Relatos al atardecer”, varios autores

«Ésta, que es una tierra entrañable, puede no abrir su corazón a quien confunda viajar con sólo pasar. Viajar es otra cosa. Viajar es también estar». Justo Vila

La Consejería de Obras Públicas y Turismo de la Junta de Extremadura publicó en el año 2002, con prólogo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, este librito, titulado Relatos al atardecer. Se trata de una recopilación de textos de un total de veintitrés escritores extremeños o relacionados con Extremadura. Joaquín Araujo, Ángel Campos, Javier Cercas, Dulce Chacón, María José Flores, Eugenio Fuentes, Pilar Galán, José Luis García Martín, Pablo Guerrero, Hidalgo Bayal, Luis Landero, César Martín Ortiz, Javier Rodríguez Marcos, Julián Rodríguez, Antonio Sáez, Ada Salas, Basilio Sánchez, Irene Sánchez Carrón, Santiago Castelo, Alvaro Valverde, Justo Vila y José Antonio Zambrano nos escriben sobre su tierra o sobre vivencias ligadas a ella.

Todos los textos son inéditos y fueron realizados para la presente edición, salvo Volver a casa, de Javier Cercas, que apareció previamente en el suplemento El País Semanal.

«Ninguna cosa se puede mirar o vivir dos veces, del mismo modo que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Esto es la vida, éstas son las reglas, y acaso la felicidad consiste en atrapar al vuelo los segundos y atesorarlos en la memoria para revivirlos una y otra vez, en una secuencia de instantes ya indestructibles, y que es lo que más en este mundo se parece a la eternidad. Ser viajero es eso: añadir a la fugacidad la permanencia de la mirada, de todo aquello que miramos de una vez para siempre». Luis Landero 

El libro fue publicado con vistas a los visitantes de Extremadura, pero puede resultar también muy interesante para cualquier amante de la lectura.

Como señala Rodríguez Ibarra en el Prólogo del libro: «Esta obra aúna muchos valores de esta tierra, de quienes en ella han vivido, de quienes la tuvieron que abandonar y de quienes en ella conviven ahora, independientemente de su lugar de nacimiento. La secuencia de ideas, imágenes, reflexiones y relatos que se desgranan en las páginas siguientes y que nos adentran en Extremadura están realizados por un grupo de escritores extremeños que han querido ayudarte a descansar y pensar relajadamente en algunos rincones y espacios reales e imaginarios de Extremadura y de su memoria».

Hermosos textos, algunos de ellos, verdaderos poemas en prosa, que desprenden nostalgia y cariño por esta hermosa, entrañable y todavía desconocida tierra. Muy recomendable.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

Burguillos del Cerro”
Quien ha crecido rodeado de inmensidad y de belleza, sólo puede aspirar a la belleza y a la inmensidad.
    Nada hay tan casual, y al mismo tiempo tan misterioso, como el hecho de nacer o crecer –que en el fondo es lo mismo– en un lugar y no en otro. Pocas cosas tan ciertas como que la memoria de ese territorio casi sagrado, porque es el de la infancia, no nos abandona nunca. Y es que el espacio al que se abrió nuestra mirada –esa primera luz que rozó nuestros ojos– nos constituye y nos posee, porque a través de él aprendimos a contemplar la realidad y el sueño.
María José Flores
  […]

 La vuelta”
    El viajero había vuelto por esa costumbre que se tiene de mirar el pasado. Había vuelto para buscar las eras de su infancia y el pasmo de las vides. De norte a sur, los ocres de los sueños manaban en su rostro dando rubor al día y a su mirada extraña. Había vuelto trayendo entre sus hombros los lutos de los llanos y el peso más oscuro que tienen los silencios.
    El viajero les contaba a sus hijos que el tiempo es una forma de alargar la memoria y que los campos viejos de su pueblo eran de azul rosado. Y nunca confundía el color de la tierra, la cercana decencia del olivo y el brillo de los trigos que mayo campeaba por su frente. No había vencejo en vuelo que escapase a sus ojos, ni paloma que abriese sus alas a las nubes. Sólo la luz distinta de ser niño y el invierno meciéndose en una voz de nadie, la acercaba al destino de una ciudad abierta por la escucha, a una brisa de uvas que septiembre le abría como una caracola y de rostros que hollaban la luz entre las cejas.
    El viajero había sido yuntero de las nubes, mozo de esa labranza que fijan los balcones en las calles cuando el calor ahoga y una muchacha cruza su voz por las aceras. Era el tiempo que duermen las palmeras cansadas, el algo que sostiene su melena de frío y que busca entornar los pasos en la tierra. Fue mirando despacio esas plazas sin dueños, el brocal de las torres, la huerta que manaba desde una noria muda y otra vez esos campos domados de besanas.
    Qué es para el viajero reconocer su historia. Saberse en las veredas donde hablan los árboles, y saberse en las cosas cuando tienen sus lágrimas vencidas. Pero no son de nadie esas calles tan blancas, despiertas a la vida que te presta lo incierto, mientras los campos tejen derredor de su alegría. Hoy es un rasgo más que le persiste, que se abre a las horas donde los huecos dejan una melancolía y el geranio desierta el rubor de los patios. Un rasgo que detienen algún ayer sin nombre para después buscar otras alas del aire.
    El viajero soñaba de aquel lugar su infancia pero no conocía el color del ahora, las afueras buscando los sesmos de sus ojos y la lluvia vertiendo su nueva persistencia. Hoy mantienen los labios otro sabor más nuevo, otras estancias de risas y encima de los juncos, otro espacio al mirar en rostros tan distintos y otra canción más libre que decir a los vientos.
    Se había volcado el mundo más afuera de su mundo, la esperanza se hacía como encima de todo y el mar más confundido se ataba a su cintura con una agua distintas que olvidada el recuerdo.
   Ay, los de la alborada de los gallos, los de los valles crespos por entre las encinas, comarca de la tierra con barros confundidos y un bieldo en su amorío que le extiende como mujer que pare dos albas cada noche.
   El viajero, despacio, buscaba en su desnudo su último viaje. Aún le quedaba tiempo para colgar los pasos del antaño. Sólo una vez prendó su voz lo triste. Era el adiós más corto de su alma.
José Antonio Zambrano