“Cumbres de Extremadura”, de José Herrera Petere, «novela de guerrilleros»

 «Las cumbres de Extremadura estaban florecidas de guerrilleros, nieve caliente y viva que a veces disparaba.»

Cumbres de Extremadura, subtitulada Novela de guerrilleros, es la más conocida, y para muchos, incluido el propio autor, la mejor novela de José Herrera Petere.

Al estallar la Guerra Civil en 1936, el escritor alcarreño se alistó en el Quinto Regimiento, participando como poeta y soldado en distintos frentes. Después de permanecer en el frente de Madrid durante varios meses, fue destinado, en abril de 1937, al frente de Extremadura. Concretamente a lo que se conoció como la Bolsa de la Serena, una gran extensión de territorio localizada al noroeste de la provincia de Badajoz que estuvo durante buena parte de la guerra bajo poder republicano. Allí colaboraría con el poeta Miguel Hernández en el periódico Frente Extremeño. También allí convivió con soldados y guerrilleros, muchos de ellos de origen campesino y analfabetos en su mayoría, de los que aprendería dichos, formas de hablar y canciones de la zona. Todo ello quedaría reflejado en la escritura de su novela Cumbres de Extremadura.

La novela, se divide en cuatro partes, tituladas «Cumbres», que narran de manera alterna dos historias que acabarán convergiendo. La primera nos presenta a Bohemundo, el protagonista de la novela, un rudo, pero astuto campesino de Torviscoso que se obligado a huir de su pueblo tras la llegada de las tropas sublevadas, y acaba formando parte del Batallón de Servicios Especiales de Castuera, en donde llevará a cabo importantes acciones guerrilleras.

   «De dónde ha salido Bohemundo es cosa que –¡la Virgen!– no sé. Su padre pudo bien morir al reventarse una tinaja de vino en una bodega; y él puede ser natural de Auñón, de Erustes, de Laranca, de Sayatón, de Anguix, de Alocén; de cerca de Alcalá de Henares o de La Serena, de la Alcarria o de La Mancha o de Extremadura; de algún pueblo de nombre tan agrario como los serrijones cortados y faltos de atractivo, con alrededores que producen trigo y otros cereales, vinos, azafrán y otras especias.

   Supongamos, sin embargo, que era de Torviscoso, lugar de la provincia de Cáceres; figurémosle sorprendido por la sublevación en Jarandilla y por los moros en Madrigal de la Vera, de donde tiene que tirarse a la sierra Llana, por más detalles […]

   Bohemundo era un hombretón de labios gordos, pescozudo, ojos pequeños y avispados, velloso, socarrón. No era la primera vez que se veía en un aprieto. Su vida le había puesto muchas veces en gran apuro de civiles y hambre; su fe en la revolución era ancha, clara, natural, como el Jerte en primavera. A veces le asomaba a los ojos, en los momentos críticos, cuando no brillaban pardos y atortolados de treinta y cinco años de guiñarlos, de pelea, de pasar hambre, de nadar y guardar la ropa.

   ¡Sabía más que Lepe!

   Pero hay circunstancias. Y cosas…»

La segunda parte cuenta las peripecias del pueblo pacense de San Vicente de Alcántara, que se echa al monte en masa, ante la llegada inminente de las fuerzas franquistas, y su azarosa huida hasta la zona republicana, ayudado por Bohemundo.

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La novela fue publicada en Barcelona, a finales de 1938, por la Editorial Nuestro Pueblo. Esta edición es muy poco conocida, ya que apenas pudo distribuirse, por la llegada de las tropas franquistas a Barcelona.

La novela se reeditaría en 1945 en México con la incorporación de una quinta «Cumbre», de un «Epílogo», y un «Colofón». Ya en 1986 aparecería una nueva edición de la novela en la editorial Anthropos.

Como señala Mario Martín Gijón, «la novela Cumbres de Extremadura tenía un claro objetivo político, pues desde la perspectiva de 1938, una novela que representara la retaguardia franquista en peligro por la acción de los guerrilleros podía servir para elevar la maltrecha moral de la zona republicana. Ya desde 1936 circulaban noticias de sabotajes y acciones guerrilleras en la Extremadura que había sido conquistada tempranamente por el avance de las tropas de Yagüe formadas en su mayor parte por legionarios y mercenarios marroquíes que llevaron a cabo una despiadada represión en los pueblos extremeños».

Cumbres de Extremadura está considerada como la precursora del subgénero denominado como novela de guerrilleros, que acabará dando una notable producción literaria. Está escrita con un lenguaje sencillo y sin artificios e incluye numerosos elementos de carácter folclórico y provincialismos extremeños, por lo que resulta una novela muy entretenida y fácil de leer.

SINOPSIS

El autor, que según palabras de María Zambrano es «exiliado español, poeta y poema él mismo», ofrece al lector esta novela en la que, a través de la narración de sucesos acaecidos en las sierras de Extremadura y Toledo durante la guerra civil española, nos da a conocer su vivencia del trasfondo humano de este hecho histórico.

Según palabras de Carlos Blanco Aguinaga, «Cumbres de Extremadura es una auténtica novela de guerra, centrada en este caso en las actividades de un grupo guerrillero republicano en la retaguardia nacionalista.

Novela apasionada y realista, brutal incluso, sin el más mínimo distanciamiento estético entre la obra literaria e ideología, y en la cual destaca el guerrillero —campesino mucho más auténtico que los de Hemingway de Por quién doblan las campanas— que entra en combate gritando “¡Viva el mundo! “¡Viva la vida!”, en claro contraste con el más conocido “¡Viva la muerte!” del general Millán Astray y sus legionarios».

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    «La muerte se hallaba suspendida del cielo de España como una inmensa piñata trágica, y cada español tenía cogida una cinta.

   En España, como decimos, se levantó una gran niebla donde flotaba la corte de un nuevo rey Arturo, con Palmerines, Amadises, Lanzarotes y hasta Tristanes de Beltenebros, meditabundos héroes vestidos de pana, con gorras grises, que se reunían alrededor de una hogaza redonda a beber vino ralo en bota, y que esperaban enamorados de una mujer morena, serrana y cabreriza.

   Es España se abrió una grieta quebrada, de fuego, por donde se derramaban raudales de heroísmo. A veces, este heroísmo pasaba de un lado a otro “a trabajar”; pasaba a retaguardia del campo enemigo para volar puentes, trenes militares o fábricas. Sus miradas audaces se perdían en solitarias sierras de Extremadura y de Toledo, en ricas vegas y en aislados puentes de ferrocarril.

   Recordemos a Bohemundo, al Deleitoso, al Tormenta, al Guadianote, al Salsipuedes, al Bicicleta; ellos nos darán una idea de cómo se practicaba “el juego de la vida” en La Serena, en Las Villuercas, en Los Barros de Extremadura.

  Ellos nos dirán por qué se retiraron un día del mundo y se metieron por las lomas y las sierras.

 Ellos nos dirán las tentaciones que tuvieron que sufrir, los fríos, las hambres y los soles. Ellos nos dirán las lunas en campo raso y la gran fe que los animaba.»

JOSÉ HERRERA PETERE

HerreraPetereJosé Herrera Petere (Guadalajara, 1909 – Ginebra, 1977), realizó estudios de Derecho y de Filología y Letras en Madrid, licenciándose en ambas carreras.

En 1939 emprende el camino del exilio. Es internado en el campo de concentración de Saint-Cyuprien; poco más tarde llevado a París, desde donde se traslada a México. En 1947 marcha a Ginebra, donde permanecerá hasta su muerte.

En 1931 inicia su obra literaria (con la publicación de unos poemas en tono surrealista) que continuará durante toda su vida. Su abundante e importantísima producción literaria (narrativa, poesía, teatro y algunas canciones) se complementa con numerosas colaboraciones en revistas y periódicos antes y durante el exilio.

FUENTES

  • Herrera Petere, J. Cumbres de Extremadura. Barcelona, Anthropos, 1986
  • Martín Gijón, M. Imágenes del guerrillero en la obra de José Herrera Petere. En: Chaput, M.C., Llecha Llop, C., Martínez-Maler (dirs.), Escrituras de la resistencia armada al franquismo. Paris, Presser Universitaires de Paris Nanterre, 2017

“Luna de lobos”, de Julio Llamazares

Luna de lobos es una novela de Julio Llamazares, publicada en 1985. Recién acabada la guerra civil, un pequeño grupo de combatientes republicanos huye de las fuerzas nacionales y de la Guardia Civil y se refugia en las cumbres heladas de las montañas de la vertiente leonesa de los Picos de Europa. Los años van pasando, pero el miedo, el instinto de supervivencia y la soledad permanecen. Como señala Miguel Tomás-Valiente en la cuidada edición de Cátedra, «fue la primera novela que publicó Julio Llamazares y es justo considerarla un clásico de nuestra novelística del siglo XX fundamentalmente por dos motivos. Uno es el de aportar a la literatura española, y más en concreto al grupo de novelas cuyo escenario de fondo es la Guerra Civil Española, un nuevo protagonista, el huido, el guerrillero maqui. El segundo motivo, de mucho mayor calado, es la eficaz elección de cada recurso literario, la sugerente potencia poética de las imágenes, la cuidada elección de cada palabra; en suma, la calidad estética de la novela. Todo este despliegue de belleza poética se ve reforzado al servir como instrumento de la representación de una época desdichada y como vehículo del relato de unos episodios de una dureza descorazonadora. Y, a su vez, el contenido de la narración se ve potenciado por el contraste que se establece entre la tragedia narrada y la sorprendente belleza con que está escrita.

Es una novela pesimista sobre la capacidad del hombre de convertirse en cazador de hombres, una reflexión sobre hasta dónde es capaz de llegar el hombre cuando la sed de venganza y la inquina le invaden y le dominan, cuando el odio que le nubla el entendimiento y el fanatismo que le ciega la razón lo convierten en un lobo para el hombre. Y es, también, una reflexión sobre las reacciones que esta cacería provoca en el ser humano acosado; sobre cómo, en tales situaciones, desde el instinto de supervivencia surge irremediablemente la violencia como respuesta única.»

    «–Escúchame bien, Ángel. Tenéis que marchar lejos cuanto antes, pasar a la otra zona, si podéis. Están buscándoos. No. No saben que estáis aquí –continúa él leyendo en mi mirada la sorpresa–. Buscan a todos los que estabais en Asturias. Saben que muchos habéis vuelto otra vez huyendo a través de las montañas. Y, en los últimos días, han cogido ya a unos cuantos: a Goro, a Benito, el del carrero, a dos o tres de Ancebos. Tienen todos los caminos y pueblos vigilados […]

    –Te acuerdas de la mina del monte Yormas, ¿verdad? Aquella mina abandonada donde nos refugiamos de la lluvia una vez que fuimos a por leña, hace ya años. Escondeos allí de momento. Hasta ver qué pasa. Juana o yo os dejaremos comida cada tres o cuatro días en la collada.

    Y, luego, mirándome fijamente:

    –Pero no os entreguéis. Pase lo que pase, no os entreguéis, ¿me oyes? Os matarían al día siguiente en cualquier cuneta como han hecho con tantos.»

La novela evita las argumentaciones políticas, centrándose en las vivencias de los personajes, que a pesar de las duras circunstancias que viven nunca llegan a perder la dignidad y su entereza moral

El autor de La lluvia amarilla conocía y había investigado los hechos sobre los que sustenta su magnífica novela. En alguna ocasión ha señalado que escribió la novela para recoger las historias que oyó contar de niño sobre los hombres del monte, que era como llamaban en su tierra a los huidos de la guerra. Demuestra, además, un enorme conocimiento de los territorios en los que se desarrolla la trama de la historia, las montañas y valles en los que nació y vivió durante su infancia; así como de la flora y la fauna de la zona.

El resultado de todo ello es una excelente novela, magníficamente escrita, que se lee con gusto. Imprescindible.

    «Cuando acabamos de cenar, Gildo y Ramiro se quitan las botas y las chaquetas, encienden sendos cigarros y se tumban en sus camastros, cerca del fuego.

     Son las cuatro de la madrugada y, esta noche, yo haré ya la guardia entera.

   Desde la boca de la cueva, con el pasamontañas calado y la metralleta cruzada sobre las piernas, no tardo en escuchar el bombeo regular y monótono de sus corazones cansados, las respiraciones profundas que preceden al sueño. Poco a poco, el monte comienza a recobrar la perfección de las sombras y sus misterios, el orden primitivo que la noche y el fuego disponen frente a mis ojos. Poco a poco, todo va quedando sepultado bajo la ingravidez profunda del silencio. Incluso esa luna fría, clavada como un cuchillo en el centro del cielo, que me trae siempre al recuerdo aquella vieja frase de mi padre, una noche volviendo cerca del cementerio:

    –Mira, hijo, mira la luna: es el sol de los muertos.»

En 1987 la novela fue llevada al cine con el mismo título por Julio Sánchez Valdés con actores como Santiago Ramos, que interpretaba a Ángel, y Antonio Resines, quien interpretó a Ramiro, y Kiti Mánver.

Al término de la Guerra Civil Española (1936-1939), algunos combatientes republicanos continúan hostigando a los vencedores con operaciones guerrilleras. Una de las zonas de resistencia fueron las montañas de León. En la comarca de Riaño, media docena de maquis mantienen una lucha muy desigual contra la Guardia Civil. Ramiro, Santiago y Gildo, tres milicianos, son perseguidos por una patrulla de la Benemérita al mando de un sargento que está enamorado de la misma mujer que Ramiro. Para conseguir el dinero suficiente que les permita llegar a Francia, los milicianos secuestran al dueño de una mina y exigen 150.000 pesetas a cambio de su libertad. (FilmaAffinity)

SINOPSIS

Es otoño de 1937. La partida de Ramiro «el Manco», integrada, además de por él mismo, por su hermano Juan, Gildo y Ángel –el protagonista y narrador–, ha cruzado las montaña, desde el Principado a la vertiente leonesa. Sin embargo, no pueden integrarse en la vida de sus pueblos: el nuevo régimen está fusilando a tos los excombatiente. Por eso se quedan en las montañas.

A estos hombres que se escondieron porque ni podían regresar a sus casas ni, por la razón que fuera, escapar a lugares más seguros para ellos, se les conoce como huidos y, en un principio, sus pretensiones no van más allá de la mera supervivencia. Sin embargo a medida que avanza la novela, avanza también el proceso en todos los sentidos: los militares que se alzaron contra la república ganan definitivamente la guerra e inician una terrible represalia; el monte se va a transformar para estos hombres que esperaban acontecimientos protegidos en sus entrañas, en una jaula, primero, y en una tumba después; los personajes se van asimilando al medio natural en el que viven, se animalizan progresivamente; cuanto más tiempo pasa, mayor es el acoso y mayor también la soledad de los huidos.

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    «–¿Qué os pasa? –pregunta Gildo–. ¿No vais a comer nada?

    Un silencio indiferente le contesta. Ramiro y Juan ni siquiera abren los ojos para mirarle.

    Yo tampoco tengo hambre. Desde que estamos aquí, apenas he vuelto a sentir el grito negro de la bestia que, en el fondo de mi estómago, bramaba desolada tantas veces en los últimos meses de la guerra y, sobre todo, durante los cinco días que pasamos sin comer huyendo a través de las montañas y en medio de la lluvia de otra bestia más concreta, más humana y sanguinaria, que perseguía implacable nuestros pasos. Es como si la humedad y el frío de la cueva se me metieran en los huesos y en el alma manteniéndome tumbado día y noche al lado de la lumbre, sin ganas de comer, ni de hablar, ni de asomarme siquiera a la boca de la entrada para observar el cielo encapotado y duro que, en sus aristas, tiene ya el aliento de la nieve y, en él, nuestra condena: antes de la primavera no podremos escapar de aquí.»

JULIO LLAMAZARES

llamazares_foto0Julio Llamazares nació en el desaparecido pueblo de Vegamián (León) en 1955. Licenciado en Derecho, abandonó muy pronto el ejercicio de la abogacía para dedicarse al periodismo escrito, radiofónico y televisivo en Madrid, ciudad donde reside. Ha publicado dos libros de poemas, La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982), que obtuvo el Premio Jorge Guillén, y un insólito ensayo narrativo: El entierro de Genarín (1981). Ha reunido sus principales artículos en el volumen En Babia (Seix Barral, 1991). Es autor de las novelas Luna de lobos (Seix Barral, 1985), La lluvia amarilla (Seix Barral, 1988) y Escenas de cine mudo (Seix Barral, 1993), que le han situado entre las figuras más destacadas de la narrativa española actual.

FUENTES

  • Llamazares, Julio. Luna de lobos. Barcelona, Ediciones Cátedra, 2018

“Los imprescindibles”, de Raimundo Castro

«La novela de los últimos maquis.»

«Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles».

Bertolt Brecht

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De la anterior cita de Bertolt Brecht, toma su título esta novela de Raimundo Castro, Los imprescindibles. En ella, el periodista cacereño nos acerca a la historia de aquellos guerrilleros que lucharon por sus ideales y por recuperar las libertades perdidas, desde el comienzo de la Guerra Civil hasta el abandono de la lucha armada, allá por 1955.

En Los imprescindibles se mezclan, de forma magistral, realidad y ficción. Aparecen personajes reales, como Ernest Hemingway o el teniente coronel Gómez Cantos, junto a otros personajes inventados. Como el propio Castro ha señalado: «Aunque este relato mama de la historia, lo verídico y lo fantástico la entreveran por completo. Muchos personajes son reales, como puede fácilmente apreciarse por quienes conozcan los avatares de nuestra guerra civil y los años oscuros que siguieron. Debo hacer constar, no obstante, que todos los guerrilleros y sus perseguidores, los grandes protagonistas de la narración –salvo Miguel de Génova, el Cambiao, y su adversario Sebastián Delgado, el Bizco– hunden sus raíces en la realidad de los acontecimientos históricos».
Con esta novela, su autor pretende rendir homenaje a aquellos guerrilleros que lucharon por recuperar los derechos arrebatados por el nuevo régimen y contribuir a que las nuevas generaciones conozcan el enorme sacrificio realizado por estos luchadores por la libertad.

Cuando llegó la democracia, explicó, todo el pasado era penumbra. Aunque brotaba la democracia, incontenible, los guerrilleros se habían estrellado contra un murallón de silencio. El miedo seguía emponzoñando el aire y nadie hablaba de la historia adormecida. A los viejos testigos les amedrentaba la crudeza de unos recuerdos tenebrosos y amargos. Y los jóvenes, simplemente, ignoraban los acontecimientos.

El escritor y periodista extremeño ha reconocido que Los imprescindibles es la novela de su vida. Una novela que le ha llevado 15 años escribir y que le ha supuesto un enorme trabajo de investigación y documentación. Y demuestra conocer bien los territorios en los que se desarrolla la historia, en especial Madrid y Extremadura, la patria del Cambiao. Lugares como Cáceres, Badajoz, Castuera, Montánchez… y, especialmente, Torremocha (Torrealba en la novela) que aparecen a lo largo y ancho de la narración.

Como era Semana Santa, supuso que Planchuelo andaría luciendo tricornio y medallas ensangrentadas en su Montánchez natal. Así que anduvo toda la noche y parte de la madrugada por las veredas de pastores que tan bien conocía desde chico hasta subir al Cancho que se Menea. Cuando asomó a la explanada en la que lo había dejado tanto tiempo atrás se quedó estupefacto. La templada luz del alba le permitió apreciar, vagamente, que la piedra bamboleante había sido derrumbada.

Aunque se lo habían contado, no se lo creyó. Se convenció que se se trataba de una leyenda rural porque la mente le traía la imagen asustada de Pere Cargol cuando, unos años antes, le abroncó porque podía tirarla y armaría un follón que escucharían los del pueblo. El pobre Cargol ignoraba, dijo el Remedios haciendo gala de marisabidillo, que no había Dios que tirara esa piedra […] Era inútil intentar tirarla de su pedestal. Pero más tarde, matizó, Miguel le aseguró, acertadamente, que no había nada en el mundo imposible de abatir. Y dedujo, maldiciéndolos, que solo podían haberla derribado una panda de auténticos descerebrados.

Y así fue. El diecinueve de junio del treinta y siete, resumió Federico Espejo mientras sentaba cátedra con el dedo en alto, el alférez Félix Alejandro Bartolomé, que mandaba una de las dos compañías del Regimiento de las Navas destinadas allí durante la contienda, dio orden a sus soldados de que demostraran que no había nada que se resistiese al triunfal ejército de Franco. Y entre muchos, ayudados con palancas de acero, derribaron la piedra de la peor manera. Seguro que lo hicieron al grito de «¡Caiga la República!», remató el Remedios con resabio. Y, despectivo, masculló desdeñosamente: «¡Mira tú que machotes!» 

Los imprescindibles es una novela bien escrita y fácil de leer. Y que nos permite acercarnos a la visión de los maquis españoles, «esos miles de valientes cuya memoria sigue viéndose obligada a combatir contra el olvido oficial». 

Lea las primeras páginas de la novela

 

SINOPSIS

Raimundo Castro novela de forma magistral la historia de los guerrilleros españoles que lucharon por sus ideales de libertad y justicia desde el inicio de la Guerra Civil hasta la huida, en 1955, de la última partida de «maquis». En esta trama de confrontación nacional e internacional, miles de guerrilleros defendieron su vida y sus ideas, sin apenas armamento ni intendencia, frente a una Guardia Civil a la que Franco situó como vanguardia de la represión para intentar vender a la opinión mundial la falsa idea de que los soldados republicanos que le combatían en las sierras eran simples «bandoleros». Al amparo de la verdad histórica, la novela desnuda acontecimientos terribles que la memoria oficial ha ocultado. La ejemplar odisea de los maquis, su lucha—trufada de heroicidades y traiciones—queda reflejada en su duro acontecer cotidiano; en un relato que, más allá de su inquietante desenlace, ofrece una profunda reflexión sobre la dignidad humana.

RAIMUNDO CASTRO

principal-foto-raimundo-castro-juan-lazaro-mateo-es_medEl periodista y escritor Raimundo Castro nació en Torremocha (Cáceres) el 1 de agosto de 1955. Hijo de emigrantes, vivió en Guipúzcoa hasta los diecisiete años. En 1972, se trasladó a Madrid, donde se graduó en Ciencias de la Información. La agonía de Franco le permitió entrar a trabajar en el semanario Guadiana en 1975 y dos años después cubrió información política para el diario El Imparcial en las primeras Cortes democráticas. Más tarde, se incorporó a la edición madrileña de El Periódico de Catalunya, donde ocupó veinte años de su vida profesional. También ha sido corresponsal político del semanario El Globo, jefe de Nacional de la Agencia OTR-Press, director adjunto de Negocio y columnista político de El Mundo e Interviú. En la actualidad trabaja para el digital República.com y es tertuliano de 24 Horas de TVE, RNE y 13TV.

Como escritor es autor de La quema (1979), novela ambientada en los últimos días del franquismo; de la recopilación de poesías escritas por políticos como Alfonso Guerra o Miguel Herrero de Miñón Políticos con verso y sin enmienda (1985); de la biografía de José María Aznar El sucesor (1995) y de Memorias para la paz (1998), un ensayo biográfico sobre Juan María Bandrés y su papel en la Transición. También ha publicado La Izquierda que viene (1998) junto a Julia Navarro.

FRAGMENTO DE LA NOVELA

   «El Francés… El Remedios suspiró. Miguel hablaba del Francés como lo habían hecho del Cambiao quienes le conocieron en los mejores tiempos del combate, cuando la izquierda no se había roto y la ilusión reventaba cualquier muro. Decía que el cordobés era un líder natural. Y que aunaba, a partes iguales, la pasión y su razón. Los dos ingredientes se frenaban el uno al otro, se contenían y acababan fundiéndose en un personalidad equilibrada y seductora. No dejaba que nadie hiciera lo que él podía hacer y siempre tenía el hombro dispuesto para que se apoyaran en él quien lo necesitase.
    Aquel hombre moreno, de estatura mediana y ojos azul tormenta, tenía curtida a fuego el alma de trinchera, pero no perdió jamás la humanidad. Era comprensivo con la flaqueza de sus hombres. Salvo si su pecado era la traición o la cobardía. A los que se cagaban encima los castigaba con rigor, aunque sin ensañamiento. Cuando no huían de su alcance y los cogía, los fusilaba o les pegaba un tiro. Pero siempre después de que toda la partida los juzgase y permitiéndoles ser sus propios abogados defensores.
    Era un sentimental. Más de una vez perdonó debilidades de sexo emanadas de la pasión amorosa, incluso las que llegaron a poner en peligro la partida por descuido, como pasó con el Mora en La Jarilla.»

“La agonía del búho chico”, de Justo Vila

20151204124135_00001La agonía del búho chico es la primera novela del escritor extremeño Justo Vila. Cuando se publicó, en 1995, por la editorial pacense Del Oeste Ediciones, tuvo una gran acogida por parte de los lectores y de la crítica. El profesor Ricardo Senabre le dedicó las siguientes palabras: «Pocas veces una primera novela constituye una sorpresa tan grata como en este caso. La obra tiene méritos suficientes para llegar a un amplio número de lectores. Confiemos en que el autor no se detenga aquí. Tiene facultades de sobra para hacernos concebir muchas esperanzas. Y esto no es algo que pueda decirse todos los días».

Narra la historia de un grupo de personas que, tras acabar la guerra civil española, abandonan sus pueblos por miedo a las represalias y se esconden en las sierras extremeñas de La Siberia y de La Serena.

Estos huidos o maquis forman la partida de Alonso “Veneno”, condenado a la pena de muerte como autor del delito de adhesión a la rebelión militar que, tras pasar por el campo de concentración de Castuera y escapar de la cárcel de Puebla, se refugia en la Sierra de Cantosnegros.

    «Aquella tarde del siete de diciembre, de pie en los riscos de Cantosnegros, Alonso “Veneno” miraba con los prismáticos a lo lejos. Sus ojos ahumados parecían atrapados por los luminosos y transparentes colores que bañaban la serena llanura, cambiantes, vaporosos y fugitivos a cada minuto que pasaba. Desde el alto peñasco, todo le parecía eterno, imperecedero, indestructible: el enorme cielo sin nubes; el vasto mar verde de humildes chaparros y altivas encinas; el Guadiana inmutable, encajado en dirección noroeste y de pronto quebrando hace el sur. Y la luz. Luz estallando en la blusa de las encinas, violenta, tensa, cubriendo convulsivamente la distancia, disolviendo como humo de nubes las sombras verdes.»

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                                  ©Fernando Vicente

Son hombres y mujeres que sueñan con recuperar las libertades arrebatadas por el nuevo régimen. Sobreviven en condiciones muy precarias, pero continúan en la lucha, con la esperanza de que los aliados intervengan a favor de su causa. Pero después de la aventura fracasada del Valle de Arán, tienen que replantearse la estrategia guerrillera. Entonces toman una decisión desesperada que tendrá terribles consecuencias para la partida.

La agonía del búho chico es una novela donde se mezclan realidad y fantasía. Está sustentada en un gran trabajo previo de documentación. Justo Vila es un gran conocedor de la historia reciente de la región extremeña. Sin duda, conocía y había investigado los hechos sobre los que ha cimentado su magnífica novela. El escritor extremeño demuestra también un gran conocimiento de los territorios y escenarios en los que se desarrolla la trama de la historia –las comarcas extremeñas de La Siberia y de La Serena–, y de la flora y la fauna de la zona. Y hace gala, además, de un dominio asombroso del lenguaje.

El resultado de todo ello es una excelente novela, muy bien escrita, entretenida y fácil de leer. Una de mis novelas favoritas. Cuando la leí por primera vez, hace ya más de dos décadas, me pareció una novela extraordinaria. Por eso la he recomendado montones de veces. Al volver nuevamente a ella, después de tantos años, he descubierto matices nuevos, detalles olvidados, que han hecho que su lectura me haya resultado tan gratificante o más que aquella, ya tan lejana, primera vez.

El profesor y bibliógrafo Manuel Pecellín ha afirmado que sigue siendo la «mejor novela de cuantas han abordado la historia de los guerrilleros en Extremadura». Y ha escrito sobre ella: «Símiles y metáforas, de hermosa factura, sobre la base de la flora, la fauna o el entorno paisajístico, refuerzan con acierto el discurso, que, por otro lado, no omite recursos como el monólogo interior, la trama coloquial sin conexiones lógicas, la ruptura del orden cronológico, la alternancia imprevista de las voces y hasta el uso suave del dialecto, prueba de la madurez alcanzada por el narrador»

    «Fue un gemido aterrador que helaba la sangre en las venas y, cabalgando a lomos del viento gallego, como escoba del cielo, subió hasta lo más alto de las sierras, bajó a las vaguadas, rozó los techos vegetales de los chozos de los pastores, entumeció los músculos de los mastines, rompió la calma de los campos cansados y llenó de pánico a la comadreja, a la gineta, al zorro, al mochuelo, al cárabo, al cuco, a la carraca y a la oropéndola; cruzo valles y torrenteras, dehesas y olivares; hizo encogerse a adelfas y jaras, cantuesos y escobas blancas; rompió el discurrir torrencial e impetuoso de los saturados arroyos; navegó por el Guadiana hasta el Portillo de Cíjara, quebró en la Sierra del Aljibe y se elevó hasta rebotar en los canchales de la Umbría; arañó los tejados rojos y pardos de Villarta, se perdió por los paisajes huidizos de Fuenlabrada y, desde el Puerto de los Carneros, el eco devolvió el gemido, cada vez más apagado y agónico, a la choza de Alonso, abriéndose pasa entre espantados jabalíes, sorprendidos ciervos, asustados linces, batiendo alas como un alimoche.»

Territorio del búho chico. Germán Grau

 Territorio del búho chico.  Dibujo de Germán Grau

SINOPSIS

Tras la guerra civil española un grupo de personas, pertenecientes al bando perdedor, abandonan sus pueblos por miedo a las represalias y se esconden en las sierras de La Siberia extremeña y de La Serena. Son los huidos, los maquis, gentes que asisten, desesperadas, a su propio aniquilamiento.

En La agonía del búho chico, a Justo Vila le interesa el mundo interior de sus protagonistas, y a desarrollar ese íntimo entorno es a lo que se dedica buena parte del libro. Pero no pierde intensidad la otra parte de la novela, la más descriptiva, aquella que dibuja minuciosamente el entorno de la zona, o los enfrentamientos del grupo con sus perseguidores. Penetrando en los oscuros misterios del corazón humano, Justo Vila urde una sólida estructura narrativa con los materiales de la soledad, el absurdo, la muerte, la esperanza y la desesperación, y deja abiertas las puertas a su reconocimiento literario.

Esa mezcla de acción e intimismo da como resultado una novela compacta, densa, gratificante para el lector.

JUSTO VILA

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Justo Vila Izquierdo es un escritor e historiador español. Nació en 1954, en Helechal (Badajoz), en el seno de una familia de jornaleros que emigró a las cuencas mineras de Asturias a principios de los sesenta. De regreso a Extremadura compaginó sus estudios con diversos trabajos (jornalero, albañil, educador, colaborador en prensa y radio, etc.) Licenciado en Geografía e Historia, ha trabajado de maestro y ha sido director de la Biblioteca de Extremadura.

Forma parte, entre otras, de la Asociación de Escritores Extremeños, la Unión de Bibliófilos de Extremadura, la Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz y la SEGUEF (Sociedad de Estudios de la Guerra Civil y el Franquismo), siendo uno de sus miembros fundadores.

El grueso de sus obras, tanto novelísticas como históricas, se centra preferentemente en el estallido de la guerra civil y en las consecuencias de ésta en Extremadura. Sus novelas se caracterizan por la abundante utilización de recursos del paisaje, el habla, la fauna, la flora, la etnografía y el imaginario colectivo de la región.

Ha publicado libros de historia: Extremadura: la guerra civil y La guerrilla antifranquista y libros de viajes como Descubrir España: Extremadura y En cuanto amanezca. Ha escrito guiones para televisión como Extremadura amarga y La montaña mágica, pero, sobre todo, es autor de novelas fundamentales, como La agonía del búho chico, Siempre algún día, La memoria del gallo y Lunas de agosto. Además, Justo Vila es también autor de numerosos cuentos.

FRAGMENTOS DE LA NOVELA

   «Me habían contao que la culebra, atraía por la leche materna, se acerca hasta los chozos y se introduce en ellos. Que, la mu condená, espera escondía hasta que tos duermen. Entonces se sube a la cama y se agarra del pecho de la madre pa chuparla. Dicen que mama como cualquier recién nacío. Por eso ninguna madre se da cuenta de na, porque creen que es su criaturita la que pega los chupetones. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que la culebra, si el crío se despierta pa pedir su ración, muy astutamente la mete el rabo en la boca a la criaturita. Y entonces, el niño empieza a chupar, venga a chupar, hasta que se ahoga con la cola del bicho. Yo no la he visto en toa la crianza, pero es que es mu lista. Creo que se dio cuenta que le tendíamos una trampa y entonces no entró en el chozo […] «Mira, Modesto, que la culebra es mu lista y ha visto la ceniza que hay alreor del chozo pa descubrirla… Esa ha tirao pa lo de las cabras y s´está mamando a la “Banquilla”». Al principio pensé que no era posible. Pero luego recordé un caso similar que me había contao mi padre, cuando él llevaba las cabras del pueblo. La verdá es que a una cabra le es mu difícil defenderse de la culebra. Cuando ésta se acerca silbante en la noche, la cabra se queda inmóvil, paralizá, como si hubiera sío hinotizá. Entonces, decía mi padre, la culebra se enrosca a las patas de la cabra y chupa sus tetas.»
    […]
   «La nuestra es una guerra olvidada, inexistente. Los aliados no quisieron verla en el cuarenta y cinco. Nos dejaron solos. Declaraciones hipócritas y nada más. Hemos fracasado. Hemos sido derrotados por el franquismo. Ciertamente, nunca se podrá decir que nuestra causa carecía de sentido, pero se acerca el día, está a la vuelta, en que nadie recordará la historia de este tiempo; pesará sobre ella la losa de un pacto de silencio. Y llegará el olvido, tranquilizador olvido para la mayoría que, convencida de que es imposible repetir la historia, tranquilamente, podrá atreverse a desconocerla. Pero no se puede ocultar parte de la memoria de un país, había dicho Alonso. Si se cierran las puertas a la historia, ésta esperará pacientemente en el umbral, para irrumpir en cualquier momento, con todas sus imprevisibles consecuencias.»