Luna de lobos es una novela de Julio Llamazares, publicada en 1985. Recién acabada la guerra civil, un pequeño grupo de combatientes republicanos huye de las fuerzas nacionales y de la Guardia Civil y se refugia en las cumbres heladas de las montañas de la vertiente leonesa de los Picos de Europa. Los años van pasando, pero el miedo, el instinto de supervivencia y la soledad permanecen. Como señala Miguel Tomás-Valiente en la cuidada edición de Cátedra, «fue la primera novela que publicó Julio Llamazares y es justo considerarla un clásico de nuestra novelística del siglo XX fundamentalmente por dos motivos. Uno es el de aportar a la literatura española, y más en concreto al grupo de novelas cuyo escenario de fondo es la Guerra Civil Española, un nuevo protagonista, el huido, el guerrillero maqui. El segundo motivo, de mucho mayor calado, es la eficaz elección de cada recurso literario, la sugerente potencia poética de las imágenes, la cuidada elección de cada palabra; en suma, la calidad estética de la novela. Todo este despliegue de belleza poética se ve reforzado al servir como instrumento de la representación de una época desdichada y como vehículo del relato de unos episodios de una dureza descorazonadora. Y, a su vez, el contenido de la narración se ve potenciado por el contraste que se establece entre la tragedia narrada y la sorprendente belleza con que está escrita.
Es una novela pesimista sobre la capacidad del hombre de convertirse en cazador de hombres, una reflexión sobre hasta dónde es capaz de llegar el hombre cuando la sed de venganza y la inquina le invaden y le dominan, cuando el odio que le nubla el entendimiento y el fanatismo que le ciega la razón lo convierten en un lobo para el hombre. Y es, también, una reflexión sobre las reacciones que esta cacería provoca en el ser humano acosado; sobre cómo, en tales situaciones, desde el instinto de supervivencia surge irremediablemente la violencia como respuesta única.»
«–Escúchame bien, Ángel. Tenéis que marchar lejos cuanto antes, pasar a la otra zona, si podéis. Están buscándoos. No. No saben que estáis aquí –continúa él leyendo en mi mirada la sorpresa–. Buscan a todos los que estabais en Asturias. Saben que muchos habéis vuelto otra vez huyendo a través de las montañas. Y, en los últimos días, han cogido ya a unos cuantos: a Goro, a Benito, el del carrero, a dos o tres de Ancebos. Tienen todos los caminos y pueblos vigilados […]
–Te acuerdas de la mina del monte Yormas, ¿verdad? Aquella mina abandonada donde nos refugiamos de la lluvia una vez que fuimos a por leña, hace ya años. Escondeos allí de momento. Hasta ver qué pasa. Juana o yo os dejaremos comida cada tres o cuatro días en la collada.
Y, luego, mirándome fijamente:
–Pero no os entreguéis. Pase lo que pase, no os entreguéis, ¿me oyes? Os matarían al día siguiente en cualquier cuneta como han hecho con tantos.»
La novela evita las argumentaciones políticas, centrándose en las vivencias de los personajes, que a pesar de las duras circunstancias que viven nunca llegan a perder la dignidad y su entereza moral
El autor de La lluvia amarilla conocía y había investigado los hechos sobre los que sustenta su magnífica novela. En alguna ocasión ha señalado que escribió la novela para recoger las historias que oyó contar de niño sobre los hombres del monte, que era como llamaban en su tierra a los huidos de la guerra. Demuestra, además, un enorme conocimiento de los territorios en los que se desarrolla la trama de la historia, las montañas y valles en los que nació y vivió durante su infancia; así como de la flora y la fauna de la zona.
El resultado de todo ello es una excelente novela, magníficamente escrita, que se lee con gusto. Imprescindible.
«Cuando acabamos de cenar, Gildo y Ramiro se quitan las botas y las chaquetas, encienden sendos cigarros y se tumban en sus camastros, cerca del fuego.
Son las cuatro de la madrugada y, esta noche, yo haré ya la guardia entera.
Desde la boca de la cueva, con el pasamontañas calado y la metralleta cruzada sobre las piernas, no tardo en escuchar el bombeo regular y monótono de sus corazones cansados, las respiraciones profundas que preceden al sueño. Poco a poco, el monte comienza a recobrar la perfección de las sombras y sus misterios, el orden primitivo que la noche y el fuego disponen frente a mis ojos. Poco a poco, todo va quedando sepultado bajo la ingravidez profunda del silencio. Incluso esa luna fría, clavada como un cuchillo en el centro del cielo, que me trae siempre al recuerdo aquella vieja frase de mi padre, una noche volviendo cerca del cementerio:
–Mira, hijo, mira la luna: es el sol de los muertos.»
En 1987 la novela fue llevada al cine con el mismo título por Julio Sánchez Valdés con actores como Santiago Ramos, que interpretaba a Ángel, y Antonio Resines, quien interpretó a Ramiro, y Kiti Mánver.
Al término de la Guerra Civil Española (1936-1939), algunos combatientes republicanos continúan hostigando a los vencedores con operaciones guerrilleras. Una de las zonas de resistencia fueron las montañas de León. En la comarca de Riaño, media docena de maquis mantienen una lucha muy desigual contra la Guardia Civil. Ramiro, Santiago y Gildo, tres milicianos, son perseguidos por una patrulla de la Benemérita al mando de un sargento que está enamorado de la misma mujer que Ramiro. Para conseguir el dinero suficiente que les permita llegar a Francia, los milicianos secuestran al dueño de una mina y exigen 150.000 pesetas a cambio de su libertad. (FilmaAffinity)
SINOPSIS
Es otoño de 1937. La partida de Ramiro «el Manco», integrada, además de por él mismo, por su hermano Juan, Gildo y Ángel –el protagonista y narrador–, ha cruzado las montaña, desde el Principado a la vertiente leonesa. Sin embargo, no pueden integrarse en la vida de sus pueblos: el nuevo régimen está fusilando a tos los excombatiente. Por eso se quedan en las montañas.
A estos hombres que se escondieron porque ni podían regresar a sus casas ni, por la razón que fuera, escapar a lugares más seguros para ellos, se les conoce como huidos y, en un principio, sus pretensiones no van más allá de la mera supervivencia. Sin embargo a medida que avanza la novela, avanza también el proceso en todos los sentidos: los militares que se alzaron contra la república ganan definitivamente la guerra e inician una terrible represalia; el monte se va a transformar para estos hombres que esperaban acontecimientos protegidos en sus entrañas, en una jaula, primero, y en una tumba después; los personajes se van asimilando al medio natural en el que viven, se animalizan progresivamente; cuanto más tiempo pasa, mayor es el acoso y mayor también la soledad de los huidos.
«–¿Qué os pasa? –pregunta Gildo–. ¿No vais a comer nada?
Un silencio indiferente le contesta. Ramiro y Juan ni siquiera abren los ojos para mirarle.
Yo tampoco tengo hambre. Desde que estamos aquí, apenas he vuelto a sentir el grito negro de la bestia que, en el fondo de mi estómago, bramaba desolada tantas veces en los últimos meses de la guerra y, sobre todo, durante los cinco días que pasamos sin comer huyendo a través de las montañas y en medio de la lluvia de otra bestia más concreta, más humana y sanguinaria, que perseguía implacable nuestros pasos. Es como si la humedad y el frío de la cueva se me metieran en los huesos y en el alma manteniéndome tumbado día y noche al lado de la lumbre, sin ganas de comer, ni de hablar, ni de asomarme siquiera a la boca de la entrada para observar el cielo encapotado y duro que, en sus aristas, tiene ya el aliento de la nieve y, en él, nuestra condena: antes de la primavera no podremos escapar de aquí.»
JULIO LLAMAZARES
Julio Llamazares nació en el desaparecido pueblo de Vegamián (León) en 1955. Licenciado en Derecho, abandonó muy pronto el ejercicio de la abogacía para dedicarse al periodismo escrito, radiofónico y televisivo en Madrid, ciudad donde reside. Ha publicado dos libros de poemas, La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982), que obtuvo el Premio Jorge Guillén, y un insólito ensayo narrativo: El entierro de Genarín (1981). Ha reunido sus principales artículos en el volumen En Babia (Seix Barral, 1991). Es autor de las novelas Luna de lobos (Seix Barral, 1985), La lluvia amarilla (Seix Barral, 1988) y Escenas de cine mudo (Seix Barral, 1993), que le han situado entre las figuras más destacadas de la narrativa española actual.
FUENTES
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Llamazares, Julio. Luna de lobos. Barcelona, Ediciones Cátedra, 2018