“Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, de Vicente Blasco Ibánez

   «Dios se ha dormido, olvidando al mundo. Tardará mucho en despertar, y mientras Él duerme, los cuatro jinetes feudatarios de la Bestia correrán la Tierra como únicos señores».

Los cuatro jinetes del Apocalipsis es una extraordinaria novela del escritor español Vicente Blasco Ibáñez, publicada en 1916, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial.

Cover

                        Editorial Promete0, 1929

La novela «retrata con maestría un mundo sacudido por la tragedia bélica, con una trepidante intriga melodramática que tendrá como hilo conductor el enfrentamiento entre dos ramas de una misma familia por motivos políticos, en el que Blasco se posicionará claramente a favor del bando aliado».

Las hermanas Luisa y Elena Madariaga, hijas de un rico estanciero en Argentina, se casan, respectivamente, con un francés, Marcelo Desnoyers, y un alemán, Karl von Hartrott. A la muerte del estanciero, Julio Madariaga, ambas familias se trasladan a Europa: los Desnoyers a París y los Hartrott a Berlín y acabarán enfrentándose tras el estallido de la Gran Guerra europea.

    «–Ve –dijo simplemente–. Tú no sabes lo que es esta guerra; yo vengo de ella, la he visto de cerca. No es una guerra como las otras, con enemigos leales: es una cacería de fieras… Tira sin escrúpulo contra el montón. Por cada uno que tumbes, libras a la Humanidad de un peligro.

  Se detuvo unos instantes, como si dudase y añadió al fin con trágica calma:

   –Tal vez encuentres frente a ti rostros conocidos. La familia no se forma siempre a nuestro gusto. Hombres de tu sangre están al otro lado. Si ves a alguno de ellos…, no vaciles: ¡tira! Es tu enemigo. ¡Mátalo!… ¡Mátalo!»

Como señala el propio Blasco Ibáñez en el prólogo de la obra, la novela la escribió en París en unas condiciones muy duras, «cuando los alemanes estaban a unas docenas de kilómetros de la capital, y bastaba tomar un automóvil de alquiler en la plaza de la Ópera para hallarse en menos de una hora a pocos metros de sus trincheras, oyendo sus conversaciones a través del suelo siempre que cesaba el traquetear de fusiles y ametralladoras, restableciéndose el silencio sobre los desolados campos de muerte».

Blasco Ibáñez tuvo la oportunidad de trasladarse, invitado por Poincaré, presidente de la República, al escenario de la batalla del Marne «cuando aún estaban recientes las huellas de este choque gigantesco».

Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis ha sido profusamente editada y traducida a muchos idiomas, y ha tenido un enorme éxito de ventas. El libro gozó de gran popularidad en Estados Unidos y en los países aliados, convirtiéndose en el primer bestseller de un autor español en aquel país. Según Publishers Weekly, fue el libro más vendido en Estados Unidos en 1919. La novela, convertida en todo un fenómeno de masas, contribuyó notablemente a la participación de los Estados Unidos en la guerra europea.

La novela ha sido también llevada a la gran pantalla. En 1921 se estrena la versión cinematográfica realizada por Rex Ingram e interpretada por Nita Naldi y Rodolfo Valentino.

En 1962 se estrenó una nueva adaptación de Vicente Minnelli, protagonizada por Glenn Ford, Ingrid Thulin y Charles Boyer. Los hechos de la película transcurren durante la Segunda Guerra Mundial.

Tráiler de la película

Adaptación cinematográfica de la novela homónima de Blasco Ibáñez, publicada en 1916. Julio Madariaga, el patriarca de una acomodada familia argentina, verá como el ascenso del nazismo en Europa divide a las dos ramas de su familia. La rama francesa, encabezada por Julio Desnoyers (Glenn Ford), se enfrentará a la rama alemana, los Von Hartrott, cuya militancia nazi les permitirá ocupar puestos de importancia en la Werhmacht. Finalmente, al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), ambas familias se encontrarán divididas y enfrentadas. (FilmAffinity)

SINOPSIS

Julio Desnoyers, joven argentino acomodado de ascendencia francesa, aguarda en un jardín de París una cita de amor. Poco sospecha que en breve habrá de desencadenarse sobre Europa una de las más terribles calamidades, la guerra, con toda su secuela de desastres. Los cuatro jinetes del Apocalipsis es una novela que permite dar rienda suelta al placer de leer. En el marco del enfrentamiento entre alemanes y franceses en la Primera Guerra Mundial, dos familias –los Desnoyers y los Hartrott– con un tronco común pero pertenecientes cada una a uno de los bandos en contienda, se verán envueltas en el mismo trágico conflicto que se resuelve en los desolados campos de batalla.

VICENTE BLASCO IBÁNEZ

1082_sVicente Blasco Ibáñez nació el 29 de enero de 1867 en Valencia (España). Era hijo de Ramona Ibáñez y del comerciante Gaspar Blanco. Estudió Derecho en la Universidad de Valencia. Participó en la política uniéndose al Partido Republicano. En 1894 fundó el periódico El pueblo. En el año 1896, fue detenido y condenado a
varios meses de prisión. En 1889 contrajo matrimonio con María Blasco del Cacho, hija del magistrado Rafael Blasco y Moreno. Cuando subió al poder Cánovas del Castillo, el escritor se exilió brevemente en la ciudad de París. Fue un autor vinculado en muchos aspectos al naturalismo francés. Por otra parte, la explícita intención político-social de algunas de las novelas de Blasco Ibáñez, aunada al escaso bagaje intelectual del autor, lo mantuvo alejado de los representantes de la Generación del 98. Murió el 28 de enero de 1928 en Menton (Francia)a los 60 años. Entre sus títulos destacan:
Arroz y Tartana (1894), La Barraca (1898), Entre Naranjos (1900), Cañas y Barro (1902), La Horda (1905), Sangre y Arena (1908) o «Los cuatro jinetes del Apocalipsis» (1916).

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «-Fíjate, gabacho -decía, espantando con los chorros de humo de su cigarro los mosquitos que volteaban en torno de él-. Yo soy español, tú, francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el cocinero ruso, su ayudante griego, el peón de cuadra inglés, las chinas de la cocina, unas son del país, otras gallegas o italianas, y entre los peones los hay de todas castas y leyes… ¡Y todos vivimos en paz! En Europa tal vez nos habríamos golpeado a estas horas; pero aquí todos amigos.
    Y se deleitaba escuchando la música de los trabajadores: lamentos de canciones italianas, con acompañamiento de acordeón, guitarreos españoles y criollos apoyando a unas voces bravías que cantaban al amor y la muerte.
    -Esto es el Arca de Noé -afirmó el estanciero.
  Quería decir la torre de Babel, según pensó Desnoyers, pero para el viejo era lo mismo.
   -Yo creo -continuó- que vivimos así porque en esta parte del mundo no hay reyes y los ejércitos son pocos, y los hombres sólo piensan en pasarlo lo mejor posible gracias a su trabajo. Pero también creo que vivimos en paz porque hay abundancia y a todos les llega su parte… ¡La que se armaría si las raciones fuesen menos que las personas!
    Volvió a quedar en reflexivo silencio, para añadir poco después.
-Sea por lo que sea, hay que reconocer que aquí se vive más tranquilo que en el otro mundo. Los hombres se aprecian por lo que valen y se juntan sin pensar en si proceden de una tierra o de otra. Los mozos no van en rebaño a matar a otros mozos que no conocen, y cuyo delito es haber nacido en el pueblo de enfrente… El hombre no es una mala bestia en todas partes, lo reconozco; pero aquí come, tiene tierra de sobra para tenderse, y es bueno, con la bondad de un perro harto. Allá son demasiados, viven en montón, estorbándose unos a otros, la pitanza es escasa, y se vuelven rabiosos con facilidad. ¡Viva la paz, gabacho, y la existencia tranquila! Donde uno se encuentre bien y no corra peligro de que lo maten por cosas que no entiende, allí está su verdadera tierra.»
[…]

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   «Y al agotarse la lluvia de flores se apartó, para no turbar con su presencia el dolor gimiente de los padres.
   Ante la inutilidad de sus quejas, el antiguo carácter de don Marcelo se había despertado colérico, rugiendo contra el destino.
    Miró el horizonte, allí donde él se imaginaba que debían estarlos enemigos, y cerró los puños con rabia. Creyó ver a la Bestia, eterna pesadilla de los hombres. ¿Y el mal quedaría sin castigo, como tantas veces?…
   No había justicia; el mundo era un producto de la casualidad;
todo mentiras, palabras de consuelo para que el hombre sobrelleve sin asustarse el desamparo en que vive.
   Le pareció que resonaba a lo lejos el galope de los cuatro jinetes apocalípticos atropellando a los humanos. Vio un mocetón brutal membrudo con la espada de la guerra; el arquero de sonrisa repugnante con las flechas de la peste; al avaro calvo con las balanzas del hambre; al cadáver galopante con la hoz de la muerte. Los reconoció como las únicas divinidades familiares y terribles que hacían sentir su presencia al hombre. Todo lo demás resultaba un ensueño. Los cuatro jinetes eran la realidad…
   De pronto, por un misterio de asimilación mental, le pareció leer lo que pensaba aquella cabeza lloriqueante que permanecía a sus pies.
   La madre, impulsada por sus propias desgracias, había evocado las desgracias de los otros. También ella miraba el horizonte. Se imaginó ver más allá de la línea de los enemigos un desfile de dolor igual al de su familia. Contempló a Elena con sus hijas marchando entre tumbas, buscando un nombre amado, cayendo de rodillas ante una cruz. ¡Ay! Esta satisfacción dolorosa no podía conocerla por completo. Le era imposible pasar al lado opuesto para ir en busca de otra sepultura. Y aunque alguna vez pasase, no la encontraría. El cuerpo adorado se había perdido para siempre en los pudrideros anónimos, cuya vista le había hecho recordar poco antes a su sobrino Otto.
   –Señor, ¿por qué vinimos a estas tierras? ¿Por qué no continuamos viviendo en el lugar donde nacimos?…»