“El hermano Francisco Becerra, maestro y educador, Feria (1863-1929)”, de Juan Martínez de Azcona Sánchez

En este libro, titulado El hermano Francisco Becerra, maestro y educador, Feria (1863-1929), Juan Martínez de Azcona Sánchez nos acerca a la vida del hermano Francisco y a la magna labor que este humilde Terciario Franciscano llevó a cabo en el Colegio de la Purísima Concepción en favor de la juventud de Feria, durante los 29 años que permaneció en la villa, desde 1900, en que inicia su trabajo, hasta su muerte, ocurrida el día 26 de diciembre de 1929.

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Nos cuenta, Juan Martínez de Azcona, como el hermano Francisco, ejerciendo su labor de educador, se santificó y fue modelo para sus alumnos a lo largo de su vida, siendo querido y admirado no sólo por niños y jóvenes de Feria a quienes instruía y educaba, sino por todos los vecinos del pueblo. Así lo testimonia el título de Hijo Adoptivo que el Ayuntamiento le otorgó unánimemente, en cuyo texto se expresa el agradecimiento al que “durante treinta años, con edificante constancia y no menos cariño paternal supo sacrificarse por los hijos de Feria ofreciéndoles con sus santas enseñanzas el pan de las inteligencias y el de los corazones, formando así una juventud buena, sana y robusta…”

Martínez de Azcona se ha servido de numerosas fuentes de información para la elaboración de este gran trabajo. Incluso nos presenta en su libro los testimonios de algunos de los que fueron alumnos del Franciscano. Nos refiere que todos hablan con admiración de su labor de maestro, de sus virtudes cristianas tan perfectamente practicadas, que se le nombra con respeto y que todo el vecindario se gloria de haber contado entre sus convecinos a este hombre ejemplar que dedicó su vida a educar e instruir a los niños y jóvenes de Feria, abriendo los caminos de la cultura y el arte musical a una juventud avocada sin remedio, en su mayor parte, a las faenas agrícolas.

Sobre El hermano Francisco Becerra, maestro y educador, Feria (1863-1929), escribió el Dr. Aquilino Camacho Macías, en el prólogo del libro: «Quisiera yo, amigo lector, transferirte antes de que comiences la lectura de estas páginas, dedicadas al Hermano Francisco, los mismos sentimientos que por mi parte experimenté al terminarla. Sentimientos serenos, de paz y gozo espiritual que se fueron progresivamente despertando al contacto con la figura del biografiado, que eligió con total entrega el camino de la humildad y la pobreza, para hacerse sencillo, como uno más de aquellos niños que educaba, cumpliendo en plenitud el mandato evangélico de que para seguir al Maestro hay que hacerse niño con los niños. Sentimientos de alegría y optimismo, porque queda uno íntimamente convencido de que en nuestro siglo, como siempre, sigue habiendo entre nosotros esos ejemplos de quienes saben vivir los auténticos valores de la simplicidad, la ingenuidad, la sencillez y la transparencia, sin dobleces, sin rebuscamientos ni fraudes, que son los que en definitiva imperan en la vida adocenada de tantos cristianos. Y para tal biografiado, similar biógrafo, el Canónigo Juan Martínez de Azcona, que ha puesto en el relato, como buen hijo de Feria, todo el empeño posible para hacernos gustar esta exquisita fruta madura de su terruño, haciendo posible que saboreemos valores que nacieron y se desarrollaron al pairo de la más auténtica religiosidad popular. Nos fuerza a la inmersión total en el entorno, cuando llama a las cosas por sus nombres, y a las personas, por sus apellidos y motes, como quien puede caminar entre lo absolutamente conocido y familiar. »

El libro es, además, un valioso documento que nos permite conocer, de primera mano, la realidad social de nuestro pueblo en los tiempos del Hermano Francisco, y aproximarnos al conocimiento del resto del entorno relacionado con su vida y su actividad docente.

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               La Villa de Feria en tiempos del Hermano Francisco

Por si fuera poco, como apéndice del libro, figuran dos pregones de la Cruz, uno de Don José Manuel Martínez Buzo, y el otro del propio Martínez de Azcona.

Como muestra del excelente trabajo que nos ofrece Juan Martínez de Azcona en esta obra, hemos tomamos un fragmento del mismo, referido a las actividades extraescolares que llevaba a cabo el Hermano Francisco con sus alumnos, y que reproducimos a continuación:

   «Igualmente Don Antonio Leal y Leal, hermano del profesor D. Bartolomé y primo del citado D. Antonio, también jubilado residente en Badajoz, coincide en sus testimonios al preguntarle yo por sus recuerdos de alumno del Hermano Francisco, en que muchos alumnos, regalaban un gallo al Hermano para el día de su Santo y el convidaba a comer al alumnado entero en el Colegio. Añade Don Antonio que practicaban el deporte del balón en los llanos pertenecientes a Don Ángel Leal Casquete y realizaban frecuentes marchas por campos bien conocidos como El Molinito, Huerto de las Guindas, El Salamanco, La Albuera y aún llegaban a pueblos limítrofes como La Parra y Santa Marta, acortando el camino yendo a través del campo.

   El profesor acompañaba a sus discípulos y se sentían a gusto uno y otros gozando de la belleza del campo y de las sierras, pues los lugares que se han citado tienen cerros y cabezos que habían de atravesar con sus respectivos valles, todos ellos poblado de olivos, higueras y encinas, que son los árboles más representativos de la flora de la zona.

   La Sierra Vieja, cuya cima es el punto de mayor altura en los contornos, también era lugar de sus excursiones en las bonancibles tardes otoñales y sobre sus pizarras se sentaban maestro y discípulos provistos de sus bocadillos y en la festividad del 1 de noviembre a comer la chaquetía y los tosantos.

    La atenta mirada del maestro vigilaba en estas excursiones a la muchachada y reparaba los efectos de las travesuras infantiles o pequeños accidentes que se producían entre los educandos. Algunas lesiones en los juegos eran atendidas por la solicitud del maestro y así nos refiere en la carta citada D. Antonio Muñoz Leal: “Como consecuencia del juego tuve una lesión en la rótula de la pierna derecha, la cual se me inflamó y dolía al andar; pues bien el Hermano Francisco me llevó de la mano hasta el pueblo y cuando llegamos al Hospital (nombre por el que la gente conocía a la casa del Colegio) se dedicó a lanzarme una pelota en la pendiente que había hasta los patios y me obligaba a que yo saliera tras ella, con cuyo ejercicio me desaparecieron las molestias”.

   Estas marchas largas y paseos los resistían bien los niños muy ágiles y acostumbrados al montañismo, ya que el contorno de Feria es eminentemente montañoso; el Hermano pese a ser de Villalba en la que predominan los llanos se acostumbró muy pronto a la topografía de Feria y como era enjuto de carnes y por lo tanto de poco pesos subía y bajaba como los colegiales, sin dificultades mayores.

    Su espíritu limpio y contemplativo se recreaba con el contacto de la naturaleza que tan maravillosamente reflejaba la belleza de Dios, pudiendo decir lo mismo que el poeta santo carmelita:

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!
¡Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.”

                         (Canciones entre el alma y el Esposo. San Juan de la Cruz)»

SINOPSIS DE “EL HERMANO FRANCISCO BECERRA, MAESTRO Y EDUCADOR, FERIA (1863-1929)

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MARTÍNEZ DE AZCONA SÁNCHEZ, Juan
El hermano Francisco Becerra, maestro y educador, Feria (1863-1929) / J. Martínez de Azcona 
   [S. l.] : Martínez de Azcona Sánchez, 1988
   215 p. : il. ; 22 cm

«Una circunstancia especial va a intervenir en el proceso educativo de la juventud de Feria, que hace cambiar el panorama de la escuela en nuestro pueblo. Este hecho fue la creación de las Escuelas Católicas. Figuras claves en este proceso fueron las figuras de don José Becerra Vázquez y Fr. Francisco Becerra Rodríguez. Sólo es preciso anotar la importancia que este colegio tuvo en sus 29 años de actividad para educación de la juventud, no sólo de Feria, sino de aquellos otros que acudían de los pueblos comarcanos. Fueron años de intensa labor, desarrollada por el humilde Terciario Franciscano que, además de titulado maestro, con más voluntad y buenas intenciones que con medios para ejercitarla, se dejó su piel junto a otros dos hermanos, Julián y Enrique, en provecho del pueblo, hasta que, a sus 66 años de edad, fue abatido su correoso cuerpo, rendido por una tisis, que se acarreó por un constante ejercicio ascético, añadido a la entrega de un trabajo permanente y agotador. Con su muerte, llegó también la del Colegio. Al faltar el inspirador de esta obra en 1915, y desaparecer ahora su ejecutor, el pueblo perdió el motor principal que tenía la formación de la juventud.

Francisco del Carmen Becerra Rodríguez nació el 11 de marzo de 1863 en Villalba de los Barros, hijo de de Juan y Jacinto, fue el primero de los cinco hermanos. En esta villa se desarrollan los primeros años de su niñez. No sabemos donde adquiere su formación musical, pero en 1888, a los 25 años de edad, solicita la plaza de organista de la iglesia parroquial de Villagarcía de la Torre. Allí obtiene el título de maestro de Instrucción Primaria, gracias a la ayuda de una generosa señora de la localidad.

Su espíritu bondadoso y su inclinación por la vida monástica, le hacen al fin ingresar en la pequeña comunidad de Franciscanos Terciarios que existía en dicha localidad, compartiendo las obligaciones de su nuevo estado con la de organista. La comunidad franciscana de Villagarcía se fue reduciendo hasta que desaparece; es entonces, cuando se traslada a Feria en 1900, junto con el hermano Enrique y Julián, como director del Colegio de la Purísima Concepción, que acababa de fundar don José María Becerra Vázquez, con la ayuda del Obispo don Ramón Torrijos y Gómez.

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       Figura y placa en la fachada del antiguo colegio

La decisión para que este Franciscano Terciario se ocupara de este colegio sería tomada por el propio Obispo, ya que Fray Francisco reunía las cualidades necesarias para su desempeño: tenía su título de maestro, además de saber música; así quedaba garantizado el ideario propuesto con escuela católica. Francisco llega con dos ilusiones; la enseñanza en el colegio y la formación musical de los muchachos en una Academia de Música. Varios años después se queda solo, porque Fray Enrique se marcha a Aceuchal y Fray Julián ingresa en la Orden de los Capuchinos de Sevilla. A partir de este momento es él quien lleva toda la carga de la enseñanza, ayudado por algunos colaboradores.

No todo fueron rosas para el Hermano Francisco. Momentos hubo en que las propias autoridades civiles le negaran la ayuda en el desempeño de su tarea desinteresada. Don José Becerra, fundador del Colegio, hombre de una rectitud intachable en sus largos años de participación en la política municipal, tuvo que enfrentarse con algunos alcaldes por algunas irregularidades en el manejo de la política. Esta actitud hizo que en determinados momentos el Ayuntamiento volviera la espalda y retirara las subvenciones y ayuda al Colegio.

No sólo fueron ciertos políticos los que en momentos determinados le retiraron la ayuda. También sufrió las críticas por parte de algunos profesiones de la enseñanza oficial, lo cual no era de extrañar, dada la popularidad del franciscano, que ejercía una educación y enseñanza confesional, dentro de los más rigurosos cánones católicos. Incluso llegó a chocar con uno de los párrocos, don Antonio Carvajal, que no veía bien la labor catequética y predicación del Hermano Julián.

Pero al final, el reconocimiento a su labor quedó marcado en el pueblo. El ayuntamiento en sesión extraordinaria del día 5 de diciembre de 1928, le nombró hijo adoptivo, dedicándole una calle. En la fachada del edificio del colegio se mandó colocar su figura y una placa en la que se hace constar el agradecimiento a su destacada labor en favor de la juventud de Feria. Reconocimiento que muchos años más tarde le volvió a rendir, cuando el día 30 de abril de 1988, fueron trasladados sus restos a la iglesia Parroquial, donde actualmente reposan, bajo una magna lauda, esculpida por el profesor don Estanislao de Badajoz, cuyo texto pone en evidencia, a pesar de los años transcurridos, el profundo agradecimiento de un pueblo a tan ejemplar maestro.

Lauda bajo la que reposan los restos del Hermano Francisco

     Lauda bajo la que reposan los restos del Hermano Francisco

Lo bueno fue que se aprovechó de ella no sólo la élite de la sociedad de entonces, sino que muchos de los alumnos eran de la clase humilde y resolvieron su futuro gracias a la formación musical recibida, disciplina que se compartía con las demás materias de enseñanza.

Poco tiempo después de comenzar a funcionar la Academia de Música, creada por el humilde frailecillo, aparecen los primeros frutos, y en breve plazo se crea una banda de música que actúa en muchos pueblos. Pero lo más importante es que dicha Academia se convirtió en escuela de organistas que se repartieron por toda la provincia y otros lugares.

Con la muerte del Hermano Francisco, llegó también la del Colegio y, poco tiempo después, la de la banda, y con ellos el florecimiento de un época inolvidable, aunque la semilla se había propagado ya por muchos rincones.»

De Historia de Feria en el siglo XX / José Muñoz Gil

CONTENIDO DEL LIBRO

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JUAN MARTÍNEZ DE AZCONA SÁNCHEZ (1928-1991)

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Nació en Feria en 1928. Sacerdote, docente y escritor. Estudió en el seminario de Badajoz, de 1941-1951, siendo ordenado sacerdote en 1951. Obtuvo las licenciaturas en Sagrada Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, Filosofía y Letras por la misma Universidad y Lenguas Clásicas por la Complutense de Madrid.

En Feria, su pueblo natal, del que fue un fiel amante de sus tradiciones, participa en los últimos años de su vida, junto a Bartolomé Gil Santacruz, en las tareas y proyectos de la Hermandad de la Virgen de Consolación. Como vocales de la misma, ponen en marcha una serie de obras y actividades, tanto en la ermita, como en su entorno, transformando los espacios exteriores. Es también autor de la monografía titulada Vida de Don Rafael Sánchez García (1911-1973): capellán del Hospital Provincial, extracto de El buen samaritano de Badajoz.