio, cuando se va a producir el milagro. Esa locutora del programa “Desde la distancia te quiero”, en el 96.4 de la FM, que parece hablarle exclusivamente a él, al pastor perdido en una aldea abandonada, transformará su existencia.

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    «El Enjambre es una pedanía que depende del ayuntamiento de Anchuras, en las estribaciones de los Montes de Toledo, rayando con Extremadura. Y si hablas de naturaleza, aquí tienes toda la que quieras, porque el pueblo está encajonado en una Garganta de agua en el sopié de la sierra de Altamira. Jaras, lo que más abunda, cornicabras, acebuches, brezales y retamas, algún mirto, durillos, romeros, espliegos, almoradujes, lavanda y mil tomillos, sin nos referimos a la flora chica. De la grande ni te cuento: encinas, coscojas, alcornoques y quejigos, abedules, acebos, tejos, madroños y robledales en lo más alto; y en los bajos y arroyos, fresnos, sauces, álamos y almeces. Ahora están preciosos, con los mil colores que trae el otoño.»

Con Enjambre, Rafael Cabanillas nos regala una nueva novela espléndida, enraizada, por méritos propios, con lo mejor de la literatura española contemporánea.

Si su deslumbrante Quercus supuso la revelación plena de un escritor que, como pocos, ha sabido conceder a tantos olvidados la voz a ellos debida, Enjambre retorna a idéntico topos, real e imaginario. A la existencia dolorida y, a pesar de ello, esperanzada de quienes, víctimas del abandono y la codicia, vivieron y viven en la España vaciada. Cuantos, al leer Quercus, quedaran, como yo, fascinados por la esplendidez de esa obra magníca, tienen ahora la feliz oportunidad de reencontrar en Enjambre el prodigio de la prosa de Cabanillas; su lenguaje rico, preciso y rescatado; sus personajes memorables, nacidos de las sombras anónimas de la Historia: mujeres y hombres que ahora cobran vida desde el silencio, para hacernos testigos de su dolor y de su ejemplar heroísmo.

Ese es el don de la verdadera Literatura: penetrar más allá de lo objetivo. Transitar por las entrañas más genuinas y vulnerables de lo humano. Convertir en arte las palabras para, a través de ellas, mostrarnos quiénes somos, de dónde venimos y el horizonte al que debemos aspirar.

Todo ello, y mucho más, lo hallará con plenitud el lector en Enjambre, una obra imprescindible para quienes, desde la memoria, deseen la construcción de un mundo basado en la equidad, la fraternidad y la justicia.

Antonio Basanta Reyes

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es Director y Guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021) es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la España vaciada.

“El canto del cuco”, de Abel Hernández

    «El tsunami del llamado progreso amenaza la existencia misma de estos pueblos. Poco a poco se van quedando como un precioso cascarón vacío para disfrute, en el buen tiempo de los viajeros de la capital, como yo mismo. Hace tiempo que la gente se fue yendo. Cerraron las casas, cerró la escuela y sólo aumentan los vecinos del cementerio.»

Con El canto del cuco: llanto por un pueblo (2014), el periodista y escritor soriano Abel Hernández completa una serie de cuatro hermosos libros escritos desde y con el corazón, en los que no ha tenido que inventar nada y en los que nos habla de su infancia y de su pueblo, Sarnago, un municipio actualmente abandonado en las Tierras Altas de Soria.

En palabras del propio autor, en los tres primeros libros: Historias de la Alcarama (2008), El caballo de cartón (2009) y Leyendas de la Alcarama (2011) «desciende al universo oculto que constituye el alma del pueblo y que pervive bajo las ruinas y los escombros de esa civilización que se acaba». Este último, El canto del cuco, es un diario íntimo que recoge un año entero y recorre un ciclo completo de las estaciones. En él enfrentará la vida del campo a la de la ciudad y nos dará cuenta del contraste entre la vida de hoy y la de ayer. En el epílogo del libro, Abel Hernández escribe lo siguiente: «He ido recorriendo ordenadamente los meses y las cuatro estaciones fijándome en lo que va de ayer a hoy y anotándolo en mi cuaderno gris. He tratado de combinar, en un juego de prestidigitación, sucesos y experiencias de hoy mismo con mis recuerdos de la infancia. A poco que se observe, salta a la vista en todo esto la endemoniada dialéctica campo-ciudad. Yo, anticuado de mí, he tomado partido por el campo, por los pueblos perdidos, por la belleza profundo de sus ruinas, por el silencio, por la luz incontaminada, por la naturaleza escondida y buscada, por los campesinos que resisten y por los que tuvieron que cerrar su casa y huir a la ciudad. Mi memoria y mi corazón, algo alterado, se han ido inevitablemente a Sarnago, la patria de mi infancia, en las Tierras Alta de Soria.»

    «No tardaron los hombres del campo en darse cuenta de que las máquinas les habían suplantado también a ellos. Unas pocas máquinas venidas de fuera se encargaban de todo. Ellos sobraban. Los hijos permanecían mano sobre mano. Por supuesto, nadie quería ir pastor y, además, las ovejas, con la lana por los suelos, que no daba ni para pagar al esquilador, no rendían como antes. Así que lo mejor era vender las tierras o ponerlas en renta o simplemente dejarlas llecas, como querían en Bruselas, vender el ganado, cerrar la casa y marcharse a la ciudad, que era donde fabricaban las máquinas. Había que pensar en el porvenir de los hijos. Con suerte trabajarían en una fábrica o aprenderían un oficio. Algunos incluso podrían estudiar y labrarse un porvenir. Cualquier cosa menos quedarse de destripaterrones, como su padre y sus antepasados.

    Y así fue como los pueblos fueron quedándose vacíos, y las casas abandonadas acabaron derrumbándose. No tardaron en irse los funcionarios. Cerró la casa del médico. Cerró la escuela. Las zarzas invadieron los huertos. Nadie segó ya la hierba de los prados. El ejido se convirtió en hierbazal. Se cayeron las paredes de las herrañes. Los montes, muchos de ellos repoblados de pinos, fueron cerrándose, lo mismo que los caminos del monte, y cundió el temor de que cualquier verano, sin cabras, ovejas y leñadores durante el año, ardieran los pinares en aras del progreso. Será entonces cuando la imagen del pueblo aparecerá por primera vez en el telediario. El progreso había llegado por fin con las máquinas a la Tierras Altas.»

El canto del cuco es un libro magnífico que rescata la memoria de un pueblo y su cultura milenaria. Escrito con un extraordinario dominio del lenguaje, recoge términos, ya en desuso, propios del medio y del tiempo que retrata. Por eso el Glosario que figura al final del mismo puede ser de gran utilidad. Una verdadera obra de arte, que todas aquellas personas que provengan o tengan algún tipo de relación con el medio rural agradecerán. Muy recomendable.

   «Pertenezco a la última generación-bisagra: he pasado del candil a Internet, del arado romano al avión supersónico, de la Edad Media a la tecnológica y a la posmodernidad. Soy testigo directo y privilegiado de una civilización milenaria, la civilización rural, que se acaba y de la que es preciso recoger los despojos para que dispongan de ellos las futuras generaciones.»

Abel Hernández

SINOPSIS

Este Canto del Cuco es un canto a la civilización rural, a la que se ha ido extinguiendo lentamente y a lo que queda de ella. Abel Hernández culmina en estos hermosos diarios la labor que iniciara con sus Historias de la Alcarama, continuada con El caballo de cartón -Premio de la Crítica de Castilla y León- y con Leyendas de la Alcarama. El autor nos invita a recorrer a lo largo de un año y de sus estaciones la evocación de su tierra natal, de nuevo con una prosa magistral, que nos recuerda por momentos a Azorín y a Miguel Delibes, y nos anima a hallar la paz en la vuelta a las raíces y a la civilización rural.

Este diario ofrece a la vez un pretexto para reflexionar sobre lo abrumador de la modernidad que vivimos y la crisis de valores, a la que Abel contrapone el ejemplo sencillo de la vida en el campo, cuyas virtudes glosara el gran fray Luis.

    «Avanzada la primavera, salen las mujeres por los caminos hacia los sembrados. Caminan alegres. No es extraño que se peguen a ellas, si no hay escuela, los niños de la casa, que triscan, inquietos y juguetones, por los ribazos floridos y no se cansan de tirar piedras a los pájaros. Es el trabajo más llevadero del año, casi un recreo, una liberación del luto y del agobio oscuro de la casa. Cubren la cabeza con amplios pañuelos claros y llevan en la mano la azadilla o escardillo. Son las escardadoras. El sol de la mañana va ya alto y ha evaporado la aguada nocturna de los trigales. Con las últimas lluvias el campo es un tapiz y una sinfonía. Prevalecen las distintas gamas de verde, festoneado por la policromía de los ribazos, en los que las distintas flores azules y moradas combinan con el esplendor punzante de las ulagas, el amarillo radiante de los morrenglos, el botón dorado de las tomazas y el rojo pasión de las amapolas. Cantan las calandrias haciendo la torre sobre las esparcetas y los picogordos y verderones, en la rama más alta de los bizcobos y en los espinos de flor blanca; pasan volando parejas de pardillos camino del salegar, se hacen notar los chochines y trigueros, y no faltará en la vereda el vuelo corto de la uñalarga, buscando el refugio del orillo. Falta poco para que resuene el tortoleo de las codornices en celo y el “coreque” de la perdiz en el ulagar del cabezo. El aire perfumado está poblado de un rumor de insectos y el aleteo de cientos de mariposas.»

ABEL HERNÁNDEZ


Abel Hernández (Sarnago, Soria), escritor y periodista de dilatada y reconocida trayectoria en distintos medios, ha sido un destacado cronista de la Transición. Cursó estudios de Filosofía y Letras (Filosofía Pura y Filología Inglesa) y es licenciado en Ciencias de la Información y en Teología. Durante su carrera profesional ha dado clase en la Universidad y ha ocupado puestos relevantes en numerosos medios de comunicación: Jefe de Información Nacional de Informaciones, editorialista de Diario 16, adjunto al director y jefe de opinión de El Independiente, y columnista y director del Ya. Asimismo, fue muchos años redactor-jefe de Radio Nacional, donde creó y fue el primer director de distintos programas, entre ellos 24 Horas y Frontera. Por su labor en la radio obtuvo el Premio Ondas, el Premio Bravo y el Premio Nacional de Información. Es autor de varios ensayos de naturaleza política, entre otros, Crónica de la Cruz y de la Rosa, El Quinto Poder, Conversaciones sobre España, Fue posible la concordia (en colaboración con Adolfo Suárez), La España que quisimos o Suárez y el Rey, premio Espasa de Ensayo 2009. Es autor, asimismo, de tres obras literarias: Historias de la Alcarama (2008), finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León, galardón que obtuvo un año después con El caballo de cartón (2009), y Leyendas de la Alcarama (2011).

    «Donde hubo un árbol puede haber otros.

   Debemos preservar lo poco que queda de nuestros pueblos, proteger el paisaje que es nuestro patrimonio y quizá haya futuro para nuestro mundo rural.»

Abel Hernández

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Como decía , la noche de San Silvestre era costumbre inveterada en Sarnago echar los novios, que ésta era la expresión utilizada. No pasaba de ser un juego entretenido con una pizca de malicia. En el pueblo muchos hombres y mujeres se quedaban solteros. El juego era elemental: en una bolsa o talego se depositaban las papeletas con los nombres de todos los mozos del pueblo. Se mezclaban los muchachos que hacía pocos años que habían dejado la escuela para hacerse cargo del zurrón y el garrote de pastor, con los que habían vuelto de la mili y hasta con los cojitrancos aquejados de reúma, que cobraban ya el subsidio. Y lo mismo ocurría con el otro talego, que era de distinto color y guardaba las papeletas con los nombres de las mozas. Allí se juntaban todas, desde la nínfula con trenzas a la moza vieja, con moño y toquilla, que podía ser su abuela. La nieve helada solía cubrir las calles y el cierzo jugaba a las cuatro esquinas. A las doce de la noche, cuando San Silvestre salía a recorrer el cielo en silla gestatoria acompañado del rey enero y del poeta Rubén Darío cubierto con la capa azul de las constelaciones, se realizaba el sorteo en la fuente, si no era novche demasiado heladora, o, más frecuentemente, en el “cuartecillo”, bajo el Ayuntamiento, entre el nerviosismo y el jolgorio general. Los emparejamientos podían resultar acertados o estrafalarios y estos últimos daban pie a que las mozas cantaran:
¿Qué haces ahí mozo viejo
que no te casas?
¡Que te estás arrugando
como las pasas!
    (“Ahí “ no se pronunciaba nunca con acento en la í, sino que sonaba “ay”. Y en vez del termino “mozo viejo” solía utilizarse la variante jocosa de “pollo viejo”).
    Por un día todos los solteros del pueblo, hasta los que se apoyaban en la cachava y no tardarían mucho en criar malvas, estrenaban el año con novia, y al revés. Los novios debían hacer un pequeño obsequio a la novia de ocasión y bailar con ella al son de una guitarra. Esa era su dulce o embarazosa servidumbre. A veces el sorteo daba fruto y las parejas cuajaban y llegaban hasta el altar. Y eso daba pie al colorín, colorado…, comieron perdices y vivieron felices, etcétera. Era una forma como otra cualquiera de relacionarse. Ahora se busca novia o novio chateando en Internet, y la boda, si se realiza en el Juzgado, que es algo mucho más aburrido, dónde va a parar.»
[…]
    «Por el camino me he trasladado, como de costumbre, a mi infancia en Sarnago. El pan es el mejor reclamo de la memoria. Era el artículo de primera necesidad, la medida de todas las demás cosas. Lo peor que podía pasar en una casa de las Tierras Altas de la Alcarama es que faltara el pan. Allí el pan sólo se concebía redondo: una hogaza grande, olorosa y crujiente. El padre la apoyaba en el pecho a la hora de comer y partía con el cuchillo grandes rebanadas. Y si el padre había muerto, como en mi caso, se encargaba de partir el pan la madre o el abuelo. Era todo un rito. La abuela, que era muy escrupulosa, si caía al suelo un trozo de pan, lo recogía y lo besaba como si fuera pan bendito y no permitía que la hogaza se pusiera boca abajo. La hogaza era el fruto de los sudores y trabajos de todo el año. Romper la tierra, binar, abonar, rastrillar, sembrar, escardar, cosechar –siempre mirando al cielo por ver si venía la lluvia o asomaba una mala nube–, trillar, aventar, cerner, meter en el granero, llevar al molino, acarrear la támbara, amasar y cocer en el horno. La hornada debía servir para toda la semana.»

FUENTES

“La dehesa iluminada”, de Alejandro López Andrada

La dehesa iluminada es una novela del escritor cordobés Alejandro López Andrada. El libro que inauguró el llamado ruralismo mágico ha vuelto a ser reeditado por la editorial Benerice cuando se cumplen tres décadas de su primera publicación. En esta bella novela encontramos ecos de un mundo en vías de extinción, donde la naturaleza todavía muestra toda su riqueza y en la que los hombres y mujeres que la pueblan se resisten a abandonarla.

Luis, el protagonista de la historia, es un periodista que vive en Madrid y vuelve al pueblo donde nació para asistir al entierro de su padre. Su intención es regresar cuanto antes a la capital, pero una serie de acontecimientos le retienen en su antiguo pueblo y terminará por trasladarse a vivir en la vieja casa que heredó de sus abuelos, situada en plena dehesa.

   «No sé a cuento de qué me acudió esta mañana a las sienes este melancólico enjambre de recuerdos. Lo cierto es que desde la otra noche, después de visitar la majada y el chozo derruido de Nicasio, no he dejado de recordar la dehesa: aquel sereno paisaje tan ligado a mi niñez. Pienso, muchas veces al día, que debo volver allí, a residir en la vieja casa que heredé de mis abuelos. Cuando regresé de Madrid –hace ahora casi tres meses– lo hice con la intención de pasar, tras del entierro de mi padre, unos días en aquel mágico lugar. Sin embargo, llevo todo este tiempo viviendo en la antigua casa de mis padres, junto a mi hermano y su familia; en la casa que les correspondió en herencia. Quizá me haga falta algo de ánimo o de valor para decidirme a fijar mi residencia en la dehesa. Desde el fatal accidente que sufrí junto a Celia, ando profundamente deprimido. De todos modos, el día menos pensado tomo mi breve equipaje y traslado mi vivir a la vieja finca de mis abuelos, situada en el centro de la dehesa iluminada.»

La dehesa iluminada fue la primera novela de Alejandro López Andrada. Un libro que, como reconoce su propio autor, impregnó buena parte de su producción literaria posterior. Se trata de una novela muy íntima, puramente visual y que está muy influida por la narrativa del maestro Miguel Delibes. Está escrita como un diario íntimo que abarca un año completo siguiendo el ciclo de las cuatro estaciones.

En ella encontramos una fusión entre lo natural y lo sobrenatural, lo que dota a la narración de cierto halo mágico en algunos momentos.

López Andrada nos habla del fenómeno de la despoblación y del abandono del campo, de lo que hoy se conoce como la España vacía o vaciada, en una época que nadie escribía sobre ello.

En la nota que aparece en esta edición de la novela, Joaquín Pérez Azaústre escribe lo siguiente: «La dehesa iluminada es la novela que reivindicó el universo rural cuando no estaba de moda. El protagonista es un periodista enamorado de la naturaleza y el paisaje de su tierra natal que, a través de un diario, va reflejando sus vivencias cotidianas, conviviendo con seres entrañables y humildes, como el campesino Gabriel Manjaca, o Abundio, el pastor. La dehesa iluminada también incide en la despoblación y emigración de los vecinos de Veredas Blancas, pueblo imaginario, pero cierto, a las grandes ciudades. Todo esto se une a una prosa narrativa que no renuncia a la sustancia lírica de los sueños, esa vida abolida que es recuperada, en la novela, para el paisaje de la realidad, con una íntima, delicada y hermosa rememoración romántica. Hablamos de un relato rural, ecologista y emotivo, aunque a veces sorprenda la aparición de fenómenos paranormales y mágicos, propios de un microcosmos rural y campesino donde se mezclan los muertos con los vivos, lo real y lo sobrenatural, una atmósfera que el autor conoce bien porque la sintió muy próxima en su niñez, que es cuando se imanta de su identidad.»

     «Posado sobre la rama de un espino, a unos pasos del caserón derruido que hace unas décadas fue concurrida taberna de mineros, he observado esta tarde, mientras paseaba, un alcaudón real. El pajarillo alzó el vuelo apenas me vio asomar entre los escombros florecidos de la casa. Después, acercándome al esquelético arbusto, tropecé con el cuerpo desventrado y violeta de una pequeña lagartija que, unos segundos antes, anduvo devorando el arisco alcaudón.

    Instantáneamente, nada más contemplar la cruda escena, me acudió a la memoria la imagen desvaída de tía Eloísa. Ella siempre decía —yo era entonces muy niño— que detenerse a contemplar un alcaudón desgarrando su presa, ensartada en un espino, preludiaba alguna desgracia familiar.»

SINOPSIS

Se cumplen tres décadas de la novela que inauguró el ruralismo mágico. Mucho antes de «la España vaciada» y de que el medio rural se convirtiera en el eje de ensayos y narraciones de éxito, La dehesa iluminada mostraba ya un mundo en franco declive y, al mismo tiempo, repleto de bellos matices y fulgores. López Andrada retoma su formidable obra, fuente de inspiración para infinidad de autores posteriores, y la revisa en una edición que cuenta con un sabroso texto de Joaquín Pérez Azaústre y con la que Berenice celebra el aniversario de su publicación.

    «Ayer estalló la primavera en la dehesa. Lo hizo de un modo majestuoso y suave: se encendieron de tonalidades violeta los espliegos y las primeras margaritas tapizaron de amarillo los flancos del ferrocarril abandonado.

   Escuché esta mañana el primer canto de las abubillas. Gabriel acudió y se pasó media jornada dibujando escenas campestres. Bolillo anda como loco: no ha dejado de retozar en todo el día. Pasó la tarde revolcándose traviesamente sobre la hierba, corriendo detrás de las mariposas, persiguiendo, jadeante y nervioso, el sedante vuelo de las cogujadas.»

El regreso de un periodista a sus raíces y las tensas relaciones con su hermano marcan el inicio de esta novela donde confluyen las emociones más dispares. El protagonista, hastiado de la ciudad, elige la casa derruida de su abuelo, en el encinar, para vivir una hermosa historia de pasión por la tierra. Alejandro López Andrada, uno de los escritores más puros de nuestras letras, dibuja mediante su prosa exquisita el paisaje, los objetos y seres humildes que lo habitan —carboneros, pastores— con una intensidad que conmueve.

    «La dehesa iluminada constituye la piedra angular de una de las obras más importantes y personales de la literatura española actual». Julio Llamazares

   «Aquí están las raíces de lo mejor de la obra futura de López Andrada: el don de una voz emocionada y una fidelidad al humanismo de y en la naturaleza». Antonio Colinas

    «Todo es muy de verdad, y una especie de bondadosa compasión telúrica que comulga con los seres y las cosas lo empapa todo». Pere Gimferrer.

ALEJANDRO LÓPEZ ANDRADA

Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) comenzó a escribir muy joven y hasta la fecha ha publicado poemarios como El Valle de los Tristes (1985), La tumba del arco iris (1994), Los pájaros del frío (2000), La tierra en sombra (2008) y Las voces derrotadas (2011), y recibido premios como el Nacional San Juan de la Cruz, Iberoamericano Rafael Alberti, José Hierro, el Andalucía de la Crítica, el Fray Luis de León y el Ciudad de Córdoba Ricardo Molina , entre otros. Ha escrito asimismo poesía infantil, tres ensayos sobre la desaparición del mundo rural (El viento derruido, Los años de la niebla y El óxido del cielo) y once novelas, una de las cuales, El libro de las aguas , fue adaptada al cine por Antonio Giménez-Rico. Tras El jardín vertical (2015) y Entre zarzas y asfalto (Berenice, 2016), resulta ganador del Premio Jaén de Novela, uno de los más prestigiosos del país, gracias a Los perros de la eternidad. Hijo Predilecto de su localidad natal, en 2007 se dio su nombre a una plaza de la misma («Plaza de Alejandro López Andrada»). En ella se encuentra la casa donde nació.

OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO

    «Después, estuve conversando con Abundio y comencé a sentirme algo más animado. Él es, ahora, la única persona con la que puedo dialogar en estos solitarios campos de la dehesa. Él es mi única compañía. Bueno…, también me acompañan los pájaros: los mirlos y los alcaravanes, los arrendajos y las alondras, los chotacabras y los lúganos, las azules y altísimas totovías. Sí, hace mucho que aprendí el lenguaje de las aves, su código comunicativo. Los pájaros tienen sentimientos como las personas: lloran y aman, sufren y sonríen; tienen momentos de recogimiento y otros, muy contrarios, de alboroto. Hay pájaros melancólicos como el petirrojo, alegres como la golondrina, románticos como el ruiseñor, presumidos y altivos como la oropéndola. Siempre pensé que los pájaros tienen alma. Desde pequeño aprendí a dialogar con ellos. Me enseñaron numerosos secretos que yo desconocía. Nunca me encuentro solo entre los pájaros. Oigo atento sus cantos y aprendo a descodificar sus mensajes. Río y lloro con ellos. Agradezco su amable compañía.» 

“Quercus: en la raya del infinito”, de Rafael Cabanillas Saldaña

    «Dicen que la esperanza es la máquina que mueve el mundo. Una especie de máquina de vapor que hace que las cosas sigan funcionado. Si se pierde la esperanza, la tierra se paraliza.»

Quercus: en la raya del infinito es la última novela del escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña, publicada en julio de 2019. El libro se agotó en los primeros meses de la pandemia, por lo que ha vuelto a reeditarse en un cuidado formato a lo largo de este 2020, algo más de un año después de su primera llegada a las librerías. La novela, que está cosechando excelentes críticas, ha llegado a compararse con Intemperie de Jesús Carrasco e incluso con Los santos inocentes, de Miguel Delibes, entre otros grandes libros. Como nota curiosa, el autor ha omitido los puntos y aparte en esta obra como un homenaje a Los santos inocentes, que el maestro Delibes escribió sólo con comas.

Quercus es una novela sobre la naturaleza y la tierra, la auténtica protagonista de la historia, que trata de desentrañar los orígenes de la llamada España vacía o vaciada. Un problema que se ha puesto de moda recientemente pero que viene de lejos. La trama de la misma se inicia en la etapa final de la guerra civil española. Abel es un joven que ha presenciado unos hechos terribles ocurridos a su familia y que, preso del horror, emprende una huida desesperada atravesando la provincia de Badajoz, de oeste a este, siguiendo el curso del Guadiana, para refugiarse en una cueva situada en los Montes de Toledo, en una zona entre las provincias castellano-manchegas de Toledo y Ciudad Real.

    «Cuentan en secreto que Abel nieto llegó río arriba huyendo de la guerra. De las represalias de la guerra. Vadeando el agua somera y el profundo miedo, desde cerca de la desembocadura del mar, conducido por el instinto animal que lo llevaba al norte imantado de las sierras. Remontando unos cientos de kilómetros, siguiendo la brújula de la fuga del horror y el odio. Llegó siendo un muchacho, con lo puesto. Salvo un hatillo en forma de zurrón con cuatro achiperres: una navaja, un mechero de yesca, una cantimplora, un cazo, un juego de agujas, alambres, tijera y leznas metidos en una cajita de latón, unas cuerdas, un abrigo raído y una manta vieja. En el hato, envuelto y atado cuidadosamente en una tela de arpillera, traía también un rollo de papeles, recortes de periódico y hojas manuscritas. Un mozalbete de tez clara, espigado y fibroso, que rondaría los dieciséis años. Y que no se dejó ver en un largo tiempo, demasiado tiempo, escondiéndose en una cueva del monte, por la desconfianza y el desasosiego que traía cosido a sus espaldas. Allá en lo más alto. Sin luz ni fuego que lo delataran. Igual que una alimaña.» 

Después de pasar cinco largos años conviviendo con los animales, baja de las montañas y se integra en la vida de una aldea cercana en los terribles años de la posguerra, los famosos “años del hambre”. Allí tratará de sobreponerse a la miseria y a la injusticia reinantes gracias a las habilidades adquiridas durante su vida en la sierra observando el campo y las bestias.

Cabanillas Saldaña no ha tenido que inventarse casi nada para escribir esta historia. Se ha limitado a verter en su novela buena parte de las experiencias y saberes acumulados a lo largo de los años. Y reconoce que no habría podido escribirla antes. «He tenido que esperar a mi etapa más madura porque ha sido a través de vivir muchas experiencias, de conocer a mucha gente de la sierra, de patearme muchos kilómetros por los Montes de Toledo, Andalucía, Extremadura, para captar el alma, y el alma está ahí. En todas las historias que me han contado los aldeanos, la gente de la sierra, para luego juntarlos, macerarlos bien y que saliera esta novela», ha afirmado recientemente.

El escritor castellano-manchego, por tanto, sabe bien de lo que escribe, lo que agradecerá el lector. Demuestra que ha vivido y recorrido los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia, y que conoce muy bien la flora y la fauna de esa zona. En su libro recoge un buen puñado de testimonios y de historias rurales sobre aquellos años terribles de hambre y de miseria y describe, con todo lujo de detalles, una serie de actividades tradicionales, como la saca de la corcha, el carboneo o la caza furtiva, entre otras. Y lo hace empleando un lenguaje muy rico, utilizando a veces términos propios de la zona. Al final del libro encontramos un glosario que puede sernos de gran utilidad.

El resultado de todo lo anterior es una extraordinaria novela, que recomiendo leer sin prisas, paladeándola, para disfrutar mejor de su lectura. Una novela que a su autor le gustaría que fuera un poco la historia de los Montes de Toledo, esa sierra que agrupa parte de Ciudad Real, Toledo y de Extremadura, una parte del suroeste de la Península que tiene una tipología similar. Esperamos que lo consiga.

    «Quercus. En la raya del infinito aúna lo mejor de tres escritores bien conocidos: Jarrapellejos, de Felipe Trigo, La familia de Pascual Duarte, de Cela, y Los Santos Inocentes, de Miguel Delibes. Los tres supieron trazar un retrato terrible de la España rural, de la vida en una sociedad casi estamental de grandes propietarios y gentes humildes embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Sobre ese entorno envilecido sobrevuela la figura de caciques como don Casto, el señorito de la obra de Rafael Cabanillas, que lo hace como don Luis Jarrapellejos: ”con la siniestra sombra de un murciélago brutal, amparador de todos los crímenes y robos y engaños y estafas del inmenso pudridero».

Manuel Peinado Lorca

EMPEZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Una novela coral de múltiples voces, en la que el lector siente los olores del monte, el sabor del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes

Quercus un libro para sentir. Para sobrecogerse al sonido encadenado de las palabras y llorar de rabia, de ternura, de pasión. Para viajar a las entrañas de la sierra y al corazón de los hombres. Para abrasarse o temblar de frío con sus emociones. Páginas que aletean como mariposas en tu vientre, acariciando tu alma, zarandeando las conciencias. Un libro de letra viva que se escapa de los márgenes para convertirse en la voz de los que viven en silencio.

Nada ocurre por azar. El fenómeno de la despoblación de la “España vacía o vaciada”, tiene unos orígenes y unas causas. Igual que las enfermedades. Y eso, precisamente, es lo que intenta desentrañar esta impresionante novela. Centrándose, concretamente, en la España latifundista. En este caso, parece que el progreso y la modernización del mundo rural eran contraproducentes para los intereses de algunos.

El joven Abel huye del horror de la Guerra Civil para refugiarse en una cueva. En ella pasará unos años poniendo a prueba su resistencia para sobrevivir a la soledad y a las desdichas. Para conseguirlo, debe hermanarse con el bosque y con los animales que lo pueblan hasta convertirse en uno de ellos. Cuando al fin desciende del monte al pueblo, inicia una nueva vida. Complicada, pues el abandono, el hambre y la injusticia son los enemigos de estas tierras. Una especie de Comala, aislada de la civilización, cuya identidad se va conformando con las historias y sucesos de los aldeanos. Convirtiendo sus relatos en una novela coral de múltiples voces, con las que sentirás los olores del monte, el sabor astringente del miedo y el arañazo de la desesperación de sus gentes en tu propia boca y en tu piel.

¿Conseguirá Abel, destinatario de una especie de fatum desde que llegó a esa cueva, revertir el abandono y la miseria de esa tierra?

Una extraordinaria fuerza narrativa se apodera del lector en este relato de las condiciones de vida de las gentes de los montes, en una España que comenzó a vaciarse al tiempo de una posguerra cruel. No había entonces más que la caza natural y el aprovechamiento de otros pocos frutos de la sierra. Necesidad al límite.

    «El Collado de la Milana juntaba un total de trescientos veinte alcornoques. Gordos, retorcidos y viejos. Muy viejos. Por lo que no extrañaba que Paula la Verraca pensara que los había plantado el mismo Dios en los albores de la Creación. En dos semanas, el bosque gris de alcornoques, gracias a las manos expertas de los corcheros que desprendían su corteza, se convertiría en un bosque naranja. El color anaranjado más bello, recóndito y oculto que pueda imaginarse. Así quedaban los troncos, desnudos, mostrando sin querer sus entrañas de sangre anaranjada. Sorprendidos en su intimidad, en su silencio añoso. Impúdicos, obscenos a la fuerza. Violentados, descerrajados por los cuatro costados, quebrantados en su dignidad de árboles viejos. Bello naranja de sangre, bello naranja de cuerpos mancillados por las hachas.»

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) se formó en la Universidad Complutense de Madrid, tras lo cual se desplazó hasta París para continuar sus estudios, y a Suiza donde trabajó como profesor varios años. Además, realizó un máster de Educación para Adultos a través de la UNED. Incansable viajero con más de 50 países recorridos y experto en el África Occidental, en la actualidad es profesor de Lengua en el Instituto Hernán Pérez del Pulgar de Ciudad Real, labor que ha compaginado con una prolífica actividad como ponente y conferenciante en distintas universidades y congresos de todo el mundo: De Japón a Argentina, de China a Angola. Ha sido colaborador de National Geographic así como de distintos gobiernos y ONGs, y ha dedicado también parte de su carrera a trabajar en organismos e instituciones dedicadas a la educación, la cultura y el turismo. Por ejemplo, como responsable regional de la celebración en Castilla La Mancha del IV Centenario de la publicación del Quijote.

Cabanillas Saldaña cuenta con una amplia producción literaria desarrollada a lo largo de su carrera que le ha valido premios y reconocimientos de toda índole. En el ámbito editorial es autor de más de una decena de obras, con novelas como El secreto de Elvira MadiganAl llegar el inviernoEl llanto de la Clepsidra o Mirtillo Blu, como algunas de las más destacadas. Su conocimiento sobre África le ha permitido también publicar libros de viajes como África en tu mirada u Hojas de Baobab, este último prologado por Javier Reverte. Su producción ha alcanzado también el género de los cuentos infantiles, fórmulas hibridas entre literatura y exposición, o centenares de artículos periodísticos.

Sin embargo, Quercus es con toda seguridad su obra de mayor éxito como atestigua la gran acogida entre la crítica especializada y el público. Publicada en 2019, la novela trata el fenómeno de la España vaciada y los pueblos de interior, a través de la figura de un joven que, tras la guerra civil, debe sobrevivir a su soledad y sus desdichas, intentando revertir la injusticia de esas tierras.

La fotografía es otro de los campos donde Cabanillas Saldaña ha destacado por su trabajo, con exposiciones itinerantes acerca del continente africano o de la figura de la mujer. También ha realizado trabajos en el campo audiovisual como el documental Cine para África, estrenado en Madrid en el 2015, del que es director y guionista.

La carrera del autor le ha valido premios como el Miguel Hernández a la labor educativa otorgado por Ministerio de Educación y Cultura o el premio de la Asociación Literaria de Castilla la Mancha, entre otros muchos. Quercus ha sido elegido Libro Recomendado 2020 por la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «El tío Antonio, sentado en un tajo de corcha, pegado a la lumbre, inflaba y desinflaba el fuelle del aparato de donde salían los acordes de un himno militar. Después vinieron jotas y pasodobles, y el alcalde, al que se le notaba en la voz que había bebido, tomó la palabra: –Hemos echado la cuenta y cada vecino toca a una patata y, por supuesto, a un trago de vino. Jeremías os la va a entregar en aquella mesa y que cada cual se ocupe de la suya. Si la pierde entre las brasas, que luego no venga reclamando. Que cada uno se ocupe de sus brasas y de su patata. Si os quedáis con hambre, ahí tenéis un saco de nabos, también a uno por cabeza. Puede que un poco resecos, pero tostados en el rescoldo son una delicia. Y callaos ya, si no queréis que me lie a zurriagazos–. Por lo que la música enmudeció, mientras la gente se puso en fila –los primeros todos aquellos niños harapientos que había visto en las chozas–, para recoger su patata y echar el trago de vino de un pellejo que Jeremías iba repartiendo en un único y diminuto cacillo. Fueran viejos o chavales, todos tiraban del pellejo.» 
            […]
     «El delirio y la tragedia van envueltos en esa luz de otoño, no en la oscuridad de la vigilia. Esa luz que deja de golpe de ser bella. Es traicionera, mentirosa, falsificadora de primaveras. No trae mutismo de pájaros, ni silencios, ni desahucios de alas. Sino gritos desesperados; que están las aves carroñeras, los buitres, las grajas negras graznando. Invocando las muertes de luto. Suplicando a las plañideras negras que acudan desde todos los rincones de la sierra. Que vengan las locas y las suicidas de los pozos, las madres con vientres secos, las que paren pero dejan ahorcarse a sus hijos, las vírgenes que manosearon los señores, las viudas de hombres y sueños. Por favor, que acudan al auxilio las viejas prematuras a las que caparon las esperanzas y los deseos. Que comparezcan veloces al aquelarre del llanto. Ya no hay rechinar de dientes, porque son todo colmillos. Lenguas como navajas invocando la sangre. Que ya no hay mordazas tampoco, que se las arrancaron como se arrancan las uñas para llorar de espanto. Ni potros maniatados a la madrugada, que galopan por la sierra dando relinchos de pena y llanto.» 

“Las cosas del campo”, de Antonio Muñoz Rojas

Las cosas del campo es un hermoso libro del poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas, constituido por un buen puñado de textos breves y que está considerado como una de las más altas cumbres del poema en prosa del siglo XX.

Estos textos fueron elaborados por el poeta malagueño entre marzo de 1946 y mayo de 1947 en su finca antequerana de la Casería del Conde. El propio autor ha reconocido que nacieron como una especie de apuntes campesinos, que podrían haber servido para textos más extensos, escritos sin la intención de publicarlos. Siguen un orden vagamente cronológico y estacional, y abarcan un ciclo campesino completo.

Las cosas del campo se publicó por primera vez en 1951, con una tirada de 200 ejemplares. Posteriormente se lanzarían varias ediciones corregidas y aumentadas. En 2015, la editorial Renacimiento publicó la primera edición crítica de la obra, con estudio de Juan Luis Hernández Mirón y prólogo del escritor extremeño Luis Landero.

El libro está escrito con una enorme sensibilidad y con la misma sencillez con la que realizan sus faenas las gentes del campo y se suceden las estaciones.

Tierra eterna

    Sola y eterna, tierra de arados, de sementeras y de olivar, mil veces regada con sudores de hombres, con cuidados, con maldiciones, con desesperaciones de hombres, hermosura diaria, espejo y descanso nuestro.

    Nunca cansas, siempre lista, inscrita una y otra vez por hierros y por huellas, volcada por rejas al sol y a la lluvia, a todo tempero, siempre con la dádiva conforme al trabajo, medida a nuestros huesos.

    ¡Ay de los que te olvidaren, de los que en su piel y en sus ojos pierdan tu recuerdo, de los que no se refresquen contigo, de los que te pierdan de alma!

De esta especie de estampas campesinas se desprende un profundo amor por la tierra y por unas formas de vida en vías de extinción, que él conocía de primera mano. Ya en la Advertencia que el autor escribió para la edición de Ínsula, publicada en 1976, señalaba: «Algunas de estas “cosas” no existen. Algunos de los personajes de que aquí se escribe, no sólo han desaparecido, sino que ni sus oficios ni sus quehaceres se saben ya […]

Hay muchos cortijos abandonados cayéndose. El campo se ha quedado más solo, las yerbas ignoradas tienen nombre para los yerbicidas implacables, abejas y abejarucos se refugian donde pueden contra enemigos comunes, las herrizas son más que nunca lugares donde la hermosura se acoge y la libertad reina, los chaparros, ya encinas, esperan estremecidos a la primavera. Golondrinas, vencejos y tórtolas siguen tornando y anidan en olivos apartados o techos de cortijos en abandono.

Pero el campo saca incansables bellezas escondidas y acumuladas, las renueva y ofrece sin tasa a los ojos y al alma de quienes quieren gozarlas. Advierte con su descansado silencio que sólo volviendo a él encontrarán los hombres lo mejor de ellos mismos.»

Las cosas del campo me ha parecido un libro magnífico, que constituye un hermoso y sentido homenaje a un mundo hoy desaparecido. Para disfrutar de él, leyéndolo despacio. Muy recomendable.

SINOPSIS

Las cosas del campo (1951) es, sin exageración posible, una de las más altas cumbres del poema en prosa español del siglo XX, junto con Platero y yo (1914), de Juan Ramón Jiménez y Ocnos (1942), de Luis Cernuda. José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009), su autor, fue un destacado poeta de la llamada generación del 36. Uno de sus últimos poemarios, Objetos perdidos (1997) recibió el Premio Nacional de Poesía. Juan Luis Hernández Mirón es el autor de la presente edición crítica y de las glosas que la acompañan. El libro cuenta también con un prólogo del novelista Luis Landero.

Hombres del campo

    Hombres del campo, hechos al polvo y a la pena, con la copla sin alegría, pardos, contra el suelo, surco va, surco viene, ya al arado, ya a la hoz o al azadón uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, en el olvido y en la desesperanza.

    Se vive como se puede, malamente; se mantiene malamente la esperanza, nadie sabe por qué.

    Os sospecháis siempre cerca de la tierra, apenas os saca de ella una hora en que el mundo se dora, el aire se hace ingrávido, la noche alegre y amáis. Luego os ata la carga del amor, se os arruga la cara, se os hace pesado el andar, duras las manos, torcida la sonrisa. No hay nada que esperar.

    Al frío seguirá el calor, al relente de la noche la chicharrera del mediodía.

    Y en vuestros pueblos, sobre un costerón tapiado de blanco, el lugar seguro y pobre donde la tierra que os persigue, os hará suyos para siempre.

Sé algo de la tierra y sus gentes. Conozco aquélla en su ternura y en su dureza, he andado sus caminos, he descansado mis ojos en su hermosura. Los cierro y la tengo ante mí. Tierras duras, alberos y polvillares, breves bugeos, largos cubriales; aquí se riza una loma, allá se quiebra una cañada, se extiende una albina, tiembla un sisón de vuelo lento. Todo el campo vuela pausadamente. Las herrizas se coronan de coscojas, aquí una encina huérfana canta una historia. Las encinas solitarias son los dientes que le quedan al campo para mascullar una historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la primavera […]

Yo me estremezco andando estas realengas, cruzando estas lindes, asomándome a estas herrizas. Me siento extrañamente eterno. Me hundo en el campo y gusto en mi espíritu tanta amargura suelta, tanta dulzura recogida en estos anuales surcos y sementeras. Año tras año, sol a sol, surco a surco, se va el hombre atando a la tierra, enterrándose en ella. Andamos sobre sus sudores, sobre sus ilusiones y sobre sus huesos. Por eso tiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedo de no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, no acabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Pero la tierra la seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes. Algún matutero a deshora por la veredilla, algún extraviado entre los olivos, algunos amantes que busquen la complicidad de la noche y la dureza de la tierra para darle lo suyo al amor. ¡Oh canción tan inútil y tan necesaria como esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas!

Casería del Conde, 1946

Del prólogo de la primera edición, J. A. Muñoz Rojas

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS

José Antonio Muñoz Rojas antequerano y «cosmopolita de pueblo» decía de sí, vivió para la poesía y en la poesía. Procede del mismo litoral poético donde se ha fraguado una honda poesía española que lo inserta en la corriente literaria hispano-arábiga y lo hermana con los sevillanos Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Antonio Aparicio; el moguereño Juan Ramón Jiménez; el granadino Federico García Lorca; el gaditano Rafael Alberti; los malagueños Salvador Rueda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José María Hinojosa y José Moreno Villa; el cordobés Ricardo Molina, etc. El poeta aumenta con su obra la gloria de las letras andaluzas e hispánicas; en línea de continuidad con la Escuela Antequerana del Siglo de Oro y con la Escuela de Poetas Románticos del XIX se suma a la nómina de Hijos Ilustres de Antequera.

Su primer libro, Versos de retorno, es de 1929. Lector en la Universidad de Cambridge durante algún tiempo y gran conocedor de la lírica inglesa, ha traducido al castellano obras de John Donne, Richard Crashaw, William Wordsworth, Gerald Manley Hopkins, Francis Thompson y Thomas Stearns Eliot.

Dentro de su obra poética cabe destacar Cantos a Rosa (1954, edición aumentada, 1999), Objetos perdidos (1997, Premio Nacional de Poesía 1998) y Entre otros olvidos (2001).
De Las cosas del campo, su mejor libro en prosa, del que ya se han hecho varias ediciones en España, dijo Amado Alonso en carta dirigida al autor: «Has escrito, sencillamente, el libro de prosa más bello y más emocionado que yo he leído desde que soy hombre».

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

Las puertas del campo
      «¿Quién sabe las razones de un amor? Son secretas como las aguas bajo la tierra, que luego salen en manantial donde menos se espera. Nada se guarda y el amor menos que nada. A fuerza de pasar los ojos sobre este campo, lo vamos conociendo como el cuerpo de una enamorada, distinguimos todas sus señales, sabemos la ocasión del gozo, la de la esquivez. ¡Oh enorme cuerpo del amante! Por tus barrancos y por tus veras, por tus graciosos cielos, por tus caminos, ya polvorientos, ya encharcados, por tus rincones ocultos y tus abiertas extensiones, por agostos y por eneros, te he cabalgado. Tú también conoces los cascos de mi caballo. En la más dura coscoja, en la mantilla más oculta, en vuelo y en terrón, en todo te he buscado.
    Eres un río de hermosura pasando, sonando, ajustándote a la noche, al día, a la estación. Por ti siento pasos antiguos, correr sangre de esta misma de mis venas. Todos somos como tú, algo que ni empieza ni acaba, como la hermosura o estos olivares cuyo fin nunca alcanzan mis ojos.
    Y esperamos. A veces es algo áspero este roce del corazón. Todo por fuera está inmutable y algo por dentro roza. ¿Qué será? Un gran aletazo del amor nos sacará a su luz. Quedará todo limpio. Allá en nuestro rinconcillo, el amor sigue. Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero, ¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?»
           […]

Cuando florecen las encinas
     «Cuando florecen las encinas, decía, hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Pasa como cuando llora un hombre fuerte y maduro, cuando viene un estremecimiento a colmar una plenitud. Hay en ello algo humano, «sazón de todo». Igual con las encinas. Con las jóvenes y las viejas, que todas florecen. La hoja del chaparro es áspera, crujiente, graciosamente rizada en el contorno, verde el oscuro haz y gris el envés. El tronco áspero y duro se diría insensible. Se diría insensible el árbol entero, apenas conmovido por lluvia o viento, sol o hielo, un contemplativo, con mucho cilicio y poco halago. Y de pronto hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, aquella ascesis, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y toda la melancolía del sauce.
     Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas, que casi componen una figura patética en el paisaje, y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso.
    Luego, quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.»