Viaje a la Alcarria”, de Camilo José Cela, una de las obras maestras de la prosa española del siglo XX

«Por la Alcarria fui siempre apuntando en un cuaderno todo lo que veía.»

Viaje a la Alcarria es un libro de viajes escrito por Camilo José Cela y publicado, por primera vez, en 1948 por la Revista de Occidente.

El autor de La colmena sintió siempre especial predilección por este libro, al que consideraba su libro «más sencillo, más inmediato y directo», y que constituye un modelo insuperable de prosa castellana, estando considerado como el libro de viajes más importante de toda la literatura española del siglo XX. Con él renovó el género de la literatura de viajes, ejerciendo una prolongada influencia sobre los escritores españoles de las siguientes generaciones.

Viaje a la Alcarria es el relato, en tercera persona, de un viaje que el entonces joven escritor y periodista realizó por dicha comarca del suroeste de la provincia de Guadalajara, colindante con la de Madrid, en la primavera de 1946, entre el 6 y el 15 de junio, aunque el texto fue redactado y pulido algún tiempo después.

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                       Plano de la ruta del Viaje a la Alcarria (Editores del Henares)

Como su autor declaró en cierta ocasión, «yo quería salir un poco de Madrid y patearme un poco la España árida. Guadalajara está muy cerca de Madrid y era una zona completamente despoblada y además desconocida, de una gran belleza. Yo hablo de estas tierras con gran cariño, con gran respeto y con gran gratitud, porque me regalaron una hogaza de pan».

   «El viajero va lleno de buenos propósitos: piensa rascar el corazón del hombre del camino, mirar el amia de los caminantes asomándose a su mirada como al brocal de un pozo. Tiene buena memoria y quiere deshacerse de la mala intención, como de un lastre, al dejar la ciudad. De dentro de su pecho salen en voz alta, rodando sobre las baldosas de la acera, los versos de don Antonio —el hombre de cuerpo más sucio y alma más limpia que, según alguien dijo ya, jamás existió.»

Parece ser que la primera idea de Cela era hacer el viaje a la comarca cacereña de Las Hurdes, pero un amigo le habló de la Alcarria, una zona cercana a Madrid y que se encontraba igual o peor que sus vecinos extremeños.

Camilo José Cela define Viaje a la Alcarria como un «libro de andar y ver». En él nos descubre los pueblos y las gentes que ha conocido en su viaje por las tierras alcarreñas de Guadalajara. Nada escapa a la mirada inquieta del viajero que contempla pueblos con resonancias de más limpio castellano, niños, campanarios, cielos y gallinas, la mujer de un pastor o el tartamudo que prepara cebollinos para la siembra. Hombres y mujeres con los que entabla una conversación en la que parece que van a decirle lo mismo, cuando lo que dicen es siempre sabiamente diferente. En esta obra cimera de la prosa castellana, Cela persigue la estética de la realidad y capta el detalle, en apariencia simple, pero del que se desprende la emoción de lo profundamente verdadero. Un evocador recorrido por la sobria y apasionante realidad castellana; un viaje que termina con la misma sencillez con la que cae la tarde en cualquiera de los pueblos que el arte de Cela nos permite conocer.

Durante el viaje, Cela fue apuntando en su cuaderno todo lo que veía, y esas notas le sirvieron de «cañamazo» para su libro. Viaje a la Alcarria presenta una estructura cercana a la ficción, con frases cortas y directas, y una enorme viveza y plasticidad en las descripciones del paisaje, que se conforma como un personaje más de la narración. Escrito con una magnífica prosa, que rezuma lirismo y fina ironía por todas partes, Viaje a la Alcarria puede considerarse, sin ninguna dura, como el libro de viajes más importante de toda la literatura española y una de las obras maestras de la prosa castellana del pasado siglo. Una obra magnífica y absolutamente recomendable.

   «En Taracena no hay vino tinto, noble como la sangre de los animales, oloroso y antiguo como una medrosa historia familiar. En Taracena tampoco hay parador. Ni posada. En Taracena hay una taberna fresca, limpia, con el suelo de tierra recién regado. La tabernera tiene una niña muy aplicada, una niña de diez años que se levanta de la siesta, sin que nadie la avise, para ir a la escuela.»

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   «Pero el tratamiento que Cela hace de la realidad del entorno, el planteamiento antiensayístico de su relato, su perspectiva de testimonio documental de viajero que en tercera persona narra lo que ve, la desinhibición expresiva, la precisión, en suma, de mostrar el estado real de diferentes regiones de la periférica geográfica y cultural, son otras tantas pautas que el Viaje a la Alcarria marcó y que le convirtieron en punto de partida para esa renovación del género.» José María Pozuelo Yvancos. Introducción a Viaje a la Alcarria, Espasa Calpe, 2008

SINOPSIS

Con el morral a la espalda y la cantimplora sujeta a la hebilla del cinturón, el viajero recorre las carreteras y los pueblos de la Alcarria. Es el suyo un caminar lento, con mañanas de atmósfera limpia, mediodías calurosos y noches que se le echan encima, como con susto. De pueblo en pueblo el viajero va viviendo curiosos encuentros, minúsculas anécdotas y sorprendentes conversaciones que, impertérrito, transcribe con una suave prosa que aúna realismo, comicidad y ternura. Pero el viaje termina. El viajero dejó atrás la Alcarria con sus notas a cuestas y un algo de pena. A cambio, nos queda un libro que demuestra una de las más arraigadas afirmaciones de Cela: «El escritor, aun el que más sedentario pudiera parecer, es siempre un irredento vagabundo y ése es su mayor timbre de gloria y libertad».

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   «Dos conejos miran para el viajero, un instante, moviendo las orejas, sentados sobre el rabo, y huyen después, veloces, a esconderse detrás de unas piedras. Un águila vuela trazando círculos, no muy lejos. Una mujer, subida en un burro, se cruza con el viajero. El viajero la saluda, y la mujer ni le mira ni le contesta. Es una mujer joven, pálida y hermosa, vestida de luto, con un pañuelo sobre la cabeza y unos grandes, profundos ojos negros. El viajero se vuelve. La mujer va inmóvil, dejándose llevar del trote del burro entero, poderoso. Podría pensarse que es una muerta sin compañía, que va sola a enterrarse, camino del cementerio.»

CAMILO JOSÉ CELA

cela_camilo_joseCamilo José Cela Trulock. (Iria Flavia, La Coruña, 11 de mayo de 1916 – Madrid, 17 de enero de 2002). Escritor y académico español, galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

En 1925 su familia se traslada a Madrid. Antes de concluir sus estudios de bachillerato enferma y es internado en un sanatorio de Guadarrama (Madrid) durante 1931 y 1932, donde emplea el reposo obligado en largas sesiones de lectura.

En 1934 ingresa en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, pronto la abandona para asistir como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras, donde el poeta Pedro Salinas da clases de Literatura Contemporánea. Cela le muestra sus primeros poemas, y recibe de él estímulo y consejos. Este encuentro resulta fundamental para el joven Cela, que se decide por su vocación literaria. En la facultad conoce a Alonso Zamora Vicente, a María Zambrano y a Miguel Hernández, y a través de ellos entra en contacto con otros intelectuales del Madrid de esta época. Antes, en plena guerra, termina su primera obra, el libro de poemas Pisando la dudosa luz del día.

En 1940 comienza a estudiar Derecho, y este mismo año aparecen sus primeras publicaciones. Su primera gran obra, La familia de Pascual Duarte, ve la luz dos años después y a pesar de su éxito sufre problemas con la Iglesia, lo que concluye en la prohibición de la segunda edición de la obra (que acaba siendo publicada en Buenos Aires). Poco después, Cela abandona la carrera de Derecho para dedicarse profesionalmente a la literatura.

En 1944 comienza a escribir La colmena; posteriormente lleva a cabo dos exposiciones de sus pinturas y aparecen Viaje a La Alcarria y El cancionero de La Alcarria. En 1951 La colmena se publica en Buenos Aires y es de inmediato prohibida en España.

En 1954 se traslada a la isla de Mallorca, donde vive buena parte de su vida. En 1957 es elegido para ocupar el sillón Q de la Real Academia Española.

Durante la época de la transición a la democracia desempeña un papel notable en la vida pública española, ocupando por designación real un escaño en el Senado de las primeras Cortes democráticas, y participando así en la revisión del texto constitucional elaborado por el Congreso.

En los años siguientes sigue publicando con frecuencia. De este período destacan sus novelas Mazurca para dos muertos y Cristo versus Arizona. Ya consagrado como uno de los grandes escritores del siglo, durante las dos últimas décadas de su vida se sucedieron los homenajes, los premios y los más diversos reconocimientos. Entre estos es obligado citar el Príncipe de Asturias de las Letras (1987), el Nobel de Literatura (1989) y el Miguel de Cervantes (1995). En 1996, el día de su octogésimo cumpleaños, el Rey don Juan Carlos I le concede el título de Marqués de Iria Flavia.

FUENTES

  • Cela, Camilo José. Viaje a la Alcarria. Madrid, Espasa Calpe, 2008

“Tierra de olivos”, de Antonio Ferres

Tierra de olivos, del madrileño Antonio Ferres, se publicó por primera vez en 1964 por la editorial Seix Barrall. En 2004, Gadir, una editorial que ha venido interesándose por títulos relacionados con el mundo rural y con los viajes, recuperó el libro en una esmerada edición.

Tierra de olivos pertenece al género de libros de viajes. Un viajante de comercio, que va recorriendo diferentes pueblos de las tierras andaluzas de Córdoba y Jaén, nos narra en primera persona las vivencias de este viaje, que se mezclan con los recuerdos de otros viajes anteriores.

    «Sube y baja gente campesina. Un muchacho cetrino, que arrastra una cesta y lleva un conejo casero sujeto por las patas, se despide del cobrador del autobús.

    -Ha habío buena cosecha de aceituna…

                  Sí, cosechón sí ha habío, pa los que tienen -aclara el chico.

    A la puerta de un ventorro que se llama Ventorro de los Dos Hermanos una mujer extiende en el suelo las sábanas blancas, recién lavadas, sobre la hierba. En las crucetas de los postes del teléfono se para una bandada de pájaros. Y, ahora, se espantan, se desparraman por todo el aire, cuando pasa al lado el coche de línea.» 

Con un lenguaje sencillo y preciso, a veces poético, Ferres nos presenta en su libro hermosas descripciones de los campos y de los pueblos andaluces, al tiempo que denuncia el abandono y la lacra del latifundismo en esta zona de España, lo que empuja a sus habitantes a la pobreza y a la emigración, con la consecuente despoblación de estas tierras.

En fin, un libro hermoso y recomendable, que nos acerca, con bastante antelación, al fenómeno hoy conocido como la España vacía.

«El libro de viajes, la entrañable exploración literaria de una región de España, se ha convertido en los últimos años en un género que cultivan la mayor parte de nuestros jóvenes narradores. Y, sin duda, a cada nuevo intento el género se enriquece, el punto de vista del relator se matiza. Tierra de olivos es un escalón más en la conquista de ese género. El autor ha conseguido integrarse en el mundo descrito como un personaje natural, muy distinto del literato viajero que nos habla en primera persona en otros libros semejantes. Los campos y los pueblos de Córdoba y de Jaén, las gentes de una de las zonas más ricas y peor tratadas por la historia reciente de nuestro suelo, se producen ante el lector de una manera totalmente espontánea, con el mínimo de artificio de que necesita una crónica conmovida.»

                         Editorial Seix Barrall, 1964

   «… la narración se complementa con señaladas reflexiones del viajero sobre su infancia, en las que resuenan los ecos de la guerra, los años del hambre, el miedo o la orfandad. Valiéndose de una prosa concisa y sin adornos, Antonio Ferres capta y explora así de manera certera un paisaje humano, geográfico e histórico imperecederos.» Javier Escuder. Blanco y Negro Cultural

  «Frente a otros viajeros que se deleitan en el romanticismo paisajístico, en el bucolismo o en la guía turística, Ferres, con su punto de vista a ras de barro, con su prosa contenida pero cálida, nos enfrenta con un paisaje ético.» Isaac Rosa.

SINOPSIS

Tierra de olivos fue publicada por primera vez en 1964. Nos recuerda a Azorín y a Ignacio Aldecoa. Nos recuerda a Azorín y a Ignacio Aldecoa, y pertenece a la estirpe de obras como Viaje a la Alcarria, de Cela, y Campos de Níjar, de Goytisolo, con las que es comparable en cualidades, aunque difiere de ellas lo suficiente como para afirmarse su singularidad. Tierra de olivos se ha adscrito al realismo social y siempre se ha considerado como «libro de viajes», pero ni una ni otra caracterización hacen del todo justicia a esta obra que se resiste a una clasificación sencilla.

Obra realista y no ajena a la intencionalidad social que se le atribuye, y narración de un viaje, es al mismo tiempo el relato de la pequeña epopeya personal ele su protagonista, y de un desarraigo que tiene su origen en la Guerra Civil. La obra tiene innegables visos existencialistas y constituye al mismo tiempo un hermoso e imperecedero relato antropológico de la tierra que recorre. Está llena también de poesía en su sobriedad y en su deliberada reiteración de situaciones, en el anegarse en un paisaje, el olivar andaluz, al que maldicen sus «siervos», los jornaleros, pero cuya belleza no escapa al protagonista, que lo busca como paliativo de su hastío, ni al lector atento. Todo ello hace de Tierra de olivos una obra duradera, que trasciende con mucho el interés circunstancial del momento y el lugar en que fue escrita.

                                        Edición de Gadir, 2004

     «Cuando me quedo solo, tengo ganas de andar por el campo, de huir del pueblo y marcharme campo a través. El pueblo está rodeado de cerros de tierra roja, con olivares, y en la claridad del cielo se recorta la silueta de alguna palmera. (…) El campo se ha quedado en una quietud absoluta, silencioso y como preparándose para la noche. Me gusta pisar la tierra suelta, colorada, frente al olivar. (…) Siempre me gusta salir de los pueblos grandes y pisar la tierra del campo, refugiarme bajo los olivos, donde hay quietud y no se oye más que -de vez en cuando- el silbo del aire.

ANTONIO FERRES

Antonio Ferres nació en Madrid en 1925, donde vivió hasta 1964. Su bautismo literario se produjo con la obtención del Premio Sésamo en 1954. En 1964 emigró primero a Francia, y ha residido en México, Estados Unidos y Senegal, ejerciendo como profesor de literatura española hasta su regreso a España, en 1976. Con la publicación, en 1959, de La piqueta, obtuvo un éxito inmediato y desde entonces fue considerado como uno de los principales autores del realismo social español. Obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona por su novela Con las manos vacías y el Premio de Poesía Villa de Madrid por La inmensa llanura no creada.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «A muchísima gente de los pueblos le pasa siempre lo mismo, que no le importa un comino la riqueza del olivar. Esta vez me he alojado en el mismo sitio. Como he vuelto a trabajar el limpiametales, me hacen ahora algunos pedidos. Por las tardes he andado por las mismas tabernas. Debido a que hoy es domingo, después de comer había más animación. Hasta me parece que he visto a gente que conocía de la otra vez. Pero puede que fueran caras que recuerdo no sé de dónde. En muchos pueblos me pasa. En un tabernucho había unos tipos que se habían puesto a cantar y a hacerse palmas. Cantaban mal y se paraban para echarse el vaso al coleto. Uno picado de viruelas bebía casi de un trago. Se limpiaba con la palma de la mano y ponía cara de guasa.
    -Hay que ver cómo está España, que el que trabaja no come y el que come no trabaja -dijo con un soniquillo igual que si fuera a empezar una copla.
    -¿Es un cantar?
    -Es un cantar y es la pura verdá.
    -Si en toavía hubiera trabajo tó el año… -comentó otro.
    -Lo que yo digo es que trabajen los burros, que pa lo que te rinde el currelar toa la pajolera vida…
    -Ahora, que la gente no se aguanta ya, ni se echa a morir. Tós los que podemos nos vamos por ahí a buscar.
    -Yo sí que me iba a buscar la Gagá del lagarto, sí. ¡Me cago en diez! -dijo el de la cara picada de viruelas.
    Los que le acompañaban volvieron a sonar las palmas. Tiraban a su compañero de la manga de la chaqueta, avisándole de lo peligrosa que era su conversación. Uno se puso a cantar por lo bajo, y me miraba de vez en vez. Cantaba mal. Yo no entendía la letrilla.
    -Yo también soy pobre -dije.
    -Sí, señor.
    El de las viruelas se me acercó, con cara de pesadumbre.
    -Mire usté, siempre ha habío pobres, pobresillos y pobretones. Lo malo es ser de lo más pobretonsillo -dijo.» 
           […]

   «Era ya noche cerrada cuando llegamos a Cabra. Había un puente. A un lado del arroyo se veía un laberinto de plazas que bajaban en escalafón, iglesias, un jardín con palmeras y las almenas de un castillo. Pasado el puente blanqueaba el pueblo sobre la colina, como un montón de azúcar. También era sábado y las tabernas y las barberías estaban llenas de hombres. Asomaban las caras a la puerta. Por las calles, de vez en cuando, se veía pasar algún asno con las albardas cargadas de aceitunas. En lo alto de la calle principal estaba el Ayuntamiento. La fachada tenía una insignia del yugo y las flechas, con bombillas encendidas. Delante había un jardincillo con luz fluorescente. Calles pinas de casas blancas, empedradas con cantos redondos. De trecho en trecho, entre tramo y tramo de las callejas, había un arco, bajo el que discurría la calzada. Eran puertas por las que entraba toda la calle. Se asomaban mozas a los patios. Yo daba vueltas y más vueltas, mirando las tiendas cerradas o con los cierres a medio echar. Veía abrirse plazuelas con fuentes empotradas en la pared, con tiestos de geranios o de enredaderas, colgados en los muros o rodeando los dinteles de las ventanas.»