“Historia de una maestra”, de Josefina Aldecoa

Historia de una maestra es una novela de Josefina Aldecoa publicada en 1990. Es la obra más conocida y leída de la escritora y pedagoga leonesa, que no ha dejado de reeditarse desde su publicación.

Historia de una maestra es la primera parte de una trilogía que se completaría con Mujeres de negro (1994) y La fuerza del destino (1997). En ella Gabriela, una joven maestra, nos cuenta su vida desde el comienzo de los años 20 hasta el inicio de la Guerra Civil española.

«Contar mi vida… No sé por dónde empezar. Una vida la recuerdas a saltos, a golpes. De repente te viene a la memoria un pasaje y se te ilumina la escena del recuerdo. Lo ves todo transparente, clarísimo y hasta parece que lo entiendes. Entiendes lo que está pasando allí aunque no lo entendieras cuando sucedió…

    Otras veces tratas de recordar hechos que fueron importantes, acontecimientos que marcaron tu vida y no logras recrearlos, sacarlos a la superficie… Si tienes paciencia y me escuchas y luego te las arreglas para ir poniendo orden en la baraja…

    Si tú te encargas de buscar explicaciones a tantas cosas que para mí están muy oscuras, entonces lo intentamos. Pero poco a poco, como me vaya saliendo. No me pidas que te cuente mi vida desde el principio y luego, todo seguido año tras año. No hay vida que se recuerde así…

    Para mí, por ejemplo está muy claro el día que di por terminada la carrera. Yo acababa de cumplir diecinueve años. Era un día de octubre de 1923. Lloviznaba. Desde muy temprano había contemplado por la ventana los árboles del parque cubiertos de una gasa tenue y abajo, al final de la ladera, un pozo de luz lechosa, como una nube o un ovillo de hilos enredados que flotaba sobre el suelo.»

Un día lluvioso de octubre de 1923, Gabriela López Pardo da por terminada su carrera de Magisterio en Oviedo. Es el fin de una etapa y el comienzo de un sueño que la llevará a trabajar en varias escuelas rurales en España y en Guinea Ecuatorial en condiciones muy precarias.

Aunque la novela es pura ficción, su autora ha reconocido que está basada en situaciones y experiencias reales de algunas maestras de la República, y en las historias que oyó contar o que vivió al lado de su madre, una de aquellas maestras. Con la II República, la revolución de octubre y la amenaza de la guerra como telón de fondo, Josefina Aldecoa nos acerca a una España rural en la que la ignorancia y la miseria campan a sus anchas.

    «El primer día tenía preparado un discurso pero no me salió. Únicamente dije: «¿Quién sabe leer?» Y un niño menudito y rubiaco dijo: «Yo.” «¿Y los demás?”, insistí. «Los demás no saben», contestó él. «Si supieran no estarían aquí…» «¿Dónde estarían?», pregunté estúpidamente. Y él sonrió lacónico y dijo: «Trabajando».»

Con esta novela, la escritora leonesa rinde homenaje al esfuerzo y al coraje de aquel grupo de maestras y maestros rurales que trataron de acercar la educación y la cultura a los más necesitados en ese momento especialmente complicado y decisivo de la historia de España.

Una historia escrita con sencillez y ternura, y de la que se desprende un profundo amor por la profesión. Muy recomendable.

«En esta novela están los dos caminos que han marcado mi vida; está la experiencia que vi y viví al lado de mi madre. Es un testimonio literario, pero también muy real de lo que fue aquella España”. Josefina Aldecoa

SINOPSIS

Historia de una maestra es un relato en el que la protagonista rememora con serena lucidez la historia de su vida. Entregada a una profesión que la lleva de pueblo en pueblo, en condiciones casi siempre miserables, Gabriela vive su historia personal sobre el telón de fondo de un período decisivo en la historia de España: desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. El advenimiento de la República, con sus promesas de grandes cambios y su exaltación del papel de los maestros en la transformación de la sociedad española; la lucha contra la ignorancia y el caciquismo; la revolución de Octubre vivida en un pueblo minero: la violencia y el brutal desgarramiento familiar; la nostalgia recurrente de la única aventura de su vida, su primera escuela en Guinea… Todo ello va conformando la vida de una mujer testigo y protagonista de unos hechos que explican en gran parte los sucesos que vinieron después.  

JOSEFINA ALDECOA

Josefina Aldecoa (1926-2011) nació en La Robla, León. Estudió Filosofía y Letras en Madrid. Durante los años de facultad entró en contacto con un grupo de amigos que luego iban a formar parte de la llamada «generación de los cincuenta»: Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre, Carmen Martín Gaite e Ignacio Aldecoa, con quien se casó en 1952. En 1969 murió su marido y durante diez años permaneció alejada de la literatura, hasta que en 1981 apareció su edición crítica de una selección de cuentos de Ignacio Aldecoa. A partir de ese momento reanudó su actividad literaria y desde entonces ha publicado la memoria generacional Los niños de la guerra (1983); el libro infantil Cuento para Susana (1988); las novelas La enredadera (1984), Porque éramos jóvenes (1985), El vergel (1988), Historia de una maestra (1990), Mujeres de negro (1994), La fuerza del destino (1997), El enigma (2002), La Casa Gris (2005) y Hermanas (2008); los libros de recuerdos Confesiones de una abuela     (1998) y En la distancia (2004); y los relatos recogidos en Fiebre (2001).

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «La amenaza del invierno ya estaba empezando a cumplirse. Se habían acabado los paseos a los bosques cercanos, la suavidad del sol de octubre que bruñe las hojas de los árboles. La primera nevada era el anuncio de muchos días grises y era también el aislamiento definitivo. A veces, durante meses, ni las cartas llegaban al pueblo, inaccesible para los caballos y los hombres.

    La escuela sería mi único recurso. Por entonces, ya empezaba a sentir esa profunda e incomparable plenitud que produce la entrega al propio oficio. Me sumergía en mi trabajo y el trabajo me estimulaba para emprender nuevos caminos. Cada día surgía un nuevo obstáculo y, a la vez, el reto de resolverlo. Los niños avanzaban, vibraban, aprendían. Y yo me sentía enardecida con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío.

    Nunca he vuelto a sentir con mayor intensidad el valor de lo que estaba haciendo. Era consciente de que podía llenar mi vida sólo con mi escuela. Cerraba la puerta tras de mí al entrar en ella cada día. Y las miradas de los niños, las sonrisas, la atención contenida, la avidez que mostraban por los nuevos descubrimientos que juntos íbamos a hacer, me trastornaban , me embriagaban. Leíamos, contábamos, jugábamos, pintábamos, nos asomábamos a mundos lejanos en el tiempo y el espacio; nos sumergíamos en mundos diminutos y cercanos que encerraban milagros naturales. Tras el descubrimiento de América, corría veloz el descubrimiento de la circulación de la sangre. Tras la solución de un problema aritmético, la reflexión sobre un poema. Y luego, por qué brillan las estrellas, por qué el hombre ha conseguido volar. Por qué, por qué…

    Yo me decía: no puede existir dedicación más hermosa que ésta. Compartir con los niños lo que yo sabía, despertar en ellos el deseo de averiguar por su cuenta las causas de los fenómenos, las razones de los hechos históricos. Ése era el milagro de una profesión que estaba empezando a vivir y que me mantenía contenta a pesar de la nieve y la cocina oscura, a pesar de lo poco que aparentemente me daban y lo mucho que yo tenía que dar. O quizás por eso mismo. Una exaltación juvenil me trastornaba y un aura de heroína me rodeaba ante mis ojos. Tenía que pasar mucho tiempo hasta que yo me diera cuenta de que lo que me daban los niños valía más que todo lo que ellos recibían de mí.»