“El secreto del agua”, de Tomás Martín Tamayo

«El mundo también se puede contemplar desde aquí. Nos pasamos la vida remando para llegar a la misma orilla de la que partíamos.»

El secreto del agua es la tercera novela del escritor extremeño Tomás Martín Tamayo, publicada en 2016. La trama de la novela nos traslada a un pueblecito de la Extremadura de los años de la posguerra. Allí, Antonio Godoy, un maestro del pueblo, encabeza la protesta contra la construcción de una presa, que acabará inundando la localidad de Encinares, al haberse construido en un lugar distinto al señalado para no anegar las tierras de los terratenientes locales.

    «Hasta los grillos callaron. La detonación estremeció el corazón colectivo de Encinares, y los perros, asustados, ladraron a la madrugada. Un niño con el sueño quebrado lloró, el mochuelo escondió la cabeza y varias palomas levantaron el vuelo, dormidas, sin saber adónde ir ni dónde posarse. En los corrales las bestias resoplaron temerosas y las gallinas comenzaron a picotear el suelo, nerviosas y ciegas. Poco a poco se fueron iluminando las casas. Se oyó el chirriar de algunos cerrojos, se abrieron puertas, ventanas y postigos, llegaron los primeros siseos y un reguero humano se dio cita en la plaza, camino de la única casa que permanecía a obscuras y de la que salía el ladrido lastimero de un perro. Eran las tres y si algo llama más que la campana de la iglesia, es un tiro en la madrugada, cuando los sueños zurcen los costurones del día y los cuerpos se relajan y buscan la placidez en la isla del descanso reparador.

    Todos se dirigieron hacia la casa de Antonio Godoy, el maestro, un cordobés asentado en el pueblo desde hacía más de veinte años.»

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La novela nos cuenta una historia de ficción, pero se basa en hechos reales. También algunos de los personajes de la misma están inspirados en personas que existieron de verdad.

El autor nació y creció en uno de esos pueblos de la Extremadura rural, y nunca ha perdido el contacto con ese mundo. Conoce bien el terreno que pisa y eso lo agradece el lector. Además, la historia se apoya en un gran trabajo previo de documentación. Martín Tamayo ha señalado que tardó cuatro años en escribir la novela y que en ella «hay mucho desahogo emocional, situaciones y personajes que llevaba dentro y que llamaban para salir. Yo suelo escribir de lo que me indigna y en toda mi producción literaria hay una denuncia de base, aunque la envuelva en el papel de la naturalidad».

Estamos ante una buena novela, bien escrita y bien documentada, y que se lee de un tirón. Muy interesante.

    «El secreto del agua es un texto con mensaje anclado en esta tierra de fronteras, guerras, aventuras increíbles y a un tiempo sendero de caciques y desgracias. En la trastienda de lo que uno lee en el texto de Martín Tamayo, parecen degustarse estampas del disfrute sensual de Reyes Huertas, pero sin caer en el bucólico caldo dulzón cargado de sensualidad del de Campanario. Por otro lado, aunque en un segundo plano, he presentido barruntos de Felipe Trigo y su Jarrapellejos, autor muy bien conocido por TMT del que custodia todos sus libros. Lo cierto es que en esta historia cercana que se nos cuenta, vemos todavía rebufos de aquella sociedad estamental pegada como una lapa al latifundio de la España meridional.

    En ese recorrido, tanto en lo costumbrista como en el de la ingeniería financiera, el autor se ha documentado y ha unido a su información de primera mano cual conocedor de lo popular, su sagacidad para atrapar modelos de vida privilegiados, expuestos aquí con innegable maestría».

Feliciano Correa

SINOPSIS

En la Extremadura de la postguerra, los terratenientes locales lograron que una presa se construyera al margen del proyecto inundando a un pueblo, Pajar de los Encinares. Un maestro exiliado capitaneó la protesta pero, aparentemente, se suicida con lo que la contestación a la presa desaparece.

Treinta años después, un hijo del maestro coge el testigo. Aclarar la muerte de su padre será su objetivo más importante, pero no el único.

Costumbrismos, intrigas, venganzas y asesinatos se dan cita en esta novela, que aporta una visión en pasado/presente del mundo rural con todas sus glorias y miserias.

TOMÁS MARTÍN TAMAYO

Natural de Campillo de Llerena (Badajoz). Maestro y escritor. Fue consejero de Cultura, Educación y Deportes de la Junta de Extremadura. Cofundador del Centro Democrático y Social (CDS) junto a Adolfo Suárez. Diputado autonómico independiente en dos legislaturas.

Tiene catorce libros publicados y una docena de premios literarios, figurando en antologías nacionales e hispanoamericanas. De su antología Cuentos del día a día se han impreso tres ediciones y de El enigma de Poncio Pilatos, se han agotado cinco ediciones, las tres últimas con el sello de la editorial Planeta, distribuido en los países de habla hispana. Colabora en El Mundo, ABC, Público y eldiario.es/Extremadura. Critico literario de El Confidencial. Tiene una columna fija en el diario HOY.

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    «Encinares murió. Como Antonio, también fue víctima de aquel tiro en la madrugada.
    Con celeridad, las aguas del pantano escalaron hasta el molino del cerrillo, desde el que se divisaba el pueblo. El paisaje cambió, las encinas se retranquearon hasta desaparecer, el río perdió sus orillas y se fundió con unas aguas que lo engulleron. La carretera que cruza la presa llega hasta Los Riscos del Encinar y se bifurca bajando, mansa, hasta morir en la orilla. El pantano cambió su entorno y adquirió un bullicio diferente. Casetas en las orillas, tiendas de campaña, sombrillas, barcas, niños que reían, jóvenes que cruzaban apuestas para sumergirse y emerger a la superficie con algún resto del pueblo… Encinares pasó a ser un recuerdo lejano y sin eco. Los peces desovaban entre las paredes que fueron testigos del palpitar de muchos suspiros y una vida nueva surgió de la muerte del pueblo.
    El tiempo no ajusta sus pasos a nuestros ritmos emocionales y la naturaleza no se para a contemplar los anhelos que se difuminan como el paisaje. La vida fluye y continúa. Donde ayer había jarales, hoy se mecen los juncos, patos y garcillas desplazaron a perdices y sisones, la tortuga al águila culebrera y el agua vistió las piedras asoladas con su musgo verde.» 

    […]
    «Blas montó en el coche, miró la puerta y la fachada del convento y tuvo una sensación muy parecida a la de aquel día que, en la estación de Mérida, se despidió de su padre y de Inés. Su padre con aquel brillo en los ojos e Inés llorando. Ante la puerta del convento, Blas se dio cuenta de que estaba solo y de que en aquel caserón dejaba enterrado el último eslabón de su familia. La sensación de soledad quebró su entereza y lloró. El conductor miró por el retrovisor disimuladamente, arrancó y salió de la plaza. Al pasar por la puerta del Instituto Zurbarán, rememoró sus días de exámenes como alumno libre y a su padre, que lo esperaba en la puerta aún más nervioso que él. Después atravesaban el paseo de San Francisco y subían por la calle del Obispo hasta la plaza de España. En un bar cercano, pedían un bocadillo de calamares…»

 

“Estampas campesinas extremeñas (ed. 1997)», de Antonio Reyes Huertas

   «Bendiga Dios aquel día
  en que yo te conocí,
 y aquella tarde en que a dambos
 nos oyó el cura que sí.»

En el año 1997, el Fondo Cultural Valeria de Campanario publicó el libro titulado Estampas campesinas extremeñas, una selección de estampas del escritor extremeño Antonio Reyes Huertas, con estudio introductorio de Inés Isidoro Rebolledo.

Reyes Huertas compuso, además de poesías y de novelas, multitud de narraciones cortas: cuentos, leyendas y sobre todo estampas campesinas, que fue publicando en diferentes revistas y periódicos de la época. En opinión de numerosos críticos, es en este tipo de composiciones breves donde Reyes Huertas consigue sus mejores logros como escritor.

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Estampas campesinas extremeñas recoge una selección de 45 estampas campesinas, escritas con cuidada prosa, que aparecieron publicadas en distintos periódicos durante el periodo 1927-1936.

Según el propio autor, la “estampa” es “actualidad periodística escenificada en los medios campesinos”.

Como escribe Inés Isidoro Rebolledo en el estudio introductorio del libro, «el hecho de que sean “periodísticas” implica necesariamente su brevedad y ha influido decisivamente en la dispersión de las Estampas.

Al definirlas como “escenificadas”, no se aparta en un punto de la verdad, ya que su utilización de los diálogos dentro de las Estampas Campesinas crea el equivalente a pequeñas escenas teatrales, que añaden una vivacidad y fluidez al relato que recuerdan en ocasiones a los mejores sainetes de la época.

Pero es el hecho de que se desarrollen “en los medios campesinos” y más aún, en los medios campesinos extremeños lo que les confiere la unidad y les da carácter regionalista, entrañable, folklórico en el mejor sentido de la palabra.

La ambientación extremeña nos la da, no sólo por sus descripciones paisajísticas o por los problemas que expone, sino, sobre todo, por su utilización del lenguaje, el cual se mueve entre dos polos. La lengua culta del narrador, con una admirable precisión y riqueza de palabra, entre las que no faltan los vocablos específicos extremeños, y el habla ruda y simple de los diálogos campesinos, con palabras y construcciones lingüísticas rústicas, tomadas de las que oía en los pueblos (Campanario, Quintana de la Serena, Magacela, etc.)

Los relatos de costumbres son pormenorizados y nos detallan unas labores campesinas que ya han caído en desuso, unas canciones y bailes que van desapareciendo, y en general un acervo folklórico que él conocía muy bien y en el que se siente cómodo.»

    «De perdíos al río. Y ya que a usté no le convendrá nunca mi trato amos a ver si me conviene a mí el suyo. Le compro ese peazo de la linda por lo que sea razón. Y cuente usté que el suyo no es como éste. No han de arar en el suyo las yuntas como ararán mañana en este miajón. Se jundirá aquí la reja hasta los orejones y saldrá a cá lao una tierra manteosa que paecerá la han untao de la jugue. Con ese olor que antes les decía a ustés: un olor de condumio sabroso que es talmente el olor de la merienda. No se rían ustés: ustés no saben lo que es merendar a la sementera, al borde del barbecho recién labrao con la blandura de las primeras aguas. La vianda sabe mejor y cuasi no se sabe distinguir si lo que come uno se ha empapao del olorcillo del labrantío, o es el labrantío el que se ha empapao de olorcillo de la fiambrera. Lo dicho; le compro a usté su peazo si me lo vende.»

Como ocurre en sus novelas y en sus cuentos, en estas narraciones recogidas en Estampas campesinas extremeñas, el autor de Campanario nos acerca al modo de vida, y a los usos y costumbres de los campesinos extremeños en las primeras décadas del pasado siglo. En ellas cobran vida multitud de personajes del medio rural que conoció Reyes Huertas, principalmente de la comarca extremeña de La Serena.

«Los diálogos constituyen un factor esencial para crear el ambiente de las Estampas. Crean mini-escenas teatrales llenas de colorido y, a veces, de acción y violencia soterradas. A su vez, éste recurso literario engloba otro, la utilización del lengua popular. Antonio nos hace escuchar frecuentemente a los campesinos para que oigamos sus refranes, sus canciones, su “pronunciación” típicamente extremeña.»

Inés Isidoro Rebolledo

SINOPSIS

El Fondo Cultural Valeria de Campanario quiere con la edición de este libro sacar del olvido a Antonio Reyes Huertas, poeta, novelista, autor de Estampas, etc, ya que sus publicaciones son escasas a pesar de la demanda de sus obras en el mercado literario.

Con esta selección de Estampas campesinas extremeñas se pretende mostrar al fiel público del autor de Campanario la faceta más fecunda de su obra literaria, que mejor le representa, y que supone el fiel retrato de un costumbrismo auténtico como exaltación de su tierra, de su raza, de sus costumbres y de nuestros valores regionales.

De esta manera, se va a remediar una injusticia histórica y se va a permitir al lector recuperar la memoria colectiva de una Extremadura que ya ha desaparecido en buena parte.

ANTONIO REYES HUERTAS

Antonio-Reyes-HuertasPoeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

      Y es ya una voz que sale de entre los segadores. Un detalle de arte de la siega. Porque esta operación requiere las prácticas de un verdadero arte. Ni todos los campesinos saben segar, ni es fácil la improvisación en el aprendizaje. Arte en la manera de manejar la hoz y que sería peligrosa sin la ciencia de una buena postura; arte en la costumbre de saber calcular el pan; arte en la habilidad de echar las llaves a la manada con una sola mano; arte en la soltura de hacer con siete manadas iguales el rampojo, y arte, por fin en el modo de llevar el corte entre el manigero y “la burra”, la derecha y la izquierda de los segadores.

    Ellos lo expresan con una terminología que simplifica otras explicaciones y que entienden perfectamente los campesinos:

    –“Abre corte el manigero y siguen los demás con un rampojo de diferencia. Llega el manigero al final, gira la mano, cantea y entra la burra…

    –¿Entendío? –pregunta entonces Zacarías […]

    –A propósito –dice Zacarías–. “Esta es la siega: poco pienso y mucha brega”, queriendo decir eso que no apetece el cuerpo más que cosas frescas y que se come poco y se súa mucho. “Segaor, ¿cuál es tu presa? El barril en la talega”. “Dijo el agua al vino : tú pa la jacha, yo pa el jocino”.

    Y añade con cierto prurito de conservar su prestigio de refranero:

    –Y tocante a lo que dijo aquel segaor, tengo pa mí, que los refranes que creía se me quejaban en el cuerpo son estos respectivos a la siega: “Buen lampojo llena troje y llena ojo”, “Segaor que te agachas ¿cuál es tu senara?” “Ni grano ni paja, que es faramalla”. “Dijo el trigo a la cebá: Dios te dé mala segá”. Porque, pa que usté comprenda, cuando la siembra está mala es cuando hay que segar bajo, y cuando llueve en la siego de la cebá es que el trigo tiene buen tempero pa la granazón […]

    La siega de las leguminosas, como habas, garbanzos y chícharos, la suelen hacer los “mozancos” y las mujeres. El verdadero segador casi se considera humillado con hacer estas faenas, y corre un refrán que es toda una síntesis de la psicología varonil de estos campesinos: “Segaor de grano gordo, pa yerno de otro”

(La siega)

      […]

    Ahora con las luces de la tarde, se contemplaba la campiña toda redonda en el horizonte. Porque se había hecho el cielo más suave y azul y tenía el aire una serenidad cristalina sin las irisaciones y temblores del mediodía.

    La tierra olía a todas las flores que había abierto y caldeado este sol de abril que iba vistiendo de primavera el recio campo extremeño. Y había una menudita flor gualda, con un cerco morado, ante la cual se detenía siempre Amparo preguntando curiosa y vacilante a su marido:

    –¿Es ésta la flor, Turón?

    Turón, el nombre de camarada de la partida de mozos, erguía entonces el busto encorvado sobre la tierra. Sonreía un poco indulgente y acudía a la vera de la mujer adoptando un aire de importancia para aquel menester.

    –Con unas cosas y con otras no vamos a coger ni tres libras de trufas. ¿Pero todavía no conoces la flor? Fíjate: no se confunde con ninguna: la que tiene ese reondal morao, casi negro, en la campanita amarilla. Busca bien, que por aquí hay trufas. Porque casi siempre te salen criaíllas.

    –¿Qué más da? –sonrió Amparo.

    –Eso digo yo: pero la gente prefiere estas criaíllas negras que llaman trufas a las criaíllas blancas, que no son más que criaíllas. Dicen que las trufas son más finas. Yo nunca distinguí el sabor y mira que he comío criaíllas de tierra desde que me salieron los dientes. Lo que sí tienes que ver es que las trufas están más jondas y son más menúas. Las blancas levantan más bulto y cuasi que se ven a flor de tierra.

    Él mismo, haciendo palanca con el cuchillo, lo hincó en la tierra y sacó a la superficie el fruto oculto.

    –¿Lo ves? Blanca. Las negras casi que hay que tener olfato par dar con ellas. Sigue tú aquí a lo que salga, que allí hay un mancho de trufas.

    Ella le sacudió un poco el sombrero manchado de tierra. En silencio y mirándole suavemente a los ojos. Una forma del amor en una limpia mujer campesina. Y el amor que tiene intuiciones hasta en las almas más rudas suscitó en él el orgullo de saberse atendido por la que hacía una semana era ya su mujer.

    –Bueno, que no estamos en ninguna visita pa ver si va uno bien cepillao. ¿Quiés que tenga el sombrero como si fuamos de boa?

    Y era otra forma del amor en Turón el trabajador. Como lo puede expresar un alma varonil acortezada por la reciedumbre del campo. Parco en mimos y hondo en afectos del corazón. Porque para dar un verdadero sentido al diálogo, encorvado de nuevo sobre la tierra, Turón canturreó una copla que pareció colgarse de los flecos azules de la tarde:

    «Bendiga Dios aquel día

    en que yo te conocí,

    y aquella tarde en que a dambos

    nos oyó el cura que sí».

(Trufas baratas)

FUENTES

  • Camacho Macías, A. Antonio Reyes Huertas, en Alminar. Revista de la Institución Pedro de Valencia
  • Isidoro Rebolledo, Inés. Prólogo a Estampas campesinas extremeñas. Campanario, FCV, 1997

 

 

“Feria en el Catálogo monumental de España. Provincia de Badajoz”, por José Ramón Mélida

A principios del siglo XX se diseñó un ambicioso proyecto cultural: el Catálogo Monumental de España. Con él se pretendía inventariar y describir el patrimonio histórico-artístico y arqueológico de cada una de las provincias españolas con objeto de su publicación.

El Catálogo Monumental de España tuvo su origen en el Real Decreto de 1 de junio de 1900, que ordenaba la catalogación completa y ordenada de las riquezas históricas o artísticas de la nación. Por primera vez se comenzaba una recogida exhaustiva de información sobre los bienes culturales, con la fotografía como instrumento de documentación gráfica.

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MÉLIDA, José Ramón
Catálogo Monumental de España. Provincia de Badajoz : (1907-1910) / José Ramón Mélida
 Madrid : Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, [1925-1926]
    3 v. : il. ; 26 cm
   1-2. Texto -- 3. Láminas

Sin embargo, este ambicioso proyecto quedó inconcluso. Fueron iniciados los trabajos de catalogación de cuarenta y siete provincias y concluidos, entre 1900 y 1961, los de treinta y nueve, pero tan sólo los de diecisiete fueron publicados.

Ahora, gracias a una labor conjunta del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto de Patrimonio Cultural de España, los catálogos han sido restaurados y, con la ayuda de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, su contenido ha podido ser digitalizado y puede ser consultado en su integridad en Internet, en el siguiente enlace:

Catálogo Monumental de España (1900-1961)

Entre los catálogos que sí se publicaron se encuentran los de las dos provincias extremeñas: Badajoz y Cáceres, ambos realizados por José Ramón Mélida Alinari.

Mélida realizó el Catálogo Monumental de Badajoz entre los años 1907 y 1910. Le dedicó cinco volúmenes: dos de texto y tres de ilustraciones.

El arqueólogo madrileño debió de recorrer minuciosamente cada rincón de la provincia en el que detectó la presencia de evidencias monumentales que incluían edificios enteros, ruinas, yacimientos o inscripciones epigráficas aisladas. Se valió de la ayuda de los lugareños y estudiosos locales, así como de la tradición oral para acceder a aquellos parajes con interés histórico-arqueológico.

Este catálogo, tal como lo redactó Mélida, una vez restaurado y digitalizado, puede consultarse íntegramente en Internet a través de la imagen o del enlace siguientes: 

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 Catálogo Monumental y Artístico de la Provincia de Badajoz [Manuscrito]

En 1924, tres lustros más tarde de haber sido elaborado por Mélida, el catálogo de la provincia de Badajoz fue publicado por el Ministerio de Instrucción y Bellas Artes en tres volúmenes: dos de texto y uno de ilustraciones.

En el prefacio del tomo I de texto se expresa: «El autor ha tenido en cuenta las historias locales, al examinar sus testimonios retrospectivos; ha tenido también presentes las monografías y estudios anteriores de ciertos monumentos; y atento a que este Catálogo sea tan copioso como se desea ha procurado dar noticia, detallada cuanto le ha sido posible, de lo que ha logrado ver y conocer en sus excursiones y estancias en las varias regiones de la provincia, sin olvidar ni un momento que su misión es solamente de aportar y ordenar elementos sueltos, útiles a los investigadores que en todo o en parte se propongan trabajos generales o particulares de más empeño».

Alcázar de los Duques de Feria (Zafra)

Alcázar de los Duques de Feria (Zafra)

Mélida es también autor de parte de las fotografías que lo ilustran e incluye otras de diversa mano. En el prólogo de esta edición da buena cuenta de la importancia que concedía a la fotografía y de su dedicación a la misma: «Este volumen de láminas, indispensable complemento de los dos de texto, constituye por sí un catálogo gráfico escogido […] Al efecto reprodúcense aquí los monumentos más importantes o curiosos, los más o menos conocidos y muchos inéditos, habiéndose utilizado para ello en la mayoría de los casos las fotografías hechas por el autor, las que le facilitaron otros aficionados y varias que adquirió de profesionales, más algunos dibujos. Para la formación de tan numeroso conjunto gráfico no se reparó en que por dificultades para tomar el punto de vista conveniente, por falta de luz en los interiores y por otras causas, haya resultado alguna que otra fotografía con deficiencias que justificarán las que puedan notarse en ciertas láminas, pues lo esencial era llenar las exigencias de la obra».

Este catálogo puede consultarse también íntegramente en Internet a través de la imagen o del enlace siguientes en la Biblioteca Digital Hispánica:

Catálogo monumental de España. Provincia de Badajoz (1907 1910)

FERIA EN EL CATALOGO MONUMENTAL DE BADAJOZ.

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             Vistas del Castillo de Feria. Mélida

Como ya señalamos anteriormente, el Catálogo Monumental de Badajoz fue publicado, en 1924, en tres volúmenes: dos de texto y uno de láminas. Para su confección, José Ramón Mélida recorrió entre 1907 y 1910 cada rincón de la provincia en el que detectó la presencia de evidencias monumentales. El arqueólogo madrileño pasaría por la villa de Feria en algún momento entre 1907 y 1910. En su Catálogo aparecen dos monumentos de la localidad pacense, descritos y fotografiados, y varios objetos más, solamente descritos. Como señalamos en el punto anterior, este Catálogo, tanto en su versión manuscrita como impresa, puede ser consultado íntegramente en Internet.

VASO IBÉRICO

En el tomo I de texto, dentro del apartado Productos industriales ibéricos de la edad de hierro, incluido en el capítulo titulado Tiempos prerromanos, nos describe un vaso de cerámica ibérico, que se conserva en el Museo Arqueológico de Badajoz, en los siguientes términos:

     Vaso ibérico, de barro, falto de su cuello y con arranque de asas. Es de forma oblonda y de suelo plano. Altura, 0,135 metros. Procede de la dehesa El Álamo, sita entre Feria y Zafra.

Donación de don Francisco Sierra.

Pero es en el tomo II de texto donde podemos encontrar la mayor parte de la información recogida en el Catálogo, sobre la villa de Feria.

LÁPIDA ROMANA

En el capítulo III, titulado Épocas romano-cristiana y visigoda, bajo el epígrafe de Feria, nos da noticia de un fragmento de lápida de mármol, perteneciente a la colección del Marqués de Monsalud, hoy desaparecida:

      Fragmento de lápida de mármol blanco, de 0,18 metros de largo por 0,10 de ancho.

Colección del señor Marqués de Monsalud, en Almendralejo, que lo publica en el Boletín de la Real Academia de la Historia, (t. XLIII, 1903, pág. 248), diciendo:

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«Floren]tia [requiev]it en pace [sub die….. f]ebruarias era d….. [paz t]ecum.

Florencia descansó en paz el día….. de febrero de la era quinientas….. La paz del Señor sea contigo.

Hallada en la dehesa de Los Álamos de dicho término».

En el capítulo V. Épocas de la Reconquista y Moderna, bajo el título de Feria, nos describe el Castillo de Feria y la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, además de varios objetos litúrgicos que se guardan en dicha iglesia:

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     Ganó esta plaza a los moros en 1241 el Maestre de Santiago D. Pedro Gómez Mengo.

El rey Enrique IV de Castilla dio en feudo el lugar de Feria a don Lorenzo Suárez de Figueroa, con el título de Conde, para premiarle sus servicios. Felipe II hizo merced de la villa, con título de Duque a su quinto Conde don Gómez Suárez de Figueroa. Después pasó este señorío al Duque de Medinaceli.

El recuerdo señorial que Feria conserva es su castillo.

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 Castillo de Feria. Mélida

      Castillo. Dominando la villa por N.O. se levanta y extiende de N. a S. sobre una colina, en la que los peñascos forman defensa natural. Su planta poligonal irregular, por exigencias topográficas, tiende a formar un rectángulo. Constaba de dos recintos; a lo menos hay restos del primero, cortinas y un cubo por S.O. Lo que se conserva mejor es el segundo recinto en cuyo centro se eleva la mole cuadrada, altísima e imponente de la torre del homenaje, que por estar unida a dos cuerpos de fortificación que formando línea de E. a O. terminan en torres redonda la primera u oriental y cuadrada la segunda u occidental, dividen dicho recinto en dos, uno septentrional y otro meridional. Cortinas de 2,50 metros de espesor y torres cuadradas y cubos constituyen las líneas de defensa exterior. Mide el recinto, sin contar las torres salientes, 136 metros de longitud y 51 de altitud. Toda la fábrica es de mampostería. Cerca del ángulo de N.O. hay un aljibe cubierto con bóveda de ladrillo. La parte principal y mejor de la fortaleza es la gran torre de que se ha hecho mérito, casi cuadrada, pues sus ángulos están robados en arco de círculo y mide 0,20 metros de longitud, 17,40 de latitud y 40,00 de altura. Sus ventanas acusan cuatro pisos, no accesibles hoy por el estado de ruina en que se halla la fortaleza; pero debe haber en el interior interesantes cámaras que servirán para dar una idea de la vida señorial. Entre las ventanas que dan al oriente las hay góticas, bien características. Conserva en parte esta torre su almenaje. La fisonomía de este castillo parece ajustarse a la arquitectura del siglo XV, y debió construirlo el citado primer Conde de Feria, don Lorenzo Suárez de Figueroa, de quien hemos de citar otros recuerdos monumentales, especialmente al hablar de Zafra.

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                     Torre del homenaje. Mélida

IGLESIA PARROQUIAL

     Iglesia parroquial de San Bartolomé. Se compone de una nave y capilla mayor de menos altura, con ábside de tres lados; la nave cubierta con dos tramos de bóveda de crucería que forman cada una una estrella y una cruz entrecruzadas y el ábside, con bóveda también de crucería, en figura de estrella.

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 Portada de la Iglesia Parroquial de San Bartolomé. Mélida

La torre es un cuerpo cuadrado, adosado a la nave por su extremo opuesto al ábside. Debe datar esta iglesia ojival de fines del siglo XV o principios del XVI. Sus portadas corresponden al mismo estilo, y la mejor, que es la del lado de la Epístola, es de piedra de sillería, entre dos o pináculos florenzados se ve la puerta de arco rebajado por cuyas arquivoltas corre una faja de adorno en relieve, compuesto de un tallo con hojas y grandes flores, entre las que se ven figuras de centauros con flechas y lanzas, leones, dragones, aves fantásticas y en la clave, de busto, la imagen de San Bartolomé (?), correspondiendo cada motivo a un sillar o dovela. Encima, dentro de una hornacina en arco conopial florenzado y con un grumo por remate está la imagen de San Bartolomé, vestido tan sólo de una piel de león, en pie y hollando con los pies a la serpiente y amenazándola con la espada de fuego que esgrime en la diestra.

En la capilla de San Bartolomé, situada en el lado del Evangelio, hay otra efigie del titular, de talla policromada, del siglo XVII.

De igual época es el púlpito, de hierro, con adorno de roleos.

Los retablos son de estilo barroco, el mayor de dos cuerpos, y dorados.

En el ábside de lado de la Epístola hay el siguiente epitafio:

Sepulcro sin recortar

Se guardan en esta iglesia las joyas siguientes:

COPÓN

     Copón, de plata dorada y repujada. El pie adornado con las figuras simbólicas de Pelícano, Águila, Cordero y León, alternadas con querubines, y la copa de igual modo, en medallones con los emblema de tres cruces, dos azotes o flageladores, tres dados, tres clavos, espigas y racimos de uvas. De igual modo en la tapa aparecen símbolos de la Pasión: lanza y caña, escalera, corona de espinas, el gallo, alternados estos motivos con racimos de uvas y haces de espigas, y por remate lleva la cruz sobre el dragón. Siglo XVII, estilo barroco.

CÁLIZ

     Cáliz, de plata oxidada y dorada. La copa y el nudo adornados con querubines; el pie con la espada de San Pablo y flores de la pureza. Es de estilo barroco, pero de fines del siglo XVIII.

CUSTODIA

    Custodia, de plata dorada, con figuras de ángeles, adorantes, en el pie y querubines; en torno del viril rayos rectos y flameantes alternados. Altura, 0,65 metros.

CASULLA

    Casulla bordada en seda blanca con oro o pedrería; barroca.

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA ALINARI (Madrid, 1856 – Madrid, 1933)

Melida.htm.jpgComo otros catalogadores, estudió en la Escuela Superior de Diplomática. Pasó casi toda su vida trabajando en el Museo Arqueológico Nacional, en el que entró en 1881 como aspirante sin sueldo en la Sección de Prehistoria y Edad Antigua. Poco después, ingresó por concurso de méritos en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, pasando a ser jefe de sección en el mismo Museo en 1884. Después de quince años como director del Museo de Reproducciones Artísticas (1901-1916), volvió al Arqueológico como director. Fue asimismo catedrático de Arqueología en la Universidad Central desde 1912 hasta su jubilación en 1916.

Su actividad en el trabajo de campo como arqueólogo fue muy activa. Se trasladaba a las excavaciones siempre que su trabajo en el Museo no se lo impedía, siendo las más importantes, entre las que dirigió, las de Numancia y Mérida, donde descubrió el teatro e impulsó su reconstrucción. Son numerosísimos los actos profesionales en los que participó, algunos de ellos con obligaciones de organización o como presidente: congresos de arqueología, exposiciones, conferencias, etc. Fue uno de los arqueólogos más importantes de los últimos años del siglo XIX y primera mitad del XX, reconocido internacionalmente y pionero en muchas cosas, como también lo fue Cabré Aguiló. Académico de la Real Academia de San Fernando (1899), de la de Historia (1906) –en la que ocupó el cargo de anticuario perpetuo–, San Carlos de Valencia, Buenas Letras de Barcelona y correspondiente de otras extranjeras. Le encargaron los Catálogos de las provincias de Tarragona (1907) –que no pudo hacer por motivos de salud–, de Badajoz (1907) y Cáceres (1914).

FUENTES

 

“Cuentos y estampas campesinas extremeñas”, de Antonio Reyes Huertas

«Me lo ha lavado,
me lo ha tendido,
y en el romero verde
ha florecido…»

En el año 2008, la Diputación de Badajoz publicó el libro titulado Cuentos y estampas campesinas extremeñas, una selección de narraciones cortas del autor extremeño Antonio Reyes Huertas, con edición literaria de Manuel Simón Viola.

Además de novelas y de poesías, el escritor de Campanario compuso multitud de narraciones cortas: cuentos, leyendas y estampas campesinas, que fue publicando en diferentes revistas y periódicos de la época. En opinión de numerosos críticos, es en este tipo de composiciones breves donde Reyes Huertas consigue sus mejores logros como escritor.

Cuentos y estampas campesinas extremeñas recoge, en el apartado de cuentos, una serie de narraciones cortas que Reyes Huertas publicó bajo la denominación de cuentos, romances y leyendas. Destacan los cuentos sobre lobos, escritos a partir de las historias que oyó contar a los pastores extremeños.

Además de por su mayor extensión, los cuentos se diferencian de las estampas, según expresa Manuel Simón Viola en la introducción del libro, en que en ellos «existe una progresión dramática que avanza hacia un desenlace, a la vez que el protagonista sufre una transformación perceptible».

El volumen también incluye una cuidada selección de estampas campesinas, su faceta literaria más fructífera, de las que escribió alrededor de unas tres mil. Según el propio autor, la «estampa» es «actualidad periodística escenificada en los medios campesinos». En ellas cobran vida multitud de personajes del medio rural que conoció Reyes Huertas, principalmente de la comarca extremeña de La Serena.

En palabras de Manuel Simón Viola, «las «Estampas campesinas» que Reyes Huertas fue publicando por centenares en diarios y revistas de toda España, son auténticos cuadros de costumbres rurales en que se dibuja un paisaje, un rincón de aldea, un tipo humano peculiares de nuestra región. El hombre de campo –de ahí campesinas”–, mejor que el habitante de ciudad, guarda las más genuinas esencias regionales, lo mejor de la tradición cultural extremeña de la que es profundo conocedor. Al igual que en las novelas, se «pinta» en las Estampas una Extremadura idealizada con un punto de nostalgia por la perdida de las viejas tradiciones ante el avance del progreso».

      «De pronto, el viejo Antón levantó al aire, ufano, uno de los frutos y me lo mostró engreído:

    –El mejor melón de la estrella. Está en su punto. Pruébelo usté y dígame si ha catao en su vida cosa tan rica como esta.

    Diciendo y haciendo, rajó con su navaja el melón. Goteaba un néctar concentrado que inundó como de aromas maduros todo el cuadro del melonar. Y me ofreció en la punta de la navaja un trozo de pulpa blanca como témpano de nieve espolvoreada de azúcar. Decía verdad el viejo Antón, porque esta pulpa fulgente, llena de zumo, dijérase que era un licor de miel que adentraba el sabor de la madrugada.»

Como ocurre en sus novelas, en estas narraciones recogidas en Cuentos y estampas campesinas extremeñas, el autor de Campanario nos acerca al modo de vida, y a los usos y costumbres de los campesinos extremeños de las primeras décadas del pasado siglo. También, en algunos de estos textos, Reyes Huertas introduce la variante del extremeño utilizada por el pueblo llano en sus conversaciones.

Estamos ante un buen libro, escrito con una excelente prosa, y que hará las delicias del lector. Muy recomendable

SINOPSIS

Como ocurre con sus novelas, los cuentos y estampas de Antonio Reyes Huertas (Campanario, 1887, se sitúan en el territorio del costumbrismo, corriente literaria que se mueve en los niveles superficiales o profundos del folklore, atraída por modos de vida en lo que estos tienen de gregario, persistente y local. Tanto los primeros, que contienen tramas narrativas abocadas hacia un desenlace, como las segundas, en que los personajes se convierten en “tipos” y los espacios en “cuadros”, nos dan la imagen de una Extremadura campesina como un mundo reglado en peligro de desaparición ante el avance del progreso urbano. Junto a la denuncia de los graves problema de este entorno (seres desvalidos víctimas de la crueldad aldeana y del abandono institucional), sobresale la acusada predilección “intrahistórica” del autor por los humildes oficios de supervivencia: vendedores ambulantes, chalanes, molineros, pastores, loberos, segadores, espigadoras.

ANTONIO REYES HUERTAS

Antonio-Reyes-HuertasPoeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DEL LIBRO

    Refrán de marzo, porque la tarde era toda nubes y aire y el campo no olía más que con ese aroma triste de las ruedas silvestres que habían despuntado las cabras. A veces la ropa tendida ondeaba sonora y húmeda con el ruido de un cuero sacudido. Y hasta el cantar del agua era un rumor sombrío, misterioso y persistente, como una pena del alma.
   Con el cabello alborotado, las ropas mojadas y con los ojos llenos de viento, la moza temblaba restregando, al lavar, los dedos en el batidero de granito. No sonaban compañeros más que los soplidos del viento y los cristales que iba rompiendo la corriente en las piedras, porque la copla humana, caliente y varonil del gañan que araba cerca, parecía insensible a la soledad de la moza y, cuando llegaba, decía sólo nombres y afanes extraños…
   Alguna vez ella levantaba la cabeza y miraba el paso de la yunta y la estampa del gañán. Era éste alto y garrido, y cuando restallaba el látigo y apretaba la mancera, venía un crujir más amplio de la tierra, como si ésta se hiciese blanda y voluntariosa. Pero en los labios del mozo la música no rimó una sola vez el nombre de Teresa, nombre que aquella tarde le pareció a la moza una palabra desabrida que decía sólo pobreza y voluntad.
   Recogió la ropa, ya casi entre dos luces, mientras él, desde lejos, desuncía la yunta y desarmaba el arado. Y ya en el camino, cuando la moza tiritaba bajo su desamparo, el gañán la alcanzó y dijo envolviéndola toda con la sonrisa y la voz:
   –¿Quieres que te lleve la canasta?
Apeose de la mula y él mismo, ante la resistencia de Teresa, alcanzó la canasta y la fue sujetando en la cruz de la mula. Aún sonaba el y cantaban los cebolleros cerca de los charcos con una armonía lejana y melancólica, pero la charla animosa y chancera del galán repetía dulce el nombre de Teresa y ella se imaginó que ya tenía esta palabra un significado lleno de miel y de compañía […]
   Y al despedirse, cuando ya en la entrada del pueblo, el mismo, con un mimo acicalado, volvió a colocar la canasta en la cabeza de Teresa, preguntó sonriente y ufano:
   –¿Conque la derecha esta noche?
   –Bueno…, está bien…
   Montó él de nuevo en la mula y como un piropo sonó calle adelante el cantar galano que no llegó a brotar antes en toda la tarde:
«Me lo ha lavado,
me lo ha tendido,
y en el romero verde
ha florecido…»
   Y Teresa, oyéndolo, completó mentalmente la primera estrofa de aquella música, que decía la dulce curiosidad que tienen las mozas del arroyo claro por saber quién lava el pañuelo de los mozos que cantan.

(La promesa)
       […]

 

   «El tío Joaquín miró atentamente al «Aguilucho» y añadió:
   –Esto contaba en sus tiempos el tío Milaro, que lo oyó contar a su vez a otro mayoral con quien él estuvo. Por eso cuando oigo decir que alguien es hijo de mala madre me acuerdo de este relato de la madre loba. La loba jambrienta, cruel, dañina, de perversos instintos, que nota que le roban al hijo y pa rescatarlo ella misma respeta el hijo ajeno, que es la presa que ha robao… Y por madre se hace generosa y mansa…
   Se interrumpió porque de nuevo sonaban agitadas las campanillas del rebaño y balaban los corderos como desmadrados. El «Aguilucho» se levantó.
   –Estate quieto tú –dijo a Gabrielo–. Voy yo a ver… Seguramente se han corrío toas al poniente y ha caío una estaca con esta ventolera.
   –Es mi turno –reclamó para sí como un deber de hombría Gabrielo.
   Y el tío Joaquín sonrió entonces como un patriarca.
   –Déjalo esta vez… Es el perdón que te pide por lo que dijo. ¿Por qué? ¿Va a ser él menos que una loba? Si una loba se hace güena por madre, ¿qué va a hacer un hijo de madre humana que comprende ya lo que es una madre sino llamar a cualquier hijo hermano y pedirle perdón como sepa? Has estado hecho un hijo, «Aguilucho».
    Y al decir esto pareció llenarse de corazón toda la majada.
(La leyenda de la madre loba)
    […]

 

   Alrededor de los olivos se va amontonando en un ancho cinturón oscuro el fruto desprendido del ordeño. Huele este fruto a ese aceite virgen que no se puede denominar más que con su propia palabra de óleo. Y huelen también jaramagos aguanosos removidos con el ir y venir de los aceituneros. Y otras hiervas innominadas, sacudidas por el picoteo del apaño.
   Las manos se engarrotan de frío. Se pega a ellas el barro de los surcos, porque hay que buscar las aceitunas soterradas en los pliegues de la arcilla penetrada de hilillos de agua. Y estos dedos, helados apenas pueden liar los cigarros con que se entretiene y engaña la áspera caricia de la mañana invernal.
   –¡Ah, qué bien nos vendría un ratito en la lumbre!
   –¿Sí? Pues a ello. Cinco minutos para secar las manos al fuego hasta que se pueda con ellas hacer cómodamente «el huevo».
   Los aceituneros se miran unos a otros como dudando de esta felicidad que parece una tentación. Tan acostumbrados están a que nadie repare en ellos, que el bien de la compasión les parece hasta inverosímil.
   –Que sí, hombre, que es de verdad. A calentarse un rato. Hasta por egoísmo, si vosotros queréis, porque trabajando a tiritones se adelanta menos que trabajando a gusto. 
(Mañana de diciembre)

FUENTES

  • Camacho Macías, A. Antonio Reyes Huertas, en Alminar. Revista de la Institución Pedro de Valencia
  • Viola, M.S. Introducción a Cuentos y estampas campesinas extremeñas. Badajoz, DPDB, 2008
  • Viola, M.S. Medio siglo de Literatura en Extremadura: 1900-1950. Badajoz, DPDB, 1994

 

“La sangre de la raza”, de Antonio Reyes Huertas

«Tengo mi corazón lleno de aldea,
lleno de sol, de cielos y de campos
y de ansias de un vivir noble y sencillo».

La sangre de la raza es una novela del escritor extremeño Antonio Reyes Huertas. La obra fue compuesta por el escritor de Campanario, a lo largo de los meses de octubre a noviembre de 1918, en Campos de Ortiga, finca cercana a la localidad de Campanario, y se publicó por primera vez en 1919. La novela, considerada la mejor de su autor, tuvo una enorme acogida por parte del público, a pesar del silencio de la crítica. La primera edición de la obra se agotó rápidamente, siendo reeditada en numerosas ocasiones.

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La novela nos narra la historia del joven César Medina, afincado en Madrid, que se ve obligado a trasladarse a la comarca extremeña de La Serena para hacerse cargo de la finca familiar que posee en Torrealba. Allí conocerá a Dolores, hija de una rica familia local, de la que se enamora.

Sin embargo, la auténtica protagonista de la historia es Extremadura, la tierra del escritor de Campanario, por la que éste siente un profundo amor. Lo que verdaderamente trata de mostrarnos Reyes Huertas en su novela es la dureza y la belleza del campo extremeño, y el modo de vida y las costumbres de las gentes de esta tierra a principios del pasado siglo.

El considerado mejor escritor costumbrista de Extremadura demuestra un profundo conocimiento de la cultura rural, del folclore, de las costumbres, y del habla popular de esta tierra. Como señala Viola Morato en la introducción de la obra, en los diálogos de la novela,aparecen dos variantes idiomáticas: un castellano sin incorrecciones, en que se expresan los protagonistas y las fuerzas vivas del pueblo, y el extremeño que utiliza el pueblo llano en deliciosas conversaciones de regusto castizo.

    «Frasco cortó de repente el hilo de su conversación y detuvo el mulo, reparando en unas voces. Un mocetón araba a un lado del camino, algo distante, y con rotundos vocablos arreaba a la yunta que se atollaba.

    –¡Pon la telera mas somía» -grito Frasco- y no las jostigues! ¡Asina! ¿Ves como pa tóo hayle que tener maña?

     Luego Frasco, arreando al macho, se agregó a Medina:

   –Es mu pinturero, -sabe usté? Bastián, el rondaor de la mi hija. Como la yunta es nueva, pos tiene sangre y lo que hace es entrar el arao más de lo debío.

    –¿Y por eso blasfema?

    –A la inorancia, senorito. Es güen muchacho. A los probes no hay que tomarnos en cuenta esos dicharachos. Se dicen sin intención, y Dios no hace caso de eso.» 

Por todo ello, La sangre de la raza constituye un documento de un extraordinario valor para el conocimiento de las tradiciones, de los modos de vidas, y de los usos y costumbres de los campesinos extremeños en las primeras décadas del pasado siglo.

Pecellín Lancharro, en su conocida obra Literatura en Extremadura, expresa que «el estilo de Reyes Huertas, muy cuidado, de gran riqueza léxica, lleno de emotividad y lirismo, ha sido elogiado con razón. Sus descripciones del campo extremeño resultan muy atrayentes. Lingüísticamente, esta obra, como otras muchas del mismo novelista, es de extraordinario valor. No solamente porque sus personajes más populares utilizan el habla extremeña, sino porque el mismo narrador emplea múltiples términos y giros de nuestro decir popular. Pero no acaba aquí el interés de La Sangre de la raza. Reyes Huertas es una mina para el estudio antropológico del hombre extremeño. Recoge y describe con toda meticulosidad múltiples manifestaciones folclóricas de nuestra tierra: el gerinaldo, la fiesta de la matanza, las corridas de gallo, el petitorio, la encamisá, la candelaria, el juego de la calva, amén de los más relevantes platos extremeños (la caldereta, las migas, el cochifrito, el gazpacho…), cuyas reglas y gastronomías se nos ofrecen, llenan su obra».

En fin… Una buena novela, con pasajes magníficos, y con algunos diálogos en extremeño verdaderamente geniales. Y que, además, podemos leer a partir del siguiente enlace:

Acceso a la edición digital de la novela en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

SINOPSIS

¿Quién hizo el lenguaje castellano 
fresco y claro raudal que corre y brilla
como el agua en el surco del verano?
Con un nombre y un título se traza
Quien supo conseguir tal maravilla:
Reyes Huertas… La sangre de la raza”
              Manuel Monterrey en Medallones Extremeños

Cesar Medina, joven huérfano, lleva en Madrid una vida frívola y disoluta. Sin parientes cercanos -su padre se suicida en el casino de

Montecarlo dejando grandes deudas- y con dificultades económicas regresa a Extremadura de donde es originario, a La Concha pequeña aldea próximo a Torrealta, para ponerse al frente de la última finca familiar: La Millona.

Ignorante de las labores del campo, por el que siente un cierto despego, debe enfrentarse a deudas contraídas en la capital y con su propio administrador fraudulento. Observa con distanciamiento despectivo y amargo las costumbres campesinas: la caza, la matanza, la cocina regional, las fiestas populares; conoce en Torrealta a Dolores, hija, como él de grandes terratenientes, pero lleva una vida retraída en el campo.

Mira a los criados alternativamente con simpatía y aprensión por su comportamiento ingrato y desleal -con excepción del fiel Frasco-. Convencido por él, hace una vida mas social -celebra monterías, participa en fiestas populares-. Enamorado de Dolores sufre ahora sus desvíos; pero el amor lo transforma: Ie une a la tierra y a los campesinos por los que empieza a interesarse personalmente -subiendo sueldos, dotando a sus hijos, compartiendo sus celebraciones-. Ayudado por el boticario y su esposa consigue congraciarse con Dolores. Ambos están profundamente enamorados y acabarán contrayendo matrimonio, convirtiéndose en modelos de propietarios rurales.

El otro hilo argumental -las tensiones sociales en la región- también tendrá un final feliz; impugnadas las elecciones en el distrito, han de repetirse:todo depende del resultado en Torrealta. Fernando, candidato conservador hermano de Dolores, es elegido diputado con la ayuda de los criados de Cesar que, por gratitud hacia su «nuevo» amo, han acudido a votarle.

Tanto si la referencia es la producción narrativa completa de Reyes Huertas como si lo es la de otros narradores coetáneos al novelista extremeño. La Sangre de la raza sobresale por la amplia acogida de publico, muy superior a la concedida a escritores de primera fila del mismo periodo, y por la pervivencia de esta aceptación a través de momentos históricos muy diversos. Heredero de fórmulas narrativas decimonónicas, el novelista nos deja un valioso testimonio de su propio tiempo enriquecido por el pintoresquismo de las escenas, la presencia coral del pueblo y sus antiguos ritos cíclicos cargados de autenticidad y belleza, en un mundo rural cargado asimismo de dramáticas contradicciones ante las cuales el escritor opta, con frecuencia, por la nostalgia del pasado frente a un futuro que intuye cargado de amenazas.

ANTONIO REYES HUERTAS

Poeta y novelista extremeño. Nace en Campanario el 7 de noviembre de 1887.

Cursa estudios durante nueve años en el Seminario Diocesano de Badajoz (Humanidades, Filosofía y Teología). Al dejar el Centro, con buen expediente académico, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, que abandona definitivamente sin alcanzar la licenciatura. Ejerce de educador en el Colegio de Santa Ana, de Mérida; en 1909, con apenas veinte años, funda la revista «Extremadura Cristiana»; en Cáceres dirige la que lleva por título «Acción Social», y en Badajoz que comienza colaborando en el «Noticiero Extremeño», sucede en la dirección a don José López Prudencio. Colabora en «Archivo Extremeño» y dirige la «Biblioteca de Autores Extremeños». En 1916, en Málaga, asume la dirección del periódico «La Defensa», y en 1920 se establece en Campanario, su pueblo de origen, como secretario del Juzgado Municipal. De nuevo en Cáceres, dirige el diario «Extremadura», y durante un año la corresponsalía del periódico HOY de Badajoz en aquella capital. Después de la guerra de 1936 colabora en la Historia de la Cruzada, en La Gaceta del Norte, en La Estafeta Literaria y siempre en el periódico HOY de Badajoz. Muere en su finca «Campos de Ortiga», cercana a Campanario, el 10 de agosto de 1952.
Nos legó Reyes Huertas una abundante producción literaria: a los catorce años había publicado su primer libro, Ratos de ocio (Badajoz, Uceda Hermanos, 1901). Le sigue un segundo que intituló Tristeza (Badajoz, Uceda Hermanos, 1908). En colaboración con el también poeta de Badajoz Manuel Monterrey (1887-1963) produce un nuevo libro, La nostalgia de los dos. Se decide por fin a dar a conocer sus novelas:

Los humildes senderos, Lo que está en el corazón, y una de sus obras maestras: La sangre de la raza (1920), de la que se dijo que es «modelo de inventiva de estilos, de españolismo y estudio exactísimo de las costumbres de la noble y simpática región extremeña» (Bermúdez Plata); por ella comenzó a ser considerado, junto a Felipe Trigo, el padre de la novela regional extremeña. Sigue ya una larga lista de títulos (La ciénaga, Blasón de almas, Aguas de turbión, Fuente Serena, La Colorida, La canción de la aldea, Luces de cristal, La llama colorada, Lo que la arena grabó, Viento en las campanas), que culminan en Mirta, la mejor de su época de madurez y plenitud, que reprodujo en versión dramática de la que siempre estuvo muy satisfecho y orgulloso. Como intermedios fueron apareciendo las Estampas campesinas, con su variopinta galería de personajes (desde el gobernador al zapatero, camarero, hidalgos, yunteros, sacerdotes, pastores, boticarios, alcaides, mochileros, secretarios, curanderos, cantantes, aceituneros, molineros, merchanes, médicos, loberos, taladores, campaneros, guardias, zagales, timadores, vaqueros, mayorales» en relación de Antonio Basante Reyes), nos brindan las mejores radioscopias de los pueblos y aldeas, del campo y la ciudad de Extremadura, en sus esencias y entornos. Con justicia le granjean la fama de cantor de nuestros campos en prosa lírica, con que ha pasado a la posteridad.
Es esa la nota dominante en Reyes Huertas: la de su extremeñismo total, sin que por ello se caiga en el equívoco de que tales valores relativos le sustraigan al mensaje universal que subyace en todas sus obras.

Cuando se publica La sangre de la raza, se topa con un despectivo silencio de los sectores culteranos que repudian entonces los tintes pintorescos de la literatura localista, pero tal silencio se vio compensado con el indiscutible éxito en los ambientes populares; éxito que se ha querido explicar tanto como secuela de la trama sencilla y asequible del relato, como de la encarnación de sus personajes en el terruño por el que tanto amor siente y transfunde el autor, sin soslayar los dictados moralizantes tan del gusto tradicional en las estructuras de ese tiempo. Hay que añadir la importancia lingüística de su léxico: no se olvide que Reyes Huertas tuvo propósitos fallidos de publicar un Vocabulario extremeño; el recurso constante a las tradiciones y el folklore; a la exaltación y exultación por cuanto viene a valorizar y vigorizar el esquema social que tan acertadamente nos presenta y defiende y al que por entero se debe.
De todo resultan esos tipos, con nombres corrientes en cualquier aldea, con gráficos motes, que se presentan como la más exacta encarnación antropológica de sus modelos vivientes. Se pueden estudiar en las narraciones de Reyes Huertas con la misma inmediatez que en la vida real, con la ventaja incluso de los matices que él sabe captar y descubrirnos; más que creaciones suyas personales son calcos de esos tipos simpáticos, a la vez alegres y dolientes, que el autor se topa, cargados con sus propias vidas, haciéndonos sentir en profundidad el calor de sus problemas o la placidez de sus conformidades en base a su recia filosofía cazurra, aprendida en el tajo, al calorcillo del fuego hogareño o en las conversaciones del corro o la tabernilla; con afirmaciones que bien pudieran figurar en las páginas de un florilegio.

Especialmente las Estampas campesinas sobresalen al ofrecernos así sus personajes. Lo decía el mismo Reyes Huertas: «En mis novelas el paisaje está subordinado a la acción En mis estampas campesinas es la acción la que está subordinada al paisaje.» A esos personajes termina entregándose el lector, porque fueron los que encandilaron al autor.

«Más que las almas tenebrosas y sombrías, me placen las vidas sencillas y transparentes» Todo pudo ser, en explicación de López Prudencio, porque «hay entre las altas dotes de novelista de Reyes Huertas una cosa en que nadie le ha superado.
Es el don de arregazar el alma del lector en el ambiente de los pueblos. Leer una novela de Reyes Huertas es pasar unos días -los que dure la acción- en el pueblo donde ésta se desarrolla, compartiendo sus emociones y viendo, con pena, llegado el momento de abandonar el pueblecito». Pudo ser, en definitiva, porque Antonio Reyes Huertas, hombre de bien, caballero cabal, fue extremeño hasta la, médula, sin otra pretensión al escribir que la de verter al papel las querencias de su tierra, con sus luces y sus sombras, sus dolores y gozos, frustraciones y esperanzas.
      Dr. Aquilino Camacho Macías, C. de la Real Academia de la Historia, en la revista Alminar

OTROS FRAGMENTOS DE LA NOVELA

    Después Medina, no sabiendo qué hacer, se dirigió a una majada. Estaba ésta solitaria, en la paz de la tarde que resbalaba perezosa y solemne, llena de sol. Medina se apeó del caballo y entró en el chozo. Olía éste a torvisco, a helechos, a ese vaho característico de las majadas… Vio dónde dormían los pastores: los poyos de piedra, cubiertos de pieles de carneros, y experimentó la sensación desagradable de esa vida rústica y áspera de aquel chozo ahumado, donde escurriría la lluvia y se colaría el huracán en aquellas noches de invierno, gélidas e inclementes. La misma paz de la majada, el silencio de la tarde y la visión geórgica de las gallinas, picoteando la hierba de la cañada, asperezaban más las ideas de Medina, que no podía estar tranquilo. Era una atonía, una desazón, una roedura interior que le invadía toda el alma, sin acertar a explicarse que es lo que le ocurría en definitiva.
    Mareado de dar vueltas, entró en la casa ya bien cerrada la noche. Había en la cocina estruendo de zambombas y un barullo de canturreos. 
[…]
    –Estamos en lo mas alto, señorito advirtió Frasco–. Denque aquí se domina medio mundo.
    Medina, entonces, avanzó hasta subir a un picacho. Se descubría desde allí un panorama vastísimo, inconmensurable: un cerco de castillos como almenas de una gigantesca muralla: de frente el de Magacela, más allá el de Medellín, del otro lado el de Almorchón, a la espalda el de Puebla de Alcocer, y allá, más lejos, el de Montánchez, asomándose todos a profundas quebraduras y tenebrosos tajos, coronando el amplio cinturón de montes que circundaban la inmensa planicie, y como recreándose en la contemplación de aquella fecunda haza salpicada de pueblos: Villanueva, la Haba, Don Benito, Orellana, Campanario, Coronada, Quintana, Castuera, populosas villas y ricas ciudades y humildes aldeas, campos de salud con abundantes mieses, tupidos encinares, pomposas viñas, dilatadas dehesas, olivares centenarios, frondosos naranjales, la comarca mas fértil, más rica y más laboriosa de la más grande y rica región de la patria.
   Resplandecía el sol animando y vivificándolo todo: las perspectivas de los caminos en el ajetreo mañanero de la vida campesina, las tendidas sábanas de verdura, donde pacían los rebaños, la cinta azulada del Guadiana, con sus anchas tablas, vena caudalosa de aquel paisaje solemne y ubérrimo, y alma suya, inefable y serena.
    iQué grande, que magnífica se despertaba ahora esta alma recóndita del paisaje! Hasta la voz de la campana de La Cancha, corriendo por aquellos campos, ponía un eco de intenso alborozo sobre la vida. A Medina Ie pareció que este eco debían de estar repitiéndolo también las campanas de todos los otros pueblos del llano y que a esta voz intensa y religiosa despertaba ahora toda el alma de nuestra raza, tan fecunda y tan pródiga, que, con derramarse sobre todo el mundo, no llegó a agotarse ni a resentirse.
    ¡Y que grande Ie pareció entonces a Medina Extremadura! Allá lejos, siguiendo las estribaciones de la sierra de Montánchez, alzaba sus hirsutos picos la crestería de las Villuercas, donde adivinó Medina el monasterio de Guadalupe, símbolo de toda esa alma de la raza, centro de una esplendorosa civilización y cuna de nuestra historia en América. En devota peregrinación a este monasterio evocó Medina la figura de aquellos locos aventureros que corrieron como centauros las fabulosas pampas americanas: Hernán Cortés, Pizarro, Núñez de Balboa, Hernando de Soto, Pedro de Valdivia, claros varones extremeños que él se imaginó prosternados en Guadalupe antes de emprender las conquistas de Méjico y del Perú, atravesar los Andes, domeñar las tribus y descubrir los vastos y profundos mares, toda esa maravillosa historia de dos siglos que Extremadura sola hincha, llena y hace resplandecer por el mundo. La vida, la civilización, la nueva savia espiritual de América, inoculada de esta sangre extremeña, fecunda e inexhausta, para que perpetuamente, en ese himno sereno y augusto de la historia de los pueblos, la vieja España oiga a través de los mares el eco balbuciente de otros nuevos pueblos que han recogido de hijos de Extremadura la herencia de su genio y el rico patrimonio de su lengua.
    ¡Extremadura! iQué épica, qué heroica se Ie presentaba entonces a Medina esta región! Sufrida, noble, laboriosa e hidalga, ella parecía ser la mandataria de las otras regiones en las grandes empresas peninsulares. No satisfecha con escribir ella sola la historia del Nuevo Mundo, ella asiste a todas las catástrofes y todas las venturas de la patria y en todas las palpitaciones de esta alma nacional, cada latido lleva un eco de Extremadura. Ella nutría de capitanes los tercios de Flandes, las compañías de Italia, la expediciones de África; y cuando llega aquella convulsión patriótica por la santa y viril independencia, Extremadura se desangraba en Medellín, recobraba su vigor en Talavera, se enardecía en Cantagallos, cantaba triunfal en la Albuera, y ahora en la paz cuando, perdido el emporio colonial, ni la desgracia lograba empañar el sol de nuestra grandeza, mientras la patria descansaba como rendida, vieja, pero no agotada, Extremadura entera reposaba también al sol, mostrando sus entrañas para dar oro de sus mieses y para que en otras regiones innumerables fabricas, en una actividad laboriosa y patriótica, enorgullecieran a España tejiendo las blancas y finísimas guedejas de sus vellones merinos…
    Medina, enardecido por estos pensamientos, no pudo contener su entusiasmo y gritó desde el pico mas alto del monte:
    –¡Viva Espana! ¡Viva Extremadura!

FUENTES

  • Pecellín Lancharro, M. Literatura en Extremadura, II. Badajoz, Universitas, 1981
  • Viola, M.S., Introducción a La sangre de la raza. Badajoz, DPDB, 1995
  • Camacho Macías, A. Antonio Reyes Huertas, en Alminar. Revista de la Institución Pedro de Valencia

Antonio Rodríguez-Moñino y el folclore literario de Extremadura

El insigne bibliógrafo y bibliófilo extremeño Antonio Rodríguez-Moñino sintió una temprana atracción por el folclore literario de Extremadura. Siendo todavía un muchacho de quince años, allá por 1926, empezó a recoger gran cantidad de coplas, canciones, refranes y dichos populares, referidos a los rasgos característicos de los pueblos de Extremadura y de sus habitantes. Fruto de este trabajo, en 1993, se publicó el libro titulado Dictados tópicos de Extremadura: materiales para una colección folclórica, su trabajo más importante y el más extenso hasta ese momento sobre Extremadura, en el que podemos encontrar, como expresa la mención de responsabilidad de la obra, una colección de casi quinientos documentos, «recogidos, ordenados, comentados y concordados por Antonio R. Rodríguez-Moñino».

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En palabras del propio Rodríguez-Moñino, «se entienden por Dictado tópicos unos documentos folclóricos que, afectando cualquier forma literaria, se refieran a nombres de pueblos, apodos colectivos de sus habitantes, características y relaciones entre unos y otros, o simplemente sean referencias calificadas de los mismos.

Ha tenido esta rama del folclore distintas denominaciones, verbigracia, geografía popular, canciones de lugares, toponimia folclórica y dictados tópicos. Nosotros hemos preferido esta última, siguiendo la opinión del maestro don Ramón Menéndez Pidal, quien la cree más acertada que las restantes.»

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Pero el autor de Calzadilla de los Barros no se dio por satisfecho con este libro y, en los años 60, completaría su trabajo de recopilación de estos documentos folclóricos con un segundo proyecto, titulado Diccionario geográfico popular de Extremadura: colección de nombres de pueblos, gentilicios, refranes, cantares, romances, apodos, pasquines, relaciones, dictados tópicos, etc. de las provincias de Cáceres y Badajoz, que se publicó en diferentes números de la Revista de Estudios Extremeños entre 1960 y 1964. En la citada obra se recoge una colección de más de mil documentos. A los recopilados en su libro Dictados tópicos de Extremadura añade los aportados por los folcloristas D. José Ramón y Fernández Oxea y D. Bonifacio Gil en sus trabajos sobre Nuevos dictados tópicos, publicados en la Revista de Estudios Extremeños. Como escribe el propio Rodríguez-Moñino: «En el presente volumen se ha recopilado lo ya impreso en colecciones anteriores, acrecentándose con el resultado de nuestras búsquedas y con la comunicación de personas conocedoras de Extremadura.

Hemos incluido asimismo una gran cantidad de textos extensos (romances, relaciones, etc.) en los cuales se narran hechos relativos a pueblos de la región.»

Este interés de Rodríguez-Moñino por el folclore literario extremeño ha permitido que todos estos materiales hayan podido llegar hasta nosotros, evitándose así la posible perdida de muchos de ellos. Un magnífico trabajo al que podemos acceder fácilmente gracias a las nuevas tecnologías.

Haciendo clic en las imágenes de la portadas de los libros, situadas más arriba, o en los siguientes enlaces podemos acceder al contenido de estos dos valiosos documentos:

            TONÁ DE LA RAMBLA 

  Atención que ya comienza
la tonada de la rambla,
en Almendralejo trigo,
en Villafranca cebada,
en los Santos buenas mozas,
pero están muy lastimadas
de subir aquellas cuestas
a llevar el pan a Zafra,
en Zafra los mercaderes
donde está el oro y la plata,
en Valencia los reondos
membrillos de buena casta,
en Burguillos, campanillos
para dar campanilladas,
en Jerez los Caballeros,
señores de casta y fama,
en Fregenal, barateros
de cuchillos y navajas.
En Bodonal leñadores
de a dos reales la carga,
en Segura madereros
y aserradores de tablas,
en Fuentes el vino tinto
pero le hallo yo una falta,
que lo bautizan los zorros
como a personilla humana.
En Cabeza Vaca jarros
que con tres hacen la carga,
en Cumbres, revendedores
de los peros y castañas
en la Fuente del Maestre
la condición de la cabra,
en Jabugo buen tabaco,
en Galaroza castañas,
en Valverde del Camino
la mejor moza de España,
en Calzadilla chorizos
en la Fuente, buenas casas,
de Olivenza portugueses
y castillos en la Zarza,
en Campanario, candelas
y en Alanje buenas aguas,
pa curar los moradores
que son tontos como en Zafra.
En Don Benito arrieros
son en hechos y en palabras
y en Puebla de Sancho Pérez,
cárceles para cristianas,
que a tos los que iban allí
mataban y acuchillaban.
Mérida del acueducto
donde estuvo Santa Olalla,
pero donde hay buenos músicos
es cerca de Santa Marta,
y las mujeres bonitas
en Mirandilla, Miranda.
En Llera están los palacios
que guerreros los guardaban,
tórtolas y codornices
en el Valle de Santa Ana,
y aquí estoy en Badajoz
el mejor pueblo de España
esperando algunos cuartos
por la tona de la Rambla
que empieza en Almendralejo
y acaba en esta montaña.

LA VILLA DE FERIA EN LAS OBRAS DE RODRÍGUEZ-MOÑINO

Hemos incluido la información sobre la villa de Feria que aparece en el Diccionario geográfico popular de Extremadura, ya que esta obra recoge también la documentación que aparecía en los Dictados tópicos de Extremadura, con muy ligeras variaciones, y la incrementa con nuevos materiales:

FERIA. Provincia de Badajoz. Partido judicial de Zafra

499. La Coscorrita

  Feria está en un monte pedregoso, desde donde se domina una vastísima
extensión del magnífico terreno, al cual alude el número. Comparándolo 
con el pan, llaman a la tierra el miollo (miga),
y al pueblo la coscorrita (corteza) 
  Martínez, Refranes, coplas y dichos locales pág. 118.
  Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 4.

500. Coritos

  Así llaman también de los vizcaínos y montañeses, ignoramos con qué 
fundamento. «¿Será quizás por el suelo montuoso?»
  Martínez, Refranes, coplas y dichos locales pág. 118.
  Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 18.

501

  A mi suegra la llevé
a Feria de Extremaúra
y no la puede vendé
po' causa la mataúra.
  García Plata, Guijos y rebollos, pág. 92.

502

  Camino de Feria va
un hombre de mala facha,
por cierto que es el miguero
y nadie le ponga tacha
que va a Feria por dinero. 
  Miguero es el que prepara las migas y hace los recados en los cortijos y majadas. 
 Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 202.

503

  El castillo de Feria,
como es tan alto,
desde allí se divisa
Fuente de Cantos.

504

  El castillo de Feria
se está cayendo
y entre cuatro coritos
lo están cogiendo.
  Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 241.

505

  El castillo de Feria
se está cayendo
y una cinta encarnada
lo está teniendo.
  Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 240.

506

  El castillo de Feria
y el de los Santos
tienen una porfía:
¿cuál es más alto?

507

  Madrecita, quién tuviera 
la tierra que se divisa
desde el castillo de Feria.
  Rodríguez-Moñino, Dictados tópicos de Extremadura, 325.

508

  ¿Quién me compra una guadaña
de un corito que se ha muerto?
Traigo cachapos y y piedras
y los demás instrumentos.
  Gil, Cancionero popular de Extremadura, pág. 79.  

MÁS MATERIALES FOLCLÓRICOS SOBRE FERIA O SUS HABITANTES.

Presentamos a continuación una representación de dichos y otra serie de documentos de diversa índole referentes a la localidad, a sus lugares, a sus habitantes, etc., que hemos recogido de diversas fuentes, especialmente de la tradición oral.

  ¡Adiós, castillo de Feria,
qué lejos te vas quedando!
La salida ha sido hoy,
la llegada, no sé cuándo.

          ***
  Al entrar en Feria, 
lo primero que se ve
es el escudo de Falange
y la calle El Pozo al revés

     ***
  Al entrar en Feria, 
lo primero que se ve,
las mujeres en la calle
y la casa por barrer.

     ***

  Alturas de Feria, ducado en pie
sobre cabeza de vasallos. 
  Donoso Cortés, Juan

     ***

Torre del homenaje del Castillo de Feria. Dibujo de Arturo Redondo

  Corito y se ahorcó,
su cuenta le traería.
    Frase con la que los pueblos comarcanos apostillan al referirse a la forma
de ser del corito de Feria, resume todo un compendio de su remoto carácter 
y pone de manifiesto su condición serrana con que siempre estuvo marcado.
  Muñoz Gil, La villa de Feria, Tomo I, pág. 378

     ***

  El salón de la Capota
es el salón de la muerte;
el que baja las tres gradas,
no sale hasta el día siguiente.

     ***

          EMPORIVM vulgo Feria
  Aggredere o magnos aderit iam tempus honores
Emporium caput, et magnum Ducis incrementum
Tu decus omne tuis et castro et turre superba
Nascuntur steriles in uestris montibus orni
Virginibus mos esse tuis fertur dare cornu
Nupturis, puteis dum lympham cornibus hauris.

                   FERIA
  Avanza ya –se acerca tu tiempo– a los más altos honores, 
Feria señera, que acreces el renombre del Duque. 
Tú eres prez de los tuyos, por tu fortín y tu torre gallarda. 
En tus montes se crían los estériles fresnos. 
Cuéntase que es costumbre regalar a tus núbiles mozas 
Una cuerna, pues con cuernas sacas de los pozos el agua. 
  Cock, Breve Descripción de Zafra, muy noble Plaza Fuerte
de la Beturia Turdetana y del Ducado de Feria. 

           ***
  La luz de este pueblo es una guarrería,
se apaga de noche y se enciende de día.
Por eso la gente, no quiere pagar,
las cinco pesetas menos un real. 
  Martínez de Azcona, El pueblo que viví: Feria:
en los años centrales del siglo XX, pág. 18
     ***

  La mujer de Feria
y el hombre de cualquier sitio.

     ***

  La señora el bacalao 
tiene moño de coguta.
¡Miste qué coño moño,
que a todo el mundo le gusta!

     ***

   —Señá Citana,
cuélguese el candil del ombligo,
a ver adónde le llega el pabilo

    ***

  —Señá Fulana,
de parte del Gobernador:
Que ponga usted a su hija
en el topetón

       ***

  Si Sierra Vieja trae capa, 
no dejes la tuya en casa.

    ***

  Virgen de la Consolación, la que estás en la ladera,
mándanos, por Dios, el agua pa regar la sementera. 

          ***
  Ya vienen los Reyes
por la Rayaera
y le traen el vino
a la tía Ligera.

         ***

ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

D. AntonioNacido en Calzadilla de los Barros (Badajoz), Rodríguez- Moñino fue considerado por el gran hispanista francés Marcel Bataillon como el “Príncipe de los bibliófilos”. Desde la década de los treinta del siglo pasado, cuando obtuvo una cátedra de Lengua y Literatura de Instituto en una severa oposición, este sabio extremeño participó intensamente en la vida intelectual española. Antes de licenciarse en Filosofía y Letras y Derecho ya había comenzado su carrera docente junto a Gerardo Diego. Rodríguez- Moñino destacó por su erudita producción filológica e histórica desde muy joven y su labor educativa no le impidió que su prolífica actividad académica decayera. No es extraño, por tanto, que se convirtiese en técnico de la Junta de Protección de Tesoro Artístico del gobierno republicano durante la guerra, lo que le permitió encargarse de la salvaguarda de una parte importante del patrimonio bibliográfico español.

Esta ocupación le transformó en un indeseable colaboracionista a ojos del régimen franquista, que le desalojó de su cátedra. Como no podía ser de otra forma, el estigma que le persiguió durante el resto de su vida. Con todo, su patriotismo le impidió exiliarse a Estados Unidos para salvar su situación en aquellos años de posguerra, donde fue reconocido como miembro de número de la Hispanic Society of America. Su amistad con algunos libreros le facilitó la provisión de importantes tesoros bibliográficos que fueron conformando una cuantiosa biblioteca personal en un contexto sombrío. La posguerra fue para Rodríguez- Moñino una época de exilio interior dominado por el miedo y la incertidumbre. Su incesante producción editorial, como lo demuestran los doce tomos de Las fuentes del Romancero General o la edición del Cancionero General de Hernando del Castillo, se transformó en su particular válvula de escape ante su situación personal. A todo ello debemos sumar sus esfuerzos en la editorial Castalia, que se perfilaba como el acabado ejemplo de rigor intelectual.

Su participación en tertulias, como la popular del café Lyon, y el apoyo de personalidades de la talla de Gregorio Marañón, Dámaso Alonso, Camilo J. Cela o José M. de Cossío aliviaron sus circunstancias. Pero no pudieron evitar que en 1960 el gobierno impidiera su entrada como miembro de número en la Real Academia Española. Poco después, en 1966, y cuando ya era un profesor en la universidad norteamericana de Berkeley, se resolvió su expediente de depuración, iniciado al final de la contienda, que le inhabilitaba para cualquier cargo directivo, condenándole a un traslado forzoso fuera de la provincia de Madrid. Sin embargo, sus valedores en la Real Academia consiguieron su ingreso en 1968. Por fin podía ser reconocido en su propio país, como lo habían hecho en Estados Unidos con un libro-homenaje editado como respuesta de la depuración franquista.

Para entonces una extensa obra le certificaba como uno de los grandes maestros de la bibliografía hispana, una disciplina que se había ido transformando durante décadas con sus aportaciones y su exhaustividad. Por desgracia, no pudo disfrutar de su nueva condición durante demasiado tiempo. Falleció en Madrid dos años después de su nombramiento, mientras terminaba de elaborar el Diccionario de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), que se convertía en el colofón póstumo de una vida consagrada a los libros.

Su pasión amorosa por los libros, su honradez intelectual y su perseverancia biográfica continúan siendo valores necesarios para nuestra época. El rescate y reconocimiento de la personalidad incansable de un liberal conservador como Rodríguez- Moñino es necesaria. Su biblioteca es un espacio único que, por disposición testamentaria de su viuda María Brey Mariño, en quien siempre encontró una estrecha colaboradora, se incorporaron al fondo de la Real Academia Española en octubre de 1995. Son cerca de 17.000 volúmenes de su biblioteca personal junto a la valiosa correspondencia que mantuvo con escritores e hispanistas. Dentro de este rico legado se encuentran alrededor de 200 manuscritos, entre los que destacan ejemplares del Siglo de Oro, 450 impresos de los siglos XVI y XVII, que en algunos casos son únicos, una serie de pliegos sueltos, láminas de cobre, dibujos y estampas de autores entre los que se encuentran ejemplares de Goya o Durero. Este legado es el principal testimonio de una constante tenacidad para sobreponerse a las adversidades y de la invencible pasión bibliófila de este extremeño. Una precoz pasión que había nacido en la biblioteca de la universidad agustina de San Lorenzo del Escorial donde realizó sus estudios.

Joseba Louzao en Nueva Revista de política, cultura y arte

“Extremadura, la tierra en la que nacían los dioses” de Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros

Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros (Cáceres, 1899-1972) fue un gran conocedor y divulgador de la tierra de Extremadura, “región de historia, arte, tipismo y realidades, que fue largo tiempo ignorada de muchas gentes”, llegando a publicar numerosos trabajos de investigación histórica relativos a temas extremeños.

Dentro de esta gran labor de divulgación, la editorial Espasa Calpe publicó, en 1961, el libro titulado Extremadura, la tierra en la que nacían los dioses, su obra más conocida y difundida. En 1981, la Caja de Ahorros de Cáceres reeditó la obra, con motivo del 75 Aniversario de la fundación de la misma. A través de sus 653 páginas y más de 600 fotografías, el Conde de Canilleros realiza un amplio recorrido por Extremadura, ofreciéndonos toda una serie de interesantes datos de carácter geográfico, histórico, artístico, monumental, arqueológico y social.

Panorámica de Feria retoque. 1

Muñoz de San Pedro fue un gran investigador y divulgador de los temas referentes a la gesta extremeña en América. Utilizó el título de un libro de García Serrano para subtitular su propia obra. Sobre este particular, escribe en los preliminares de la misma:

    «Un escritor de nuestro tiempo, Rafael García Serrano, tuvo la fortuna de encontrar un título definitivo para un libro suyo sobre una conquista americana: Cuando los dioses nacían en Extremadura. Nada más adecuado, como símbolo de la región extremeña, que ese título, pregonero de una gloria impar, de un monopolio en el nacimiento de aquellos auténticos dioses, superadores en realidades absolutas de las hazañas míticas de las olímpicas deidades helénicas.

    Extremadura, con sus terrenos primitivos, que le dan ancestral prestigio geológico y telúrico; con sus contrastes geográficos, con su tradición agrícola y ganadera, con sus remotas civilizaciones, con su historia gloriosa y sus tesoros de arte, tuvo su momento crucial y decisivo, su apoteosis universal, en la conquista de América. Aquí nacieron los dioses, todos los grandes dioses conquistadores del inmenso continente, desde Vasco Núñez de Balboa a Pedro de Valdivia, desde Hernán Cortés a Francisco Pizarro, desde Sebastián de Belalcázar a Pedro de Alvarado, desde Francisco de Orellana, el titán del Amazonas, a Hernando de Soto, el soñador del Misisipí…»

El Conde de Canilleros realiza una exhaustiva descripción de la región extremeña. En su obra, que está dividida en dos partes: la Alta Extremadura y la Baja Extremadura, hace un recorrido por todas sus localidades, comenzando por la provincia de Cáceres, que divide en trece comarcas, y continuando con la de Badajoz, dividida en catorce comarcas. Como expresa el propio autor:

    «Desde el feliz hallazgo de García Serrano, Extremadura será ya siempre la tierra en la que nacían los dioses. Y esta tierra, en una visión necesariamente compendiada, es la que vamos a recorrer, lector amigo, a través de sierras y llanuras, por ilustres ciudades históricas y campesinas aldeas labradoras, entre viejos castillos y modernos pantanos, atentos a un ayer único y glorioso, sin olvidar un futuro de infinitas posibilidades, que acaso pueda hacer el milagro de que la tierra en la que nacían los dioses sean el futuro paraíso de la patria []

   Queremos mencionar íntegramente la toponimia extremeña, todas las localidades, sin excepción. Muchos pueblos no aportarán más que su nombre o, si acaso, cualquier escueta noticia. Ésta es la Extremadura aldeana y olvidada, que también tiene derecho a figurar alguna vez en las páginas impresas, porque, además, no faltará alguien que cifre su ilusión en leer aquí cualquiera de esos nombres. La oscuridad que en ellos se encierra la compensarán crecidamente tantas ciudades y pueblos cargados de arte, de historia, de interés […]

   Nuestro propósito no es trazar rutas turísticas, sino adentrarnos en Extremadura, perdernos en sus confines e ir descubriendo lo que nos salga al paso, sea historia o leyenda, arte o tipismo, pretérito o presente… Captar las estrofas de este poema que es lo extremeño, en el que rimen la oveja merina trashumante y el recio castillo, la torre y el granero, el hidalgo y el gañan, la encina y el pantano, la sierra y la llanura, el sol y la espiga, el ayer y el mañana…» 

En fin, un trabajo magnífico, muy recomendable. Un libro que puede encontrarse disponible en el catálogo de algunas de nuestras bibliotecas públicas y también en alguna librería de segunda mano.

En este enlace puede accederse al libro, en formato digital, gracias a Biblioteca Virtual Extremeña

SINOPSIS

MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel, Conde de Canilleros
  Extremadura : (la tierra en la que nacían los dioses) / Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros
  Madrid : Espasa-Calpe, 1961
  653 p. con 1 lám., 1 map. pleg.

Miguel Muñoz de San Pedro (1899-1972) prolífico autor de estudios históricos y literarios sobre Extremadura. Luchó con todos sus medios para divulgar la riqueza de su patrimonio histórico-artístico y literario.

El autor toma el título de su extenso libro, 653 páginas, Extremadura, la tierra en la que nacían los dioses del escrito por Rafael García Serrano Cuando los dioses nacían en Extremadura.

Esta descripción histórico-geográfica de nuestra región, en la que menciona todas sus localidades, está dividida en dos: la Alta Extremadura y la Baja Extremadura.

Comienza por la provincia de Cáceres que la divide en trece comarcas, que no se corresponden con las regiones naturales. A continuación lo mismo hace con la provincia de Badajoz, pero esta vez la distribuye en catorce comarcas.

Finaliza esta obra con un colofón en el que el autor expresa su opinión de que con este libro ha querido realizar un recorrido por Extremadura “región de historia, arte, tipismo y realidades”. Hay que decir que lo ha conseguido con creces en un momento en que nuestra región era, en el mejor de los casos, ignorada y, en el peor, vilipendiada.

En efecto, está escrito en un momento en que escaseaban los estudios sobre Extremadura, recordemos que en aquel momento nuestra región carecía de Universidad, por la que tanto luchaba el autor de este libro. Con este manual pretendió divulgar la historia, el arte y las costumbres más características de la región. El libro se convirtió en libro de referencia tanto de intelectuales como de políticos extremeños y alcanzó una gran divulgación. Pues además de estar escrito en una bella prosa literaria también contaba las necesidades que acuciaban a su tierra natal.

La única crítica que se puede hacer a este ameno libro es que todas las ilustraciones están en blanco y negro, pero esto en vez de quitarle valor al libro lo que hace es convertirlo en un sobrio ejemplar. El blanco y negro está en la línea de la austeridad que, según la tradición, es una de las características de los extremeños.

García Rueda Muñoz de San Pedro en Extremadura tierra de libros

LA VILLA DE FERIA EN “EXTREMADURA, LA TIERRA EN LA QUE NACÍAN LOS DIOSES”

Dentro de la la Segunda parte de la obra, en su apartado VI, titulado La poderosa casa de Feria, encontramos información referente a la villa de Feria, ilustrada con excelentes fotografías de Luis Olivenza. De esta información destacamos:

     «Lo dice la copla, reflejando una realidad geográfica que evoca el poderío del linaje:

¡Madrecita, quién tuviera
la tierra que se divisa 
desde el castillo de Feria!

     Como a su homónimo el Médicis florentino, el gran prócer extremeño Lorenzo Suárez de Figueroa, primer conde de Feria, se le puede llamar Lorenzo el Magnífico. Tuvo por antecedente a su abuelo de igual nombre, maestre de Santiago, que asentó las bases del engrandecimiento, culminado en el nieto, de la poderosa casa de Feria, que impone sobre los ámbitos del distrito de Zafra el recuerdo de su grandeza.

     Aquí ya el suelo, en general, salvo los manchones de Barros, no es hondo y jugoso, sino duro y esquivo, para vencerle en constante lucha. Derivaciones de la orografía Mariánica, que alcanzan sus mayores alturas en sierra Vieja y en la de los Santos, dan diversos relieves al amplio secano, en el que impera la encina, alternando con los cereales, la viña y el olivar. En los llanos emerge la piedra pizarrosa; en la sierra, la caliza marmórea.

    Dos puntos centran complementariamente el recuerdo de los Suárez de Figueroa: Feria, que es el castillo, lo guerrero, y Zafra, que es el alcázar, lo señorial.

El castillo

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     El castillo de Feria, más o menos lejano, nos vigila en nuestro avance y nos atrae hacia su cumbre[…]

    Ya no queremos demorar el ir al castillo que simboliza el poderío guerrero de los Suárez de Figueroa. La villa que no fue ni puede ser otra cosa que el complemento indispensable de la fortaleza, tiene el orgullo de haber dado a condes y duques su nombre de Feria. Ellos le dieron a cambio, por armas heráldicas, las cinco hojas de higuera de los Figueroas, que timbran castillos, iglesias, conventos y palacios de tantas localidades, alternando muchas veces con el cuartelado escudo –primero y cuarto, mano alada con espada; segundo y tercero, un león–  de los Manuel, descendientes del infante de este nombre, hijo de Fernando III el Santo, apellido de la esposa del primer conde de Feria.

Los más salientes edificios de la villa son el sencillo y blasonado Ayuntamiento y la parroquia de San Bartolomé, de cuadrada torre y de una nave, cubierta con bóvedas de crucería, que puede datar de fines del siglo XV o principios del XVI. Una de las portadas de este templo, que tiene indudable empaque, se adorna de tallos, hojas, flores, centauros, leones, aves fantásticas y hornacina con imágenes, componiendo un conjunto bello y de interés.

    El castillo, en lo alto, es un hito señero de historia. En 1241 ganó a los moros este baluarte el maestre de Santiago don Pedro Gómez Mengo; pero era otro bien distinto, porque el actual fue obra del primer conde de Feria, a quien concediera Enrique IV en 1460 el condado, convertido por Felipe II, en 1567, en ducado para el quinto conde, don Gómez Suárez de Figueroa.

    Lorenzo el Magnífico, soberbio prerrenacentista, rico y poderoso, puso en sus vastos territorios la afirmación de su grandeza, hermanando los conceptos de defensa y señorío. El alcázar-fortaleza de Zafra tenía una complementaria red de baluartes, que aseguraba los dominios, formada por los castillos de Nogales, Benquerencia, Villalba de los Barros y Los Arcos, presididos por este de Feria.

   Los hoy deteriorados recintos se agarran a las rocas del cerro, con las torres redondas de su línea defensiva y la central mole cuadrada, altísima e imponente, de la del homenaje. Muros de mampostería, ventanas góticas y blasones, venciendo el dolor del abandono, se enpeñan en mantener firme una bella grandeza del siglo XV, en la cumbre desde la que se divisan tantos castillos, tierras y pueblos que fueron de la gran casa, la más importante de toda Extremadura, que tomó nombre de esta pequeña, campesina e histórica villa de Feria.»

MIGUEL MUÑOZ DE SAN PEDRO, CONDE DE CANILLEROS

20170627122448_00001Miguel Muñoz de San Pedro (Cáceres, 1899-1972). Abogado, historiador y literato, autor de numerosos libros, artículos y conferencias. Su actividad literaria, presidida por el estilo modernista, se reparte entre poesías y comedias: Lises de fuego y A través de la aurora (1923); Romance feudal (1935). Pero donde verdaderamente destaca es en la investigación histórica. Entre su ingente producción, dedicada exclusivamente a temas extremeños cabe destacar la biografía Diego García de Paredes, el Hércules y Sansón de España (1946); Don Gutierre de Sotomayor, Maestre de Alcántara (1949); El capitán Diego de Cáceres Ovando (1952); Diego García de Paredes, fundador de Trujillo de Venezuela (en colaboración con el H. Nectario, 1957).

Otras relativas a la conquista de las Indias son Vieja biografía de Don Pedro de Alvarado (1947); Relación del descubrimiento del reino del Perú, que hizo Diego de Trujillo (1949); Expedición de Hernando de Soto a Florida (1924); Tres testigos de la conquista del Perú (1954); Francisco de Lizaur; Informe sobre el lugar de nacimiento de Hernando de Soto (1962); y Doña Isabel de Moctezuma (1965); mereciendo especial atención sus estudios dedicados a los Pizarros: Las últimas disposiciones del último Pizarro de la Conquista, y Francisco Pizarro debió apellidarse Díaz o Hinojosa (1950); Doña Isabel de Vargas, esposa del padre del Conquistador del Perú (1951); Información sobre el linaje de Hernando Pizarro (1966); Informe sobre el nacimiento de Francisco Pizarro (1969); y La sombra de Doña Isabel de Mercado (1970).

Dentro de su labor de divulgación extremeña publicó Extremadura (la tierra en la que nacían los dioses) (1961); Cáceres (1969); y Badajoz (1971).

Otros trabajos suyos son: Recuerdos (sobre diversas personalidades conocidas por él y publicados en la revista Alcántara entre 1947 y 1972); Crónicas Trujillanas del siglo XVI (1952); La esposa de Donoso Cortés: los García-Carrasco y La ciudad de Cáceres: estampas de medio siglo de pequeña historia (1953); Coria y el Mantel de la Sagrada Cena (1961); Reflejos de siete siglos de vida extremeña en cien documentos notariales (1965); La Real Audiencia de Extremadura (1966); Cómo se hizo Cáceres (1966); La antihistoria extremeña (1969); y Broza, la Encomienda Mayor (1970).

Correspondiente de las Reales Academias de la Historia y de la Española de la Lengua (de ésta, el único representante en toda la región), Director del Museo Arqueológico y de Bellas Artes de Cáceres y Cronista Oficial de la ciudad, fue nombrado a su muerte Presidente de Honor perpetuo de los Congresos de Estudios Extremeños.

José Miguel Lodo de Mayoralgo  en Gran Enciclopedia de Extremadura

 

 

Badajoz, paisajes literarios

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Badajoz, paisajes literarios es un producto turístico, presentado por la Diputación de Badajoz en el marco de la última edición de la Feria Internacional de Turismo (FITUR), que pretende dar valor a los recursos literarios de esta provincia extremeña, destacando las huellas, en sus localidades de origen o vecindad, de la vida y obra de los principales escritores y escritoras de la provincia. El objetivo es complementar la oferta turística con un producto cultural original y de calidad que incremente el atractivo de las localidades y comarcas pacenses.

20170209112105_00004Aunque nace con vocación de ser ampliado, el proyecto comienza con once enclaves y catorce escritores o escritoras. En nueve de estos enclaves gira en torno a la vida y obra completa de esos escritores o escritoras y en los otros dos, alrededor de obras específicas: Arias Montano, en Fregenal de la Sierra; el Siglo de Oro de Nebrija a El alcalde de Zalamea, en Zalamea de la Serena; Meléndez Valdés, en Ribera del Fresno; El romanticismo de Espronceda y Carolina Coronado, en Almendralejo; Felipe Trigo, en Villanueva de la Serena; Luis Chamizo, en Guareña; Santiago Castelo, en Granja de Torrehermosa; Luis Landero, en Alburquerque; Pablo Guerrero, en Esparragosa de Lares; Dulce Chacón, en Zafra, y La tierra que pisamos de Jesús Carrasco, en la blanca villa de Feria.

Badajoz, paisajes literarios no es un proyecto cultural ni literario; es un proyecto turístico que se apoya en recursos culturales y literarios. Y relaciona estos recursos con el resto de recursos naturales y culturales de la provincia, incorporándolos a la oferta turística de Badajoz y de Extremadura.

Cada uno de los enclaves dispone de un folleto local en el que se enumeran y describen los hitos relacionados con la vida y obra del escritor o escritora en cada localidad. La ruta por cada uno de los enclaves se acompaña de señales informativas en los hitos más destacados. Además, hay una guía general con los textos íntegros y un programa-resumen, con una síntesis de los contenidos del proyecto.

Badajoz, paisajes literarios pretende promover el turismo a través de la cultura, por medio de la literatura, tratando de crear una experiencia turística a partir de la vida y obra de las escritoras y de los escritores más relevantes de la historia literaria de esta tierra extremeña, vinculándolas al paisaje urbano de sus localidades de origen.

LA VILLA DE FERIA EN “BADAJOZ, PAISAJES LITERARIOS”

Feria, el lugar de La tierra que pisamos, de Jesús Carrasco

Como ya ocurriera con Intemperie, la primera novela de Carrasco, el mundo rural continúa teniendo enorme presencia en La tierra que pisamos. Sobre este tema, ha señalado su autor, que quería escribir de la tierra donde nació y donde están sus raíces. Carrasco ha aprovechado su última novela para rendir homenaje a sus ancestros. Así, por ejemplo, la trama se desarrolla en el pueblo pacense de su madre: Feria. Aunque el nombre de la localidad pacense no se indique expresamente en el libro, las continuas referencias a topónimos locales de “la blanca villa de Feria”: el Castillo, Casa Mateo, La Corredera, el Huerto de las Guindas, el Rincón de la Cruz, la calle Nueva, etc…, no dejan lugar a dudas. También ha utilizado el apodo de su abuelo materno, José Jaramillo, Leva, para dar nombre a uno de los personajes principales de la historia.

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«No es Jesús Carrasco un novelista de topónimos reconocibles. Ni de fechas. Escribe relatos intemporales y sin referencias espaciales. Fuera del tiempo y del Espacio. Pero hay lugares que no pueden ocultarse. Y su última novela, La tierra que pisamos, está ambientada en Feria, la localidad natal de su familia materna, aunque no aparezca su nombre en ninguna de las páginas. El castillo, las casonas de la calle Nueva, la Corredera, el Mirrio, el pilar de la Cruz, la iglesia, la calle del Duque, el Huerto de las guindas… Recorriendo sus calles y parajes, leemos el libro».

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Quizá, como dicen, en algún momento fuimos uno. No un solo cuerpo, sino un solo ser. Nosotros, los 
árboles,las rocas, el aire, el agua, los utensilios. La tierra. 
                                                                                                                                                            Jesús Carrasco

 

“Dichos y modismos del lenguaje extremeño”, de Eleuterio Gómez Sánchez

El cacereño Eleuterio Gómez Sánchez nos ofrece en este libro, titulado Dichos y modismos del lenguaje extremeño, como él mismo nos expresa «en unas cuatro mil palabras y expresiones, un vocabulario muy típico en toda Extremadura, buena parte de la Sierra de Salamanca, montañas de León, Zamora y parte de Asturias, zonas de Ávila muy próximas a Cáceres, también en toda Sudamérica, Puerto Rico, Panamá y la Raya en Portugal, próxima a Extremadura».

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El propio autor nos aclara cómo se gestó la obra: «El caso es que el autor se entera por casualidad, un buen día, de un pequeño vocabulario extremeño que llegó a sus manos y a partir de ahí se pone manos a la obra, para la localización del causante del mismo.

Por tanto, vaya mi agradecimiento y dedicatoria, en primer lugar, a la memoria de mi buen amigo y paisano (q.e.p.d.) el ilustre Odontólogo D. Antonio Murga Bohigas, autor, en este caso, del citado vocabulario y sin el cual éste no hubiera podido salir a la luz.

Fueron muchas horas allá por los años setenta. Una vez recopilado el trabajo, yo diría un cincuenta por ciento cada uno, que considero de un mérito extraordinario por su parte, ya que con una enfermedad tan traicionera y faltándole a D. Antonio ambos miembros inferiores, aún con los dolores que tenía que soportar, sacaba fuerzas para pensar en Extremadura, en su pueblo Valencia de Alcántara, al que amaba, a su esposa Rosario (hoy fallecida) por aguantarnos esta maravillosa Señora todos los fines de semana en su casa, con nuestra máquina de escribir, haciendo fichas, colocación de ficheros (desde luego manuales) y a su hijo Antonio, después de la muerte de ambos, por recuperar y facilitarme la mayor parte de la documentación que había quedado a medias y que con tanto cariño habíamos creado. Muchas gracias a ese hijo tan estupendo, que sin nada a cambio, me presenta un día lo que su padre dejó a medias.

Mi pueblo, llamado Ovejuela-Pinofranqueado, en Las Hurdes Bajas, donde viví hasta que, por imperativo legal, tuve que hacer la mili en Madrid. Luego ya me quedé en la capital y solamente aparecía por allí en vacaciones. Si se pueden llamar vacaciones, yendo de pueblo en pueblo, recuperando parte de nuestra historia extremeña, que me costó unos ocho veranos, e invitando de vez en cuando a los abuelos que tomaban sus vinos en la taberna, para tratar de saber cosas de ellos. Qué sabiduría popular tenían. En la mayor parte de esta documentación se puede contrastar la zona de influencia, dónde se pronuncia, así como el autor que facilitó la palabra o frase. Por tanto, volviendo a nuestro encuentro, D. Antonio dijo: “Debemos, Eleuterio, refundir en un solo libro, tanto mi pequeño vocabulario, como el material de mi propiedad, que él consideró de interés y así se conseguiría algo más interesante”. Después de un paréntesis de unos años (por el fallecimiento de éste) he iniciado aquella idea y aquí está a disposición de ustedes».

El vocabulario recopilado por Eleuterio Gómez se complementa con algunas máximas y frases típicas de diversas zonas extremeñas. En cada palabra o expresión nos ofrece, además de su definición o interpretación, la fuente y el lugar de procedencia de la misma.

Resulta de un gran valor este trabajo de Eleuterio Gómez por dejar constancia escrita y por transmitir a las nuevas generaciones el rico patrimonio lingüístico y cultural de Extremadura, evitando así su posible perdida.

«No cabe duda de que el hombre es hijo del paisaje y hoy, desgraciadamente, hemos tergiversado el lenguaje, influidos por los medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión. Qué vocabulario más rico hemos heredado de los campesinos –especie también en vías de extinción–.

Pues bien, Eleuterio Gómez ha tenido la paciencia franciscana –por algo el Santo de Asís estuvo en los aledaños de Ovejuela, pueblo natal de Eleuterio– de bucear aquí y allá hasta mostrarnos estos usos y palabras, que nos hablan con acento muy propio y peculiar. El autor se ha sumergido en luna bibliografía variada y nos regala este diccionario, fruto de una tarea constante, de leer y consultar.

Estoy, pues, muy satisfecho por el trabajo de Eleuterio Gómez, por el don con que nos lo da, por esa memoria recuperada y nunca perdida, y porque todo está en los libros. Si Eleuterio Gómez no las hubiera recogido –frases y palabras– recopilado y ordenado, algo, sin duda, no tendríamos, un día habrían desaparecido, pero ahí está él y su labor de notario para que el viento nos suene a antaño y queden, como Dios manda, en su sitio; no se pierdan. Todo está en los libros. Gracias, Eleuterio».

Fragmento del prólogo. J. A. Pérez Mateos, escritor y periodista.

SINOPSIS

Les presento a los lectores, en unas cuatro mil palabras y expresiones, un vocabulario muy típico en toda Extremadura, buena parte de la Sierra de Salamanca, montañas de León, Zamora y parte de Asturias, zonas de Ávila muy próximas a Cáceres, también en toda Sudamérica, Puerto Rico, Panamá y la Raya en Portugal, próxima a Extremadura. Por la lectura de algún cuadernillo que me ha llegado, he ido consiguiendo de los distintos pueblos citados y amigos que han ido aportando sus dichos, se han recogido en este modesto vocabulario y en el mismo, se muestra que puede existir un espacio lingüístico común fijado por el uso hasta mediados del siglo pasado y poco a poco, se ha ido desvirtuando, hasta casi desaparecer. Se trata de un estilo coloquial y un fino humor en las tertulias en su lenguaje cotidiano, donde he intervenido, principalmente en bares y observando a los hombres del campo, hablando con ellos. Conclusión: Que no nos olvidemos nunca, de aquéllos que nos precedieron y debemos conservar su cultura aunque sea a través de los libros y vídeos. Por otro lado, debo pedir perdón por los errores que hay podido cometer, al tratarse de un lenguaje de alguna manera, algo técnico y con el objeto de divulgación. Pues no soy filólogo y esa ha sido mi contestación a alguien que se ha interesado. Ya me hubiera gustado a mi, pero no me fue posible.

ELEUTERIO GÓMEZ SÁNCHEZ

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Foto del autor en el paraje conocido como Juntoveja, próximo al Chorritero y Fuentefría

Eleuterio Gómez Sánchez, porta sus vivencias y aprendizaje en sus Hurdes queridas, nació en la aldea de Ovejuela, Pinofranqueado y muy vinculada a San Francisco de Asís, el Santo viajero. Por algo existe el Convento en ruinas, llamado Nuestra Señora de los Ángeles y que le da nombre al río, como afluente del Alagón. Por algo el autor, emigró como otros muchos a la ciudad y en este caso, opositó para Funcionario y lleva más de cincuenta años en Madrid, donde ha creado una familia, que la conforman ya quince miembros. Pero, que no se ha olvidado de sus raíces extremeñas y pasa buenas temporadas entre los suyos.

ALGUNAS PALABRAS Y EXPRESIONES RECOGIDAS EN EL LIBRO

ABOETAO (Mahizflor – Tierra de Barros): Abotargado, o abotagado. “Hinchado el cuerpo”, generalmente, por enfermedad.
[…]
AGILAR (Emilio Díaz – Oliva de la Frontera): Encaminarse. Se dice: “Al día siguiente, agilaron hacia el campo”.
[…]
A JANCHA PELLEJO (Modesto Montes Trinidad – Cañamero): Tr. Fam. Comer muchísimo, hartarse.
[…]
ALEJINES (Emilio Díaz – Oliva de la Frontera): Cosa baladí, intrascendente. Es la palabra más olivera. Sólo se ha encontrado en Zahínos, algo en Valencia y Villanueva del Fresno, donde existe colonia olivarera. Hablaron mucho tiempo… ¿Sobre qué era? “Era todo alejines”. Rodríguez Perea la recoge como extremeña, en Villanueva.
[…]
CAMARANCHÓN (Antonio Murga – Valencia de Alcántara): Percha construida utilizando algún árbol o rama, por los pastores, para colgar los aperos y otros útiles. En castellano significa esta palabra desván.
[…]
CAMBULLIL (Antonio Murga – Garrovillas): Columpiar: Tr. Mecer al que está en el columpio.
[…]
COGUTINA (Mahizflor – Tierra de Barros): Pájaro algo más pequeño que la alondra y de iguales costumbres. Mujer pequeña. Cariñosamente, se le dice a las niñas.
[…]
CORITO (Santos Coco – Malpartida de Plasencia): M. Guadañador.
[…]
CUYU PAN DEHGARRAH (Canal Rosado – Arroyo de la Luz): ¿De quién eres? ¿Cómo te llamas? [Muy usada en Garrovillas de Alconétar]
[…]
FUSCA (Eleuterio Gómez – Las Hurdes): Cantidad de maleza y arbustos que existen en el terreno, llamada también mogariza.
[…]
GANDALLA (Antonio Reyes Huertas): Tuna. Vida holgazana, libre, vagabunda. Buenos dientes para masticar. Comida o sustento. Buscarse la gandalla es buscarse el sustento. Se dice: “¿Dónde se va?… Por gandalla al mercado”.
[…]
JERRETE (Emilio Díaz – Oliva de la Frontera): Dícese del fruto de las habas cuando, por estar tiernas, pueden comerse, incluso las vainas.
[…]
LAMPUZO (Eloy Azores – Trujillo): Goloso: al que se come lo más escogido. Aficionado a comer golosinas. Que desea o tiene apetito de alguna cosa.
[…]
PIPIRIGAÑA (Antonio Barco Amaya – Almendralejo): En Los Santos y otras poblaciones, picadillo, ensalada.
[…]
ZAMBUYÍAS (Genaro Cajal – Navalmoral de la Mata): Zambullidas son las entradas en el agua para bañarse. En el Partido de Llerena, se cantaba esta copla: “Tú fuiste la que metiste a San Antonio en el pozo y le diste zambuyías, pa que te saliera novio”.
[…]
Revista de Estudios Extremeños” (Garrovillas) Mucho aparato para nada. “Mucho fufú y poco ñiquiñaqui”.

 

 

“Miradas sobre Extremadura”, Varios autores

«La mirada de quince escritores nacionales, que han vivido su particular encuentro con Extremadura»

La Editora Regional de Extremadura publicó en el año 2008, dentro de la colección Viajeros y estables, con prólogo de Luciano Feria y dibujos de Pedro Gamonal y Salvador Retana, esta obra, titulada Miradas sobre Extremadura. Se trata de una recopilación de textos de un total de 15 autores nacionales. Nombres como Bernardo Atxaga, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Luis Mateo Diez, Espido Freire, Adolfo García Ortega, Gustavo Martín Garzo, Laura Freixas, Clara Janés, Juan Carlos Mestre, Vicente Molina Foix, Rosa Regás, Andrés Trapiello, Ángela Vallvey y José Viñals que recrean sus experiencias en tierras extremeñas.

miradas-sobre-extremaduraComo se señala en la edición del libro, la mirada de estos quince viajeros, que han vivido su particular encuentro con Extremadura, recorre con ojos no acostumbrados nuestra comunidad y descubre matices que en la cercanía cotidiana pasan desapercibidos; esos matices –a veces un lugar, algunas palabras cruzada con un desconocido, o una celebración vivida con intensidad– conforman, en la secuencia de estos artículos, un dibujo esencial de la región. Esos quince autores, prestigiosos nombres del panorama nacional, que en este volumen se acompañan de dos ilustradores y un editor extremeño, recrean una imagen de Extremadura entre la vivencia personal y la crónica o el artículo, un apunte que trasciende el momento de la visita y se desvela como un reflejo de la memoria en el título de la colección: viajeros y estables.

Hermosos textos, impregnados del aroma de la tierra de Extremadura. Muy recomendable.

SINOPSIS

Quince prestigiosos escritores, de entre los muchos que han visitado durante estos últimos años Extremadura, reflejan aquí su encuentro con esta región. Algunos textos son auténticos poemas en prosa; en otros se mezcla prosa y verso; y varios trabajos están concebidos como relatos, si bien la mayoría fluye como artículos en los que se mezcla la reflexión con la vivencia personal. Pero quizá lo más interesante de estos trabajos sea, a la postre, lo que de común emana tras la lectura del conjunto. Queda un sentido como de revelación. Es como si todos y cada uno de los artículos expresaran, en esencia, una especie de descubrimiento, nos hablaran de algo que, estando oculto, inconsciente, insinuado o dormido en los autores, se mostrara en toda su plenitud tras el encuentro con Extremadura.

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FRAGMENTOS DEL LIBRO

«Mi Extremadura»

Si tuviera que optar por una sola cosa de Extremadura, optaría por su cielo. Por su cielo nocturno, con todas las estrellas allá arriba, tachonando el firmamento. La noche en el campo extremeño es una experiencia irrepetible. Creo que nunca he sentido la noche tan cerca de mi alma como en Extremadura. Y no me refiero a la noche como soberana de oscuridades, reina de sombras o negación del día, sino como albergue de estrellas y, por lo tanto, como mensajera de claridades y de luces íntimas.

Luis Alberto de Cuenca

[…]

Noche y Plumas”

Cada vez que volvía la mirada, la gatita seguía allí, en su jaula, negra y diminuta, con sus ojos verdes y redondos muy abiertos. El conductor y yo hablábamos de mil temas, tan largo era el camino en junio desde Badajoz hasta Madrid. Caía el sol como plomo, y la dehesa parecía no acabarse. Allí al otro lado del parabrisas, quedaba alguna cigüeña con su cría ya grandecita, que nos miraba con displicencia.

Para ella la eternidad aún comenzaba.

Espido Freire

[…]

«Sigue tu camino»

Le basta a Extremadura con su extremoxidad, o sea, con aquello gracias a lo cual ha llegado a nosotros como es. Pues si Extremadura se ha conservado tan radicalmente suya, original en inconfundible, ha sido gracias, no lo dudemos, a su extremosa manera de ser, al rigor de sus veranos y, en muchos casos, a la pobreza de una tierra que ha convertido en héroes a quienes han tenido que arrancarles un poco de sustento. Sin olvidarnos, claro, de la propiedad de esa misma tierra que ha condenado a un gran número de extremeños a formas extremas de la existencia: el hambre, la emigración, la servidumbre, contribuyendo, qué duda cabe, a la formación de su carácter como pueblo.

Andrés Trapiello

[…]

«Cuna de invierno»

Hay una Extremadura española que, como se decía antiguamente, confina al Norte con el reino de León, y en el resto de los puntos cardinales, con las dos castillas, Andalucía y Portugal. Como si Extremadura se extendiera limitando con todo y con todos. Ella sola. La Extremadura portuguesa se derrama hasta el océano Atlántico, pero también sabe a Extremadura, la de los bosques de pinos, de valles, de llanuras y colinas. Porque Extremadura es, sobre todo, un espacio natural grande y esplendoroso: el Monumento Natural de los Barruecos, la Reserva Cinegética del Cíjara, el Parque Natural de Cornalvo o el Parque Natural de Monfragüe, la reserva natural de La Garganta de los Infiernos…

La generosidad de la naturaleza en Extremadura es un valor que deberíamos cultivar con mimo. En una Europa cada vea más urbanizada, industrializada, de tierras negras y heridas, Extremadura es un hermoso tallo, verde, acogedor y tierno.

Ángela Vallvey