“La mirada de los peces”, de Sergio del Molino

Descubrí a Sergio del Molino a través de su obra La España vacía, un libro extraordinario en el que el escritor y periodista madrileño nos acerca a la realidad de ese enorme territorio casi deshabitado dentro de la Península, al que llama, con gran acierto, la España vacía.

Después continué con Lo que a nadie le importa, una buena novela en la que Sergio del Molino reconstruye la vida de su abuelo y de su familia materna, y que nos aproxima a la memoria de un país de supervivientes llenos de un silencio culpable y avergonzado.

La mirada de los peces, publicado en 2017 por la editorial Random House, es el tercer libro de este autor que leo en no mucho tiempo. Espero que no sea el último. En esta novela Sergio del Molino rinde homenaje a Antonio Aramayona, profesor de filosofía en sus años de bachillerato en un instituto del periférico barrio de San José de Zaragoza. Aramayona fue un conocido activista que luchó a favor de la enseñanza pública, el laicismo y, al final de su vida, el derecho a morir dignamente. Fue un personaje decisivo en los años de formación del autor y ejerció una notable influencia en el desarrollo de su vocación literaria.

Del Molino mantuvo un relación de amistad con su maestro a lo largo de toda su vida posterior al instituto. De hecho el libro arranca con una llamada del viejo profesor anunciándole que ha decidido poner fin a su vida.

    «Finalizar. Palabra horrible. Concluir, terminar, incluso clausurar. Acabar. Todas son mejores que ese alongamiento de fin, pero él dijo finalizar, y esto empieza con su voz. No quiero corregirle el verbo, por eso lo escribo tan pronto, cuando todavía suena en mi oído. Si espero unos días, pondré mi voz en la suya y haré literatura con sus palabras, y esto no va de hacer literatura, porque la literatura casi nunca consiste en hacer literatura. Si me pusiera estupendo, escribiría: me voy a matar. Hola, Sergio, te llamaba para decirte que me voy a matar. Así se dicen las cosas en las novelas. Los personajes no finalizan sus vidas, ni las acaban o las dan por concluidas. Los personajes se matan, ni siquiera se suicidan.»

El libro le sirve, además, de excusa para bucear en su pasado y mostrarnos el tránsito de la adolescencia a la edad adulta. «Es una mirada a mi propia adolescencia vista como si fuera la de un extraño», ha afirmado su autor.

En fin, otra buena novela de Sergio del Molino, cuya lectura recomiendo.

    «No sé si entiendo la muerte de Antonio Aramayona, porque entenderla equivaldría a comprender algo que quizá no pueda comprenderse […]

    Hay una envidia del suicida, como se envidia al que se despide de un trabajo odioso haciendo un corte de mangas al jefe. No se le perdona que tome la última palabra y niegue al mundo el derecho a réplica. Es lo que siempre admiré de Antonio, que hiciese lo que le daba la gana. Por eso me gustaba más de cerca que de lejos. Por eso le prefería en el aula antes que en la calle, en el café antes que en la tribuna, en la conversación antes que en los libros. Me gustaba donde me podía dar ejemplo y no donde quería darnos ejemplo. Donde se dan los abrazos y no caben los aplausos.»

SINOPSIS

En 2016, Sergio del Molino no se sorprendió cuando el que había sido su profesor de filosofía del instituto, el activista Antonio Aramayona, le dijo que iba a suicidarse.

La mirada de los peces empieza como un libro sobre este carismático maestro, defensor a ultranza de la educación pública, el laicismo y el derecho a una muerte digna, para convertirse enseguida en un diálogo con el pasado y la memoria del propio autor, que recuerda una adolescencia cargada de rabia, ruido y violencia en el barrio pobre de Zaragoza del que siempre planeó fugarse.

En este diálogo «entre el pasado y el presente escrito desde una primera persona en la que muchos lectores podrán poner la suya propia», Sergio del Molino explora la culpa por abandonar a quienes nos enseñaron a mirar el mundo, las primeras traiciones y decepciones y los límites siempre grises entre la rebeldía y la complicidad con lo abyecto, volviendo siempre a la figura de un profesor «coherente hasta lo inverosímil» que accionó los resortes de unos jóvenes que buscaban su propia naturaleza.

LEER UN FRAGMENTO DEL LIBRO

SERGIO DEL MOLINO

Sergio del Molino (Madrid, 1979) es autor de La hora violeta, novela por la que recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2013 y el Premio Tigre Juan 2013, entre otros, y que ha sido traducida a varios idiomas. Desde su debut literario, en 2009, ha publicado la colección de relatos Malas influencias (2009), el ensayo literario Soldados en el jardín de la paz (2009), una antología de sus textos periodísticos más personales, El restaurante favorito de Nina Hagen (2011), la que fue su primera novela No habrá más enemigo (2012) y Lo que a nadie le importa (2014), que anticipa en clave narrativa algunos temas que aparecen en La España vacía, su primer gran ensayo.

Sergio del Molino (Madrid, 1979) es escritor y periodista. Premio Ojo Crítico y Tigre Juan, entre otros, por La hora violeta (2013), es autor también de las novelas Lo que a nadie le importa (2014) y No habrá más enemigo (2012). Su ensayo La España vacía (2016) se convirtió en un fenómeno editorial y abrió un debate social, cultural y político inédito en España. Además, recibió el Premio de los Libreros de Madrid al Mejor Ensayo y el Premio Cálamo al Libro del Año, y fue reconocido como uno de los diez mejores libros de 2016 en España por la inmensa mayoría de la prensa. Su última novela es La mirada de los peces (2017). En 2013, El Cultural de El Mundo le escogió como uno de los narradores españoles menores de cuarenta años más relevantes. Colabora en diversos medios de comunicación, como El País, Cadena Ser, Onda Cero, Mercurio o Eñe.

OTRO FRAGMENTO DEL LIBRO

    «Todos habíamos visto El club de los poetas muertos, era una de esas películas que echaban los sábados por la tarde. Oh, capitán, mi capitán. Robin Williams como caricatura de los profesores enrollados. El maestro enseñaba a sus alumnos a explorar las cunetas del camino que habían diseñado para ellos. Contra lo burgués, contra la familia autoritaria y poderosa. Pero Antonio no era Robin Williams, no venia a enseñarnos a gozar de la poesía para que no nos ahogásemos en un futuro ministerial o de coronel sin suerte en la batalla de Borodino. Al revés. Venía a decirnos que nosotros también podíamos ser héroes de Borodino, que nuestro sitio no tenia que estar en el Riojano ni en los futbolines. No enseñaba los placeres de la transgresión poética porque ese barrio de nombre de santo obrero vivía en la transgresión poética. ¿Defraudar las aspiraciones de honradez y ascenso por el trabajo y el sacrificio? Rober, Mauri, Andrea, Asteres y unos cuantos más ya sabían que la belleza de una estrofa de canción bien valía una vida. No tenían que convencernos de que emborracharnos a las cuatro de la tarde era mejor que estudiar cualquier examen. Estábamos hechos de carpe diem. Antonio venia a hacer algo mucho mas peligroso: dilatar el tiempo y el espacio, inocularnos una conciencia de poder, convencernos de que podíamos sostener el mango de la sartén y no freírnos en ella con resignación de calamares. Pocos se dieron cuenta, confundidos por la retorica del club de los poetas muertos, de que Antonio había venido a hacer de nosotros unos terroristas.»