“El médico rural”, de Felipe Trigo

«Estudió una carrera durante quince años, y encontrábase con que no servía para ejercerla. Libros, libros, teorías de libros, y a cada grave enfermo un problema pavoroso que iría resolviéndolo la muerte.»

El médico rural es, junto con En la carrera y Jarrapellejos, una de las mejores novelas de Felipe Trigo.

En la carrera (1909) y El médico rural (1912) son dos narraciones consecutivas en las que el escritor extremeño nos cuenta sus experiencias como estudiante de medicina en Madrid y sus primeros años de ejercicio profesional en tierras extremeñas.

El médico rural fue publicada por la Editorial Renacimiento, en mayo de 1912, con un notable éxito editorial. La novela contiene abundantes testimonios autobiográficos de sus experiencias profesionales en los dos pueblos pacenses, Trujillanos y Valverde de Mérida, donde Trigo ejerció la medicina, recién acabada la carrera.

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«Esteban, un joven médico sin experiencia, se traslada con su esposa y su hijo a un pequeño pueblo de Sierra Morena, donde ejercerá su profesión por primera vez. El joven tendrá que dominar sus inseguridades, a la vez que supera sus diferencias con los habitantes del pueblo y sus costumbres.

El médico rural, es una de las obras más relevantes de Felipe trigo, que junto a Jarrapellejos, se ha etiquetado de novela de crítica social. En este caso, el autor deja en segundo plano el erotismo, tema principal en otras novelas, para centrarse en analizar en profundidad la vida rural española de la época. Se considera una novela con rasgos autobiográficos que se completa con la historia que el autor inició en la obra En la carrera.»

Trigo retrata en su novela el caciquismo rampante en la Extremadura de los primeros años del siglo XX y critica duramente el atraso, la incultura, la miseria y la corrupción reinantes en el campo extremeño.

     «Pobre España, pobres aldeas españolas si aún quedasen muchos como éste!

     Triste, muy triste, Esteban íbase acercando al pueblo, especie de infierno en cuya árida fealdad se contenían toda la suciedad y toda la ignorancia. Cruzaban ya el cinturón de estercoleros, y desde una casabarraca le dijo una anémica mujer, lúgubre como el barro de las tapias rotas que en torno a ella parecían inmundas sepulturas.

    –Don Esteban, el ministro anda buscándole a usté de parte del alcalde.

     El ministro era el nombre que se daba al alguacil.

   –Pues ¿qué pasa?

   –No sé. Quizá alguna quimera.»

Pecellín Lancharro, en su obra titulada Literatura en Extremadura, señala que «El médico rural constituye un terrible retrato del caciquismo, la ignorancia, la apatía y la corrupción imperantes en el agro extremeño. Aunque las simpatías de Trigo estén con los más débiles, no se deja arrebatar por actitudes maniqueas. Nada de una fácil separación de ovejas y cabritos. Pocos son los personajes realmente nobles que el autor encuentra. Esta obra gustará a cuentos tuvieron que esforzarse por vencer ambientes hostiles y dificultades gigantescas, con la sensación de caer derrotados en cualquier momento, para terminar rehaciéndose después de cada batalla hasta conseguir finalmente una sencilla victoria. La sombra del suicidio vuelve a aletear sobre el joven médico. Sus dudas de fe, que curas poco hábiles no hacen sino embrollar; sus deseos de promocionarse y las vacilaciones de quien no acaba de encontrar el camino enriquecen la obra. Como también los esbozos políticos, cuando se hace eco de las rebeliones obreras que conmueven las zonas rurales, el nerviosismo atónito de los caciques ante las reivindicaciones campesinas y la defensa que Trigo hace paladinamente del credo socialista.»

En fin, una gran novela, quizás la mejor de uno de los más grandes novelistas que ha tenido Extremadura. Absolutamente recomendable.

La novela El médico rural se encuentra disponible para su lectura en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

SINOPSIS

Dentro de la dilatada obra narrativa de Felipe Trigo (1865-1916), El médico rural tiene un lugar destacado, tanto por ser una de sus mejores novelas largas cuanto por constituir un documento de memoria y reflexión individual y de crítica social de primer orden. Escrita y editada casi en el fila de su trayectoria –1912–, en ella Trigo rememora los difíciles años de experiencia como médico en tierras extremeñas –Trujillanos, Valverde de Mérida– las dificultades de todo orden que dicha profesión encontraba frente a una sociedad carente de medios, inculta, fanática, manejada por un abusivo caciquismo, en la que la falta de higiene, la sensualidad desvergonzada y la absoluta falta de fe en la ciencia eran los principales obstáculos que Esteban Sicilia tenía que vencer. Además de un texto narrativo veraz y valiente, El médico rural es uno de los mejores ejemplos del “regeneracionismo moral” que tanto preocupó al escritor extremeño durante toda su vida. Aquí se advierte ya el profundo pesimismo crítico que le impulsó al suicidio unos pocos años después.

FELIPE TRIGO

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Felipe Trigo nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1864. Estudió Medicina en el Hospital San Carlos de Madrid, dedicándose a ejercer como médico rural. Más tarde, ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar, siendo destinado a Sevilla y Trubia, y marchando posteriormente como voluntario a Filipinas. Herido gravemente, regresó a España con el grado de Coronel, retirándose en el año 1900 y asentándose en Mérida, residencia que compartió con Madrid, dedicándose de lleno al periodismo y la escritura, y obteniendo gran popularidad  y éxito.

Emparentado con los narradores regeneracionistas y noventayochistas. Felipe Trigo (1864) es autor de una notable obra literaria, tan intensa como corta en el tiempo, que alcanza sus mejores logros en las novelas de ambiente regional: En la carrera (1909). El médico rural (1912) y, especialmente, Jarrapellejos (1914). 

Trigo fue, en definitiva, un extremeño inquieto y de gran talento, que murió trágicamente en 1916, cuando se suicidó en pleno éxito literario

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

     «–¡Mira, Jacinta, no sé nada! ¡Nada! –acababa por confesarla, en una explosión de llanto–. ¡Se muere esa mujer, y no puedo ni saber de qué se muere!

     Llorando ella a su vez, al verle en tan profundo desconsuelo, trataba de calmarle:

   –Pero, hombre, ¡de reúma al corazón! ¿No me lo has dicho?… ¡Además, de tantos años como tiene, que de algo la gente ha de morir!

   –¡No, Jacinta, no! ¡Un médico, un médico que lo fuese de verdad, quizá la salvaría… y yo la estoy matando!

   –¡Por Dios, Esteban, por Dios!

    Estrechaban el abrazo y seguían llorando largamente.»

          […]

     «¡Oh, en su hijo! ¡Tener que hundir el cuchillo ardiente en el cuello de su hijo!… Llorábale, sí, llorábale el corazón; pero aún comprobó que no temblaba. La feroz grandeza de su deber, de su dolor, le dejaba en total dominio de los nervios y en perfecta claridad de inteligencia. Al dirigirse al niño con aquel puñal de fuego llameante, que pudiera ser su muerte, que pudiera ser su vida, era un hombre de hierro que sabría no vacilar…

    Pero se contuvo.

   Fuera, en la ventana misma, sobre el estruendo del viento y de la lluvia, resonaban los cascos de una mula y grandes golpes.

   Se abalanzó a la puerta de la sala, abrió, y después la de la calle…, dejando entrar al valiente mozo, que volvía como una sopa. Le arrebató de entre la manta la caja que traía, la abrió convulso, desenvolvió los papeles…, y llorando, sí, llorando al cabo de alborozo, tomó una pinza, prendió una cánula…, introdujo el índice izquierdo en la inerte boca del pequeño, se guió por él…, y con una facilidad, con una diestra sencillez de encantamiento, dejó aquel tubo en la laringe.

    Miró ansioso, para ver si el niño respiraba… El niño respiró. Esteban lanzó un agudísimo grito de victoria que llenó toda la casa:

    -¡Ven, Jacinta, ven!… ¡¡Vive nuestro Luis!!»

     […]

    «La amargura le siguió en la soledad del encinar. Por propios egoísmos o por ridículos respetos a las gentes, su profesión llenábase de limitaciones que la convertían a menudo, de augusto ministerio de verdad que podría ser, en farsa. Hierro, recetó –con una harto consciente y casi vil contribución al crimen de lesa vida que iba a consumarse– . Si no tísica, actualmente, lo estaría pronto aquella Inés, cuya larga preparación en un colegio y en una capital, aprendiendo distinción, música y francés, teniendo amigas y novios, servía para traerla al desencanto de este pueblo. Ojos trágicos, los suyos, por debajo de todas las mártires obediencias infantiles habíanle revelado que ella conocía tal vez demás trances amorosos en las rejas, a la luna, con aquellos capitancitos artilleros de la fábrica de armas que también habríanla auscultado el corazón. Ahora desilusionada para siempre ante la ristra de sus primos botarates, consumida poco a poco al fuego de sus ansias de besar, ya empezaba en su pecho la seca tosecilla que no le había dado al doctor Peña más que un engaño de anticipo.»     

FUENTES

  • Pecellín Lancharro, M. Literatura en Extremadura, II. Badajoz, Universitas, 1981
  • Viola, M.S. Medio siglo de Literatura en Extremadura: 1900-1950. Badajoz, DPDB, 1994