“La sombra de una retama”, Jesús Carrasco

Jesús Carrasco: «Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero»

Retama blanca

                                  Retama con Feria al fondo, imagen de «La Voz de Feria»

   JESÚS CARRASCO

   Caminábamos por las sierras próximas a Feria, el pueblo natal de mi madre. Nos acompañaban Valentín y Mercedes, llegados desde Alba de los Cardaños, en el extremo norte de Palencia. Habíamos comenzado a andar muy tarde, así que, a pesar de que octubre ya mediaba y soplaba una brisa fresca, el sol nos hacía sudar casi como si estuviéramos en verano. Después de comer cada uno fue encontrando su ritmo y, hacia el final de la ruta, éramos ya un grupo deshilachado. A eso de las cuatro y media yo decidí sentarme a descansar sobre la hierba seca, a la escueta sombra de una retama. Cuando Mercedes me alcanzó, se detuvo a mi lado. Delibesme dijo, recomendaba no sentarse nunca al caminar. Sentí deseos de incorporarme inmediatamente, como si el mismísimo Delibes me hubiera hecho la advertencia, pero el pecado ya había sido cometido y no había mucho que yo pudiera hacer.

    Ahora, desde el frescor de mi casa, rememoro la anécdota y pienso que Miguel Delibes es uno de esos pocos autores que trascienden los límites de lo literario y dejan su huella no solo en sus lectores, sino en un país entero. A cada cual le alcanza de una manera: como maestro indiscutible de la lengua castellana, como periodista, pero también como defensor del medio natural, viajero, hombre de familia, cazador y un largo etcétera. Yo lo descubrí siendo adolescente cuando cayó en mis manos El camino y me lo volví a encontrar el otro día, muchos años después, a la raquítica sombra de una retama. Gracias, señor Delibes, por seguir tan presente en nuestras vidas.

Artículo aparecido en El Norte de Castilla, 12 de diciembre de 2020

“Viejas historias de Castilla la Vieja”, de Miguel Delibes

 Los diecisiete relatos que forman estas Viejas historias de Castilla la Vieja se publicaron por primera vez en 1960, junto con una serie de grabados de Jaume Pla, con el título de Castilla. Posteriormente la editorial Lumen los publicaría, ya con su título definitivo, en 1964.

Víctor García de la Concha nos dice, en el Prólogo del tomo III de las Obras completas, Ediciones Destino, de Miguel Delibes, lo siguiente sobre esta extraordinaria obra del escritor vallisoletano:

«Viejas historias de Castilla la Vieja se sitúa en un espacio intermedio entre el cuento y la novela: el espacio de las memorias particulares. Es el discurso que hace “el Isidoro”, un hombre de pueblo que regresa a él tras cuarenta y ocho años de ausencia en Panamá. A lo largo del discurso van quedando diseminados datos que permiten recomponer su historia hasta ese momento. Hijo de labradores relativamente acomodados, su padre que, aunque rudo, tiene una veta ocasional de pensador y al que, por su costumbre de subir a la meseta del páramo, llaman en el pueblo “Mahoma”, quiere darle estudios y, así, en 1905 lo manda a un colegio de la ciudad para que haga el bachillerato. Profesores y alumnos lo consideran de pueblo –“llevas el pueblo escrito en la cara”, le espeta un profesor–, lo que le hace avergonzarse y tratar de evitarlo. Cuando vuelve al pueblo le gusta, por el contrario, que los compañeros le digan que “va cogiendo andares de señoritingo”. Pero en su relato confiesa que desde chico notaba en el interior “un anhelo exclusivamente contemplativo” y tal vez por eso nunca la interesó el colegio, y despreció la petulancia de los profesores y sus explicaciones. Cuando preguntaban por lo que realmente le importaba –algunos fenómenos geológicos de su pueblo, en concreto– las respuestas le parecían vacías abstracciones: él quería simplemente que le “respondieran en cristiano”. Un día que su padre vino a visitarle, el profesor le desengañó: “De aquí no sacaremos nada; lleva el pueblo escrito en la cara.”

Un día de verano, al cumplir catorce años, el padre lo subió con él al páramo, y a solas, sin testigos, le preguntó si definitivamente quería estudiar o no. La respuesta fue negativa. “Y trabajar en el campo?” Responder de nuevo que no, le costó un buen castigo: ”Me sacudió el polvo en forma y, ya en casa, soltó al Coqui y me tuvo cuarenta y ocho horas amarrado a la cadena del perro sin comer y beber.”

Así que, como dirá después, “en cuanto pude, me largué” del pueblo.»

Sin embargo, el emigrante pronto se da cuenta de que en la gran ciudad no se atan los perros con longanizas. Descubre que ya no le mortificaba ser de pueblo y hasta empieza a añorar las cosas de su humilde aldea.

     «Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.»

Delibes nos presenta en estas Viejas historias de Castilla la Vieja una visión del medio rural castellano que conocía de primera mano, ya que son hechos y situaciones que vivió durante su infancia y adolescencia. Son pequeñas historias llenas de ironía, lirismo y sensibilidad, de las que se desprende una gran amor por unas formas de vida hoy casi desaparecidas y que tan bien conocía el escritor vallisoletano. Los protagonistas de estas historias son personajes sencillos con una fuerte vinculación a la tierra que les vio nacer.

Viejas historias de Castilla la Vieja es un libro magistralmente escrito, con un lenguaje vivo y sencillo, y que contiene hermosas estampas del campo castellano.

Un libro muy recomendable. El propio autor lo ha señalado como unos de sus libros preferidos:

«A lomos del idioma y de los grabados de Pla recogí en cincuenta páginas la Castilla que me gustaba de la mitad del siglo XX, una Castilla estática, que no cambiaba, siquiera los propios castellanos tampoco parecieran desearlo. Simplemente vivían: trabajaban, se enamoraban, celebraban pequeñas fiestas y no aspiraban a más. Tan pronto terminé aquellas historias –en apenas una semana– advertí una cosa: aquel medio centenar de páginas decían más que ningún otro libro mío sobre lo que era Castilla y lo que eran los castellanos. El paisaje árido, sus habitantes, las costumbres, los secretos del campo, las siembras de año y vez… cabían en cuatro líneas y no necesitaban mayor explicación. Entonces concluí que Viejas historias de Castilla la Vieja era mi obra preferida por su limpio perfil de Castilla, y tan sólo cuando nacieron más tarde Los santos inocentes, y El hereje apelé al viejo truco de dividir mis obras en breves, medianas y largas. De las primeras, Viejas historias de Castilla la Vieja era la más representativa; Los santos inocentes lo era de las segundas y, finalmente, lo era El hereje de las novelas largas. Una manera de no dejar nada en el tintero y todos contentos.» 

    Nota del autor en la edición de sus Obras completas, Ediciones Destino, 2007

SINOPSIS

Hay una manera de ser de pueblo como hay una manera de ser de ciudad. En la ciudad las cosas cambian de prisa; los altos edificios, las luces y los automóviles que no cesan, esconden como pueden el apresuramiento atontado de la multidud, los gozos –si los hay– y las penas, si te paras a pensar. Una ciudad pesa tanto que da pavor pensar en ella. El pueblo está ahí, sumiso, apagado, mezclándose cada vez más con el color de la tierra. ¿Que han pasado cuarenta y ocho años y vuelves de las Américas? ¿Y qué? En Castilla no se cuenta por años sino por siglos, y allí estarán esperándote, todo igual, las casas, los árboles, los campos agotados, las gentes envejecidas, el arroyo que pasa entre cañizos y el polvillo de la trilla pegado a los muros.

     «El páramo es una inmensidad desolada y, el día que en el cielo hay nubes, la tierra parece el cielo y el cielo la tierra, tan desamueblado e inhóspito es. Cuando yo era chaval, el páramo no tenía principio ni fin, ni había hitos en él, ni jalones de referencia. Era una cosa tan ardua y abierta que sólo de mirarle se fatigaban los ojos. Luego, cuando trajeron la luz de Navalejos, se alzaron en él los postes como gigantes escuálidos y, en invierno, los chicos, si no teníamos mejor cosa que hacer, subíamos a romper las jarrillas con los tiragomas.»

La precisión, riqueza y naturalidad de la prosa, un profundo conocimiento del medio humano y del entorno geográfico de los pueblos de la Meseta, la combinación de distanciamiento irónico y simpatía profunda hacia el mundo rural se funden en las prodigiosas estampas contenidas en «Viejas historias de Castilla la Vieja». Un emigrante regresa a su aldea tras una larga ausencia y rememora la vida de un pueblo castellano de principios del siglo XX: por una parte, estancamiento, rutina, superstición, atraso, pobreza; por otra, sensación de arraigo y pertenencia, relaciones comunitarias, contacto inmediato con vínculos primarios.

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia    Española.

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OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     El día que me largué, las Mellizas dormían juntas en la vieja cama de hierro y, al besarlas en la frente, la Clara, que sólo dormía con un ojo y me miraba con el otro, azul, patéticamente inmóvil, rebulló y los muelles chirriaron, como si también quisieran despedirme. A Padre no le dije nada, ni hice por verle, porque me había advertido: «Si te marchas, hazte a la idea de que no me has conocido». Y yo me hice a la idea desde el principio y amén. Y después de toparme con el Aniano, bajo el chopo del Elicio, tomé el camino de Pozal de la Culebra, con el hato al hombro y charlando con el Cosario de cosas insustanciales, porque en mi pueblo no se da demasiada importancia a las cosas y si uno se va, ya volverá; y si uno enferma, ya sanará; y si no sana, que se muera y que le entierren. Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no; y la carne y los huesos de uno se hacen tierra, y si los trigos y las cebadas, los cuervos y las urracas medran y se reproducen es porque uno les dio su sangre y su calor y nada más.

[…]
     Y de eso —de tesos— no andamos mal en mi pueblo, pues aparte el páramo de Lahoces, tenemos el Cerro Fortuna, el Otero del Cristo, la Lanzadera, el Cueto Pintao y la Mesa de los Muertos. Este de la Mesa de los Muertos también tiene sus particularidades y su leyenda. Pero iba a hablar de las tierras de mi pueblo que se dominan, como desde un mirador, desde el Cerro Fortuna. Bien mirado, la vista desde allí es como el mar, un mar gris y violáceo en invierno, un mar verde en primavera, un mar amarillo en verano y un mar ocre en otoño, pero siempre un mar. Y de ese mar, mal que bien, comíamos todos en mi pueblo. Padre decía a menudo: «Castilla no da un chusco para cada castellano», pero en casa comíamos más de un chusco y yo, la verdad por delante, jamás me pregunté, hasta que no me vi allá, quién quedaría sin chusco en mi pueblo. Y no es que Padre fuese rico, pero ya se sabe que el tuerto es el rey en el país de los ciegos y Padre tenía voto de compromisario por aquello de la contribución. Y, a propósito de tuertos, debo aclarar que las argayas de los trigos de mi pueblo son tan fuertes y aguzadas que a partir de mayo se prohíbe a las criaturas salir al campo por temor a que se cieguen. Y esto no es un capricho, supuesto que el Felisín, el chico del Domiciano, perdió un ojo por esta causa y otro tanto le sucedió a la cabra del tío Bolívar. Fuera de esto, mi pueblo no encerraba más peligros que los comunes, pero el más temido por todos era el cielo. El cielo a veces enrasaba y no aparecía una nube en cuatro meses y, cuando la nube llegaba al fin, traía piedra en su vientre y acostaba las mieses. Otras veces, el cielo traía hielo en mayo, y los cereales, de no soplar el norte con la aurora que arrastrara la friura, se quemaban sin remedio. Otras veces, el agua era excesiva y los campos se anegaban arrastrando las semillas. Otras, era el sol quien calentaba a destiempo, mucho en marzo, poco en mayo, y les espigas encañaban mal y granaban peor. Incluso una vez, el año de los nublados, el trigo se perdió en la era, ya recogido, porque no hubo día sin agua y la cosecha no secó y no se pudo trillar. Total, que en mi pueblo, en tanto el trigo no estuviera triturado, no se fiaban y se pasaban el día mirando al cielo y haciendo cábalas y recordaban la cosecha del noventa y ocho como una buena cosecha y desde entonces era su referencia y decían: «Este año no cosechamos ni el cincuenta por ciento que el noventa y ocho». O bien: «Este año la cosecha viene bien, pero no alcanzará ni con mucho a la del noventa y ocho». O bien: «Con coger dos partes de la del noventa y ocho ya podemos darnos por contentos». En suma, en mi pueblo los hombres miran al cielo más que a la tierra, porque aunque a ésta la mimen, la surquen, la levanten, la peinen, la ariquen y la escarden, en definitiva lo que haya de venir vendrá del cielo. Lo que ocurre es que los hombres de mi pueblo afanan para que un buen orden en los elementos atmosféricos no les coja un día desprevenidos; es decir, por un por si acaso. 
[…]
     Y cuando llegué al pueblo advertí que sólo los hombres habían mudado pero lo esencial permanecía, y si Ponciano era el hijo del Ponciano, y Tadeo el hijo del tío Tadeo, y el Antonio el nieto del Antonio, el arroyo Moradillo continuaba discurriendo por el mismo cauce entre carrizos y espadañas, y en el atajo de la Viuda no eché en falta ni una sola revuelta, y también estaban allí, firmes contra el tiempo, los tres almendros del Ponciano, y los tres almendros del Olimpio, y el chopo del Elicio, y el palomar de la tía Zenona, y el Cerro Fortuna, y el soto de los Encapuchados, y la Pimpollada, y las Piedras Negras, y la Lanzadera por donde bajaban en agosto los perdigones a los rastrojos, y la nogala de la tía Bibiana, y los Enamorados, y la Fuente de la Salud, y el Cerro Pintao, y los Siete Sacramentos, y el Otero del Cristo, y la Cruz de la Sisinia, y el majuelo del tío Saturio, donde encamaba el matacán, y la Mesa de los Muertos. Todo estaba tal y como lo dejé, con el polvillo de la última trilla agarrado aún a los muros de adobe de las casas y a las bardas de los corrales. Y ya en casa, las Mellizas dormían juntas en la vieja cama de hierro, y ambas tenían ya el cabello blanco, pero la Clara, que sólo dormía con un ojo, seguía mirándome con el otro, inexpresivo, patéticamente azul. Y al besarlas en la frente se la despertó a la Clara el otro ojo y se cubrió instintivamente el escote con el embozo y me dijo: «¿Quién es usted?». Y yo la sonreí y la dije: «¿Es que no me conoces? El Isidoro». Ella me midió de arriba abajo y, al fin, me dijo: «Estás más viejo». Y yo la dije: «Tú estás más crecida». Y como si nos hubiéremos puesto de acuerdo, los dos rompimos a reír.

“La sombra del ciprés es alargada”, de Miguel Delibes

«Hacen falta años para percatarse de que el no ser desgraciado es ya lograr bastante felicidad en este mundo.»

La sombra del ciprés es alargada es la primera novela del escritor vallisoletano Miguel Delibes, publicada en 1948 y con la que obtuvo el Premio Nadal de 1947.

Pedro, huérfano desde la infancia, nos cuenta su vida desde que es confiado por su tutor al señor Mateo Lesmes, que regenta en su propia casa una academia sobre estudios de segunda enseñanza, en Ávila, para que se encargue de su educación hasta que concluya el Bachillerato.

Durante la primera parte de la novela, el pesimismo, y el temor a la muerte presiden de forma casi constante la vida del muchacho, que solo encuentra cierta dicha con la llegada de un nuevo pupilo al austero y sombrío hogar del señor Lesmes.

   «Cuando poco más tarde don Mateo me acompañó a mi cuarto y se despidió de mí deseándome buenas noches, volví a experimentar la angustia de soledad que me acongojase una hora antes. Encontré mi habitación fría, destartalada, envuelta en un ambiente de tristeza que lo impregnaba todo, cama, armario, mesa y hasta mi propio ser. Temblaba al desnudarme, aunque el frío no había comenzado aún a desenvainar sus cuchillos. Me daba la sensación de que todo, todo, hasta las paredes y el techo de la habitación, estaba húmedo de melancolía. Por otro lado, nadie se preocupó de llevar a aquel cuarto la caricia de un detalle. Todo raspaba, arañaba, como raspan y arañan las cosas prácticas. No existía una cortina, o una estera, o una colcha, o una lámpara con una cretona pretenciosa. Allí todo era rígido como la vida y útil como la materialidad del dinero lo es a los espíritus avaros. Me resigné porque esta vida arrastrada, materializada, estaba forzado a vivirla unos cuantos años. Y al apagar la luz y llenarse de lágrimas mis ojos –que aguardaron a las tinieblas para no escandalizar a la materia que me envolvía–, mi pensamiento quedó muy cerca; dentro de la misma casa, pero, casualmente, fue a parar a Fany y a los dos pececillos rojos que nadaban en la pecera verde.»

En la segunda parte de la novela, Pedro, que se ha convertido en marino después de su paso por la universidad, de acuerdo con la educación recibida, persistirá en una vida carente de afecto, y llena de renuncias y de desconfianza hacia los demás.

La novela tuvo un gran éxito de público, pero fue recibida con diversidad de opiniones por parte de los distintos sectores de la crítica. El propio autor escribió, en el Prólogo a su Obra completa de 1964, que La sombra del ciprés es alargada se trataba de una «novela mediocre, de un libro balbuciente. Como muchas primeras novelas no es mala por lo que le falta sino por lo que le sobra. Sin embargo, y pese a considerarla malograda, es una novela con fuerza, que mete el frío en los huesos. No estoy de acuerdo con aquellos que me censuraron la impropiedad de los pensamientos y sentimientos del niño Pedro, el protagonista, puesto que esos sentimientos y pensamientos fueron los míos a esa edad. En cuanto a la forma de expresarlo tampoco, supuesto que Pedro los analiza desde su madurez. La novela peca de muchas cosas. Digamos de enteriza, de sentenciosa, de convencional en su segunda parte. La redime, si es caso, la novedad del tema, lo que éste tiene de angustioso y universal. En todo caso y pese a sus ingenuidades, a su defectuosísima resolución, comprendo que es un libro para fijarse en él, para que en un concurso prácticamente de noveles no pase inadvertido. De todos modos, La sombra del ciprés es alargada, pese a ser la peor de mis novelas, o quizá por ello, se ha vendido como ninguna y en la actualidad se sigue vendiendo a un ritmo sorprendente».

En 1990, la novela fue llevada al cine con el mismo título por Luis Alcoriza y fue protagonizada, entre otros, por Emilio Gutiérrez Caba y Fiorella Faltoyano.

Ávila, principios de siglo. Pedro, un niño de nueve años, acompañado por su tutor, entra a vivir en casa de Don Mateo, maestro autodidacta, que a partir de ese momento será el encargado de su educación. Pedro entabla una relación casi familiar con Doña Gregoria y Martina, esposa e hija de su maestro. La aparición de Alfredo, como compañero de habitación y estudios, completará el círculo de su entorno afectivo. La vida de provincias, las relaciones con sus compañeros y la especial relación entre la vida y la muerte inculcada por Don Mateo, influirá definitivamente en su vida futura. (FILMAFFINITY)

   «En La sombra del ciprés es alargada asistimos a la educación sentimental de Pedro, un niño huérfano que ingresa como pupilo en la casa de un maestro que debe cuidar de su preparación escolar. El lector que se adentra en la novela es capturado inmediatamente por una serie de sensaciones que ya no le permiten dejar el libro. Son sensaciones múltiples, que atañen a la trama, sí, pero que van más allá de ella y se extienden a la belleza del paisaje evocado, un paisaje en medio del cual destaca la ciudad amurallada de Ávila, escenario de la acción.

   La verdadera protagonista de la novela, con todo, es la muerte. El tema, como bien se sabe tiene un atractivo especial y una larguísima historia en la literatura española. Se trata, por otra parte, de una presencia constante en la existencia humana. Y en el ambiente en que el protagonista se desenvuelve, gris y pesimista, es algo inexcusable.

   El ciprés que da título a la novela es una presencia fúnebre que domina desde el comienzo hasta el final y proyecta su sombra alargada” sobre toda la experiencia vital del muchacho. Los únicos momentos felices del protagonista corresponden a su amistad con Alfredo, un nuevo compañero de pupilaje. Con él descubre la maravilla del mundo natural y de una ciudad, Ávila, que emerge “mística y blanca” del manto de nieve que la cubre durante el invierno.

   Pero la tragedia acecha, y Pedro aprende que lo más conveniente es no esperar nada en la vida. La novela bien podría haber concluido con la imagen del pañuelo blanco que se agita en despedida, mientras Pedro se aleja en el tren que le lleva a Barcelona, ya con diecisiete años. Pero La sombra del ciprés es alargada continúa con una segunda parte que presenta al protagonista, ya adulto, como aprendiz de marino, primero, y luego como capitán de un barco mercante que cruza el océano de Santander a Providencia, en Estados Unidos. Allí Pedro conoce a Jane, una muchacha norteamericana de la que se enamora pero a la que, dada su complicada personalidad, se muestra reacio a querer, terco en su convencimiento de que es mejor no aferrarse a nada.»

Giuseppe Bellini. Prólogo de las Obras completas. El novelista I, Ediciones Destino, 2007

SINOPSIS

Pedro, el protagonista, es huérfano desde su niñez. A instancias de su tío y tutor viene a parar para su educación al hogar sombrío de don Mateo Lesmes, en la austera y recoleta ciudad de Ávila. Preceptor esforzado pero pésimo pedagogo, don Mateo educará al muchacho en la creencia de que para ser feliz, o al menos para no ser desgraciado, hay que evitar toda relación con el mundo, toda emoción o todo afecto. Sólo la vitalidad y juventud del protagonista podrán, años después, ayudarle a superar el pesimismo inculcado. Sin embargo, los acontecimientos parecen obligarle a recordar lo aprendido…

Delibes, con un impecable estilo que asombra aún más por cuanto se trata de su primera novela, consigue una espléndida obra donde la muerte, que rodea y golpea constantemente al protagonista, es vencida, finalmente, por la esperanza.

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia    Española.

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OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «Alfredo y yo nos detuvimos casualmente ante un severo panteón. En la losa, como las gacetillas de un periódico, se sucedían las líneas de letras negras, en las que constaban las fechas en que la muerte había bajado a la tierra a vendimiar. Muchas cruces, muchas fechas, muchos apellidos iguales. Quise remontar mi imaginación hasta el último superviviente de aquella castigada familia. También él había precisado una inagotable reserva en su facultad de desasimiento. Uno a uno de los muertos sumaban cinco en tres años. Desvié mi mirada y veinte metros más abajo vi la silueta de don Mateo recogida ante una tumba gris. En la cabecera tenía la losa una cruz metálica ribeteada toda ella por una ranura que la taladraba de lado a lado. Entonces me percaté de que yo no había orado en mi vida por mis padres. Nadie me enseñó a hacerlo y hay cosas que no pueden aprenderse solo. Advertí que nadie había pretendido nunca fomentar mi cariño hacia ellos, ni me habían comunicado siquiera qué tierra guardaba sus cenizas. Me había considerado siempre como un ser independiente de otros, había aceptado desde un principio con la mayor naturalidad el que unos seres nazcan con padres y otros no. El choque con la realidad me dejó perplejo. Experimenté un deseo vehemente de saber algo de ellos, por lo menos en qué lugar del mundo se habían convertido sus huesos en barro. Luego este afán hizo crisis. Renuncié fríamente al ansia que me embargaba, pensando que lo que la humanidad tapa no es aconsejable lo destape el hombre aislado.

    A mi lado Alfredo tenia su mirada atemorizada por las losas que nos rodeaban por todas partes. Me tocó de improviso en un brazo.

    –Mira.

    Su boca se retorcía en una marcada mueca de repugnancia. Miré hacia donde me indicaba. En la losa de detrás de mí, cruzada por la sombra alargada de un ciprés, se leía este epitafio:

El niño Manolito García

murió en aciago día

víctima de una terrible disentería.

    Escupió en el suelo.

    –Me da asco la gente que hace bromas con los muertos.

    Alfredo había empalidecido y temblaba como las hojas aciculares de los pinos. Le arrastré fuera del cementerio y nos sentamos a la agradable sombra de una acacia. Tardó un rato en serenarse. Cuando se decidió a hablarme había un estremecimiento extraño en su pronunciación.

    –Desde luego, el día que yo me muera, que me entierren al lado de un pino, ¿me oyes, Pedro?

    Me molestaba la contumaz presencia de la muerte, este lúgubre aleteo de la parca fría e implacable. Alfredo prosiguió:

    –Me moriré antes que tú; soy mucho más flojo.

    Como tantas otras veces que Alfredo hablaba así procuré tomar a broma sus palabras:

    –¡Qué de tonterías dices!

   –Te aseguro que no son tonterías. Los cipreses no puedo soportarlos. Parecen espectros y esos frutos crujientes que penden de sus ramas son exactamente igual que calaveritas pequeñas, como si fuesen los cráneos de esos muñecos que se venden en los bazares.

    Su voz me entraba hasta el corazón como una aguja afiladísima y fría. La sonrisa que alentaba entre mis labios debió de trocarse en una fea mueca macabra.

    –Quizá tengas razón.

   –Sí, de todos modos prefiero descansar bajo el aroma de un pino. Su sombra es otra cosa: más redonda, más repleta, más humana… Es una sombra como la que proyectaría doña Servanda si hubiese nacido árbol. Más simpática de todas maneras…»

     […]

    «No me incitó el suicidio en estos días. Lejos de lo que había temido, me percaté de que la adversidad aguza la fe y la esperanza en una vida ulterior que nos compense de los duros reveses sufridos en ésta. Era en esta ocasión, en esta fase mística que abrió en mi pecho la renuncia, cuando aquilaté con exactitud dentro de mí la efímera fugacidad del tránsito, la adjetividad de la vida, su tono accidental y secundario. Me embargó una clara convicción de que la vida es un disputado concurso de méritos; un lapso de prueba para ganar o perder una existencia superior. Constaté por encima de mi retorcido dolor que Dios jamás envía al hombre nada más allá de su capacidad de resistencia. Y me convencí, más que de nada, de que la facultad de desasimiento es común a todos los mortales, de que ninguno, ni el más espiritualmente desheredado, está huérfano de ella, de que yo mismo, herido y castigado, aún tenía un motivo por que alentar pese a todos los reveses e infortunios. Pensaba que el hombre que renuncia voluntariamente a la vida es simplemente por obcecado egoísmo, por haberse constituido absurdamente en eje y razón de la propia vitalidad del universo. A mí, lentamente, me parecía que cuanto más abatido está el hombre en su equilibrio carnal, más fuerte es la necesidad que experimenta el espíritu de desligarse, de remontarse sobre la materia envilecida si estimamos a Dios como rector de este turbio desconcierto humano.»

 

Corito

Corito es el gentilicio con el que se les conoce a los naturales de la villa de Feria desde tiempos remotos. Nada se sabe del porqué de esta curiosa denominación, por lo que se han buscado las más variopintas explicaciones al origen del término. Sin embargo, como ha señalado José Muñoz en su obra titulada La villa de Feria, deben haber existido razones poderosas para que a los habitantes de Feria se les llame coritos y no se les reconozca otro gentilicio más que éste.

                         Coritos en la procesión de la Santa Cruz. Foto de La Voz de Feria

Para algunos el origen del término se debe al carácter elevado de la población. Según esta circunstancia corito vendría a significar habitante de las alturas. Según otros, el nombre haría referencia a la procedencia norteña de los primeros individuos que llegaron a la villa tras la Reconquista: asturianos, gallegos, vizcaínos y leoneses, a los que se les llamaba coritos.

Santos Coco, en su Vocabulario extremeño, recoge el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de segador o guadañador:

CORITO
Guadañador. (Malpartida de Plasencia). 
Santos Coco. Vocabulario extremeño. Revista de Estudios Extremeños

El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) recoge, además de las referidas al carácter montañés o norteño, otras curiosas acepciones del término que no consideramos significativas en el origen del gentilicio:

CORITO, TA
Del lat. corium 'piel'.
1. adj. Desnudo o en cueros.
2. adj. Encogido y pusilánime.
3. m. y f. montañés (‖ natural de la Montaña).
4. m. y f. asturiano (‖ natural de Asturias).
5. m. Obrero que lleva a hombros los pellejos de mosto o vino desde el lagar a las cubas.
    Real Academia Española ©

Especialmente completa resulta la información que recoge la conocida Enciclopedia Espasa-Calpe sobre esta palabra:

El Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, impreso en 1611, también recoge el término:

Pero no es nuestro propósito hacer ninguna aportación más sobre el tema. Ya lo trató ampliamente José Muñoz Gil en su conocida obra La villa de Feria. Solamente vamos a recoger algunos pocos textos literarios con los que nos hemos ido encontrando y en los que aparece el vocablo corito, tenga o no relación con el significado que se les da a los naturales de Feria.

EL TÉRMINO CORITO EN LA LITERATURA

El camino, de Miguel Delibes

Según la primera definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), corito significa desnudo o en cueros. Corito es un adjetivo que deriva del término latino curium, que significa piel, por lo que esta primera acepción es bastante lógica, pero poco probable de que sea el origen del gentilicio. También hay que considerar que el vocablo coroto puede oírse en algunos lugares de Extremadura para referirse a una persona desnuda. Viudas Camarasa recoge el término en su Diccionario extremeño, usado en la población pacense de Salvaleón para referirse a una clase de higo.

CORITO. m (Salvaleón). Clase de higo..
CORITO. m (Malpartida de Plasencia). Guadañador.
    Viudas Camarasa, A. Diccionario extremeño

Con ese significado de desnudez, nos hemos encontrado con esta palabra en El camino, la conocida novela de Miguel Delibes. El genial escritor vallisoletano lo utiliza en el Capítulo XI de su magnífica novela para narrarnos el episodio de una mujer que se suicidó, por un mal de amores, lanzándose corita desde un puente:

    «Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse con él en el banco de piedra rayano a la carretera. A Quino, el Manco, le gustaba charlar con los niños más que con los mayores, quizá porque él, a fin de cuentas, no era más que un niño grande también. En ocasiones, a lo largo de la conversación, surgía el nombre de la Mariuca, y con él el recuerdo, y a Quino, el Manco, se le humedecían los ojos y, para disimular la emoción, se propinaba golpes reiteradamente con el muñón en la barbilla. En estos casos, Roque, el Moñigo, que era enemigo de lágrimas y de sentimentalismos, se levantaba y se largaba sin decir nada, llevándose a los dos amigos cosidos a los pantalones. Quino, el Manco, les miraba estupefacto, sin comprender nunca el motivo que impulsaba a los rapaces para marchar tan repentinamente de su lado, sin exponer una razón. Jamás Quino, el Manco, se vanaglorió con los tres pequeños de que una mujer se hubiera matado desnuda por él. Ni aludió tan siquiera a aquella contingencia de su vida. Si Daniel, el Mochuelo, y sus amigos sabían que la Josefa se lanzó corita al río desde el puente, era por Paco, el herrero, que no disimulaba que le había gustado aquella mujer y que si ella hubiese accedido, sería, a estas alturas, la segunda madre de Roque, el Moñigo. Pero si ella prefirió la muerte que su enorme tórax y su pelo rojo, con su pan se lo comiera.»

Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, con Quino el Manco.

La pícara Justina, de Francisco López de Úbeda

Como señalamos anteriormente, Francisco Santos Coco recoge en su Vocabulario extremeño el término corito, utilizado en el norte de la provincia de Cáceres, con el significado de guadañador o segador.

Hay algunas teorías que apuntan a éste como el origen del término corito para referirse a los nativos de Feria. Debe tenerse en cuenta que a los de Feria se les ha dado tradicionalmente bien el difícil arte de la siega. Incluso hoy no es raro oír hablar de aquellas cuadrillas de coritos que iban por los campos buscando trabajo como segadores.

En la novela titulada La Pícara Justina, Francisco López de Úbeda emplea el término corito para referirse a los asturianos, a los que también llama guañinos (guadañadores) «porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros». En el capitulo titulado De los trajes de montañeses y coritos de esta novela picaresca, dice Justina, la joven villana de origen judío, protagonista y narradora de la misma:

   «Yo gustaría ser una duquesa de Alba, Béjar o Feria –y más ahora, que las tres hermanas son las mismas tres Gracias sobre una misma ínclita e ilustre naturaleza…
Así que, si yo fuera duquesa, es sin duda que yo mandara hacer una tapicería destos trajes de los montañeses y montañesas de mi tierra, y coritos y coritas, que te diera muy grande gusto.
Asturianos, llamados guañinos
   Lo primero, yo encontré unos asturianos, a los cuales, por aquella tierra de León, unos les llamaban los guañinos, porque van guarrando como grullas en bandadas, o quizá porque siempre van con las guadañas insertas en los hombros.
Asturianos llamados coritos, y por qué.
   Otros les llaman coritos, porque en tiempos pasados todo su vestido y gala eran cueros. Alguno dijo ser la causa otra. La verdad es que la falta de artificio, la necesidad del tiempo, la simplicidad del ánimo y la necesidad de su defensa, les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdicción y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos. Agora ya no se visten de cuero, si no es algunos que le traen de partes de dentro, y para esto tienen comercio de por mar con las Indias de Ribadavia, que engendra vino de color de oro.
Pernina de Oviedo.
   Otros llaman a estos coritos hijos de la Pernina. Maldicientes quieren decir venir esta denominación de una gran hechicera que allí traía los diablos al retortero y se llamaba la Pernina.
Asturianos, hijos de Pernina porque andan en piernas.
   Pero no es por eso, sino que por denotar que sus piernas andan vestidas de las calzas de aguja que sus madres les labraron en los moldes de sus tripas, les llaman de la Pernina. Todos estos nombres son asentados en las cortes de los muchachos con sólo el fundamento de su niñero gusto y no es mi intención que pasen por verdades, pues se sabe que los muchachos han tomado licencia para dar vayas a los más calificados del mundo, y si yo hubiera de tejer historias de seda fina, a fe dijera bellezas de Oviedo y de la Cámara Santa y del Principado de Asturias, pero soy relatera ensarta piojos, y si tomo pluma en la mano, es para hacer borrones. Voy con la pluma retozando con orlas de cortapisas. Díselo tú, que a mí no me vaga.
Postura y figura de los asturianos.
   Va de cuento. Estos asturianos encontré en diversas tropas o piaras, con tales figuras que parecían soldados del rey Longaniza o mensajeros de la muerte de hambre. Lo cual creyera cualquiera que los viera flacos, largos, desnudos y estrujados, y con guadañas al hombro. Vi también que llevaban unas espaditas de madero en la cinta. Paréme a pensar qué podía ser aquello, porque decir que había enemigos que no podían morir- si no es con puñal de madera, era negocio difícil de entender, si no es creyendo que eran enemigos encantados como los de don Belianís. Imaginé si era batalla de sopas, en la cual se suele hacer la guerra con madera, pero eso fuera si las espadillas tuvieran forma de cucharas. En fin, no atinando la causa, me resolví de aguardarlo a saber en el otro mundo.
Razonamiento de Justina y un asturiano.
   Miren si es por ahí la gente corita, pues llevan armas incomprehensibles que agotan el entendimiento.
  Los que iban, iban sin sombreros y casi desnudos; los que venían, traían dos sombreros y mucho paño enrollado, de manera que imaginé si acaso iban a la Isla de los Sombreros y allí los segaban con aquellas guadañas. En lo del paño tuve envidia, porque las mujeres somos grandes personas de andar empañadas, y de los sombreros tuve curiosidad.
   Así, con toda mi inocencia, pregunté a un asturiano lo siguiente:
   –Hermano, decidme, ¿cuánto hay desde aquí a la Isla de los Sombreros donde segáis, y desde aquí a la Isla Pañera donde os habéis empañado?
   El bellacón del asturiano debía de ser hijo de la Pernina y tener la redoma llena.
   Respondió:
   –Señora, los sombreros se siegan en Badajoz y el paño en Putasí, digo en Potosí.»

Lámina de la primera edición de La pícara Justina, 1605

Queda claro que por coritos, el autor de la obra, se está refiriendo a los asturianos, pero nos resulta cuanto menos curiosa la aparición de las expresiones duquesa de Feria, corito y Badajoz tan juntos en este pasaje de la novela.

Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho, de Francisco de Quevedo y Villegas

Y terminamos nada menos que con don Francisco de Quevedo. Sabemos que el gran escritor cordobés conoció personalmente a don Gómez Suárez de Figueroa, III duque de Feria. Mostró gran interés por su trayectoria militar y política, y se refirió a él en sus cartas y en su obra. Pero no solo conocía al duque, también sabía mucho en torno a la Casa de Feria y, lo que más puede llamarnos la atención, conocía bastante bien la palabra que nos interesa.

Socorro en la plaza de Constanza. Retrato de Gómez Suárez de Figueroa y Córdoba, III Duque de Feria. Vicente Carducho

Quevedo escribió un romance titulado Fiesta de toros con rejones al príncipe de Gales, en que llovió mucho. La composición trata sobre una de las corridas en honor al Príncipe de Gales, que se celebró en Madrid el día 4 de mayo de 1623, a la que acudió el Feria con sus gentes y en la que parece que llovió más que el día que enterraron a Bigote. Quevedo nos describe el suceso con su característico y fino humor. En ella aparece la palabra corito con el significado relacionado con los naturales de la villa de Feria.

Reproducimos a continuación el comienzo del romance:

«Floris, la fiesta pasada,
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros,
no saliera más aguada.
Yo vi nacer ensalada
en un manto en un terrado,
y berros en un tablado;
y en atacados coritos,
sanguijuelas, no mosquitos,
y espadas de Lope Aguado.
Viose la plaza excelente,
con una y otra corona,
tratada como fregona:
con lacayos solamente.
Corito resplandeciente
y gallego relumbrante;
mucho rejón fulminante,
mucho céfiro andaluz,
mucho Eleno con su cruz,
y poco diciplinante…»

No cabe duda de que por coritos, Quevedo se referiría (así lo recoge Fernando Serrano Manga en su obra La segura travesía del Agnus Dei) a la gente del círculo del duque de Feria, don Gómez Suárez de Figueroa, al que más adelante llama Corito resplandeciente, nada más y nada menos. Toda una suerte que uno de los grandes de nuestra literatura utilizara el gentilicio con el que se les conoce a los nativos de la blanca villa de Feria desde tiempos lejanos. Genial don Francisco.

“El disputado voto del señor Cayo”, de Miguel Delibes

«Me parece a mí que no vamos a entendernos.»

El disputado voto del señor Cayo es una novela de Miguel Delibes, publicada por vez primera en 1978. El escritor vallisoletano la escribió coincidiendo con las primeras elecciones generales en España tras la dictadura y está ambientada en el final de la campaña electoral.

A un pequeño pueblo casi deshabitado del norte de Castilla llegan tres jóvenes militantes de una formación de izquierdas para tratar de convencer a los aldeanos de que voten a su partido. Allí se encuentran con el señor Cayo, un anciano que vive en completa armonía con el entorno y al que la naturaleza parece que no le esconde ningún secreto.

En El disputado voto del señor Cayo, Delibes nos muestra el profundo contraste entre el medio urbano y el rural y nos avisa de la más que probable desaparición de los saberes, de los usos y costumbres, y de los ancestrales modos de vida del mundo campesino, empujados por el imparable progreso.

    «–¿Sabes qué te digo? –dijo Víctor, de pronto, y su voz se iba caldeando a medida que hablaba–: Que nosotros, los listillos de la ciudad, hemos apeado a estos tíos del burro con el pretexto de que era un anacronismo y… y los hemos dejado a pie. ¿Y qué va a ocurrir aquí, Laly, me lo puedes decir, el día en que en todo este podrido mundo no quede un solo tío que sepa para qué sirve la flor de saúco? »

Unos años antes de publicarse la novela, Delibes ingresó en la Real Academia Española de la Lengua, con un discurso en el que expresaba: “…Posteriormente mi oposición al sentido moderno del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo más acre y radical… el poder del dinero y la organización terminan por convertir en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, se alza contra el hombre en abierta hostilidad…”

    «Precedidos por el señor Cayo, doblaron la esquina de la casa y abocaron a un sendero entre la grama salpicada de chiribitas. A mano izquierda, en la greñura, se sentía correr el agua. Laly se acercó a la maleza y arrancó una flor silvestre, formada por la conjunción de muchos botones, blanca y grácil, abierta como una breve sombrilla:

   –¿Qué flor es ésta? –preguntó, y la hacía girar por el tallo, entre dos dedos.

    El señor Cayo la miró fugazmente:

    –El saúco, es la flor del saúco. Con el agua de cocer esas flores, sanan las pupas de los ojos.

    Laly se la mostró a Víctor:

   –¿Te das cuenta?

    El señor Cayo, penduleando la escrina, ascendió por la senda, bordeada ahora de cerezos silvestres, y, al alcanzar el teso, se detuvo ante la cancilla que daba acceso a un corral sobre cuyas tapias de piedra asomaban dos viejos robles. En un rincón, al costado, se levantaba un cobertizo para los aperos y, al fondo, en lugar de tapia, la hornillera con una docena de dujos. Dentro de la cerca, las abejas bordoneaban por todas partes. El señor Cayo se aproximó al primer roble, levantó el brazo y señaló a la copa con un dedo:

    –Miren –dijo, y sonreía complacido–: hace más de quince años que no agarro un tetón así.»

En definitiva, una gran novela, magistralmente escrita, con hermosas descripciones del ambiente rural castellano y en la que nos podemos encontrar con numerosas palabras en desuso.

El libro constituye un hermoso homenaje a un mundo rural en vías de extinción y contiene todo un elogio a la vida en contacto con la naturaleza. Muy recomendable.

En el año 1986, la novela fue llevada a la gran pantalla con el mismo título por Antonio Giménez Rico y protagonizada por Francisco Rabal, Juan Luis Galiardo, Iñaki Miramón, Lydia Bosch, Eugenio Lázaro, Mari Paz Molinero, Pilar Coronado y Francisco Casares.

A Rafael, joven diputado socialista, le comunican la muerte de su amigo Víctor Velasco. En el cementerio coincide con Laly, una antigua compañera. Ambos rememoran la personalidad del amigo desaparecido y la historia que compartieron con él durante la campaña de las elecciones de 1977. En uno de los pueblos de la sierra burgalesa conocieron al señor Cayo, un viejo apegado a la tierra, que fue para Víctor como una especie de revulsivo: era la primera vez que escuchaba la voz de la sabiduría popular. (Filmaffinity)

«El disputado voto del señor Cayo tuvo una acogida calurosa. Nacida en época de elecciones generales en España, la novela venía a terminar con un período de tres años de silencio tras el fallecimiento de mi mujer. Me divertí escribiendo este libro, que venía a plantear otra vez, de alguna manera, el problema de las dos Españas: la España campesina y la España culta; la España universitaria, de algún modo la España libresca, que en El disputado voto trata de convencer al único lugareño de un pueblo castellano de que vote a sus visitantes políticos. Es un largo y curiosísimo peloteo de argumentos el que se cruza entre el candidato y el señor Cayo, y que termina cambiando el sentido de la vida de aquél.

Giménez Rico hizo aquí su más hermosa película (entre las sacadas de mis novelas), con un magistral dominio de actores. Hay un monólogo de Paco Rabal (en el papel del señor Cayo) relatando la muerte anunciada del Paulino, un convecino, que es lo más bello que recuerdo de sus interpretaciones. A pecho descubierto, sin recursos ajenos de ningún tipo, nos cuenta la muerte del Paulino con la sencillez y velado dramatismo del hombre que ha vivido y sentido en propia carne aquella dolorosa peripecia. Con el paso del tiempo, el voto del señor Cayo ha quedado como ejemplo o símbolo del voto popular, el voto de la gente sencilla pegada a lo cotidiano, al pan de cada día.»

Nota del autor en la edición de sus Obras completas, Ediciones Destino, 2007

«Es muy hermosa la técnica que usa Delibes para que el lector entienda la grandeza de la soledad de Cayo. Al escritor le preocupa mucho que su Cayo sea un personaje digno, nimbado de la sabiduría de los ermitaños, pero no le da brochazos de mesianismo porque sabe que provocarían una caricatura involuntaria. Como ya ha hecho en muchos otros libros, se vale del lenguaje. Eso es lo que diferencia a Delibes de otros escritores y lo que salva a El disputado voto del señor Cayo de ser un librito con una moraleja simpática. La ciudad está sucia, es ruidosa, llena de humo de tabaco, prisas, espacios pequeños y claustrofóbicos. En cambio, el campo y la montaña llevan mil adornos positivos. La seducción que los protagonistas sienten al adentrarse en el paisaje desierto sería bisoña e inverosímil si no fuera porque se produce mediante un embrujo clásico, el del lenguaje.

Un ejemplo: “La calleja serpeaba y, a los lados, se abrían oscuros angostillos de heniles colgantes, apuntalados por firmes troncos de roble, costanillas cenagosas generalmente sin salida, cegadas por un pajar o una hornillera. […] Salvo el ligero zumbido del motor y los gritos lúgubres de las chovas en la escarpa, el silencio era absoluto” (las cursivas son mías). Y aquí otro, sin abrumar: “Precedidos por el señor Cayo, doblaron la esquina de la casa y abocaron a un sendero entre las grama salpicada de chiribitas. A mono izquierda, en la greñura, se sentía correr el agua”. Mezcla de cultismos, arcaísmos y localismos, Delibes usa su vastísimo bagaje léxico como un druida sus conocimientos botánicos, para preparar una tisana en cuyos vapores el lector se marea un poco. Adormilado, avanza por un mundo extraño que sólo el señor Cayo conoce. ¿Qué gritan las chovas y dónde están? ¿Qué son los heniles? ¿Y las hornilleras? Con un puñado de palabras antiguas que remiten a objetos que los lectores urbanos difícilmente han visto o tocado, el escritor induce a un estado alterado de la conciencia.

Los códigos se han roto, es imposible la comunicación. Para comprenderse de nuevo hace falta aprender el idioma, empezar desde el principio.»

De: La España vacía: viaje por un país que nunca existió, de Sergio del Molino

SINOPSIS

En El disputado voto del señor Cayo, Delibes aborda un tema que es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: el abandono del campo.

A uno de los muchos pueblos prácticamente vacíos y en ruinas del norte de Castilla llega un grupo de jóvenes militantes de un partido político a hacer propaganda electoral. Los recibe el señor Cayo, uno de los dos vecinos que quedan en el pueblo. Su vida es casi robinsoniana, su hablar reposado, lleno de una ancestral sabiduría que infunde un hondo sentido humano de su persona. El lenguaje crudo y desenfadado de los jóvenes que le visitan, cultos a veces, inconscientes otras, es el contrapunto necesario para poner en evidencia la distancia que separa dos culturas, dos formas de vivir y de ver el mundo. Una que desaparece sustituida poco a poco por otra urbana, ruidosa y masificada.

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia    Española.

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OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

      «–¿Y por qué se fueron del pueblo?

     El señor Cayo dibujó con ambas manos un ademán ambigüo:

   –La juventud –dijo–, se aburrían.

   –¡Joder, se aburrían! ¿Quiere usted decirme qué horizontes les ofrecía esto?

    Las chovas aleteaban alrededor de los tomos, graznando lúgubremente.

   –Necesidad no pasabanpuntualizó tercamente el señor Cayo.

   –¡Ostras, necesidad! Según a lo que usted llame necesidad.

    El señor Cayo ladeó levemente la cabeza y le examinó un rato con remota indiferencia. Finalmente agarró la azada y siguió cubriendo las remolachas espigadas con cachazuda eficacia. Murmuró:

   –Me parece a mí que no vamos a entendernos.»

[…]

     «¿Qué pasa ahora, Diputado?

    –Pasa –dijo Víctor con una expresión extrañamente reflexiva– que hemos ido a redimir al redentor.

     Rafa estalló en una risotada estruendosa:

    –¡Eso! –dijo–: Hemos ido a redimir al redentor –y, sin cesar de reír, como obedeciendo a una exigencia imperiosa, ladeó ligeramente el cuerpo y se puso a orinar.»

[…]

    «Un momento añadió Víctor–, aún no he terminado levantó las dos manos, pausadamente, sobre la mesa–: Una hipótesis, Dani, todo lo absurda que tú quieras, pero es una hipótesis. Imagina, por un momento, que un día los dichosos americanos aciertan con una bomba como ésa de neutrones que mata pero que no destruye, ¿no? Bueno, es una hipótesis, una bomba que matara a todo dios menos al señor Cayo y a mí, ¿te das cuenta? Es una hipótesis absurda, ya lo sé, pero funciona, Dani. Pues bien, si eso ocurriera, yo tendría que ir corriendo a Cureña, arrodillarme ante el señor Cayo y suplicarle que me diera de comer, ¿comprendes? –casi sollozaba–: El señor Cayo podría vivir sin Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo. Entonces, ¿en virtud de qué razones le pido yo el voto a tipo así, Dani, me lo quieres decir?»

 

“Las ratas”, de Miguel Delibes

«La novela de un pueblo de Castilla ahogado por sus necesidades»

Las ratas es una extraordinaria novela del escritor español Miguel Delibespublicada en 1962. Ha sido reconocida por la crítica como una de las obras más completas y estremecedoras del escritor vallisoletano. En ella denuncia el retraso y abandono en que se encontraba el medio rural castellano. Como el propio autor ha escrito en la Nota a la edición de sus Obras Completas, la novela se la «puso en bandeja» la censura de la publicación que sobre el grave problema del abandono rural se llevaba a cabo en el periódico El Norte de Castilla, del que él era director. Así lo expresa Delibes: «Ante el cerrojazo definitivo, a mí, como escritor, únicamente me dejaba una carta por jugar: apelar a la novela. Escribir una novela de un pueblo de Castilla ahogado por sus necesidades. El libro venía a ser así la culminación de nuestras denuncias, remataría nuestra campaña dignamente.

Un niño sabio, al que otorgué el protagonismo, suavizó la aspereza de la exposición pero no la dureza de la denuncia.»

9788423342440

Si alguno quiere ser el primero, que sea 
el último de todos y el servidor de todos. Y 
tomando un niño lo puso en medio de ellos…
(Marcos, 9, 35-38)

          Cita del comienzo de la novela

En Las ratas, Delibes nos aproxima a la forma de vida de los habitantes de un pequeño y atrasado pueblo castellano de mediados del siglo pasado. Los dos personajes centrales de la historia son el Nini y su padre, el tío Ratero, que habitan en una cueva, a las afueras del pueblo, y sobreviven gracias a la caza de ratas de agua. Los otros lugareños viven, en su mayoría, de lo que les brinda la tierra. Por eso están siempre pendientes del cielo, del que dependen sus cosechas, y por lo tanto, la dicha por la merecida recompensa de su trabajo o el infortunio y el hambre.

    «–Buena está cayendo. Los relejes están tiesos como en enero. En la huerta no queda un mato en pie. ¿A qué viene este castigo?

   De todos los rincones se elevó un rumor de juramentos reprimidos. Sobre ellos retumbó la voz del Pruden excitada, vibrante:

    –¡Me cago en mi madre! -chilló-. ¿Es esto vivir? Afana once meses como un perro y, luego, en una noche…-Se volvió al Nini. Su mirada febril se concentraba en el niño, expectante y ávida-: Nini, chaval -agregó-, ¿es que ya no hay remedio?

   –Según -dijo el chiquillo gravemente.

   –Según, según… ¿según qué?

   –El viento -respondió el niño.»

El Nini, gracias a su curiosidad y a su enorme capacidad de observación, se ha convertido en un auténtico experto en todo lo relacionado con la naturaleza y con los fenómenos atmosféricos. Los vecinos confían en él, y le consultan sus dudas relacionadas con el tiempo, los cultivos y los animales.

   «Al regresar a la cocina, el Pruden analizó el grajo con concentrada atención y después continuó envolviendo en silencio el pienso de las gallinas. Al cabo de un rato levantó la cabeza y dijo:

   –Digo que el Nini ese todo lo sabe. Parece Dios.

   La Sabina no respondió. En los momentos de buen humor solía decir que viendo al Nini charlar con los hombres del pueblo la recordaba a Jesús entre los doctores, pero si andaba de mal temple, callaba, y callar, en ella, era una forma de acusación».

«En Las ratas –Premio de la Crítica 1962– Miguel Delibes traza un retrato descarnado y certero de un grupo de pobres lugareños aferrados al terruño, vivos y elementales, que defienden rabiosamente la libertad y constituyen un retablo de cruda y palpitante humanidad. Una de las obras más estremecedoras del maestro castellano.»

En el año 1997, la novela fue llevada la gran pantalla con el mismo título por Antonio Giménez Rico y protagonizada por Álvaro Monje, José Caride y Francisco Agora.

Años 1950. Visión trágica y dura de la Castilla honda y profunda, grande y miserable a un tiempo, a través de una galería de personajes que defienden rabiosamente su libertad y constituyen un retablo de cruda y palpitante humanidad, cuya misma existencia parece determinada por los ciclos de la naturaleza y el medio geográfico y social en el que viven.

Entre todos ellos, destaca Nini, un niño sin más estudios que los que le proporciona el medio natural en el que ha nacido, y que vive con su padre en una cueva, dedicados los dos a la caza de ratas de agua, único medio de subsistencia que conocen. Pero cuando se les intenta privar de su techo y de su medio de vida, la violencia estalla incontenible y la tragedia será inevitable.

SINOPSIS

Con una cueva como casa y la caza de ratas como principal sustento viven el Nini y su padre, el tío Ratero, en un pueblo castellano en el que la vida, incluso en 1956, no parece ser muy distinta de como lo era siglo atrás. Dotado de una particular intuición para el clima y los animales, el Nini, echa una mano a los vecinos del pueblo, cuya existencia, aunque algo más acomodada, no es menos sórdida que la suya, sometidos como están a la dictadura de las cosechas y a los caprichos de don Antero, el Poderoso. En medio de una existencia semisalvaje, las ratas, las liebres, los trigales y el granizo forman parte de la vida del Nini tanto como Malvino, Antoliano, Pruden, el Rabino Grande, el Pastor, el alcalde Justito, la señora Clo y doña Resu.

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

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FRAGMENTO DE LA NOVELA

    La Sabina sujetaba al Pruden por un brazo y le decía: «Es la miseria, Acisclo, ¿te das cuenta?». Fuera, entre los tesos, se borraban las últimas estrellas y una cruda luz blanquecina se iba extendiendo sobre la cuenca. Los relejes parecían de piedra y la tierra crepitaba al ser, hollada como cáscaras de nueces. Los grillos cantaban tímidamente v desde lo alto de la Cotarra Donalcio llamaba con insistencia un macho de perdiz. Los hombres avanzaban cabizbajos por el camino y el Pruden tomó al Nini por el cuello y a cada paso le decía: «¿Saldrá el norte, Nini? ¿Tú crees que puede salir el norte?». Mas el Nini no respondía. Miraba ahora la verja y la cruz del pequeño camposanto en lo alto del alcor y se le antojaba que aquel grupo de hombres abatidos, adentrándose por los vastos campos de cereales, esperaba el advenimiento de un fantasma. Las espigas se combaban, cabeceando, con las argayas cargadas de escarcha y algunas empezaban ya a negrear. El Pruden dijo desoladamente, como si todo el peso de la noche se desplomara de pronto sobre él: «El remedio no llegará a tiempo».

    Abajo, en la huerta, las hortalizas estaban abatidas, las hojas mustias, chamuscadas. El grupo se detuvo en los sembrados encarando el Pezón de Torrecillórigo y los hombres clavaron sus pupilas en la línea, cada vez más nítida, de los cerros. Tras la Cotarra Donalcio la luz era más viva. De vez en cuando, alguno se inclinaba sobre el Nini y en un murmullo le decía: «Será tarde ya, ¿verdad, chaval?». Y el Nini respondía: «Antes de asomar el sol es tiempo. Es el sol quien abrasa las espigas». Y en los pechos renacía la esperanza. Pero el día iba abriendo sin pausa, aclarando los cuetos, perfilando la miseria de las casas de adobes y el cielo seguía alto y el tiempo quedo y los ojos de los hombres, muy abiertos, permanecían fijos, con angustiosa avidez, en la divisoria de los tesos.

    Todo aconteció de repente. Primero fue un soplo tenue, sutil, que acarició las espigas; después, el viento tomó voz y empezó a descender de los cerros ásperamente, desmelenado, combando las cañas, haciendo ondular como un mar las parcelas de cereales. A poco, fue un bramido racheado el que sacudió los campos con furia y las espigas empezaron a pendulear, aligerándose de escarcha, irguiéndose progresivamente a la dorada luz del amanecer. Los hombres, cara el viento, sonreían imperceptiblemente, como hipnotizados, sin atreverse a mover un solo músculo por temor a contrarrestar los elementos favorables. Fue el Rosalino, el Encargado, quien primero recuperó la voz y volviéndose a ellos dijo:

    – ¡El viento! ¿Es que no lo oís? ¡Es el viento!

     Y el viento tomó sus palabras y las arrastró hasta el pueblo, y entonces, omo si fuera un eco, la campana de la parroquia empezó a repicar alegremente y, a sus tañidos, el grupo entero pareció despertar y prorrumpió en exclamaciones incoherentes y Mamés, el Mudo, babeaba e iba de un lado a otro sonriendo y decía: «Je, je». Y el Antoliano y el Virgilio izaron al Nini por encima de sus cabezas y voceaban:

    – ¡Él lo dijo! ¡El Nini lo dijo!

    Y el Pruden, con la Sabina sollozando a su cuello, se arrodilló en el sembrado y se frotó una y otra vez la cara con las espigas, que se desgranaban entre sus dedos, sin cesar de reír alocadamente.

“El camino”, de Miguel Delibes, una obra maestra de la novela en lengua española

«Todos tenemos un camino marcado en la vida»

El camino, la tercera de las novelas que escribió Delibes, ha sido reconocida por la crítica como una de las obras maestras del escritor vallisoletano. Para Antonio Vilanova, en el momento de su aparición, El camino era «la más perfecta obra maestra de la novela contemporánea». Con ella, Delibes alcanzó su madurez como escritor y encontró su propio camino como novelista. El propio Delibes afirmó que, cuando se publicó la novela, en 1950, intuyó que había encontrado al fin su «fórmula».

En El camino, Delibes nos acerca a la historia de las vidas de los vecinos de una pequeña aldea castellana, a través de la mirada de Daniel, el Mochuelo, un niño de once años que se ve obligado, por su padre, el quesero, a abandonar el pueblo para ir a estudiar a la ciudad.

39713_1_Elcamino

La noche antes de la partida, Daniel, el Mochuelo, es incapaz de conciliar el sueño y hace repaso de los momentos vividos en el valle junto a sus amigos y vecinos.

Daniel, el Mochuelo, no está de acuerdo con la senda que le ha trazado su padre. Piensa que su verdadero camino está en el valle, en contacto con la naturaleza y rodeado de las gentes sencillas de su aldea.

    «Y Daniel, el Mochuelo, recordó el sermón del día de la Virgen. Don José, el cura, dijo entonces, que cada cual tenía un camino marcado en la vida y que se podía renegar de él por ambición o sensualidad, de forma que un mendigo podía ser mas rico que un millonario en su palacio, cargado de mármoles y criados.

    Al recordar esto, Daniel, el Mochuelo, pensó que él renunciaba a su camino por la ambición de su padre. Y contuvo un estremecimiento».

Con estos elementos, Delibes construye una extraordinaria novela, en la que el entorno natural juega un papel muy importante y que contiene un elogio de la vida en contacto con la naturaleza.

     «Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón».

En el año 1964, la novela fue llevada la cine con el mismo título por Ana Mariscal. Más tarde, en 1978, Josefina Molina volvería a la obra de Delibes con una producción en cinco capítulos para la pequeña pantalla.

Escena de la película El camino

SINOPSIS

Daniel el Mochuelo intuye a sus once años que su camino está en la aldea, junto a sus amigos, sus gentes y sus pájaros. Pero su padre quiere que vaya a la ciudad a estudiar el Bachillerato. A lo largo de la noche que precede a la partida, Daniel, insomne, con un nudo en la garganta, evocará sus correrías con sus amigos —Roque el Moñigo y Germán el Tiñoso— a través de los campos descubriendo el cielo y la tierra, y revivirá las andanzas de la gente sencilla de la aldea. La simpatía humana con que esa mirada infantil nos introduce en el pueblo, haciéndonos conocer toda una impresionante galería de tipos y la fuerza con que a través de rasgos frecuentemente caricaturescos se nos presentan siempre netos y vivos es uno de los mayores aciertos de esta novela.

Feliz evocación de un tiempo cuyo encanto y fascinación advertimos cuando ya se nos ha escapado entre los dedos, El camino es, por su amalgama de nitidez realista, humor sutil, nostalgia contenida e irisación poética no sólo una de las mejores novelas de Miguel Delibes, sino también, como señalaba la crítica, «una de las obras maestras de la narrativa contemporánea».

«La palabra justa, el adjetivo exacto convierten la novela en memoria sensorial, plástica y hacen de ella un texto extraordinariamente convincente y auténtico».

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

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FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «Nadie es capaz de señalar el lugar del cerebro donde se generan las grandes ideas. Ni Daniel, el Mochuelo, podría decir, sin mentir, en qué recóndito pliegue nació la ocurrencia de interponer la lupa entre el sol y la negra panza del animal, la idea surgió de él espontánea y como naturalmente. Algo así a como fluye el agua de un manantial. Lo cierto es que durante unos segundos los rayos del sol convergieron en el cuerpo del gato formando sobre su negro pelaje un lunar brillante. Los tres amigos observaban expectantes el proceso físico. Vieron cómo los pelos más superficiales chisporroteaban sin que el bicho modificara su postura soñolienta y voluptuosa. El lunar de fuego permanecía inmóvil sobre su oscura panza. De repente brotó de allí una tenue hebra de humo y el gato de las Guindillas dio, simultáneamente, un acrobático salto acompañado de rabiosos maullidos:

    —¡!Marramiauuuu¡! ¡!Miauuuuuuuu¡!»

[…]

    «A Daniel, el Mochuelo, le dolía esta despedida como nunca sospechara. Él no tenía la culpa de ser un sentimental. Ni de que el valle estuviera ligado a él de aquella manera absorbente y dolorosa. No le interesaba el progreso. El progreso, en verdad, no le importaba un ardite. Y, en cambio, le importaban los trenes diminutos en la distancia y los caseríos blancos y los prados y los maizales parcelados; y la Poza del Inglés, y la gruesa y enloquecida corriente del Chorro; y el corro de bolos; y los tañidos de las campanas parroquiales; y el gato de la Guindilla; y el agrio olor de las encellas sucias; y la formación pausada y solemne y plástica de una boñiga; y el rincón melancólico y salvaje donde su amigo Germán, el Tiñoso, dormía el sueño eterno; y el chillido reiterado y monótono de los sapos bajo las piedras en las noches húmedas; y las pecas de la Uca—uca y los movimientos lentos de su madre en los quehaceres domésticos; y la entrega confiada y dócil de los pececillos del río; y tantas y tantas otras cosas del valle. Sin embargo, todo había de dejarlo por el progreso.»

“El hereje”, la última novela de Miguel Delibes

Una obra maestra de la novela española.

el-hereje-9788423339570El hereje, publicada en 1998, es la última novela de Miguel Delibes. El escritor vallisoletano la dedica «A Valladolid, mi ciudad». De ella, dijo su autor que es “la más densa, compleja, más adecuadamente habitada, con un movimiento de personajes tan vivo y auténtico, y descrito con una prosa tan castellana, que puesto en el trance de elegir la mejor novela mía me quedaría con ésta”. El hereje llegó a convertirse en todo un fenómeno de ventas. Delibes obtuvo, con esta novela histórica, uno de sus mayores éxitos.

Andrés Trapiello en el Prólogo de Obras completas, IV de Miguel Delibes escribió, lo que sigue, sobre esta magnífica novela: «Nos hallamos desde luego ante una de las novelas más complejas de su autor, no tanto por el esfuerzo documental que se ha visto obligado a llevar a cabo en el plano léxico, histórico y sociológico, sino porque, narrando la vida de alguien tan alejado de nosotros en el tiempo y en las preocupaciones religiosas y morales, Delibes parece estar ocupándose una vez más de quien, en un medio hostil, ha de sobrevivir. […]

El fondo lo forma, como un gran telón corrido, la España de la intransigencia que dirime su fanatismo a través de cuestiones que hoy nos parecen pueriles,…»

SINOPSIS

En 1517, Martín Lutero fijó sus noventa y cinco tesis contra las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg, hecho que desencadenaría el cisma de la Iglesia Romana de Occidente y la Reforma protestante. Ese mismo año nació en la villa de Valladolid el hijo de don Bernardo Salcedo y doña Catalina Bustamante, bautizado como Cipriano. En tiempos de convulsiones políticas y religiosas, esa coincidencia de fechas marcaría fatalmente su destino.

Huérfano desde su nacimiento y falto del amor del padre, Cipriano contó, sin embargo, con el afecto de su nodriza Minervina, una relación que le sería arrebatada y que le perseguiría el resto de su vida. Convertido en próspero comerciante, se puso en contacto con las corrientes protestantes que, de manera clandestina, empezaban a introducirse en la Península. Pero la difusión de ese movimiento fue progresivamente censurada por el Santo Oficio. El hereje es ante todo una indagación en las relaciones humanas en toda su complejidad; un canto apasionado a la tolerancia y la libertad de conciencia. Es también la historia de unos hombres y mujeres de carne y hueso en lucha consigo mismos y con el mundo que les tocó vivir.

MIGUEL DELIBES

miguel_delibes2_0Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

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FRAGMENTO DE LA NOVELA

   «–En el año 30, diez grandes cubas con libros llegaron al puerto de Valencia en tres galeazas venecianas. Fueron interceptadas y el descubrimiento puso en guardia al Santo Oficio. Lo más acre de Lutero, todo lo escrito en Wartburg, en docenas de ejemplares, estaba allí. La Inquisición montó un verdadero auto de fe. Los capitanes de las galeazas fueron apresados y en la plaza de la ciudad ardieron cientos de libros en una pira gigantesca, entre el griterío y el entusiasmo del pueblo analfabeto. Al Santo Oficio siempre le atrajeron los grandes alijos para montar con ellos un espectáculo popular. […]
   –Las quemas de libros han sido en España pasatiempos habituales –dijo al fin–. De la quema de Salamanca todavía se está hablando. La ciudad más culta del mundo quemando los vehículos de la cultura; no deja de ser un contrasentido. […]
   –La afición a la lectura ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseable y honroso. Siendo analfabeto es fácil demostrar que uno está incontaminado y pertenece a esa envidiable casta de los cristianos viejos.» 

“Los santos inocentes”, retrato de las precarias condiciones de vida de una familia de campesinos extremeños

  Los santos inocentes.inddLos santos inocentes está considerada como una de las mejores novelas de Miguel Delibes. En ella, el escritor vallisoletano, cambia los habituales paisajes castellanos por los de Extremadura y nos ofrece un estremecedor retrato de las precarias condiciones de vida de una familia de campesinos extremeños, aplastada por la miseria y el yugo que le imponen sus señoritos. Los inocentes a los que Delibes alude en el título de la novela son Azarías, que es lo que en estos parajes extremeños se conoce como un inocente, con pocas luces pero siempre dispuesto a servir; y su sobrina, la Niña Chica, una criatura con retraso mental que se comunica mediante gritos sobrecogedores.

  Los santos inocentes se publicó en 1981 como una alegoría de la España de poseedores y desposeídos, pero más vastamente como una obra sobre la violación de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. El éxito de la novela fue extraordinario: además de las reediciones que se sucedieron en pocos meses, en 1983 Mario Camus llevó a cabo una adaptación cinematográfica que conserva todo el aire poético y el intenso humanismo del relato.

Tráiler de la película Los santos inocentes (1984)

Y no deja de ser curioso que Camus, en Extremadura, esté haciendo algo parecido, pero con adultos. También Camus trata de hacerlos jugar, aunque el juego, esta clase de juegos, no forme parte de las actividades normales del hombre. De ahí su dificultad. Porque si difícil es hacer que juegue un niño pareciendo que trabaja, no lo es menos que un adulto trabaje dando la impresión de que juega. Pero Camus lo consigue y Paco Rabal –Azarías– y Alfredo Landa –Paco, el Bajo– se comportan en la película como niños, como «santos inocentes», única manera de crear la atmósfera adecuada para que el tema propuesto funcione, es decir, convenza y conmueva al espectador.

Miguel Delibes: «Experiencias cinematográficas», artículo aparecido en La Vanguardia

Los santos inocentes, de la que se ha realizado una versión cinematográfica, consigue una de las mejores y más intensas novelas ruralistas, sobre la vida cotidiana de un cortijo y el evidente contraste entre los dueños de la «casa grande» y el desarraigo y la sórdida existencia de los campesinos.

Diccionario Bompiani de Autores

Es Los santos inocentes en realidad un relato largo, montado sobre una mínima historia, lo que la acerca tanto a un poema. Es, en su brutalidad (que la emparenta con el Felipe Trigo de Jarrapellejos, el Parmeno de Cintas rojas o el Cela de Pascual Duarte), casi un poema, por concisión e intensidad. La peculiar forma en que está escrito, como una larga e ininterrumpida salmodia en la que se han suprimidos los puntos y aparte y los recurrentes guiones que abren los diálogos, los «le dijo» y «le respondió», le acercan mucho a ese poema del agro castellano (aunque esté ambientado en Extremadura).

Andrés Trapiello. Prólogo de Obras completas, IV de Miguel Delibes

                Azarías

       Azarías  (Francisco Rabal)

SINOPSIS

  En la Extremadura profunda de los años sesenta, la humilde familia de Paco, “el Bajo”, sirve en un cortijo sometida a un régimen de explotación casi feudal que parece haberse detenido en el tiempo pero sobre el que soplan ya, tímidamente, algunos aires nuevos. Es época de caza y Paco se ha tronzado el peroné. Las presiones del señorito Iván para que lo acompañe en las batidas a pesar de su estado sirven para retratar la crueldad, los abusos y la ceguera moral de una clase instalada en unos privilegios ancestrales que considera inalienables y que los protagonistas soportan con una dignidad ejemplar.

MIGUEL DELIBES

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  Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.

FRAGMENTO DE LA NOVELA

   “… La Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la ciudad para que, al terminar las faenas cotidianas, les juntasen a todos en el porche de la corralada, a los pastores, a los porqueros, a los apaleadores, a los muleros, a los gañanes y a los guardas, y allí, a la cruda luz del aladino, con los moscones y las polillas bordoneando alrededor, les enseñasen las letras y sus mil misteriosas combinaciones, y los pastores, y los porqueros, y los apaleadores, y los gañanes, y los muleros, cuando les preguntaban, decían,   la B con la A hace BA, y la C con la A hace Za, y, entonces, los señoritos de la ciudad, el señorito Gabriel y el señorito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les decían,  pues no, la C con la A, hace KA, y con la I hace CI y la C con la E hace CE y la C con la O hace KO, y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los guardas se decían entre sí desconcertados, también te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromarnos, pero no osaban levantar las voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificios de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los días que estaba de buen talante, se le veían los sesos) preguntó, señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos? Y el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no aclaró más,…»

«Intemperie», la primera novela de Jesús Carrasco

«La huida de un niño a través de un país castigado por la sequía y gobernado por la violencia»

Intemperie es una novela extraordinaria que narra la huida de un niño a través de un país castigado por la sequía y gobernado por la violencia. La novela ha llegado ya a más 30 países y ha sido traducida a una veintena de lenguas.

Ha consagrado a su autor como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional, y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia, y de los premios Dulce Chacón, Quimera, Cálamo y San Clemente en España. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como uno de los mejores libros traducidos de 2014 en Reino Unido. En la revista Qué Leer, Philipp Engel escribde ella: Lo que cuenta aquí es la extraordinaria calidad de un texto que se lee de una sentada, o dos, como un largo y muy emocionante poema en prosa de deslumbrante belleza agreste en el que cada palabra, cada frase, ocupa su justo lugar. Una pequeña obra maestra.”

En 2016, Javi Rey adaptó al cómic la estremecedora historia de Jesús Carrasco.

En el año 2019, la novela ha sido llevada a la gran pantalla con el mismo título por Benito Zambrano y protagonizada por Luis Tosar, Luis Callejo, Jaime López, Vicente Romero, Manolo Caro, Kandido Uranga, Mona Martínez, Miguel Flor De Lima, Yoima Valdés, María Alfonsa Rosso, Adriano Carvalho, Juanan Lumbreras, y Carlos Cabra.

Un niño que ha escapado de su pueblo escucha los gritos de los hombres que le buscan. Lo que queda ante él es una llanura infinita y árida que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente del infierno del que huye. Ante el acecho de sus perseguidores al servicio del capataz del pueblo, sus pasos se cruzarán con los de un pastor que le ofrece protección y, a partir de ese momento, ya nada será igual para ninguno de los dos. (Filmaffinity)

SINOPSIS

  Un niño escapado de casa, escucha, agazapado en el fondo de su escondrijo, los gritos de los hombres que le buscan. Cuando la partida pasa, lo que queda ante él es una llanura infinita y árida que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente de aquello que le ha hecho huir. Una noche, sus pasos se cruzan con los de un viejo cabrero y, a partir de ese momento, ya nada será igual para ninguno de los dos.

  Intemperie narra la huida de un niño a través de un país castigado por la sequía y gobernado por la violencia. Un mundo cerrado, sin nombres ni fechas, en el que la moral ha escapado por el mismo sumidero por el que se ha ido el agua. En este escenario, el niño aún no del todo malogrado, trendrá la oportunidad de iniciarse en los dolorosos rudimentos del juicio o, por el contrario, de ejercer para siempre la violencia que ha mamado.

  A través de arquetipos como el niño, el cabrero o el alguacil, Jesús Carrasco construye un relato duro, salpicado de momentos de gran lirismo. Intemperie es una novela tallada palabra a palabra, donde la presencia de una naturaleza inclemente hilvana toda la historia hasta confundirse con la trama y en la que la dignidad del ser humano brota entre las grietas secas de la tierra con una fuerza inusitada.

Intemperiede Jesús Carrasco, el éxito imponente de una gran novela

DE INTEMPERIE SE HA DICHO

  Intemperie, escrito por Jesús Carrasco, es un libro emocionante, conmovedor, lleno de suspense, un debut literario con alma de clásico. La riqueza de Miguel Delibes y la fuerza de Cormac McCarthy fundidas en una voz propia. Una novela construida a partir de tres arquetipos: un cabrero, un alguacil y un niño, simbolizan el bien, el mal y la inocencia. Una voz nueva, con personalidad propia, sin duda el autor revelación del año de la narrativa española.

  «Un ritmo hipnótico, la trama sobrecoge hasta el punto de que al llegar al capítulo cuarto leía con la mano en el corazón. No consigo quitármela de la cabeza; es uno de esos libros que te cambian al leerlos.»

Elena Ramírez, Seix Barral.

  «Una experiencia de lectura sin precedentes… un libro de lectura obligada, una novela que está llamada a tener una fantástica recepción entre los lectores.»

Maaike le Noble, Meulenhoff Boekerij, Holanda.

  «La publicidad no es en este caso hiperbólica ni engañosa. Esta primera novela de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) es una magnífica novela, que sorprende por su madurez narrativa, por la riqueza y precisión de su lenguaje y por su creación de una historia que, sin rehuir la narración y descripción de escenas y detalles de extremado verismo, elimina los contornos espaciales y temporales de las acciones hasta convertir el relato en una alegoría que apunta directamente a elementos esenciales de la naturaleza humana. »
Ricardo Senabre, El Cultural

JESÚS CARRASCO

Jesús Carrasco Jaramillo nació en Olivenza (Badajoz) en 1972. A los cuatro años se trasladó con su familia a Torrijos, en la provincia de Toledo, y en 2005 a Sevilla, donde reside en la actualidad. Desde 1996 trabaja como redactor publicitario, actividad que compagina con la escritura. Intemperie le ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia, y de los premios Dulce Chacón, Quimera, Cálamo y San Clemente de España. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como uno de los mejores libros traducidos en 2014 en Reino Unido.

Intemperie ha llegado ya a más de 30 países y ha sido traducida a una veintena de lenguas. Además ha sido adaptada al cómic por Javi Rey y llevada a la gran pantalla con el mismo título por Benito Zambrano.

En 2016 publicó su segunda novela, La tierra que pisamos, con la que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea 2016.

Ya en 2017 apareció Levante, un cuento ilustrado por el propio Carrasco, que se publicó dentro de la obra colectiva Historias dentro de una caja, editada por la editorial pacense Universitas.

En 2005 había realizado una incursión en el género infantil con Castigada sin salir, un cuento escrito por Carrasco e ilustrado por Antonia Santolaya.

En El País Semanal de 2 de diciembre de 2018, aparecería el sentido articulo titulado Los libros que no leíamos, donde el autor “retrocede hasta el día en que se enamoró de los libros”.

En 2019, el Aula literaria Guadiana de Don Benito (Badajoz) presentó una edición no venal del relato titulado Una auténtica ganga, editado con motivo de su participación en dicho Aula.

Llévame a casa (2021), su última novela, se ha hecho merecedora de la XVII edición del Premio Dulce Chacón de Narrativa Española (2022), que concede el Ayuntamiento de Zafra a la mejor obra en castellano impresa y editada el año anterior. 

En 2022, colabora en la obra titulada Imaginar un país, España en 2050, un ensayo colectivo sobre el futuro de España que ha reunido a algunos de los escritores más relevantes del panorama literario actual, con el texto titulado Contra el vencimiento.

Aunque vive en una gran ciudad, Carrasco se siente fuertemente ligado al medio rural. 

«La mitad de mi vida la he pasado en el campo. Nací en Olivenza, un pueblo de Badajoz que está en la frontera con Portugal. Cuando tenía cuatro años, mi familia se trasladó a Torrijos, un pueblo de Toledo. He pasado mi vida entera dando tumbos por los caminos, subiéndome a los árboles, construyendo cabañas, cazando perdices a mano y conejos con hurones, haciendo ese tipo de cosas que se hacen en los pueblos. Es la tierra que amo, es mi lugar en el mundo en cierto modo.»

Jesús Carrasco

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

       «El cielo era de un azul oscurísimo. Las estrellas en lo alto parecían incrustadas en una esfera transparente. Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco. Un mochuelo blanco pasó por encima de su cabeza y se perdió entre las copas de los olivos. Pensó que se encontraba en el lugar más alejado del pueblo en el que había estado en toda su vida. Lo que se extendía frente a las plantas de sus pies era para él, sencillamente, tierra incógnita.»

Fragmento leído de  la novela 

JESÚS CARRASCO ENCUENTRA EN CÁCERES AL NIÑO DE INTEMPERIE

  «Me piden que hable sobre mi vivencia de este año con Intemperie, mi primera novela, publicada por Seix Barral en enero pasado. Como no sé por dónde empezar, contaré sólo una anécdota que ejemplifica parte de lo mucho que he experimentado y sentido a lo largo de estos meses. Hace unas semanas, tras la clausura de las Jornadas de Bibliotecas de Extremadura, un hombre vino a verme y me dijo que él era el niño de IntemperieTuve que mirarlo a los ojos para comprender lo que quería decirme. Tenía una mirada profunda y apesadumbrada. Charlar con él me confirmó lo que intuía en sus ojos: que había sufrido, que se había rozado con la vida, que tenía cicatrices por todas partes. Me confesó que el libro le había dolido pero que también lo había sanado. Yo no sé muy bien por qué escribo, pero ese encuentro me ayudó a comprender dónde reside el poder de la literatura y, más ampliamente, de la palabra. Antes de comenzar una novela, sabemos que lo que vamos a encontrar es un artefacto. Un montón de palabras sobre un papel en blanco. Sin embargo, durante la lectura, suspendemos aquellas categorías que nos sirven para habitar el mundo y, por unas horas, nos desplazamos por un territorio que es, a lo sumo, sólo una imagen de la vida. ¿Por qué entonces a ese hombre le dolía una mera representación de lo real? La respuesta a esa pregunta bien vale un oficio y, para mí, condensa lo vivido en un año entero.»

Jesús Carrasco. El País. 18 de diciembre de 2013

Carrasco y Rosa Lencero en la conferencia de clausura Un momento de  Carrasco y Rosa Lencero en la conferencia de  clausura  de las  Jornadas.  Clic para acceder al vídeo   

MÁS SOBRE INTEMPERIE

Presentación de la novela en el Centro Cultural España Córdoba