“El señor de las moscas”, de William Golding

«¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes?»

El señor de las moscas (Lord of the Flies) es la primera y más conocida novela del escritor y ensayista británico William Golding, premio Nobel de Literatura en 1983. Publicada en 1954, la novela está considerada como un clásico de la literatura contemporánea, aunque apenas tuvo difusión en el año de su publicación. Sin embargo, más tarde alcanzó un enorme éxito en Inglaterra, donde se consideró recomendable su lectura en colegios e institutos.

Durante una hipotética guerra, un avión en el que viaja un grupo de muchachos es atacado y cae en una isla desierta. Cuando después de explorar la isla se convencen de que está desierta y son los únicos habitantes de la misma, se les plantea el acuciante problema de sobrevivir hasta que alguien los encuentre.

La novela, cuya acción no por ser imaginaria, resulta menos real, tiene una condición ambigua, puesto que lo mismo puede interpretarse como una afirmación del salvajismo del hombre, que cuando desaparecen las ataduras que impone la civilización retrocede a un estado de primitivismo, como una crítica a la educación moderna, que con su carácter represivo produce estallidos de violencia cuando desaparecen los medios coercitivos.

El señor de las moscas es una magnífica novela que admite diversas lecturas. En ella William Golding invierte el sentido del habitual recurso robinsoniano de la literatura juvenil: los niños abandonados en la isla desierta, en vez de edificar una sociedad justa y agradable, se sumen en el caos más absoluto y salvaje.

Golding ataca también la teoría de Rousseau, que se apoyaba en la tesis del buen salvaje, según la cual el ser humano, en su estado natural, era bondadoso y no conocía la maldad, pero que era la sociedad la que lo corrompía y lo convertía en malo. Sin embargo, en la novela, ocurre todo lo contrario, los niños son totalmente libres, pero la ausencia de normas hace que aflore el lado más cruel y primitivo de su naturaleza cuando empiezan los conflictos.

Leí esta novela hace ya muchos años. Recuerdo que ya entonces me había impactado bastante, pero tenía algunas lagunas en mi memoria referentes a ciertos aspectos de la misma. Por eso he regresado otra vez a ella y me ha vuelto a parecer una novela extraordinaria que creo que todo el mundo debería leer alguna vez en su vida.

Hasta este momento, se han realizado dos películas cinematográficas basadas en la novela:

El señor de las moscas (1963), dirigida por Peter Brook.

Durante la II Guerra Mundial (1939-1945), un avión sin distintivo es derribado. A bordo se encuentran varias decenas de niños británicos de edades comprendidas entre los seis y los doce años. El aparato cae en una isla desierta, aislada de cualquier vestigio de civilización. Ningún adulto sobrevive, de modo que los chicos se encuentran, de repente, solos y obligados a agudizar su ingenio para sobrevivir en circunstancias tan adversas. (FilmAffinity)

El señor de las moscas (1990), dirigida por Harry Hook.

Con motivo de una guerra, los niños de una región inglesa son evacuados en avión. Uno de los aparatos sufre una avería y cae al mar, cerca de una isla desierta. Los niños supervivientes llegan a la isla, llevando consigo al piloto, que está malherido. En tal circunstancia, no tendrán más remedio que organizarse si quieren sobrevivir… Adaptación de la novela homónima del premio Nobel de literatura William Golding. (FilmAffinity)

EMPEZAR A LEER LA NOVELA

SINOPSIS

Con su primera y más célebre novela, El señor de las moscas, William Golding dio ya sobradas muestras del talento literario que le llevaría en 1983 a obtener el Premio Nobel de Literatura.

Una treintena de muchachos son los únicos supervivientes de un naufragio en el que perecen todos los adultos que consiguen llegar a una isla. Enseguida se plantea cómo sobrevivir en tales condiciones, y no tardan en crearse dos grupos con sus respectivos líderes. Ralph se convierte en el cabecilla de los que están dispuestos a recolectar y a construir refugios, mientras Jack se convierte en el jefe de los cazadores, animados por un espíritu aventurero. Las tensiones entre ambos bandos no tardan en aparecer.
Partiendo de este esquema, el Premio Nobel William Golding crea una fábula moral sobre el lado más oscuro de la naturaleza humana. Una novela deslumbrante en la que se ha visto desde una requisitoria moral contra la educación represiva hasta una parábola acerca de los instintos básicos del ser humano.

Es su riqueza temática, unida a un impecable estilo narrativo, lo que convierte a El señor de las moscas en uno de los clásicos contemporáneos más vivos.

     «Simón alzó los ojos, sintiendo el peso de su melena empapada, y contempló el cielo. Por una vez estaba cubierto de nubes, enormes torreones de tonos grises, marfileños y cobrizos que parecían brotar de la propia isla. Pesaban sobre la tierra, destilando, minuto tras minuto, aquel opresivo y angustioso calor. Hasta las mariposas abandonaron el espacio abierto donde se hallaba esa cosa sucia que esbozaba una mueca y goteaba. Simón bajó la cabeza, con los ojos muy cerrados y cubiertos, luego, con una mano. No había sombra bajo los árboles; sólo una quietud de nácar que lo cubría todo y transformaba las cosas reales en ilusorias e indefinidas. El montón de tripas era un borbollón de moscas que zumbaban como una sierra. Al cabo de un rato, las moscas encontraron a Simón. Atiborradas, se posaron junto a los arroyuelos de sudor de su rostro y bebieron. Le hacían cosquillas en la nariz y jugaban a dar saltos sobre sus muslos. Eran de color negro y verde iridiscente, e infinitas. Frente a Simón, el Señor de las Moscas pendía de la estaca y sonreía en una mueca. Por fin se dio Simón por vencido y abrió los ojos; vio los blancos dientes y los ojos sombríos, la sangre… y su mirada quedó cautiva del antiguo e inevitable encuentro. El pulso de la sien derecha de Simón empezó a latirle.»

WILLIAM GOLDING

William Golding nació en Cornualles en 1911. Estudió en la escuela secundaria de Marlborough y ciencias y literatura inglesa en Oxford. Trabajó como actor, productor, profesor, marinero, músico y, finalmente, maestro de escuela. Durante la segunda guerra mundial se enroló en la marina, y tomó parte, hasta que se graduó como teniente al término de la misma, en varias acciones navales como el hundimiento del Bismarck o el desembarco de Normandía, hechos que influyeron notablemente en su obra. A pesar de haber decidido ser escritor a los siete años, no publicó hasta 1934 una colección de poemas, pero su verdadero debut literario no fue sino hasta 1954, cuando publicó El señor de las moscas (que Peter Brook llevaría al cine en 1963). Desde entonces publicó siete novelas, una colección de relatos, varias obras de teatro, ensayos y artículos. Entre su producción narrativa destacan Los herederos (1962), Martin el náufrago (1957) y La construcción de la torre (1965). En 1980 recibió el Booker Prize por su novela Ritos de paso, y en 1983 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Murió en 1993 dejando el borrador de una novela que se publicaría a título póstumo, La lengua oculta.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «–¿Dónde está el hombre de la trompeta?
    Ralph, al advertir en el otro la ceguera del sol, contestó:
   –No hay ningún hombre con trompeta. Era yo.
    El muchacho se acercó y, fruncido el entrecejo, miró a Ralph.Lo que pudo ver de aquel muchacho rubio con una caracola de color cremoso no pareció satisfacerle. Se volvió rápidamente y su capa negra giró en el aire.
    –¿Entonces no hay ningún barco?
    Se le veía bastante alto, delgado y huesudo dentro de la capa flotante; su pelo rojo resaltaba bajo la gorra negra. Su cara, de piel cortada y muy pecosa, era fea, pero no la de un tonto. Dos ojos de un azul claro que destacaban en aquel rostro indicaban su decepción, pronta a transformarse en cólera.
    –¿No hay ningún hombre aquí?
    Ralph habló a su espalda.
    –No. Pero vamos a tener una reunión. Quedaos con nosotros.» 
           […]

    «–¡Jack! ¡Jack!
    –¡Las reglas! -–gritó Ralph– ¡Estás rompiendo las reglas!
    –¿Y qué importa?
    Ralph apeló a su propio buen juicio.
    –¡Las reglas son lo único que tenemos!
    Jack le rebatía a gritos.
    –¡Al cuerno las reglas! Somos fuertes… cazamos! ¡Si hay una fiera, iremos por ella! ¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro…!
    Con un alarido frenético saltó hacia la pálida arena. Al instante se llenó la plataforma de ruido y animación, de brincos, gritos y risas. La asamblea se dispersó; todos salieron corriendo en alocada desbandada desde las palmeras en dirección a la playa y después a lo largo de ella, hasta perderse en la oscuridad de la noche. Ralph, sintiendo la caracola junto a su mejilla, se la quitó a Piggy.
    –¿Qué van a decir las personas mayores? –exclamó Piggy de nuevo–. ¡Mira esos!
    De la playa llegaba el ruido de una fingida cacería, de risas histéricas y de auténtico terror.
    –Que suene la caracola, Ralph.
    Piggy se encontraba tan cerca que Ralph pudo ver el destello de su único cristal.
   –Tenemos que cuidar del fuego, ¿es que no se dan cuenta? Ahora tienes que ponerte duro. Oblígales a hacer lo que les mandas.
Ralph respondió con el indeciso tono de quien está aprendiéndose un teorema.
    –Si toco la caracola y no vuelven, entonces sí que se acabó todo. Ya no habrá hoguera. Seremos igual que los animales. No nos rescatarán jamás.
    –Si no llamas vamos a ser como animales de todos modos, y muy pronto. No puedo ver lo que hacen, pero les oigo.»