“Los asquerosos”, de Santiago Lorenzo, elogio de la austeridad

«Todos somos candidatos a asquerosos»

Los asquerosos es la cuarta novela del escritor Santiago Lorenzo, publicada en 2018 por Blackie Books.

Manuel, joven que trata a duras penas de ganarse la vida con trabajos basura, huye precipitadamente de Madrid tras protagonizar un desgraciado encuentro con un policía antidisturbios, al que hiere en el cuello con un destornillador. En su afán por hacerse invisible, pone tierra de por medio, yendo a parar a uno de esos pueblos abandonados de la Castilla vacía. Allí se las irá apañando con los pocos recursos que le brinda el medio y con la ayuda inestimable de su tío, que es, además, quien nos va contando en la novela las peripecias del huido. En Zarzahuriel, así se llama la aldea, terminará por descubrir que necesita muy poco para vivir y que, además, esta forma de vida empieza a gustarle.

     «Me dijo que él había llegado a Zarzahuriel forzado por las circunstancias y un destornillador. Se había visto empujado a un medio desconocido al que había intentado sobreponerse. Con tal volumen de éxito que ya no se veía llevando otra vida que la que llevaba allí, metido hasta las trancas en la empresa suprema de hacer a cada momento sólo lo que quisiera hacer. Dijo textualmente que en su puta vida se había sentido mejor.»

Pero la irrupción en la aldea de domingueros procedentes de la capital, los mochufas le llama Manuel, amenaza con echar por la borda la seguridad y la tranquilidad de «nuestro hombre».

Los asquerosos me ha parecido una buena novela. Me ha gustado tanto el estilo con el que está escrita, magnífica prosa y lenguaje desenfadado, como el humor, la fina ironía y la crítica social que se desprende de ella. Absolutamente recomendable.

SINOPSIS

Manuel acuchilla a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores, una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita.

Un thriller estático, una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía, una redefinición del concepto «austeridad». Una historia que nos hace plantearnos si los únicos sanos son los que saben que esta sociedad está enferma. Santiago Lorenzo ha escrito su novela más rabiosamente política, lírica y hermosa.

SANTIAGO LORENZO

Se llama Santiago Lorenzo. Los astros se alinearon para que naciera un buen día de 1964 en Portugalete, Vizcaya, España, Europa, la Tierra. el Universo. Primero miró, luego observó, después filmó y ahora escribe. En todas esas etapas vivió y en ninguna hizo lo que hacen los actores: actuar. Denle una goma de borrar Milan y unas tijeras y les creará un mundo. Aunque hace tiempo que con un teclado hace lo mismo y mejor. Este artista pretecnológico de pulsaciones lentas (quizás por su corazón grande) vive a caballo (o a autobús de varios caballos) entre Madrid y un taller que ha elegido en una aldea de Segovia que podría servir para ejemplificar la recurrente expresión «alejado del mundanal ruido».

No siempre fue así. Estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD de la capital del reino. Siempre tuvo claro que ante problemas reales, sólo sirven las soluciones imaginarias, así que en ese año constelación que fue 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru, Es asunto mío o el aplaudido Manualidades. Porque además de eso, al artista artesano Lorenzo siempre le gustó construir maquetas imposibles trabajadas con las manos: una cómoda con cajones que se abren por los dos lados, puertas por donde sólo podría pasar el Hombre más Delgado del Mundo y teatritos donde los Madelman son los protagonistas. Si no gozara del don de la escritura, podría haberse empleado en cualquier oficio antiguo: sereno, porque tranquilo lo es un rato, o jefe de estación ferroviaria, porque los trenes portátiles le gustan más que a un hombre alegre una pandereta. En 1995, produjo Caracol, col, col, que le valió pisar con calma la alfombra roja de los Premios Goya, que ganó en la categoría a Mejor Corto de Animación. Cuatro años después se empeñó en estrenar Mamá es boba, la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio (la película fue una de las primeras en abordar el tema del bullying) y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce y podría servir como mito fundacional del post-humor que busca la risa helada e incómoda. Con ella fue nominado, para su sorpresa, al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres. En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados con el que hicieron tanto muñequitos de plastilina para el anuncio del euro como la catedral que aparece en una de las entregas de Torrente. En 2007 estrenó Un buen día lo tiene cualquiera, donde volvía a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo (o un piso en la ciudad, para el caso).

Harto de los tejemanejes del mundo del cine, decidió cederle sus ideas a esto de la literatura, por lo que en 2010 publicó la novela Los millones (Mondo Brutto), uno de los libros del año con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la lotería primitiva; no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Desde entonces, ha escrito Los Huerfanitos, se ha deleitado con ábsides de catedrales y ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción. También ha seguido hablando con voz grave, lanzando chanzas coheteras y fumando un pitillo a cada hora en punto con tiros cortos. Ha hecho, en definitiva, muchas cosas, pero su mayor temor continúa siendo caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, patrimonio de la Humanidad desde 2006.

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    «Los elementos que aparecieron el primer fin de semana debían de ser los miembros directos de la familia ocupante. Los visitantes sucesivos debían de ser los primos, a los que siguieron los amigos y los amigos de los amigos. De ahí, a racimo. Porque todos se parecían, panes de la misma masa, o en las anatomías, o en los atuendos o en los usos o en las tres cosas. Entre tíos, cuñados y amistades, los que paraban en Zarzahuriel eran muchos y de todas las edades.
    A este conglomerado humano global y uniforme, Manuel pronto empezó a llamarlo La Machufa.
   Llegaban en tres o cuatro coches grandotes, fuera de escala, aparcando ostentación en la patena zarzahurielense. Y con unos maletones de volumen considerable, para cursar tres o cuatro cambios de vestuario al día durante una estancia de sólo dos.
    Llevaban encima las marcas de su raigambre, las señas físicas del secular hispano que tres o cuatro generaciones atrás se desplazó a la capital a buscarse buenamente la vida. Los vástagos de hoy, renegados y apóstatas, llegaban ejerciendo de urbanos supuestamente sofisticados. Les saltaban al aspecto los siglos de azada, forraje, moscas y grasas animales. Y sin embargo hacían chistes sobre los tufos del campo, alardeaban de su conocimiento del callejero capitalino, exhibían pegatinas del oso y el madroño y se reían de todo lo que veían en Zarzahuriel, con los aires colonizadores de los metropolitanos imperiales. Les hacía gracia tirarse pedos y eructos, como a cabestros en un cuartel chusquero.»
[…]

 

    «Todos somos candidatos a asquerosos. Pero puesto Manuel de espaldas a todo, de culo ante el mundo entero, no sería ilegítimo considerar que el verdadero asqueroso puro de toda esta feria fuera él. A muchos hombres y mujeres, el Manuel del exilio cerrado y ciego les resultaría un asocial, un indeseable. No un asqueroso más, sino el que más.
    No se equivocarán. Pero él será el asqueroso singular cuya asquerosía nadie tendrá que sufrir. A Manuel, metido en su celda estanca, no le va a padecer nadie. El vicio se trocará en virtud porque sólo computará beneficiados (él) y ningún perjudicado. Su apartamiento no ocasionará damnificados ni acarreará perjuicios, por causa de fuerza mayor.
    El efecto que su asquerosidad despliegue será el mismo que el causado por una broca sin taladro, sin toma de corriente, sin operario ni pared que agujerear. Con lo que su carga estará siempre desactivada, por no tener campo humano contra el que expandirla. Él mismo va a ocuparse obsesivamente de ello, a nadie va a darle el trabajo de quitárselo de encima. Manuel se ocupará de toda esta labor. Él será quizá otro asqueroso. Pero la suya, sin destinatario, es la forma menos indigna de serlo.»