“El puente de Alcántara”, de Frank Baer

 «La vejez no nos hace sabios, y la muerte no nos acerca a Dios. No somos más que hombres mortales. El que nos creó puso en nosotros una chispa de su espíritu, y la intuición de que, en algún lugar, arde una llama. Pero nos deja en la oscuridad.»

El puente de Alcántara (Die Brücke von Alcántara) es una novela histórica del escritor y periodista alemán Frank Baer, publicada originalmente en Alemania en 1988.

El relato se desarrolla a lo largo de más de dos décadas, entre los años 1063 y 1086, y su argumento gira alrededor de tres personajes representativos de las tres culturas que conviví­an en la Península Ibérica hacia la segunda mitad del siglo XI: Mohamed Ibn Amar, poeta andaluz de origen árabe; el médico judío de Sevilla Yunus Ibn al Ahwar, y Lope, un joven escudero cristiano.

A través de las peripecias de estos tres personajes, hilos conductores de tramas entrelazadas, donde se mezclan venganzas, odios, enamoramientos, traiciones y sentimientos encontrados, Baer pinta una grandiosa recreación de la España del siglo XI, un crisol cultural de las tres culturas que por aquel entonces convivían en la península. Gracias a su documentación histórica, a la intensidad de la historia, que atrapa al lector desde el primer momento, y a la frescura narrativa, desde su publicación, en 1988, El puente de Alcántara marcó un hito en la narrativa histórica como género literario, y es sin duda la mejor y más completa novela sobre la España de las tres culturas escrita hasta el momento.

    «No, no habría paz en la Tierra. Tampoco la Iglesia cristiana vencería a la guerra, al menos no mientras ella misma guerreara contra la guerra. La guerra era más antigua que la Iglesia, era una parte maligna de la herencia humana, una enfermedad que atacaba a los poderosos y a los ávidos de poder, y contra la cual no existía medicamento alguno. Los abades y obispos lo sabían bien, como lo sabían igualmente el Papa y su legado, que ahora anunciaba su mensaje desde el púlpito. No predicaban contra la guerra en sí, sino únicamente contra la guerra entre cristianos. Dejaban una vía de escape a los señores amantes de la guerra. Decían: seguid guerreando en paz, pero no luchéis entre vosotros, cristianos contra cristianos, sino contra los enemigos de Cristo, contra los otros, los paganos, los sarracenos impíos.»

Estamos, por tanto, ante una novela de una gran rigurosidad histórica, que se apoya en un enorme trabajo previo de investigación y documentación histórica, y que le costó a Baer cinco años escribir. Su propio autor la define como un largo viaje de cinco años al siglo XI. En la Nota del Autor, que figura al final de su libro, explica algunas de las numerosas fuentes consultadas durante su redacción y señala algunas cuestiones interesantes, como la historia de los papeles de la sinagoga de Fustat (el antiguo El Cairo).

El resultado es una magnífica novela, que recrea, con asombrosa habilidad, la forma de vida en la Península Ibérica en la segunda mitad del siglo XI, en un periodo de relativo equilibrio entre los reinos cristianos del norte y los musulmanes del sur, cuando las distintas religiones y culturas dominantes: musulmana, judía y cristiana pugnaban por hacerse con un su propio espacio geográfico.

Suponen una gran ayuda para el lector tanto la guía de personajes, que encontramos al principio de la novela, como el glosario de términos, que figura al final de la misma.

El puente de Alcántara es una de mis novelas históricas favoritas y que considero absolutamente imprescindible para los amantes de este género.

Por cierto, que el famoso puente, del que toma el título la novela y que no aparece hasta la parte final de la misma, fue construido por Cayo Julio Lácer y terminado en 106, está en la provincia extremeña de Cáceres y se encuentra en un excelente estado de conservación.

     «La mañana de ese día el grupo se había dividido. El grupo principal, en el que iban las mujeres, había salido por delante. Lope estaba en el segundo grupo, que no llegó a las puertas de la ciudad hasta el atardecer. Vio la ciudad frente a él. El sol estaba ya tan bajo que parecía haberse posado sobre los tejados. Lope conocía aquello, conocía el camino que rodeaba la ciudad por el este y conducía al río por un sendero escarpado y sinuoso. Había recorrido muchas veces ese camino; la primera, cuando aún era un chico, con el capitán. También conocía el puente que había dado nombre a la ciudad, el puente sobre el Tajo, que no aparecía ante los ojos hasta que no se había dejado atrás el último recodo del camino, y cuya sola visión le cortaba el aliento a cualquiera, por muchas veces que lo hubiese visto antes. Qantarat as-Saif, como era llamado en árabe: el puente de la espada. Seis colosales arcos, el mayor de casi sesenta codos de ancho, sostenían a más de cuarenta hombres de altura, sobre el río, una calzada tan ancha que fácilmente podían pasar dos carros al mismo tiempo. Sobre los pilares centrales se levantaba una puerta en forma de arco, hecha con imponentes bloques de piedra labrada. El gran puente, una de las maravillas del mundo, como decía la gente.»

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   SINOPSIS

En el año 1064, caballeros normandos y franceses emprendieron una cruzada contra los moros en España y sitiaron la ciudad de Barbastro. Ante las murallas de esta ciudad se produjo el encuentro de tres hombres: Mohamed Ibn Amar, un poeta andaluz de origen árabe, Yunus Ibn al Ahwar, un médico judío, y Lope, un escudero de quince años. Los caminos de los tres se separaron y volvieron a cruzarse años después en Sevilla. El poeta se había convertido en gran visir y Lope estaba enamorado de la hija del médico judío, pero los sucesos de una noche infausta en el puente de Alcántara hicieron de él una persona distinta.

En estos tres destinos se refleja la diversidad de una época grandiosa, en la que Andalucía era un floreciente centro artístico y cultural. El puente de Alcántara recrea, con todo su colorido y diversidad, la vida y la mentalidad de un siglo en que en España convivían razas y religiones distintas.

El Puente de Alcatara novela

      «Bajo el mandato del poderoso caudillo musulmán al-Mansur, el reino de Córdoba alcanzaría la cima de su poder. Pero una vez muerte éste, su reino volvió a desmembrarse. Luchas por el poder y guerras civiles devastaron el país. Las tropas bereberes saquearon la capital y prendieron fuego a los palacios. Los gobernadores de las capitales de provincia se declararon independientes.

    Cuando, finalmente, las diferentes partes que se disputaban el califato de Córdoba suspendieron la lucha, Andalucía estaba dividida en muchos pequeños principados. En Zaragoza, Valencia, Almería, Granada, Sevilla, Badajoz, Toledo; por todas partes se levantaban gobernantes autónomos de pequeños territorios independientes. La ausencia de un gobierno central fuerte tuvo como consecuencia un periodo de libertad inusitada. Andalucía volvió a vivir una edad de oro, impregnada de una tolerancia única en la Edad Media.

    Los pequeños príncipes competían en la decoración de sus residencias la magnificencia de sus ropajes, la calidad de la orquesta de su corte. Poetas, filósofos, científicos, arquitectos y artesanos encontraron generosos mecenas. Se dio un florecimiento cultural que los historiadores han comparado con el renacimiento cuatrocentista italiano.

     En esa misma época, también los reinos cristianos del norte ibérico vivían una etapa de prosperidad. Se habían recuperado rápidamente de los golpes de al-Mansur. Pero apenas había cedido la amenaza del sur, cuando ya los condes y reyezuelos –todos ellos hermanados y emparentados entre sí– se sumieron en rencillas familiares. De estas rencillas salió finalmente vencedor el conde de Castilla, don Fernando el Grande, quien consiguió anexionar a su Castilla natal Galicia y el reino de León. En torno al año 1060 había extendido sus dominios hasta tal punto que era, sin discusión, el soberano más poderoso de toda la Península.

    Poco después comienza la historia que narra este libro.»

FRANK BAER

022019_PB_Captives_FBaerNacido en Dresde en 1938, es escritor y periodista. Su única novela histórica es El puente de Alcántara, un gran éxito internacional, unánimemente elogiada por su rigor en la documentación y su habilidad para representar un grandioso fresco de la España medieval. Es también autor de la novela Die Magermilchbande (adaptada más tarde en una serie de televisión), que cuenta las aventuras de un grupo de niños huérfanos que, en 1945, deben regresar por sus propios medios a su ciudad natal, un intentar que es producto de sus propias experiencias en la Alemania en ruinas tras de la segunda guerra mundial. Asimismo, ha publicado un par de libros infantiles. Actualmente trabaja como colaborador autónomo en prensa y televisión.

“Los mochileros”, de Antonio Ballesteros Doncel

Los mochileros, del pacense Antonio Ballesteros Doncel, es una novela que apareció por vez primera en 1971. Volvió a editarse en 1997 por el Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial de Badajoz, que volvería a reeditarla, esta vez en una edición bilingüe, en español y portugués, en el año 2000.

Como su propio título indica, la novela trata de la azarosa vida de aquellos contrabandistas legendarios, llamados mochileros, que cruzaban clandestinamente la frontera extremeño-portuguesa cargados con mochilas de unos 25 kilos de café portugués, portándolas en jornadas nocturnas a más de veinte kilómetros de distancia. En ocasiones las mochilas contenían mayores pesos, y el transporte se efectuaba también a mayores distancias.

Como nos cuenta el propio Antonio Ballesteros en la Introducción de su novela La última mochila, «de los 1.234 kilómetros de frontera hispano-lusitana, 235 están comprendidos entre los pueblos extremeños de Valverde del Fresno al norte, y Oliva de la Frontera al sur, componiendo las áreas lindantes de Castelo Branco, Portalegre y Évora una extensión de 19.978 kilómetros cuadrados frente a los 41.062 kilómetros cuadrados que mide la superficie total de Extremadura. En su recorrido fronterizo de Norte a Sur quedan poblaciones significativas donde tuvo especial relieve el contrabando, y que sin mencionar aldeas ni caseríos recordamos a Valverde del Fresno, Elías, San Martín de Trevejo, Cilleros, Zarza la Mayor, Alcántara, Cedillo, Herrera de Alcántara y Valencia de Alcántara, todas ellas en la provincia de Cáceres.

En cuanto a la provincia de Badajoz, en similares términos, destacan poblaciones como San Vicente de Alcántara, Alburquerque, La Codosera, Olivenza, Cheles, Villanueva del Fresno, Valencia del Mombuey, Higuera de Vargas, Oliva de la Frontera, Fregenal de la Sierra y naturalmente Badajoz, que por su capacidad ejercía un papel importantísimo sobre amplios territorios en ambos lados de la frontera, y donde algunas de sus barriadas como Las Moreras, Gurugú, Pardaleras y la Plaza Alta, fueron asentamientos habituales de contrabandistas tanto españoles como portugueses.

El contrabando con Portugal formó siempre parte consustancial de la propia vida de Extremadura, cuyos pobladores fueron principales clientes del comercio portugués abastecido de productos carentes en España, o bien por las significativas diferencias de precios entre uno y otro país, ya que Portugal por suavidad aduanera con el resto del mundo, contaba con productos mucho más novedosos y competitivos que los similares que circulaban por nuestros mercados, y muchos de ellos ni siquiera circulaban.

Actualmente, con la desaparición del imperio colonial portugués, caída de las fronteras y la integración de ambos países en la Comunidad Europea, el comercio ilegal ha quedado convertido en un tema de leyenda.

Su época de esplendor podemos situarla en la década de los años cuarenta, es decir, en la decena posterior a la Guerra Civil Española, donde la gran escasez de productos elementales provocó una alarmante situación social, hasta el punto de llamarse año del hambre el primer año oficial de la Victoria. Los alimentos fueron racionados a niveles mínimos y entre esa escasez agobiante, surgió el estraperlo, que consistía en vender los productos muy por encima de su valor real, fue en realidad una época que se especuló con el hambre y donde muchos oportunistas sin escrúpulos amasaron grandes fortunas.

Pero a medida que España equilibraba su economía, algunos productos alimenticios perdían interés, si bien el café torrefacto continuó su comercio convirtiéndose en el producto más emblemático del contrabando, y los mochileros suministraban la mercancía burlando a los vigilantes, a los intereses públicos con verdaderos riesgos personales. En su trabajo no empleaban medios sofisticados, únicamente usaban su astucia, la resistencia física y un exhaustivo conocimiento del terreno.

Operaban de forma autónoma, su código era anárquico, su ley la del más fuerte, y su mecánica sencilla, estaba generalmente a la altura de personas de poca formación procedentes en su mayoría del sector rural, y para quienes las perspectivas era vivir intensamente el presente, por eso deambulaban entre el juego, la bebida y la prostitución.

En su dinámica profesional rara vez solían trabajar en solitario, lo normal era que formaran grupos más o menos numerosos por cuenta propia, o bien contratados por mecenas que alquilaba sus cuerpos para transportar la mercancía.

A parte de las mochilas, que a veces sobrepasaban los veinticinco kilos de peso, portaban sobre el pecho un paquete del mismo género al que llamaban fiador, que solían salvar en el caso de arrojar las mochilas ante el acoso de los guardias, y esa muestra equivalía prácticamente al valor del jornal.

Como norma elemental las cuadrillas no causaban daños durante el trayecto para evitar denuncias justificadas, y si por circunstancias no previstas les cogía el nuevo día sin llegar al destino, escondían las cargas en algún lugar del monte para volver a recogerlas a la siguiente noche. En esos trances normalmente nadie delataba el contrabando en caso de descubrirlo por azar, porque entonces las venganzas estaban justificadas.»

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      Homenaje a los mochileros (Oliva de la Frontera), foto de Antonio Valero

Ballesteros era un gran conocedor de estas gentes de la frontera extremeño-portuguesa que dedicaron buena parte de sus vidas al contrabando. Para escribir esta novela se inspiró en vivencias personales de contrabandistas que conoció durante su niñez y juventud, cuando vivió en una finca, un lugar junto al emblemático Puente Ajuda, en Olivenza.

El más famoso de todos estos mochileros era un personaje de la zona de Olivenza apodado el Cuco, al que el autor trató mucho, cuando, ya retirado del contrabando, volvió a su primitivo oficio de carbonero.

    «Era hombre correcto, no por la educación de principio, sino como producto de esa escuela dura que la vida impone modelando a reveses. Sabía respetar porque le gustaba ser respetado, teniendo un mérito casi misterioso para hacer cundir el ejemplo en un gremio tan difícil de controlar como en el que se movía. Había llegado a ese borde de edad en que sería discutible llamarle viejo. Estaba sano y ágil para desempeñar trabajos manuales con la misma eficacia, o mejor, que otro hombre con veinte años menos. Su habilidad era indudable, y desde luego era intuitivo, perspicaz y resolutivo. No en balde desempeñó durante más de un cuarto de siglo la capitanía del contrabando, en una gran zona de la frontera entre Portugal y España.

    Los trozos de naciones comprendidos entre las cuencas de los ríos Tajo y Guadiana, no tenían para él el menor secreto. Conocía más ampliamente en profundidad la parte portuguesa que la española, aunque hubo veces que en sus incursiones se adentró hasta el mismo corazón de la Península.

   Su nombre era Nicolás, pero muy poca gente lo sabía. El que familiarizó, el que despertaba al pronunciarse las más distintas sensaciones entre las gentes de la frontera, fue el de el Cuco.» 

A través de los sucesivos capítulos de la novela, asistimos a los primeros pasos del Cuco como cuadrillero y a sus posteriores hazañas y peripecias, hasta convertirse, gracias a su astucia y habilidad, en el mochilero más famoso en buena parte de La Raya extremeño-lusitana.

Mostrando un gran conocimiento del tema, y un perfecto dominio de la pluma, Ballesteros nos adentra en la sufrida vida de estos personajes de leyenda, en sus difíciles condiciones de trabajo, en sus tretas y artimañas para evitar ser descubiertos por los vigilantes de uno y otro lado de la frontera o en sus férreos códigos de conducta.

Y todo ello salpicado con sentidas reflexiones sobre la vida o la libertad, y con magníficas descripciones de los paisajes rayanos en los que transcurre la acción de la novela.

   «Le imponía un poco comprobar que en aquella vida cada cual se las arreglaba como podía sin preocuparse de nada ni de nadie. Se desconocían los afectos y consideraciones; tan sólo privaban la dureza, la fuerza, la pillería, la astucia… El que consiguiera reunir todas esas facultades en mayor grado, sería admirado y respetado, porque con ellas podría arrollar. Eso lo veía claro, allí triunfaba el que más fuerte pisara sin dejarse ni siquiera rozar. Era un mundo crudo, un mundo espinoso. A pesar de todo no debía desanimarse, debía vencer su primer bache, porque eso pasa en casi todos los órdenes de la vida.»

Como nota curiosa, recogemos lo que, sobre la novela, escribe el maestro y escritor Arsenio Muñoz de la Peña, en su librito titulado Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura: «A principios del mes de agosto del año 1971, estando yo pasando el verano en Béjar, recibí el envío de una novela escrita por mi excelente amigo Antonio Ballesteros y titulada Los mochileros. La leí rápidamente, y como me gustó de verdad, le hice una crítica para el diario Hoy, de Badajoz, y otra para El Adelanto, de Salamanca. Contesté a Ballesteros, agradeciéndole su obsequio y también indicándole que se la mandase a Camilo José Cela, de mi parte, pues él siempre había expresado gran interés por estos temas de los contrabandistas. Ballesteros lo hizo y muy pronto recibió una carta de Camilo, en la que, entre otras cosas, le decía lo siguiente: “Ese es el buen camino de la literatura y su futura preocupación debe ser, a mi juicio, el no apartarse de él. Enhorabuena por su labor. Su novela Los mochileros la he leído de un tirón y debo felicitarle por su eficaz sencillez narrativa, que hace vivir el turbio mundo de los contrabandistas con tanto realismo.

Cuenta más adelante en su libro Muñoz de la Peña que, en un encuentro, que se produjo en Calzadilla de los Barros con motivo de un homenaje póstumo que allí se ofrecía a don Antonio Rodríguez-Moñino, entre el futuro premio Nobel y Antonio Ballesteros, Cela le soltó al autor de Los mochileros: “Tu novela es buena, porque es sincera. Sigue esa línea. Eso sí, esos burros de los críticos, ante tu primera obra, dirán que escribes mejor que Cervantes. Ante la segunda, dirán que eres una mierda… No les hagas caso jamás…”»

Los mochileros, en fin, es una novela escrita con sencillez y realismo, y que se lee con ganas. Y, que, por cierto, leí gracias a dos compañeros con los que, circunstancialmente, compartí habitación y fatigas; uno, que fue contrabandista como el Cuco por las mismas zonas de La Raya; y el otro, buen lector, que había leído la novela y que me habló muy bien de ella.

  «Así y allí, quedó el Cuco. Viviendo cara al cielo, saboreando las mieles que proporcionaban el dinero honradamente ganado. Apurando hieles de los reveses que presentan mil eventualidades inevitables. Allí templó verdaderamente su alma con circunstancias que en este mundo nada se puede contra ellas. Allí comprendió la generosidad del alma de los hombres sanos en los que no había entonces calado. Aprendió las cosas muy distintas de como siempre las había visto, y a veces se dolía de que esa lección se la estuviera dando lo que tanto había despreciado, porque la consideró su cárcel: la tierra. Se dio cuenta que la forma de ser de las gentes del campo tenía su entronque en algo así como un amasijo de pena, alegría y barro, ese barro al que Dios inspiró alma como principio de vida.»

SINOPSIS

Los mochileros narra la vida de personajes que traficaron clandestinamente y de forma elemental entre Portugal y España. Por la manera de transportar las mercancías fueron conocidos con el nombre de mochileros, y las aventuras corridas por el protagonista dan idea de su forma de actuar. Hoy se han convertido en leyenda.

   «Los mochileros se colocan aparte de las mochilas, donde portan a veces hasta treinta kilos de peso, un paquetito con un par de kilos de mercancía sujetos a la parte posterior del cuello o en el pecho al que llaman fiador. El objeto es que, si en su recorrido tuvieran un asalto por los vigilantes de una y otra nación y se vieran apurados, lanzar las mochilas, que son los verdaderos estorbos para la huida, y salvar esa muestra que equivale prácticamente, al precio de un jornal.

   Trabajan en cuadrillas previamente contratados por un jefe aportante del dinero para la carga a veces, para eludir responsabilidades personales, no va con ellos, poniendo entonces la dirección en manos de un guía de su entera confianza. Pueden también trabajar unidos, pero por cuenta propia, esto es, cada cual para su bolsa, aunque buscando cierto amparo en los grupos, nombrándose entre ellos un guía que dirige la operación. Por fin, suelen darse con frecuencia operaciones de individuos en solitario, también por cuenta propia.» 

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     «A veces, por motivos circunstanciales, cargan en España mercancías con las que pueden especular en Portugal, llegando hasta la misma ciudad de Lisboa cuando las condiciones de comercialización son francamente favorables. Estas mercancías que ocasionan el doble negocio son muy variables, girando desde artículos de bisutería hasta planchas enteras de tocino de cerdo. Depende fundamentalmente de baches coyunturales en la economía portuguesa. Con estas cargas suele operarse de muy semejante forma, en lo que respecta al transporte y venta, a como se opera en el tráfico del café, dándose el caso de que importantes marcas lusitanas tienen como verdadera razón de ser el mercado con España, sin preocuparles grandemente el interior de su país. Casi toda su producción pasa la frontera a lomos de estos mochileros audaces, desparramados a lo largo de toda la frontera hispano-lusitana.»

ANTONIO BALLESTEROS DONCEL

ballesteros-RB7CzMI3r3tW1pmBXjjdR7O-624x385@HoyAntonio Ballesteros Doncel nació en Badajoz en 1931 y falleció en 2021, fue un abogado, concejal del ayuntamiento, ganadero, presidente del CD Badajoz, escritor con obras como Los Mochileros, Amor y tierra o La última mochila y articulista del Diario Hoy.

Ocupó importantes puestos representativos en la vida socioeconómica de Extremadura, siendo autor de numerosos trabajos en forma de conferencias, pregones oficiales, y colaboraciones en medios de comunicación, entre ellos revistas especializadas en temas agrarios.

FUENTES

  • Ballesteros Doncel, A. La última mochila. Badajoz, Tecnigraf Editores, 2003
  • Ballesteros Doncel, A. Los mochileros. Badajoz, Diputación Provincial, 2000
  • Muñoz de la Peña, A. Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura. Badajoz, Institución Pedro de Valencia, 1982

“Cielos de barro”, de Dulce Chacón

   «Primero la culpa, después el perdón y, luego, que el olvido llegue cuando tenga que llegar. Y solo, sin que nadie lo ayude.»

Cielos de barro, publicada en 2000, es una novela de la escritora extremeña, fallecida en 2003, Dulce Chacón. Galardonada con el Premio Azorín de novela 2000, fue la cuarta novela de la autora de Zafra, publicada justo antes que La voz dormida (2002), su última y más conocida obra.

La historia está ambientada en Extremadura, más concretamente en el territorio de Zafra y su comarca, y abarca un periodo que se extiende desde los años previos a la
Guerra Civil, la propia contienda y la posguerra hasta 1942, aproximadamente.

Un joven pastor es acusado de cometer un triple asesinato en el cortijo extremeño donde sus familiares han trabajado como sirvientes durante generaciones. Su única defensa será el testimonio sin fisuras de su anciano abuelo, que revelará una brutal historia de intriga, sometimiento, erotismo y venganza, de la que amos y criados son a la vez testigos y protagonistas.

Dulce Chacón indaga en la memoria de un hombre que se resiste a las verdades a medias, y que con su familia será testigo y protagonista de una historia que discurre paralela entre amos y sirvientes. Cielos de barro arranca con la intriga de un asesinato, que será el hilo conductor de una narración cargada de odios y de venganzas, de opresiones y de sumisiones, pero también de pasión, de amor y de entrega. Como telón de fondo, el horror de la guerra y la posguerra, y una saga de vencedores y de vencidos, para los que no todos los cielos son iguales.

En una época en que la Guerra Civil hizo jirones la existencia de vencedores y vencidos, el relato de un viejo alfarero que no se rinde a la injusticia abrirá heridas aún sin cicatrizar y cuestionará los regios cimientos morales de la aristocracia rural española.

Cielos de barro es una obra apasionante, escrita con la inteligencia propia de quien domina el difícil arte de atrapar con una historia. Narrada a dos voces y en dos tiempos distintos. Una novela imprescindible para comprender el pasado de un país maltrecho, que hubo de rescatarse como pudo de sus propios horrores.

Dulce Chacón, que dedica la novela a su padre y a Zafra, por la añoranza, y la música de las palabras recuperadas en el ejercicio de la memoria, se nutre para esta historia de los recuerdos propios de su infancia y de las historias y anécdotas que oyó contar en su familia, y nos brinda una historia muy apegada al paisaje rural de su infancia en tierras extremeñas.

Escrita con una prosa clara y sin artificios que, pese a su dureza a veces, rezuma poesía y sentimiento.

Una novela que no llega a ser autobiográfica, con personajes ficticios, y en la que intenta recuperar el lenguaje propio de la época en ese rincón de la provincia de Badajoz.

    «No ande con apuros, si para mañana tengo más. Desde que mi santa me dejó, soy yo el que prepara el puchero, con su miajina de todo. Mire, así lo aviaba ella, ¿lo ve? Se cuece lento y se tiene ahí todo el día, arrimado lo justo a la candela para que no se turre lo de abajo. Beba lo que haga menester, que cuando el frío arrecia, no hay brasero que valga.»

Cielos de barro es una de mis novelas más queridas. La leí poco después de su publicación, hace ya más de veinte años, y seguía guardando de ella un agradable recuerdo. Su relectura me ha permitido regresar de nuevo a los territorios y al habla y expresiones de mi infancia, y me ha vuelto a parecer una novela maravillosa y absolutamente recomendable.

   «Madre, no fue el cielo lo que usted vio, que el cielo no es azul. Es marrón marrón, y rojo, como los barros que amasa padre para hacer botijos. Si no es marrón y rojo, me vuelvo para contárselo.

   Marrón marrón, y rojo, le porfió a su madre que era el cielo. ¿Usted se lo puede creer, la ocurrencia? ¿Se lo puede creer, idea tan peregrina?»

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SINOPSIS

La novela de los que ganaron la guerra civil, de los que la perdieron y de los que aún la siguen pagando.

Cielos de barro arranca como una novela de intriga, un crimen múltiple y la búsqueda de su autor, pero es mucho más que eso. Las historias que surgen en la reconstrucción de ese trágico suceso nos hablan de pasiones sublimes y rastreras, como el amor y el odio familiares, los enfrentamientos entre amos y siervos, la pasión erótica y el ruido y la furia de las guerras.

El inspector encargado de resolver el caso de una matanza en la casa señorial de un cortijo extremeño cree haber encontrado al culpable. Sin embargo, un viejo alfarero, con una voz personalísima, pone en duda las sospechas del inspector y procede a desgranar sus razone. En paralelo, un narrador en tercera persona se remonta a los orígenes trágicos de este drama actual, hasta que ambos relatos se funden para desvelar la verdad oculta.

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    «Vino de noche. Dijo que regresaba para morir. Traía la muerte en los ojos, ¿sabe usted? Pero no la de esos pobres desgraciados que están en el depósito. No. Traía en los ojos la propia muerte, la suya, la de él. Llamó a mi puerta y me preguntó por su madre. Fui yo quien le dijo que había muerto, y a mí me dijo él que venía para morir. Yo no he visto una tristeza más negra. Nunca, no señor. Se pasó la mano por la cara como si quisiera limpiársela. Me miró, volvió a lavarse la cara sin agua, me miró otra vez y me preguntó por su padre. Muerto, hijo, muerto. ¿Murieron bien? Y yo le contesté que sí, que santamente se murieron, uno detrás de otro, y los dos preguntando por él. Llevaba cuarenta años perdido, me dijo como pidiendo perdón por una ausencia tan larga. Pobrecino, si era un zagal cuando se lo llevaron, si lo hubiera visto usted, lástima de criatura; cómo lloraba, las lágrimas se le iban yendo igual que la cera derretida se le cae a las velas.»

DULCE CHACÓN

0000021670Dulce Chacón (Zafra, 1954-Madrid, 2003), poeta y novelista, publicó los libros de poemas: Querrán ponerle nombre (1992), Las palabras de la piedra (1993), Contra el desprestigio de la altura (Premio de Poesía Ciudad de Irún 1995) y Matar al ángel (1999), todos ellos recogidos en el volumen Cuatro gotas (2003). Como narradora publicó las novelas: Algún amor que no mate (1996), Blanca vuela mañana (1997), Háblame, musa, de aquel varón (1998), Cielos de barro (Premio Azorín 2000) y La voz dormida (Alfaguara, 2002), Premio al Libro del Año 2002 del Gremio de Libreros de Madrid, y traducida al francés y al portugués. También es autora de la obra de teatro Segunda mano (1998) y de la versión de Algún amor que no mate (2002), nominada a los premios Max 2004 a la mejor autora teatral en castellano.

Feria ayer. VI

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Esta fotografía de la calle los Mártires, en la villa de Feria, debió de ser realizada a comienzo de los años setenta del pasado siglo.

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     «La calle de los Mártires está, prácticamente, dividida en toda su longitud por un barranco cuya altura se hace más acusada a medida que se prolonga y desciende. Lo que le confiere un notable movimiento de volúmenes y desniveles. Su adaptación al terreno la hace sinuosa. Fue siempre una de las calles de la Villa con mayor vitalidad: tránsito de los devotos que acudían a los Mártires; paso obligado de entierros, desde que se construyó el cementerio; y camino que conducía al Pilar de Arriba. Desembocaba al “Arroíto”, donde surgía una frondosa alameda, con una fuente muy frecuentada por los vecinos en los días de la “fiesta de los Santos Mártires y a la que acudían a por agua”, antes de articularse la calle Consolación, que era simple camino hacia la ermita.»

     Fragmento de La villa de Feria, T. II, página 45, de José Muñoz Gil

“¿Cómo el corto el pelo, caballero?”, de Luis Landero

    «Yo sospecho que quien al hablar (e incluso al escribir, como da la impresión de que ocurre a veces con Unamuno) te toca, te echa el aliento, te tira de la manga, te empuja, te magrea, y señala además a las cosas para dejar bien remachadas las palabras, se carga ventajosamente de razón.»

¿Cómo le corto el pelo, caballero? es una recopilación de cuarenta y un artículos, del extremeño Luis Landero, que aparecieron en la prensa entre 1990 y 2004.

Son artículos que versan sobre cuestiones de actualidad, tipos y paisajes, pero también recogen sus inquietudes y experiencias más íntimas, y reflexiones sobre el hecho mismo de la escritura. Resultan especialmente entrañables aquellos en los que nos habla de los recuerdos de su infancia en tierras extremeñas, en la raya misma con Portugal.

Por si fuera poco, en algunos de estos escritos podemos encontrar pinceladas sobre cuestiones que más tarde desarrollaría en algunas de algunas de su novelas.

     «En casi todas las plazas españolas hay o ha habido grupos de ociosos que, sentados en hilera en algún petril o banco corrido de piedra, se dedican a estar allí, mirando alrededor y meciendo en el aire los pies. Uno no necesita verles la cara para detectar las pequeñas anomalías que se producen en la vida diaria del entorno; basta con vigilar los pies. Si se mueven, es que algo excepcional está ocurriendo, y tanto más excepcional cuanto más vivo sea el vaivén; si enseguida vuelven a pararse, es que se trata de una falsa alarma. Y así pasan las horas, los años y los siglos. Si uno observa los asientos de piedra de nuestras plazas, encontrará una franja erosionada y sucia que, a manera de bajorrelieve, registra la crónica ilegible de nuestra historia cotidiana. Como el viento o la lluvia, el pueblo ha ido escribiendo y reescribiendo sobre el mismo renglón el enigma geológico de su propio pasado. Algaradas, crímenes, alzas de precios, pestes, episodios de navegantes, santos y cornudos, bandos y pregones, tedios y anhelos, todo ha quedado allí esculpido como notas a pie de página o réplica burlesca del claro discurso histórico que, al lado, nos confía otro escribano. Porque, en efecto, cerca del banco, con más hilazón y facundia, una estatua, una escalinata, el tritón de una fuente, el atrio o la picota, nos ofrecen también su versión de los tiempos.»

SINOPSIS

También en las distancias cortas brilla el mejor Landero. A medio camino entre el relato y la parábola, entre el apunte autobiográfico y el comentario de actualidad, entre el elogio de la literatura o las perplejidades del docente, este libro reúne los artículos que Luis Landero ha ido publicando -con menos asiduidad de la que le gustaría a sus lectores- en diferentes medios. Y juntos revelan una sorprendente unidad, una misteriosa coherencia tanto en su mezcla de narración y reflexión, como en su visión del mundo. Articulista de excepción, también en este género mostró Landero una escritura sabia y madura desde sus propios inicios.

Como avisa el propio autor en el prólogo, en todos ellos le guió el propósito de recuperar el valor de un instante, de fijar la mirada en los detalles, ahí donde la vida se muestra de pronto «en toda su enigmática y descarada espontaneidad», de abordar los grandes acontecimientos desde el sillón de las peluquerías, o de hablar de la actualidad desde la «épica de lo cotidiano». En todos ellos asoma el contador de historias y recuerdos que evocan una época; el lector sutil y apasionado que ofrece la clave de complicados asuntos en las palabras de Kafka, Tolstói o Shakespeare -saber leer es aprender a conocer-; o el brillante pedagogo que arremete contra los gramáticos o los teóricos para quienes la lectura directa de los libros «equivale a cursar estudios de ginecología en un burdel». Y así, avanzando entre la sonrisa maliciosa, la nostalgia indisimulada, la carcajada o la sentencia, la amenidad y el encanto están garantizados.

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      «Y es cierto que el hombre ha perdido en gran parte su vieja capacidad narrativa de siempre y, con ella, el arte y el hábito de recrear los hechos objetivos y escuetos, y de apropiarse imaginariamente de ellos y de incorporarlos así a su experiencia personal, lo cual no sólo aprovecha al conocimiento sino también a la memoria, pues todo cuanto se transforma en narración pide ser transmitido, y no se olvida nunca. Pero, de cualquier modo, somos fabuladores impenitentes, casi instintivos, y necesitamos convertir cada día la vida en relato, añadir a la verdad neutra de los periódicos las verdades hondas e intuitivas de nuestro corazón, y por eso seguiremos rescribiendo la actualidad, y guardándola y protegiéndola, como un tesoro de conocimiento que es, en libros invisibles.»

LUIS LANDERO

Landero_big Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. Lluvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. En  El huerto de Emerson (2021) retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en inviernoUna historia ridícula (2022) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

“La canción de la aldea”, de Antonio Reyes Huertas

La canción de la aldea fue la última novela publicada por el escritor extremeño Antonio Reyes Huertas. La obra fue escrita entre diciembre de 1929 y mayo de 1930 en Campos de Ortiga, finca cercana a Campanario, su pueblo natal.

La novela, junto con ocho estampas campesinas, no se publicó hasta 1952 con motivo del homenaje que se le tributó a su autor. Posteriormente, en el año 2002 el Ayuntamiento de Campanario y el Fondo Cultural Valeria reeditaron una edición facsimilar de aquella edición-homenaje de 1952, al cumplirse el cincuenta aniversario del fallecimiento de su autor, ocurrido en agosto de 1952.

Como suele ocurrir en la mayor parte de sus novelas, la trama de la obra es bastante simple, con personajes corrientes y acción sencilla.

El principal protagonista de la novela es el joven madrileño José Aznar de Cieza, que llega a la localidad extremeña de la Garda con el objeto de vender unas tierras que heredó de su madre y tratar de poner un poco de orden en su vida amorosa. Allí conoce a su prima Mercedes, atractiva joven de la localidad por la que se siente atraído. Sin embargo, el protagonista, sintiéndose abrumado e incapaz de distinguir entre sus intereses y sus sentimientos, huye cobardemente a Madrid.

   «Aquel peso que soportaba sobre mis hombros aumentó con esta actitud despegada de Mercedes. No he visto luna tan triste como la de aquella noche de junio, con ser plena, redonda y solemne. Ni perros tan ariscos como los que me ladraban saliendo a mi paso, igual que si no me hubieran visto nunca en la aldea. La galga del Mochilo estuvo a dos pasos de morderme, más furiosa aún que cuando otra noche me encerró como a liebre en casa de mi tío.»

Pero la verdadera protagonista de la novela vuelve a ser Extremadura, la tierra natal del escritor, por la que éste siente un inmenso amor. Reyes Huertas nos muestra en esta historia el campo extremeño con todo su esplendor y toda su dureza.

Andrés Calderón, amigo del escritor y promotor del homenaje que se le tributó en 1952, escribe en el prólogo de la edición-homenaje de la obra: «La canción de la aldea, obra gemela de La sangre de la raza, simboliza la producción de Reyes Huertas y refleja maravillosamente sus más acentuadas cualidades.

La canción de la aldea es eminentemente moralizadora. En ella reverdece Reyes Huertas los laureles de costumbrista que tanta altura cobraron en La sangre de la raza. El amor a Extremadura, a sus hombres recios y sanos, a sus mujeres bellas de cuerpo y de alma, honradas y hacendosas, a sus campos fecundos y entrañables, refulge en esta novela como gema preciosa. Y en ella, en fin, Reyes Huertas canta sus mejores trinos y luce esa cualidad de poeta que, como polvillo de oro, se diluye por toda su obra, dándole la tonalidad suave, al par que brillante, de su inimitable estilo.

Ved cómo pinta en ella nuestro paisaje de estío:

    “Yo tomé aquella mañana la senda tan pasajera que iba a mis tierras. Estaba todo el aire lleno de zumbidos de abejas y sobre los trigos volaban las alondras desgranando collares de trinos. Yo iba viendo por el caminillo en cuesta la opulencia de mis tierras, convertidas en tablas de mies, empezando a espumar el oro de sus espigas. Las cebadas habían adelantado su siega y algunos rastrojos amarilleaban ya con las gavillas tempranas amontonadas al sol. Olía todo aquel camino como a polvo reseco de este sol, a tréboles agostándose, a granas cuajadas de carretones, tendidos como redes blanquecinas en las barrancas, y a esa fragancia del rastrojo nuevo, todavía húmedo y sangrante de savia”.

López Prudencio, uno de los críticos que han estudiado a fondo a Reyes Huertas, ha dicho de él: “Hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en la que nadie le ha superado. Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días –los que dure la acción– en el pueblo donde ésta se desarrolla compartiendo todas sus emociones y viviendo con pena llegar el momento de abandonar el pueblecito”.»

No podemos estar más de acuerdo. Por eso es aconsejable leer a Reyes Huertas despacio, sin prisas, paladeando cada frase, cada palabra, para poder disfrutar el mayor tiempo posible de los maravillosos cuadros que pinta con sus palabras. Otra buena novela del escritor de Campanario. Muy recomendable.

SINOPSIS

   «Quiero huir de todos estos recuerdos de la aldea, y estas emociones de la aldea me persiguen tenazmente. Creía yo despreciar a la aldea cuando me alejé de ella, y la aldea se ha vengado de mí, infiltrándose, como el desierto, el ensueño calenturiento de un oasis. Es este día de nieve cierro los ojos para huir de la visión de la aldea, y la aldea viene a míe con el corazón abierto y palpitante.»

Tal vez La canción de la aldea sea la novela más personal de cuantas escribió Antonio Reyes Huertas en su larga trayectoria literaria. No es la más popular –título que sin duda le corresponde a La sangre de la raza,– ni la más combativa –La ciénaga–, ni la más cosmopolita –Viento en las campanas–, ni la más cinematográfica –Lo que la arena gravó o Luces de cristal–; ni siquiera la más moderna –Mirta, a mi entender– ni la postrera –La casa de Arbel–, pero sí la más íntima y confidencial, por las especiales circunstancias que concurrieron en su publicación.

La obra, que había sido escrita entre diciembre de 1929 y mayo de 1930, por muy diversos avatares, fue postergando su aparición, que empezó a concretarse definitivamente en los primeros meses del año 1951. La editorial catalana que, con gran éxito, publicaba en los últimos tiempos las novelas de Antonio Reyes Huertas le requirió un nuevo original. Este, entonces, entrega el texto de La canción de la aldea, tal y como, por otra parte, estaba ya previsto en el contrato suscrito entre el novelista y la editora.

Pero, en el momento en que se estaban realizando las preceptivas copias para la censura, la comisión organizadora del homenaje a Antonio Reyes Huertas se pone en contacto con el escritor y le solicita una novela inédita para su publicación como edición homenaje. Reyes Huertas demanda entonces de la editorial Hymsa la cesión, para tal fin, del texto de la La canción de la aldea y la empresa, de forma generosísima, accede a la petición.

Pero Reyes Huertas no entrega la obra sin más, sino que se lanza, a pesar de su delicadísimo estado de salud, a un verdadero ejercicio de recreación, anulando ciertos pasajes, enfatizando otros y reescribiendo una parte sustantiva de la obra. Y todo ello, en momentos especialmente trágicos para su autor. Porque éste, sin duda, y a pesar de que, ante los más allegados, siempre simuló desconocerlo, sabía con certeza la gravedad de su dolencia.

Reyes Huertas supo, por tanto, que aquella edición de La canción de la aldea, muy posiblemente, sería la última de sus obras que vería publicar en vida. Y, por ello, la quiso también convertir en una síntesis de su abundante quehacer narrativo, además de en un tributo emocionado a lo que más amó en vida: su esposa, su familia, su tierra, las gentes que en ella habitan… y su fe.

(Del estudio preliminar incluido en la edición de 2002, por Antonio Basanta Reyes)

ANTONIO REYES HUERTAS

Antonio-Reyes-HuertasPoeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

   «Por no atribularme del todo, salí en seguida del olivar y emprendí el regreso a la aldea. Mi reloj se había parado, pero debía ser la hora de mediodía, porque de la torre de la iglesia vino un toque de campana y corrió como plañidera por los campos. Se habían levantado ya algunas nubes y el viento frío soplando del lado de los montes las hacía navegar en el remanso del cielo, y sus sombras, rasando sobre los sembrados, parecían el vuelo lento de aves gigantescas y silenciosas. Toda la ribera dijera yo entonces que se había oscurecido con un velo de tristeza. Y esta impresión deprimente de las nubes, de la campana quejumbrosa, de los niños descalzos en la ribera, del olivar desvinculado, de los perros ariscos, del viejo agobiado bajo su saco de hierbas y de aquel galope como fúnebre que tejían los sembrados como si los pies de genios invisibles danzasen en el aire sobre ellos, me parecieron entonces la canción de la aldea, la pobre canción triste y desvalida de la Garda…»
    […]
  «En mis fases de sentimental, solía bajar por las tardes a la ribera. Abril había vestido ya por completo las alamedas del río y en los chopos gigantes, de un verde como estremecido, volaban las oropéndolas y cantaban los ruiseñores. En la torre de la iglesia, desde hacía tiempo, las cigüeñas se habían constituido en vigías y bien dormitaban sobre la veleta, bien repicaba los picos al borde de los viejos nidos. En estas tardes me parecía que todo el campo se llenaba de olor de miel, porque en cada aleteo del viento venía una oleada de pólenes calientes y un efluvio voluptuoso de fecundidad. Los chopos, cuando soplaba el viento de abril, me daban una extraña imagen: la de las mujerucas que yo había visto arropadas en sus propias sayas, entraban en la iglesia echándose la falda por la cabeza. Porque las hojas todas de los chopos se volvían del mismo lado y parecían arropar el tronco con una cobija sonajera a cigarras o a panderetas.
   Me acercaba entonces al olivar de los Cieza cuyo nombre decía don Lucas, parecía entrañar un símbolo permanente de vida y de corazón. Desde el camino, asenderado por los mochileros, veía la casa, blanca de cal, con los rosales de enredadera ya vestidos de pompa cubriendo parte de las paredes y tejiendo un arco verde a la puerta de la entrada. En los más tempranos reventaban ya los capullos como corazones henchidos que iban pronto a estallar. Pensaba que allí se había sentado en estas tardes mi madre y me parecía verla en su estampa adorable, contemplando sonriente el paisaje, siguiendo el vuelo de las golondrinas y oyendo la sinfonía de oro que bordaban las abejas sobre los cálices de las algamulas. ¡Cómo hervía allí, cerca del camino, el colmenar! Era como un zumbido denso y caliente de bordones de guitarra, un enjambre de notas dulces y graves, tan copioso y alado como el de las mismas abejas.»
    […]
   «Ellos no conciben la felicidad sin la tierra. Para un campesino la tierra es el alma sagrada, inmutable y eterna, la que preside la caducidad de las demás cosas, la que da el pan y la salud, y sobrevive a la muerte para el pan y la salud de los los hijos. Y a ese amor a la tierra vinculan oscuramente el otro amor del hogar, no haciendo nunca el hogar y la tierra incompatibles, sino alas de un mismo corazón.»
   

“Una historia ridícula”, de Luis Landero, la historia de un resentido

    «¡No es para tanto la primavera!»

Cuando se cumple un año de la publicación de El huerto de Emerson, el escritor extremeño Luis Landero regresa con Una historia ridícula. Una novela protagonizada por Marcial, un individuo peculiar, solitario y resentido, que se enamora perdidamente de Pepita, una chica de buena familia que es poco menos que inalcanzable para él. 

Se trata de una novela con grandes dosis de humor. Un humor que nace de la solemnidad con la que se expresa Marcial y del contraste entre ese discurso y los hechos de nuestro protagonista.

     «Aquí haré un pequeño inciso. Me acordé de que estábamos en primavera. Esta palabra, primavera, está exagerada por los artistas y los enamorados. Siempre me pareció excesiva para nombrar el mero rebrote de lo verde y sus flores. No es para tanto la primavera, es solo un mito, una niñería romántica. Pero ahora, sintiendo tan cerca a Pepita, me pareció que allí, en ella, estaba encarnada la primavera, el mito de la floración, el misterio de la vida que regresa con un empuje que te arrebata como a esos santos arrodillados y orantes de las estampas que se elevan del suelo y permanecen extáticos en el aire, como si una fuerza descomunal los hubiera succionado hacia las divinas, mágicas alturas…»

Según el escritor de Alburquerque, “Marcial es esa persona a la que el nombre le viene muy grande, un poco enclenque y no especialmente inteligente. Los compañeros de colegio se burlaban de él y salió de la infancia con el paso cambiado y ahora tiene cuentas pendientes con el ser humano”.

Como el propio autor ha comentado, la idea de esta historia le vino de un relato que escribió hace más de treinta años que se titulaba Asalto a la casa de la mujer amada y que trataba de alguien que no era admitido en casa de su amada, al contrario que los otros pretendientes.

Con una mezcla de humor, amor y odio, Landero nos ofrece esta novela, entre cómica y dramática, que hará, sin duda, las delicias de sus muchos seguidores.

Como suele ocurrir en todas sus obras, en ésta también encontramos frecuentes guiños a su añorada tierra extremeña.

Por cierto, que la ilustración de la portada le viene a la historia que ni pintada.

En fin, otra excelente novela del autor extremeño, que se lee de un tirón y que desde aquí recomendamos.

    «En el amor, todas las trampas para conquistar a la amada son válidas, y también la impostura. Al fin y al cabo, todos fingimos ser mejores y más atractivos de lo que en verdad somos. Los pájaros hinchan el papo y esponjan el plumaje, el sapo y la cigarra cantan con una potencia que excede a su tamaño, el león su melena, el ciervo el aparato de su cuerna, qué menos que yo me engalanase con las modestas prendas de un escritor en ciernes. Así fue como el amor obró en mí una metamorfosis tan rara y prodigiosa como la de Franz Kafka. De pronto, una mañana me desperté convertido en un ente sublime y ridículo a la vez, y también a la vez sabio y estúpido, como esos animales fabulosos que tenían a un tiempo garras, pico y pezuñas.»

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SINOPSIS

Una historia de amor repleta de humor e ironía.

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     «No creo pecar de orgullo, como demostraré a lo largo de mi exposición, si comienzo diciendo que soy un hombre con ciertas cualidades. Quizá no resulte especialmente apuesto y llamativo, pero sí educado, discreto, concienzudo, culto y buen conversador. Todos cuantos me conocen, saben o deberían saber, de mi honradez y rectitud. En otros tiempos tuve un buen puesto de trabajo y un piso de en propiedad. ¿Mi visión del mundo y de la vida? Trágica y trascendente. ¿Mi historia? De amor, de odio, de venganzas, de burlas y de ofensas. Me llamo Marcial Pérez Armel, resido en Madrid y tengo en muy alta estima el viejo concepto del honor.»

 Marcial es un hombre exigente, con don de palabra, y orgulloso de su formación autodidacta. Un día se encuentra con una mujer que no solo le fascina, sino que reúne todo aquello que le gustaría tener en la vida: buen gusto, alta posición, relaciones con gente interesante. Él, que tiene un alto concepto de sí mismo, es de hecho encargado en una empresa cárnica. Ella, que se ha presentado como Pepita, es estudiosa del arte y pertenece a una familia adinerada. Marcial necesita contarnos su historia de amor, el despliegue de sus talentos para conquistarla, su estrategia para desbancar a los otros pretendientes y sobre todo qué ocurrió cuando fue invitado a una fiesta en casa de su amada.

LUIS LANDERO

Landero_bigLuis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. Lluvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. En  El huerto de Emerson (2021) retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en invierno. Una historia ridícula (2022) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

“Enjambre”, de Rafael Cabanillas Saldaña

«Triste paradoja la de esta tierra, llamarse Enjambre y estar vacía.»

Tras el éxito de su anterior novela, Quercus, el escritor toledano Rafael Cabanillas Saldaña nos regala otra espléndida novela: Enjambre, la segunda parte de una trilogía sobre la tierra vacía situada en los Montes de Toledo.

Enjambre es una pedanía, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en una zona situada entre las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo y Extremadura, en la que solo han quedado dos familias, que, para más inri, no se hablan, la de Tiresias, hijo único del tío Jacobo y de Remigia, y la de Eustaquio y Encarna.

Tiresias, el protagonista de la novela, es un chico que nació enfermizo, con aparente retraso mental y medio ciego.

    «Cuenta la tía Remigia que estando a boca de parir, con la madre ya a punto de dilatarse, soñó que se le aparecía una especie de hechicero, brujo o encantador, llámalo como te apetezca, envuelto en un resplandor, que le dijo: ¡Remigia, el muchacho que vas a parir se llamará Tiresias! Nombre que confundió a la tía Remigia y más al tío Jacobo, cuando le relató el sueño, pues era un nombre jamás oído en esas tierras.

    Le pusieron Tiresias y el muchacho les salió lelo, o digamos, raro. Algo difícil de determinar. El Tiresias, el pobre, un retrasado. Un niño enfermizo y escuchumizado que no se murió de milagro. Un ser extraño. Después de tanto arriesgar con el nombre. Que parecía que nos iba a traer un don divino, un pan debajo del brazo, y mira como nos ha salido.»

El joven, analfabeto porque no pudo asistir a una escuela que clausuraron cuando él era apenas un «cagón de cuatro años», se dedica a pastorear las cabras de la familia por las sierras que rodean la aldea. Siempre con su radio, del tamaño de un ladrillo y que funciona con dos pilas de petaca, al hombro. Y que gracias a esa radio y al teléfono que les puso el alcalde de Anchuras para que lo utilizasen las dos familias de la pedanía, encuentra una ventana al mundo exterior.

Mientras pasa el día en el monte con sus animales, Tiresias anhela que llegue la noche para poder escuchar la sensual voz de Sophia Bayker, la locutora de radio que parece hablarle solo a él. La fascinación que siente por ella es tan grande que le lleva a cambiar de hábitos y costumbres, y hasta aprende a leer.

Pero Enjambre no es sólo una historia de superación y de esperanza. Es también un hermoso y sentido homenaje a los supervivientes de estas tierras, abandonados a su suerte por los poderes públicos, y a sus sencillas formas de vida apegadas a la tierra. Así como el reconocimiento del papel de la educación para la transformación de la vida de las personas. Resulta muy entrañable el personaje del tío Deogracias en el papel de “maestro” de Tiresias. Por si fuera poco, Rafael Cabanillas aprovecha la novela para rendir tributo a la radio, tan importante para mantener el contacto con el mundo exterior en estos lugares dejados de la mano de Dios.

Al igual que su anterior novela, Enjambre está también poderosamente influida por la narrativa de Miguel Delibes, y recuerda al libro de éste titulado El disputado voto del señor Cayo. Sin embargo, es una novela mucho más luminosa que Quercus, más «amable», como se indica en la cuidada edición del libro. Escrita con una prosa precisa y muy visual, y empleando un lenguaje muy rico que incluye voces propias de la zona en la que transcurre la acción de libro.

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    «La sierra de Altamira también tiene alma. Aunque en lo tocante a las personas que la pueblan, es un alma amputada, rota, roída por la miseria. Igual que si la mordisqueara una rata. Que esos montes son un penaero para sus vidas. Pues habiendo miles de alcornoques y millones de encinas, todavía en número ganan las desdichas. Ante ellas, resistencia, sin queja. El vivir pausado, sin exigencias. Dejando que la vida pase inadvertida, rozándote apenas, sin hacerte más daño que el dolor intrínseco a la subsistencia. Conformándote con poco, casi con nada, buscando un cachito de felicidad en la humildad y la candidez que sin reclamar te regalan. El olor de ese queso que madura con aliento propio, un haz de sol que entra por el ventanuco convirtiendo las partículas suspendidas de polvo en un milagro para sus ojos, el cigarro de la mañana mirando a esa Garganta.»

Una extraordinaria novela que nos reserva, además, algunas agradables sorpresas. La historia del maquis Chaqueta Larga o el “cameo” de los Cabanillas, viajeros por los territorios de Enjambre camino de Las Casas de don Pedro, entre otras.

En fin, otra gran novela del maestro Rafael Cabanillas con la he vuelto a disfrutar muchísimo. Absolutamente recomendable.

«Enjambre es un grito mudo, callado, pues son los gritos más hondos y dañinos, por una tierra, por unos hombres y mujeres, por una forma de vida que se nos escapa de las manos igual que se escapa el agua. Un mundo que se abandona, que se deja morir, que agoniza a cambio de un falso progreso, absolutamente perjudicial, tóxico, que destroza la tierra y las vidas. Los protagonistas conviven con la miseria y una mínima ayuda podría hacerles felices. La ayuda más importante, más eficaz, es que les dejen vivir en paz. Que ese otro mundo que se come todo no se convierta en su enemigo. El suyo no es la Arcadia ni el paraíso prometido, pues la supervivencia es dura, pero es una vida digna. Respetuosa con la madre tierra, que nos da de comer y a la que pertenecemos igual que pertenecen las abejas y las encinas. Honestidad e inteligencia para dejar a nuestros hijos un mundo mejor del que nosotros nos encontramos.»  Rafael Cabanillas

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

El Enjambre es una pedanía de Anchuras, en la que sólo viven dos familias que no se hablan. Es un territorio real y a la vez mágico. Existe en los mapas y en el imagina-rio. Otro realismo mágico. Cuando estando la Remigia a boca de parir y se le aparece en el sueño una especie de brujo o hechicero diciéndole que el hijo se llamará Tiresias, ella ya adivina que lo que lleva en su vientre es algo diferente, especial, casi sobrenatural.

Sin embargo, Tiresias es un niño enfermizo, medio ciego, igual que su homónimo griego: Tiresias, el adivino ciego. Lo que no le impedirá convertirse en pastor de esas sierras que, aun siendo un paraíso terrenal, se han ido vaciando en un goteo incesante.

Pero es a la noche, escuchando la radio, cuando se va a producir el milagro. Esa locutora del programa “Desde la distancia te quiero”, en el 96.4 de la FM, que parece hablarle exclusivamente a él, al pastor perdido en una aldea abandonada, transformará su existencia.

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    «El Enjambre es una pedanía que depende del ayuntamiento de Anchuras, en las estribaciones de los Montes de Toledo, rayando con Extremadura. Y si hablas de naturaleza, aquí tienes toda la que quieras, porque el pueblo está encajonado en una Garganta de agua en el sopié de la sierra de Altamira. Jaras, lo que más abunda, cornicabras, acebuches, brezales y retamas, algún mirto, durillos, romeros, espliegos, almoradujes, lavanda y mil tomillos, sin nos referimos a la flora chica. De la grande ni te cuento: encinas, coscojas, alcornoques y quejigos, abedules, acebos, tejos, madroños y robledales en lo más alto; y en los bajos y arroyos, fresnos, sauces, álamos y almeces. Ahora están preciosos, con los mil colores que trae el otoño.»

Con Enjambre, Rafael Cabanillas nos regala una nueva novela espléndida, enraizada, por méritos propios, con lo mejor de la literatura española contemporánea.

Si su deslumbrante Quercus supuso la revelación plena de un escritor que, como pocos, ha sabido conceder a tantos olvidados la voz a ellos debida, Enjambre retorna a idéntico topos, real e imaginario. A la existencia dolorida y, a pesar de ello, esperanzada de quienes, víctimas del abandono y la codicia, vivieron y viven en la España vaciada. Cuantos, al leer Quercus, quedaran, como yo, fascinados por la esplendidez de esa obra magníca, tienen ahora la feliz oportunidad de reencontrar en Enjambre el prodigio de la prosa de Cabanillas; su lenguaje rico, preciso y rescatado; sus personajes memorables, nacidos de las sombras anónimas de la Historia: mujeres y hombres que ahora cobran vida desde el silencio, para hacernos testigos de su dolor y de su ejemplar heroísmo.

Ese es el don de la verdadera Literatura: penetrar más allá de lo objetivo. Transitar por las entrañas más genuinas y vulnerables de lo humano. Convertir en arte las palabras para, a través de ellas, mostrarnos quiénes somos, de dónde venimos y el horizonte al que debemos aspirar.

Todo ello, y mucho más, lo hallará con plenitud el lector en Enjambre, una obra imprescindible para quienes, desde la memoria, deseen la construcción de un mundo basado en la equidad, la fraternidad y la justicia.

Antonio Basanta Reyes

RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA

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Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) es autor de una decena de libros y de centenares de artículos. De su narrativa, destacan las novelas El secreto de Elvira Madigan (2004), Al llegar el invierno (2006), El llanto de la clepsidra (2008), o Mirtillo Blu (2012).

Colaborador de National Geographic y de diversas ONGs y Gobiernos, conferenciante y viajero incansable que presume de conocer más de 50 países, especialmente del África occidental, ha publicado los libros de viajes África en tu mirada (2009) y Hojas de baobab (2010), prologado por Javier Reverte.

De sus incursiones en el campo de la fotografía son las exposiciones En clave de mujer y África en tu mirada. Exposiciones itinerantes que desde hace años recorren España. Autor también del Libro-Exposición Manual para beberse la Vía Láctea (2012), del cuento infantil Conversaciones con un baobab (2017), libro con cuyos beneficios, gracias a la Editorial Cuarto Centenario, se construye una escuela en Madagascar, y de varias publicaciones más.

En el ámbito cinematográfico, es Director y Guionista del Documental Cine para África (en YouTube: Cine para África documental completo), estrenado en Madrid en 2015 de la mano de Ángel Gabilondo.

Quercus (2019), novela que en este momento va por su tercera edición y ha sido grabada por la ONCE para convertirla en audiolibro para los invidentes de España y del mundo, es la obra que la crítica compara con Los santos inocentes y La familia de Pascual Duarte.

Enjambre (2021) es la segunda novela de lo que será la trilogía Quercus; más “amable”, rebosante de ternura, para seguir mostrando, a flor de piel, el abandono de la España vaciada.

“Hoy, Júpiter”, de Luis Landero

       «–Es curioso –dijo– que mi conflicto sea justo el contrario del tuyo. ¿Cómo decir? Tú estás viviendo una historia de amor. La mía, sin embargo, es la historia de un odio.»

Diecisiete años después de que un desconocido Luis Landero ganara el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa con su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), el escritor extremeño publicaba Hoy, Júpiter (2007), un libro en el que se describen dos historias paralelas que al final convergen.

Está protagonizado por Dámaso Méndez y Tomás Montejo, dos personajes cuyas vidas se acabarán cruzando. El primero crece en un medio rural, bajo la poderosa influencia de un padre exigente que le ningunea y que acabará depositando sus expectativas en otro muchacho con más talento que él.

    «La vida es sólo un soplo y un sueño, los años te atropellan, las edades vuelan, los imperios se desmoronan, cuando quieres darte cuenta hoy es ya mañana y mañana fue ayer. Te echas a dormir un rato, y al despertar descubres que se ha hecho ya tan tarde que no queda tiempo para nada, sólo para llorar la juventud perdida y hecha ya desperdicios. Así que si quieres llegar a algo, tienes que darte mucha prisa.»

El segundo protagonista, Tomás Montejo, es un profesor de instituto de Lengua y Literatura, que sueña con ser escritor y a quien la relación con una joven alumna vendrá a rescatarlo de la rutina.

     «Y a partir de entonces vivió ya para los libros. Sería lector, profesor, investigador, y quizá hasta escritor. Quizá sobre todo escritor. Una tarde se puso a escribir, redactó unas líneas y luego se detuvo sin saber cómo continuar pero sabiendo que tenía toda la vida por delante para consagrarla a esa misión, desde ahora sagrada.»

La novela es una historia de odio pero también de amor con una alta carga autobiográfica, apoyada en hechos y vivencias reales. Landero creció bajo la fuerte influencia de un padre que le responsabilizaba de todas sus frustraciones. Le exigía tanto que le abrumó. Le ponía ejemplos de otros muchachos con más habilidades que él, lo que le creó un fuerte sentimiento de culpa.

«Hay dos mundos que son las fuentes de donde manan mis demonios: mi infancia y mi adolescencia. Ambos me alimentan literariamente. Ésa es la semilla, pero lo demás es imaginario», señala el autor extremeño.

La novela está escrita con una excelente prosa que se adapta a las exigencias de los protagonistas y a las distintas situaciones de la historia. Destacan las bellas descripciones de ambientes y personajes de la infancia del escritor allá en su Extremadura natal y los guiños a ese mundo mágico tan presente en sus obras. En esta obra Landero adelanta algunos de los temas que más tarde desarrollaría en sus novelas El balcón en invierno (2014) y El huerto de Emerson (2021). En fin, otra buena novela del autor extremeño que desde aquí recomendamos.

     «En el verano se bañaban juntos en la alberca, pescaban con cestas y cribas en el regato cuando el cauce iba bajo, barbitos, bogas y bermejuelas, dormían en la era los días de la trilla, cogían almendras y hacían culebras de mazapán en Navidad, iban juntos a buscar cardillos, setas, espárragos, criadillas, a apañar aceitunas, a castrar colmenas, a cazar pájaros con red, a pescar ranas de noche con linternas, a buscar nidos, a lagartos, y entre todos hacían licor de moras y de guindas, o embotaban tomates y pimientos y confitaban frutas, y hasta el gato y los perros parecían participar de esos momentos que el trabajo en común hacía maravillosos. Y a él lo mandaba todo el mundo, trae esto, ve a por aquello, estate quieto, despluma esa perdiz, remángate el jersey, dame, toma, y a él le encantaba que lo mandasen, ser útil, agradar a todos, sentirse importante en la familia. Y lo que más le gustaba era hacer trabajos en cadena: uno partía con un martillo las almendras, otro separaba el fruto de la cáscara, otro les quitaba la piel, otro las machacaba en el mortero. Iban pasando las cosas de mano en mano, todos sentados en asientos bajos, cada cual en lo suyo pero siempre juntos y solidarios.»

SINOPSIS

Las vidas de Dámaso Méndez y Tomás Montejo corren paralelas, en principio sin otro parentesco que un fluir subterráneo de temas compartidos. La vida de Dámaso es la historia de un odio, cuyo origen se remonta a la adolescencia, cuando un joven de su edad le arrebató su lugar en el edén familiar y provocó el enfrentamiento y la violenta ruptura con su padre, un hombre deseoso hasta el delirio de redimirse de su propio fracaso vital a través de los éxitos perdurables del hijo. Desde entonces, Dámaso consagra su existencia a servir a esas dos pasiones excluyentes que son el odio y el afán de venganza. Por su parte, Tomás, profesor y escritor, joven solitario dedicado por entero a la pasión de los libros y del conocimiento, conoce un día el amor, y con él el desorden, por el que su vida tomará un rumbo imprevisto y tormentoso. Entre la comicidad y el dramatismo, ambos personajes crean con el barro de esas pasiones sus dioses, sus demonios, sus mundos de papel, y así van construyendo ese yo imaginario que hay en todos nosotros y que es el que con más verdad y hondura nos ilumina y nos define. Hasta que, a través de muy diversas peripecias, los destinos de Dámaso y Tomás se cruzan y se unen para urdir un desenlace compartido.

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    «Cuando comenzó a anochecer, Tomás Montejo no había abierto aún la carta. Su mente estaba en otro lado, en otro texto. Había sacado una carpeta sin estrenar para empezar a tantear una novela que se le había venido ocurriendo en los últimos días y que era como si ya estuviese escrita, un relato que en realidad eran dos historias entrelazadas, sacadas del barro mismo de la vida, y que eran la de Dámaso y la suya propia, unas cuatrocientas páginas, calculó, y de la cual tenía ya pensado hasta el título. Por la ventana entraba una leve brisa de verano. Miró al cielo. Aún no se distinguían las primeras estrellas. Sí, bueno o malo, aquél era su mundo, y ahora, como Ulises, después de algunas peripecias, regresaba finalmente a su hogar. Y aunque el dolor era mucho, tampoco la esperanza era poca.
     Tomó un lápiz, lo afiló a conciencia, y escribió la primera frase. Sí, allí empezaban para él las verdaderas aventuras.»

Ligera, velocísima, con mucho humor, pero también oscura, trágica, Hoy, Júpiter, la esperada novela con que Landero vuelve tras cinco años de silencio, participa del carácter de fábula y de narración irrefrenable que sólo un magnífico contador de historias como él puede hilvanar. Como una función de teatro, que se anuncia ante el público y en la que los personajes son como títeres de sus ilusiones y sus sentimientos, en Hoy, Júpiter, las vidas se trenzan y se destrenzan en torno al conflicto entre imaginación y realidad.

LUIS LANDERO

Landero_big Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. LLuvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. El huerto de Emerson (2021) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero

“El huerto de Emerson”, la nueva novela de Luis Landero

    «La vida puede ser breve, pero la memoria de lo vivido no se acaba nunca.»

El huerto de Emerson es el título de la nueva novela del escritor extremeño Luis Landero, recientemente publicada.

Tras el éxito de Lluvia fina, la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo; el escritor extremeño vuelve a la senda que dejó en El balcón en invierno.

En el El huerto de Emerson, retoma, por tanto, los recuerdos de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal, las vivencias de su adolescencia y juventud en un barrio de emigrantes de Madrid y sus experiencias en el mundo del trabajo. Vuelve a escribir de lo que mejor conoce y de lo que más le gusta. Mezclando de nuevo recuerdos y vivencias, reflexiones en torno a la literatura y la vida, humor y poesía.

Como el propio autor ha señalado, el libro es «un 75% narración, un 15 % de ensayo y unos gramos de poesía». En ella destacan las descripciones de personajes y de ambientes de la infancia del escritor extremeño en su Alburquerque natal. En un estilo que recuerda al que utilizaban sus mayores para contar historias alrededor del fuego, y en verano al fresco de la calle.

Sobre el título de la novela, ha comentado Landero que “Emerson es un filósofo norteamericano que dice que todos somos únicos y originales y lo compara como si todos hubiéramos recibido en herencia un terrenito, un huerto, donde tenemos que cultivar lo nuestro […] y en eso consiste el arte de ser nosotros mismos”.

     «Dice Emerson que cada cual ha de aceptarse a sí mismo tal como es, y aceptarse además con orgullo y contento. Que a todos nos ha tocado en suerte un terrenito en el que laborar. Que es seguro que habrá alrededor terrenos más grandes y fértiles, donde crecen lechugas mejores que las nuestras, pero que nosotros tenemos que cultivar lo nuestro, el huerto que nos tocó en suerte, sin envidiar lo ajeno, conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean.»

En esta novela son numerosas las referencias a otros libros y escritores. Aparte del ya mencionado Emerson, desfilan por él autores de la talla de Cervantes, Kafka, Shakespeare, Borges, Montaigne, Machado, Dickens, Faulkner, Conrad, Chéjov, Quevedo y Proust, entre otros.

El huerto de Emerson es una gran novela, entretenida y de muy grata lectura. Escrita con una prosa magnífica y con ese toque mágico, tan del gusto de su autor, del que se desprende cierta añoranza por el paraíso perdido de su tierra y de su infancia.

     «La casa y la noche estaban llenos de peligros. O mejor dicho, el mundo entero estaba entonces lleno de peligros. En el último traspatio vivía una culebra que hipnotizaba a los pájaros con la fijeza de sus ojos amarillos y su lengua negra de dos filos. Y también podía hipnotizar a los niños. En los desvanes vivía una lechuza y había murciélagos gigantes, y enormes y peludas arañas venenosas. En el pozo habitaba un escuerzo. Si te asomabas al pozo, el escuerzo podía escupirte su veneno y ya no había remedio, la muerte era segura. Te lavaban muy bien lavado en un barreño, te peinaban, te vestían con tus mejores ropas, y así, muy limpio y muy peinado, te metían en una caja blanca forrada de raso. Luego la caja se la llevaban en la carroza negra de los muertos, con el cochero en el pescante vestido también de negro, y el caballo negro, y la caja blanca puesta entre cristales transparentes con cruces pintadas de oro.»

 LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SINOPSIS

Un relato memorable sobre lo vivido y lo leído.

Tras el éxito prolongado de Lluvia fina, Luis Landero retoma la memoria y las lecturas de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en invierno. Y lo hace en este libro memorable, que vuelve a trenzar de manera magistral los recuerdos del niño en su pueblo de Extremadura, del adolescente recién llegado a Madrid o del joven que empieza a trabajar, con historias y escenas vividas en los libros con la misma pasión y avidez que en el mundo real.

       «En los días de invierno de mi infancia, mi pueblo encogía, se encerraba en sí mismo, como los pájaros y los gatos, y también encogía la gente, y todo era entonces más pequeño, salvo los campos, que parecían más desolados y más grandes que nunca. Campos yermos y desabrigados donde hasta el viento gime, temeroso y errante. Las puertas, que habían estado abiertas hasta después de las fiestas de septiembre, se cerraban de día y se atrancaban por la noche. En invierno la gente tiene mucho más miedo que en verano. El viento llevaba por las calles el olor amoroso de los braseros, y las viejas caminaban más aprisa, arrebujadas como corujas, temerosas de Dios y del diablo. Lo más escondido y secreto de las carnes jóvenes volvía a la vergüenza y al espanto de lo prohibido. En invierno se hablaba más bajo, había largos, impenetrables silencios, solo rotos por las toses que, al cabo del verano, regresaban con notas más graves y profundas. La cigüeña se fue hace ya tiempo, el gato ronronea gustoso junto al fuego, chamuscándose casi los bigotes, y los perros sin amo caminan en invierno un poco de lado, como al bies, y ya no ladran con la facilidad y la alegría de antes. En días así, los muertos estarán más solos y olvidados que nunca.»

En El huerto de Emerson asoman personajes de un tiempo aún reciente, pero que parecen pertenecer a un ya lejano entonces, y tan llenos de vida como Pache y su boliche en medio de la nada, mujeres hiperactivas que sostienen a las familias como la abuela y la tía del narrador, hombres callados que de pronto revelan secretos asombrosos, o novios cándidos como Florentino y Cipriana y su enigmático cortejo al anochecer. A todos ellos Landero los convierte en pares de los protagonistas del Ulises, congéneres de los personajes de las novelas de Kafka o de Stendhal, y en acompañantes de las más brillantes reflexiones sobre escritura y creación en una mezcla única de humor y poesía, de evocación y encanto. Es difícil no sentirse transportado a un relato contado junto al fuego.

LUIS LANDERO

Landero_bigLuis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, un veinticinco de marzo de 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas, al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos. Inició y terminó sus estudios en Filología hispánica en la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente) y Retrato de un hombre inmaduro (2010), todas ellas publicadas por Tusquets Editores. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Absolución, su novela más trepidante, es una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua, y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría a través de un elenco de personajes inolvidables. El balcón en invierno (2014) está basada en hechos y vivencias reales, en la que su autor ha decidido revelarnos la verdadera historia de una parte muy importante de su vida: la de su infancia en una familia de labradores en su Alburquerque natal y la de su adolescencia en un barrio de Madrid. En 2017 publicó La vida negociable. LLuvia fina (2019) es la historia de una familia que, tras muchos años de distanciamiento, decide reunirse con el objeto de hacer las paces y curar las pequeñas heridas que les han distanciado durante tanto tiempo. El huerto de Emerson (2021) es su última novela

Su obra sigue entusiasmando a miles de lectores tanto en España como en el extranjero, donde ha sido traducido a numerosas lenguas. Extremadura reconoció su labor con el Premio a la Creación en el apartado de Literatura en el año 2000 y en 2005 se le concedió la medalla de Extremadura.

  • Más sobre Luis Landero en Extremeños Ilustres

       «El escribir por oficio es uno de los grandes peligros del escritor. Cuando uno alcanza un estilo, un tono y una música y permanece fiel a ellos… Eso puede no ser bueno. Así que intento ser un escritor sin oficio, que está aprendiendo cosas continuamente.»

    Luis Landero